Visita trece.
—Recuerda no quitarte esto —ordenaba, a la vez que con sus manos acomodaba un gorro de lana oscuro en aquel cabello castaño rizado, asegurándose por igual que el mismo cubriera sus orejas—. No quiero que te sigas enfermando así, Pino —musitó Bill, colocando ahora la bufanda negra de la que tanto Dipper había tomado cariño alrededor del cuello del castaño.
—Sí —murmuró el otro chico, aunque su voz fue callada por la bufanda que Bill exageradamente enroscó alrededor de la parte baja de su rostro. Rodando los ojos, se destapó su boca para hablar, bajando levemente con su mano la bufanda que le cubría—. ¿Podemos irnos ya? Mi mamá me está incomodando.
Al voltear a su lado derecho, justo en la cocina, estaba su madre mirándoles por cada oportunidad que tuviera mientras hacía el desayuno de Mabel, quien seguía dormida. Ella sonrió al notar que le veía, despidiéndose con su mano para disimular que realmente estaba observando las actitudes de Bill con él.
—Pronto, Pino, pronto —le respondió, separándose un par de pasos del castaño para inspeccionarlo un poco de lejos, analizando cada parte de su vestuario para asegurarse que tenía todo, hasta que sus cejas se encarnaron al notar que cierto detalle faltó.
Estiró su brazo hasta dar con la mano del castaño, la cual seguía aún sobre la bufanda negra. La tomó con una de sus manos, acariciando el dorso con el ceño fruncido, y el castaño se sonrojó, queriendo apartarla de la contraria en ese preciso instante, hasta que Bill la soltó y se quitó uno de sus guantes amarillos para después colocarlo en la mano fría del castaño con una gentileza que a Dipper le resultaba abrumadora.
Repitió el mismo proceso con su otro guante, sonriendo satisfecho al tener al castaño por fin protegido ante el frío.
—Yo tengo guantes, Bill —sus mejillas estaban aún rojizas, sintiendo un cosquilleo ante el calor que emanaban los guantes del rubio alrededor de sus manos heladas.
—Pero parece que los olvidaste en tu habitación —sonrió, pellizcando levemente con su dedo índice y pulgar la nariz de Dipper.
El castaño se removió incómodo, deseando que ya se largaran de su hogar puesto que la mirada de su madre seguía persistiendo entre ellos dos, más no comentaba nada.
El fin de semana fue una aventura realmente peligrosa. Bill en su casa, especialmente en su habitación, fue insufrible. No dejaba de tocar todo a su alrededor, además de preguntarle al castaño cómo fue que consiguió los tantos premios de su repisa.
Dipper no quería relatar eso, ya que lo consideraba aburrido y pensaba que el interés de Bill se iría al saber que era un completo nerd. ¿Quién considera interesantes los premios de concursos matemáticos y de literatura?
Pues, al parecer, a Bill le pareció la cosa más encantadora del mundo, mirando con ojos deslumbrantes y admiración a la persona responsable de su enamoramiento.
Después de estar todo el Sábado arropado en su cama, y con Bill haciéndole compañía en todo momento, llegó su mamá y se sorprendió al percatarse de la presencia del batista de la cafetería en la habitación de su hijo.
Fue una situación sumamente incómoda al principio, hasta que Bill rompió el hielo y la saludó, para después platicar con ella de manera cordial, intentando ganar su confianza, cosa que consiguió con facilidad.
Su mamá se empezó a encariñar con él a tal punto que le invitó a cenar esa misma noche, sólo provocando que el castaño se irritara más de lo usual.
Debía admitir que le gustaba la compañía que le ofrecía Bill, más eso no cambiaba el hecho de ponerse nervioso ante la presencia del rubio frente a su familia. Sentía que ahora era importante la opinión que tuvieran de Bill.
La cena esa noche fue dulce para Bill, pues como el castaño no se podía levantar para bajar a cenar debido a su condición, decidió traerle la comida a la cama.
