Capítulo 9
Capítulo 9
Esta semana se ha ido muy rápido gracias a los ensayos y a las pruebas de vestuario, y por fortuna he podido bailar todo el día, lo que es una gran tranquilidad para mi cordura.
Elizabeth se aseguró de que no hubiera ni un chico cerca de mí, lo cual le agradezco inmensamente.
El lunes por la mañana fui visitada por ella en mi habitación muy temprano, me dijo que no podría entrar a clases hasta que no visitara a la psicóloga y a la nutrióloga, así que no me quedó de otra, que ir.
Con la psicóloga no me ha ido muy bien, casi no hablo y ella ya no sabe como hacerme hablar, pero simplemente no quiero hablar más del tema. Y la nutrióloga me ordenó una dieta rigurosa para hacerme subir de peso y de la que se asegura personalmente que sea correctamente preparada y de que le avisen si no la como, así que controlan todo lo que me entra, pero no pueden controlar lo que sale.
Es viernes por la noche, es casi medianoche y yo sigo en el salón de baile y para no dejarme sola, Sarah y Olivia me acompañan, pero ellas ya están casi dormidas en el piso del salón. Me han insistido infinidad de veces que pare, pero no puedo y creo que ellas lo entienden, por eso siguen aquí conmigo. Al día siguiente será la presentación en el teatro y estoy muy nerviosa, sé que Sebastián estará ahí.
Estoy exhorta en el baile, cuando la música de pronto se detiene.
—Vamos Mila, tienes que descansar —me reprende Elizabeth con voz firme.
—No, no puedo parar, todavía no logro perfeccionarlo —le explico sin dejar de practicar.
—Claro que sí, es perfecto desde hace días —replica exasperada—. Vamos chicas vayan a dormir, yo acompañaré a Mila —les dice a Sarah y Olivia, ellas se levantan y salen del salón—. Mila estás convirtiendo el baile en una obsesión —expone con voz desesperada.
Yo, sin mirarla comienzo a recoger mis cosas y ella suspira derrotada—. Mila quiero que sepas que enviaré una recomendación al NYCB, para que te canalicen a psicología —me advierte con voz firme. Yo la miro, alarmada—. No Mila, no te preocupes, yo no diré nada, eso lo tendrás que hacer tú misma, pero debes seguir con la terapia o no lograrás superar lo que te pasó.
—Estoy bien —aseguro evadiendo de nuevo su mirada y me siento en el piso a quitarme las zapatillas.
—No, no lo estás —me contradice—. La psicóloga dice que no avanzas, tu peso no sube y ahora estás bailando compulsivamente. También les recomendaré que te vea una nutrióloga —expresa severa.
Estoy molesta, no quiero que se meta con mi peso, eso es lo único que puedo controlar. Sé que ella está preocupada por mí y que solo quiere ayudarme, pero no puedo permitir que se inmiscuya en mis cosas, así que intento mentirle.
—No es necesario, ya tengo una nutrióloga —le aclaro haciendo un mohín. Ella me mira con desconfianza.
—Mila, no intentes engañarme, a mí no. He visto cientos de casos de conductas compulsivas y trastornos de alimentación. Tú encajas con esos perfiles y la psicóloga también lo cree —expone con franqueza. Yo bajo la mirada, no sé que responder, pero ella se sienta a mi lado y toma mi mano—. Mila me preocupas, sabes que te quiero y no puedo dejar que sigas lastimándote como lo estás haciendo —dice con voz dulce y mis ojos se llenan de lágrimas—. Mila, lo que pasó no fue tu culpa. ¿Por qué te castigas? A quien debiste castigar fue a Fabienne y no quisiste hacerlo —Las lágrimas por fin caen—. Perdóname Mila, no debí decir eso, pero no quiero ver como destrozas tu vida. Solo eres una chiquilla, eres muy joven para que vivas lo que estás viviendo —se disculpa y yo cubro mi rostro con mis manos, no quiero que me vea llorar y ella me abraza.
