Capítulo XII: Una Sonrisa Siniestra
Alya estaba equivocada, aunque no pudo darse cuenta gracias a que Adrien supo ser lo suficientemente discreto. Gracias a la intervención de Nathaniel, el chico rubio no fue capaz de darse el valor para invitar a Marinette el tercer intento de cita. Derrotado, caminó junto a Nino hacia la salida del colegio. Despidió a Alya y Marinette con una sonrisa y una sacudida de los dedos, deteniéndose en seco al percatarse de que ambas chicas ya comenzaban a perderse de vista. Acto seguido, se dejo caer en uno de los primeros peldaños de las escaleras. Echó la cabeza hacia atrás, disparando un ligera punzada de dolor en su cuello. Lo atribuyó al instante a un mal movimiento muscular, aunque aquello no podía explicar el repentino picor que se apoderó de su piel. Con todo, suspiró con pesadez y miró a Nino sin decir una sola palabra.
El chico moreno sonrió.
—Mañana lo conseguirás —aseguró su amigo.
—Nathaniel se me ha adelantado —se quejó Adrien—. Y Marinette aceptó... Tal vez esto no sea una buena idea, después de todo.
Nino pudo haber confesado en ese momento lo único que habría ayudado a Marinette a asegurar que su mayor sueño se cumpliría, consiguiendo robar el corazón del chico de sus sueños. Pero supo guardar silencio. No podía decir algo que no le correspondía, y que arruinaría por completo los esfuerzos de Marinette. Así que sólo se sentó a un lado de su amigo y le dio una palmada en la espalda, deseando que eso fuese suficiente para devolverle la confianza en sí mismo.
—Descuida —dijo Nino—. Sólo debes intentar de nuevo. Mañana habrá terminado todo ese asunto de Nathaniel, y podrás acercarte de nuevo a Marinette.
—Pues a Marinette parece gustarle Nathaniel —se quejó Adrien.
—Si así fuera, creo que no te habría invitado a salir la primera vez —dijo Nino encogiéndose de hombros—. Pero si quieres convencer a Marinette, tal vez debas superar los esfuerzos de Nathaniel.
— ¿Cómo?
—Nathaniel le obsequió un dibujo. Y tú eres un súper modelo adolescente. Piensa en algo lindo.
Dicho aquello, Nino se despidió de su amigo para seguir su camino en el momento exacto en que la limusina para Adrien aparcó frente a la acerca.
Aún sintiéndose derrotado, Adrien subió al auto. Escuchó a Nathalie hablándole durante todo el camino, aunque no pudo darle sentido a aquellas palabras que sólo parecían ser ruidos molestos. Al llegar a la mansión Agreste, el chico se dirigió inmediatamente a su habitación a sabiendas de que Nathalie debía reportar que el muchacho ya se encontraba en casa. Su padre no cambiaría de opinión con respecto al castigo, después de todo.
Las sorpresas desagradables continuaron cuando descubrió que alguien, quizá con la intención de hacerlo sentir mejor, había dejado un plato con trozos de queso camembert sobre la mesa.
Plagg, por supuesto, no podía quejarse al respecto.
Ni bien vio a su Kwami ir a toda velocidad para reunirse con su preciado queso, Adrien se tumbó en la cama y permaneció un minuto entero mirando hacia el techo de la habitación. Todas aquellas emociones que lo embargaban eran tan desconocidas para él, que por un instante le preocupó estar yendo por el camino equivocado. Tan sólo podía preguntarse por qué era que la intervención de Nathaniel le molestaba tanto, siendo que no podía considerar a Marinette como nada que no fuese una amiga a la que ya le debía demasiadas noches felices. Pensar en esa idea causó que la culpa se apoderara lentamente de él, haciéndole notar que la única razón por la que todo aquello estaba ocurriendo se debía solamente a su doble identidad. ¿Cómo podía quejarse de que los villanos akumatizados decidieran arruinar sus citas con Marinette, siendo que él no era una víctima más? Lo único que estaba provocando era mantener a Marinette en un peligro constante, pues ningún villano se tentaría el corazón a la hora de atacarlos.
Nathaniel tenía un punto a su favor, siendo así las cosas.
Al no tener una doble identidad, no corría ningún peligro y tampoco arriesgaba a nadie que estuviese cerca de él.
