Escuela de Mutantes #6


Capítulo cinco: ¿Cuántos topos hay?

- ¿Qué quería el profesor Xavier? – Eni le preguntó con curiosidad a Leyla cuando esta se volvió a sentar a su lado.

- Preguntarme si sabía dónde estaba Brock – respondió Leyla. – Y, por cierto, el profesor quiere verte después de clases. En su despacho.

La miró fijamente. Decidió cambiarla los recuerdos; Leyla nunca había salido de clases para hablar con el profesor Xavier.

Eni parpadeó confusa, se encogió de hombros y prestó atención al profesor.



Logan soltó al padre de Sisa cuando se aseguró que no iba a volver a pegar a Hank. Después, se rió de Hank. Hank le fulminó con la mirada.

Charles le había entregado un pañuelo, para que se tapara la nariz –de la cual aún seguía saliendo sangre–. La madre de Sisa agarró del brazo a su marido, por si acaso volvía hacer algo así.

- Venimos por nuestra hija – dijo la madre, después del silencio y de que Logan se calmara. La madre miró a su hija. – Ve haciendo las maletas.

- Señora Astor, debe saber que las fotos que se han filtrado son falsas – le explicó el profesor Xavier. – Han sido sacadas fuera de contexto.

- No solo son por las fotos. También es por esa explosión. ¡Ha muerto un alumno! – le cortó el padre de Sisa. – No sabíamos que iba a ser un lugar tan peligroso para nuestra hija.

- La escuela es el sitio más seguro que hay para los mutantes – dijo el profesor. – Cualquier otro lugar es peligroso. No solo para los humanos sino para ellos también.

Los padres sabían eso. Sabían que la escuela era el mejor sitio para cualquier mutante, pero también era peligroso.

- ¿Las fotos fueron un montaje? – preguntó la madre, después de n pequeño silencio.

- Alguien les hizo las fotos, ellos no lo sabían. Han sido sacadas fuera de contexto – respondió el profesor Xavier.

- Yo nunca acosaría a nadie, y menos a Sisa – dijo Hank, cuando la hemorragia pareció cesar.

El padre le fulminó con la mirada, pero no dijo nada.

- Mamá, no quiero irme de aquí – habló Sisa por primera vez. – Este sitio es un sueño para mí. No me quitéis eso.

- Pero es peligroso – dijo su madre. – ¿Qué ocurre si hay otra explosión?

- No ocurrirá – intervino el profesor, muy serio. – Ya sabemos quién hizo que pasara eso, ella pagará por lo que ha hecho.



Charlotte, al igual que Sisa, había perdido las dos primeras horas. Estaban Ororo, Erik y ella esperando fuera del despacho. No sabían lo que estaba pasando ahí dentro, pero hubo un golpe –como si alguien hubiera pegado a otro– y después se escucharon las risas de Logan.

Charlotte estaba sentada en un sillón mientras esperaba, Erik estaba apoyado en una pared de brazos cruzados y Ororo caminaba de un lado a otro.

- ¿No podría ir yo a clases? – Charlotte pensó que nunca, en su vida, iba a decir eso. Pero lo dijo.

La clase que se estaba perdiendo era de las divertidas –no era lengua o matemáticas–; era la de controlar los poderes. Ella podía manejar la electricidad –por eso si se enfada mucho, le salían chispas de la mano–. Hubo una vez que incluso llegó a teletransportarse. Charlotte no sabía cómo había ocurrido eso.

Cuando ocurrió, Charlotte había estado muy enfadada. La razón fue su familia; no tenía buenos recuerdos de ella –casi no hubo buenos momentos con ellos–. En ese momento había pasado algo que le hizo enfurecer tanto que cerró los ojos y cuando los volvió a abrir se encontraba en otro sitio muy distinto al cuarto de su habitación. Había aparecido en un parque, por suerte, era un parque de su barrio que ella conocía, por lo que no tardó mucho en volver a su casa.

- ¿Qué clase tienes? – le preguntó Erik.

- Controlar los poderes.

- ¿Es que no lo controlas bien? – hizo otra pregunta.

- Cuando me enfado no. Pero si me enfado también consigo hacer más fuerte mi mutación.

