Capitulo 56

Es lunes, y después del desayuno, la Dra. Kim me manda llamar a su consultorio. Sinceramente no quiero verla, no quiero volver al tema del abuso de Fabienne, sé que lo hará, sé que me pedirá que hable de eso y aparte está lo de Raúl, de cómo me tocó y lo que me hizo sentir al pensar que era Sebastian quien lo hacía, pero que me hace sentir realmente sucia y avergonzada.
Llegó al consultorio de la Dra. Lewis y su secretaria me pide que espere por qué la doctora está en una llamada. Tomó asiento, pero apenas lo hago me pongo de pie y comienzo a caminar de un lado a otro por toda la sala de espera.
—¿Qué pasa Mila? Toma asiento o harás una zanja —me dice la joven secretaria.
Asiento y vuelvo a sentarme pero ahora mis cutículas son mi objetivo y las muerdo hasta que las hago sangrar, mientras pienso, pienso y pienso. A veces quisiera no pensar más, tal vez debería ser más como Sebastian y dejarme llevar, en vez de pensar tanto las cosas.
—Pasa Mila. —La miro sin entender que me dijo—. Te decía, que pases. La Dra. Lewis te recibirá ahora —anuncia Keily. Asiento, tomó un fuerte respiro y me pongo de pie, estoy por abrir la puerta pero me detengo. Recargo mi frente en la puerta y sigo debatiéndome en que voy a decirle, y pasa por mi cabeza irme de aquí ahorita mismo sin dar explicaciones.
—¿Qué pasa Mila? La doctora te espera —me insiste Keily, su secretaria.
—Lo sé, pero no puedo. —Intento salir de ahí, pero apenas doy dos pasos Kim me detiene.
—Mila, espera. —Me detengo en seco, resignada a no poder huir más de lo que tanto me atormenta—. ¿A donde vas? —No respondo, solo bajo la mirada—. Si no quieres hacer esto, lo entenderé. ¿Pero no crees que ya es hora de que superes todo lo que te lastima? —Lo pienso por unos segundos y la promesa que le hice a Sebastian de hacer lo que fuera necesario para regresar viene a mis pensamientos—. ¿Mila? —Cierro los ojos y tomo un gran respiro, llenando mis pulmones de aire o más bien de valor. Doy media vuelta y sin mirarla entro a su consultorio, y ella entra detrás de mí.
—Por favor toma asiento. —Me siento, pero sigo sin mirarla. Todavía no me pregunta nada y ya siento el nudo en mi garganta y que los ojos pican por las lágrimas, las que contengo con todas mis fuerzas.
—Bien Mila, sé que quieres irte el fin de semana, pero creo que todavía tienes muchas cosas por sanar. ¿No crees que irte así, sería como si no hubieras venido, como si todo este tiempo fuera perdido? —La miro alarmada. No no quiero que todo estas semanas de estar lejos de Sebastian, sean una pérdida de tiempo.
—La Dra. Cristy dice que tampoco has participado en terapia de grupo. 
—No quiero hablar delante de todas esas chicas —digo evadiendo su mirada.
—¿Por qué no? Si alguien puede entenderte, son ellas. —No lo había pensado. Ella tiene razón, pero solo levanto mis hombros indiferente—. Mila. ¿Me contaras lo que realmente te atormenta?
—Ya lo sabe, Sara se lo dijo.
—Pero no es Sara quien tiene que hablarlo, eres tú.
—No me gusta hablar de eso.
—¿Eso? —Ella me observa de forma analítica, yo la veo de reojo.
—Usted sabe.
—¿Por qué no puedes decirlo con todas sus letras? —Busco la respuesta pero no la encuentro.
—¡No se, no lo sé! —respondo a la defensiva.
—Si lo sabes, le dices eso porque no quieres afrontar lo que te pasó. —Siento la sangre bulle dentro de mí y burbujeando en mis venas, provocándome una sensación de terror —. ¿Mila?
—¿Por qué? ¿Por qué insiste en atormentarme? ¿Por qué quiere hacérmelo difícil? Usted lo sabe, ya lo sabe —le grito a la cara.
—Porque para superar un problema, primero tienes que asumirlo —me explica.
