Capítulo 7
Ya es de mañana y no quiero levantarme, no quiero hablar, no quiero pensar, no quiero salir, no quiero comer, no quiero dormir, no quiero nada.
Después de que me desperté con pesadillas no pude volver a dormirme y cada que cerraba mis ojos, ese terrible momento regresaba a mi mente, una y otra vez.
Alguien toca a la puerta y Olivia que sale del baño ya arreglada para irse a clase, va abrirla.
—¡Buenos días! —Es Elizabeth quien saluda— ¿Cómo durmió Mila? —pregunta por mí.
—Mal, tuvo pesadillas —le informa mi dulce amiga.
Yo finjo dormir, pero escucho todo.
—Me imagino. ¿Puedo pasar? —dice la directora.
—Por supuesto —acepta Olivia amablemente.
—Mila —me dice Elizabeth en un susurro, yo abro mis ojos—. Mila, tenemos que ir a que te hagan los análisis —me recuerda y yo asiento, sin responder, me levanto, busco ropa y voy al baño a vestirme.
Me doy una rápida ducha, pues todavía me siento sucia, lavo mis dientes, me visto, cepillo mi cabello y pocos minutos después salgo, tomo mi bolso y camino detrás de Elizabeth. Al salir de la habitación todos voltean a mirarme, yo solo agacho la cabeza, pero la voz de la odiosa me hace levantarla de nuevo.
—¿Ya te sientes mejor Mila? —Ella me sonríe con malicia, yo solo le sostengo la mirada sin responderle nada.
Salimos y veo que está lloviendo, todo se ve gris, tan gris como mi día y es como si el cielo estuviera tan triste como yo.
Subimos al auto y cuando este sale de la cochera, se detiene para esperar que unos peatones crucen la calle. Yo miro la hora en mi celular, son las nueve, la hora en la que Sebastian vendría por mí, pero no quiero mirar si él me espera como prometió, solo bajo la mirada.
—¡Mila! ¡Mila por favor, tienes que escucharme! —me habla Sebastian por fuera del auto y que golpea la ventanilla para que lo escuche, pero no volteo, solo cierro mis ojos con dolor y grandes lágrimas caen sobre mi regazo. No quiero verlo, ni quiero que él me vea así, tan rota y ni siquiera entiendo que hace aquí, de verdad piensa que soy tan estúpida como para seguir creyendo en su juego. Sin embargo lo extraño y me extraño a su lado, quisiera que él estuviera conmigo en estos momentos y me abrazará tan fuerte, hasta que no sienta más dolor.
—¿Quién es ese muchacho Mila? —pregunta la directora mirando a Sebastian con curiosidad.
—Nadie —respondo en voz baja, Elizabeth entiende que no quiero hablar del tema y no insiste.
Cuando regresamos, Elizabeth me acompaña a mi habitación, yo voy directo a la cómoda sacar mi ropa de ballet.
—Mila no tienes que ensayar, puedes quedarte a descansar —sugiere, mirándome compasiva.
—No puedo quedarme a descansar, quiero bailar, necesito hacerlo. Ya no quiero pensar, no quiero llorar más, necesito mantenerme ocupada —manifiesto desesperada.
—Tienes razón —concuerda—, cámbiate y te veo en el salón de clase —Ella sale y enseguida entra Sarah.
—¿Cómo te sientes? —pregunta mi amiga con evidente preocupación.
—Cansada —musito sin mirarla.
—Me imagino, no dormiste nada —menciona recordando mis pesadillas.
—Me cambiaré —digo para evadir el tema, pues no quiero seguir hablando de la causa de mis pesadillas.
—Te espero —se ofrece, yo entro al baño, me cambio y cuando salgo alguien toca a la puerta, y Sarah va abrir.
—Necesito hablar con Mila —dice una voz masculina. "Sebastian".
Sarah me mira interrogante, yo niego espantada y vuelvo a entrar al baño.
—¿Cómo te atreves? Déjala en paz. ¿No crees que ya la lastimaste bastante? —lo cuestiona mi amiga y yo desde el baño escucho su conversación llena de angustia.
—No es lo que parece, necesito explicarle —alega Sebastian.
—¿Qué necesitas explicarle? ¿Qué tienes novia y ella solo era tu aventura de verano? —le recrimina mi amiga.
—Theresa ya no es mi novia — responde Sebastian con voz exasperada.
—¿Terminó contigo cuando supo de Mila? —lo cuestiona Sarah con ironía.
—No, ella y yo terminamos hace cuatro meses —aclara Sebastian exaltado.
—Pues no es lo que Maddie le dijo a Mila —le cuenta Sarah.
—¿Maddie?
—Sí, la odiosa de tu hermanita le dijo a Mila que Theresa es tu novia y que solo estabas jugando con ella.
—Maddie, me va oír... Te juro que eso, no es cierto —asegura Sebastian, lo que significa que él no me mintió, Sebastián nunca me engañó—. Por favor dile a Mila que necesito hablar con ella —le ruega a Sarah.
