Capítulo I

Las gaviotas graznando por ahí, el puerto es su hábitat natural. Como el olor a sal que despide el mar.
El paisaje perfecto para cantar una canción dedicada a navegar.

Los barcos flotantes, tan hermosos, tan extravagantes, los que un pintor callejero plasma en un cuadro que pasaría a la inmortalidad.

Un barco que destaca entre los demás, el que se aproxima a la ciudad. Y sobre la proa, un niño siendo acariciado por el viento. Tan feliz, tan emocionado. Siendo tan joven, le lucía bastante adorable su traje de marinero. Su cabello negro como los de su madre. Pero sus ojos, eran la herencia de su padre. Miel de abejas.

─ ¡Tierra a la vista! ─ Exclamó dando saltitos, como lo haría un niño de cuatro años.

Su padre lo acompañaba, con quien compartía la felicidad y emoción de su retoño.

─ ¿No es maravilloso? ¿No crees que amerita una fotografía? Las cosas hermosas están hechas para ser recordadas para siempre. ─ fueron las palabras del padre.

─ ¡Foto, foto! ─ el pequeño niño saltó en su lugar.

El niño con una sonrisa de oreja a oreja se posicionó tieso para ser fotografiado junto al horizonte. Era tal y como le salía. Siempre lograba divertir a su padre por más que siempre era corregido.

─ Espero no te dediques a ser modelo. ─ Rió, luego de usar su inseparable cámara digital, una captura, luego otra.

Inmortalizar la belleza que la vida le podía ofrecer, ese era su destino enviado de los dioses. Estaba seguro de aquello. Comenzar una nueva vida de regreso a esas tierras, estaba seguro, triunfaría en su misión.

Era su manera de sanar su corazón herido.

¿Cómo se supera la muerte?

Ha llegado a la ciudad en busca de la respuesta.

...

La Reina, es la pieza más importante sobre las demás. Si bien es cierto, que si el rey muere, la partida has de perder. Termina la Reina por realizar el trabajo sucio. Comerse a sus enemigos.

Blanco o negro, indistinto del color. Solo importa comerse al rey de tu contrincante. Ser más listo que él, acorralarlo, ganarle aún a traición.

─ Jaque.

─ Pero, pero, pero. ¿¡Por qué!?

─ Eres terrible en esto.

─ ¡Eres tan malo, Sesshomaru!

─ No tanto como tú jugando, Kagura.

La mencionada pataleo debajo de la mesa como protesta. Para luego tener que resignarse. La madurez justa para una joven que roza los doce años. Prácticamente una niña en los pasos a convertirse en una señorita.

─ Pero si tuviera que patearte el trasero en lodo, sabes bien que yo te gano.

─ Además de ganarme en un juego tan salvaje también ganarás un castigo.

─ ¡El ajedrez es tan aburrido! ¡Hagamos otra cosa!

El llamado Sesshomaru era otro joven chico, rondando su edad. A diferencia de Kagura, portaba una madurez digna del alguien mayor. O incluso alguien de la nobleza.
Como también era bien dotado en paciencia en cuanto a soportar a su compañera se refería. Lo entendía, lo sabía.

Sesshomaru sabía que tenía una mente más madura que su propio cuerpo.

Entendía que quizás Kagura no era tan atrasada, solo estaba sufriendo los cambios humanos. Debería dejarla ser, después de todo, le esperaba toda una amarga vida adulta.

─ ¿Y si seguimos con las lecciones de piano? ─ ella sugirió.

─ Bien. Con la condición de que te lo tomes en serio. Cuando estoy enseñando, dejo de ser tu amigo.

─ Por supuesto.

Una contextura delgada, nada que envidiar sobre otros chicos. E incluso, puede ser una atrevida apuesta a que él es la envidia de muchos padres ricos deseando que sus retoños fueran como él.

Refinado como al mismo tiempo varonil. Sensato, de buen juicio.
Preciso y precioso.

Nadie que no lo conociera no explicaría por que estaba atrapado en un convento católico. Cuando ni siquiera era un creyente.

Solo un refugiado.

Sus finos dedos comenzaron a descender sobre el teclado de aquel gran órgano dentro de la capilla.
El cual se le era confiado ya que bajo la supervision de Sesshomaru y de Dios, estaría a salvo.

Acariciando con el eco del hermoso sonido, las notas de piano en conjunto, cantando una bella historia. Un bello sentimiento.

Sentada a su lado, en silencio, la niña podía disfrutar, el deleite de pasar el tiempo con su ser más querido.

Un perfecto plan de Dios.

Quizás podría olvidarse de lo que anteriormente dijo Sesshomaru y recostar su cabeza en su hombro, sin muchas intenciones de aprender de todos modos. Escuchar estaba bien.
Estar con él estaba bien.