El nudo en mi garganta crece y la opresión en el pecho está de vuelta, me cubro la cara con mis dos manos y comienzo a mecerme adelante y atrás.
¿Por qué otra vez esta sensación de ahogo?
¿Por qué si ya lo había podido hablar con Linda?
¿Por qué otra vez no puedo hacerlo?
¿Por qué otra vez siento que me dará un ataque o me desmayaré?
Recuerdo los ejercicios de respiración que Linda me enseñó para controlar mis ataques de pánico y comienzo respirando profundo por la nariz y soltando el aire por la boca. 
—Mila. ¿Estás bien? —Asiento, vuelvo a tomar otra bocana de aire y me lleno de valor. Quito mis manos del rostro, la miro un segundo, después vuelvo a evadir su mirada y le digo en un susurro.
—Me violaron —Y al mismo tiempo que pronunció las dos palabras, dos enormes lágrimas ruedan por mis mejillas, pero las limpio inmediatamente y no puedo evitar sentirme impotente por no poder controlarlas —De reojo veo como Kim asiente con la cabeza muy lentamente, pero también veo como me mira con lástima. Yo vuelvo a bajar la mirada, odio que me compadezcan.
—¿Supongo que no te refieres a lo que tu padrastro intentó hacer o hizo?
—No es mi padrastro,  no me refería a él, aunque... —Me detengo antes de decir más.
—¿Aunque que? —Otra vez levanto la mirada hacia la ventana—. Mila. ¿También ese hombre abusó de ti? —pregunta directamente.
—No lo sé —digo en un susurro, bajando de nuevo la mirada.
—¿Cómo no lo sabes? ¿Te drogó? O...?
—Me tocó, tocó mis partes íntimas con su sucia mano, y... Y... Creo que me excité. —le cuento angustiada. Ella contiene la respiración y espera a que siga, y me doy cuenta de que tengo mis manos en puños—. Sara dice que en cierta forma también es abuso sexual, pero yo no lo creo —digo las últimas palabras, mirándola esperanzada de que me diga que Sara se equivoca.
—Si no crees que eso haya sido abuso. ¿Por qué te causa tanto dolor y vergüenza? —Vuelvo a bajar la mirada, y más lágrimas caen en mi regazo.
—No sé. Tal vez por lo que me hizo sentir, pero él no me penetró —le aclaro.
—Con su pené, pero lo hizo con sus manos. —Mi vista va de nuevo a la ventana, las lágrimas siguen escapando libres de mis ojos, mientras niego insistentemente tratando de convencerme a mí misma que no es cierto, no puede ser cierto, no otra vez.
—¡No! ¡No lo acepto! ¡No! ¡No, no, no y no! —digo con firmeza, cerrando los ojos y frotando mi frente con mis dos manos. Ya no quiero pensar, ya no quiero seguir pensando en esto.
—El que no lo aceptes no hará que el abuso desaparezca, Mila. —Sigo negando, con los ojos cerrados, con mi rostro empapado por las lágrimas.
—¡Maldita sea! ¿Por que? Por qué a mí? Por qué otra vez? —La miro molesta y exigiendo respuestas.
—No lo sé Mila, ojalá pudiera responderte, pero no puedo. Dime. ¿Por qué dices que crees que te excitaste? —Vuelvo a bajar la mirada.
—Porqué yo estaba dormida... primero pensé que era un sueño, creí soñar que era mi novio quien me tocaba... En realidad no lo sé, pero él se lo dijo a mi novio. Le dijo que yo había gozado con sus caricias. 
—Eso debió ser difícil.
—Fue humillante. ¿Sabe lo que es que le digan a su novio que gozó con otro hombre, que gozó con un abuso y que la crean una cualquiera? —Mi vista de nuevo está en la ventana.
—No, no lo sé. ¿Tu novio piensa que eres una cualquiera?
—No lo sé, él dijo que no era mi culpa. Pero sé que me lo dijo más para convencerse a él mismo.
—Estas suponiendo y creo que la verdadera pregunta sería. ¿Él piensa que eres una cualquiera o tú te sientes una cualquiera?
—Yo me siento una cualquiera, me siento sucia, usada, rota.
—Cuéntame de lo que pasó hace años —me pide con voz tranquila.
