4-Te odio
El toc toc que escucho a lo lejos entre más tardo en levantarme de la cama más insistente se vuelve. Estiro mi brazo y cojo mi celular para ver la hora.
—Aún es temprano —susurro y me hundo en la almohada nuevamente.
La puerta se abre bruscamente y yo me siento de inmediato en el colchón. Gruño cuando veo que es Onew con una caja.
—¿Puedo saber qué es esto? —la deja en el suelo y pasa una mano por su cabello.
—Una caja —respondo con indiferencia, bostezando.
—Sí, una caja con tus juguetes dentro —que dijera eso fue suficiente para que yo me levantara y me pusiera a revisarla como cuando un niño recibe un regalo.
—Los había olvidado —susurro emocionado sacando las colitas de gato, conejo, zorro y otros animales.
—¿Tienes idea de la vergüenza por la que pasé?
—No, y no me interesa —saco los vibradores y el resto de cosas—. Me alegra que esté todo.
—Igual no vas a poder usarlos.
Sus palabras hacen que mi animo decaiga pero, de inmediato llega a mi mente el rostro de Kibum.
—Los usaré antes de lo que crees —sonrío de lado.
—Espero que no sea con Kibum porque...—se detiene cuando lo miro
—. Es él, ¿cierto?
—¿Lo conoces?
—Todos los del hotel lo conocen —murmura apretando el puente de su nariz.
—¿Todos?
—Todos —afirma asintiendo—. Sobretodo la recepcionista. Ella solía cuidarlo antes que tú.
Me pongo de pie y estiro mis piernas. Voy hasta el armario y saco mi ropa favorita. El pantalón de cuero negro y la camisa blanca que se amolda a mi pecho.
—¿A dónde vas? —pregunta Onew cuando empiezo a desvestirme.
—A seducir a la recepcionista para que me hable de Kibum —me pongo unos tenis y me miro en el espejo.
—¿Para qué quieres saber de él?
—Ese chico es travesti pero no parece ser gay —me siento en la cama y ato los cordones.
—Que no caiga a tus pies no quiere decir que no lo sea.
—No lo digo por mí —río—. Se viste de chica pero no es afeminado y si al menos no le gusto yo debería haberse sentido atraído por mi cuerpo.
—Eres tan narcisista —niega con su cabeza. Me levanto y voy hasta él—. Quiero saber algo.
—¿Qué? —tiendo mi mano y él pone las llaves del auto en ella. Adoro cuando Onew entiende la indirecta.
—¿Te gusta Kibum?
—Si el hecho de que quiero tener sexo con él significa eso como nunca he sentido con nadie pues sí —doy media vuelta yendo a la puerta.
—Espera —pone su mano en mi muñeca—. ¿Por qué Kibum?
—No me digas que te gusto —pongo mi otra mano sobre la suya y la apreto. Él la quita.
—No —pone los ojos en blanco—. Kibum es intocable.
—También creía eso pero si la señora Kim ofreció que saliera con Taemin, ¿por qué no conmigo?
Suspira, cierra los ojos y los vuelve a abrir.
—Ese chico puede que te parezca insoportable, engreído y un mocoso inmaduro —pincha mi pecho con su dedo—. Incluso más que tú pero —hace una pausa y me mira fijamente— tiene un corazón demasiado noble y dulce. Jamás haría algo para lastimar a alguien más y...
—Sí, sí, sí —muevo mi mano frente a él—. No me involucraré con Kibum sentimentalmente.
—No lo lastimes.
—Lo único que saldrá lastimado de él será su bonito trasero —palmeo su hombro y salgo.
Me meto al ascensor y pulso el botón de PB. Cuando llego, camino decidido hasta la rubia con labios rojos.
Pongo mi brazo en frente de ella y me inclino para que me vea.
—Hola preciosa —levanta la cabeza y se sonroja.
No es igual a él.
—¿S-se le ofrece algo? —se pone de pie y arregla su perfecto cabello peinado en una coleta.
