01 | El chico raro

Esta historia  fue hecha a base de ideas randoms que tuve con Zan_cry Thank you! ;)

El chico raro

Timba

«Algunos nacen siendo estrellas, otros nacen estrellados».

Siempre me he sentido como si fuera ambos.

A lo largo de mi vida he llegado a hacer muchas cosas y las personas creen que soy alguien súper especial solo por eso. Estoy en mi penúltimo año del secundario y soy vicepresidente del consejo estudiantil. No lo considero el mejor logro de todos, pero para ellos es algo increíble. Aprendí a tocar el piano desde muy pequeño, también el violín. He estado en muchas presentaciones escolares y he recibido varios diplomas de honor. Tengo una vida social muy activa. Muchos podrían decir que tengo la vida perfecta.

Pero lo cierto es que yo nunca estuve conforme con ella.

Mis padres se divorciaron cuando yo tenía doce años y me quedé con mi madre. Ella es abogada, así que nunca nos faltó nada, por suerte. A veces siento que ya he vivido más de la cuenta.

Todo lo que he aprendido lo he hecho por obligación. Por tratar de ser alguien en la vida. Por querer que alguien me quiera.

Pero nunca fue suficiente.

Estoy vacío por dentro.

Me he pasado toda la clase de literatura mirando un reloj esperando a que dé la hora por finalizada, que en cuanto lo hace y suena el timbre del receso, me levanto de manera apresurada para dirigirme hacia la biblioteca. Normalmente siempre voy con mis amigos a cualquier otro lugar del instituto, pero hoy necesito dejar de pensar. Necesito algo de paz.

Al llegar voy directo hacia la recepción, donde la bibliotecaria me recibe con una sonrisa amable. Le pido el mismo libro de siempre pero me dice que alguien más ya lo pidió, así que procede a recomendarme otros libros. Solo niego con la cabeza y le agradezco de todas formas.

¿Quién se interesaría en un libro de poemas cualquiera?

Doy media vuelta sobre mis talones para después ir hasta las mesas del fondo. Pero entonces, en una de aquellas mesas, lo veo a él. Está dormido, su cabello blanco cae sobre un libro y tapa un poco sus ojos, sin embargo, aún puedo ver su rostro. Decido acercarme un poco más. Parece estar muy tranquilo.

Mi cabeza empieza a llenarse de preguntas que simplemente no sé qué hacer.

¿Debería pasar de él? ¿Y si le digo a la bibliotecaria que hay alguien durmiendo aquí? No, no puedo meterlo en problemas, ni siquiera lo conozco.

¿Soy un acosador por ver a alguien dormir?

En medio de esa lluvia de preguntas, mis ojos se clavan en el libro. Mi libro.

Podría pedírselo. ¿Sería descortés despertarlo? Realmente se ve cansado. ¿Debería pedir otro libro? ¿Qué tal si solo se lo quito? No, quizá se despierta y se enoja conmigo, quién sabe, hasta podría lanzarme el libro por intentar quitárselo.

Termino por sentarme a su lado a esperar que despierte.

¿Qué tan raro es despertar en una biblioteca y ver que hay un desconocido sentado a tu lado?

Supongo que él mismo va a responder esa pregunta en cuanto despierte.

Lleva un lapicero en su oreja. Se lo quito de la manera más cuidadosa posible para después tomar una hoja y comenzar a dibujar garabatos en ella.

Los siguientes diez minutos son los más aburridos. Solía pensar que era una persona con el sueño muy pesado, pero ahora sé que no soy el único que lo tiene. La verdad, yo no podría dormir tanto, mucho menos en una mesa, es incómodo.

De repente la idea de despertarlo vuelve a cruzarse por mi cabeza.

¿Es bueno lanzar una enciclopedia a la cara de alguien para despertarlo? Antes me tomo unos segundos para reconsiderarlo. Termino por picarle la cara con el lapicero.

Al inicio hace muecas con su cara, aún adormilado, mientras yo trato de no soltar una risa. Segundos después mueve su cabeza para tratar de quitar la molestia, pero no lo logra. Se le nota algo desconcertado y molesto cuando parece abrir los ojos, hasta que se posan en los míos. En ese instante su expresión cambia de manera drástica, sorprendido.

Al despertarse de esa manera, pega un brinco en el lugar, asustado, seguido de un movimiento mal hecho que le hace caer de la silla. Por un instante puedo oírle maldecir entre dientes. Lo siguiente que hace es intentar levantarse, en eso se golpea la cabeza con la mesa.

Mientras tanto yo vuelvo a ahogar una risa.

Sigo observando la escena y una sonrisa se instala en mi rostro. Al ya estar de pie, puedo verlo todavía mejor. Y sí que es un desastre. Hay mechones de su pelo que parecen ser algo rebeldes, porque pasa su mano por ellos para intentar acomodarlos pero vuelven a desacomodarse. Su uniforme está arrugado, y estoy seguro de que esa mancha que tiene en la camisa es pasta de dientes.

Está tan nervioso que por un segundo pienso en hablar primero, porque veo que a él le cuesta hacerlo.

—Hey, ¿te encuentras bien?

—Sí, sí, estoy… estoy bien —contesta de prisa. En su voz se nota lo inquieto que le pone mi presencia. —Tú… ¿qué haces aquí?

—Es una biblioteca, ¿tú qué crees?

Rehúye la mirada, avergonzado.

—Bueno, además de leer, me refiero a qué haces aquí… conmigo.

—Tenías mi libro —le espeto. —¿Acaso me conoces?

Su mirada viaja hasta el libro, que está en la mesa, luego vuelve a mis ojos.

—No es tu libro si está en una biblioteca a disposición de todos. Y sí, te conozco, eres parte del Consejo.

—Ni siquiera lo estabas leyendo, y puedo llamarlo mío todo lo que se me dé la gana —aclaro. ¿Cómo es capaz de contradecirme? —Yo a ti no te conozco.

—Ah, cierto ¡soy Gusto, un Rius conocerte! —Levanta la mano en un intento de estrecharla con la mía, pero la quita rápidamente al ver que no hago el ademán de aceptarla.

—No levantes la voz, Gusto.

Sus mejillas casi que se ponen rojas de la vergüenza.

—Lo siento. Y es Rius.

Suelto una risa suave. Esto es divertido.

—Ya, solo te estaba molestando.

Después de eso nos quedamos charlando un rato más. Me devuelve el libro, pero con la condición de que leamos todos los libros de poemas que hayan en esa biblioteca los dos juntos y le acepto. Comenta que está en su último año, ¿cómo es posible que ese desastre con patas de un metro y cincuenta y tantos sea mayor que yo?

Con él, el tiempo parece pasar tan rápido que cuando nos damos cuenta, ya perdimos una hora de clases. Así que salimos de la biblioteca apresurados.

Cuando cada uno tiene que ir a su salón, nos despedimos.

—Hasta mañana, chico de los poemas.

—Nos vemos, chico raro de la biblioteca.

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