Esa idea sólo logró hacer que mil y un pensamientos más se apoderaran de la mente del chico rubio, haciéndole ver frente a sus ojos todos los rostros de quienes ya se habían ganado un lugar importante en su corazón. Su sueño de ser un chico normal se había vuelto realidad, y ya podía jactarse de tener amigos verdaderos que estaban a su lado por razones que iban más allá del apellido Agreste. Lo valoraban, le tenían cariño y confiaban en él incondicionalmente. Pero, ¿a qué precio? ¿Valía la pena tener todo aquello, a sabiendas de que Marinette no podría ser la única perseguida por Le Papillion, Plume Mortelle, o cualquier villano akumatizado? ¿En realidad era necesario esperar el momento de ver sufrir a sus amigos? Las citas arruinadas no eran el mayor de sus problemas aún. El peligro era latente, y en cualquier momento recibiría un fuerte golpe de la realidad al aprender de mala manera que sus amigos no podrían salir ilesos siempre. No eran inmortales.
Y los poderes de Chat Noir podrían no ser la mejor alternativa en todas las situaciones.
Sin embargo, había cosas que no podía negar. Nathaniel había sido akumatizado en una ocasión. Y aunque su objetivo nunca había sido herir a Marinette de cualquier manera, eso podía cambiar en cualquier momento.
El cuello de Adrien lanzó de nuevo una punzada de dolor. Llevó una mano hacia ese punto para acallar la sensación, y decidió incorporarse para aclarar sus pensamientos.
Las palabras escaparon de sus labios sin que él pudiese siquiera pensar en evitarlo.
—Plagg...
Sin dejar de saborear el queso camembert, el diminuto gato negro miró al chico.
Adrien le dirigió una mirada cargada de culpa.
—Creo que quiero asegurarme de que Marinette estará a salvo —dijo Adrien.
—Plume Mortelle te persigue a ti —le recordó Plagg—. No se acercará a ese otro chico.
—También persigue a Marinette —insistió Adrien—. Si Plume Mortelle aparece, Ladybug necesitará ayuda.
Exasperado, Plagg bajó el trozo de queso y miró al chico con impaciencia.
— ¿Por qué no admites simplemente que te has puesto celoso? —dijo.
Las mejillas de Adrien se sonrojaron, y el chico no pudo hacer más que balbucear.
—Q-qué tonterías d-dices... ¡Deja ese queso y vámonos!
—Quiero saborear mi queso.
—Lo saborearás después. ¡Plagg, transfórmame!
Así, dejando el queso camembert a medio comer, Adrien Agreste desapareció de su habitación.
Abajo, en el gigantesco e imponente salón, Nathalie no se percató de que el gato negro había salido a través de una de las ventanas de la mansión.
En la panadería, acompañándose por el sonido de la música de Jagged Stone, Marinette iba de un lado hacia otro con las bandejas de pan recién horneado. El sitio entero estaba lleno de ese delicioso aroma, que Tikki gozaba también mientras comía una deliciosa galleta. Ese pequeño reloj sobre una mesa hizo lo suyo, anunciando que era el momento de sacar del horno las nuevas bandejas de pan. Así que Marinette tomó un paño de color rosa, junto con un guante de cocina, y se dirigió a toda velocidad al horno. En pocos segundos, una nueva bandeja entró al horno.
Luego de tantos días tan intensos, la panadería finalmente lucía tan llena de vida como sólo sus padres lo habrían hecho.
— ¡Eso huele delicioso! —Dijo Tikki sonriente.
Marinette sonrió de vuelta.
—Sí —dijo la chica—. Creo que con esto podremos compensar todo lo que no pudimos vender en estos días. ¡Y también tendremos algo qué darle a Nathaniel!
—Creí que Adrien era el chico para ti —dijo Tikki—. Pero parece que esta otra cita realmente te ilusiona.
—Por supuesto que no. No es una cita. Nathaniel y yo sólo somos amigos.
Tikki supo que no había más que decir al respecto, pues la forma en la que Marinette sonría sin que eso incluyese sus habituales ataques de nerviosismo revelaba que no intentaba ocultar sus sentimientos.
En su corazón, el lugar de Adrien era exclusivo.