—Sí. Quiero dar una vuelta contigo —paso la lengua por mis labios y miro los suyos.
—No puedo dejar mi lugar de trabajo —en un sutil movimiento deja ver su escote.
—No tienes por qué hacerlo —la veo estremecerse ante mi voz ronca. Siempre funciona.
—Ven —toma mi mano. Mira a los lados y tira de mí.
La sigo sin problemas dispuesto a sacarle información después de tener un poco de acción, claro.
—Hola mamá —me detengo de golpe y ella se gira confusa.
—Cariño —agudizo mi oído—. ¿Cómo así por acá?
—Quiero pedirte un favor —me suelto de la mano de la chica que frunce el ceño.
—¿Qué es?
—En la habitación de Minnie... —carraspea— de Minho se quedó mi uniforme y ya es tarde.
Me volteo y veo a Kibum parado en la puerta. No sé si decepcionarme porque lo veo con ropa de niño o sentirme excitado porque sus piernas se ven bonitas sin las medias del otro uniforme. Camino a zancadas hasta ellos. La señora Kim me mira, sonríe y antes de que Kibum se dé cuenta yo ya tengo mi brazo sobre sus hombros.
—Hola Bum —se tensa cuando beso su mejilla.
—Vaya suerte —aplaude su mamá—. Lo siento, bebé. Debo irme. Te quiero.
Observo su espalda alejarse y las puertas del ascensor cerrarse. Dirijo mis ojos a Kibum y como ya es costumbre, él está rojo.
—M-Minho —murmura y quita mi brazo—, en tu habitación está...
—Te escuché —enredo en mi dedo un mechón de su cabello y lo beso—. Vamos a verlo.
—¿No puedes traerlo? —se aleja con delicadeza y desvía sus ojos hacia un lado.
—Ya lo dijiste. No puedo —agarro su mano y tiro de él hacia las escaleras.
—Llegaré tarde —intenta soltarse pero no lo dejo.
—No conmigo —apresuro el paso al igual que él.
Su mano es tan pequeña comparada con la mía.
—V-voy a sudar —dice de repente cuando ya estamos en el sexto piso.
Ruedo los ojos. Me giro, me agacho y paso un brazo por su cintura y el otro por sus piernas. Lo levanto, él suelta un pequeño grito.
—¿Qué...?
—Te quejas mucho.
La subida de las escaleras que faltan no es tan complicada pues Kibum es muy ligero. Se mantiene mirando mi pecho fijamente y sus brazos están a peso muerto a los lados. Es demasiado orgulloso. Una gota de sudor baja por mi sien, se desliza por mi cuello y se pierde en la camiseta.
—Ya puedes bajarme...
Lo ignoro y sigo hasta la habitación. Por suerte, Onew ya no está. Lo dejo encima de la cama y me muerdo el labio.
—¿Qué pasa? —cierra las piernas y se baja la falda.
—Te verías tan lindo de gatito —dejo de lado el propósito de haberlo traído a la habitación y abro la caja a mis pies. Saco la diadema de orejas y la cola de gato. Me pongo recto y me acerco nuevamente a él.
—Se me hace tarde —se levanta pero yo lo vuelvo a sentar. Con mi pierna abro las suyas y me pongo de rodillas en medio de ellas.
Está tan rojo que parece que va a incendiarse y su respiración está tan irregular que parece querer colapsar.
Alzo mis brazos y le pongo la diadema. Acaricio su mejilla con delicadeza y rozo sus labios con los míos.
—No vayas a clase —sigo bajando mi mano por su cuello, por su pecho, abdomen y me salto a su muslo.
—Yo...—coge mi mano y la aparta—. Debo irme.
Hace ademán de pararse sin embargo, yo lo empujo en la cama de espaldas y me pongo sobre él.
—Quise ser lindo contigo pero eres tan difícil —suelto una carcajada y atrapo sus manos con las mías. Las pongo sobre su cabeza y subo mi rodilla para poder levantar su falda.
—¡Suéltame! ¡No me toques! —se remueve bruscamente y sus ojos se humedecen.
