Capítulo 2.

"En la tierra de los asesinos la mente de un pecador es un lugar sagrado."

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Los sonidos eran insoportables y la arepa de su tía apenas estaba haciendo algo para ayudar, su sien palpitaba y estaba rogando a cualquier deidad existente que haya que termine el día pronto, sus ojos vieron por un momento las paredes de la casa donde sabía que estaba el vidente observando a todos en la casa, la mañana era demasiado ruidosa y podía sentir como sus tímpanos empezaban a zumbar por todo el esfuerzo.

Sintiendo el sudor bajar por su nuca se mordió la lengua esperando que eso la distrajera del dolor que sentía, le había rogado a Mirabel que le hiciera otros audífonos bloqueadores de sonido. Luego del primer día sin ellos había aprendido rápidamente lo útiles que eran para ella, y que deseaba poder descansar de los sonidos amplificados que ella escuchaba desde los 5 años.

Cuando llegaba la hora de dormir no dormía, sus ojos estaban pegados a su puerta y sus oídos trataban de captar el sonido del exterior, mientras en sus manos estaba una tableta esmeralda con una visión de ella, una donde se le mostraba a ella misma flotando en el agua sin ningún indicio de vida.

Sabía quién había hecho esa visión y por como encontró sus vestidos en la mañana o la falta de su diario era más que obvio el mensaje, sus ojos veían hacia las grietas que tenía la casa con miedo y solo podía rezar esperando que, si Dios era real, escuchará sus oraciones.

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Mirabel usaba su máquina de coser para hacer unos nuevos audífonos para Dolores, tomando los cojines que irían dentro comenzó a darles forma. Vio a su prima casi desesperada por el dolor y decidió no salir al pueblo hasta terminar esto, no contando con que un par de ojos la observaran en todo momento.

Bruno llevaba horas observando a su sobrina, no perdiendo detalle alguno de la figura femenina frente a él. Amaba cada parte de Mirabel, su piel morena que se veía suave al tacto junto a las pequeñas constelaciones que había en su rostro y que bajaban por su cuello hasta perderse en su ropa.

Necesitaba pensar en su próximo movimiento, la razón de que aún hiciera visiones era porque requería de una dirección con respecto a tener a Mirabel con él. La razón de la cual él "se fue" no era solo por su visión.

Ese fue el detonante, la respuesta a una pregunta que nunca creyó que conseguiría.

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La arena caía en su interminable cascada, el pasaje árido se veía escalofriante en el halo de oscuridad que tenía el cuarto, sin embargo, el vidente no parecía sino fundirse bajo aquella aura pesada que tenía siempre su habitación.

Los restos de arena que habían flotado se disiparon y en las manos del hombre una tableta jade brillaba bajo sus dedos, el brillo de esta reflejaba el rostro del Madrigal quien tenía una mirada sorprendida al ver lo que contenía su visión.

Veía en el cristal verde a su sobrina ya mayor frente a una casita rota, no era eso lo que le sorprendía ni mucho menos. Era la mujer tallada en su tableta quien lo hacía, sus dedos acariciaron la figura mayor de Mirabel y al verla nuevamente, una sonrisa apareció en su rostro.

Fue a donde estaba su cama, algunas antorchas se encendieron a su paso y con el camino iluminado fue a donde estaba su lugar de descanso, y arrodillándose saco una tabla de visión que estaba envuelta en trapos viejos.

Abriéndola pudo ver en ella a quien ahora sabia, era su sobrina en unos años. La sonrisa creció al ver ambas visiones una al lado de la otra, sus ojos verdes brillaron ante ellas y la euforia se posó sobre su pecho.

Fue hace años, cuando aún era el torpe y dulce Bruno Madrigal que aún amaba a su madre, era un chiquillo de 13 años que había escuchado de un amigo de su madre sobre como supo quién era el amor de su vida. Dijo que cuando la vio, pudo ver su futuro a su lado.

Sus hermanas estaban saliendo con algunos chicos y recordaba las visiones de ellas casándose, cuando las tuvo le llevo a su madre las tabletas, quien sonrió al ver eso, pero no hubo ninguna de él. Sus visiones de mal augurio ahuyentaban a cualquier relación amistosa o amorosa que pudiera tener, cualquier intento de acercarse a alguien era repelido por su historial de visiones de malos presagios, cuando escucho esas palabras no dudo en ir a su cuarto para tener una visión.

¿Quién sería el amor de su vida?

Aquella tarde, sus ojos vieron como la arena manifestaba ante sus ojos a una chica tal vez años mayor que él sonreír, ella usaba lentes y tenía cabello rizado, además de que usaba un vestido con muchos símbolos bordados, siendo uno entre ellos el de un reloj de arena, al verlo calentó su corazón, sintió como su pecho se hinchaba y sus mejillas se calentaban.

