LCDUGI #4

Capítulo cuatro.

Marinette caminaba por el pasillo un poco nerviosa. Pasó delante de la cafetería para seguir recto hasta llegar a la oficina de Nick Furia. Justo antes de entrar, una voz por el pinganillo la habló.

- Marinette.

Era la voz de Nick Furia.

Marinette se sujetó el pinganillo con el ceño fruncido. Abrió la puerta y una vez que estuvo segura ahí dentro habló.

- ¿Nick? ¿Dónde estás? ¿Estás herido?

- Me han intentado matar. Estoy en las cloacas, intentando buscar una salida, pero escúchame bien.

Te quedaste callada, esperando que continuara.

- No confíes en nadie, ¿vale? Me intentan matar y seguramente lo hagan. Actúa con discreción, que no sepan que tú también lo sabes.

- ¿En quién puedo confiar?

- Puedes confiar en Raven. Y en el capitán Rogers. La agente María Hill está de camino. Solo sé de momento eso. Actúa bien, ¿de acuerdo?

- Sí – Marinette asintió, nerviosa.

La llamada acabó ahí. Marinette se secó las lágrimas que sin querer, habían salido.

Cuando sus bonitos ojos azules dejaron de llorar y estar rojos, se hizo una coleta, para despejar el pelo de la cara y se sentó en la silla del escritorio. Ahora le tocaba pensar en quién más debía confiar.


 

El capitán Rogers se bajó de su moto. Después caminó hasta su portal y subir las escaleras, cuando le quedaban dos escalones, la puerta de al lado de la suya se abrió, mostrando una joven vestida de enfermera, con una cesta de la ropa sucia y un teléfono entre su oído y hombro.

Aquella mujer tenía el pelo corto de color negro. Como tenía la cara inclinada para poder hablar por teléfono, había varios mechones en su cara que la estorbaban. Tenía la piel morena y cuando levantó la mirada para mirar a su vecino, Steve pudo observar que tenía los ojos azules.

- Hola – le susurró aquella mujer y él le sonrió.

- Oye, voy a colgar – dijo la mujer. – Vale, adiós.

Después de eso, colgó y dejó el móvil sobre la cesta. Steve la miraba atento.

- Mi tía – le explicó la mujer. – La pobre tiene insomnio.

Steve sonrió.

- Ah, si quieres, si quieres puedes utilizar mi lavadora. Es más barata que la de ahí abajo – dijo rápidamente Steve.

La mujer sonrió.

- ¿De verdad? ¿Cuánto cuesta? – le preguntó la mujer.

La mujer estaba nerviosa porque, ¿el capitán estaba coqueteando con ella? Imposible e increíble.

- Pues un café – dijo Steve.

Raven se rió.

- Gracias pero ya he puesto una lavadora en el sótano y... no me gustaría meter mi uniforme de enfermera en la tuya. Acabo de estar trabajando en el ala de enfermedades infecciosas, así que...

- Oh vaya – dijo Steve. – No me acercaré.

- Bueno, tampoco es eso.

Sí, definitivamente, el capitán estaba coqueteando con ella. ¿O estaban coqueteando los dos?

- Pero aceptaré ese café cualquier otro día – la chica, Raven, le sonrió.

Steve sonrió encantado.

Raven iba a bajar las escaleras cuando se acordó de algo.

- Te has dejado la música encendida.

- Ah – dijo Steve. – Sí, gracias.

Raven le sonrió y bajó las escaleras.

Bajó, por lo menos, dos pisos cuando escuchó un tiroteo. Inmediatamente tiró la cesta y sacó de os pantalones su pistola. Subió de dos en dos las escaleras (y eso que no le gustaba hacer ejercicio) hasta la entrada de la casa del capitán. De una patada consiguió abrir la puerta y caminó por el pasillo, con el arma en alto.

- ¿Capitán Rogers? – fue lo primero que dijo Raven al ver al capitán de pie y Nick Furia tirado en el suelo. Al ver que no había nadie más en la casa, bajó el ama y se acercó a Nick Furia. – Soy la agente trece de SHIELD. Servicio especial.

Raven le tomó el pulso para ver que el cabrón seguía vivo, después de tres disparos.

- Mi misión es protegerte – le dijo Raven desde el suelo.

- ¿Qué quién te lo ordenó? – preguntó confuso.

- Él – respondió Raven. Sacó el walkie-talkie. – Ha caído. Solicito servicio médico.

- ¿Ha controlado al tirador? – preguntó el del walkie-talkie.