Trago en seco, y vuelvo a bajar la mirada.
—Fue mi pareja de baile.
—¿Saliste con él? ¿O...?
—¡No! —La interrumpo—. Él me acorraló en el salón de baile. Yo no debí estar ahí, era tarde. Yo no...
—Te culpas. ¿Por qué Mila?
—Por qué él me había molestado antes y no dije nada. —Mi mirada va de la ventana a mis manos en mi regazo una y otra vez, pero no miro a la Dra.
—¿Por qué no lo denunciaste antes?
—Ahora sé que por tonta, pero en su momento no lo hice por qué pensé que nadie me creería.
—¿Por qué pensaste que no te crearían? 
—Por qué siendo aún más chica, mi madre no me creyó cuando le conté que un profesor intentó sobrepasarse conmigo. Dijo que era una floja que inventaba eso para mi padre me sacara del ballet y no practicar más.
—¿Cuantos años tenías cuando pasó eso?
—Ocho. —Musito.
—¿Y cuando abusaron de ti?
—Quince, casi dieciséis.
—¿Y él?
—No recuerdo bien, pero era mucho mayor que yo. Creo que 19.
—Contéstame algo Mila. ¿Te defendiste de este joven?
—Sí, con todas mis fuerzas. Y... Y grite lo más fuerte que pude, pero él... Él... Él levantó como si fuera una muñeca de trapo, me dominó sin esforzarse lo más mínimo. No le tomó ni dos minutos someterme. —Por fin me atrevo a mirarla, con los ojos llenos de suplica y de lágrimas, y lo hago para tratar de convéncela de que si me defendí, que no miento.
—¿Entonces por qué te sientes culpable? Mila, ese joven está enfermo, ese joven fue quien te dañó. Tú no querías que abusara de ti, ni el novio de tu madre. Yo te creo cuando me dices que te defendiste, y no creo que seas culpable. Tú ¿Cuando creerás en ti misma? —De nuevo hundo mi rostro en mis mano y sollozo sin control.
—No lo sé, no lo sé. —La Dra. Lewis me sorprende cuando se sienta a mi lado y acaricia mi espalda.
—Mila, sé que en los casos de abuso es normal que te sientas culpable. Casi todas las víctimas lo hacen, siempre pensando en que pudieron hacer las cosas diferentes, que no debieron pasar por ahí a esa hora, o que no debieron hacerlo solas, o que debieron gritar más fuerte, o luchar más. Pero la realidad es que él hubiera no existe, y no puedes cambiar lo que pasó. Lo que si puedes cambiar es la forma en cómo está agresión de la que fuiste víctima, siga trastornando tu vida. Mila ya debes de dejar de culparte por todo, ni el abuso de ese joven, ni el del novio de tu madre, ni el desamor de ella y mucho menos lo que pasó con Lia es tu culpa. De lo único de lo que sí eres culpable es de cómo sigues permitiendo que las acciones de los de más te siguen afectando. —Solo asiento, pero sigo con mi rostro oculto en mis manos, llorando.
—Está bien, por hoy fue suficiente. —Ella dice que terminamos por hoy, pero eso no hace que me tranquilice. ¿Qué significa? ¿Qué mañana continuaremos con todo este suplicio? No, yo no puedo más con todo esto.
—Mila, necesito que participes en la terapia de grupo, esa es la mayor prueba de tu mejoría. —Yo niego con la cabeza—. Además Mila, quiero que sepas, que esta será una lucha diaria, la enfermedad no desaparece así como así y todos días tendrás que mantenerte fuerte para no volver a recaer en ese círculo de autodestrucción al que te sometes. Un día a la vez —explica. Suspiro apesadumbrada, nunca imaginé en el laberinto en el que me metí y del que ahora no puedo salir.
—¿Más tranquila? —Asiento, mientras limpio mis lágrimas—. Bien, ya puedes irte, pero aquí te espero mañana a la misma hora. —Yo la miro con el rostro desencajado y la mirada llena de angustia—. Lo sé, sé que es difícil Mila, pero ya veras como después de que lo hables, lo asumas y lo enfrentes, las cosas irán mucho mejor para ti. —suspiro resignada.
—¡Gracias! —Me pongo de pie y salgo de su consultorio.