Fue una larga cena llena de reproches del menor y risas del otro chico.
Por más que la mamá de Dipper insisitiera en que se quedara a dormir en la casa, ya que en la noche el frío era peor, Bill se negó, diciendo que tenía cosas que atender cuando realmente lo hacía para que el castaño no se enojara con él, considerando que se estaba ganando por igual su confianza de a poco.
Después de la despedida, Dipper le llamó de manera precipitada, obteniendo que el otro detuviera su andar.
—¿M-Me podrías dar tu número? —preguntó con timidez, apretando con sus manos una de las enormes colchas que le cubría.
Se lo pidió con la excusa de tener que facilitar la manera en que se manejarían las citas, prefiriendo que Bill pasara por él con su auto en su casa, sin que fuera una molestia.
Bill sonrió enormemente, accediendo y sacando su celular para agendar en sus contactos a su adorado Pino.
Entonces acordaron con que se verían al día siguiente, Domingo, nuevamente en la casa del castaño puesto que no se recuperaría por completo de su resfriado para asistir a la cafetería. Ahora, era inicio de semana, y se sentía mejor. El barista no estaba completamente de acuerdo en que Dipper saliera nuevamente a la calle, pero el otro insistía en que se encontraba bien.
Obviamente no creyó en sus palabras, llegando a la situación actual, en donde empezó a proteger su cuerpo con cientos de adornos contra el frío.
—¿Nos vamos? —Dipper llevó su mirada chocolate a la ambarina frente a él.
—¿Tan desesperado estás para tener un rato conmigo a solas? —su pregunta fue gritada a propósito, sonriendo burlón ante la sorpresa ajena.
—Bill —reprochó, cubriendo con sus manos enguantadas los labios del rubio—, no frente a mi mamá...
El chico se limitó a reírse bajo, tomando de sus manos para alejarlas de sus labios unos centímetros y depositar un casto beso sobre sus nudillos.
Un tintineo de algo metálico cayendo por el suelo de la cocina fue escuchado por los dos, y Dipper se ahorraba las ganas de golpear en ese preciso momento la sonrisa divertida del rostro de Bill.
—Ya vámonos —sentenció el menor, fulminándolo con la mirada—. Llegarás tarde a tu trabajo.
Sin dejarle tiempo para responder, lo llevó arrastrando a la salida por medio de su antebrazo, dando un portazo después de irse.
[...]
Llegando a la cafetería, podía notar la clientela usual siendo atendida por los demás empleados. Antes de salir del automóvil de Bill, su mirada se ensombreció.
Bill notó su inconformidad y posó una mano sobre su hombro para llamar su atención.
—¿Qué tienes, pequeño? —su voz salió en un tono de voz suave, siendo completamente comprensivo. Seguido de ello, dirigió su vista en donde la tenía Dipper, y sus cejas se alzaron con asombro.
Dentro de la cafetería se encontraba aquella chica que tanto le causaba conflicto al castaño. Ella estaba sentada en una mesa frente al ventanal de cristal, buscando con la mirada algo que no parecía encontrar.
—¿Qué es ese olor? —intentó bromear, olfateando cerca del castaño—. ¿Es el de los celos, tal vez?
En eso, el otro le encaró, con un rostro que representaba confusión.
—¿Otra vez con eso? ¿Por qué estaría celoso? Deja de inventar cosas —dijo, abriendo la puerta de a su lado y saliendo por la misma, invitando al viento gélido a acoplarse con su cuerpo.
El rubio también salió, no sin antes apagar su auto y tomar sus llaves. Le encantaba lo mal que llegaba a mentir Dipper, era demasiado obvio cuando algo le molestaba.
—Sí no lo estás, ¿por qué esa cara larga? —le preguntó una vez a su lado.
Ambos se dispusieron a caminar a paso lento hacia la entrada.