- Dile que yo me ocupo de él – dijo el capitán para empezar a correr.


 

Cuando la ambulancia llegó, Raven se tomó eso como señal para salir de allí. Se cambió de ropa, recogió el portátil y la carpeta y, caminó dos calles abajo hasta llegar a su coche. Se metió en él, dejando el portátil y la carpeta en los asientos traseros y suspiró. ¿Qué demonios estaba pasando aquí?

Dos golpes en el cristal del asiento del copiloto le hicieron girar la cabeza a Raven. Se asombró al ver al capitán ahí de pie.

- Vengo a cobrar mi café – masculló Steve.

Abrió la puerta y se sentó en el asiento del copiloto. Raven se fijó que el capitán llevaba su escudo, que lo dejó en el suelo.

- ¿Quién eres?

- Ya te lo dije – Raven no dejó de mirar al frente. – Soy Raven, agente de SHIELD. Trabajo contigo.

- ¿Qué hacías ahí?

- Nick Furia me envió a esta misión.

- ¿Sabes qué es esto? – le preguntó el capitán, enseñándola el pendrive.

- Un pendrive – después rodó los ojos. – No sé que tiene dentro. Nick Furia no confiaba demasiado en mí como para contármelo.

- SHIELD está comprometido – le hizo saber Steve. Aunque Nick Furia le había dicho que no confiara en nadie, sentía que podía confiar en ella. – ¿Sabes algo de eso?

- No sé nada capitán – respondió sinceramente Raven mirándole a los ojos. – ¿Dónde está el tirador?

- Se esfumó – respondió esta vez el capitán sinceramente.

El walkie-talkie se encendió y un hombre empezó a hablar. Steve no le entendió por lo que frunció el ceño.

- Se llevan a Nick a un hospital cercano – le dijo Raven, para que lo entendiera.

- Llévame allí – le pidió Steve.

Raven asintió. Puso el coche en marcha y salió hacia el hospital más cercano.

El viaje fue rápido, ninguno de los dos hablaron y cuando Raven llegó a la puerta del hospital, el capitán fue el único en bajarse.

- ¿No vienes?

- No – negó Raven. – Mi misión ya ha acabado. Estás sano y salvo.

- Eso no lo sabrás hasta que lleguemos al final de todo – dijo Steve.

- Entonces te echaré un ojo de vez en cuando – fue lo último que dijo Raven antes de alejarse del hospital.

Cuando Steve llegó, ya estaba Marinette (la mano derecha de Pierce) y le pareció confuso que la agente Hill estuviera ahí. Minutos más tarde, Natasha llegaba y se colocaba al lado de María Hill para observar la operación.

- ¿Saldrá de esta? – preguntó Natasha.

- No lo sé – dijo Steve.

- No tiene pinta – Marinette se secó las lágrimas con un pañuelo arrugado.

- Háblame del tirador – le ordenó Natasha al capitán.

- Es rápido, fuerte. Tiene un brazo de metal.

- Informe analístico – esta vez se lo ordenó a la agente Hill.

- Tres proyectiles. Sin estriado es irrastreable – respondió la agente Hill.

- De origen soviético – adivinó Natasha.

- Sí – asintió la agente Hill.

En ese momento, la máquina que emitía cada latido del corazón de Nick Furia, empezó a emitir más rápido hasta que se quedó en silencio.

Nick Furia había muerto.

Rumlow y Jasper Sitwell se acercaron por detrás, observando a través del cristal como Nick Furia moría.


 

Nick Furia, o al menos su cuerpo inmóvil yacía sobre una camilla. Natasha estaba cerca de la camilla, llorando silenciosamente. El capitán estaba apoyado sobre la pared, con el gesto triste. Marinette se había ido ya a casa, porque se encontraba mareada y cansada.

La agente Hill entró minutos más tarde.

- He de llevármelo – dijo a agente Hill con la barbilla en alto e intentando no llorar, aunque falló en el intento.

- Natasha – Steve llamó a su amiga, a su lado.

Natasha le tocó la frente por última vez y salió de la habitación, seguida del capitán.

- Natasha – llamó el capitán de nuevo.

- ¿Qué hacía Furia en tu apartamento? – le demandó ella.

- No lo sé – suspiró Steve.

- Capitán. – Steve se giró par ver que era Rumlow quien le llamaba. – Le reclaman en SHIELD.

- Sí, voy en seguida – respondió el capitán rápidamente antes de girarse de nuevo hacia Natasha.

- Tiene que ser ya – le dijo Rumlow.

- Ya voy – le calmó el capitán.