—¡No! ¡Ya no quiero llorar! —digo decida separándome de su abrazo y limpio mis
lágrimas bruscamente,
—¿Por qué no? ¿Por qué ya no quieres llorar, Mila? Yo creo que está bien que te desahogues, que saques fuera todo lo que te lastima.
—Porque no puedo permitir que esto me derrumbe.
—De igual forma lo está haciendo. No llorarás, pero no hablas de lo que te sucedió, bailas sin parar y te provocas el vómito —menciona y yo la miro angustiada. ¿Cómo lo sabe?—. No hay otra manera de explicar que no subas de peso si llevas la dieta que la Nutrióloga te dio —De nuevo bajo la mirada—. Mila necesito que me prometas que verás a la psicóloga y a la nutrióloga en New York, sino tendré que informarles a tus padres lo que te sucedió.
—No por favor, no puede hacerme esto —le pido con ansiedad.
—Tú no puedes hacerme responsable de tu muerte —me dice con tristeza en su mirada y yo la miro aterrada—. Sí Mila, al paso que vas, no vivirás mucho y yo seré la única responsable.
—Ok, se lo prometo —accedo. ¿Quiero morir? Sí, pero no puedo irme solo así, Sasha me necesita, no puedo dejarla sola.
—¡Gracias Mila! No tienes idea del peso que me quitas de encima —expresa aliviada, abrazándome de nuevo, yo me aferro a ella—. Anda vamos, te acompaño a tu recámara que mañana será un día muy largo y necesitas descansar.
No logro dormir mucho, el que Elizabeth sepa que me induzco el vómito me mantiene alerta casi toda la noche. Además creo que Sarah y Olivia también lo sospechan porque cuando subí a mi habitación, encontré una charola con mi cena, cena que por supuesto como por darles gusto, pero poco después, cuando me aseguro que ellas duermen, la devuelvo.
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La hora llegó y el espectáculo está por comenzar, todos corren de un lado a otro, pero yo me mantengo ausente del caos a mi alrededor. Yo ya estoy lista para salir y estoy sentada en el suelo cociendo las cintas de mis zapatillas después de haberlas ablandado.
—¡Por Dios, Mila! ¿Cómo puedes estar tan tranquila? —pregunta Olivia a punto de un ataque de locura. Yo alzo mis hombros con despreocupación.
—Supongo que porque he hecho esto miles de veces.
—Yo no puedo tranquilizarme —dice Olivia comiéndose las uñas.
—Olivia por favor deja de caminar de un lado a otro, que me volverás loca a mí también —le dice Sarah que está frente al espejo terminando de maquillarse.
—Chicas en cinco minutos, Mila tú eres la última —nos informa uno de los profesores.
Yo asiento y Olivia empieza a dar pequeños saltos en su lugar.
—Estoy tan nerviosa.
—¿Ya estás lista? —le pregunto.
—Sí.
—¿Entonces?
—No sé —responde Olivia sin dejar de moverse.
Voy al espejo retoco mi maquillaje, acomodo un cabello que se me soltó de la nuca, paso las manos por mi vestido, ajustándolo a mi cuerpo, mientras me miro al espejo y no me gusta lo que veo.
—Mira no más las ojeras que te cargas —me regaña Sarah.
—No dormí nada anoche —le explico.
—Es obvio. ¿Ya les pusiste corrector?
—Ya, pero no funciona.
—Pues como, si son más profundas que el mar Atlántico —dice Sarah con sarcasmo y le sonrió de la misma forma.
—Vamos —digo saliendo del camerino.
Mi presentación es sorprendente, no puedo ver a nadie, pero giro, salto y bailo como nunca. Mi solo, es un acto de Cinderella donde ella está sola limpiando porque ahora ella es la sirvienta de su madrastra y sus hermanastras. Cuando la música termina, la gente se pone de pie.
—¡Bravo Mila! ¡Bravo! —Escucho a Matthew gritar desde las butacas y no puedo evitar que una pequeña sonrisa se dibuje en mis labios.