De nuevo estoy llorando y no sé si es de emoción o porque lo nuestro ya no puede ser.
—Le preguntaré —accede Sarah, luego escucho que se cierra la puerta, después ella toca a la puerta del baño—. Mila, soy Sarah. Abre por favor —me pide y abro enseguida.
—No Sarah, no puedo hablar con él. ¿Por qué viene después de lo que me pasó? ¿Por qué no me explicó antes? Ya no puedo volver con él, no. No después de lo que Fabienne me hizo —expongo con tristeza.
—¿Fue Fabienne? —pregunta Sarah sorprendida, yo la miro angustiada.
—Sí, fue él —admito bajando la mirada—, pero por favor te lo ruego, no se lo digas a nadie —le suplico y ella niega.
—Mila. ¿Estás segura que no quieres hablar con Sebastian? Piensa que él puede ser un consuelo para ti en estos momentos —sugiere ella.
—¡No, no, no! —expreso desesperada, me siento en la cama y cubro mi rostro— Esto no puede estar pasándome.
—Mila. ¿Qué le digo?
—Que no quiero hablar con él, que no creeré más en sus mentiras. Es lo mejor para los dos, no creo que yo pueda tener una relación con un hombre después de lo que... —Sarah asiente compresiva.
—Ok. —Ella va a la puerta y yo regreso al baño—. Mila no quiere hablar contigo —le hace saber a Sebastian.
—No, ella tiene que escucharme. —Sebastian no acepta lo que Sarah le dice—. ¡Mila! ¡Mila, sal por favor, tenemos que hablar! —me grita desde fuera de la habitación.
Yo tiemblo al oírlo decir mi nombre, mis ojos vuelven a derramar lágrimas y siento que Fabienne me dañó de todas las formas posibles, que acabó con todas mis esperanzas de encontrar el amor, o más bien de estar con mi amor, porque yo ya encontré a Sebastián.
—¡Mila! —insiste él.
—Vete Sebastian —le pide mi amiga.
—¿Sebastián que haces aquí? Seguro que ya te contaron que Mila enfermó, para que te compadecieras de ella y vinieras a verla. —La voz de Maddie, aparece en la conversación.
—No me hables, estoy muy molesto contigo —dice Sebastian con voz fuerte.
—¿De qué hablas? ¿Qué te dijeron estas brujas? —alega su hermana.
—Ésta bruja le contó, lo que nos dijiste de Theresa —le dice Sarah, Maddie no responde.
—Vete Maddie, no quiero verte —le exige Sebastian a la odiosa—. Sarah ¿Qué le pasa a Mila? ¿Por qué Maddie dice que está enferma? —pregunta él con angustia y yo rezo para que Sarah no diga nada.
—Nada, solo no se sintió bien anoche —le informa ella y yo respiro aliviada.
—Por favor dile que la estaré esperando afuera, esperaré todo el día. Si para las 10 de la noche no sale, entenderé que no quiere saber más de mí —lo escucho decir y no entiendo por qué hace todo esto más difícil.
—Ok, Sebastián, yo le digo. Ahora vete. —Oigo que se cierra la puerta y salgo yo también—. ¿Escuchaste? —me pregunta Sarah, yo asiento mortificada—. ¿Le crees? —Vuelvo a afirmar y es así, le creo. No sé si soy muy ingenua o si soy tan estúpida, pero le creo, sino para que tomarse la molestia de venir y esperarme.
—Yo también le creo —me dice Sarah convencida—. ¿Irás a verlo? —Yo niego con un sollozo.
—No, lo nuestro ya no puede ser, yo ya no soy digna de él, yo ya soy mercancía dañada —le digo mientas me siento y cubro mi rostro. No sé porque no puedo parar de llorar, ya no quiero hacerlo más, pero es como si mi cuerpo tuviera el control de mis emociones y no yo.
—No Mila, no hables así. —Se sienta a mi lado y me abraza—. No puedes creer que es verdad lo que dices. Creo que tienes que ir a terapia, necesitas convencerte que esto que pasó, no es tu culpa y que no se vale que te castigues a ti misma. —Sarah intenta convencerme de que no es mi culpa, pero no lo creo, y no quiero escuchar más, solo necesito evadirme de nuevo, bailar.
—Tengo que irme —digo levantándome de pronto, limpio mis lágrimas y acomodo mi ropa. Ella solo asiente resignada.
Cuando entro al salón, todo está en silencio y el señor de la limpieza está hincado en el piso limpiando una mancha de sangre. Yo palidezco al instante y siento que la sangre se me va del cuerpo.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no están ensayando? —pregunta Elizabeth.
—Es que parece que anoche cometieron un crimen en este salón —comenta el simpático del grupo.
