En la Clínica para desordenes alimenticios Capitulo 49

Capítulo 49

El taxi se detiene frente a un enorme portón de madera, pero poco después, el portero nos permite la entrada cuando Linda le dice que nos esperan.

El auto sigue por un camino rodeado de hermosos jardines y grandes árboles que pintan de colores ocres el paisaje otoñal.

—Es lindo el lugar. ¿No te parece? —menciona Linda mostrando entusiasmo. Asiento, pero sin poder hablar, porque si lo hiciera, le diría que a a ella no le parecería lindo el lugar, si supiera qué pasaría un mes recluida aquí.

—¿Qué pasa Mila? Has estado muy callada todo el viaje.

—No es nada, solo... No sé, creo que me atemoriza un poco el ir a un lugar desconocido y estar rodeada con gente que no conozco y con las que no tengo nada en común.

—En realidad sí —comenta mirándome de forma analítica.

La miro un tanto molesta por su comentario, después evado su mirada fingiendo que observó por la ventanilla.

El coche se estaciona frente una gran escalera y una joven mujer nos espera en la puerta.

—¿Dra. Ross? —La saluda la mujer.

—Sí, Linda Ross.

—Tu debes ser Mila. —Solo asiento sin mirarla, fingiendo interés por el lugar.

—Hola Mila, yo soy Keily, soy la secretaria de la Dra. Kim Lewis, la directora del centro.

—Hola —musito de forma tímida.

—Pasen, ella las espera en su consultorio —indica la joven secretaria, la seguimos y después de anunciarnos, nos deja entrar al despacho de la directora.

Ella nos recibe con una gran sonrisa y nos ofrece su mano, pero no sin antes observarme de arriba abajo, haciéndome sentir incomoda. Yo cierro mi chaqueta por instinto, para protegerme de su escudriño.

—¿Mila? —pregunta, yo asiento con los ojos—. Yo soy la Dra. Kim Lewis, directora del centro. Por favor tomen asiento —se presenta. Linda y yo tomamos asiento frente a ella—. Dra. Ross, un gusto poder conocerla en persona. Mila es un honor para nuestra clínica que nos hayas elegido para ayudarte —manifiesta y yo la miro un tanto intrigada.

¿A que se refiere con eso? ¿Piensan aprovechar mi presencia para hacer publicidad por mi estancia aquí? Linda parece entender mi desconcierto.

—Dra. Lewis. Mila no quiere que nadie sepa de su estancia aquí, por lo mismo traigo un contrato de confidencialidad que si está de acuerdo, tendrá que firmar junto con todo el personal de la clínica —le expresa Linda en tono formal.

—Doctora no es necesario tal contrato, usted sabe que como profesionales nos obliga la confidencialidad, no sólo con Mila, sino con todos nuestros pacientes. Cuando le dije a Mila que es un honor tenerla aquí —le dice a la Dra. Ross, después me mira a mí—, es porque nos gusta ayudar a las chicas a salir de su problema y créeme Mila, esa bienvenida se la doy a todas las chicas que deciden venir a nuestra clínica —nos explica.

La observó detenidamente, es una mujer muy joven para ser la directora de un centro tan grande. Unos treinta y cinco años cuando mucho, rubia, alta, atlética y parece bastante agradable y con mucha vitalidad, pero aunque me parece sincera, siento que en este instante no puedo confiar en nadie

—Mila, sé que eres una bailarina reconocida, yo misma te he visto bailar, pero te aseguro que nadie hablará sobre tu estancia aquí. —Miro a Linda un poco asustada al escuchar que me conoce. Pero ella, cierra los ojos y da una pequeña palmadita en mi mano para tranquilizarme.

—Bien, pero realmente creo que Mila necesita que usted le dé su palabra de que eso no sucederá.

—Mila, tienes mi palabra —me dice mirándome fijamente a los ojos y le creo. Asiento para hacérselo saber.

