8- ¿Por que?
Me despierto y ya no tengo a Kibum a mi lado. Frunzo el ceño y me siento en el colchón para mirar a mi alrededor.
La ropa ya no está en el suelo, así que probablemente él la recogió. Pensaría que tal vez se fue pero estoy seguro, muy seguro de que ha de estar muy adolorido como para caminar, además de que tampoco debe tener dinero.
Quito la sábana de encima de mi cuerpo y voy hasta el baño, que es el lugar donde se encuentran todas mis probabilidades. Y sé que no me equivoco cuando entro y lo encuentro en la bañera enguagando toda la espuma de su cuerpo.
—Qué aseado —digo apoyándome en el marco de la puerta.
—¿Eh? —me mira, se ruboriza y frunce el ceño—. ¡Vete! ¡Vete! ¡Vete!
Me tira el jabón y éste golpea mi pecho. En vez de quejarme, me río y camino hasta él.
—¿Te duele? —me siento en el borde y Kibum se hace más pequeño.
—Te dije que te vayas —murmura poniendo sus manos sobre su entrepierna.
—Y yo te pregunté si te dolía —no me contesta. Sólo se muerde el labio y se niega a mirarme.
Pongo los ojos en blanco y meto mis brazos al agua. Él chilla e incluso me golpea cuando paso mi brazo por sus piernas y el otro por su cintura.
Empieza a patalear y a empujarme. Bufo y lo miro severamente.
—Si te sigues moviendo así, te caerás, golpearás y estarás más tiempo sin poder moverte —gruño cuando pellizca mi pecho desnudo.
Finalmente, parece pensárselo y se cruza de brazos. Hace un puchero que se me hace inevitable no besar. Se pone más rojo cuando siente sus labios siendo abordados por los míos.
Me alejo antes de que él lo haga y lo dejo en la cama con delicadeza. Abro los cajones buscando las toallas, cojo una y la tiro en su cabeza.
—Sécate —busco en el armario una camiseta y mi ropa interior.
Le quito la toalla, me pongo a cuclillas y agarro uno de sus tobillos.
—¿Q-qué haces? —los dedos de sus pies se encogen.
—¿Qué crees? —meto ambos pies por los huecos del bóxer y se los subo.
—Puedo hacerlo yo —detiene mis manos cuando llego a sus muslos.
—Como quieras —me levanto. Cojo mi teléfono y le envío un mensaje a Onew pidiéndole que me traiga el desayuno.
«Puedes decírselo a las personas del hotel. No me molestes un sábado por la mañana»
Es lo que me contesta y que me hace reír. Llamo con el teléfono del cuarto y pido el desayuno tal como me ha dicho Onew.
—H-hubieras pedido un chocolate caliente —murmura ya vestido con mi ropa.
Adorable.
—Puedo ordenarlo aún —me siento a su lado y acaricio su cabello casi seco.
—No, así está bien —se aleja y se levanta lentamente.
Suelto una carcajada sin poder evitarlo al verlo caminar hacia el control del televisor.
—Pareces pingüino —río sosteniendo mi estómago.
—¡Todo es culpa tuya! —me apunta con su dedo.
—Tú me pediste que lo hiciera —limpio una lágrima que escapó de mi ojo.
—N-no podía seguir evitándolo —desvía su mirada para tomar el control y caminar de regreso a mi lado.
—Me alegro que hayas tomado una decisión inteligente —sostengo su barbilla, la levanto y lo beso.
Se tensa pero aún así no tarda en abrir su boca cuando empujo mi lengua contra sus labios. Le acaricio el paladar, y saboreo por completo el sabor mentolado de la crema dental. Ladeo mi cabeza y sostengo su rostro entre mis manos. Observo fijamente sus párpados apretados, sus mejillas rojas y su entrecejo sumamente arrugado.
Cierro mis dientes en su labio inferior y tiro suavemente de éste. Kibum se queja, lo vuelvo a besar y a enredar nuestras lenguas. Juego con la suya unos segundos, después la chupo y la muerdo con delicadeza.
Bajo una de mis manos a su pierna y la deslizo hacia arriba levantando la camiseta en el proceso. Llego a rozar su entrepierna cuando llaman desde afuera. Me separo de él con un chasquido. Un hilo de saliva se rompe entre nosotros y se pega a su barbilla. Lo lamo y sonrío.
—Pareces un tomate —me pongo de pie y camino hasta la puerta. La abro y está la misma recepcionista de la vez pasada con la blusa abierta mostrando su escote.
—¿Quieres que terminemos esto adentro? —se muerde el labio y mueve su cadera de un lado a otro.
Suspiro, cojo la bandeja con el desayuno y aclaro mi garganta.
—Creí que la prostitución estaba prohibida en Corea —cierro la puerta un poco más fuerte de lo normal y me volteo.
La televisión está encendida en el canal de Disney. Arqueo una ceja y me convenzo de que es normal en Kibum.
Después de todo todavía en un niño.