La campanilla en la puerta de la panadería anunció la llegada de un cliente. Marinette tomó una bandeja más para llevar a las estanterías, diciendo a la par que miraba a su Kwami:
—Debe ser Nathaniel. Quédate aquí, Tikki, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —sonrió Tikki.
Marinette se llevó una gran sorpresa cuando salió hacia la panadería y se topó con la presencia de aquel gato negro cuya cola dio una sensual sacudida a manera de saludo. La chica, por otro lado, tan sólo se detuvo en seco.
— ¿Chat Noir...?
Dejó la bandeja sobre el mostrador y caminó lentamente hacia el muchacho, quien se inclinó ligeramente hacia adelante para hacer una pequeña reverencia.
—Espero no interrumpir, prrrincesa —dijo él.
Besó los nudillos de la chica velozmente. Marinette agradeció que Chat Noir no hubiese tomado su mano vendada, que estaba convenientemente oculta debajo del guante de cocina.
Incorporándose de nuevo, Chat Noir esbozó su sonrisa seductora.
— ¿Qué haces aquí, Chat Noir? —Preguntó la chica—. ¿Vienes a comprar pan...?
Chat Noir rió.
—Dudo que haya un pan más dulce que tú, hermosa.
Marinette arqueó una ceja.
—Seguro... S-si estás buscando a Ladybug, no la encontrarás. Ella no está aquí.
La sonrisa del chico no se esfumó, aunque por dentro sintió el duro golpe de la decepción al haber perdido la oportunidad de pasar un rato más con la chica de sus sueños.
Sin embargo, la mención de Ladybug despertó en Chat Noir algunos impulsos que en un principio no creyó que aparecían en él. En sus adentros escuchó la risa de Plume Mortelle, quizá burlándose de esos instintos primitivos que le impedían al chico concentrarse en lo que era realmente importante. Su semblante se ensombreció ligeramente, recordando que el peligro aún era latente.
—Ladybug te lo ha dicho, ¿no es cierto? —preguntó él—. ¿Te ha dicho lo que está sucediendo?
Marinette asintió, sintiéndose un tanto nerviosa y expuesta.
—E-ella dijo que esa mujer, Plume Mortelle, está detrás de Adrien y de mí... D-dijo que tú cuidarías a Adrien. Chat Noir, por favor, dime qué haces aquí. ¿Acaso Adrien...?
La sonrisa seductora volvió al instante.
—Este gato nunca falla —dijo el chico—. Adrien está a salvo. Tan sólo he venido para asegurarme de que todo está en orden por aquí. Supe que tenías una cita.
Las cejas de Marinette volvieron a arquearse.
— ¿Una cita...? —dijo ella—. Por supuesto que no, ¿quién te lo ha dicho?
—Tengo mis métodos para enterarme de las cosas. Y creo que ese muchacho no te conviene.
Marinette rió. Pudo haber hecho algún omentario acerca de los evidentes celos del gato negro, si tan sólo aquello no hubiese puesto en peligro su otra identidad. Después de todo, sólo Ladybug habría podido hablar acerca del enamoramiento que Chat Noir tenía hacia la chica enmascarada.
Se encogió de hombros, riendo desde sus adentros, y decidió sacarle provecho a la situación.
—Tengo un par de bandejas más en la cocina —dijo la chica—. ¿Podrías ayudarme? Te daré galletas.
— ¿Las has preparado tú?
—Sí.
—Entonces, será para mí un honor ayudarte.
La chica rió cuando Chat Noir se inclinó de nuevo para besar sus nudillos.
Ambos echaron a andar hacia la cocina, donde Tikki tuvo que ocultarse a toda velocidad detrás de algunos paños cubiertos de harina. Chat Noir se sintió cálidamente recibido al aspirar el aroma del pan recién horneado. Su sonrisa seductora cambió al instante, volviéndose más cálida y más auténtica.
Marinette sonrió de vuelta, cumpliendo con lo prometido. Tomó una galleta de chocolate y la entregó en manos de Chat Noir, quien al instante dio el primer mordisco.
El chico no pudo decirle a Marinette que la galleta era tan deliciosa como aquellas que ella también había horneado para obsequiarle durante la primera cita.
—Deliciosa —dijo el chico—. Pero creo que has horneado suficiente pan como para alimentar a un ejército.
—Es lo menos que puedo hacer... Desde el día en que atacó Caféiné, estuve demasiado distraída y no trabajé tanto en la panadería como debí hacerlo... Quiero compensarlo.
