Capítulo 2:


"Si eres mayor de edad, eres atractivo, bien dotado, te sientes sexy, y tienes talento para el canto y baile, te invitamos a postular para ser nuestro nuevo Charlie en esta temporada de verano. El prestigioso y exclusivo burdel para mujeres: "Piso 70" abre su convocatoria para que tengas tu ansiada oportunidad de conseguir el éxito, la fama y el dinero que tanto deseas.

¿QUIERES SER NUESTRA NUEVA ESTRELLA DE LAS CANDENTES NOCHES CALIFORNIANAS?

¡¿QUÉ ESTÁS ESPERANDO!?

Contáctanos en nuestra página web e inscríbete en el casting. ¡Y LISTO!

¡Bienvenido al mundo de tus sueños!

OPORTUNIDAD ÚNICA PARA CHICOS DINÁMICOS COMO TÚ".

Esas palabras seguían dando vueltas en mi mente desde que leí ese bendito anuncio en la página web, revisé una y otra vez la lista de requisitos para cerciorarme que nada me falte, y vaya que me faltaba algo de suma importancia; tener pene. Pero eso era un pequeño detalle que pensaba solucionar llegando al casting. Hice cuentas de todos mis ahorros para costear mi gran travesía y afortunadamente me faltaba muy poco dinero para obtener el monto que necesitaba. Aunque continuaba latente un gran inconveniente, recién había cumplido la mayoría de edad y la insensible de mi madre no se había preocupado en adelantar todos los documentos para mi carnet de identidad, ni siquiera me permitió tramitar la licencia de conducir. Caminé por el estrecho pasillo de mi habitación y sentí que me estaba ahogando entre esas cuatro paredes de color rosa, jamás me gustó ese color, pero mamá insistía siempre en que la alcoba de una chica debe ser "más femenina". Cuando el pestillo de mi puerta al fin sonó anunciándome la libertad busqué desesperadamente mi skate debajo de mi cama, y afortunadamente lo encontré enredado entre mi ropa sucia, definitivamente los quehaceres domésticos no eran lo mío, tampoco la colección de vestidos que ella insistió en comprarme. Guardé mi amada guitarra en su funda de gala no sin antes despedirme de ella con una honda tristeza martillando mi cabeza, era un sacrificio muy grande pero tenía fe en recuperarla muy pronto.

—¡Mierda...! Es hora de buscar soluciones desesperadas —me vestí con el atuendo más varonil que tenía, saqué mi skate del armario, y bajé de puntillas las escaleras evitando que me descubriera mi madre—. Somos tú y yo solos contra el mundo, Morty.

Las aceras de mi vecindario estaban desgastadas y eso arruinaba las ruedas de mi pequeño transporte, pero la turbulencia era poca a comparación de los insultos que empezaron a disparar sobre mí al pasar por la casa de los ricos, en verdad esa gente es hiriente e inhumana, aunque me hubiese caído bien un poco de sus billetes para poder largarme de mi ciudad de una vez por todas. Los insultos sobre mi estilo tomboy fueron subiendo de tono a medida que avanzaba por las casas bien adornadas con jardines inmensos llenos de rosales y duendes aterradores, cuanto más lujo tenía la casa más groseras eran las personas que la habitaban.

—¡Hey marimacha! ¿Aún no conoces a un hombre que te haga sentir mujer? ¡Te puedo presentar a mi primo, preciosa!

—¡Cállate imbécil!

El bullying había dejado de afectarme desde tercero de media, antes podía dejar de comer por la depresión que me causaba tanto acoso, pero el tiempo te enseña a volverte ruda e indiferente, cuando te das cuenta poco te importa, nada te duele. Al llegar al pórtico de la enorme casa de Joyce una gran sensación de alivio me invadió por completo, afortunadamente esa oportunidad evité ser golpeada brutalmente por algún misógino ebrio de la calle, pero mi suerte no iba a durar tanto como la homofobia en este mundo. El mayordomo francés me mostró su desprecio absoluto con solo una mirada al descubrir mi presencia detrás de la puerta. Nunca tuve su aprobación para frecuentar el hogar donde trabajaba, pero su jefa jamás le había importado mi condición social para dejarme visitarla. Recordé todo el revuelo que se formó en la escuela cuando se enteraron que éramos amigas con derechos mientras subía las interminables escaleras hacia la habitación principal que era del tamaño de mi sala, al principio me incomodaba tener al tipo respingado detrás de mis pasos midiendo al milímetro mis movimientos, pero en poco tiempo entendí que solo cumplía órdenes de los padres de Joyce, podía gozar de la absoluta confianza de la heredera de los Clifford, aunque la aceptación de sus padres no la tendría ni en mis mejores sueños.

—¡Cariño! ¡Te has tardado demasiado! —Joyce se acercó para saludarme con un pico en los labios.

Para mi sorpresa encontré a mis dos únicas amigas en ese absurdo tiempo escolar juntas, cada una tan diferente a la otra. La mayor de todas estaba metida en un ajustado vestido color ciruela que dejaba muy poco a la imaginación, mientras su largo cabello rojizo le daba el toque perfecto a su sensual aspecto. La menor de todas se ajustaba los pasadores de sus tenis, al verme se acomodó su coleta rubia, atlética y deportista, ruda y algo brusca, pero eso no le quitaba su aura femenina.