—¡Fresas! —brinca cuando me ve, olvidándose al parecer del dolor.
—Son mías, engendro —alzo la bandeja para que no las alcance.
—Pero, pero, pero...el deayuno es para ambos —hace un puchero que me hace gruñir y maldecirlo por provocarme.
—Sí pero estas nenas son mías —dejo la bandeja en la mesita de noche y cojo el plato de las fresas.
—Ojalá te atragantes —farfulla gateando hasta sentarse en el borde de la cama.
—No me preocupa morir.
—Ojalá eso te quedes sin tener erecciones por toda tu vida —dice metiéndose una tostada francesa a la boca.
—Auch. Eso duele —me como una fresa—. Están ricas.
—Cállate si no me vas a dar.
—Tengo muchas ganas de darte, Bum —me como otra—. Ganas de estar nuevamente en medio de tus piernas haciéndote gemir y...
—¡No te escucho! ¡Soy de palo, tengo orejas de pescado! Lalalalalalalala —cubre sus oídos con sus manos y mueve su cabeza de un lado a otro.
—Deja de ser infantil.
—Y tú deja de ser un pervertido.
—¡No puedo!
—¡Pues yo tampoco y dame una fresa!
—¡No! —golpeo su mano cuando ésta se acerca peligrosamente a mis nenas.
—Egoísta.
—Tonto.
—Idiota.
—Nenaza.
—Viejo.
—Este viejo te dio la mejor noche que jamás imaginaste —saco mi lengua y devoro el resto de fresas.
—Y esta nenaza no está orgullosa de eso —niega—. Orgulloso.
—No me vengas con que te arrepientes.
—¿Y qué pasa si es así? —me reta con la mirada.
—Te violaré —le quito el tenedor con el tocino.
—No si no me dejo —se come un trozo de manzana.
—De eso se trata.
Dejo la comida a un lado y me abalanzo sobre él.
—E-espera —beso su cuello y con ayuda de mi brazo levanto su pierna.
—Nop.
Me empujo contra él buscando despertar su miembro y el mío. Echa la cabeza hacia atrás y gime bajito.
Subo mis manos por sus costados, acariciando y levantando su camiseta en el proceso. Desciendo besando y mordiendo toda su piel; atrapo uno de sus pezones y lo chupo con morbo.
—Ah —empuña mi cabello. Aguanto las ganas de sonreír cuando me fijo que no ha intentado separarme.
Vuelvo a empujarme contra él sintiendo la tela de mi pantalón chándal volverse apretada. No llevo ropa interior y eso me excita ya que lo único que me separa de Kibum es la tela.
Ataco su otro pezón y sus piernas rodean mi cadera. Era algo que ya tenía previsto. Una vez que pruebas el sexo no puedes dejarlo. Y obviamente, Kibum no es la excepción. Una vez que sus botones sensibles de su pecho han pasado de un rosa claro a un rojo intenso además de estar erectos, me alejo lo suficiente para quitarle mi camiseta. Intento quitarle la ropa interior pero me detiene.
—¿En serio? Bum cariño —agarro mi miembro por encima de la tela, mostrándole lo excitado que estoy—...mira esto.
—A-aún duele —bufo y asiento.
Es cierto. No han pasado ni veinticuatro horas desde que le quité la virginidad. Me pongo de nuevo entre sus piernas y alineo mi miembro con el suyo. Lo beso intensamente sin dejar de empujarme contra él. Siento sus manos en mi espalda, arañazos nuevos y un apretón a mi trasero por debajo del pantalón.
Sonrío contra su boca. Ya habrá tiempo para molestarlo por eso. Sostengo sus piernas fuertemente, clavándole los dedos en los muslos.
—Maldición —gimo moviéndome más rápido contra él.
Chupo y muerdo su clavícula para hacer una marca que me aseguraré que vea Taemin después. Sus talones se clavan en la parte trasera de mis piernas y su cadera se mueve hacia abajo en busca de más fricción.
Mi ropa empieza a humedecerse. A Kibum se le pega el cabello al rostro por el sudor a pesar de que está encendido el aire acondicionado.
Arquea la espalda y gime más alto con mi nombre de intermedio al llegar a su clímax.
—Bum —digo y también me libero.
Lo miro desde arriba divertido y muerdo su nariz. Quita sus manos de mi trasero totalmente avergonzado.
—¿A qué vino eso? —pregunto.
—N-no sé a qué te refieres.
—De acuerdo —río—. ¿Por qué me cogiste el trasero?
—Por favor, ¿podrías fingir que no lo hice? —cubre su rostro con sus manos.
—No. Se supone que no te gustan los hombres, que yo soy el pervertido y que no estás orgulloso de haberlo hecho conmigo —me quito de encima para recostarme a su lado—. ¿Entonces?
—No lo sé —se encoge de hombros—. Fue un impulso, supongo.
—Espero tengas ese impulso nuevamente para mañana. Porque no te librarás de mí.
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