Capítulo 10:
Después de ese día pasaron varias semanas atendiendo al pervertido ruso prácticamente todo el maldito día, mis condiciones habían mejorado bastante. Me había ganado una mejor cama, mejor mobiliario, ropa de diseñador, y todo por complacer el morbo de un tipo qué se había obsesionado con mi madre desde hace muchos años. Al menos eso fue lo poco que me contó. Recordé a mi padre, y a mi hermano Alex, en lo feliz que éramos juntos, deseaba haberles dicho que los amo antes de partir, abrazarlos y darles muchos besos en el rostro. Imaginé la reacción exacta de mi madre cuando se enterara que solo escapé de casa para convertirme en una prostituta en Los Ángeles y se lamente de la estúpida hija que trajo al mundo. Pude adivinar el inmenso dolor que iba a reflejar su rostro, mientras dejaba que Irina me prepare para el gran acontecimiento...
—Hola, preciosa. ¿Me extrañaste? —Su desagradable voz salió a través de los parlantes.
—Mucho... —me quité un mechón de cabello del rostro, por alguna extraña razón al maldito ruso le gustaba vestirme como una muñeca antigua—. ¿Qué travesuras tiene pensado hacer conmigo hoy, Mal?
El sonido del atomizador del perfume me regresó a la realidad, y aunque me sentía aturdida me pareció extraño. Mi cuerpo se movía de manera mecánica, hasta podría jurar que estaba en piloto automático siguiendo indicaciones al pie de la letra.
—Platiquemos un poco, ¿dónde está tu madre?
—Usted debería saberlo, conoce demasiado sobre nosotros.
—¿Mi amada Mar jamás te habló de mí?
—Jamás mencionó a un tal Malcom, solo a Raymond.
—¡El hijo del maldito alcalde! —Malcom golpeó la mesa donde estaba su computadora portátil—. ¿Y tú hermano?
—Se fue a buscar a Raymond y jamás volvió.
—Y no lograba encontrarte porque te vistes como un maldito muchacho, muy astuto de su parte. Mi Mar siempre fue demasiado inteligente para mi gusto.
—Pues yo no heredé la gran sabiduría que alaba de mi madre porque escapé de casa y aquí me tiene. Llegué a parar a este asqueroso lugar...
—Tu madre solo te quería mantener oculta de mí, pero eres tan rebelde como ella. Es la misma esencia guerrera, digna hija de una gran mujer como Marina Hardy. No te lamentes por eso —Malcom se quitó la ropa para empezar el juego—. Disfrutemos ahora, será la última vez.
—¿Última...? —No sabía si reír o llorar, nadie más me había comprado en ese tiempo—. ¿Le aburrí, Malcom?
—Eso nunca, mi princesa. Cumpliste un mes en esa pocilga ayer, y mañana te pondrán a la venta. Viajaré para verte en persona y traerte conmigo a casa.
—¿Qué...? —Los nervios que sentí en ese momento me paralizaron.
—Te quiero para mí, princesa... Vendrás conmigo, nos casaremos y tendremos muchos hijos juntos. Mi amada familia feliz que me robó mi nefasto tío.
—Es que yo... Eso es imposible, Malcom —me levanté de la cama y me paré junto al monitor—. Por si no lo ha notado todo este tiempo yo soy lesbiana, no me gustan los hombres.
—Lo sé, preciosa. Nunca quieres jugar con los vibradores que te envié, lo noté pero no me importa. Te quitaré esa maldita enfermedad, yo sé cómo hacerlo.
—¡Yo no estoy enferma...! —Tarde me di cuenta lo que acababa de hacer, su expresión me lo dijo todo.
—¿Me estás levantando la voz...? ¿A mí...? —Ofendido se llevó la mano al pecho—. Pero, ¿soy tu amado Mal?
—¡No! ¡Usted es un degenerado enfermo, maldito desgraciado! Solo me quiere porque está obsesionado con mi madre, ¡maldito loco! —No pude evitarlo, estaba aterrada, muy asustada y asqueada de todo ese juego macabro.
—Fuiste muy mala conmigo hoy, princesa. Se me quitaron las ganas de jugar, te veré mañana que llegue a California.
—¡No, no, no! —La cagué, lo sabía—. ¡Disculpa, Malcom! Seré buena...