A pesar de sus advertencias, Sesshomaru no pudo molestarse con ella, al menos, estaba guardando silencio y estaba quieta en su sitio. Era sencillo así. Calma y serenidad.
Y con ello lo transmitía en la siguiente canción. Sin prisas ni aturdimientos.

─ ¿Tocarías así de bonito el día de nuestra boda?

La música se vio interrumpida, gracias a que el responsable se paralizo al escuchar aquella pregunta.

─ Qué Sandeces. ─ respondió, sin tener el valor de mirar a los ojos de quien tenía al lado. ─ Claro que no.

A pesar de la estricta educación religiosa, Kagura podría decir muchas cosas fuera de lugar. A veces, dudaba si realmente ella fuera creyente.

¿No es muy pronto para estar hablando de bodas?

─ No dije nada malo. ─ Temía haber arruinado tan hermoso momento.

─ No puedo tocar el piano mientras estoy en el altar.

El corazón de Kagura estaba hecho un desastre al escuchar tal cosa, proveniente de él mismo. Sus ojos brillaban, posiblemente por lágrimas escapando de su felicidad.

─ ¡¿Si quieres casarte conmigo?!

─ Pero no grites. ¿Qué te sucede? Si te escucha la hermana Kikyo no dudará en volverte monja hoy mismo.

─ No... -no. No quiero. No quiero. No quiero ser monja. Quiero casarme. Casarme contigo. ~

─ De verdad no tienes vergüenza.

...

Cada domingo es la misma rutina. Pasar todo el día de rodillas escuchando una misa de la cual no comparte sus ideas. Pero poco y nada puede hacer. Ellos lo habían acogido, lo mínimo que podía hacer era respetar sus creencias. Y en su caso, seguirles las corriente. Aunque lo detestara.

Sesshomaru sabe que no hay ningún dios al cual rezar.

Si existiera Dios ¿Por que habría dejado morir a su madre?

¿Porqué habría dejado que su madre cayera en la locura? ¿No sé supone que es un ser de amor y benevolencia?

Tiene todos sus motivos para dudar, un escéptico, por no llamarse a sí mismo como un resentido. No puede odiar algo que no existe. ¿Verdad?

Si esconder libros de ciencias y mitologías de otras culturas fuera un pecado, y lo era, el joven Sesshomaru era culpable de ser pecador. Por supuesto que prefería leer cualquier mito griego antes de leer un versículo sobre como los pecadores se irían a un presunto infierno.

Sesshomaru prefería ver a la Sagrada Biblia como otro manuscrito de historias fantásticas, nada más.

Quizás adoraba a Kagura por ser su única cómplice.
No estaba tan solo como creyó al principio, después de todo.

Hades tuvo dos amantes, una fue la ninfa Mente, a la que Perséfone trasformó en una planta llamada menta y una segunda amante fue la ninfa Leuce, quien fue trasformada en un álamo blanco por Perséfone.

─ Eso es pecado. ─ Kagura no parecía escandalizarse demasiado, pero por otro lado, odiaba a los infieles.

─ Ya lo sé. ─ respondió antes de continuar con la lectura.

─ ¿Recuerdas que una vez te dije que te parecías a ese Hades? Pues me retracto.

─ ... te enseñará a no compararme con nada ni nadie nunca más.

─ Es que... siempre hablas de la muerte, el infierno, los demonios y esas cosas oscuras.

─ Tú... hablas puras tonterías y no te digo nada. 

Quizás sea muy pronto para poner la palabra amor sobre la mesa. Amor romántico. Kagura era una buena amiga, su mejor amiga. Y era difícil admitir el cariño que estaba creciendo por ella, pero al menos, lo aceptaba el mismo en silencio. Era suficiente. Después de todo, no tenía nada más.

Había perdido a su madre.
Apenas estaba aprendiendo a superarlo con el pasar del tiempo.
Mientras que su padre... estaba mucho mejor perdido que presente.
Él había decidido abandonarlos, a él y a su madre hacia años. Ya no era bienvenido ni necesario, no luego de tanto dolor y no estuvo para contenerlos.

Las últimas noticias que recibió de el no fueron nada gratas.

No tengo ningún hermano, tampoco un padre. No vuelvas a llamar.

El teléfono fue golpeado al ser colgado, culpa de su impotencia. ¡Que descaro arruinar su día para aparecer de la nada y decirle barbaridades! Que osadia molestar su atormentada alma con terribles noticias. ¿Quién le preguntó en primer lugar? ¡No lo quería saber! ¡Ni le servía de nada!

Tampoco tenía las fuerzas para disculparse con la hermana Kikyo por maltratar su teléfono. Su molestia era mucho más grande. Lo veía en los ojos de esa mujer. Sabía que pasaría, sabía que se iba a enojar.

De ante mano sabía que Inu No Taisho estaba de regreso.

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