Capítulo 6

No sé cuanto tiempo llevo aquí, pero siento que ha pasado un siglo, un siglo en esta terrible agonía.

Este día se ha convertido en una pesadilla, oficialmente el día más terrible de mi vida y Sebastian no está conmigo para consolarme, ni mis padres, ni mi hermanita, no hay nadie, estoy sola. Bueno, están Sarah y Olivia, ellas son como mis hermanas y las dos están preocupadas por mí, no han parado de golpear la puerta y pedir que las deje entrar.

—Mila por favor abre la puerta —me pide Olivia con un tono dulce.

—¿Qué es lo que te pasa? —exige Sarah, autoritaria.

—Por favor abre, estamos preocupadas por ti —me ruega Olivia.

—Si no abres, pediremos ayuda —y la advertencia me alarma, no quiero que nadie se entere de lo que ha sucedido.

Con un poco de dificultad y muy lentamente me levanto del suelo, quito el cerrojo, enseguida la puerta se abre y en cuanto las veo me lanzo a sus brazos. Allí vuelvo a  sollozar fuertemente mientras ellas me consuelan y me aprietan en ese abrazo que tanto necesitaba. Me llevan a la cama y se acomodan una a cada lado, vuelven a estrecharme hasta que mi llanto cesa.

—¿Qué te pasó Mila? ¿Por qué estás así? —Sarah se atreve a preguntar.

¿Así?

¿Acaso es tan obvio que algo me sucedió?

Entonces me observo, mi ropa está rasgada y hay pequeñas manchas de sangre en mis mallas. Mis ojos van al espejo de enfrente y allí veo ese desolador reflejo: mi cabello es un desastre, mi rostro está maltratado y se marcan las huellas de las lágrimas que han brotado de mis ojos hinchados y enrojecidos.

—¡Nada! —respondo y a la vez que niego con la cabeza, vuelvo esconder mi rostro en mis manos y el llanto regresa.

—No te creo. ¡Por Dios, Mila! es obvio que algo ocurre y no debe ser bueno. Tienes que decirnos —Sarah suena demandante.

—¡Nada, no me pasó nada! Por favor, no pregunten —suplico entre sollozos.

—Mila, ¿acaso ya no confías en nosotras? Entiende que nos preocupas, queremos ayudarte —ruega Olivia con voz suave y esta vez asiento, cierro mis ojos con fuerza y tomo un fuerte respiro.

—Abusaron de mí —confieso con voz apenas audible, entre fuertes gemidos y con la mirada baja; me avergüenza haber permitido que ocurriera, me avergüenza ser una víctima más de violencia sexual.

—¡¿Qué has dicho?! —exclama Olivia.

—¡¿Quién lo hizo, Mila?! —exige Sarah, evidentemente molesta.

—No puedo decirles, no puedo —bajo el rostro y vuelvo a esconderlo entre mis manos.

—Tienes que denunciarlo, no permitas que se salga con la suya —Sarah está cada vez más enojada.

—Ya se salió con la suya, ¿no te das cuenta? No puedo denunciarlo, no quiero, no tiene caso —niego firmemente con la cabeza.

—¿En verdad no dirás nada, Mila? ¿Vas a permitir que les haga lo mismo a otras chicas? —me está retando.

Yo levanto mi rostro, mi expresión es de asombro porque tiene razón, no había pensado en eso y obviamente no quiero que ese asqueroso le haga esto a nadie más. Con imaginar que algo así puede pasarle a mi hermanita y que pudo evitarse haciendo una denuncia, me hace reflexionar seriamente al respecto.

—Me amenazó con volver hacerlo, dijo que nadie me creería y sé que mi madre sería la primera en darme la espalda. —Admito con decepción.

Olivia sigue impresionada, no dice nada solo nos observa a Sarah y a mí.

—Nosotras te creemos y sé que si se lo dices a la directora también lo hará. Perdona Mila que sea tan dura contigo, pero no me parece justo que ese infeliz cometa ese tipo de atrocidades y siga libre, lo mínimo que se merece es que lo echen de aquí. Piensa, por favor, en cuantas niñas tiene a su alcance —y con esas palabras el rostro de Sasha vuelve a mi cabeza.

—No quiero que se arme un escándalo por esto, ni que nadie más lo sepa, les suplico que no le digan a nadie —Olivia niega con la cabeza y Sarah me responde.

—Claro que no, nosotros no se lo diremos a nadie, pero tú sí se lo dirás a la directora —asegura y yo la miro con angustia, pero sé que tiene razón. Es lo que debo hacer.

Asiento con la mirada perdida, sé que será difícil decírselo a alguien más, tal vez no me crea.

—Lo haré —decido.