Mantuvo la visión por más tiempo, lo que hizo que pudiera verla tocar un acordeón y bailar. Cuando termino solo quedo su tableta en el suelo, y un Bruno de 13 años sonriendo aun cuando su nariz sangraba.

Desde entonces había guardado su tableta para sí mismo, era una visión que era para él y era suya, si se sentía deprimido la vería por horas recordando la bonita sonrisa que vio en aquellos labios y el sonido de su risa. Se mantuvo alerta, cuando se recuperó recordó que ella no era del pueblo, y se dispuso a esperar pacientemente.

Los años pasaron y su corazón se llenó de odio hacia el pueblo, cuando vio a su primera sobrina nacer sintió los celos hirviendo de saber que su destino aún estaba lejos de su alcance, rechazo a las mujeres que su madre le presentaba con solo verlas, no eran ella.

Ninguna era ella.

Ninguna podría compararse con ella.

Ahora, al ver ambas visiones, sintió la alegría llenar su pecho como hace mucho no pasaba.

—Te encontré.— Murmuro con amor ante las imágenes, y con eso su mente empezó a planear.

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Tuvo que separarse de su amada a regañadientes, yendo a su cuarto tomo algo de sal y mezclándola con veneno de ratas, comenzó a hacer una mezcla. Sabía que la magia perecería pronto, el mejor que nadie lo sabía.

Mirabel podría salvar la magia o condenarla, el destino dependía de ella, pero Bruno necesitaba que la magia muriera. Sin ella no habría nada ni nadie que le impidiera tomar por fin al amor de su vida, y si era inteligente, podría tener a la familia que él siempre quiso pronto con ella.

Tarareando en silencio, sonrió al ver su mezcla, él no era ajeno a los pretendientes de su sobrina y sería ingenuo pensar lo contrario; Sus visiones le dieron la información requerida de quienes eran, ahora él era un hombre celoso.

Paso décadas esperando a la mujer de su visión y ahora que estaba cerca de obtenerla no iba a dejar que se le fuera de las manos, como tal era su deber como futuro esposo deshacerse de las plagas de forma permanente para no ser molestados, su hermana podía curar el envenenamiento, sin embargo, ni siquiera ella era tan rápida como para llegar a ellos primero.

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Isabela caminaba del brazo de Mariano a su hogar, la sonrisa que para el resto del pueblo era una de amor estaba en su rostro. Cuando el moreno beso sus nudillos y se fue, pudo dejar caer aquella sonrisa dejando en su lugar una mueca incómoda. Tomando aire se recompuso y con su fachada de perfección nuevamente sobre ella entro a Casita siendo recibida por su abuela.

-¿La cita salió bien?- Una de sus manos le quito una hoja que no sabía que tenía de su cabello, su vientre se volvió un nudo ante la pregunta.

-Sí, abuela. Salió perfecta. -Su sonrisa no se quebró ante la mirada inquisitiva de la anciana, solo se tensó y cuando la dejo irse no pudo ver como un rato salía de debajo de su vestido para irse por una grieta.

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Las pisadas eran silenciosas, siempre lo eran, sin embargo, Dolores siempre sería la única que podría captarlas.

Abriendo la puerta cuando fue tocada con suavidad, vio a Mirabel tenderle un par de audífonos nuevos. Al verlos, la morena estuvo tentada de besar a su prima al ver que hizo sus bloqueadores de sonido, sin embargo, ella mejor que nadie sabía que de hacerlo terminaría mal para ella gracias a la persona que vivía en las paredes.

-Gracias, prima.- Agradeció mientras tomaba los audífonos, le dio un pequeño abrazo al escuchar que su tío no estaba en las paredes esta vez. No tenía idea de a donde iba, sin embargo, ella agradecía cuando se ausentaba, ya que le daba un pequeño respiro de su amenazante presencia.

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Aquella noche Julieta fue llamada de emergencia a atender un caso de intoxicación severa, cuando ella volvió lo hizo con un aura triste y sus ojos llenos de lágrimas. Al día siguiente Dolores dio el aviso que Andrés Pérez había muerto a quienes preguntaban por una intoxicación.

Mirabel lloró su muerte mientras recordaba lo amable que era con ella, eran amigos desde hace años y en su pecho estaba comenzando a florecer algo más profundo. Sin que ella se diera cuenta, unos ojos verdes brillaban de satisfacción al saber que no debería de preocuparse de la competencia.

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Lamento la tardanza, universidad bla bla bla, y porque mi compu se jodio.

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