MIRADAS
Siempre nos cuentan que hay que aprender a ser fuertes y luchar por todo aquello que queremos. Debemos aprender qué nos hace bien y qué nos hace mal, pero ¿para qué? Si siempre vendrá alguien que te diga: no puedes hacerlo, eres una inepta, no sirves para nada, eres horrible, nunca encontrarás a nadie que te quiera, gorda, fea... y es cuando te das cuenta de que no eres nadie, que estás sola en todo este mundo de mierda y que nunca serás esa persona que has soñado ser.
Yo, una ingenua soñadora, comencé a escribir una novela romántica que me llevó al éxito. Todos se acercaron a mi por interés. Todos me querían, me salían chicos por todas partes, amigas inimaginables y tonta de mí confié en todos ellos, queriéndoles y prestándoles mi alma caritativa. Les hacía feliz y eso me hacía feliz a mí. Sin embargo, cuando lancé la segunda parte de mi libro, las críticas me rodearon. Esos amigos que yo creía que me querían desaparecieron. Me dejaron sola. Recibía mensajes burlones, palabras ofensivas, pero sobre todo palabras de desanimo. ¿Qué hice mal? ¿Por qué la gente solo se acerca a mí por su interés? Soy la misma persona, la misma escritora con pequeños sueños que, lentamente, se van desvaneciendo. Y en lo alto del puente, sentada con una hoja entre manos, la dejo deslizarse hacia la tierra húmeda que tengo bajo mis pies, dejando volar mis ideas hacia el cielo. Yo tendría que estar allí. Estoy segura que allí no sufriría, que sería feliz...
Pero, cuando menos te lo esperas, aparece esa persona que hace que tu mundo cambie. Que todo lo que ves negro se hace blanco y que las mariposas del estómago aparecen para avisarte de que el amor viene para hacerte feliz. Sus ojos me dicen todo lo que quiero escuchar, todo lo que quiero sentir. Sus labios me regalan sonrisas que me tranquilizan y me aman. Sus manos dulces se encargan de arroparme en los buenos y malos momentos. Las palabras se las lleva el viento y los hechos se quedan en el corazón. Y no solo me demuestra a mí que tiene un corazón de oro, sino a toda la gente que pasa por su lado. Sus guantes blancos, su traje negro a rayas y su cara teñida de blanco hacen que los más sonrían ante su efusividad y alegría. No pide dinero, solo pide sonrisas. Sonrisas que se le instalan en el corazón y que me lo transmite a mí con solo una caricia. Le veo todos los días subido en aquel cajón, moviendo su cuerpo entero. Es muy gracioso y los niños lo adoran. Ojalá pudiera algún día decirle cuanto le amo con palabras. Ojalá mi voz saliera, aunque solo fuera una vez en mi vida. Pero sé que nunca podrá ser, ya que mi voz nunca ha salido y nunca lo hará. Lo veo acercarse con el ceño fruncido, con una mano en la espalda, sacando una pistola que me apunta. Mi corazón palpitaba incrédulo, mi cara asustada y mis manos temblando me avisaban que había sido engatusada de nuevo. Sin embargo, todas esas tonterías que han pasado por mi cabeza, se marchan al ver que de la pistola sale un pequeño ramo de flores. Sonrío como una tonta y mi mimo preferido me abraza fuertemente. Siento su cariño instalarse en mí, estoy feliz, soy feliz con él. Sus ojos se vuelven a clavar en los míos. Acaricio su mejilla y beso sus labios.
Maneras de comunicarse hay muchas, pero nunca será igual si las que hablan son las miradas del corazón.
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