- ¿Quieres salir al jardín? – le propuso Erik. – Allí habrá mucho más espacio para practicar.

- ¿Vas a ayudarme tú? – le preguntó escéptica ella.

Ororo se rió.

- Yo también soy profesor – Erik rodó los ojos.

- ¿De verdad? Nunca te había visto dar clases – Charlotte se encogió de hombros.

- Apenas da clases – intervino Ororo.

- Bueno, ¿quieres salir al jardín o no?

Charlotte asintió.

Se levantó del sillón y, junto con Erik, salió al jardín. Estaban en uno de los laterales de la escuela. Desde aquí no se podía ver el lago pero sí que se podía ver el coche aparcado delante de la escuela.

- ¿Qué intentas conseguir? – le preguntó Erik.

Estaban frente a frente, separados por tres metros o así.

- Teletransportarme – respondió ella. – Solo lo conseguía una vez, y estaba muy enfadada cuando ocurrió. Acabé en la otra punta de la calle.

Erik asintió.

- ¿Tienes que estar muy enfadada?

Esta vez Charlotte asintió.

Erik sonrió. A Charlotte no le gustó esa sonrisa; no sabía lo que planeaba Erik, pero no iba a ser bueno. Charlotte se cruzó de brazos, esperando que hiciera algo. Algo que la enfadara.

Erik se giró, él estaba de espaldas a la entrada del colegio. Levantó la mano y el coche blanco del fondo, que Erik le había comprado, empezó a levitar.

A Charlotte no le gustaba por dónde iban las cosas.

El coche empezó a acercarse sin dejar de flotar en el aire.

- ¿Preparada? – le preguntó Erik pero no le dio tiempo a Charlotte para responder.

Levantó ambas manos y las juntó. El coche acabó como una bola, justo como su coche anterior.

- ¿Qué haces? ¡Para! – gritó Charlotte. – ¡Lo vas a romper!

Pero era demasiado tarde, el coche ya se había convertido en una pelota gigante. Charlotte se enfadó rápidamente, descruzó los brazos y de sus manos empezaron a salir chispas.

Erik se pasó todo el tiempo así, haciendo cosas para molestarla y para cuando fue la hora de comer, Charlotte consiguió teletransportarse.



- ¿De verdad que no quieres irte? – le preguntó su madre, después del abrazo.

Habían conseguido convencer a los padres de Sisa de que las fotos eran falsas y que la explosión no se volvería a repetir. Sisa había acompañado a sus padres hasta la entrada del edificio. Estaba abrazando a su madre y cuando ella la soltó, Sisa abrazó a su padre.

- Nos haces una llamada y vendremos. En cualquier momento.

- Tranquilos. Si me ocurre algo o os necesito, os llamaré.

El padre asintió, más tranquilo.

- ¿Ha venido Bruno? – les preguntó Sisa.

Su madre asintió.

- Está en el coche – respondió el padre, con un bufido. – No ha querido salir de allí.

Sisa lo entendía o, al menos, en parte. Bruno no era muy fan de los mutantes –gracias a sus tíos–. Al único al que toleraba era a su hermana, Sisa. Y en verano tenía una novia mutante, aunque Sisa no sabía qué había sido de ella.

- Bueno, pues voy a despedirme de él – les sonrió Sisa.

Sisa bajó las escaleras de la entrada y sus padres la siguieron. No hizo falta que la dijeran dónde estaba el coche, ella sabía dónde estaba, aunque no pudiera verlo. Cuando terminó de bajar las escaleras, se quitó los zuecos que llevaba –su madre le gritó para que se los volviera a poner pero ella se rió–.

Sisa llegó al coche y, con los nudillos, tocó la ventana del coche.

Bruno se giró para mirar a su hermana y no pudo evitar sonreír, aunque seguía algo tenso.

Sisa se apartó para dejarle abrir la puerta. Bruno salió y envolvió en un abrazo a su hermana mayor.

- ¿Qué tal, hermanita? – le preguntó él, sin dejarla de abrazar.

- Genial – respondió ella. – Me encanta este sitio.

- He oído lo de la explosión – dijo Bruno, deshaciendo el abrazo. – ¿No crees que deberías irte de allí? Podría pasarte algo.

