Bucky Barnes #3

Capítulo tres: Buscando respuestas.

Antes de salir por la puerta del garaje, te colocaste un pañuelo en tu cuello, por si acaso. Entraste al garaje, abriste el coche y entraste en él. Dejaste el bolso en el asiento del copiloto, arrancaste el coche y saliste de tu garaje.

El camino de vuelta hasta tu trabajo era media hora así que cuando llegaste allí, quedaban quince minutos para las tres de la tarde. Entraste al ala de emergencias y saludaste a Rosa, la recepcionista de emergencias.

-    Buenas tardes – la saludaste.

-    Buenas tardes. ¿Viste las noticias? – señaló la televisión colgante de la sala de espera.

-    No... - dijiste. Te giraste para ver qué noticas había. Una reportera rubia estaba hablando.

"Ha pasado ya un día desde el accidente en el Triskelion, el cuartel general de SHIELD. Capitán América fue encontrado a orillas del lago. Estaba en mal estado pero es bueno saber que se está recuperando con velocidad. Mientras tanto, Viuda Negra había subido toda la información tanto de SHIELD como de HYDRA, una organización maligna, a la red. Lo más preocupante de todo es que el Soldado de Invierno, como todos lo llaman, ha quedado en libertad. Ya se le vio días atrás en una pelea con el Capitán América y Viuda Negra. Ese asesino trabaja para HYDRA y ahora está fugitivo de la mano de la justicia. Los aeropuertos de la ciudad, el de Reagan, Dulles y el BWI han sido parados, para que no logre salir vía aire. Te devuelvo la conexión".

-    Siento escalofríos al saber que ese asesino anda suelto – comentó Rosa. Tú solamente estabas perdida.

El hombre al que habías salvado de morir en el lago, era él. El soldado de invierno. Había vídeos caseros de la pelea que tuvo el soldado de invierno con el Capitán América. En esos vídeos se veía claramente como un hombre con el brazo de metal peleaba con el otro hombre con el escudo.

La sala de espera de emergencias estaba vacía hoy. Cruzaste la sala y entraste en tu sala. Y, como no, ahí estaba Gerard esperándote.

-    Buenas tardes – te saludó animadamente.

-    Buenas tardes – susurraste. Todavía seguías perdida en tus pensamientos.

-    Tengo noticias para ti – sonrió exageradamente.

Y ahora os preguntaréis quién demonios era este tipo. Gerard era otro médico en urgencias que tiene un flechazo por ti. El hombre no entendía muy bien las indirectas, y era muy insistente.

-    Ilumíname – dijiste mientras dejabas sobre el perchero el bolso.

El hombre te enseñó un panfleto. Lo cogiste y lo leíste.

Smithsonian presenta una colección entera de la vida del Capitán América. De Lunes A Viernes gratis.

-    ¿Y qué quieres decir con esto? – le preguntaste mientras se lo entregabas, dabas la vuelta al escritorio y te sentabas en la silla.

-    Podríamos ir los dos a verla. Tiene pinta de ser muy interesante – comentó.

-    Gerard, sabes que no me gustan los museos – dijiste lo primero que se te pasó por la cabeza.

-    Ah, sí, es verdad. – dijo. – Bueno, yo te dejo el panfleto aquí por si cambias de opinión.

Asentiste.

Gerard dejó un panfleto en la mesa y se acercó a la puerta. Antes de salir se giró y te miró.

-    ¿Quieres que te lleve a casa hoy? – preguntó, esperanzado.

-    He traído el coche.

-    Ah, está bien – dijo, pero en vez de irse, se acercó de nuevo al escritorio. – ¿Por qué llevas un pañuelo? Hace demasiado calor como para llevarlo.

-    Es porque tengo dolor de garganta. – dijiste mirando al escritorio.

A Gerard no le bastó y terminó de acercase al escritorio. Alargó una mano y movió el pañuelo, quitándolo de en medio. Cuando vio que también tenías el cuello largo, lo bajó. Se quedó viendo las marcas púrpuras con el ceño fruncido. Abrió la boca para hablar pero tú le cortaste:

-    Vete – le ordenaste. Le diste un manotazo a su mano y te recolocaste el pañuelo. – Esta vez lo digo en serio.

El pobre Gerard se fue de tu oficina con el ceño fruncido y las palabras en la boca.

Respiraste más tranquila cuando Gerard se fue.

Tu trabajo fue normalito en comparación con ayer. Muy pocas personas se pasaron por urgencias, lo cual fue una alegría. Entraste al parking a las ocho y media de la tarde, aunque ya se estaba oscureciendo el día. Al salir del parking saludaste al mismo guardia que ayer. Condujiste por la misma carretera que ayer, esta vez sin encontrarte a ningún hombre malherido. Antes de llegar a tu casa, paraste en el supermercado a comprar un poco de comida.

Dejaste el coche en el garaje. Entraste al salón para ver que estaba vacío y con las luces apagadas. Caminaste directamente a la cocina, y ahí guardaste toda la comida que habías comprado. Volviste a entrar al salón y encendiste la luz. El vaso estaba vacío, y ya no estaba la pastilla. El bol de ensalada no estaba vacío pero estaba claro que el hombre había comido. Llevaste el bol y el vaso a la cocina.