—Es sólo que me molesta que esa chica siempre esté ahí y no compre nada —murmuró, analizando de pies a cabeza a la fémina desde su posición—. Cuando vas a una cafetería o restaurante lo más razonable sería que compraras algo de ahí, no que te quedes sentado en una mesa siendo una molestia para los que en verdad si ordenarán algo.
—Tal vez entra por el frío, Pino —canturreo su apodo.
—Eso no es posible, ¡viene todos los días sólo para coquetear contigo! Pero eres demasiado ciego para notarlo.
Bill tomó sus palabras con sorpresa, y sí de por si estaba sonriendo, ahora lo hacía más. En su interior sentía una enorme satisfacción con el mero hecho de enterarse que era importante para el otro.
—¿Y qué sugieres que haga? —preguntó, curioso de a que punto los celos de Dipper podrían llegar.
—No lo sé, tal vez correrla de la cafetería, es decir, ¿para qué va si no comprará nada? Ni que tuviera la misma oportunidad que yo.
"Sí, efectivamente está celoso." Pensó Bill. Y se notaba que Dipper no pensaba con claridad ante el odio nublando sus ideas.
Rodando los ojos con diversión, tomó su mano sin previo aviso, soltando una risa ante el brinquito de sorpresa que dio Dipper.
—Ya deja de preocuparte por cosas insignificantes —bajó su mirada para ver lo bien que se amoldaba su mano con la contraria—. Yo te quiero a ti, Pines.
El corazón del menor se aceleró ante aquella confesión.
Con eso dicho, Bill empezó a caminar, guiando a ambos hasta la entrada de la cafetería, con su mano aferrada a la enguantada del castaño. Al entrar, fueron bienvenidos ante el cálido ambiente del lugar, sintiendo como sus cuerpos se deshacían del frío.
Las miradas cayeron en ellos con el timbrar de la campana, o siendo más específicos miraban con anticipación las manos de los jóvenes unidas.
Dipper sonrió en sus adentros, emanando felicidad ante la mirada de envidia de la muchacha anónima.
Ahora que lo pensaba, traía puestas varias cosas de Bill; su gorro de lana, su bufanda y sus guantes. Empezaba a creer que Bill realmente se preocupaba por él, y no sólo por su salud, sino como persona, siempre estando ahí para motivarlo y hacerle saber que la vida es linda con un poco de dulce en ella.
Con discreción, miró al joven de a su lado, siempre radiante y sonriente, saludando con un leve ademán a los clientes con los que se topaba.
Su corazón papiltaba con fuerza. Bill se estaba tornando como su figura de admiración. Creía que la huida de su padre había sido el fin del mundo, pero de a poco empezaba a pensar que no era así. El chico de a su lado le estaba demostrando que hay más personas en ese mundo por las cuales acudir, y aunque no se pueda tener su total confianza, puede acudir a ellos en los momentos más difíciles.
Dipper dio un ligero apretón a la mano ajena de manera inconsciente, y no pasó desapercibida la acción, puesto que Bill en un movimiento fugaz hizo que se entrelazaran.
—¿Te gustaría un café como el de la primera vez, Pino?
Dipper meditó la pregunta por unos segundos. El café que ordenó hace un par de semanas era amargo, lo recordaba bien, pero no tenía las intenciones de volver a ordenar un sabor tan áspero.
—Me gustaría que tuviera leche y azúcar esta vez —admitió, ganándose una mirada completamente perpleja del rubio—. Gracias a los postres que me haz dado, el azúcar ya no me desagrada del todo.
Y en ese instante Bill sintió que tuvo un enorme progreso.
—
Holaaaa, espero que les haya gustado el capítulo c:
Dipper ya esta encontrando la felicidad de nuevo♡
De nuevo les agradezco a todos por el apoyo y por la paciencia ಥ⌣ಥ Ya saben que los votos y comentarios completamente apreciados y bien recibidos♡
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