Lo siguiente, cita con la Nutrióloga, con mi guía espiritual, y al final de la mañana terapia de grupal, pero aunque estoy tentada a hablar, las palabras dan mil volteretas en mi cabeza. Qué decir, que no, como decirlo. Al final me decido por no hacerlo y salgo de ahí completamente absorta en mis tribulaciones. Ni si quiera pude poner atención a las chicas que si tuvieron el valor de hablar.
La comida hoy cuesta más trabajo pasar, pero a pesar de mi esfuerzo, de nuevo dejó más comida de la que estaba dejando días antes. La enfermera Anna me mira con recelo cuando ve lo que dejo. Bajo mi rostro y evadiendo su mirada salgo del comedor a toda prisa. Sé que apuntan todo lo que comemos y lo que no. Y cada enfermera tiene a su cargo un pequeño grupo de chicas de las que están al pendiente de que coman y de que no se provoquen el vomito. Anna es mi enfermera a cargo por las tardes y Milly por las mañanas.
Pasó la tarde con las clases de ballet y ensayando, y de nuevo bailo más tiempo de lo acordado, pero simplemente siento que no puedo parar, hacerlo significaría volver a pensar en todo lo que consume mi vida y hoy siento que no tengo la fuerza para afrontarlo. 

Hoy es jueves, y siento que he tenido una semana realmente agotadora, entre terapia, y más terapia y las terapias con la Dra. Lewis específicamente han sido agobiantes, bastante duras y con las que he terminado exhausta. Creo que ni mis largos maratones de baile me dejan tan cansada, y cada que salgo del consultorio de Kim siento que me apalearon y que podría dormir por semanas completas. Pero no me doy permiso de descansar, tengo que bailar, lo necesito como el aire que respiro, aunque no tanto como a mí Sebastian, pero como a él no puedo verlo por ahora, me enfoco en el ballet y sin permiso de Kim, alargo mis horas de baile. Ahora estoy bailando hasta casi cinco horas y paro porque no creo que faltar a cenar al comedor, les guste mucho a Ann y mucho menos a Kim. Él médico Steve, ya no se presentó a verme bailar, y aunque me he tropezado por ahí en alguna ocasión, yo finjo que nada pasó, pero él sigue pareciendo arrepentido y apenas me dirige un pequeño saludo con un movimiento de cabeza.

Voy camino al consultorio de la Dra. Lewis, para mí cita con ella, y ni siquiera me he acercado y mis cutículas ya sangran por la ansiedad que me produce el saber que de nuevo hoy Kim me enfrentara a mis más terribles monstruos y la zozobra de saber de que tratará hoy la terapia.
—¡Mila! ¿Qué te pasó? —me pregunta Keily que me mira de forma alarmada y yo la miro sin entender—. Tienes sangre en tu blusa. —Ella me señala el lugar donde está manchada mi blusa a la altura del escote.
—No es nada —digo alzándome de hombros.
—¿Cómo que no es nada? ¿De donde estás sangrando? —Ella se levanta y revisa mi rostro detenidamente, entonces le enseño mis dedos.
—¿Te has estado comiendo las cutículas hasta el punto de hacerlas sangrar? —Vuelvo a alzarme de hombros y me llevó una mano a la boca para seguir con mi manía.
—Deja de hacer eso —dice quitándome la mano de la boca—. Pasa con la doctora, yo iré por un botiquín para curarte esas cortadas.
—No es necesario, de verdad no es nada.
—¿Cómo de que no? ¿Qué no sabes que se pueden infectar? Tú misma puedes infectarlas con tu saliva. —Ella niega en un gesto de desaprobación—. Anda pasa. La doctora te espera. —Asiento resignada y tocó a la puerta antes de abrir la puerta.
—Adelante Mila, toma asiento —me indica Kim.
Voy a la silla frente a su escritorio, me siento y cubro la mancha de sangre con mi mano para que no me pregunte porque estoy nerviosa.
—¿Qué pasa Mila? Hoy te ves nerviosa. —¡Ja! Creo que de nado sirvió cubrir la mancha de sangre de mi blusa. Yo solo me alzo de hombros, y ella me observa de forma analítica.