—Bien sabes cómo es mi madre, preciosa...—lancé una palmada en su trasero para luego besarla en serio, metí mi lengua a su boca para comerme sus divinos labios carnosos—. Me castigó.

—¿Otra vez...? —Protestó Joyce.

—¿Qué fue esta vez, Andy? Tu madre estuvo ladrando como un perro rabioso cuando pasé a buscarte de camino aquí —Liz, mi mejor amiga desde que tengo memoria, se mofaba de la situación—. ¡Grito, grito y más gritos! ¡Hasta se atrevió a negarte!

—Volví a reprobar el examen de admisión de la universidad, chicas. ¿No entiendo qué espera ella de mí? Creo que desea que yo sea igual de perfecta que Alex... Pero no puedo, no soy así...—no logré evitar que la tristeza se transmita en mis palabras al recordar el trato que mi madre tenía conmigo.

—No seas tonto, pastelito. Todas las madres quieren que sus hijos sean el ejemplo de la perfección y sabiduría —Joyce, quien se unió a nosotras tres años antes y de ese modo formamos el trío perfecto en la escuela, intervino en la plática—. El asunto es que no le das a tu madre motivos por los cuales mostrarse orgullosa, tampoco tus logros académicos ayudan tanto, bebé.

—¿Acaso le estás dando la razón a mi madre? ¿Qué hay de malo en mí? —Esa pregunta siempre había rondado en mi cabeza.

—¡¿Estás de broma!? ¡Si tan solo hay que mirarte! Lo único que tu madre quiere es su concepto de hija ideal, y tú no lo eres. ¡¿No te has visto en un espejo!? —Joyce inspeccionó su perfecta manicura.

Resoplé frustrada ante las palabras de mi amiga, nunca me importaron las críticas de los demás, pero que vinieran de los labios de alguien que apreciaba me lastimaba demasiado.

—Joyce, así no ayudas en nada. Será mejor que cierres esa boca impertinente —Liz regañó Joyce, sentándose con el respaldo de la silla hacia adelante, típico gesto agresivo en ella.

—¿Me estás jodiendo, Liz? No seas hipócrita, rubia. En el fondo solo aceptas a mí pastelito porque es el único que no juzga tu estilo deportivo, las demás chicas se burlan de ti porque nunca andas a la moda, amiga. Lo sabes, ¿no?

—¡Basta, Joyce! Me importa muy poco las absurdas tendencias de temporada, ¡y la moda que quiere imponernos el maldito sistema!

—¡Suficiente! Paren con esta absurda pelea, no pregunté para que me tomen de pretexto de discusión. ¡Calma las dos! —Intervine.

—Bebé, si tu sueño es ser cantante lo primero que debes hacer es vestirte como la chica que eres, es decir; absolutamente sensual como yo —Joyce hizo una molesta pose de diva.

—¡De acuerdo! No seré la más femenina del mundo pero tampoco me veo tan mal, ¿cierto, chicas? —Las observé detenidamente suplicando en silencio alguna palabra de aliento, pero ambas se quedaron en silencio mirándose entre sí.

—Bueno... la verdad es que...—Liz balbuceó incómoda, suficiente respuesta para mí.

Deseé asesinarlas a ambas, mudarme a una lejana ciudad y buscar nuevas amistades que no hablen mi idioma. Quizás de ese modo pasaría por alto las malas críticas.

—Descuiden, chicas. Las entiendo, son mis amigas y se supone que no deben de mentir. Mucho menos darme falsas esperanzas...

—Andy, tú eres preciosa a nuestros ojos, una de las chicas más geniales que conozco. Yo te veo con el amor infinito de nuestra hermosa amistad, tal vez los demás no piensen igual que nosotras y a eso quiero llegar. No todo el mundo pensará lo mismo pero... ¡¿Qué importa!? Tú sigue adelante.

La amorosa Liz siempre sacando cara por su lunática amiga, que vendría a ser yo, nunca perdía la oportunidad de demostrarme su cariño. Si en ese momento hubiese mejores relaciones familiares, no hubiese dudado ni un solo segundo en pedirle que fuera mi novia oficial, y de ser el caso que ella no compartiera mis gustos sexuales, a joderse, igual la volvería lesbiana para mí.

—La única que la mira de esa forma eres tú, Liz. Al menos yo te digo la verdad, pastelito. La industria es una mierda, quizás te obliguen a quitarte de encima ese aspecto tan masculino que tienes de una buena vez, tal vez obliguen a usar un vestido, algún peinado nuevo... —tenía que ser la aguafiestas de Joyce, explotando mi burbuja de delirios románticos.

—¡Odio los vestidos, Joyce! Amo mi estilo, me encanta verme como un chico, me siento yo mismo de esta forma. No me interesa como me veo ante los ojos del mundo.

—Tu sueño es ser cantante, ¿cierto? —Liz se animó a intervenir con una sonrisa burlona, y no me quedó más remedio que afirmar en silencio—. Se supone que tendrás que vestir con la ropa que las disqueras quieren para grabar sus videoclip; ya sean vestidos, bikinis, o plumas de ganso.

Las tres estallamos en carcajadas, y toda la tensión que se había formado se dispersó por completo. Eso me encantaba de ese par de chicas, cuando menos lo esperaba lograban acabar con mi mal humor.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top