—Mila, primero te revisará un médico, para ver qué tan afectado esta tu cuerpo. Yo te haré una evaluación psicológica para ver que tan agudo es tu mal. La Nutrióloga te hará un plan alimenticio de acuerdo a tus gustos y tomando en cuenta tu altura, y peso —me indica en tono suave pero firme—. No podrás conservar tu teléfono, sé que esto es algo que las chicas odian, pero es para que nada distraiga, ni contamine su recuperación. —Vuelvo a asentir, en cierta forma lo sabia—. También quiero que sepas que estarás bajo vigilancia las veinticuatro horas del día, sé que te parecerá exagerado, pero es para evitar que te provoques el vomito o te autolesiones. —Eso si no me gusta y frunzo el ceño en un claro gesto de molestia.

—¿También me observarán cuando me bañe o vaya al baño? ¿Qué hay de mi privacidad?

—alego claramente irritada y en tono mordaz.

—No exactamente. Los baños y las regaderas, están diseñadas de forma que cualquier comportamiento no permitido, es evidente, pero sin transgredir su privacidad. —Sigo sin entender, pero esto no me está gustando nada. Así que mi vista va hacia la ventana, como un claro gesto de desacuerdo. Pero ella parece estar acostumbrada porque prosigue sin importarle que no la mire e intente ignorarla.

—Las cosas que traes serán revisadas y solo se te permitirá conservar lo autorizado por el reglamento del centro. —Cierro mis ojos por unos cuantos segundos y respiró profundamente para controlar lo enfadada que me siento y no gritarle a la cara a esa mujer que se puede ir al diablo junto con sus reglas y su clínica. Hago uso de todo mi autocontrol para contener el impulso de levantarme e irme de este ridículo lugar.

—¿Mila, que te hizo decidirte a recibir tratamiento? —me cuestiona y quisiera decirle qué el médico de la compañía me esta presionando, pero también intento convencerme y me recuerdo, que también quiero hacer esto por mí y por Sebastian. Miro de reojo a Linda que también espera mi respuesta.

—Mi salud está afectando mi carrera —respondo después de pensar la respuesta.

—¿Cómo es eso?

—He estado sufriendo desmayos. Una vez me sucedió durante los ensayos y la última vez en el escenario —le explico, ella asiente lentamente.

—El médico también ha detectado una considerable baja de potasio y en su hemoglobina, y ha sufrido otros desmayos por ataques de pánico —añade Linda.

—¿Ataques de pánico? —Ella lee el informe que tiene en sus manos—. Oh, ya veo, también sufres de síndrome de estrés postraumático. ¿Los golpes que traes fueron un accidente? ¿O...?

—Me golpearon —respondo antes de que siga haciendo más suposiciones.

—¿Tus padres? ¿No pudieron venir? —pregunta y Linda, y yo negamos con la cabeza—. Tanto el adolescente bulímico como el anoréxico son en su mayoría muy dependientes del núcleo familiar. Regularmente son muy apegadas a las madres... —comenta con naturalidad.

—¡Ja! —río con sarcasmo, pero ella hace caso omiso y sigue parloteando.

—Pero además hubiera sido muy importante hablar con tus padres y explicarles cómo será el tratamiento a seguir y lo importante de su participación, incluso hubiese sido genial agendar de una vez las citas para que asistan a terapia familiar. —Esta vez no me contengo y la interrumpo más que molesta.

—Olvídese de mis padres, haga de cuenta que soy huérfana. Ellos no saben que estoy aquí, ni les importa y dudo mucho que a mí madre le haga mucha gracia que yo esté aquí. Ella no se detendría de venir por mí y sacarme a golpes por mi estupidez, y demandarlos a todos por recibirme sin su autorización —le expreso exaltada, dejando en claro mi molestia—. A mí madre le importa muy poco mi salud, ella es quien me enseñó que a las gordas nadie las quiere. Ella es la que siempre me obligó a comer solo lechuga y vomitar si no puedo controlar mi ansiedad por los chocolates y los carbohidratos. Ella me impuso desde que tengo uso de razón, a entrenar el día entero para que yo fuera la mejor —le gruño a la cara y Linda a mi lado asiente apenada, mientras toma de nuevo mi mano para que me tranquilice. La doctora nos observa a ambas y asiente un poco apenada.