- Puedo defenderme yo sola, Bruno – Sisa rodó los ojos detrás de las gafas de sol.

- Sabes que lo digo porque me preocupo por ti.

- Lo sé – Sisa le sonrió. – Y bueno, ¿tú que estás haciendo ahora?

- Bruno está yendo a una escuela al sur del Estado – respondió su madre por él. – Estamos tan orgullosos de él.

- ¿Sí?

- El problema es que no puede ir a visitarnos – suspiró su madre.

- ¿Visitaros? – repitió Sisa.

- Sí, ahora vive al sur con esa novia que tiene.

- ¿Aún sigues con esa mutante? – le preguntó Sisa. – ¿Cómo se llamaba?

Bruno asintió.

- Vamos en serio.

- Me alegro – sonrió Sisa.

Volvió a darle un abrazo a cada uno y volvió a entrar en la escuela. Podría haberse quedado para verles irse, pero no podía verles. Entonces no tenía sentido quedarse allí fuera.

Había faltado a dos clases, por lo que entró a la tercera, que aún no había empezado.

Las clases habían acabado por hoy. Marylin subió a dejar las mochilas, de ella y de Hela en su habitación y Hela fue a ver al profesor Xavier. Quedaron en verse en el salón y de ahí ir juntas a comer.



Hela llamó a la puerta del profesor Xavier y no entró hasta que escuchó la voz del profesor pidiéndola que pasara.

Hela entró y cerró la puerta detrás de sí. Solo estaban Charles y ella en el despacho.

- ¿Qué querías? – le preguntó el profesor con una sonrisa amable.

- Quería saber qué tal iba con lo que pasó con Gala... ¿Ha cogido ya al chico que hizo que explotara?

- Todavía no pero la estoy esperando a que venga. Venía después de clases aunque supongo que estará comiendo primero – Charles asintió.

Hela frunció el ceño.

- ¿La?

- Sí – Charles asintió. – Es una chica.

Hela frunció el ceño.

- Gala dijo que fue un chico.

- Miré dentro de su cabeza y aparecía Eni, no un chico – dijo Charles. – ¿Algo más? Tengo que hacer algunas cosas.

Hela frunció el ceño pero salió de allí.



El pasillo donde había ocurrido la explosión se fue llenando de flores, velas e incluso fotografías. Hela acompañó a Marylin para encender una vela. Ninguna había conocido al mutante caído pero eso no significara que no pudieran encender una vela en su honor.

Marylin quería encender una vela antes de que las dos fueran a comer. Por el amino, Hela le estuvo explicando todo lo que habló con Gala.

- ¿Se sabe quién fue? – le preguntó Marylin cuando entraron en el comedor.

Pasaron unos estudiantes, un grupo de tres chicos y Hela se mantuvo callada. No sabía quién habló con Gala, por lo que prefirió no hablar mucho delante de la gente. Marylin entendió porque Hela no respondía y se quedaba callada, por lo que no hizo más preguntas.

Cogieron las bandejas e hicieron cola para esperar la comida. Cuando se sentaron en una de las mesas libres, Marylin le volvió a hacer la misma pregunta.

Hela se encogió de hombros.

- Se sabe que es un chico alto y musculoso – respondió Hela. – Eso es lo que pudo decirme Gala. No pudo ver nada más.



En ese mismo momento y en el mismo lugar, una mesa al lado, se encontraban Pierre y Cassandra. No se habían visto en todo el día excepto cuando entraron en el comedor y decidieron comer juntos.

- Ayer cuando te fuiste del lago, ¿sabías que iba a ocurrir eso? – le preguntó Cassandra a Pierre.

Habían estado comiendo en silencio por lo que la repentina pregunta de Cassandra le hizo parar de comer y pensar de qué estaba hablando. Segundos más tarde, sabía a qué se refería.

- No lo sabía – Pierre respondió, sincero. – Sabía que iba a pasar algo mal pero no eso en concreto.

Cassandra se quedó callada, pensativa.

- Los fantasmas no me dicen exactamente lo que iba a pasar solo que algo va a pasar – explicó un poco más. – Estaría bien que me dijeran qué iba a ocurrir, así podría haber evitado que ocurriera eso.

