Capítulo 26:

Cuando la estilista acabó de asesinar mi antigua apariencia me guío hacia unos amplios lavaderos donde quitó los restos del tinte y me lavó con esmero el pelo. Me alcanzó una toalla y me pasó el secador caliente de espaldas al espejo, me cepilló y al término de todo ese extenuante proceso me giró revelando mi nueva imagen en el cristal. No había rastros de la chica ingenua que un día fui...

—¿Qué raza de gato se supone que soy? —Murmuré angustiada cuando entramos en la suite, él se dejó caer en el sofá concentrando toda su atención en su teléfono. 

—Cuando era un niño su padre le regaló una hermosa persa negra, la encontró muy maltratada y desnutrida. Le conmovió tanto el estado del animal que decidió llevarla a casa, la nombró Kitty.

—Entiendo... Quiere convertirme en su reemplazo por eso el cambio de imagen...

—Desde luego que no, gato tonto. En una de sus sesiones de terapia su psicólogo le aconsejó dibujar a su mascota ideal, muy obediente le hizo caso y aquí está el resultado —Dorian sacó aquella misteriosa hoja del bolsillo de su saco, pude reconocerlo de inmediato, era el papel que le enseñó a Claver justo antes de comprarme—. No puedes negar que te pareces muchísimo.

Y estaba en lo cierto, era una ilustración de un neko real con cabellera negra y ojos azules, un híbrido sacado de la imaginación de una persona con serios problemas mentales, una versión masculina de mí, fue extraño y perturbador a la vez... Sería un felino y no cualquiera, un gato negro... 

—Imposible... ¿Cómo pudo dibujarme sin siquiera conocerme?

—Azares del destino, gato callejero. Anda, cierra la boca que se te entrará una mosca, y empieza a empacar. El vuelo sale a media noche.

Tardé en salir del trance, puse a buen resguardo el curioso dibujo para luego enfrentarme a la tarea más tediosa del día, ordenar mis escasas pertenencias. La brillante maleta que Dorian me había comprado para el viaje opacó abismalmente mi modesta mochila con la que llegué a Los Ángeles, atrás quedaban los días de verano en esa hermosa ciudad y no tenía idea si Eric me permitiría algún día volver de visita a esas grandiosas playas.

Empaqué todas las prendas que me obsequió durante mi estancia en el lujoso hotel que se quedaría con los primeros recuerdos de mi nueva vida, me estaba yendo muy lejos y lo que más me dolía era no poder despedirme de mi madre. No quería aceptar la idea de nunca volver a casa porque me generaba una gran pena, guardé silencio mientras observaba a la gente del servicio embalar todas las cajas en papel plastificado y ponerlas en un carrito que las llevaría directo al aeropuerto, junto a mis esperanzas de éxito. El reloj marcaba las nueve de la noche, habíamos pasado por el registro y estábamos esperando turno en la fila de migraciones, dos horas más tarde las paredes de metal empezaron a asfixiarme, era la quinta vez que me miraba en mi pequeño espejo, mientras me removía en el asiento de lo más incómodo. Creí que lo peor fue pasar por el exhaustivo registro migratorio, pero no, lo más terrible fue esperar que el avión despegara y volar.

—Vamos a morir todos, en la mayoría de películas el avión siempre explota y el nuestro también estallará en el aire. Lo sé...

—Chat de rue si continúas moviéndote de esa forma juro por Prada que te lanzaré a la bodega del avión, ¡y no habrá caja que no arruine tu perfecto rostro! —Dorian y su linda forma de calmar mis nervios—. Por cierto, te ves muy beau. Tranquilo.

—Gracias, señor Leroy. Pero eso no logra disminuir mis nervios, ¡jamás he volado antes! —Me mordía las uñas al borde de un ataque de pánico—. Cuénteme sobre aquella famosa Kitty para distraer el miedo, me dejó bien intrigado.

—Ni lo sueñes, chat de rue. No obtendrás más información de mí.

Hice un giro dramático sólo para lanzarle una mirada asesina a Dorian que ocupaba los dos asientos detrás de mí, junto a su cariñoso y apuesto novio. La aeromoza se acercó con un carrito repleto de botellas de licor que nos sirvió en copas anchas, snacks de todo tipo cuyos nombres no recordaría en toda mi existencia, otras chicas llegaron a entregarnos unos suaves cojines para el cuello, espalda, pies y brazos, en esa aerolínea se tomaban en serio la comodidad del pasajero. Los asientos eran confortables y bastante espaciosos, las pantallas empotradas para las películas eran enormes, en esa zona se podía reclinar los asientos tal cual fueran una cama personal. Nunca imaginé que viajar en el área de los ricachones sería tan placentero.

Definitivamente me agradaba mi nuevo estatus social, aunque fuera prestado.

