...besarte.
Una hora después se colocaban los abrigos y salían a la calle.
Al final también cayó una tercera botella de vino(sobre todo en su vaso), pero las visiones maliciosas siguieron ocurriendo toda una velada que Ray sufrió como la peor de sus odiseas.
Luchando contra su enajenación, atado al mástil de su determinación, navegando entre mares de alcohol. Mientras la joven hablaba de su labor de ayuda en la ONG de madres sin recursos, él la veía relamiéndose entre risas diabólicas, con su cuello crujiéndole como cucarachas muertas. A doble voz, la sombra le hablaba entre susurros escalofriantes mientras Michelle perdía el rostro entre sonrisas afiladas y ojos relucientes de perversión.
Le quedaba poco para perder el juicio, lo sabía.
La sombra ya no era una niña, era una mujer que aparecía en la cara de otros comensales y en el reflejo de las bandejas. Estaba en todos lados, torturándolo. Las risas y silbidos le perforaban los tímpanos, sonrisas de sombras sin rostro aparecían en las caras de los otros clientes.
Solo el bote lo mantuvo cuerdo.
Sus pastillas y Michelle. Las expectativas que ella le despertaba eran mucho más eficaces que cualquier terapia o loquero que se dijera llamar psiquiatra. Había sido paciente, se había mantenido fuerte. Michelle no se había percatado de nada y ya estaban en la calle.
Ambos paseaban en un silencio plácido, casi íntimo en el que Ray se preguntaba cuanto podría resistir.
Paso tras paso bajo el cielo estrellado, el brazo de Michelle se aferraba al suyo, rozándose el uno con el otro en un duelo de sutil que él no pensaba perder. Los labios jugosos de la joven se mantenían entreabiertos y ofrecidos debido a la respiración tensa, expectante de lo que estaba por venir. Luces amarillentas de farolas iluminaban la forma de su cuerpo, del cual Ray era plenamente consciente de cada una de las curvas que lo conformaban, pues se apoyaba en ellas para sostenerse. Michelle estaba pegada a él, ardiente y sobre todo... insinuante.
Los recovecos de la ciudad rebosaban de humedad sin lluvia, quizás fuera por eso que los zapatos le resbalaban un poco sobre los adoquines. Las calles estrechas aplacaban tan bien el frío, que casi eran calurosas como el verano. Húmeda, resbaladiza y cálida, así debía ser la intimidad de Michelle. Esa idea hizo que la deseara todavía más.
Una suave brisa le trajo un olor dulce... el de su pelo.
Y entonces todo acabó.
Alterado. Confundido por la familiaridad del olor. Aterrorizado. Dominado por sus más primitivos instintos, en una vorágine de alcohol, sensaciones, recuerdos y delirios inconexos ...no pudo evitarlo.
Ray se abalanzó sobre Michelle, la acorraló en un portal y la besó.
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