Capitulo 51
Hoy es mi segundo día en este lugar y comienza muy temprano, lo que no es problema para mí porque siempre me levanto temprano. Aunque de nuevo las pesadillas me despertaron a media noche, logré conciliar el sueño casi inmediatamente.
Voy a las regaderas y para mí suerte no encuentro a nadie ahí, lo que quiere decir o que es muy temprano o que ya voy tarde.
Estoy empezando a vestirme y lo hago por debajo de la toalla para que nadie me vea desnuda, pero siento como alguien me jala la toalla de forma brusca, y mi primera reacción es cubrir mi cuerpo con mis manos, que aunque ya llevo puestas las bragas, todavía no me ponía el sostén.
Verónica y sus amigas me observan con detenimiento y de forma repulsiva.
—Que les dije, ella es de las cerdas —su comentario me lastima, pero no me dejo amilanar.
—¿Que es lo que te pasa? ¿Por qué no me dejas en paz de una buena vez? —le grito arrebatándole la toalla.
—Pues a mí me parece Ana —dice una de ellas y no entiendo que es lo que quieren decir.
—Claro que no, ella es mía —discuten entre ellas, mientras me siguen observando de forma... ¿Rara? Esa es la palabra, no entiendo por qué me observan así.
—Mi nombre es Mila, ni Ana, ni Mía —discuto, las cuatro chicas ríen en tono de burla.
—¿En serio? Ni siquiera sabes de lo que hablamos —se mofan de mí.
—Tal vez ella está aquí por otra razón —comenta una de las chicas.
—Yo insisto en que es Ana —dice la otra.
Ellas siguen hablando de mí como si yo no estuviera ahí y yo sigo sin entender de que hablan.
—A ver tu, cerda, respóndenos. ¿Eres Anoréxica o Bulímica? —me cuestiona Verónica.
Primero las miro un poco desconcertada, después entiendo todo. ¿Así que a eso se referían? —¡Responde! —me ordena Verónica.
—No lo sé, creo que ambas —respondo con voz apenas audible.
—¿Cómo no vas a saberlo? —Las miro sin saber que más decir, pero además creo que no tengo porque responderles, así que tomo mis cosas.
—No tengo porque responderles. Y les advierto que no voy a permitirles que vuelvan a meterse conmigo. ¿Me escucharon? —les gruño en la cara y mirándolas con ira, para dejarles claro que no permitiré más sus abusos; se supone que estoy aquí para mejorar mi autoestima, no para que me la destruyan más. Doy media vuelta y salgo del baño, dejándolas con la boca abierta.
—Tiene agallas la princesita —comenta una de ellas.
—Que no es princesita —alega Verónica.
—Claro que sí, no oíste que dijo que era ambas cosas. —Las oigo discutir sobre mí, antes de salir del baño e ir a mi habitación a terminar de vestirme.
Cuando llego, encuentro a una señora de intendencia limpiando la pintura de mi puerta, junto con una enfermera.
—¿Puedo pasar? —les pido permiso para que me dejen entrar.
—¿Tu debes ser Mila, cierto? —me pregunta la amable enfermera.
—Sí.
—Siento mucho lo de la puerta. Yo soy Milly y soy la enfermera de la mañana de esta área. Lo que necesites no dudes en pedírmelo.
—Gracias enfermera Milly.
—Con Milly es suficiente. Anda ve a vestirte para que vayas al comedor a desayunar. —Asiento y entro a vestirme.
Después del desayuno, pasó la mañana entre actividades, estudios clínicos, consultas y terapias. Esto de alguna forma hace pasar el día muy rápido, pero por otra parte está la tortura de los médicos y psicólogos que intentan a toda costa en entrar en mi cabeza y esculcar en mi niñez y las heridas que cargo desde entonces.
Cuando regresó con el médico, Steve me dice que además de mi anemia, mis huesos comienzan a mostrar deterioro y que si no paro, comenzaré a tener fisuras o fracturas, que me impedirían por completo, bailar. También me dice que mi índice de grasa es alarmantemente bajo y que es por eso que no ovulo, lo que a la larga podría provocarme infertilidad. Y me explica cómo la enfermedad primero consume mi grasa, pero luego continúa con los músculos; lo que provocaría que pierda las fuerzas y llegará el momento en que no podría ni sostenerme de pie, además de que deja más expuestos los huesos a fracturas. Me expresa su preocupación por mis bajos niveles de potasio que provocan latidos irregulares en mi corazón, lo que si continúa así, podría incluso provocarme un infarto a mi corta edad.
Salgo de su consultorio, completamente perturbada. Nunca imaginé el daño que le estoy ocasionando a mi cuerpo.
