Miluna & Victho
En el corazón del bosque de las ilusiones, en uno de sus oscuros y profundos laberintos, donde cientos de criaturas deambulan con la sola intención de devorar; una joven aventurera, contempla a un sereno vampiro. En completa calma, posando sus ojos en su espalda y su nuca. Viendo como la luz de los musgos luminarios, bañan su mejilla y su pómulo.
Ella ha visto sus ojos solo una vez. La vez en que ambos se encontraron.
En ese entonces, ella era una aventurera más, que a causa de ciertos problemas y por unas cuantas monedas, decidió adentrarse en busca de valiosas hierbas medicinales.
A punta de espada y con algo parecido a una armadura, siguió el mismo camino de aventura, que recorren todos aquellos que sueñan con la grandeza de reclamar algún tesoro, en el peligroso bosque de las ilusiones.
Pero en su inexperiencia y debido a un torpe error, cayó en una trampa que el laberinto no supo hacer bien. Y lo que debería haber sido una fosa llena de lanzas, antiguas posesiones de aventureros caídos, resultó ser un canal resbaloso que la dirigió a un lugar por completo inexplorado.
Allí, caminando entre paredes húmedas y ligeramente luminosas, ella parecía saborear la fama de tal descubrimiento. Imaginaba que llegaría al pueblo y reclamaría la jugosa recompensa a cambio de la información. Eso, si llegaba acompañada de alguna prueba irrefutable.
Los lugares inexplorados suelen tener criaturas preservadas, de colores más vivos y no las típicas criaturas gastadas, que el laberinto engendraba una, y otra y otra vez. Si tan solo se encontrase con un insecto mordedor o un conejo cercador, podría llevar su vistosa cabeza al pueblo y entonces todo sería alegría. El sindicato le daría una bolsa llena de monedas doradas, le otorgaría una insignia y un nuevo apodo. Y el banco le daría más que suficiente para cualquier cosa que quisiera.
Pero, solo si encontraba una prueba. Y hasta entonces, no veía nada que se moviera. Ni un roedor centípeto, ni una oruga-caña viscosa. Nada.
Conforme se adentró más y más, solo el musgo luminario y el eco de sus pasos la acompañaban.
Hasta que una abertura llamó su atención. Y al asomarse por ella, sus ojos se abrieron muy grandes, al apreciar un sinfín de criaturas trituradas con sus entrañas cubriendo el suelo y manchando las paredes luminosas, dentro de aquella cueva. Criaturas peligrosas y de altos rangos, reducidas a añicos ante sus pies.
Un suspiro. Solo eso, sabiendo que lo peor caería en un instante.
Ojos, de azul y negro sus pupilas, frente a ella. Muy abiertos. Y su gran boca, como de risa, sedienta y colmada de afilados dientes. El espantoso rostro de un vampiro, distorsionado a causa de sus instintos, los cuales hinchan sus ojos, estiran la comisura de su boca hasta sus orejas y oscurece todo lo demás de su cuerpo, como si de una sombra se tratase. Una, un poco más oscura de lo normal. Una sombra con grandes ojos y una boca siniestra y cada vez más grande, lista para devorar.
Con el terror corriendo por sus venas, gritando en una voz muda desde su interior, la joven quedó tiesa como una estatua y su respiración falló. Hasta que escuchó, muy claras palabras, provenientes de aquella terrible boca.
"No te acerques. Este es mi dominio y no puedo salir. Aléjate. Por tu vida, vete. O te aseguro que te devoraré, si ya no puedo controlar mi sed."
Corrió. Con toda la fuerza que le quedaba, temblando desde sus piernas.
Corrió por su vida. Hasta que aquellas palabras, detuvieron su andar al resonar en su interior, como un pedido de auxilio de alguien angustiado y desesperado. Alguien valioso.
Es así como volvió, en contra de su cordura, para verlo una vez más.
El le dió la espalda, sentado en el suelo de la cueva, para que la imagen de la muchacha no despierte sus irremediables instintos asesinos.
Ella le habló. Le hizo preguntas. Acerca de su pasado y de él. A lo que el vampiro contestó con paciencia a cada una de ellas.
Así supo que él, antes de ser un vampiro, fue un joven aventurero, que consumido por la ambición cayó presa de las criaturas de las profundidades del bosque. Y el laberinto lo castigó sin piedad, devolviéndolo como una más de sus criaturas, un ser hambriento de vida.
Conforme charlaban, se conocieron más. Incluso, la joven tuvo la confianza de acercarse, tanto que si extendía su brazo, podría haberle tocado la espalda.
Y él, ya no parecía aquella criatura terrorífica que la abordó en principio. Ahora parecía más un hombre, fuerte y delgado. Su cuerpo había cambiado, por ella.
Los días pasaron, se hicieron meses. Y ella supo cuidar en secreto, del pasadizo que daba al hombre vampiro.
Nunca más vió sus ojos, ni su rostro. Pero sabía que habían cambiado. Su semblante sería perfecto, como el de un hombre moreno, guapo y sereno. Sin embargo, no podía mirarlo a la cara.
Jamás podrían verse, porque en el instante en que eso sucediese, ella se convertiría en una presa más de la criatura y sus entrañas adornarían la cueva.
Había llegado el día.
El día festejado por todos. El día en que una nueva aventurera recibió su insignia y su apodo. El día en que una joven trajo la cabeza de la criatura más espeluznante jamás vista, para asombro de muchos. La gente enloquecida vitoreando su nombre. El banco, felíz de otorgar cualquier monto. Y hasta rumores de que el rey en persona haría una visita, bajando en carroza desde la capital.
Todos los que supieron de tal hazaña, festejaron. Todos a excepción de una. La joven aventurera que lloró sin consuelo desde que oyó las últimas palabras de quien amo:
"Por favor. Esta sed me consume, día y noche. Liberame. Toma tu espada, atraviesa mi espalda y liberame... Es lo correcto. Es lo que merezco. Es lo que deseo."
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