—Está bien, empecemos. Hoy quiero que hablemos de lo que pasó con Lia. —¡Oh no! Cierro mi ojos y tomo un fuerte respiro. Ahí va de nuevo la tortura de volver a revivir cada instante de ese trágico día. Abro los ojos y espero a que de inicio a su interrogatorio. A veces creo que Kim, en lugar de Psicóloga debería ser de la CIA.
—Dime cómo te sientes respecto a lo que pasó con ella. —No puedo evitar el gesto doloroso, bajo la mirada, pero después la poso en un punto fijo que está sobre el escritorio de Kim. Sé que al hacerlo de alguna forma me evado de lo que la doctora me dice o me hace decirle, a veces es el cielo a través de la ventana, otras una rosa, o un objeto en el librero que está en la esquina del consultorio, hoy es un borrador rojo. Pero sé que no soy tan fuerte, sé que si no me evado, no podría con todo y terminaría con un ataque de pánico o desmayándome por la ansiedad que me provoca hablar de mis problemas.
Suspiro de nuevo antes de responder.
—No lo sé. A veces me siento muy culpable, otras veces me siento muy molesta, otras prefiero creer que todo fue una pesadilla y pronto despertaré de ella. Ahorita mismo diría que me siento muy confundida e impotente por no haber podido haber echo algo más por ayudarla.
—¿Por qué?
—Por todos estos sentimientos que me provoca, porque creo que pude hacer las cosas mejor. —Me vuelvo a alzar de hombros y frunzo el ceño en un claro gesto de confusión—. Pero además porqué sé que hay al menos media docena de personas más, que sé se sienten culpables al igual que yo.
—Así es, yo soy una de ellas —confiesa la Dra. Lewis.
La miro intrigada, quiero saber cómo lidia ella con la culpa.
—¿Y usted cómo hace para vivir con eso? —la cuestiono.
Ella suspira pesadamente, después me mira a los ojos.
—Te podría decir que muy fácil, que lo ignoro y punto. O que trato de convencerme de que yo no podía hacer nada para cambiar lo que pasó. Pero la verdad es, que sigo en la lucha por resolverlo. Digamos que lo estoy trabajando —manifiesta con mirada melancólica.
Asiento muy lentamente y vuelvo a fijar mi vista en el borrador rojo.
—Me puedes decir, ¿Tú por qué te sientes culpable?
—Ella me responsabilizó de su muerte —recuerdo. Kim guarda silencio unos segundos, yo no la miro, pero siento su mirada en mí.
—Ok, entonces veamos. Imagina que yo en este momento te digo, "Mila tengo que irme de vacaciones, te quedas a cargo de la clínica y a mi regreso quiero que todas las chicas estén completamente curadas". ¿Qué me dirías?
—Qué esta loca, que yo no sé cómo dirigir una clínica, mucho menos curar a unas chicas de un problema que yo misma no puedo curar en mí. Pero pensándolo mejor, creo que simplemente le diría, que no es mi responsabilidad.
—Entonces si no aceptas la responsabilidad que te estoy dando. ¿Por qué si aceptas la que Lia te dio solo por el capricho de lastimarte? —Mi vista sigue fija en el borrador de goma.
—No lo sé, tal vez por qué murió diciéndome eso. Porqué murió queriendo lastimarme.
—¿Entonces tienes que darle gusto y sentirte culpable, solo porque ella así lo quiso? —Suspiro exasperada y niego con la cabeza a la vez que vuelvo a alzar mis hombros. No entiendo que es lo que quiera que le responda, pero la verdad es que no sé que tenía que hacer, no lo sé. No sé nada.
—¡No lo sé! Lo único que sé, es que su mirada de odio me sigue todo el día y por las noches me persigue en mis pesadillas. Es una mirada fría, como el hielo, cardada de odio y resentimiento, que de solo recordarla me causa escalofríos, una y otra vez. —De nuevo tengo mi vista clavada en ese borrador de goma rojo, pero además me encojo y me abrazo a mí misma tratando de controlar los temblores que me provoca el recordar la frialdad de su mirada. De repente la Dra. Kim toma el borrador y lo quita de donde yo lo miraba, me giro hacia ella y lo tiene pegado en la frente y la miro sin entender lo que hace o por qué lo hace. Por qué si lo que quiere es que me parezca gracioso, no me lo me parece, pero si me confunde su actitud.