Salgo y voy a mi camerino a cambiarme para el siguiente baile. Ya lista, voy a backstage a esperar mi turno y no puedo evitar tensarme al oír la música. Están bailando el acto en el que Cinderella baila con el príncipe y que yo bailaba con Fabienne, y que ahora hacen unos chicos de Supérieur pro.
Terminan y ahora tengo que entrar yo, pero siento que las piernas no me responden, empieza la música y estoy desconcentrada.
—"Mila, debes controlarte" —me reprendo a mi misma en voz baja, después cierro los ojos y respiro profundamente.
—¡Vamos Mila, ahora! —me indican y entro dando giros.
Y de nuevo me transporto al país de los sueños, siento cada uno de mis movimientos y los disfruto al máximo, me paro de puntas y siento que soy más grande que el mundo entero, salto y vuelo alto, giro y magia transforma mi corazón. Y ahora es cuando viene la respuesta a mí. ¿Amo el Ballet? ¡Sí!
Termina mi acto y de nuevo el público se pone de pie, saludo y salgo rápidamente del escenario para que entren los del siguiente acto. Voy al camerino y me encuentro con un hermoso arreglo de rosas rojas sobre el tocador. Por un momento creo que Sebastian las envío y siento que mi corazón se detiene mientras abro la tarjeta que viene con ellas.
—¡Bravo Mila, los dejaste fascinados! —me celebra Olivia.
—Gracias —respondo forzando una pequeña sonrisa.
Leo la tarjeta "Muchas felicidades, eres la mejor. Tu más grande admirador. Matthew Harrison". La decepción es evidente en mis ojos.
—¡Qué bonitas flores! ¿De quién son? —cuestiona Olivia.
—De Matthew —digo sin mucho entusiasmo.
—Están hermosas —exclama ella y yo asiento pensativa.
—Chicas estén listas para el final —nos avisan, Sarah y Olivia todavía bailan en el último acto, yo solo tengo que salir para la despedida, así que ellas se adelantan.
Paso con todo el grupo de bailarines y cuando es mi turno de pasar al frente a dar las gracias, el público se pone de pie y fuertes aplausos y gritos se escuchan. Una pequeña se acerca y me entrega un hermoso ramo de tulipanes multicolores, lo tomo y agradezco con una reverencia.
—¡Bravo Mila, Bravo! —Bajo mi mirada a las voces que me gritan y ahí está Matthew.
Le sonrío y le envío un beso, pero mi mirada se clava en unos conocidos y hermosos ojos azules que me miran fijamente, helándome la sangre. Sí, Sebastian está ahí, sentado delante de Matthew y cohibida por su penetrante mirada, hago una reverencia y voy atrás, después todos salimos del escenario con el aplauso del público; en cuanto salgo Elizabeth me abraza.
—Mila, lo hiciste excelente —me felicita con orgullo en su mirada y justo en ese instante Maddie pasa por un lado, y me mira con odio.
—Merci Madame —agradezco con una pequeña reverencia.
—Vamos, ve a cambiarte y nos vemos en la cena —dice con una gran sonrisa.
Voy a cambiarme, recojo mis cosas, pero no tengo ganas de ir a la cena, sé que Sebastián estará ahí y no quiero verlo, no podría verlo a la cara. De pronto la tarjeta de los tulipanes llama mi atención. La abro y me encuentro con una hermosa caligrafía "Felicidades por tu éxito, mi pequeña bailarina". No dicen de quien son, pero yo lo sé.
—¡Qué bonito ramo de tulipanes! ¿Quién te lo envió? —me pregunta Olivia.
—No lo sé, no dice —respondo sin decir lo que creo.
—Que raro, un admirador anónimo —comenta Olivia
—Que anónimo ni que nada, las tres sabemos quien las envío —manifiesta Sarah, sugiriendo que son de Sebastián.
—¿Nos vamos? —pregunta Olivia desde la puerta.
—Vayan ustedes, ahorita las alcanzo —les aseguro.
