Decima visita.

La pena no había tardado en llegar desde que se había ido de la cafetería y encaminado a su hogar.

Era muy vergonzosa la idea de que su propia familia conociera a alguien que está interesado en él. Hasta le resultaba poco creíble el hecho de que a su mamá le agradara Bill, ya que él era muy extrovertido, bromista y tosco al mismo tiempo. Tres cosas que Dipper no sería en su sano juicio.

Y aunque intentase negárselo, era evidente que desde el primer momento, el cuál fue cuando cayó a la nieve, aquel barista había mostrado interés en él. Pero, ¿por qué? Sólo había ido a la nueva cafetería por algo de tomar en un día gélido, no estaba en sus planes que un trabajador del lugar se interesara en lo más mínimo en él.

La idea solo provocaba que su estómago se retorciera, no quería ni pensar en que el rubio tuviera una posibilidad con él.

Tan solo debía dejar que los días pasaran a su ritmo para que el mes terminara lo más pronto posible. Le costaba muchísimo sonreír, así que para Bill sería un completo reto intentar hacer sonreír a Dipper Pines. El castaño se reiría con ironía de no ser por su orgullo y amargura.

Al paso de los minutos, escuchó la puerta de su hogar ser abierta en un rechinido. Su cuerpo se tensó un poco ante eso, lo que estaba por venir le ponía de nervios. No quería que hubiera un interrogatorio sobre...

—¿QUIÉN ERA ÉL? —Gritó entusiasmada su hermana, dando brincos de emoción con una cajita en manos.

Sobre Bill.

Con un gran suspiro, miró a Mabel un poco tímido, mientras ella le dedicaba una enorme sonrisa. De un momento a otro su mirada se estampó en el suelo al ver a su mamá llegar por detrás de la castaña.

—¡Con razón estabas evitando el tema! No querías que conociera a la persona que te gusta —dijo, riendo al final zarandeando alegremente la caja—. ¿Pero por qué? ¿Por ser un chico?

—¡No! Bill no me gusta —exclamó alterado—. Es algo muy difícil e incómodo de explicar, así que mejor no pregun...

—¿Es por eso que te ibas todos los días temprano de casa? Dipper, ¡me lo hubieras dicho! En lugar de estar gastando millones de monedas en comprarle cosas todos los días para llamar su atención, me hubieras pedido que yo fuera para pedirle su número —incrédula, se acercó a su hermano—. No te preocupes, mañana mismo lo hago.

Dipper alzó la vista a los ojos de su hermana.

—¿Qué? —preguntó confundido—. ¿Crees que esa fue la razón?

—¿Cuál más podría ser?

—¡Pero si cuando fuimos estaba actuando como todo un coqueto! ¿Para qué quiero su atención si ya me la está dando?

Al realizar la pregunta, recibió miradas cómplices y Mabel alzaba y bajaba sus cejas de manera divertida.

—Entonces si conseguiste su teléfono —comentó, asintiendo con entendimiento su cabeza.

—Mabel —reprochó el castaño, sintiendo sus mejillas hervir.

La señora Pines se acercó a los adolescentes, luciendo más confundida que ambos chicos. Mirando a Mabel, la señaló con su dedo índice.

—Tú debes dejar de crear falsas conclusiones, sólo haces que me confunda más de lo normal —le dijo a Mabel, quien rió nerviosa. Después señaló al castaño—. Y tú me tienes que explicar porque aquel barista estaba lanzando lindos piropos tras tus espaldas.

El rostro de Dipper no pudo estar más sonrojado, a lo que optó por hundir la mitad de su rostro en su bufanda, provocando un aún mas grande bochorno.

—Bill sólo es un "Don Nadie" que le gusta molestar a los clientes —se excusó, dejando que las palabras fluyeran como si aquello fuese la simple verdad.

—Pues al parecer te gusta que te molesten, ya que sigues yendo a la cafetería —comentó con una sonrisa Mabel, extendiendo la caja de sus manos en dirección al castaño.

—¿Qué es esto? —preguntó, tomando con timidez la pequeña caja y tratando de olvidar lo que su hermana mencionó.

—¿Por qué no lo averiguas tú mismo? Es un regalo de Bi- —se interrumpió y aclaró su garganta antes de seguir hablando—, perdón, del Don Nadie. 

