Capítulo IV: ¿Qué Pasa con Marinette?
—Alya... T-te... ¿Te encuentras bien...?
Tikki escuchó que la última alarma de emergencia ya se había activado, sin que la chica echa un ovillo en la cama hiciera siquiera un movimiento para apagarla. Así que tuvo que revolotear para apagar ese sonido, volando después hacia la ventana para que abrir las cortinas y permitir que comenzara a entrar la luz del sol a la habitación. Eso sólo le dio al entorno un aire un tanto menos deprimente.
—Estoy bien... ¿Dónde te metiste? ¡Ladybug estuvo aquí! Y... Y-y... Marinette, t-tengo algo que decirte...
Con las cortinas abiertas, Tikki voló hacia el armario. Abrió las puertas y buscó una muda de ropa. El peso del conjunto en general casi superó sus fuerzas, pero supo resistir para llevar la muda hasta la cama. Marinette no se fijó en ello. Tan sólo mantuvo su rostro oculto detrás de sus rodillas.
—L-lo lamento... No pude hacer nada para evitarlo. Ladybug fue detrás de ella, pero...
El móvil recibió una llamada. La fotografía del padre de Marinette apareció en la pantalla. Tikki dejó que se activara el buzón de voz, a pesar de saber que eso sólo aumentaría la preocupación. Sin duda, los padres de Marinette ya se habían enterado del incidente. Y la devastada chica lo sabía. Además de no haber podido alcanzar a aquella rival misteriosa, ya estaba arruinando las vacaciones especiales de sus padres.
— ¡Te pedí que cuidaras a Manon, no que la dejaras en manos de tu amiga mientras tú ibas a enrollarte con un muchacho! ¡Confíe en ti...!
Su mejilla aún dolía luego de que Nadja Chamack, la madre de Manon, le hubiese dado aquella bofetada al escuchar la noticia. Aún recordaba que su reacción fue únicamente retroceder y llevar una mano al sitio del golpe, mientras Alya y Adrien se encargaban de hacer que Nadja retrocediera. Pero las acusaciones no cesaron, sin importar cuán sinceras fueran las disculpas de Marinette. Nadja terminó por romper en llanto cuando, además, supo que nadie tenía idea de si acaso los dos protectores de París habían alcanzado a aquella persona desconocida.
— ¡Mi hija está en manos de uno de esos monstruos, y todo es culpa tuya!
Apenas pudo disculparse con Adrien por el final tan desafortunado que tuvo su cita. Lo único que pudo hacer fue evitar que él se fijara en las lágrimas que querían brotar de sus ojos cada vez que Nadja continuaba con sus acusaciones.
— ¡El que llores no sirve de nada! ¡Mi hija sigue desaparecida!
El sollozo de Marinette causó que Tikki sintiera un vacío interno. Voló velozmente hacia ella y se posó justo frente a la chica.
—Marinette, levántate. Es hora de ir a la escuela.
Un sollozo fue la única respuesta.
—Marinette...
Las lágrimas comenzaron a correr de nuevo por las mejillas de Marinette.
—N-no puedo salir de aquí, Tikki...
Esa voz quebradiza resultaba más dolorosa de escuchar que el simple hecho de ver que la chica no era capaz de mirar de frente a quien le hablaba.
—Puedes hacerlo, Marinette. Tienes que sonreír.
— ¿Cómo...? Ladybug falló... No pudo salvar a Manon...
—Tal vez Ladybug haya fallado, pero ahora eres Marinette. ¡Y Marinette tiene que ir a la escuela!
—N-no... N-o puedo...
—Al menos llama a tus padres. Deben estar preocupados por ti. Seguramente la madre de Manon ya...
Tuvo que interrumpirse de golpe cuando Marinette finalmente levantó el rostro. Los ojos azules anegados en lágrimas, que en situaciones normales siempre estaban llenos de alegría, podían partir el corazón de cualquiera.
—Marinette...
—T-Tikki... Y-yo... D-debí alcanzar a Manon... D-debí ser más rápida...
—No podías hacer nada, Marinette.
—D-debí intentar algo más...
—Encontrarás a Manon pronto. ¡Ella tiene que estar bien!
La intensa mirada que Marinette le dirigió hizo que Tikki deseara haber transmitido en sus palabras toda la seguridad posible. También intentaba convencerse a sí misma. A pesar de sus temores, Marinette necesitaba que Tikki se convirtiese en su ancla para mantener la cordura. Aún a pesar de que Tikki estuviese pasando por la misma angustia.
—T-Tikki...
—Anímate, Marinette —suplicó la criatura—. Al menos levántate a comer algo.