- No fue tu culpa – dijo Cassandra, en un intento de consolarle.

Apareció Peter y se sentó al otro lado de Pierre por lo que ellos dos no pudieron continuar la conversación.

- Estas patatas no parece patatas – Peter se quejó, removiendo una masa amarillenta de su palto con un tenedor. – Por cierto, ¿queréis pan?

En su bandeja había, por lo menos, diez trozos de pan.

- ¿Por qué tantos? – le preguntó Pierre.

- Nunca hay suficiente pan – Peter se encogió de hombros.



Hela y Marylin seguían hablando cuando apareció Peter, el gigante de metal. Se sentó al lado de Marylin con su bandeja. Hela le contó lo mismo que le había contado a Marylin y él escuchaba con atención. Marylin iba a decir algo cuando, de la nada, apareció Charlotte en frente de ellas.

Marylin cerró la boca y los tres de la mesa fruncieron el ceño mientras la observaban. No fueron los únicos ya que muchos en el comedor se quedaron mirándola.

- ¿Cómo? – preguntó Marylin.

- Teletransportación – explicó en una sola palabra Charlotte. Se sentó al lado de Hela y le robó una cucharada de patatas. Puso mala cara. – Eso no debería considerarse patatas.

- No sabía que podías teletransportarte – comentó Hela, sin importarla que probara las patatas.

- Muy pocas veces. Esta ha sido la segunda vez – respondió ella.

- Primero tienes un coche y ahora puedes teletransportarte – Marylin negó con la cabeza. – La vida es muy injusta.

- Tenía – Charlotte la corrigió. – Erik se lo ha cargado.

- ¿Otra vez? – dijo Marylin.

Charlotte asintió.

- ¿Otra vez? – Peter preguntó. Él no sabía que Erik le había roto el coche. – ¿Cuántas veces?

- Dos veces – respondió Charlotte.

- ¿Por qué lo hizo? – la preguntó Hela.

- Estábamos buscando la forma de hacerme enfadar y así teletransportarme. Lo ha conseguido – Charlotte se encogió de hombros. – ¿De qué estabais hablando?

Y Hela volvió a explicar lo que le había contado a Marylin y a Peter.



Peter estaba hablando de un videojuego y, en ese momento, apareció un fantasma en frente de Pierre. Estaba acostumbrado pero si no lo hubiera estado, seguramente se hubiera asustado –y pegado un grito–. Este fantasma era distinto al de ayer, no era la muerte si no, como él lo llamaba, el cotilla. Este fantasma le advertía de cosas –normalmente conversaciones– interesantes.

Este fantasma, a diferencia del otro, era completamente de esqueleto y llevaba en la cabeza un gorro como de bufón y llevaba puesto una túnica, ambas prendas de color morado oscuro. El otro espíritu, el que le advertía sobre la muerte, se aprecia a una parca, llevaba una túnica negra con capucha –siempre iba con la cabeza tapada– y su esqueleto aún tenía piel solo que estaba un poco descompuesta. Era bastante grotesco.

El fantasma no paraba de mover su cabeza y señalar la mesa de al lado, donde había tres chicas y un chico. El chico era completamente de metal. Había una chica rubia y con ojos azules, la que estaba a su lado tenía el pelo largo y rojizo con los ojos negros. Y la que estaba entre ella y el chico de metal también tenía el pelo largo solo que era de color negro y completamente liso. Tiene los ojos azules al igual que la rubia.

Pierre no sabía por qué eran tan importantes así que puso el oído en la conversación y escuchó. Estaban hablando de Gala, la niña que explotó y quién había hecho que explotara.

- ¿Te importa si vamos a esa mesa y nos sentamos ahí? – le preguntó Pierre.

Pierre no le preguntó a Peter porque sabía que a él no le importaba donde se sentaba, pero tal vez a Cassandra sí que le molestaba.

Cassandra giró su cabeza para ver de qué mesa estaba hablando. Había cuatro personas, una de ellas era de metal y otra parecía una barbie. Las otras dos parecían normalitas.

- ¿Por qué? – preguntó ella.

- Creo que es importante la conversación que están teniendo – respondió él.

- Pero es una conversación privada...