—Ok. —Ellas salen del camerino y yo termino de juntar mis cosas en mi bolso, después tomo mi ramo de tulipanes.
Dejo el ramo de Matthew, es hermoso pero muy grande, con suerte y alguien lo llevará a la escuela. Salgo, pero no voy hacia la recepción, voy directo hacia la salida.
Está lloviendo, pero no me importa y camino decidida hacia la torre Eiffel. En dos días nos vamos y quiero ver París por última vez desde el lugar más maravilloso, el lugar donde Sebastián y yo empezamos nuestra breve pero significante historia.
Camino a paso rápido, la torre está iluminada y luce espectacular. Apenas llego compro mi ticket y para mi buena suerte no hay mucha gente, supongo que por que casi es media noche.
Entro y corro escaleras arriba, llego al primer piso y sin detenerme continuo hasta el segundo, luego tomo el elevador hasta la cima. Al abrirse el elevador, voy hacia la orilla y Paris luce esplendorosa de noche. La ciudad resplandece a mis pies y no puedo evitar que las lágrimas se acumulen en mis ojos. Pronto me quedo sola cuando el grupo de turista que estaba conmigo bajan por el elevador.
El pánico se apodera de mí, empiezo a temblar pero no quiero irme de aquí, no todavía. Ruego que llegue alguna familia, pero nadie sube. Aprieto el ramo contra mi pecho como si al aferrarme del ramo me aferrara a Sebastián y me siento en un rincón a llorar en silencio por la pérdida de mi primer amor y por un momento agradezco que nadie más se aparezca por ahí y no vean lo patética que soy al estar en el mejor lugar del mundo llorando por un amor imposible.
De pronto la puerta del elevador de abre y veo la sombra de un hombre salir de él, inmediatamente me tenso y comienzo a temblar sin parar, bajo la mirada a mis flores.
—Mila. ¿Estás bien? —me pregunta Sebastián y el aire regresa a mis pulmones. Yo solo asiento, no quiero mirarlo porque sus ojos son mi perdición—. Estás empapada —dice quitándose su saco y lo pone sobre mis hombros—. ¿Qué haces aquí sola?
—Yo... Estoy... Quería... —titubeo—. ¿Tú que haces aquí?
—Te vi salir del teatro y te seguí. Vamos te llevaré de vuelta.
—No, no quiero que me lleves a ningún lado, yo puedo irme sola —digo levantándome y voy hacia el elevador.
—Mila, espera. —Me jala a sus brazos y no puedo evitar temblar y que el pánico nuble mi mirada—. Mila no puedes irte así, escúchame por favor —me ruega.
—No puedo, no tiene caso.
—¿Por qué no? —Levanta mi rostro con sus manos para que lo mire a los ojos, esos maravillosos ojos que me hipnotizan con fuerza y al contrario de lo que pensé, su toque solo me provoca seguridad.
Sin poder contener el impulso de sentir su calor en mi rostro, cierro los ojos y me recuesto en una de sus manos, y él lo acaricia. Sus labios tocan los míos y mi mundo se pone de cabeza, las mariposas que creí muertas resurgen con más fuerza en mi interior, haciendo que un placentero calor recorra mi cuerpo. Él me sujeta por la nuca y profundiza el beso y con su otra mano se aferra a mi cadera pegándome más a él y no puedo evitarlo, el miedo vuelve.
Abro mis ojos de par en par, él los tiene cerrados y no se da cuenta de lo que me sucede, las lágrimas ruedan por mis mejillas y tiemblo sin parar, trato de controlar la ansiedad que siento, pero no puedo y lo empujo con fuerzas
—No puedo, perdóname no puedo —le digo con mirada desesperada, él me mira confundido. Yo voy hacia el elevador, me agarra del brazo y me sobresalto—. ¡No me toques! —le grito alterada. Él me mira con dolor y a mí también me duele tratarlo así, verlo lastimado—. Por favor, no me toques —le ruego en un susurro con lágrimas mojando mis rostro.
