Octava visita.
Ya volvió este bello fic♡ La verdad si extrañaba escribir en él y perdón por tardarme ;-; pero lo bueno es que ya volví a retomar la historia y también lo haré con Sicario. Estos dos bebés necesitan llegar a su final merecidamente
—
El trato seguía en pie.
Y Bill no se rendiría si no conseguía sacar una sonrisa de esos perfectos labios rosados que aquel castaño poseía.
Debía hacerlo sonreír para que tuvieran una cita, y no creía que eso fuese tan difícil. Durante estos siete días que estuvo a su lado en la cafetería, el castaño no mostraba señal de querer sonreír, ¡ni aunque fuera forzada o sarcástica!
Necesitaba hacer algo rápido, sentía que sus días se le estaban acabando. Le quedaban veintitrés días para lograr su cometido, o sino Dipper no tendría una cita con él, ¡o quizás peor! Desaparecería de su vida.
—Ugh —murmuró, recargándose en la barra en donde hacía los pedidos con sus clientes, colocando un brazo sobre el puesto y con el otro sobando su frente con estrés.
—Hay algo que te preocupa, lo puedo sentir —dijo una voz femenina ya conocida desde el otro lado de la cafetería. Su escoba barriendo el suelo era el único sonido emitido en el lugar.
—¿Qué me preocupa algo? ¡Claro que me preocupa algo! Que no logre hacer sonreír a Pino y que él no salga a una cita conmigo, eso me preocupa —respondió, recargando su cabeza entre sus manos sobre el mostrador.
—Eso no es verdad —mencionó entre risas Linda Susan, dejando la escoba recargada en la pared y aproximándose al rubio—. Te preocupa que después de la cita, te deje.
Bill abrió los ojos a tope, atónito. Miró con dolor a su jefa.
—Eso no es verdad, ni siquiera se me cruzó en mente que pasaría después de la cita... Si es que ésta llega a pasar.
—Bueno, deberías pensarlo. Se ve que estás enamorado de ese chico y sería una lástima que el no lo estuviera —comentó, dando media vuelta para seguir con la limpieza.
—Oye... Eso es un tanto cruel.
—Es por eso que debo recordarte que deberías ir no sólo por su sonrisa, sino por su corazón.
Bill rodó los ojos, golpeando con su dedo índice el vidrio del mostrador. Ahora que lo hacía pensar sobre eso, tenía mucha relevancia. ¿Qué pasaría si después de la cita le dejara? Era algo que no quería ni imaginar.
Lo peor de todo es que, conociendo a Dipper, era capaz de hacer eso.
Con un suspiro, miró ansioso el reloj de la pared. En menos de media hora abriría la cafetería y con ella, la llegada del castaño. Se moría de nervios.
—Sussy, rápido, dime que puedo hacer por él hoy —suplicó.
La mujer de cabello canoso señaló algo bajo el mostrador.
—Busca por ahí si hay una caja con un envoltorio de color dorado.
El rubio hizo caso a sus indicaciones y encontró lo que pidió, era una caja que evidentemente tenía algo dentro. Depositándola en la barra, abrió la tapa de la caja y sus ojos se iluminaron.
—Ferrero Rocher —susurró con una sonrisa.
—Los chocolates más deliciosos del planeta —dijo Susan con emoción—. Ahora, toma los que quieras y haz algo especial para él.
—No puedo tomar esto... Son tuyos —reprimió con un puchero, cerrando la caja.
—Bill —lo nombró, colocándose frente al mostrador—, tomalos. Haz que mi regalo para ti valga la pena.
Limpiando una falsa lágrima de uno de sus ojos, Bill se lanzó a ella para darle un fuerte abrazo, subiendo sus piernas por la barra para lograrlo.
No dejaba de agradecerle, hasta que la mujer le dio un zape y le dijo que se apurara, porque estaban cortos de tiempo.
—¡No te defraudaré, jefecita! —Gritó el rubio, entrando por las puertas de mármol con la caja en brazos para empezar a hacer lo primero que se le vino en mente al ver los chocolates.
El tiempo pasó y el primer cliente llegó, y así fue hasta que llegaron más y más. La cafetería se llenaba todos los Lunes, tal vez la razón sea porque la gente quiere tomar energía para dar un buen inicio de una atareada semana.
Cierta campanada fue la que llamó la atención de muchos, pues cuando entró un chico con cabello rizado y castaño, el lugar tomó un ambiente más silencioso. Dipper se incómodo ante eso, rascando con una mano sudorosa su antebrazo. Creía que todos estaban juzgándolo, pero la verdad era que la clientela tenía curiosidad del porqué el chico iba a diario ahí.
Hasta algunas de las chicas que eran clientes e iban a menudo, sentían celos de él por estar cerca del barista que a todas enamoraba con una simple sonrisa.
Mordiendo de su labio inferior, hizo fila y esperó su turno. Cuando todos habían recibido su orden y era su turno, Linda Susan se retiró del puesto y caminó hacia otro lado de la barra.
—Ven —dijo sonriente.