- No importa – Pierre se encogió de hombros, restándole importancia. Se levantó, cogió su bandeja y se sentó en frente de las chicas. Cassandra y Peter también se levantaron y se sentaron al lado de Pierre.

Habían interrumpido la conversación que estaban teniendo y ellas y el chico de metal les miraban con ojos precavidos. Aunque eso tenía sentido, los dos, Pierre y Cassandra –Peter no– parecían escalofriantes.

- Estabais hablando de lo que ocurrió ayer con Gala – dijo Pierre y después sonrió. – A nosotros también nos gustaría hablar sobre lo que pasó.

- ¿Estuviste allí? – le preguntó Charlotte con una ceja alzada.

Peter y Pierre asintieron. Cassandra no hizo nada.

Había pasado de ser una a ser dos, con Pierre, luego apareció Peter, tres y ahora eran siete. Cassandra no estaba muy cómoda alrededor de tan gente. Se quedó mirando a su plato y se encogió un poco, intentando pasar desapercibida. Sintió una mano en la rodilla y la miró, después levantó la mirada para ver al dueño de ella, Pierre. Pierre le dedicó una sonrisa y le apretó la rodilla.

El corazón de Cassandra palpitó más rápido y esbozó una pequeña sonrisa.

- ¿Queréis pan? – los preguntó Peter.

La rubia, aún con la mirada precavida, cogió tres trozos de pan y empezó a comer. Ella no tenía una bandeja.

- Sabía lo que iba a ocurrir – dijo Pierre.

- ¿Y no hiciste nada? – Marylin arqueó una ceja.

- No lo sabía exactamente – se corrigió. – Sabía que iba a ocurrir algo pero no el qué.

- Yo estaba con él cuando ocurrió, intenté salvar a los que estaban más cerca – habló Peter.

Marylin asintió, ya había hablado con él de eso.

- ¿Visteis a alguien sospechoso? – les preguntó Hela.

- ¿Sospechoso? – repitió Peter.

- Sí, como alguien que se fuera de allí antes de que ocurriera o algo así.

- ¿Por qué lo preguntas? – quiso saber Pierre. Él aún mantenía la mano en la rodilla de Cassandra.

- Porque Gala me dijo que alguien le habló antes de que ocurriera. Y después de eso explotó – respondió Hela.

- ¿Puedes describirlo? – le pidió Pierre.

- Dijo que fue un chico. Alto y musculoso – volvió a responder Hela.

Peter y Pierre se quedaron callados, intentando recordar. A Peter no le sonaba nada pero a Pierre sí.

- Vi a alguien salir de allí antes de que todo ocurriera, sí – asintió Pierre. – Y, de momento, encaja con la descripción.

- ¿Sabrías describirlo?

- Si lo veo, sería capaz de reconocerle – Pierre asintió. Describir nunca se le dio bien, pero sería capaz de reconocerle.

- Genial – asintió Marylin. – Pillaremos al asesino.

- El profesor Xavier también lo vio en la mente de Gala y dijo que él se encargaría pero – dijo Hela, con el ceño fruncido. – Hoy fui a hablar con él y dijo que había sido una chica.

- ¿Una chica? – preguntó Pierre.

Hela asintió.

- Que había sido una chica quien había hecho explotar a Gala. Pero Gala dijo que había sido un chico quien la había hablado. No tiene sentido.

- Tal vez tenía un cómplice – supuso el Peter de metal. – Una chica.

Hela pareció pensárselo.

- Puede ser – acabó asintiendo. – Gala me dijo que vio a su hermano morir de nuevo, su peor pesadilla cada vez que cerraba los ojos.

- ¿Pesadilla? – repitió Pierre, casi cortando la oración de Hela.

Hela asintió.

Después de que un chico se fuera del pasillo rápidamente, Pierre vio salir a Eni también. Y ella podía controlar el miedo y recrear las pesadillas de cualquier persona.

- Sé quién es la chica – dijo Pierre. – La vi huir del pasillo antes de que ocurriera. Se llama Eni. Controla el miedo de la gente.

- Charles dijo que iba a hablar con ella después de que terminaran las clases pero que seguramente antes se había ido al comedor.