—N-no quiero... S-soy una... u-una inútil...
— ¡No lo eres! ¡Eres la chica más valiente que he conocido! Pero tienes que levantarte de ahí. Pase lo que pase, tus amigos aún necesitan a Marinette. ¡Y la ciudad necesita a Ladybug!
— ¿Por qué necesitarían a alguien que es incapaz de rescatar a una niña?
—Porque eres una chica maravillosa. ¡Tienes que ser optimista! Cuando vuelvas a encontrarte con esa persona, ¡le demostrarás que no puede vencer dos veces a Ladybug!
—E-esto es... t-tan difícil... Y-yo tenía que cuidar a Manon. Si no hubiese salido con Adrien, y-yo...
Como recurso final, dándose cuenta de que las lágrimas comenzarían a brotar nuevamente, Tikki optó por revolotear hasta el rostro de la chica para posar una mano en la mejilla contraria a la que había recibido el golpe. Esa caricia tan pequeña, tan cargada de cariño y preocupación, logró contener las lágrimas.
—Marinette... Nadie pudo haber adivinado que esto pasaría. ¡Pero tienes que ser fuerte! Estas son la clase de emociones que Le Papillion busca para enviar a los akumas. Tienes que tener pensamientos felices, ¿recuerdas? ¡No dejes que esto te derrote!
Marinette asintió, aún cuando una parte de ella quería evitar hacerlo. Esbozó una triste sonrisa y enjugó sus lágrimas, diciendo aún con voz quebradiza:
—S-sí... T-tienes razón...
—Me parte el corazón verte tan triste, Marinette...
—E-estaré bien... Iré a ducharme.
Tikki no pudo hacer más que suspirar con un dejo de tristeza cuando Marinette se levantó de la cama, arrastrando los pies y enjugando una nueva carga de lágrimas que no parecía tener fin. Al perder de vista a la chica a través de la trampilla, Tikki sólo pudo dirigir una mirada hacia la ventana. El cielo, teñido de un hermoso color azul, no parecía ser acorde con el pesimismo y las emociones negativas que reinaban en aquella habitación.
Sería difícil lograr que Marinette saliera de aquel pozo, pero era algo totalmente necesario.
Tikki no tenía idea de que en ese preciso momento, en alguna parte oscura de París, alguien más ya se había percatado de la nube de pesimismo que se hacía cada vez más grande sobre los hombros de Marinette.
Se trataba de aquel hombre enmascarado, rodeado por cientos de pequeñas mariposas, que no tardó en reír cuando pudo embriagarse con los sentimientos de aquella chica destrozada. Extendió sus brazos hacia ambos lados, dándole la bienvenida a la sensación de que su plan estaba dando resultados.
Su voz grave y ligeramente intimidante resonó en las paredes de la oscura habitación.
—Frustración —dijo—. La emoción perfecta. La sensación de no haber hecho lo suficiente, aún cuando dentro de ti sabes que eso es totalmente cierto y que sólo te aferras a esperanzas vagas e inútiles.
El golpeteo de un par de tacones se hizo presente, avanzando hacia el hombre enmascarado junto con aquella risa gélida.
—Y es justamente nuestra querida Marinette Dupain-Cheng quien está sintiéndolo —dijo aquella mujer, curveando sus labios negros en aquella siniestra sonrisa. Sus alas dieron una sacudida, liberando a un par de plumas de color negro que cayeron al suelo—. Te lo he dicho, ¿no es cierto? Todo está encaminándose en la dirección correcta.
—Aún cuando puedas estar equivocada, esa chica sin duda posee aptitudes inigualables.
Las diminutas pupilas de la mujer, de color negro que contrastaba con el blanco de su iris, se dirigieron velozmente hacia él. La molestia era palpable, y ella no se molestó en ocultarla. Pronto, el blanco comenzó a tornarse del color de la sangre.
—Estoy segura de que es ella —respondió la mujer con firmeza—. Yo misma la vi transformarse en Ladybug. Así que si conseguimos tenerla en nuestro poder, no habrá nadie que pueda detenernos.
—El primer paso es destruir a Chat Noir —decidió Le Papillion, borrando al instante su sonrisa y demostrando así que no estaba dispuesto a andar con rodeos—. Has hecho bien tu trabajo hasta ahora... Es mi turno. Ve a encargarte de nuestra invitada.
Ella no tuvo más opción que asentir, alejándose del hombre. Sólo cuando estuvo totalmente solo, Le Papillion esbozó nuevamente su sonrisa. Y sin pensarlo dos veces, tomó a aquella mariposa entre sus manos para decir:
—Ve, mi pequeño akuma. Ya sabes qué hacer.
