Charles Xavier #5

Capítulo cuatro: Mil y una preguntas.

Te colgaste la mochila a la espalda y cogiste la maleta con a mano derecha. Saliste de la habitación hasta llegar a la entrada de la casa. Hank estaba allí, con los brazos cruzados y una cara triste. Charles no estaba por ningún lado.

-    Lo siento-

-    No te preocupes – le cortaste. –  Sabré cuidarme.

Hank te acompañó hasta la puerta. Metiste las cosas en el asiento copiloto y después te metiste tú en el asiento del piloto.

Arrancaste el coche y saliste de la propiedad en silencio. Hank en ningún momento de dejó de mirar el coche hasta que este se perdió por detrás de la valla.

Apretaste las manos en el volante mientras acelerabas un poco. Giraste a la derecha y tuviste que dar un frenazo al ver lo que había en frente el coche se giró hacia la izquierda, sin salir de la carretera.

Miraste por la ventana del copiloto para ver a los dos mismos hombres, y a uno mucho más bajito. Los pelos se te pusieron de punta al ver que los dos hombres grandotes eran los mismos que los de tu casa.

Intentaste arrancar el coche pero este no se movía. Aquellos hombres empezaron a andar y tú, presa del miedo abriste la puerta y empezaste a correr por la carretera.

No sabías a dónde ir. Estaba claro que no podías ir ahora a la escuela; no querías destaparlos.

El sonido de una pistola sonó, y notaste como un impulso te tiraba al suelo. Te habían disparado. Intentaste levantarte lo más rápido posible pero te volvieron a disparar, esta vez en la pierna.

Y podías jurar, que esta vez sí que te dolía la pierna.

Los dos hombres llegaron a tu lado. Y el tercero, más bajito, sonrió endemoniadamente.

Te despertaste sobresaltada, para ver que la habitación estaba oscura y vacía.

Tenías que haberte marchado sobre el mediodía, pero, muy propio de ti, te quedaste dormida.

Te levantaste de la cama y empezaste a meter todo lo que habías sacado dentro de la maleta. Sacaste ropa de cambio (ya que no querías salir a la calle con el pijama puesto).

Dos golpes en la puerta te hicieron parar tu camino al baño. Dejaste la ropa sobre la cama y te acercaste a la puerta, segundos más tarde la abriste.

Esperabas encontrarte a Hank, pero no, era Charles.

Esta vez no tenía las gafas de sol puestas ni llevaba en la mano un vaso con alcohol (lo cual agradecías).

Te quedaste callada, esperando que él dijera algo (ya que tú no tenías nada que decir), pero al ver que él no hablaba, hablaste tú.

-    Sé que tenía que irme antes del mediodía pero me quedé dormida. Estoy recogiendo y me iré. – Te encogiste de hombros. – No tienes por qué venir a echarme.

-    No, no venía a eso – respondió. – Venía a disculparme.

Esperaste callada a que lo hiciera. Pero, le dejaste entrar en la habitación. Charles entró en la habitación y se sentó en los pies de la cama, a tu lado.

-    No tienes por qué irte. He sido bastante desagradable, cuando más necesitas ayuda, así que puedes quedarte.

Asentiste.

-    Gracias – le susurraste.

Pero él no parecía convencido de su disculpa, por lo que continuó:

-    Me recuerdas a alguien. Ella... ella también buscaba un lugar donde dormir y comer y, nunca la eché de casa. Y no debería hacer lo mismo contigo.

Asentiste.

Estabas curiosa, ¿quién era esa persona? No preguntaste, porque no era de tu incumbencia.

-    Así que bueno, no quería dejarte ahí fuera y-

-    Está bien, lo entiendo – le cortaste rápidamente. Él te sonrió débilmente con las manos unidas. – Lo entiendo, no pasa nada.

-    Bueno, pues eso era todo – se levantó de tu cama y caminó a la salida. – Hasta luego.

Cuando estaba casi al lado de la puerta, Charles se desplomó. No cayó al suelo porque se agarró a la puerta. Te levantaste rápidamente y caminaste hacia él, sujetándole para que no se cayera.

-    Charles, ¿qué ocurre? – preguntabas nerviosa mientras mirabas su cara fruncirse.

Charles tenía el ceño fruncido, muy fruncido. Los ojos los tenía apretados fuertemente y su boca tenía una extraña mueca de dolor. Sus manos se agarraron en tus brazos y apretó un poco.

-    Las voces. Hay tantas – consiguió gritar.

-    ¿Qué? – preguntaste confundida y en ese momento Charles empezó a gritar el nombre de Hank.

Las voces. ¿A qué se refería? Te demoliste la cabeza para pensar en alguna solución.

-    Charles, concéntrate solo en mi voz – le decías, pero él parecía no oírte. Pusiste tu mano sobre un costado de su cara para que te mirara, y lo hizo. – Concéntrate solo en mi voz, Charles.

Los ojos azules de Charles se quedaron conectados a los tuyos. Ninguno de los dos desvió la mirada del otro. Charles estaba sentado en el suelo, y por alguna extraña razón no movía las piernas. Tenía la espalda apoyada sobre la pared y tú estabas sentada a su lado, de rodillas. Con una mano en su cara y la otra sujetándole la cadera.

En esta posición, el olor de Charles se olía perfectamente. Volviste a imaginar la tranquilidad, que te transmitía su olor. La cara de Charles parecía más relajada. Ya no tenía los ojos cerrados, ni la mueca en la boca. Su ceño fruncido se iba haciendo poco a poco menor. Y solo porque te miraba a ti. Respiraba hondamente, y su cuerpo poco a poco se iba relajando.

En ese momento apareció Hank por la puerta, por lo que tuviste que dejar de mirar a Charles. Miraste hacia arriba, a Hank (en el marco de la puerta). Con los ojos le pedías ayuda. Y él rápidamente salió de la habitación a saber qué.

Cuando te giraste para mirar de nuevo a Charles, este seguía mirándote fijamente, sin parpadear.

-    ¿Estás mejor? – susurraste.

Tardó en asentir, pero lo hizo.

Hank rápidamente volvió, ni había tardado cinco minutos. Se agachó a tu lado y cogió un brazo de Charles (el que él le tendía). Te diste cuenta de que Hank tenía en sus manos una jeringuilla con un líquido amarillento. Se lo clavó en el brazo y le introdujo el líquido.

Charles tardó varios minutos en volver a la normalidad. Se levantó del suelo (Hank y tú hicisteis lo mismo, un poco más tarde), y sin decir ninguna palabra, se marchó de tu habitación.

Hank tampoco dijo mucho después de eso. Se disculpó con la mirada y se fue, dejándote sola y con mil y una preguntas en la cabeza.

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