Mis pensamientos se concentraron en Eric mientras me coloqué los audífonos, necesitaba reforzar el poco francés que recordaba de las clases si quería sobrevivir en París, fue más por precaución que le pedí a Dorian me comprara audiolibros de aprendizaje. De improviso el avión comenzó a moverse primero sobre la pista, en pocos minutos despegó y el estruendo fue tan espantoso que solté un grito desde lo más profundo de mi garganta, todo se me cayó al piso que no dejaba de temblar. Me levanté torpemente y también estuve a punto de caer, pero afortunadamente mi salvador llegó a rescatarme.

¡Qué vergüenza! 

—¡Dios no quiero morir en el cielo!

—¡Calme! Por el amor a channel, Andy —Dorian consiguió regresarme a mi lugar, y sacó una cajita de su bolso de mano—. Toma estas pastillas, son para el mareo. No tomes agua, sólo mastica como si fuera un dulce. ¿Entendido?

Acepté de buena gana porque era mejor cualquier calmante en lugar de continuar con mi suplicio, Dorian regresó a su asiento y se reclinó acariciándose en el pecho fornido de su fotógrafo. Me reprendí mentalmente, estaba comportándome como un gato cobarde, y con esa actitud no llegaría a cumplir mis sueños para taparle la jodida boca a todos los que se sintieron con el derecho de burlarse de mí por el simple hecho de haber nacido con apariencia masculina. La verdad me conmovió enterarme que Eric había cuidado de una mascota de verdad y conseguí entender su extraño deseo de tener un nuevo gato, pero claro, un tanto diferente. Me acomodé en mi asiento ardiendo de deseos por sentirlo cerca y sanar cada una de sus heridas, aunque jamás lograra enamorarme de ese sujeto. Me volví a poner los audífonos pero mi mente no prestó atención a las lecciones que se escuchaban, mis pensamientos volaron hacia la tierra de la incertidumbre sobre mi nuevo hogar, y de pronto caí en un profundo sueño... 

Cuando desperté felizmente el avión ya no estaba en movimiento, ¡estábamos en Francia!

—No te muevas, Andy —Ponce me sostuvo del estómago cuando me levanté de mi asiento—. Respira lentamente...—no podía hacerlo, me había quedado pasmado—. Expulsa el aire muy despacio —me susurró y conseguí hacerlo con dificultad—. Bien, ahora intenta hablar.

—¿Dónde está el señor Leroy? —Mi voz fue un murmullo ahogado.

—Bajó primero, se adelantó por las maletas y me pidió que espere a que te despiertes solo. Ahora es nuestro turno de bajar, ¿estás listo? —Me tomó de la mano animándome a caminar, y no me soltó hasta que salimos del avión—. ¡Bienvenido a Francia, Andrés Anderson!

Las escaleras me dieron vértigo pero logré guardar la compostura, y pensar que creía no poder seguir adelante en ese país por mi absurdo temor a volar, aunque no fue la gran cosa... Mis pies siguieron a los de Brandon hasta llegar al estacionamiento donde una réplica del auto de Barbie me desencajó la mandíbula.

—¡Oh por dios estoy en París! ¡Oh por Dios estoy en París! —Grité enloquecido mientras daba brincos de júbilo.

—Sí, chat de rue. Lo sabemos —no presté atención al sarcasmo de Dorian, en cambio, observé con extrañeza cómo mi par de hombres favoritos se despedían. Algo estaba mal.

—Espere... ¿Brandon no irá con nosotros?

—Sé que me adoras, pero fue un largo viaje y estoy exhausto. Necesito un descanso con urgencia, cuídate mucho —Ponce se inclinó para darme un corto beso en la mejilla, y luego atacó descaradamente a su novio—. Nos vemos luego, mi cielo.

—Te quiero encontrar repuesto, charme —Leroy le entregó un juego de llaves al bajar del coche—. Llegaré algo tarde pero juro que no te dejaré dormir en toda la noche...

—¿Diosito por qué no me recoges? —Imploré en un tono burlón y Brad se subió al precioso clásico deportivo brillante—. Hasta luego, Brandon. Espero verte pronto.

Minutos más tarde una inmensa limusina ocupó el lugar que dejó el fotógrafo al marcharse, la majestuosidad era de color marfil perlado y tenía tantas puertas que ni siquiera logré contar. Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron cuando el mismo Eric Brennan en persona bajó desde la parte del conductor para abrirnos la puerta, ¿acaso los millonarios parisinos manejan sus propios autos de lujo? Tenía el aspecto de un hombre maduro y amargado, era realmente alto y sus ojos verdes eran más bonitos de cerca, su sonrisa encantadora remarcaba las líneas de expresión que lucía en su rostro. Su mirada era penetrante y fría. Irina tenía razón, no tenía pinta de un hombre rico...

—Bienvenue à París, monsieur Leroy —la voz de Eric me causó escalofríos y su mirada se fijó en mí—. ¿Anderson?








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