Llega la hora de la comida y con ella el suplicio de tener que comerla toda, que aunque intento comer un poco más que ayer, sigo dejando parte de ella en el plato.
Después, mi horario me indica consulta espiritual, para mi sorpresa es Ted quien será mi guía durante mi estadía aquí.
—Hola Mila, pasa por favor y toma asiento —me recibe con entusiasmo. Él está sentado en un sillón y me pide tome asiento en el sofá de enfrente—. Dime. ¿Cómo te has sentido desde que llegaste aquí? —Levanto mis hombros con indiferencia—. No muy bien. ¿Eh?
—Ha habido días mejores —comento con ironía.
—Me imagino. Cuéntame. ¿Vas a a iglesia regularmente? —pregunta.
—No, no recuerdo cuando fue la última vez que lo hice —niego.
—¿Entonces solías hacerlo? —Vuelve a preguntarme mirándome con curiosidad.
—Cuando era pequeña mi padre nos llevaba; no era regularmente pero si en las navidades o el último día del año para darle gracias a Dios por el año que pasó y pedir su bendición para el que venía —le cuento recordando eso días de convivencia familiar y felicidad.
—¿Entonces tus padres si creen en Dios?
—No sé, supongo que si nos llevaban es por que sí. Aunque realmente era mi padre quien insistía en llevarnos y el que rezaba conmigo, y mi hermanita por las noches.
—Y tú. ¿Crees en Dios? —pregunta directamente.
—Sí —afirmo.
—¿Rezas regularmente?
—No, hace mucho que no lo hago. Creo que ni siquiera recuerdo cómo hacerlo.
—Entonces cómo es que dices creer en Dios y no hablas con él, o al menos le pidas ayuda cuando te sientes desesperada —cuestiona—, por qué si tienes este tipo de problemas, estoy seguro que has llegado a sentirte desesperada.
—Muchas veces me he sentido desesperada, tanto que he deseado morir infinidad de veces —confieso y él suspira contrariado.
—¿Sabes que el suicidio se considera un pecado mortal para la iglesia?
—No, no lo sabía.
—Solo Dios tiene el derecho a decidir la hora de nuestra muerte, si tú decides tomar tu vida en tus manos, vas en contra de sus designios —manifiesta, yo lo pienso unos segundos con la vista perdida.
—Yo nunca he querido ir en contra de los designios de Dios, pero estos sentimientos que a veces siento son algo que no puedo controlar —expreso con sinceridad.
—Estoy seguro de ello, pero yo creo creo que Dios a veces nos manda pruebas duras para que te acerques a él, pero lo más importante, es que no has atentado contra tu vida. ¿Cierto? —me observa esperando con esperanza que niegue a su pregunta.
—No todavía —admito.
—¿Qué significa eso? ¿Qué alguna vez no lo intentarás? —me interroga mirándome analítico.
—No lo sé, no sé qué tanto pueda seguir soportando este dolor que me carcome por dentro. Espero nunca tener que llegar hasta ese punto —expongo un poco contrariada.
—¿Qué es lo que te lastima Mila?
—Muchas cosas.
—¿Cómo cuales? —Hablo tranquila, pero antes de responder a su pregunta bajo la mirada.
—Para empezar el desamor de mi madre, ella me odia.
—¿Por qué crees eso?
—No lo creo, estoy segura.
—¿Y que te hace estar tan segura de ello?
—Muchas cosas, ella me lo ha demostrado cada que tiene oportunidad.
—Tal vez creas que es así, solo que no sabe como demostrarte lo contrario. ¿Te lo ha dicho abiertamente?
—Tal vez nunca me lo ha dicho con todas sus letras, pero me lo ha dicho con hechos.
—¿Cómo...?
—¿Como los golpes que traigo? —lo interrumpo.
—¿Ella te golpeó? —Asiento—. ¿Por qué? ¿Acaso hiciste algo que la hiciera enojar? —Niego y río de nuevo con incredulidad.
—¿Por qué todos creen que yo hice algo malo para merecer esto? ¡No! ¡Yo no hice nada malo, o tal vez sí! ¡Haber nacido! —le grito enfurecida.
—Tranquilízate. Por favor, explícame. ¿Por qué dices eso?
—Porque eso sí me lo ha dicho abiertamente, que por mi culpa se arruinó su carrera como bailarina. Que si no hubiera cometido ese error, embarazarse de mí, ella hubiera sido la mejor bailarina del mundo.
—¿Y tú qué piensas de eso?
—Que yo no pedí nacer, yo no tengo la culpa de sus decisiones. Debió abortarme si no me quería —respondo molesta.