—Olivia, ve a buscar a la directora. No le des adelantos, solo dile que Mila, no está bien —Olivia asiente a la orden de Sarah y sale de la habitación a toda prisa. Sarah me abraza, acaricia mi espalda y me siento tan destrozada que las lágrimas regresan con más fuerza—. Quizá no debí decirte las cosas de una forma tan dura, pero sé que el que hagas algo al respecto te ayudará a estar más tranquila.

—Todo es mi culpa —digo sintiéndome culpable por lo ocurrido.

—Claro que no —refuta Sarah.

—Es mi culpa porque él ya me había molestado antes y no dije nada, pude haberlo evitado —confieso.

—No Mila, esto no es tu culpa. Quien te hizo esto es un enfermo, es un cerdo depravado. No es como si tú lo hubieras provocado —Sarah puede tener razón pero no le creo, estoy segura de que si yo lo hubiera denunciado a tiempo, él no se habría atrevido a tocarme siquiera. Incluso estaría lejos de aquí. Es por eso que soy culpable, yo permití que Fabienne me hiciera esto.

Sarah va al baño por unos pañuelos y yo me hago un ovillo en la cama. Mi amiga regresa y limpia mis lágrimas, después se sienta a mi lado y acaricia mi cabello. Minutos después Olivia vuelve trayendo a la directora, su rostro se contrae al verme, enseguida acerca una silla y se sienta a mi lado. Yo escondo el rostro en la almohada evadiendo su mirada.

—Mila ¿qué tienes? ¿Por qué...?  —de reojo puedo verla asustada mientras me hace preguntas.

Sollozo otra vez y las lágrimas fluyen sin control cayendo sobre la almohada. Quiero responderle pero no puedo, ella mira a mis amigas buscando que alguna hable, pero ninguna lo hace. Vuelve la vista a mí y espera a que yo lo haga. Yo no puedo hacer más que llorar porque no hay nada que mitigue mi dolor, no hay palabras que me consuelen.

—Mila, tienes que decirme qué es lo que te pasa para que pueda ayudarte —Elizabeth toma mi mano mientras habla dulcemente.

Intento tranquilizarme, limpio mis lágrimas con los puños de mis manos, respiro profundo y busco valor para decirlo.

En un susurro declaro:

—Abusaron de mí —duele tanto decirlo...

Ella cubre su boca luego de que se abriera impactada por la revelación. Su mirada se viste de compasión. 

—¡Mon Dieu, Mila! —Exclama con palpable aflicción—. Tiene que verte un médico ahora mismo y debemos instaurar una denuncia —manifiesta con premura.

—¡No! —Espeto—. ¡No, no, no! No puedo denunciar, no quiero que se haga un escándalo y que toda la escuela sepa lo que me ha sucedido —intento explicárselo en medio de la desesperación.

—Tranquilízate Mila. Será como tú quieras, pero la doctora Adams debe revisarte así que le pediré que venga a verte —indica y yo asiento.

Elizabeth se levanta y va hacia el baño para hablar por el móvil, solo yo entiendo lo que dice porque habla en francés. Le explica a la doctora Adams que una estudiante fue víctima de abuso sexual y que necesita que venga a verla enseguida, trayendo lo necesario para revisarla y tranquilizarla. Cuelga y regresa a la habitación.

—Mila, tengo entendido que te quedaste a ensayar el solo que se te asignó —menciona precavida—. ¿El ataque sucedió dentro de la escuela? —Inicia su indagación, yo asiento sin mirarla—. Muy bien... —dice pensativa, sé que intenta averiguar quien fue y todavía no estoy segura de decírselo—. Mila, sé que es difícil pero necesito saberlo. ¿Fue un profesor? —Niego con la cabeza—. Entonces ¿quién fue? —pide sin más rodeos. Yo no respondo y de nuevo escondo mi cara en la almohada—. Mila —insiste y los sollozos regresan, la opresión en el pecho vuelve, de nuevo me cuesta respirar... es doloroso ¿no puede entenderlo? Cada vez que lo hacen me siento terrible, es como si volviera a vivirlo—. Sarah, Olivia por favor esperen afuera —Ellas van a la puerta y al abrirse la puerta escucho el murmullo y el movimiento de las demás chicas intentando saber la razón de la visita de la directora al dormitorio.

Elevo la vista cuando siento pasos y veo a la directora acercarse a la puerta. Saluda  y enseguida ordena que regresen a sus habitaciones.

Maddie también está ahí y la escucho preguntar.

—¿Le pasa algo a Mila? —pregunta en tono mordaz. La muy bruja, como si de verdad le importara, seguro piensa que estoy así por el engaño de Sebastian, debe estar disfrutando con mi sufrimiento.

—No se siente bien, eso es todo. Ahora regresen a sus habitaciones —entra, cierra la puerta y se pone de nuevo a mi lado—. Mila, considero necesario llamar a tus padres —sugiere y la angustia se dibuja con más fuerza en mi rostro.