—Lo siento, sé que no debo generalizar con respecto a lo que nos indican las estadísticas —admite un tanto avergonzada.

Ni siquiera la miro, mejor clavo mi vista en mis manos, las que empuñó con fuerza para contener mi ira. ¡Dios! Que entrevista tan larga, siento que tengo una eternidad en esta oficina.

—Bien, te haré unas preguntas y espero que me respondas con sinceridad a cada una de ellas —me dice la Dra. Kim.

No niego, ni asiento, solo sigo evadiendo su mirada. La doctora enciende la computadora, mientras Linda me habla en voz baja.

—¿Qué pasa Mila? ¿Por qué estás tan a la defensiva? —pregunta desconcertada.

La miro muy enojada, no entiendo porque, pero me siento realmente molesta.

—¿De verdad me lo pregunta? —le respondo exasperada.

—Dra. Ross, el comportamiento de Mila es realmente normal en su caso. La mayoría de las chicas se resisten a venir y entran a rastras, sus padres las traen por la fuerza; incluso hay veces que tenemos que sedarlas —menciona la directora y mis ojos se abren grandes, y trago en seco—, pero es genial que Mila haya querido hacer esto por ella misma, lo que significa que hay una gran probabilidad de pronta recuperación —explica la directora del centro. Ella acomoda el monitor del computador frente a ella y empieza con el interrogatorio:

—¿Mila te preocupa engordar?

—Por supuesto. No sería muy agradable verme bailar si subo de peso. ¿No lo cree? Además de que apenas podría saltar —respondo con sarcasmo.

Ella ni siquiera me mira y se limita a escribir en el teclado.

—¿Te das atracones de comida? ¿Y si lo has hecho, con qué frecuencia?

—Sí. Antes era casi diario; últimamente, cuando mucho una vez a la semana —respondo con mi vista hacia la ventana y veo que ya empieza a atardecer, mientras recuerdo las veces que me escondía de mi madre para comer.

—Cuando lo has hecho. ¿Sientes que no puedes parar? —Solo asiento—. ¿Has vomitado después por miedo a engordar?

—Sí, pero es más por qué siento culpa —explico.

—¿Culpa de que?

—No lo sé, supongo que siento que me estoy traicionando como bailarina. —Ella asiente y sigue escribiendo.

—¿Haces ayunos con frecuencia? —Vuelvo a asentir—. ¿Que tan frecuente?

—Diario.

—¿Cuantas comidas ayunas al día?

—A veces todas, solo cuando los demás están encima de mi insistiendo que coma, tengo que hacerlo.

—¿Pero después vas al baño a sacarlo todo? —Asiento sin mirarla—. ¿Has hecho dietas para bajar de peso?

—Claro. He hecho dietas desde los diez años.

—No te pregunto si haces ejercicio, porque es evidente que siendo bailarina, lo haces. Pero dime. ¿Cuantas horas prácticas al día?

—Normalmente diez horas, a veces más.

—¿Los demás bailarines practican igual que tú?

—No, solo lo hacen por ocho horas diarias seis días de la semana

—¿Has tomado pastillas para adelgazar? —Asiento y de reojo veo que linda niega con la cabeza.

—¿Has usado diuréticos o laxantes con la finalidad de perder líquidos y peso? —Vuelvo a asentir con la mirada baja y comienzo a darme cuenta cuanto he lastimado mi cuerpo.

—¿Cuando te has provocado el vomito, es porque te has sentido muy lleno?

—Sí.

—¿Te preocupa que pierdas el control sobre lo que comes?

—Siempre.

—¿Has perdido más de 6 kilos en menos de tres meses?

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes?

—No, no me gusta pesarme.

