Jess Bloyd lo había perdido todo. O eso sentía al menos. A lo largo de sus dieciocho años la vida le había enseñado que las desgracias eran impredecibles, y qué las personas también. Qué la dirección del viento podía cambiar de forma repentina e ir contra uno mismo. Y que la palabra inevitable llevaba ése nombre por una razón...

Tras la muerte de sus padres se ve obligada a vivir junto a su tía. Sin embargo no contaba con qué ésta tuviera otro huésped viviendo con ella; un chico mudo. El cual solo se comunicaba por medio de señas y cartas.

Dawn Howard era una de esas personas impredecibles en la vida de Jess Bloyd. Y sería el único que lograría hacerle ver que, a veces, estar en silencio era necesario para poder escuchar lo que te rodea. Y qué estando en silencio también aprendes a apreciar las cosas buenas de la vida.

“No puedo hablar, pero sé escuchar y observar como nadie. Sé cuándo una persona se siente sola”

—Dawn Howard.

“Trato de que las personas me sean indiferentes para no decepcionarme más. Para no sufrir.”

—Jess Bloyd.