- ¿Cuándo dijo eso? – le preguntó Charlotte antes de meterse un trozo de pan en la boca.

- Me lo dijo cuando fui a su despacho al acabar las clases – respondió Hela.

Pierre se levantó de su asiento y escaneó toda la sala. Vio a Eni salir del comedor justo en ese momento.

- ¡Se acaba de ir!



Eni había comido sola ese día. Dejó la bandeja en la mesa, no quiso ni recogerla. Salió del comedor y se dirigió al despacho del profesor Xavier. El profesor quería verla, Eni no sabía por qué.

Estaba caminando tranquilamente cuando alguien la empujó desde atrás y la hizo perder el equilibrio. Tropezó y cayó al suelo. Hecha una furia se levantó y fulminó con la mirada a quien le había empujado. Era un chico que tenía el pelo plateado y llevaba una chaqueta de cuero y una camiseta de Led Zeppelin.

- ¿Qué haces, imbécil?

- Ganar tiempo – respondió simplemente.

Eni frunció el ceño por su respuesta. ¿Ganar tiempo? ¿Ganar tiempo para qué?

Pero segundos más tarde supo por qué. Alguien gritó su nombre, alguien no, Pierre gritó su nombre. Eni se giró para ver qué quería.

No esperaba ver a Pierre seguido de la chica de los piercings, otras tres chicas más y un chico de metal. Eni se cruzó de brazos mientras esperaba a que se acercaran.

- ¿Qué quieres? – demandó ella.

- Sabemos lo que has hecho – dijo Pierre sin rodeos.

- ¿Hacer qué? – preguntó ella.

- Asustar a una niña pequeña. Y que muriera alguien – respondió la rubia con el mismo tono.

Eni se quedó sin habla.

- ¿A quién ayudaste Eni? – le preguntó Pierre, su voz más calmada. – ¿Quién estuvo hablando con Gala?

- No lo sé.

- Mientes – Pierre le cortó.

- Si no lo dices tú, nos acabaremos enterando – le dijo la rubia.

- Charles sabe quién fue – dijo Hela. – Pero ahora cree que fuiste solo tú.

- No os creo – dijo Eni.

Se alejó de ellos, ninguno la siguió o la paró. Eni no fue al despacho de Charles sino que se encerró en su habitación. Tenía que encontrar a Brock para hablar con él pero tenía que esperarle porque él no estaba en la escuela.



Charles miró la hora en su reloj de mano antes de volver a caminar. Estaba en su despacho esperando a que apareciera Eni Valentine's, la chica que había hecho explotar a Gala y había causado la muerte de un alumno.

La puerta se abrió y Charles levantó la cabeza para ver quién era pero era Erik.

- Estás muy nervioso – Erik dijo, observándole.

Cerró la puerta detrás de sí y se sentó en una de las sillas del escritorio. Charles suspiró antes de sentarse en su silla.

- ¿Qué ocurre? – le preguntó Erik, preocupado.

- La alumna que hizo que Gala explotara - Charles respondió, como si fuera obvio.

- ¿Alumna? – repitió Erik, confuso.

- Sí, Eni Valentine's – le recordó Charles. – Creí que te lo había dicho.

- No, me dijiste que fue una chico – Erik frunció el ceño. – Brock.

- ¿Qué? – Charles también frunció el ceño. – No, Eric. Fue una chica, Eni. Lo vi en la mente de Gala.

Erik no respondió.

- Juraría que me dijiste Brock – Erik se encogió de hombros. – Te habré escuchado mal.

Charles se pasó la mano por la cara.

- No has sido la única persona en decirme eso – Charles se quitó las manos de la cara. – Una alumna también dijo que fue un chico.

- ¿Qué está pasando Charles?

- No lo sé – Charles suspiró. – Pensaré en ello más tarde, ahora tenemos que centrarnos en la conferencia de esta tarde.

Charles iba a hablar para la prensa para aclarar todo lo que estaba pasando y negar las acusaciones de acoso.



Brock volvió esa misma noche. Entró en la escuela sigilosamente, deambuló por la escuela hasta encontrar algo interesante. Después, fue a su habitación y se encerró en ella. Pero en esa madrugada, volvía a salir de la escuela.


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