—Umm —finjo pensar y muevo mi cabeza de un lado a otro—. Nop.
—Minho —alcanza a decir y después, tengo mi boca sobre la suya.
Ladeo mi cabeza y lo beso hambrientamente. No me corresponde, así que muevo mi rodilla en círculos sobre su miembro. Él ahoga un gemido en mi boca y yo aprovecho para meter mi lengua y entrelazarla con la suya. Mueve sus piernas queriendo golpearme. Presiono más su entrepierna hasta el punto de causarle dolor. Me muerde la lengua, dejo de besarlo y reemplazo mi rodilla por mi semi erección.
—Por favor no —un lágrima humedece la sábana.
—¿No qué? —me empujo contra él simulando una penetración—. ¿Que no te viole?
Llora pero su miembro creciendo contra el mío me hace saber que de algún modo también le gusta.
—Detente —gime. Aunque no estoy seguro si es por las estimulaciones o porque está llorando.
Hundo mi cabeza en su cuello y lo muerde con suavidad para no dejar marca, lo lamo y él se estremece.
Bajo mi boca por su pecho y muerdo sus pezones por encima de la tela.
Arquea la espalda y suelta un gemido agudo. Me froto una vez más contra él y me levanto. Me levanto y muerdo mi labio mirando su erección húmeda en la ropa interior de mujer. Siento mi pantalón muy apretado porque también estoy excitado.
—Sabía que sería muy caliente verte así —el cubre su rostro con ambas manos y se sacude llorando.
—T-te odio —su voz suena ahogada.
—Lo sé —sonrío y me acerco a él.
Le bajo la ropa interior y me sorprendo de que no se resista. Tomo su erección en mi mano y lo masajeo suavemente. Su pelvis está libre de vello. Vuelve a gemir bajito. Con mi pulgar le acaricio la punta y lo presiono con delicadeza. Mientras lo masturbo con mi mano, yo me muevo frotándome con la cama.
Sus caderas se impulsan hacia arriba de manera automática cuando aumento la velocidad. Muerdo su muslo y chupo su piel esta vez con la intención de dejarlo marcado.
Quita sus manos y me mira. Le dedico una sonrisa, pone los ojos en blanco, bufa y se corre. Lo hago tiempo después. Limpio mi mano en la sábana, me bajo de la cama, voy al baño y humedezco una toalla. Regreso y suspiro de alivio cuando veo que no se ha movido. Lo limpio, le saco la ropa interior, la tiro a mi espalda y le doy un bóxer mío.
—No fue tan malo después de todo —comento riendo.
—¿No fue tan malo dices? —jadea. Se pone de pie para poder colocarse el bóxer—. Siempre te burlas de mí y mi mamá te quiere más de lo que me quiere a mí.
—¿Por eso me odias?
—¿Eh?
—Tus razones son estúpidas —me quito el pantalón y le doy una patada al final.
—Eres demasiado narcisista y egocéntrico.
—Hay personas peores que yo —lo miro neutral. Sus ojos se posan por pocos segundos en la gran mancha que tengo en medio de las piernas, vuelve a ruborizarse.
—Da-dame mi ropa.
—Está en el baño —me tiro en la cama boca abajo y cierro mis ojos.
Lo último que escucho es la puerta cerrarse y su voz diciendo:
—No me gustan los hombres...
Y me quedo dormido.
Cuando despierto estoy a oscuras, con la tela pegada a mi miembro. Aspiro con fuerza y descubro que se ha quedado impregnado su aroma en el colchón. Huele a vainilla. Mi celular suena. Miro la pantalla y contesto cuando veo quien es.
—Señora Kim.
—Hola, Minnie. Lamento llamarte a esta hora pero es de urgencia —me levanto a medias y frunzo el ceño.
—¿Qué sucede?
—¿Mañana podrías llevar a Bum al cine? Le prometí llevarlo al estreno de la película del Dr. Strange pero no voy a poder por mi trabajo.
Sonrío y muerdo mi labio.
—Claro. No hay problema.
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