—Pero supongo que tienen Nutrióloga o médico en la compañía, que verifican tu peso y tu salud.

—Sí, pero nunca miro la báscula. —Ella frunce el ceño extrañada, es obvio que mi respuesta la sorprendió o que yo salgo de los esquemas que las estadísticas afirman.

—Tal vez no ha bajado seis kilos, pero si al menos unos cuatro, que para su estatura y su constitución me parecen muchos —interrumpe Linda, la doctora asiente y sigue escribiendo.

—Mila. ¿Sientes que estas gorda a pesar que los demás te dicen que estás muy delgada?

—Hasta ayer, sí lo creía. —Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios, cuando Sebastian viene a mi mente. Ella me mira con curiosidad, al igual que Linda.

—¿Y que pasó ayer que te hizo cambiar de opinión?

—Mi novio es fotógrafo y ayer al decirle que me sentía fea, él me mostró un cuarto lleno de fotos, en las que aparezco en muchas de ellas. Lo que me dio otra perspectiva de mí misma, pero él realmente me demostró lo hermosa que soy y me di cuenta que luzco realmente delgada y por consecuencia pequeña —les explico—. Él así me llama, "Mi Pequeña Bailarina" —les cuento con emoción.

Las dos se contagian de mi sonrisa y asienten un poco entusiasmadas.

—Ese novio tuyo, debe ser muy listo —comenta la Dra. Kim. Yo asiento sonrojada.

—Lo es, además es el chico más sexy que conozco —respondo con orgullo al hablar de Sebastian y por un momento olvido en donde estoy y el motivo por el que estoy ahí.

—Él es una buena influencia para ella —menciona Linda—. Incluso creo que ese chico es la razón por la que Mila quiere hacer esto —agrega.

—Eso me parece muy bien Mila, pero debes hacer esto más por ti que por él. —Asiento y sé que tiene razón, pero ellas no entienden que sin Sebastian yo no tendría ningún motivo para querer dejar esta enfermedad que está mermando mi salud—. Y Tú novio tiene razón, realmente eres una chica hermosa y darte cuenta de eso debe hacerte sentir bien. ¿No es cierto? —pregunta, yo lo pienso un segundo.

—Me hace sentir bien que Sebastian me crea hermosa, claro. Pero no me gusta como los demás hombres me miran —declaro y ella me observa intrigada.

—Mila hace unos minutos hablábamos de que sufrías de estrés postraumático, esa es una buena razón para que tu desorden se haya desencadenado o agudizado. ¿Qué fue realmente lo que te pasó? ¿Has sufrido acoso por parte de otros hombres? —Bajo la vista, respiro profundo y de reojo veo como Linda espera que responda.

—El amante de mi madre intentó violarme —confieso. La Dra. Kim me mira pensativa.

—Mila tienes que decirle lo que realmente pasó, todo —agrega Linda y sé que se refiere a lo que Fabienne me hizo, pero me adelanto antes de que diga más.

—Y mi madre me golpeó acusándome de haberlo provocado, por eso me ve lastimada. —Creo que eso la desconcierta más por qué me mira extrañada.

—Mila, entonces el intento de violación del novio de tu madre fue reciente. ¿No?

—Sí, hace tres días. El viernes por la noche para ser exactos.

—Pero tú síndrome de estrés viene de más atrás. ¿Cierto? —Yo evado su mirada y no respondo. Ella me observa estudiando mi reacción, después ella mira a Linda y prosigue hablando.

—Bien, solo queda una pregunta y creo que es la más importante. ¿Tú crees que la comida domina tu vida? —Ni siquiera lo pienso, respondo enseguida.

—Sin ninguna duda, la comida ha dominado mi vida desde que era una niña. —Las dos doctoras me miran fijamente, después la Dra. Lewis sigue escribiendo.

