Charles Xavier #2
Capítulo uno: No entrar.
El viaje se te hizo relativamente corto, y cuando llegaste al lugar, el alma se te calló a los pies.
La entrada al recinto estaba bastante descuidada. Había un enorme cartel en los barrotes oxidados de la entrada que ponía:
Propiedad privada. No entrar.
Saliste del coche, con la tarjeta en mano mirando a todos los lados.
¿Te habías perdido? ¿O era que la tarjeta se había equivocado de lugar? Miraste los hierbajos y viste que entre la maleza, había otro cartel. Lo sacaste de allí y viste que este lugar sí que era la escuela del profesor Xavier. Dejaste ese cartel de nuevo en su lugar y te acercaste a las puertas.
Las puertas tenían un candado, parecía bastante oxidado. Y en una de las esquinas de las verjas, viste que había una cámara. Aún así intentaste abrir el candado y lo más raro de todo fue que el estúpido que pusiera las cadenas con los candados, no las puso bien.
Abriste las dos puertas y volviste a meterte en el coche. Una vez dentro de la propiedad privada (esperabas que no hubiera perros rabiosos que te perseguirían), saliste para cerrar las puertas. Entraste de nuevo en el coche y condujiste hasta la entrada del edificio.
Todos los jardines estaban completamente descuidados, con hierbajos a su alrededor. Diste una vuelta a una mini glorieta (que antes tenía un arbusto con forma de X) y aparcaste en frente de las puertas.
Saliste de tu coche, con la camisa hecha un lío en tu costado y subiste las escaleras. Antes de subir las escaleras, te quedaste un momento observando la gran obra de arte que era la escuela. Golpeaste la puerta dos veces y esperaste a que alguien abriera la puerta.
Como nadie lo hizo, volviste a llamar, esta vez con más fuerza. Alguien abrió la puerta, pero tan solo fue una rendija, por lo que no podías verle.
- Esto es una propiedad privada, ¿no viste el cartel? – habló una voz. Supiste que era un hombre, su olor era extraño (como el de un chucho) y no podías verle muy bien.
- Sí, pero necesito ayuda – respondiste rápidamente. – ¿Sigue siendo la escuela del profesor Xavier?
- No. Es una propiedad privada – habló de nuevo el chico. – ¿Con qué necesitas ayuda?
- Me están persiguiendo por ser mutante, y yo... yo quería un lugar donde esconderme. Pero veo que debo buscar otro lugar...
Te alejaste de la puerta y empezaste a bajar las escaleras de la entrada, cojeando.
- Espera, ¿estás herida? – preguntó el hombre, abriendo más la puerta.
Te giraste para mirarle y pudiste ver que aquel hombre, podía tener perfectamente tu edad. Tenía gafas y realmente parecía un chico inteligente.
- Sí. Me dispararon con una pistola – respondiste. Veías que estaba pensativo hasta que finalmente te miró. – Y creo que me torcí el tobillo.
- Entra. – Hizo un movimiento de cabeza.
No tuvo que pedírtelo dos veces, porque subiste los escalones de nuevo y entraste dentro.
Te asombraste de la majestuosidad de la escuela. Si por fuera parecía un castillo inglés, pro dentro, aún más. Era muy bonito. Pero no había nadie aparte de vosotros dos. Había mucho desorden (libros y botellas de alcohol vacías por doquier) y todo estaba lleno de polvo. ¿Qué había ocurrido para que estuviera así?
- Sígueme – te pidió el chico, empezando a caminar. Le seguiste por detrás, mirando a todas partes.
Llegasteis a lo que parecía un salón y ahí os parasteis. El chico te pidió que te sentaras (lo cual, hiciste) y él despareció por una puerta.
En el sofá que te habías sentado apenas había espacio, había montones de cosas amontonadas por lo que tuviste que quitar algunas para hacerlo. La escuela parecía mucho más descuidada de lo que por fuera parecía. Los olores eran confusos (había algunos desagradables incluso), pero había uno en específico que era... Relajante. Eso te confundió un montón.
El chico volvió con un botiquín de primeros auxilios en las manos. Se sentó a tu lado y te levantó un poco la camiseta para ver la herida.
- La bala salió – le hiciste saber y él asintió.
- Esto te va a doler – te avisó antes de frotar tu herida con un algodón con alcohol del 96.
Te reíste. Aquel hombre levantó la mirada y te miró confundido.
- No noto el dolor – le explicaste.
- ¿Ese es tu don?
Asentiste.
Te colocó una gasa sobre la herida y volvió a bajar tu camiseta.
- Soy Hank McCoy – se presentó.
- ¿Qué ha ocurrido aquí? ¿Dónde está el profesor Xavier?
- Charles no es lo que era antes – sonrió tristemente. – Han pasado cosas malas aquí que le han cambiado.
Asentiste.
- ¿Y a ti que te ha ocurrido? – te preguntó.
- Una compañía me estaba buscando – explicaste. – Al principio eran cartas para que me uniera a ellos pero hoy mismo han entrado en mi casa para llevarme con ellos. Conseguí escapar por la ventana pero otro tío me encontró en la calle y me disparó.
- ¿Qué compañía?
- Se llama Trask. Están... Están experimentando con mutantes y no sé cómo pero consiguieron dar conmigo y tengo miedo – empezaste a ponerte nerviosa.
Hank te cogió de las manos, para intentar calmarte.
- ¿Podré quedarme aquí? Solo por un tiempo, hasta que encuentre otro lugar-
- Por supuesto que sí – asintió, cortando tu oración. Esas cuatro palabras te hicieron calmarte rápidamente. – ¿Has traído alguna maleta?
- Una mochila y una pequeña maleta.
- Te ayudaré a traerlo. – Se levantó en ese mismo instante y tú, cojeando, fuiste detrás de él.
Hank bajó las escaleras del porche, y sacó de tu coche la maleta y la mochila. Te entregó la mochila y te llevó a una de las habitaciones por el pasillo contrario al que entraste.
- Muchas gracias – le susurraste y él te sonrió.
- No hay de qué – finalmente te susurró de vuelta.
Cuando cerraste la puerta, conseguiste escucharle susurrar:
Charles me va a matar.
Eso fue raro, pensaste.
De lo primero que te diste cuenta dentro de la habitación que te había asignado Hank, era que ese olor relajante era muy tenue. Casi imperceptible.
Lo segundo que te diste cuenta era que la habitación estaba llena de polvo y, había muy pocos muebles en ella: Una cama, una cómoda y un escritorio. Tenía una puerta, que daba a un baño.
Lo primero que hiciste fue darte una ducha, para limpiar la suciedad e intentar hacer desaparecer el bulto en tu tobillo. Te cambiaste de ropa, a una más cómoda (se podría decir que era como un pijama). Eran unos pantalones cortos bastante sueltos y una camisa, ambos de color azul claro.
Saliste del baño y te tumbaste en la cama, con la mochila a tu lado. No saliste por el resto del día. Te quedaste en esa habitación, tumbada en la cama y mirando a la pared.
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