18 - Ramir: Daños y perjuicios
Ramir
Camino a casa y me detengo cuando suena mi celular.
—¡Hola! —contesto mientras sonrío.
—Enviaré a Tercia a tu casa, voy a ir a una reunión importante y me gustaría que vengas, así que quiero que te arregle ella.
—¿Ahora? —Enarco una ceja.
—Sí, eso dije.
—Bueno, pero mándame de una vez por todas nuestro contrato.
—Tú haz lo que te digo, después hablamos de los papeles. —Me cuelga.
Qué mandón.
Guardo el celular y sigo mi camino, ya está anocheciendo, así que apuro el paso, para que Tercia no llegue a la casa antes que yo. Me detengo cuando me dan una nalgada. Ando vestido de chica todavía, así que no se habrá dado cuenta, aunque eso no es justificación para que un extraño me toquetee.
—¡Eh, tú! —le grito al tarado que se encuentra con unos amigos, se gira a mirarme, entonces corro hasta él, salto y le pego una patada—. ¡Toma!
—¡¡Loca!! —me grita, pero yo ya me estoy yendo muy lejos.
—¡Eso te pasa por degenerado! —Levanto el dedo medio mientras sigo huyendo—. ¡¡Degenerado!! —repito más alto y lo señalo, entonces la gente cruza la calle para no pasar cerca de él, así que deja de seguirme por el shock.
No ayudan, pero sí le dan repudio, muy bien.
Llego a mi casa, entonces me encuentro con mi hermano, el cual al ver mi vestimenta, me observa de nuevo con esa cara de desconcierto y desaprobación.
—¡¿Otra vez con esa ropa?! —Se indigna.
—¡¡Hola, Milton!! —grito sonriente y alzo la mano con efusividad.
—¡¡Quítate eso!! —me reprende.
Bajo el brazo.
—Lo haré cuando venga la maquillista de Exiel, tengo que ir a una reunión esta noche —le comento.
—Ramir, por todos los cielos. —Rueda los ojos—. ¿Sigues con el trato de ese tipo?
Muevo los hombros.
—Sí, hace poco lo acepté —digo sin importancia.
—¿Por qué? ¿No ves que quiere aprovecharse de ti? Va a atacar tu integridad física, te puede prostituir. Anda a saber, ¿qué mierda piensa sobre esto?, pero no es nada bueno.
—Cálmate, Milton, no es como si no lo hubiera hecho antes. Al menos está guapo, me he acostado con peores y bien feos. —Me río.
—¿Qué? —Se queda en shock—. ¿Y así me lo dices?
—¿Cómo quieres que te lo diga? —Enarco una ceja—. ¿Recuerdas? Mamá y papá me echaron de casa, y a veces uno hace cosas que no debe.
—Oh, Ramir —exclama afligido—. Lo siento tanto, yo...
—¿Te vas a disculpar otra vez por no haberme apoyado cuando me declaré gay? Ya te dije que te perdoné, no sufras —expreso tranquilo, pero él camina hasta mí y me abraza—. ¡Ah, auxilio, me atacan, es el monstruo fraterno! —Agito las manos.
—Ramir, lo lamento, nunca debí haberte dado la espalda.
—Bueno, bueno. —Le doy palmaditas—. Éramos pequeños, además, te hubieran echado a ti también. —Me logro soltar—. Y no estaba solo, estaba con Zem. Pobre, su mamá pensaba que él era mi novio, entonces le pasó lo mismo, por mi culpa —le recuerdo—. Aunque él se fue por lo espiritual y no se metió en cosas raras como yo. —Me río, nuevamente.
—Y yo les eché tanto odio.
—Olvídalo. —Suena el timbre—. Uh, ya me tengo que ir.
—¿En serio vas a seguir con esto? —Me detiene, tomando mi hombro—. Conseguiremos dinero o algo.
—¡No pasa nada! —expreso calmado, entonces le doy otras palmaditas, luego voy hasta la puerta, pero antes de abrir, me detengo y lo miro, poniendo un gesto serio—. Siempre me he cuidado solo, yo sé qué hacer, no te preocupes, me encargaré de todo. —Le regalo una gran sonrisa.
Me observa con desaprobación, pero luego asiente, aceptando mi decisión, entonces me voy con Tercia.
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Ya vestido y arreglado, me bajo de la limosina que me lleva hasta la reunión a la que se refería Exiel. Me acerco hasta él cuando lo visualizo en aquel salón elegante.
—Oh, cada vez estás más bello —declara al verme—. Ya quiero besarte.
—¿Sabes qué podemos agregar al trato?
—¿El qué? —Enarca una ceja, intrigado.
—Daños y perjuicios a mi moral por terceros. —Hago una pausa al darme cuenta de lo que dije—. Bueno, en realidad no tengo tanta, así que olvídalo.
Se ríe.
—Creí que no te apenaba vestir de chica, me lo has repetido mucho, ya aprendí, ¿y ahora me dices eso? —Queda confundido.
—No, pero un chico me dio una nalgada y no pude pincharlo con el alfiler, aunque en realidad, sospecho que perdí esa aguja. —La busco entre mi ropa—. ¡Ah, extravié mi objeto de autodefensa! —Reacciono—. Bueno, no importa, todavía tengo los puños. —Me río—. Perdón, pienso mucho en voz alta.
Exiel se queda callado y serio, mirándome.
—Voy a hacer una llamada —me informa, luego agarra mi mano y entrelaza nuestros dedos—. Como sea, ven, nuestra mesa está por aquí.
Lo sigo y mientras avanzamos me doy cuenta.
—Ya le pegué al hombre, así que olvídalo. Además, no creo que supiera que yo no era una chica. —Me río otra vez.
—Eso no importa —dice serio, entretanto avanza—. Yo me encargaré.
—Ni siquiera sabes su nombre.
Sonríe con malicia.
—Puedo descubrirlo.
Opino que no debí contarle, soy un bocón. Por suerte, nunca le mencioné los nombres de mis amigos con derechos. Aunque reflexionándolo mejor, si puede rastrear a un completo extraño, no me sorprendería de que los encuentre.
Necesito agregar más pautas en ese contrato.
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