... gemir

[N.A] Antes de leer, quiero avisar de que esta escena puede ser algo...fuerte para algunas sensibilidades.

Es la primera vez que escribo algo así, de modo que no sé si realmente pueda llegar a afectar a alguien. Pero de todas formas, lo que ocurre (transmita o no transmita) no es una escena precisamente bonita.

Si no la quieres leer estás en todo tu derecho. 

Michelle gimió porque no le dio tiempo a gritar.

Gimió, pero no de placer, sino de asco.

La joven apretaba los labios sacudiendo salvaje la cara hacia los lados, buscando liberarse de esa boca pestilente con sabor a cloaca. Apresada contra la baldosa, no pudo impedir que la lengua de Ray, pegajosa y salvaje, le forzara los labios y le mojara de saliva las mejillas debido a sus propias sacudidas. 

Quería gritar. 

Pero apenas tenía aliento en los pulmones, antes de nacer sus intentos ya le morían en la garganta. Y quiso gritar aún más. De pánico, cuando notó la erección de Ray clavándose en su muslo, buscando su centro.

"No. No."

Se agitó con más violencia. Sacudió los hombros con el frenesí frenético propio de la desesperación; pero Ray la tenía agarrada. Bien agarrada, aplastándola entre su cuerpo y sujetándole los antebrazos contra la losa dura. Su barriga prominente se pegaba a su abdomen, al igual que su pecho; el cual, aún apenas dejándole espacio para la respiración, no impedía que llegara a sus fosas nasales el tufo alquitranado de un sudor etílico que no emanaba de ella. Este se entremezclaba con el matiz a desodorante barato que hacía todavía más repugnante a Ray, cuya mano áspera le sobaba el pecho. Se lo estrujaba, le hacía daño, pero era un buen precio a pagar, pues ya tenía una mano libre. 

Ella intentaba apartarlo pero fue imposible. Aprisionada, no tenía margen de movimiento suficiente para apartar esa mole que la aplastaba. Pegado, con pecho, abdomen y piernas Ray la encerraba sin escapatoria, mientras su otra mano se agarraba a su trasero, apretándola contra su erección y se la restregaba intentando estimularla. Y por mucho que empujara no podía apartarlo, no podía hacer nada por evitarlo.

La negativa de una Michelle, acorralada contra el mármol que apenas podía respirar o moverse, era muda y desconocida para la noche.

 Los ojos se le llenaban de lágrimas que descendieron por sus mejillas entremezclandose con la saliva de Ray. La vergüenza, la... la impotencia, le sobrevinieron tan implacables... que lloró. Lloraba por asco, y por vergüenza, pero el dolor de sus ojos hinchados, el cosquilleo propio de lágrimas resbalando, le trajeron algo más. 

El odio.

A Michelle, nadie, nunca le había insultado tanto, y esa noche no sería la primera vez.

 Dejó que fluyera, que se le extendiera como lava, que le quemara venas y arterias. Se aferraba a él como un naufrago a su tabla de  salvación. Ciertamente  lo era. 

Nadie la había insultado tanto, esa no sería la primera vez y, por supuesto, no lo permitiría.  

No, de Ray. De Ray nunca.

Él seguía besándola, incapaz de comprender que las sacudidas del cuerpo de Michelle ya no eran por desesperación, sino que se habían convertido en temblores de rabia pura y contenida. Ni en sus peores sueños estaría preparado para lo que pasó después.

Michelle apretó los dientes y tiró. Tiró y tiró se de ese labio asqueroso, que desgarró con un mordisco brusco y un giro seco de cabeza. Ray gritó. Mitad adolorido, mitad sorprendido, se llevaba las manos a su boca sangrante mientras ella reaccionaba.

 Su mano se cerró en un puño de rabia temblorosa y apretada. Apretó hasta que manó la sangre de las mediaslunas con las que sus uñas le hirieron las palmas, y así, con la dolorosa satisfacción de su ira, le estampó su nudillos en la cara. El hueso golpeó la carne blanda, impulsando músculo, hueso, cabeza y cuerpo hacia atrás. 

Ray cayó de espaldas, su cabeza hizo "crack" contra el suelo.

Pero el sonido de su cráneo impactando contra la acera le llegó seco y lejano. Incluso se podría decir que ajeno, pues no estuvo consciente el tiempo suficiente como para sentir el dolor que se extendió como un tsunami desde la cabeza hasta el cuello.

El dolor es rojo, pero Ray no lo sabría; pues aunque el desmayo solo duró unos segundos, para él fueron horas.

Horas rodeado de negro. 

Como el color de la sombra y las garras que lo acechaban en la oscuridad.


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