Rumlow se alejó para ir con su grupo de STRIKE.

- No tienes ni idea de mentir – le dijo Natasha antes de alejarse de él.

Rumlow se acercó a su grupo y se apoyó sobre la pared del hospital.

- Veo que no habéis dormido nada – dijo la mujer del pelo azul, al lado de la mano derecha de Rumlow.

- Cállate Jena.

- ¿Qué? ¿Estás de mal humor? – se mofó Jena.

- Ahora entiendo por qué Anne-Marie no te aguanta – masculló Rumlow.

- ¿Y eso por qué? Con lo encantadora que soy yo – sonrió falsamente Jena.

El capitán se acercó antes de que Jena pudiera decir algo mordaz. Le dijo "vamos" a Rumlow y ellos dos se fueron.

- STRIKE en marcha – dijo Rumlow.

Todo el equipo STRIKE se movió, excepto Jena que no formaba parte de él ella. En cambio, se quedó con algunos supervisores de SHIELD.


 

El soldado saltó del tejado. Ya en el suelo, le espera el coche negro. Una vez que entró en ese coche este desapareció rápidamente.

El soldado miraba al frente, tenía la espalda recta y respiraba tranquilamente.

- Bien hecho soldado – le felicitó a su lado la doctora Mirak. – A Pierce le encantará saber los resultados de la misión.

El soldado giró la cabeza para mirarla.

La doctora le miraba atentamente. El soldado no parecía herido. Cogió su brazo metálico

- Y no tienes ninguna herida, enhorabuena soldado. No habrá que arreglarte como siempre – le felicitó la doctora Mirak.

El coche condujo rápidamente hasta su destino.

La doctora Mirak junto con algunos guardias y el Soldado de Invierno entraron en el edificio que ahora en adelante, sería el hogar de este último.

La doctora Mirak se acercó al soldado hasta colocarse en frente suya.

- Debe de molestarte mucho ese bozal – dijo Valëzka mientras levantaba las manos con lentitud.

El soldado era alguien muy... complicado. No hablaba y simplemente atacaba órdenes. No le gustaba el contacto físico ni las cercanías por lo que había que tratarle con cuidado y siempre con movimientos lentos; como con un animal salvaje.

Tus manos estaban a punto de rozar sus mejillas (estas recubiertas por el bozal) para poder quitarle la máscara cuando una voz te interrumpió.

- ¿Hay que-? – dijo uno de los que trabajaban con la doctora Mirak, pero inmediatamente cerró su boca.

El soldado inmediatamente echó su cabeza hacia atrás y se alejó de ti. Suspiraste antes de girarte hacia esa persona.

- No, Gabriel. No hay que reiniciarlo de nuevo.

Por el tono de voz de Valëzka, Gabriel supo que debería callarse y dejar de molestar.

Valëzka se giró de nuevo, para seguir con su tarea para ver que el soldado había desaparecido. Escaneó toda la habitación para encontrarle sentado en la camilla negra. Con pasos lentos pero amplios, Valëzka llegó a su lado. Volvió a levantar las manos con cuidado, los ojos azules (pintados de negro) del soldado le miraban atentamente. Sus manos rozaron la zona de su mandíbula, por donde se podía quitar la máscara. Se la quitó y la dejó a un lado de la camilla.

- Y, ¿qué te han hecho en los ojos? – dijo Valëzka, y como siempre, no obtuvo respuesta.

Suspiró mientras sacaba una toallita y le empezaba a quitar eso de los ojos.

A veces, su corazón se encogía de dolor. Sí, Valëzka podría ser una persona fría e independiente pero aún así tenía un corazón. Y le dolía todas las cosas que le hacían al soldado. Lavados de cerebros innecesarios, electrocuciones, arriesgadas misiones y demás. Había dejado de ser una persona para convertirse en un arma de HYDRA; una de las mejores, sin duda.

- Puedes descansar soldado – le dijo Valëzka después de terminar. – No te vamos a hacer nada. No lo permitiré.


 

A la mañana siguiente, María Hill se acercó a su hermana Bella a las puertas del Triskelion. La agarró del cuello de la camisa antes de que se acercara a las puertas y por ende a las cámaras.

Bella, en ese momento, se tensó e intentó pelar contra su agresor hasta que vio que era su hermana.

María Hill llevaba puesto un chándal oscuro, como para pasar desapercibida. Tenía el pelo recogido pero este estaba tapado por la capucha de la chaqueta.

- ¿Qué demonios haces tú aquí? – fue lo primero que dijo Bella.