—Mila, necesito que me mires, necesito que salgas de esa burbuja que construyes cada que hablas de los problemas que cargas. Necesito traerte de vuelta a este mundo y enfrentes los dragones con los que tienes que luchar. Evadiéndote, protegiéndote en esa burbuja no podrás vencerlos nunca.
—Usted no entiende, si no me evado me pongo mal, siento que no puedo respirar, incluso me he desmayado.
—Lo sé, sé que te han dado ataques de pánico que han terminado en desmayos. ¿Pero como vas superar tus miedos si no los enfrentas? —Vuelvo a fruncir el ceño y a evadir su mirada.
—Mila volviendo a lo de Lia, tú solo fuiste una víctima de su locura, hay algo más que tú no sabes, que ni yo misma sabía y que de alguna manera me quita un peso de encima a mí y espero que también lo haga contigo. —Mis ojos buscan los suyos.
—Mila su madre me confesó que Lia tenía esquizofrenia, tenía personalidades múltiples y cuando la trajo omitió ese detalle pensando en que aquí podríamos ayudarla con su problema de anorexia. Su enfermedad se mantenía controlada con medicamentos, pero sin el control de su madre, Lia dejó de tomarlos y sus personalidades salieron a flote. —Yo la miro espantada—. Así es Mila, parece ser que te tocó conocer a la más perversa de todas. —Sigo impactada por su revelación, no sé ni qué decir—. Mila, tú crees que hiciste algo para merecer su odio.
—No, no lo creo, aunque...
—¿Qué?
—Pues no lo sé bien, pero a veces siento que hay algo en mí que provoca el odio de los demás. Mi misma madre no me quiere.
—¿Tú qué crees que es?
—Ni idea, yo también quisiera saberlo. Yo misma sentí envidia de Lia.
—¿Qué tendrías que envidiarle tú a Lia?
—Su madre. Ella contó en terapia grupal que su mamá siempre estaba encima de ella diciéndole que la ama, besándola y abrazándola —le cuento—. Yo no recuerdo cuando fue la última vez que mi madre me besó, incluso no sé si lo hizo alguna vez.
—Tengo entendido que tienes una hermana pequeña, es igual con ella. —Lo pienso por unos segundos.
—Creo que sí, pero al menos ella tiene a papá que es súper cariñoso. Además Sasha tiene un carácter muy distinto al mío. Ella no parece ser tan necesitada y no se detiene a la hora de exigir lo que merece.
—¿Tú no pasas tiempo con tu Padre?
—No, su esposa no me quiere cerca, ni siquiera conozco a mis hermanos pequeños. Y el que mi hermana pase los fines de semana y vacaciones con él está en el acuerdo de divorcio.
—¿Y por qué tú no estás en ese trato?
—No lo sé, tal vez por qué desde que tengo memoria paso mis fines de semana y mis vacaciones bailando sin parar. Mi madre se ha encargado de que así sea y que mi padre pague por todo eso.
—Mila hace un momento dijiste que tu hermana no están necesitada y que ella exige lo que merece. ¿Por qué tú no?
—Bueno necesitada estoy, necesito saber que mis padres me aman, necesito que me abracen, que me besen y necesitaba que me protegieran. —Termino la última frase en un sollozo.
—¿Y por qué no lo exiges cómo lo hace tu hermanita?
—Tal vez por qué siento que no lo merezco.
—¿Tú crees que Lia, merecía el amor de su madre a pesar de su enfermedad y de su parte malvada?
—Por supuesto, todas las madres deberían amar a sus hijos, sino para que traerlos al mundo.
—¿Entonces porque creas que tú no lo mereces?
—No lo sé, tal vez sería buena idea preguntárselo a mi madre.
—¿Lo has hecho?
—Sí, pero solo me repite una y otra vez que yo tengo la culpa de que ella dejará su futuro como bailarina, siempre diciéndome que fui un error. Pero pienso que si no quería tenerme, por qué no me abortó.
—Supongo que algún beneficio debió haber obtenido al tenerte si no quería ser madre.
—Eso seguro, atrapó un marido rico.