—Mila, podríais salir unos minutos, me gustaría hablar con la Dra. Ross —me pide. Yo la miro con desconfianza, titubeo unos segundos pero me levanto lentamente mirando a Linda para hacerle saber que no quiero que hable sobre lo que Fabienne me hizo. Pero ella mira fijamente a la Dra. Lewis, evadiendo mi mirada. Camino hacia la puerta, pero antes de salir la Dra. Kim, me habla.

—Mila, podrías decirle a mi secretaria que venga un minuto. —Solo asiento, antes de salir, le doy el recado a la secretaria, después me siento en un sofá en la sala de espera.

La secretaria entra y un minuto después sale, y se va dejándome sola. Con la mirada desconcertada, intento agudizar el oído para escuchar lo que las doctoras hablan dentro, pero es en vano por qué no logro escuchar nada.

De pronto una mano sobre mi brazo hace que me sobresalté.

—Yo te conozco, eres bailarina —me dice la voz de una chica, que al mirarla realmente me impresiona—. Luces diferente que en el escenario, pero tus ojos son inconfundibles. Es una chica de unos catorce años, de rostro angelical y piel pálida, cabello rubio platinado, casi blanco y grandes ojos azules pero luce esquelética. Si todos creían que yo estaba delgada, se equivocan, esta chica es realmente delgada, incluso me siento obesa a su lado.

—Hola, soy Lia. También soy de New York.

—Hola Lia —la saludo con amabilidad.

—¿También te obligaron a venir aquí? —me pregunta.

—En cierta forma, sí —le respondo.

—No te preocupes, yo conozco varios trucos para engañar a los médicos. Yo te voy a ayudar para que no te hagan engordar —propone con voz sugerente—. ¿Traes pastillas para la dieta? —pregunta ansiosa. La observo un poco asustada.

—Creo... Creo que sí, en mi bolso —titubeo.

—¿Donde esta tu bolso? Tienes que esconderlas o te las quitaran —me advierte y desesperada, Lia mira a alrededor buscando el bolso.

—Lo dejé dentro de la oficina de la Dra. Lewis.

—¡Acchh! ¡Eres tan tonta! Date cuenta que aquí solo quieren engañarnos para hacernos engordar —expresa con fastidio. Yo la miro confundida—. Cuando nos pesan. ¿Sabes que hago yo? Tomo mucha agua, para que los médicos crean que subí de peso. Pero tengo que hacerlo mientras me ducho, por qué aquí nos controlan hasta el agua —me cuenta, yo asiento sorprendida—, y la comida la escondo entre mi ropa, incluso entre mi cabello. Tú tienes mucho cabello para esconder comida —dice tocando mi cabello y poniéndome muy nerviosa.

—Lía. ¿Qué haces aquí? Otra vez te escapaste del taller de arte. Anda regresa al salón. —la regaña la secretaria, que esta de regreso.

—Luego te contaré más de mis secretos —me susurra Lia al odio, antes de ponerse de pie—. Bienvenida al infierno Mila —dice lo último en voz alta, haciéndome sentir escalofríos.

—No le hagas caso, Lia también sufre un trastorno bipolar y cree que aquí la queremos matar —me advierte la mujer. Solo asiento y fuerzo una sonrisa, pero está se desvanece cuando una mujer grande con uniforme de enfermera, entra a la sala con mi maleta en mano.

—Eh, esa es mi maleta. —Me levanto y trato de arrebatársela, pero ella es más rápida que yo y la levanta sobre el escritorio de la secretaria.

—Solo revisará que no traigas nada que no puedas tener durante tu estancia en la clínica. —me explica la secretaria y con impotencia observo como baten todas mis cosas.

Sacan una lima, un pequeño espejo, unas tijeritas de manicura y el rastrillo con la que afeito mis piernas.

—Esas cosas son mías —reclamo molesta y en voz alta, a los diez segundos las doctoras salen del despacho.

—¿Qué pasa?

—Pasa que esta mujer quiere quedarse con mis pertenencias —digo mirando enfurecida a la enorme enfermera.