Liberó a la mariposa, que se había tornado de colores oscuros, y permitió que ésta saliera de aquella oscura habitación.
Casi cuarenta minutos tardó Marinette en transformarse de nuevo en aquella chica alegre, optimista y bondadosa. O, al menos, hizo su mejor intento. Bajó a preparar un desayuno simple, luchando contra sus repentinos momentos de infinita tristeza, y decidió disfrutar de la compañía de Tikki. La pequeña criatura no se dejó engañar tan fácilmente, pues era imposible que Marinette ocultase por completo las sensaciones que seguían apoderándose de su mente.
Una vez que estuvo enteramente lista, pudo salir al fin de casa para caminar lentamente hacia la escuela. Tikki se ocultó en el bolso que Marinette siempre llevaba consigo, y esperó pacientemente a que la chica hubiese cerrado con llave la panadería. De haber podido salir sin temor a ser descubierta, habría acompañado a la chica sentándose en su hombro. No le quedó más opción que permanecer en su escondite, sólo imaginando la expresión que debió haberse dibujado en el rostro de Marinette cuando su móvil recibió una nueva llamada de su padre.
Tras suspirar como señal de resignación, la chica suspiró y respondió a la llamada.
—H-hola...
Al otro lado de la línea sólo pudo escuchar el amortiguado sonido de lo que parecía ser algún programa de televisión. Era difícil decirlo. El chino no era su fuerte.
— ¡Marinette! ¿En dónde te habías metido? ¡Tu madre y yo estábamos preocupados por ti!
—L-lo sé... Lo lamento... H-han sido horas muy largas.
— ¿Te encuentras bien? Supimos lo que sucedió...
—S-sí... Y-yo... Y-yo llegué a la panadería cuando... C-cuando...
Las lágrimas comenzaron a brotar nuevamente de sus ojos, por lo que tuvo que detenerse para enjugarlas.
No estaba lista para hablar del tema.
Tal vez, no lo estaría hasta haberlo resuelto.
—Y-yo... T-tengo que colgar. Y-ya estoy por llegar a la escuela y...
Al otro lado de la línea, sus padres intercambiaron una mirada de angustia.
La voz quebradiza de Marinette los afectaba también.
—De acuerdo, hija —respondió su padre—. ¿Podrías llamarnos más tarde?
—S-sí... Lo haré. Y-yo... P-papá...
— ¿Sí...?
La chica estalló en un sonoro sollozo.
—P-perdóname... —suplicó entre lágrimas—. N-no debí pedirle a Alya que... D-debí quedarme en... U-ustedes confiaron en mí y... P-papá... Lo lamento...
Terminó la llamada en ese momento, sin esperar más respuestas. Dejó nuevamente el móvil en su bolsillo y caminó a paso veloz hasta llegar a la entrada de la escuela. Pasó justo frente a Alya, sin dirigirle siquiera una mirada y sin prestar atención a lo que decía su amiga para llamar su atención. Tan sólo permitió que sus pasos erráticos la transportaran hasta aquellas escaleras en el interior del edificio, en las que tomó asiento y abrazó nuevamente sus rodillas. Tikki la miró con angustia, sintiendo que la tristeza de la chica le pertenecía también a ella. Pero no pudo salir para consolar a la chica. No podía arriesgar el anonimato de Ladybug en ese momento, e incluso Marinette estaba consciente de ello.
Quizá a causa del deseo de mantener sus prioridades en su sitio fue lo que causó que Tikki no pudiese percatarse de que aquella mariposa oscura se posó justo en el dorso de la mano de Marinette. Como un cristal rompiéndose en mil pedazos, la mariposa oscura se adentró en la piel de la chica. Una pequeña punzada de dolor causó que Marinette dejara de abrazar sus rodillas, mirando su mano en busca de la razón por la que había sentido aquello.
Pero no había nada.
No había siquiera una pequeña marca.
— ¿Marinette...?
Y la chica, por alguna razón, se sobresaltó de manera inesperada al escuchar la voz Adrien Agreste que la llamaba a pocos centímetros de distancia.
Él, de pie frente a ella, sólo pudo tener una mano para ayudar a la chica a levantarse.
—A-Adrien...
No hubo sonrojos.
No hubo nervios.
Marinette sabía, muy en el fondo, que no era el momento para ser una chica enamorada.
Y tal vez la mirada triste de Adrien fue lo que le ayudó a saber que, de alguna manera, no estaba tan sola como comenzaba a sentirse.
— ¿Podemos hablar? —preguntó él.
La chica asintió.
En aquel sitio oscuro de París, Le Papillion esbozó una siniestra sonrisa.
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