—Pero bueno eso me dice que tú madre no es maternal. ¿Ok? Pero tú. ¿Por qué crees que no mereces su amor? —insiste Kim—. ¿Haz hecho algo malo acaso, eras desobediente o rebelde?
—Todo lo contrario, siempre me esforzado por hacer lo que quieren, siempre cumpliendo con todas sus expectativas, siempre buscando su aprobación. Me esforcé en el ballet para tratar de ser la mejor y se enorgullecerán de mí. Traté de conseguir buenas notas, no siempre lo conseguía porque nunca hubo tiempo para los deberes, pero eso a mí madre no le importó nunca.
—Ok, te pondré otro ejemplo. Imagina que alguna de las chicas, Camile por ejemplo. Imagina que su madre no la quiere porque ella quiere que sea gimnasta, pero Camile prefiere ser bailarina. ¿Tú que piensas?
—Pienso que Camile debe hacer lo que le gusta y que su madre debería respetar eso, y no por eso debe dejar de quererla.
—Exacto, entonces crees que ella si merece el amor de su madre a pesar de ir contra sus deseos.
—¡Así es!
—Entonces, si crees que Lia, merece el amor de su madre a pesar de su lado perverso y que Camile lo merece a pesar de ir contra los deseos de su madre. ¿Por qué piensas que tú no lo mereces? —Esa pregunta no me la esperaba, me desconcierta y sé que lo nota en mi mirada. Lo pienso uno segundos.
—No lo sé, no lo sé. Pero creo que no merezco el amor de nadie, si mis propios padres no lo hacen. Siento que no merezco el cariño de mis amigos, y mucho menos el amor de Sebastian. Aunque...
—¿Aunque...? —Me incita a seguir.
—A Sebastian no quería aceptarlo en mi vida después de lo que Fabienne me hizo. Lo acepté antes, incluso me sentía muy feliz de tenerlo en mi vida, pero después lo alejé creyendo que no lo merecía, yo ya estaba rota.
—¿Rota? —me pregunta desconcertada.
—Sí, ya sabe. Usada, sucia. Ya sé, me dirá cómo la doctora linda que sí creo que el valor de una mujer depende de un himen, pero no, no se trata de eso. Se trata de la forma en que se me uso, de la forma en la que me ensuciaron, no solo físicamente, también interiormente. Sentía, siento —corrijo—, que mi alma está rota al igual que mi autoestima y mi amor propio.
—Ahí está la respuesta, creo que el que no te sientas merecedora de amor viene desde ese instante en que ese joven abusó de ti.
—Eso creo.
—Bueno, pero ahora que crees que tienes que hacer para dejar de sentirte rota y sucia.
—No sé.
—Bueno pues yo creo que primero que nada debes asumir el problema y decirlo con todas sus letras y acepta que fuiste abusada sexualmente. Pero no por eso te sientas sucia; que esa experiencia no te marque con una letra escarlata, que solo tu ves. Que esa experiencia solo te haga más fuerte. Porque sí, Mila, eres fuerte, pues a pesar de todo no te has rendido y estas aquí luchando contra todos tus dragones. Dos —sigue enumerando—, deja ya de castigarte por algo que nunca fue tu culpa. Por que entiéndelo bien Mila, jamás fue tu culpa. No fue tu culpa el que estuvieras sola en ese salón, porque tú no sabias lo que pasaría. Por que tú no provocaste a ese chico, ni provocaste el desamor de tu madre, ni al pervertido de su novio. Nunca fue tu culpa Mila  —asegura mirándome con tristeza, mientras yo la escucho llorando a mares e intentando convencerme de sus palabras. Luego, toma un fuerte respiro antes de continuar—. Y tres, perdona a los que te lastimaron y con eso también me refiero a tu madre. Deja de esperar que vengan y se disculpen o se arrepientan, porque seguramente eso jamás pase. Perdona a tus padres que debieron protegerte y no lo hicieron. Perdona a tu agresor y no permitas que siga lastimándote. No dejes que siga convirtiéndote en un títere del pánico por el miedo que sembró en ti. Olvídate de él de una vez por todas, déjalo en el pasado y no dejes que su perversidad siga dañando tu alma, ni el odio, endureciendo tu corazón. No dejes que sus actos sigan oscureciendo tu vida, no lo permitas más. Y no dejes que la culpa siga sofocándote cuando hables del tema —no puedo acallar más mis sollozos y estos escapan sin control—. Pero lo más importante Mila, perdónate a ti misma. Perdónate por no valorarte, por dañar tu cuerpo en la forma en la que lo estabas haciendo. Perdónate por lacerarte día con día y creer que lo merecías, perdónate por asumir una culpa que no te correspondía y no te castigues más. Deja ya de ayunar tu amor propio y llénate de seguridad, y de valentía. Deja ya de vomitar el desamor y la desaprobación de tus padres. Deja ya de alimentarte solo de miedos e inseguridades. Ya no, Mila, ya no. Es hora de que sanes tu alma y creas en ti misma, ya es hora de que saques todos esos demonios de tus sueños y no dejes que los sigan convirtiendo en pesadillas. Ya es hora Mila, de que acaricies tu alma rota y la cures con alegrías y amor propio. Ya es hora de que te permitas ser feliz. —Asiento convencida, porque sí, por fin lo estoy. Por fin entiendo que nunca fue mi culpa, por fin entiendo que no lo merecía, pero sobre todo entiendo que merezco ser feliz.
