Tercera visita.
Ya era un nuevo amanecer en Gravity Falls. De no ser por lo nublado que estaba el cielo, el Sol ya estaría pintando cada esquina del desolado lugar. La protección de la gente contra el frío era cada vez más y más extensa, ¿pero quién les culpaba? Juraría que estaban a grados bajo cero, hasta los mismísimos pingüinos sufrirían de frío al estar ahí por más ilógico que suene.
Dipper estaba observando por la ventana de su casa el exterior de su comunidad. Hasta su casa estaba helada, la calefacción dejó de funcionar hace un par de días para su desgracia, otra razón para no sonreír nunca más. Tenía una gran cobija sobre sus hombros, la cual no era lo suficiente caliente para protegerle, ni siquiera estaba tibia.
Luego de soltar un largo suspiro, se dejó caer de sentón sobre el sofá frente la ventana arropándose cada parte de su cuerpo hasta el punto en el que parecía una oruga.
Sus ojos seguían vagando por cada persona abrigada que pasaba frente a su hogar, habían desde niños hasta adultos de la tercera edad. Todos parecían traer cargando algo consigo desde bolsas de mercado y cajas de suministros. Con la pereza a tope, no hacía más que ver que era lo que llevaba cada persona en la mano, hasta que una cosa que traía un señor le llamó la atención.
De un momento a otro entrecerró ambos de sus ojos hasta por fin divisar un envase por donde humo salía del orificio superior.
—Es sólo café.— Bufó recargándose nuevamente en el respaldo ya que se estaba inclinando para ver el objeto mejor. —Café...
Unos pocos segundos bastaron para que diera un gran salto sorpresivo y tomara su rostro entre sus manos un tanto histérico.
—¡Café! ¡La cafetería!— Exclamó con ansiedad recordando el trato que hizo con Bill el día de ayer. —Se me olvido por completo, que torpe soy...
Podría simplemente no ir, pero si incumplía el trato le debería una cita al empleado ese de pacotilla. Ni el entendía porque lo había aceptado. Así que hecho un rayo corrió escaleras arriba descalzo, sin importarle cuan tanto frío el piso estaba. Agarró un gran abrigo y se lo puso encima gozando del calor que le emitía, para luego volver hasta la sala y ponerse el primer par de zapatos que estaban desordenados por el suelo.
Sin previo aviso, salió de su hogar mientras acomodaba su abrigo en una posición más presentable. Las ondas del viento helado no se hicieron esperar, impactándole gran parte de su cuerpo a través de las prendas.
Ni siquiera él sabía porque estaba tan apresurado de ir para allá, pero el vuelco en su estomago por los nervios le obligaba a moverse sin su conocimiento.
Las miradas sobre su ser fueron múltiples, odiaba el sentimiento de sentirse vigilado. Tenía inmensas ganas de vociferarles "¿Qué? ¿Tengo algo en la cara?" pero su sentido común le advertía que no cometiera una locura como esa.
(...)
Estando ya frente a la cafetería, retiro los pequeños copos que aterrizaron sobre su cabello. El camino no fue tan largo como lo esperado, podría decirse que el tiempo se le pasó volando.
Una vez ya listo, se adentró al lugar dejando que la típica campanita sonara y advirtiera nuevamente todas las miradas posándose sobre él. Ignorándoles, cerró la puerta tras de sí con algo de cautela y tranquilidad, cosa que se vio interrumpida por la sonora carcajada en medio del silencio.
—¿Pinos? ¡Que adorable eres, niño! ¡Me encanta!— La voz familiar del rubio retumbó por sus oídos provocándole un mareo, lo logró divisar en el mostrador con una gran sonrisa en su rostro y ojos llenos de admiración.
Estaba a punto de reclamarle sobre cual era el motivo de ese comportamiento hasta que la bombilla se le encendió y con la mirada neutra, observó su propio atuendo. Otra cosa que se le olvidó, fue cambiar su ropa.
Tenía la pijama puesta, ¿cómo pudo distraerse de tal manera para no fijarse en como salía por la calle?
El sonrojo en su rostro apareció a los pocos momentos y su ceño se frunció mientras se daba media vuelta para salir, indignado por la situación.
—¡No, no, no! ¡Espera!— En un fugaz movimiento, el rubio le estaba sujetando de la muñeca y le obligó a voltearse por sobre sus tobillos. —Sólo bromeaba, es sólo que yo no esperaba encontrarte de este modo. Pero no miento al decir que eres adorable.
—S-Solo ignora esto y haz lo que tengas que hacer.— Masculló entre tímido y avergonzado, ganándose una sonrisa por parte de Bill.
—Tengo grandes planes el día de hoy y sin duda te gustarán.
Ambos se encaminaron hasta el mostrador, ignorando el hecho de que los clientes les seguían mirando expectantes como si fuera lo más interesante que verían hoy. Bill soltó su muñeca y se adentró a unas puertas de mármol, Dipper tomó asiento en un taburete esperando con algo de intriga lo que le tenía planeado.
Después de unos minutos, Bill salió con una cajita en las manos. Era una caja donde se daban los pedidos "para llevar", era rosada y con líneas verticales blancas. La depositó en el mostrador frente al castaño haciéndole un ademán para que la abriera.
Como le indicó, abrió la caja y para su sorpresa era un panquecito. La cobertura de este era su rostro.
—¿Decoraste un panquecito con mi rostro?
—¡Oh vamos! Te encantó.— Un puchero se formó en sus labios. —Mira, tus ojos son dos chispas de chocolate, tu cabello fue lo más difícil de hacer puesto que lo tienes despeinado y-
—¿Por qué mi nariz es roja?
Bill soltó una pequeña risa, para admirar con el castaño el betún rojo que se encontraba en la parte de su nariz.
—Eso es fácil de responder, tu nariz es rojiza.— Su tono de voz tenía un toque de obviedad mientras le dio un toque a la punta de su nariz. —Es como un tomate.
Dipper resopló mientras inconscientemente la comisura de su labio se curveaba.
—¿Estás sonriendo?— Recargándose sobre la mesa, el rubio se acercó hasta el rostro de él con sus típicas miradas de asombro. Percatándose de la situación, el rostro de Dipper se tornó serio.
—No.— Negó rotundamente para luego tomar el panquecito entre sus manos y darle una gran mordida que le llenó la boca. Tal vez con eso pueda escapar de las continuas preguntas que le dedicaría Bill.
"Un mes, puedo soportarlo."
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