Dipper rodó los ojos y la miró fulminante. 

—Voy a mi habitación —se excusó, despidiéndose de su madre y hermana para encaminarse a las escaleras. No quería abrir el regalo frente a ellas, no quería que siguieran preguntando más cosas con respecto a Bill. Sería muy tonto contarles la verdad, que había aceptado un trato con él para que lo hiciera sonreír para obtener una cita. 

Ya estando lejos del campo visual de las chicas, subiendo las escaleras, empezó a inspeccionar la caja de sus manos. Era de color dorada, y tenía un listón negro a su alrededor, al igual que un moño en medio de ésta. La curiosidad le inundó. ¿Qué le habrá regalado? 

Después de unos momentos, cerrando la puerta tras su espalda, acercó la caja a su oído y empezó a sacudirla. Sinceramente tenía miedo y a la vez emoción de abrirla.

—Vamos, deja de pensar que es la gran cosa abrirla —se dijo entre dientes, quitando lentamente el listón.

Al abrirla, encontró un papel con una frase escrita en letra cursiva. "Amiga, ¿tus pantalones son de marte?, porque tu trasero no es de este mundo. —Bill."

Un enorme sonrojo se apoderó del rostro de Dipper.

Estaba agradecido de no haberla abierto frente a su mamá, ya que era demasiado vergonzoso.

Sacando el papel de la caja, había una galleta que tenía el rostro de Bill guiñando un ojo.

El castaño volvió a meter el papel en el interior y cerró la caja. La verdad le sorprendía que el rubio tratara de hacer todo lo posible, hasta lo más inesperado, con tan solo hacerle sonreír.

Esperaba que el día de mañana no tuvieran que tocar el tema sobre lo que sucedió hoy, cosa que vio la cafetería entera.

[...]

—¡Pino! —Exclamó sonriente Bill desde su puesto, interrumpiendo a la chica que le estaba haciendo un pedido.

Dipper había llegado más tarde de lo usual, siempre se destinaba a ir en las mañanas, pero para evitar sospechas fue en la tarde. No sabía que debía hacer para que Mabel y su mamá dejaran de pensar que él iba a la cafetería todos los días por Bill.

Al escuchar el apodo, Dipper alzó la mirada para encontrarse con la ambarina del rubio, quien sonreía de oreja a oreja y sacudía su mano en manera de saludo.

Dipper rodó los ojos por instinto y le hizo una ceña con la mano que estaría en una de las mesas del lugar.

Bill asintió, al mismo tiempo que le guiñó un ojo, y el castaño no pudo evitar pensar en el piropo y en la galleta.

Sentándose en una de las sillas, el castaño se empezó a sentir más incómodo de lo normal y además que su estómago le empezó a doler del mismísimo nervio. Mirando tras el enorme ventanal, notó que había comenzado a nevar de manera más constante.

—Hola —saludó alguien a su lado, logrando que diera un saltito del susto en su asiento.

Al voltear, se topó con Bill. Sus mangas estaban arremangadas hasta los codos, por la calefacción, y tenía la libreta de pedidos en su mano izquierda mientras que en la derecha tenía la pluma. El corazón del castaño empezó a martillar sobre su pecho.

—Hola —le saludó por igual, con voz titubeante. Sintió como sus manos comenzaron a sudar por debajo de la mesa.

Bill le hizo una pregunta con una sonrisa coqueta, pero ésta llegó a oídos sordos.

El otro no pudo evitar quedarse analizando la sonrisa del rubio, era un tanto cautivadora a decir verdad, no era de esperarse que las chicas se interesaran en él. Es decir-

—Pino —le habló Bill, riéndose ante su distracción.

—¿Eh? —confundido, ladeó la cabeza—. Ah, si, si —respondió con simpleza, aunque no hubiese escuchado la pregunta.

—Entonces si te gusta cómo me veo hoy, que considerado eres, Pino —respondió juguetón, tomando asiento en la silla frente a él.

—¡¿Qué?! —exclamó alarmado, sintiendo sus mejillas hervir—. ¡No! No quise decir...

Bill se carcajeó, dejando la libreta en la mesa.