La incertidumbre carcome su mirada, que sumerge en la mía tratando de entender que me sucede y estoy segura que ve el pánico en la mía.
—Mila, ¿Qué te pasa? ¿Quién te lastimó? ¿Te lastimé yo sin darme cuenta? —pregunta mortificado, yo niego.
—No, tú no —musito sin mirarlo, después entro al elevador.
—Mila, por favor espera —vuelve a pedirme.
—Lo siento, de verdad no puedo —le digo mientras el elevador se cierra y grandes lágrimas siguen escapando de mis ojos.
Salgo de la torre y camino hasta la escuela, no está cerca, pero necesito despejar mi mente.
Camino cerca de 2 horas, pero subirme a un taxi yo sola no es una opción, aunque ésta, también me está pareciendo una mala decisión, pues a pesar de que la avenida por la que camino es bastante iluminada, algunos autos se detienen a mi lado y sus conductores se ofrecen llevarme, pero yo ni siquiera los miro y apresuro mis pasos.
Cuando llego a la academia, Elizabeth, Sarah y Olivia, me esperan en la puerta.
—¡Oh mon dieu Mila! ¿Dónde has estado? Vienes empapada y estás helada —dice Elizabeth, mientras pasa un bazo por mis hombros y me lleva dentro.
—Mila nos tienes muertas de preocupación —me dice Olivia mientras me abraza.
—Lo siento, no era mi intención preocuparlas.
—¿Dónde estabas? —insiste Sarah.
—Fui a la torre Eiffel.
—¿Has estado ahí todo este tiempo?
—No, vine caminando.
—¿Caminando? —Las tres me miran incrédulas.
—Necesitaba pensar —me excuso.
—Bueno, lo importante es que estás bien. Será mejor que vayas a tu habitación y te des un baño con agua tibia o te dará un resfriado. Vamos, vayan a descansar, que mañana es la fiesta de clausura y tienen que hacer maletas —nos recuerda Elizabeth.
—Buenas noches —nos despedimos y subimos a la habitación.
Apenas entramos, Sarah me ataca con sus regaños.
—¿De verdad, no pudiste avisarnos que te irías?
—Perdónenme, de verdad no lo pensé.
—Así es Mila, últimamente no piensas las cosas —me recrimina—. No puedes seguir así, no puedes seguir como un alma en pena.
—¿No? ¿Por qué no me dices como le hago? —alego—. Tal vez tú sepas como puedo lograr salir de este inmenso hoyo en el que siento que me estoy hundiendo. Por favor Sarah, si lo sabes dímelo porque yo no sé como —le ruego con voz desesperada, pero ella solo baja la mirada avergonzada.
—Perdóname, es que nos tenías muy preocupadas.
—Lo sé y lo siento, nunca fue mi intención preocuparlas —Sarah me abraza y yo me abrazo a ella.
—Lo sé.
—¿Y ese saco, de quién es? De Matthew no es, él estuvo detrás de mí preguntando por ti todo el tiempo y lo traía puesto —menciona Olivia y me doy cuenta que no era consciente de que llevaba el saco de Sebastian. Sarah me mira con curiosidad.
—Sebastian me siguió hasta la torre —les cuento con tristeza.
—¿Estuviste con él? —pregunta Sarah.
—Sí, pero solo un minuto —aclaro.
—¿Y?
—Y nada, lo nuestro no puede ser.
—¿Por qué no?
—Porque no soporto que ningún hombre me toque —expongo con un gran desconsuelo en mi alma y mis amigas asienten con tristeza, y dejan de cuestionarme.
Me quito el saco y lo acerco a mi rostro, tiene su perfume, es fascinante y me lo recuerda a él; decido que me lo quedaré, lo necesito.
Necesito aferrarme a algo para no hundirme, para no rendirme y escapar del infierno en el que se ha convertido mi vida. Así que decido aferrarme al recuerdo de Sebastian, al recuerdo de mi rubio sexy de ojos de cielo, decido aferrarme al recuerdo de mi primer amor ❤.
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