— ¿En dónde están tus padres?
—Se han ido de vacaciones. Dos largas semanas en Hong-Kong.
Chat Noir silbó.
—Así que estás sola —razonó el chico.
—Alya viene por las tardes.
—Bueno... Si quieres a alguien que te acompañe por las noches, ya sabes a quién llamar.
Marinette puso los ojos en blanco, aprovechando un momento en que consiguió darle la espalda para encargarse del horno. Al girarse de nuevo, intentó esbozar una sonrisa soñadora.
—Me halagas, Chat Noir —mintió—. Cualquier chica a la que le hagas esa clase de propuestas, seguramente caería a tus pies.
—Mi hermosa Bugaboo es la única a quien le permito caer en mis redes.
No soy tu Bugaboo, pensó la chica.
La campanilla volvió a escucharse en la entrada de la panadería, alertando a Marinette. Pasando por alto la forma en la que Chat Noir se tensó repentinamente, intentando mirar hacia ese punto a través del rabillo del ojo mientras sus orejas se movían en la dirección del sonido, Marinette se deshizo del delantal y del guante de cocina.
—Debe ser Nathaniel —dijo ella—. Chat Noir, ¿puedes ayudarme a...?
Se detuvo en seco, sintiendo un escalofrío recorrerle de pies a cabeza, al posarse la mano de Chat Noir sobre su hombro.
—No te muevas —dijo él, esbozando una expresión seria e impenetrable.
— ¿Por qué no? —preguntó ella.
El chico suspiró en silencio, intentando deshacerse de esas sensaciones desagradables para poder responder.
—No es Nathaniel.
— ¿Qué...?
—Quédate aquí, Marinette. No salgas.
A pesar de las advertencias, Marinette siguió los pasos de Chat Noir. Tomó un cuchillo para pan antes de salir hacia la panadería, donde ambos tuvieron que detenerse al darse cuenta de que una chica no mayor que ellos los miraba de vuelta desde el umbral de la puerta.
Sólo en ese momento Marinette pudo darse cuenta de que Chat Noir tenía excelentes motivos para sentirse tan incómodo. Para comportarse con tanto recelo.
Aquella chica, cuyo vestuario tenía un estilo un tanto bohemio, llevaba una libreta fuertemente abrazada contra su pecho. Su flequillo negro, cuyas decoloraciones teñidas de color rojo recordaban un poco al estilo de Juleka, cubría parcialmente su ojo izquierdo. Aquellos iris, de un intenso color azul, paralizaron por completo a Marinette. Es escalofrío aumentó, así como se hizo presente una desagradable sensación de paranoia.
— ¿Podemos ayudarte en algo? —preguntó Chat Noir con recelo.
La chica, esbozando una siniestra y sádica sonrisa, asintió.
—Quiero pan —dijo.
El cinismo en su voz causó que Marinette sostuviera con más fuerza el mango del cuchillo. Chat Noir hizo otro tanto, sujetando su vara con más fuerza. Ambos vieron a la chica bajar aquella libreta lentamente, despertando los instintos de alerta y supervivencia.
—Dije que quiero pan.
Marinette intentó dar un paso al frente, que Chat Noir impidió extendiendo un brazo para bloquear el camino. La chica, sin embargo, sólo pudo fijar su mirada en la forma en que la puerta de la panadería se abrió lentamente para dejar entrar a Nathaniel.
Para dejar entrar al caos.
La chica misteriosa se giró lentamente y extendió un brazo hacia Nathaniel, revelando la piel grisácea y cadavérica que en aquella ocasión estaba cubierta de escamas que recordaban a la piel de una serpiente. Las afiladas garras, sin embargo, eran idénticas a las de aquella enemiga invencible. La mano de dedos largos y huesudos se cerró alrededor del cuello de Nathaniel. Con la mano libre, la chica se despojó de su chaqueta para dejar al descubierto sus alas. Disparó una ráfaga de plumas que Chat Noir no pudo contener, pues le pareció más importante por un momento proteger a Marinette para evitar que los cristales rotos de las ventanas cayeran sobre ella.
La risa de Plume Mortelle se hizo escuchar.
Al incorporarse, Marinette y Chat Noir descubrieron que Nathaniel había desaparecido.
So
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