—Sé que decidiste no denunciar al chico que abuso de ti y tal vez no sirva de mucho que lo hagas ahora. Pero piensa en como este hombre, Raúl. Él sigue en tu vida y en la de tu hermanita. Piensa en como te culparías si algo le pasara a ella, entonces sí, no te lo perdonarías nunca. Mila, es tu decisión si no quieres decir nada, y sé también que habrá  quien no te crea, quien piense que estas loca o incluso quien diga que te gusta llamar la atención, pero tú sabes que eso no es cierto. Además creo que no debe importarte lo que piensen los demás. Lo único que importa, Mila, es que tú, no dejes que todo esto te siga cubriendo de esa oscuridad, que día con día te envuelve más en tinieblas.

********

—¿Quien quiere compartir su experiencia con el grupo hoy? —pregunta Cristy, la psicóloga.
—Yo —digo sorprendiendo a todas.
—Muy bien, adelante Mila —me incita Christie con una gran sonrisa.
—Yo soy Mila y soy Anoréxica, y Bulímica. Comencé vomitando desde los diez años, pero fue hasta hace tres años que también deje de comer. Sí, la anorexia me atrapó, me dejé caer en las redes de esta enfermedad malévola que me fue envolviendo sutilmente en sus mentiras, convirtiéndose en una fiel compañera en mi soledad y en el dolor, ocultándose siempre tras una falsa apariencia de bienestar, pero que poco a poco me fue empujando de forma cobarde y cruel hacia la muerte. Más sin embargo no le guardo rencor, porque si algo he aprendido de ella es la fuerza que hoy encontré y que tenia oculta muy dentro de mí. Hoy reconozco su poder, poder que yo misma le di, poder que no quiero darle más y poder que hoy utilizaré para que no me controle más. No dejaré que siga dominando mi vida, ni mis pensamientos, esos que cada vez oscurecían más. Hoy sé que todo lo que busqué en la anorexia, amor, cariño, autoestima, seguridad, paz y muchas cosas más, ahí nunca las encontraré. Reconozco que no he ganado la guerra y que tendré que luchar mil batallas día con día contra ella, muy probablemente hasta el último día de mi vida, pero hoy me siento fuerte para enfrentarla. Solo le pido a Dios que esa fuerza que hoy siento, me acompañe por siempre, porque estoy segura regresara cada día para intentar seducirme  con su ficticia promesa de felicidad. Hoy acepto mi problema, admito el daño que me he estado causando a mí misma y a mi cuerpo, que tantas satisfacciones me ha dado...

Acepto con valentía ante el grupo, que tengo un problema y les comparto a todas mi experiencia, mi perspectiva y todo por lo que he tenido que pasar en esta enfermedad.
Ya ni siquiera nombro a mis padres, ni a Fabienne, por que por fin asumí la responsabilidad de mis actos, por fin asumí que la única que esta lastimando mi cuerpo y que se esta castigando por algo que no es su culpa, soy yo misma.

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