Pero el ruso apagó la conexión, un estruendoso pitido que detuvo el reloj y encendió una alarma no evitó que suspire llena de alivio aunque mi felicidad no duró mucho, Claver entró furioso parándose al pie del maldito cronómetro, me quedé quieta frente a la computadora sin saber qué hacer, si aquel psicópata llegaba a comprarme estaba perdida. Todas las obscenidades que me obligó a cometer serían un cuento de niños para un demente como él. Claver muy enojado me gritaba resguardado por dos gorilas vestidos de traje.
—¿Qué pasó? ¡¿Sabes los millones que perdimos por tu culpa!? —Solo insultos salieron de su boca maloliente, una fuerte bofetada y al suelo, otra vez, mi labio sangró por el golpe—. ¡¿Qué te dije, perra!?
—Malcom me dijo que vendrá para comprarme mañana, ¿es cierto? —Tosí la sangre al levantarme.
—¡Oh por dios! ¿La pobrecilla está asustada? ¡Me importa una mierda cuán desagradable sea para ti! Si ese hombre es un asesino o tu puto padre, ¡quiero mi maldito dinero!
—¡Me matará! ¡El ruso me matará cuando me niegue a tener sexo con él!
—¡Ese no es mi maldito problema! —Otra bofetada y al frío piso, pero esos golpes fueron acompañados por patadas en el estómago.
—Yo... No puedo, lo siento...
—¡¿Qué mierda hiciste!? ¡Te lo advertí, perra! —Un golpe en la cabeza y ya estaba en el suelo otra vez, desde esa posición logré ver la puerta abierta, mi gloriosa vía de escape. Me coloqué boca abajo aguantando sus gritos, groserías y patadas hasta que se cansó, y giró para encender nuevamente el computador. Era mi oportunidad, debía correr—. ¡ANDERSON! ¡REGRESA AQUÍ AHORA MISMO!
El largo pasillo color carmesí fue testigo de mi desesperación, no tenía mucho tiempo para encontrar una salida, empujé cada puerta que encontré en mi camino con la esperanza que alguna de esas chicas me ayudara. No recuerdo cuántas fueron en total pero cada una tenía un color diferente, y había pasado los primarios cuando llegué a la mitad. Casi al final y con las esperanzas prácticamente nulas una bendita puerta abrió, para mi desgracia o fortuna no había nadie en la habitación. Busqué un buen escondite con el corazón queriéndose escapar por mi boca y encontré una enorme caja de cartón camuflada en un inmenso armario, cuando me disponía a meterme dentro unos delgados brazos me jalaron con fuerza hacia atrás.
—Hola, muñequita. ¿Me extrañaste? —Su hediondo aliento volvió a darme un duro golpe de vuelta a la realidad, me quedé inmóvil por el pánico y el terror extremo que me invadieron—. ¿Realmente creíste que podías escapar de mí?
—¡No quiero hacerlo y no puedes obligarme! —Tenía a Ignacio Claver justo enfrente a mí, y de inmediato los horribles recuerdos de mi confinamiento me atormentaron. Él me sujetó de la cintura y luego hizo una seña a dos tipos que esperaban en la puerta—. ¡NO TE ATREVAS A TOCARME, DESGRACIADO!
—¡Eres una inútil! Hasta tus amigas sabían perfectamente que nunca lo lograrías —él sacó un papel del bolsillo de su saco y al instante reconocí el sobre que me lanzó con un gesto de autosuficiencia—. ¡Vamos, lee la flamante carta de recomendación de la señorita Joyce!
—¡Basta...!
Mi verdugo se mofó de mi triste destino cuando a duras penas logré enfocar la vista para leer el papel que sacó de aquel sobre amarillo, cada letra escrita en esa hoja hizo que todos mis demonios despierten, grité protestando ante semejante bajeza.
"Ella es Andrea Anderson, estudió conmigo en mi preparatoria. No lleva documentos y su familia es pobre, dudo que lleguen a buscarla o denunciar su desaparición. Es una mercancía muy fácil, prácticamente regalada, has bien tu trabajo y tortura mucho a esa chica de mi parte. Saludos cordiales: Joyce Clifford".
—¡Léela en voz alta, perra! Quiero escucharte...
Luego de escasos minutos al fin solté un grito desgarrador desde el fondo de mi garganta lleno de furia e indignación acumulada en esos días por la enorme estafa de la que fui víctima. Lloré releyendo la carta fatal repitiendo cada palabra de Joyce que quebraba mucho más mi corazón maltrecho...
"El abusadora existe porque hay una persona que se deja avasallar, mi niña".
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