- Necesito que hagas algo por mí, Bella – María le entregó un papelito. – Entrégaselo a Marinette; la mano derecha de Furia.

- ¿Por qué iba a hacer eso?

- Es importante, ¿está bien?

Bella cogió el papelito y asintió a regañadientes. Se alisó las ropas y caminó como si no hubiera ocurrido nada hacia la entrada del Triskelion. María Hill, en cambio, se alejó de allí.


 

- Es una pena lo de Nick Furia – le dijo Pierce a Raven. – Era un gran amigo.

Raven asintió.

Pierce había citado a Pierce en su oficina. Isabella, su esposa, se había ido un momento con Marinette (su gran amiga) para consolarla un rato en la cafetería. Pierce aprovechó eso para poder hablar con Raven tranquilamente.

- Le daremos unos días sin misiones pero volverá a estar en misiones dentro de cuatro días.

Raven volvió a asentir.

- Será lo mejor – terminó de decir Pierce.

- Gracias señor – Raven asintió por última vez antes de alejarse de la puerta del despacho de Pierce. En ese momento, el capitán caminaba hacia el despacho de Pierce.


 

Marinette caminó con paso desanimado hasta su oficina (la que Nick y ella compartían). Había estado llorando toda la noche, y aún tenía los ojos rojos. Había estado con Isabella en la cafetería, pero prefería estar sola en el despacho de Nick Furia y suyo.

Aunque Nick Furia fuera simplemente su jefe, tenían una gran amistad. Amistad que habían labrado a lo largo de los años.

Marinette abrió la puerta de la oficina y la cerró detrás de sí. Hubiera seguido caminando pero un papelito arrugado en el suelo la hizo parar. Se agachó para cogerlo y lo convirtió en una bola de papel. Seguramente se le cayera al salir de la oficina ayer. Caminó hasta el escritorio (donde tiró el papel a la papelera) y empezó a rellenar informes y demás.

Después de haber rellenado suficientes formularios, Marinette dejó de escribir y se quedó pensando, sin hacer nada. Su mirada se fue por un momento a la papelera, donde estaba ese pequeño papel arrugado.

Era demasiado pequeño como para que fuera una hoja que se le haya caído. Alargó la mano y recogió el papel. El papel apenas era un cuadrado más grande que la palma de su mano. Lo desdobló y leyó lo que decía:

Reúnete conmigo en el café de la esquina a las 11:00.

Marinette le dio varias vueltas al papel para ver si tenía escrito algo más. Pero no había nada más escrito; ni siquiera el que escribió esta nota.

Marinette miró el reloj de su muñeca para ver que eran las once menos diez. Estuvo menos de un minuto debatiendo si debería ir o no, pero finalmente se levantó de la silla. Rompió en trocitos el papel y lo tiró a la papelera. Se colocó la chaqueta y salió apresuradamente.

- ¿Marinette? – preguntó Isabella en la puerta de la cafetería.

Marinette se giró y la miró.

- No me encuentro bien. Creo que lo mejor para mí será tomar un poco de aire fresco – inventó rápidamente.

- ¿Quieres que te acompañe? – preguntó de forma amable.

- No, no hace falta – Marinette declinó la oferta educadamente. Y con una sonrisa, tomó el ascensor.

Cuando las puertas del ascensor se cerraron, Isabella caminó de vuelta dentro de la cafetería. Se acercó a la mesa donde estaban Anne-Marie y Jena (sí, ambas enemigas) y se sentó.

- Anne-Marie – le dijo Isabella. Ella la miró, esperando que siguiera hablando. – Sé que acabas de volver de ese viaje a Argel pero te voy a mandar a otra misión.

- ¿En qué punta del planeta es? – preguntó cansada Anne-Marie.

- La oficina de Nick Furia – respondió Isabella.

- Eso tiene pinta de estar lejos – se mofó Jena, apartando su trenza del hombro.


 

- Capitán Rogers – le saludó Raven.

- Vecina – dijo este sin mirarla.

Raven se giró un poco más tarde, para mirarle incrédula.

Steve caminó hasta estar en frente de Pierce. Ambos se estrecharon la mano.

- Ah, capitán. Soy Alexander Pierce – dijo Pierce.

- Señor. Es un honor – respondió Steve.

- El honor es mío capitán. – Dejaron de estrecharse la mano. – mi padre sirvió en la división 101. Pase.

Ambos entraron en el despacho de Pierce, Pierce se colocó al lado de la ventana y el capitán se sentó en el sofá que había.



 

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