—Se que soy guapo, pero que tú lo admitas es otra cosa —confesó de modo burlón— Te pregunté si te gustó mi regalo. Me hubiera gustado ver tu reacción al abrirlo, pero te fuiste corriendo de aquí apenas y entraste —hizo un puchero.

—Bueno, no me esperaba que hablaras con mi mamá —dijo a la defensiva.

—¿Y eso es un problema?

—¡Si! Deberías haberla tratado como una clienta, no como tu-

—¿Suegra?

Las mejillas del castaño volvieron a sentirse aún más acaloradas.

—¿Y qué pensaste del piropo? ¿Te hizo sonreír? —preguntaba haciendo apuntes desde una hoja de la libreta, aunque Dipper no pudiese leer las letras—. Apuesto a que te sonrojaste.

—¿Y qué si lo hice? Fue muy... Atrevido...

—Te sorprenderías sí te dijera que me lo dijo una anciana —comentó—. ¿Quién diría que los de la tercera edad saben ligar mejor que nosotros?

—Idiota —pronunció, llevando una mano a su mejilla, mirando desde una posición ladeada al chico frente a él.

Bill se quedó en silencio un par de segundos, admirando a aquel castaño.  Tenía un gorro de lana azul marino sobre su cabeza, y algunos de sus rizos salían de éste de una manera tan natural que le hacían ver perfecto. Su nariz estaba rojiza al igual que sus labios y parte de sus mejillas. Y al finalizar miró aquellos ojos que tanto le encantaban, debajo de esas largas pestañas. Su suileta se veía perfecta al lado del ventanal por donde nevaba.

—¿Te puedo tomar una foto?

La pregunta salió tan repentina que a Dipper le tomó por sorpresa.

Antes de que pudiera responder, vio que Bill sacó su celular de uno de sus bolsillos y lo alzó frente a él. La fotografía siendo tomada se escuchó con su típico sonido.

Olvidando el hecho de que le había tomado una foto, sus ojos fueron a parar a la funda de su celular.

—¿Te gusta Babba? —preguntó con sorpresa, pues en la funda estaba la banda pop Islandés completamente visible.

—¿Te gusta a ti? —le respondió con otra pregunta, bajando el celular para ver la cara de sorpresa del castaño.

—¡Si! ¡No puedo creer que a alguien más le guste y no sea una chica!

—¡Lo sé! La mayoría de los fanáticos son mujeres, pero no deberían clasificar la banda como algo solo para "chicas", ¿sabes? Hay hombres que también les gusta.

Dipper no podía estar más aturdido. Bill podía notar la emoción en las facciones del castaño, pero en verdad deseaba que esa coincidencia entre ambos lograra que sonriera. Podía ver que estaba sin palabras y con ganas de confesar mil y un cosas, hasta que llegó alguien directo a la mesa de ambos.

—Disculpe, ¿puede tomar mi orden? —preguntó una chica de cabello castaño claro y ondulado, sonriendo más de lo que debería. Había parado frente a la mesa de ambos jóvenes, más le daba la espalda al castaño mientras encaraba al barista.

Desviando la mirada de la chica a Dipper, Bill notó que la chispa en los ojos de Dipper se opacó en cuestión de segundos.

—Oh, lo siento. Olvidaba que trabajaba aquí —comentó en medio de un puchero el rubio.

Se disculpó con Dipper con la mirada antes de volver a caminar hacia su puesto con la chica por detrás de él. La chica tenía una sonrisa victoriosa que dedicada a dos de sus amigas que estaban en otra mesa alzando sus pulgares.

Dipper sintió molestia en su interior, como si una pequeño volcán hiciera explosión en su interior. Indignado, se paró de la silla y empezó a caminar hasta la puerta de salida. Era tonto pero, ¿por qué se molestaba por cosas así?

A pocos segundos de que su mano tocara la puerta, sintió un agarre en su muñeca.

—Pino, ¿a dónde vas? —preguntó con angustia—. Aún no te doy la sorpresa de hoy.

—Si, se me hace tarde... Tal vez mañana sigamos con esto —le cortó, y al desviar su mirada por detrás de Bill, notó que aquella chica le miraba inconforme y frustrada.

—Pero esta nevando muy fuerte allá afuera, espera a que baje un poco.

—No es nada, he estado en peores climas. Además, no está tan lejos mi casa de aquí —mintió.