—Solo te las confiscarán, se te regresarán cuando te vayas de aquí —manifiesta la directora, pero mi cara está endurecida y mis manos en puños.

—Su bolso —dice la directora y con incredulidad veo como le entrega mi bolso a la mujer esculca cosas. Ella lo vacía completamente sobre el escritorio.

Mi cara se me cae de vergüenza cuando veo como recogen los frascos de pastillas de dieta, los diuréticos y los laxantes, Linda me mira molesta y niega con la cabeza. Y en realidad ni recordaba que los llevaba ahí, porque desde antes de viajar a Australia no había necesitado de ellos porque simplemente había perdido el apetito sin ayuda de nada; ni siquiera me molesto en aclarárselos porque sé que de todas formas no me creerán. También recogen un espejo que llevo ahí y mi celular.

—No, mi celular no —les pido angustiada.

—No puedes tener celular aquí, Mila —me aclara la directora.

—Lo sé, pero prefiero que la doctora Linda se lo lleve para que mis amigas respondas mis llamadas. —Ellas se miran entre sí y asienten.

—Está bien —dice entregándoselo a Linda.

—¿Puedo hacer una última llamada? —suplico. Dios me siento tan ridícula, siento como si me estuvieran deteniendo por cometer asesinato.

—Sí, pero no tardes, luego se lo entregas a la doctora y te despides de ella. Después la enfermera Anna te acompañará a tu habitación para que te instales —me indica y yo asiento—. Este será tu horario para los días posteriores, empezarás mañana con él, por hoy, te revisará un médico y verás a la Nutrióloga. Después puedes darte una vuelta por el lugar para que lo conozcas y vayas familiarizándote —dice entregándome una hoja con mi horario de citas y actividades.

—Está bien —acepto. ¿Pero que digo? Ni siquiera creo lo que sale de mi boca, nada de esto está bien, y lo único que quiero es salir corriendo de aquí.

Linda se despide de la Dra. Lewis, después toma mi mano y me lleva hacia el vestíbulo.

—Mila, tengo que irme o perderé mi vuelo de regreso.

—Ya no estoy segura de querer quedarme —digo mirándola con angustia.

—Estarás bien Mila, después de todo recuerda que estás aquí voluntariamente y voluntariamente puedes irte. Pero recuerda la promesa que nos hiciste al Dr. Williams y a mí —Asiento pensativa, la idea de que él Dr. Williams me delate, hace que desista de renunciar a esta locura.

—Necesito hacer una última llamada. ¿Podrá esperar unos minutos?

—¡Claro! —dice entregándome mi iPhone.

Marco y espero a que me respondan.

—¿Pequeña? —Apenas escucho su voz y se me quiebra la mía.

—¿Sebastian?

—Sí mi amor, soy yo. ¿Por qué lloras? ¿Estás bien?

—Estoy bien, es solo... Solo que ya te extraño mucho.

—Y yo a ti mi pequeña.

—Sebastian, ya estoy en Illinois pero estoy por irme al campo, me dice mi tía que no tendré señal y tampoco tiene internet. No sé si pueda llamarte más, pero al menos trataré de enviar mensajes cuando tenga señal.

—Está bien, pero si consigues un teléfono no importa la hora que sea, márcame. ¿Ok? Me encantará escuchar tu voz.

—Claro, y yo moriré por oír la tuya. Tengo que dejarte, pero quería decirte una vez más que te amo y que te extrañaré horrores —le digo con nostalgia— Por favor no me olvides —le ruego.

—Nunca mi pequeña, nunca me olvidaría de ti. Yo también te amo, y te extrañaré más, recuérdalo y recuerda también que prometiste cuidarte y alimentarte correctamente.

—Sí —afirmo con lágrimas corriendo por mis mejillas. ¡Dios! Como haré para no volverme loca sin su voz, sin sus besos y sus bellos ojos—. Adiós mi amor.