—Profesor, creo que esta semana deberían empezar a ensayar en el salón grande —indica la directora—. Vamos chicos, recojan sus cosas y vayan al otro salón. —Todos salen, solo se quedan Sarah, Olivia y Elizabeth. Ms amigas me abrazan y yo me cubro el rostro. No quiero ver la sangre de la brutal pérdida de mi virginidad, manchando el piso de madera—. Vamos Mila, no tendrás que entrar más a este salón —me dice Elizabeth y sé, que ella lo hace por mí—. También le diré al profesor que ahora que Fabienne no está, no te asigne otra pareja, solo harás solos.
—No me importa que no sean solos, solo quiero bailar sin pareja —le pido mortificada.
—Está bien —accede—, vamos chicas a practicar.
Ensayo durante todo el día, no paro ni para comer a pesar de que Olivia y Sarah me insisten mucho, pero sé que no me pasaría nada. Necesito estar ocupada, no quiero pensar en Sebastian y en que está afuera, esperándome bajo la lluvia.
En la noche, el profesor tiene que correrme para que yo pueda dejar de bailar. Miro mi reloj, y veo que son las 9:58 e inmediatamente se suscita una batalla en mi cabeza. ¿Qué hago? Quiero verlo, lo necesito, necesito que me abrace, que me bese y me haga sentir que ya nada malo pasará. Pero sé que no debo, no puedo, sé que si él se entera de lo que me pasó, me miraría y me trataría de forma diferente, y eso no lo soportaría.
De pronto tengo la urgente necesidad de escuchar la voz de Sasha, sé que solo ella puede tranquilizarme, así que le marco desde mi celular.
—¿Mila? —responde al instante.
—Mamá, por favor pásame a Sasha —le pido sin saludarla.
—Mila. ¿Podrías al menos saludar a tu madre? —me recrimina.
—Hola mamá —saludo de mala gana—. ¿Ya puedes pasarme a Sasha?
—Mila espera, primero quiero aclarar algo contigo. Ayer recibí un mensaje de texto donde me dicen que tienes toda la semana sin ensayar y paseando por París. ¿Es cierto? —me enfrenta y estoy segura que fue Maddie quien le hizo llegar a mi madre ese mensaje, pero en este momento es lo que menos me importa.
—Sí, es cierto. He estado enferma, fueron ordenes médicas —admito.
—Pero... —objeta.
—¡Madre, por Dios! —la interrumpo, no estoy de humor para sus regaños—. Ya estoy ensayando de nuevo. ¿Qué más quieres que te diga? Necesito hablar con Sasha, por favor ponla al teléfono —insisto, ella se rinde y va a buscarla, tarda solo unos segundos, pero yo muero de desesperación.
—¿Mila? —De pronto su dulce voz me llega al alma y no puedo evitarlo, las lágrimas regresan.
—Sasha, no sabes cuanto te extraño —digo con voz quebrada
—Yo también Mila, mucho —sollozo y río a la vez—. ¿Qué tienes Mila?
—Nada, ratón. Solo quería contarte que te llevo muchas cosas, fui a Disney y no sabes lo divertido que fue, te prometo que algún día te llevaré —le cuento fingiendo entusiasmo.
—¡Sí Mila, por favor! Quiero que me lleves —acepta emocionada.
—Te lo prometo.
—¿Mila, cómo estás?
—Bien ratón, estoy bien —miento.
—Entonces. ¿Por qué lloras? —insiste.
—Porque... porque me emociona mucho escuchar la voz de mi ratón favorito —le digo y esta vez, no miento.
—A mí también me emociona que me hayas llamado. ¿Sabes? Estaba viendo una película padrísima, la protagonista es una bailarina como tú y al final ella lucha por su amor, y por sus sueños a pesar de lo que su madre quiere —me cuenta y mis lágrimas saben más amargas.
—Sasha, deja de decir estupideces —la reprende mi madre por darme esos consejos.
—No mamá, Mila tiene derecho a ser feliz —defiende la pequeña y algo se enciende dentro de mí, ella tiene razón.
—Ratón tengo que dejarte —le digo mientas comienzo a correr hacia la salida de la escuela.
—Adiós Mila —se despide.
—Te quiero mucho. ¡Adiós Sasha! —expreso antes de colgar y con el celular en un puño, corro lo más rápido que puedo llevándome a todos a mi paso.
Salgo, sigue lloviendo con fuerza, veo a Sebastián en la esquina subiendo a un taxi y en un intento desesperado corro hacia él.
—¡¡¡Sebastian!!! —grito desgarrando mi garganta, pero él no me escucha, el auto arranca y se aleja de mí.
El desconsuelo se instala en mi alma, él era mi única esperanza y lo estoy perdiendo. Mis lágrimas se confunden con la lluvia que cae sobre mi rostro.
—No, no Sebastián, vuelve, yo sola no puedo —digo para mí, mientras miro como el auto en el que va él, se pierde en la distancia y me siento devastada, por mi culpa lo he perdido para siempre. Soy tan cobarde, que dejé que el miedo gobernará mis sentimientos, dejé que Fabienne arruinara mi vida, pero no quiero permitirlo más. Me niego a que así sea, él no me destruirá, saldré adelante yo sola si es necesario, pero no quiero llorar más.
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