—Mnh, no, no me parece —declaró sereno el rubio—. Te llevaré a casa.

—No necesito de tu ayuda, estoy bien así, en verdad te lo agrade-

—No es pregunta —interrumpió— Esperame aquí. 

Dipper iba a reprochar, hasta estaba por salir de la puerta, pero algo se lo impedía. Se quedó con la idea de que el frío le impedía salir.

Asintió, cabizbajo, recargándose sobre la pared de la entrada.

[...]

Bill volvió a los pocos minutos con su abrigo, el que le había prestado a Dipper, y con las llaves de su auto en sus manos.

—¿En verdad te dejarán salir de tu puesto de trabajo así de fácil?

—Bueno, siempre y cuando vuelva todo está bien —se encogió de hombros y abrió la puerta del local, esperando a que el castaño saliera primero, cosa que hizo sin más preámbulos.

En verdad estaba haciendo demasiado frío. No aguantaría ni unos cuantos pasos hasta caer al suelo y terminar congelado.

A la vuelta de la calle, había un automóvil estacionado. Suponía que era el de Bill ya que el rubio se estaba encaminando a él. No se podía distinguir el color por la cubierta de nieve a su alrededor.

A pasos rápidos se aproximaron a él y entraron instantáneamente. Las manos del castaño temblaban dentro de sus guantes, no esperaba que el día estuviera así de gélido. Recordaba que Bill le había dicho que habría una excepción en el trato por días muy fríos.

El rubio encendió el motor, y en lo que esperaba a que se calentara, volteó a ver a su copiloto.

—¿Y entonces por qué era que te querías ir temprano?

—Por mi mamá y hermana, creen que voy a la cafetería a verte y les quiero enseñar que no es así —se excusó, desviando su mirada a la ventana.

—¿En serio? —inquirió, inclinándose más hacia el lado.

—Ajá —confirmó, acomodándose el gorro de lana para desviar la tensión.

—Estás mintiendo —sonrió ladino, poniendo en marcha el automóvil, después de encender la calefacción.

—¿Y tú cómo sabes que miento?

—Pino, no estoy ciego, sé que te molestó que la chica interrumpiera nuestra plática.

Dipper intentó procesar sus palabras, mostrándose completamente perplejo.

—¿Te pusiste celoso? —preguntó el rubio.

—¿Quién? ¿Yo? —preguntó—. ¿Por qué debería? No somos nada.

—Susan me dijo que mirabas feo a la chica —dijo entre risas.

—No estoy celoso, ni siquiera te conozco completamente —balbuceó, cruzándose de brazos—. Me molestó que ella fuera a pedir tu ayuda de repente, es decir, ¡hay más trabajadores! ¿Por qué específicamente a ti?

Bill sonrió de ternura, y siguió conduciendo, escuchando las indicaciones que le daba el castaño para llegar a su casa, quien aún no estaba conforme con darle la dirección de su hogar.

Llegando al destino, Bill estacionó el auto y ambos jóvenes se quedaron en silencio un par de segundos.

—Gracias por traerme.

—No hay de qué, podría hacerlo cuando quieras. Estoy libre.

El menor asintió un poco sonrojado, diciendo un último adiós, hasta que Bill pronunció su apodo antes de que abriera la puerta.

—Toma, hace frío —del asiento trasero sacó algo.

Entre ambas manos tenía sujeta una bufanda negra, la cual colocó alrededor de su cuello, estirando de manera juguetona ambos extremos de modo que se acercara el chico hacia él.

El castaño se sonrojó ante la cercanía del rostro de Bill. Su corazón comenzó a acelerarse de una manera anormal, y por reflejo sus manos pararon en el torso ajeno.

Recuerda que yo quiero una cita contigo, no con cualquiera —susurró, antes de depositar un beso en su frente.


La frase del piropo de Bill la saqué del capítulo 6 de la segunda temporada, cuando sale la bruja adicta a las manos y que ella le dice esa frase al montanista que va a su cueva JAJAJAJA

¿Qué les pareció el capítulo?

Perdón si me tardé, he tenido demasiados trabajos últimamente que hasta apenas y podía permanecer 5 minutos en la plataforma:(

Espero que les haya gustado<3

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top