"¿El hombre se habrá marchado?" te preguntabas. Antes de subir las escaleras e ir a tu habitación, pasaste por el baño. Encendiste la luz y para tu asombro viste que las armas seguían donde las habías colocado, por lo que él no se había marchado. Después te dirigiste a tu habitación. Subiste las escaleras lentamente, tal vez con temor.

La luz de tu habitación estaba apagada, por lo que no veías casi nada. Palpaste ciegamente la pared hasta que diste con el interruptor.

El hombre estaba ahí, tumbado en tu cama. Cuando encendiste la luz, el hombre cambió la mirada del techo a ti. Dejaste el bolso sobre el escritorio, desenrollaste el pañuelo de tu cuello y lo dejaste también ahí. Después suspiraste.

Caminaste hasta sentarte en tu cama, a varios centímetros de él.

-    ¿Están bien las heridas? ¿Te siguen doliendo? – preguntaste.

El negó, imperceptiblemente.

-    ¿Quieres que las compruebe?

No esperaste una respuesta y te levantaste de la cama para bajar rápidamente las escaleras, entrar en el baño, coger el botiquín y volver a subir.

Te sentaste al otro lado de la cama, donde estaba tumbado. Levantaste un poco la sudadera, hasta que casi mostró sus pezones. Su abdomen no se veía para nada hinchado (a menos que contaras los increíbles abdominales que tenía), por lo que no estaba infectado. Lo cual era bueno. Le retiraste la gasa y le echaste solamente crema antibacteriana con un algodón. No hizo falta vendarla ni nada porque se veía bastante bien.

Dejaste el botiquín en la mesilla de noche y después te levantaste de la cama. Estabas demasiado cerca de él y le podía ser incómodo. Diste media vuelta a la cama y te sentaste allí. Te quitaste los zapatos y te diste media vuelta en la cama, para mirarle.

El hombre, el soldado de invierno, ya se había bajado la camiseta y también te estaba mirando.

-    Hoy, en las noticias, has salido – le dijiste. El hombre frunció el ceño. – Te llamaban el Soldado de Invierno... Y te están buscando.

El hombre tragó, su manzana de Adán moviéndose.

-    Tranquilo. No voy a entregarte, si era eso lo que estabas pensando – le tranquilizaste.

El hombre frunció aún más su ceño, mirando esta vez al techo.

-    Pero... - empezaste a hablar. – Me gustaría saber algo. Y no, no es porque sea curiosa. Es solo que... eres un extraño y te he dejado entrar a mi casa para que te recuperes.

-    A mí también me gustaría saber algo – respondió.

-    ¿Te borraron la memoria?

Él asintió.

-    Pero me acuerdo de algunas cosas. Cosas sin sentido.

-    ¿Cómo cuáles?

-    Los rostros de las personas que he matado me persiguen – respondió con voz baja.

-    ¿Cómo sabes eso? – interviniste.

-    Dime qué otra utilidad tiene esto – preguntó moviendo un poco su brazo de metal.

Os quedasteis en silencio. Cada uno pensando.

-    ¿No hay... ¿No hay nada que te pueda ayudar a recordar algo? – le preguntaste. – Un lugar, o una persona. Algo. Sé que no me conoces, y que yo a ti tampoco pero quiero ayudarte.

-    El hombre del puente – respondió después de unos minutos en silencio. – Dijo un nombre y cuando lo dijo algo sonó en mi cabeza.

-    ¿Qué nombre dijo?

-    Bucky.

-    Puede que ese sea tu nombre – le dijiste y él frunció el ceño, frustrado. - ¿Y ese hombre quién era?

-    No lo sé. Pero es como si le conociera.

-    ¿Puedes describirle?

-    Llevaba... Llevaba un escudo – dijo mirando a las sábanas.

Eso te hizo clic en la cabeza.

-    ¿El escudo tenía una estrella y era a rayas?

Él asintió poco convencido.

-    Sé quién es. – Le hiciste saber. Él te miró, esperando tu respuesta. – Es el Capitán América.

Él se quedó en silencio, se veía que ese nombre no lo reconocía. Te pasaste la mano por la cara intentando recordar el nombre del Capitán.

-    Se llamaba... ¿Steve? Sí, eso. Se llama Steve.

Bucky levantó la cabeza, por un momento su mirada se perdió y parecía que estaba recordando algo.

-    ¿Te suena?

Asintió.

Y ahí fue cuando te diste cuenta de otra cosa.

Te bajaste de la cama y fuiste al escritorio. Revolviste lo que había dentro hasta dar con el papelito arrugado con la galería del Capitán América.

Te acercaste de nuevo a la cama, tenías la mirada de Bucky siguiéndote hasta que volviste a sentarte en la cama. Alisaste un poco el papel y se lo entregaste. Lo cogió con la mano derecha y lo leyó brevemente.

-    Sí tenías algo que ver con él, aparecerás allí – le comentaste. - ¿Quieres ir mañana por la mañana? Tengo libre y podría acercarte allí...

Él asintió.

Y después de ese avance (ese gran avance), permanecisteis en silencio.

-    ¿Por qué me ayudaste? – habló cuando ya te estabas quedando dormida.

-    Necesitabas ayuda – susurraste, medio dormida.

No respondió. O tal vez sí lo hizo pero para eso te quedaste dormida.

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