—¡No, por favor no! —le ruego.

—Entiende que eres menor de edad y no podemos ocultárselos. Es mi deber, además de que en un momento como este necesitas el apoyo de tu familia —expone.

—Mi madre no lo va creer, no lo hizo antes cuando le dije que un profesor me molestaba menos lo hará ahora —expongo dolida y ella asiente con tristeza—. Y mi padre no vive con nosotras, él es muy bueno pero sé que no podrá hacer nada por mí, mi madre no lo permitiría.

Se lo piensa un poco, luego exhala un suspiro.

—Está bien Mila, no les diremos, pero con la condición de que me digas quién fue. Entenderás que necesito sacar a ese monstruo de aquí.

Elizabeth tiene razón y debería ser capaz de señalar a ese maldito cerdo, pero esto no es fácil para mí.

Los sollozos regresan y no entiendo por qué no puedo parar de llorar, pero cada que su nombre viene a mi mente es que es como si volviera a tener su rostro cerca del mío respirando de mi aliento mientras me lastima y siento que el desconsuelo regresa como un arma que lacera una y otra vez, mi alma y mi corazón.

Elizabeth me abraza contra su pecho y tristemente reconozco que desearía que mi madre fuera un poco como ella.

—¡Tranquila Mila! Sé que es difícil pero tienes que ser fuerte —sisea intentando acallar mis lamentos, usa un tono maternal dulce y suave. Yo no respondo pero ella insiste—. Te prometo que si me dices quién fue, lo alejaré de ti y de aquí, le dejaré claro que si vuelve acercarse a ti, irá a la cárcel. Además, de forma extraoficial voy a desprestigiarle en el medio. Te juro que tu nombre jamás será mencionado, solo entiéndelo mi niña, debo sacarlo de aquí, diremos que tuvo que irse. No lo sé, buscaremos una excusa creíble para justificar su salida y que en ningún momento seas perjudicada por ello

Voy analizando sus palabras, sigo acurrucada en su pecho y ella acaricia mi cabello.

Me separo levemente e inclino el rostro.

—Fabienne Dufour —confieso lentamente y en voz baja. No puedo explicar cómo al decir su nombre siento que la carga sobre mi espalda disminuye un poco.

—Tu pareja de baile —afirma, yo asiento—. ¡Maudit! —lo maldice y mentalmente también lo hago.

Tocan a la puerta y Elizabeth se levanta, va abrirla.

La doctora Adams entra y viene directamente hacia mí, trae su maletín.

—¡¿Mila?! —pregunta totalmente sorprendida de que sea yo, Elizabeth asiente y una vez más escondo mi rostro en la almohada—. Mila, debo revisarte. ¿Entiendes que es necesario? —me consulta, yo asiento atormentada por la idea de que vea mis partes íntimas.

—Saldré para que tengan privacidad —dice la directora.

La doctora pide que me desnude y que me cubra con una sábana, ella me ayuda a ponerme de pie, se gira para que me sienta más cómoda y espera a que me desvista, noto que no quiere presionarme.

¡Dios!

No puedo creer que todo esto me esté sucediendo a mí, no se lo deseo a nadie.

Absolutamente nadie debería pasar por algo semejante.

—Mila te haré unas preguntas, es importante que me las respondas con toda la sinceridad que esta situación amerita —me pone sobre aviso, yo muevo la cabeza afirmando, ya me he resignado—. El atacante te golpeó o te hizo alguna herida? —La Dr. Adams, comienza con el interrogatorio.

—No —niego.

—¿Usó preservativo?

—No lo sé, no creo —respondo en voz baja y realmente turbada.

—¿Eyaculó dentro de ti?

—Sí —afirmo, la idea de haber quedado embarazado de esa bestia me horroriza.

—¿Has lavado tus partes íntimas? —Niego—. Mila, sé que estas preguntas son incómodas pero así mismo son necesarias —vuelve a advertir—. ¿Te...? —hace una pausa—. ¿Te penetró por...? —Niego con la cabeza antes de que termine de formular la pregunta.

¡Dios, no puedo con esto, no puedo!

—¿Recuerdas la fecha de tu última menstruación?

—No sé, hace meses que no la tengo —confieso, ella respira hondo y niega con la cabeza.

—¿Antes de hoy mantuviste relaciones sexuales? —Vuelvo a negar y ella suspira apesadumbrada—. Ok, por favor recuéstate en la cama, voy a revisarte. Puede ser incómodo para ti y lo comprendo. Pero intenta relajarte y acabará pronto.