—¡Adiós hermosa! —Me envía un beso y yo le envió uno de vuelta, pero no puedo hablar más. Los sollozos atorados en mi garganta no me dejan y cuelgo sintiendo que empiezo a morir lento.

—¿Puedo hacer una llamada más? Prometo no tardar nada —le pido a Linda. Ella asiente no muy convencida. —Marco y a los segundos me responden.

—¿Mila?

—¿Olivia? —decimos al mismo tiempo—. Olivia escúchame bien, no tengo mucho tiempo, es la última llamada que podré hacer y necesito que me pongas atención.

—Dime.

—Aquí no me dejan tener celular y no podré responder los mensajes de Sebastian. ¿Podrás ayudarme a hacerlo? Te enviaré mi iPhone con la doctora Linda, recuerda solo mensajes cortos y cariñosos, sé que tú sabrás cómo hacerlo. Si quieres revisa nuestros mensajes anteriores para que veas la forma en la que platicamos. Pero por ningún motivo respondas sus llamadas. ¿Ok? También me gustaría que me ayudaras saludando regularmente a Sasha, dile que tuve salir de viaje por el ballet; no sé, algo así. Dile que la extrañaré mucho y que se cuide mucho, por favor.

—Claro, yo te ayudaré en lo que pueda —acepta mi amiga.

—Gracias Olivia, debo dejarte, por favor salúdame a los chicos. ¿Si?

—Claro que sí, cuídate mucho y échale muchas ganas al tratamiento. Te quiero Mila.

—Gracias Olivia, yo también te quiero. ¡Adiós! —Cuelgo y le entrego mi celular a Linda que me mira inconforme.

—¿Te das cuenta la gran cantidad de mentiras que tienes que decir, por no decir la verdad?

—Lo sé —acepto avergonzada.

—Mila por favor, pon todo de tu parte para que puedas salir de esto. ¿Si? —Asiento.

—¿Doctora...? ¿Le dijo sobre lo que me pasó en París?

—No Mila, a mí no me corresponde, eso debes hacerlo tú si de verdad quieres que te ayuden. Solo intercambiamos opiniones sobre tu caso, para ella no eres un caso común de anorexia y bulimia. Ella sospecha que hay más detrás de todo esto y tú y yo sabemos que no se equivoca, así que trata de ser sincera con ella para que puedan llegar a la raíz de tu problema.

—¡Gracias! —musito.

—No tienes nada que agradecer.

—Claro que sí. Vino hasta acá, me acompañó cuando mi madre no lo haría ni por todo el oro del mundo —expreso abrazándome a ella y me recargo en su pecho, ella me recibe y acaricia mi cabello de forma maternal.

—Mila, como quisiera ser tu madre y darte tanto amor como necesitas. Nunca te lo he contado, pero, tengo una hija de tu edad, es un poco rebelde pero en el fondo es buena chica —Levanto mi mirada para verla a los ojos y veo con un dejo de envidia como se ilumina su rostro cuando habla de su hija.

—Debe irse o perderá su avión, gracias de nuevo por acompañarme.

—Cuando salgas, vendré por ti —me dice y me conmueve.

—No es necesario, se lo agradezco de verdad, pero no me gustaría que su hija le reclame por dedicar su tiempo libre a mí, en lugar de a ella. —Ella asiente convencida.

—Bien, adiós Mila —me dice mirándome con ternura.

Yo asiento, ella besa mi mejilla y de nuevo me abrazo a ella y grandes lágrimas corren por mis mejillas. Me siento como una niña pequeña a la que su madre abandona en un lugar extraño. Ella levanta mi rostro, limpia mis lágrimas, acaricia mi mejilla con una dulce sonrisa y dice adiós, antes de subir al auto.

—Vamos Niña, te acompañaré a tu habitación —me dice la enfermera esculca cosas, Anna creo que me dijeron que se llamaba.

Ni siquiera le respondo, solo doy media vuelta y entro delante de ella, espera a que coja mi maleta y la sigo hasta la que será mi habitación por el siguiente mes.

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