Dipper no entendió muy bien porque decidió mover de lugar la fila de gente, pero simplemente hizo caso a sus órdenes y al dar un paso al frente ella lo detuvo.
—No, tú no, el de atrás de ti. Todos los que están detrás del joven, vengan a esta fila, les atenderé en seguida —pidió amablemente, encantada de que todos hicieran caso a su orden y armaran otra fila, dejando a un desorientado castaño solo.
—Eh... ¿Disculpa? ¿Por qué no me atienden a mi? —Preguntó, haciendo una mueca de inconformidad.
—Oh, ya lo harán —respondió despreocupada para volver su atención a una joven frente a ella.
Dipper no pudo evitar empezar a sentirse más nervioso de lo habitual, odiaba ser el medio de atención y todas las miradas que le dirigían le hacían sentir asfixiado. Es decir, ¿no tienen algo mejor que hacer? A parte, se les va a enfriar el café.
Mientras miraba fulminante a todas las personas que le miraban de regreso, una risa ya característica resonó sobre sus oídos, provocándole un ligero cosquilleo en todo su cuerpo.
Al voltear, lo primero que vio fue la radiante sonrisa del rubio barista, seguido de sus ojos ambarinos que lo cautivaron por unos segundos. Un sonrojo se dispersó en sus mejillas ante su repentina aparición y decidió cubrirlo con la bufanda que portaba alrededor de su cuello.
—¿Te gusto? —Mencionaron aquellos labios, aún formando esa sonrisa que hipnotizó al castaño—. ¿Pino?
—Ajá —murmuró, antes de sacudir su cabeza a ambos lados para despejar su mente—. ¡No! ¡No me gustas! ¿Qué? ¿Cuál era la pregunta? —Dijo todo muy rápido que hasta ni Bill comprendió.
—¿De qué estás hablando? —Preguntó risueño el barista—. ¿Te desvelaste pensando en mi, Pino? Porque no estás pensando con claridad el día de hoy.
—Cállate, idiota. Si me desvelara sería porque estaría pensando en cuánto tiempo llevaría para que el trato terminara.
—Claro y yo soy un demonio... Y por si no escuchaste, te pregunté que sí te gustó —hizo énfasis a la tilde—, pequeño distraído.
—¿Gustarme? ¿Qué debería de gustarme? —Preguntó irritado, hasta que Bill bajó la mirada y ahí fue cuando Dipper miró por primera vez desde la llegada del rubio el pastel que yacía en el mostrador.
—¡Oh! ¿No me digas que no lo habías visto? —Una sonrisa burlona se dibujó en su rostro—. Uff, parece que este Pino necesita remojarse con algo de agua porque se esta calentando con tan solo verme.
—¡S-Si lo vi, imbécil! —Exclamó, llevando la vista y analizando el pastel con confusión.
Era de chocolate blanco la cobertura. En el centro tenía el dibujo de un pino perfectamente hecho con una manga pastelera de chocolate oscuro y en la punta había un chocolate Ferrero colocado, con diversos diseños artísticos trazados alrededor de este. En las orillas del pastel estaban colocados más chocolates del mismo tipo, acomodados sutilmente de manera que no se vieran amontonados. Un mensaje se veía escrito en cursiva debajo del pino que decía "Esos labios ocultan una preciosa sonrisa que al mundo deberías presumir"
El rostro del castaño no podía estar más rojo y su corazón empezó a acelerarse ante el detalle que había recibido.
Al no escuchar respuesta alguna, Bill dejó salir un puchero.
—¿No te gustó?
—Me encantó —dejó salir en un suspiro Dipper.
El murmuro del castaño fue suficiente para hacer sonreír enormemente al rubio, aguantando sus ganas de aventarse a él y plasmarle un gran beso en su mejilla, o quizás en otra parte.
—¿Lo que veo ahí es lo que yo creo? ¿Es una sonrisa, tal vez? —Inquirió, acercando su rostro al del menor, aunque hubiese un mostrador estorbando su camino.
Dipper llevó una mano a su bufanda y la bajó antes de que el otro pusiera sus manos encima.
—No te emociones tan rápido, el trato sigue en pie. Te doy puntos extra porque es mi chocolate favorito —añadió, mostrando su rostro sereno pero aún sonrojado.
Bill volteó a ver fugazmente a su jefa que había estado escuchando la conversación de ambos y ella le dedicó una sonrisa de satisfacción.
—Ahora, muero por probar esto —continuó el castaño—. Si me disculpas, iré a probarlo por allá...
Antes de que le dirigiera otra palabra, Dipper se había marchado con el hermoso pastel en manos, caminando a una mesa libre. El otro se limitó a suspirar para sonreír ligeramente e ir tras él. Ahora que lo pensaba, el castaño se estaba comportando más tranquilo con él, ¿será un progreso? Era muy temprano para cantar victoria.
Juraba haber visto que sus labios se habían curvado un poco. Pero aunque eso no pasara, estaba feliz de que estuviera ganándose al castaño con sus actos.
—
¿qué les pareció el capítulo?
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