Me recuesto y ella comienza por revisar mis brazos, después mis piernas, el cuello, detalladamente revisa cada centímetro de mi cuerpo, encontrando algunas magulladuras producto del forcejeo. Después abre mis piernas y revisa mi entrepierna. Todo esto es tan horrible que ya no puedo contener las lágrimas. Siento estoy siendo ultrajada de nuevo y trato con todas mis fuerzas de controlarme para no salir corriendo. Quisiera huir lejos de aquí y de todos, huir lejos de Sebastian, de la odiosa de su hermana, muy muy lejos de Fabienne. Y bailar, solo deseo bailar, es el escape de lo que es mi vida real y ahora más que nunca necesito hacerlo.

—¿Te duele? —pregunta la médico y yo afirmo. Ella se retira, se quita los guantes y va a la papelera—. Ok, ya terminamos Mila. Evidentemente hay signos de violencia, estás muy lastimada —me informa—. Elizabeth me dijo que no quieres denunciar. ¿Estás segura de tu decisión? —pregunta un tanto consternada.

—Sí —respondo rotundamente.

—Está bien, te daré la píldora anticonceptiva del día después y un antiinflamatorio. Te ordenaré unos análisis de sangre que tienes que hacerte en ayunas y que deben repetirse en tres meses. No sé si sabes que el riesgo de una enfermedad de trasmisión sexual es latente y que por ellos no puedes obviar estos estudios —enseguida se me revuelve el estómago al pensar en la posibilidad de que Fabienne me haya contagiado alguna enfermedad—. Ahora voy a inyectarte un tranquilizante para que puedas dormir, también te indicaré reposo, así que trata de descansar todo lo que puedas —son sus instrucciones.

—No, no quiero descansar. Necesito mantenerme ocupada, necesito bailar —le explico angustiada.

—Está bien, será como tú quieras, pero trata de estar tranquila —accede al ver mi ansiedad—. Ahora explícame ¿cómo es eso de que llevas meses sin menstruar? —inquiere ceñuda

—No sé por qué —respondo sin mirarla.

—Mila, ¿estás comiendo bien? —me interroga.

—Sí  —afirmo, con la cabeza baja, ella me mira con desconfianza y sé que es porque no me cree.

—En cuanto tengas los resultados de los análisis te enviaré con la nutrióloga, estás muy delgada —no le creo, mi madre siempre dice que soy una vaca—. Supongo que querrás bañarte. —Afirmo. La doctora dice suponer, y supone bien. Nunca antes sentí una necesidad tan grande por bañarme—. Ve, yo esperaré a que salgas para inyectarte —y sin pensarlo dos veces me voy al baño y paso directamente a la ducha.

Una vez el agua moja mi rostro, parece liberarme, lloro y lloro mucho, no lo puedo manejar es más fuerte que yo. Lavo cada centímetro de mi cuerpo, no quiero que quede ni una sola huella de él, aunque mi alma quedó tatuada de ellas. ¿Y esas huellas, cómo las lavo? ¿Cómo las borro?

Cuándo estoy por salir, escucho que Elizabeth, Sarah y Olivia ya están en la habitación y la Dra. Adams recomienda que reciba ayuda psicológica y les aconseja que no me dejen sola ni un segundo pues teme que me lastime y no exagera, ahora mismo lo único que quiero es morir, acabar con este dolor que me sobrepasa. Pero hay un detalle que me frena y es Sasha que aparece en mi mente y me salva de esos oscuros pensamientos.

Salgo y mis amigas me reciben con un fuerte abrazo, me llevan a la cama y me abrigan. La doctora me inyecta y me pide que trate de descansar. Después se acerca Elizabeth y me dice que Fabienne ya no está en la escuela y que tiene prohibida la entrada.

Una sensación contradictoria me invade, alivio y temor. Alivio porque ya no está cerca de mí, temor porque me preocupa que cumpla su amenaza. Mis amigas me abrazan y me siento adormecida, en unos minutos ya no sé de mí.

Estoy bailando en el salón de baile y como en una película vuelve a repetirse ese momento. ¡No puede ser! ¡No otra vez!

Fabienne entra al salón, apaga la luz, lo miro llena de miedo y con impotencia le observo acercarse muy lentamente, quebrantando mis defensas con su intimidante mirada.

Yo retrocedo, él avanza y acelera el paso. Yo corro tratando de escapar pero me alcanza y me aprisiona entre sus brazos intentando besarme. Lucho por zafarme, pero él es mucho más fuerte que yo.

Fabienne está encima de mí tocándome por todas partes, yo grito desesperada.

—¡Noooo! —Me incorporo de golpe, mi corazón late desbocado en mi pecho y estoy empapada en sudor, aunque muero de frío

—Tranquila Mila, solo fue una pesadilla, nosotras estamos aquí contigo —me hablan mis amigas.

Miro alrededor y me alivia saber que estoy en mi cama, en mi habitación, que solo fue una pesadilla y que estoy a salvo. Olivia y Sarah intentan tranquilizarme, porque de nuevo estoy llorando sin control, es como si mi subconsciente supiera que esta pesadilla jamás terminará.

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