—¿Tú abortarías si salieras embarazada en este punto de tu carrera, en el que eres realmente reconocida?
—¡No! —respondo sin pensarlo.
—Pero que te dice que no le recriminarías a tu hijo lo que ahora tu madre te recrimina a ti. ¿No crees que de igual forma podrías reclamarle a tu hijo que arruinó tu brillante carrera?
—No, yo nunca lastimaría a un hijo en la forma en que mi madre lo ha hecho conmigo —aseguro—. Lo amaría, le enseñaría a ser seguro, fuerte. Sería cariñosa, me lo comería a besos todos los días, jugaría con él, le enseñaría las cosas más linda que tiene la vida, sería la madre que yo no tengo —expreso entusiasmada con la idea de ser madre—. Además yo no vería a mi hijo como un error o un estorbo para mi carrera, creo que con voluntad todo se consigue y al contrario, un hijo sería para mí una bendición.
—Es increíble que hables de cómo le mostrarías a tu hijo las cosas más lindas de la vida, pero tú no puedas verlas —comenta con ironía.
—Estoy empezando a verlas, pero no porque mi madre me las haya mostrado.
—¿A no? ¿Entonces...?
—Mi novio. Él me ha mostrado bellos lugares, me ha mostrado que hay mil cosas a las que antes temía, no eran para temerse sino para disfrutarse. Él me ha enseñado lo que es amor, me ha enseñado lo que es la felicidad. Aunque...
—¿Aunque, qué?
—Aunque también me ha enseñado lo que es sufrir por amor.
—¿Tu novio te lastima?
—No realmente, o no intencionalmente, creo. Hemos tenido peleas como todas las parejas, pero cuando estamos distanciados realmente me he sentido completamente desdichada.
—Cuando dices peleas, espero que no te refieras a golpes.
—¡Oh no! Sebastian jamás me golpearía, él es muy amoroso conmigo —le aclaro.
—¿Se llama Sebastian? —Asiento con una sonrisa genuina.
—Las peleas que hemos tenido, regularmente han sido por intrigas, malos entendidos y celos, o por mi necedad de alejarlo.
—¿Por qué has querido alejarlo? —pregunta con curiosidad.
—Por todo esto, yo lo amo y no quiero que sepa de los demonios que me acechan.
—¿Él sabe que estás aquí?
—No, le mentí.
—¿Le mentiste por que temes que no te apoye o que te juzgue por tus problemas?
—No, le mentí porque no quiero que sepa la porquería que es mi vida, en realidad todo esto me avergüenza mucho —admito abochornada.
—¿No crees que tarde o temprano se enterará de todo y te recriminará por qué le mentiste? —me cuestiona Ted mirándome con desaprobación. Yo lo pienso por unos segundos.
Esto no lo había considerado y creo que Ted tiene razón, pero yo no podría contarle a Sebastian todo por lo que he pasado.
—¿Mila? —Ted sigue esperando mi respuesta.
—Solo espero que nunca se entere de nada.
—¿Te das cuenta que intentas tapar el sol con un dedo?
—Realmente no lo había pensado y no quiero hacerlo.
—Ok. Dime algo Mila. ¿Qué piensas de las mentiras? ¿A ti te gustaría que te mintieran? —Niego completamente desconcertada.
—Lo sé, sé que está mal. Pero... ¡Dios! Solo espero que si Sebastian llega enterarse de que le mentí, entienda que no es fácil contarle algo así —le expongo realmente mortificada con la idea.
—Yo también lo espero —dice mirándome con tristeza—. Mila, cuando hablas de la porquería que es tu vida. ¿Te refieres a tus problemas con la comida?
—En parte —respondo con tranquilidad, en realidad Ted hace que me sienta en confianza.
—¿Y cuál es la otra parte? —Pero esto si no me lo esperaba, evado su mirada y miro hacia la ventana. Él espera mi respuesta, pero al ver que no lo hago, revisa el expediente que tiene en la mesita de junto.
—Mila, tengo entendido que también estás aquí por síndrome de estrés postraumático. ¿Qué fue lo que lo causó? —Bajo la mirada a mis manos, que muevo nerviosamente.
—Me atacaron, por eso los golpes. —Él se mueve inquieto en su sillón, me mira intrigado y se inclina hacia adelante para verme mejor.
—Mila... Mírame —exige, yo lo miro entre las pestañas, sin levantar mi rostro—. Me dijiste que tu madre te golpeó. ¿Entonces? —Enderezo mi postura y miro de nuevo hacia la ventana antes de responder.
—Su amante intentó abusar de mí, y mi madre me acusó de provocarlo. Por eso me golpeó. —Ya ni siquiera lloro, solo lo repito como una máquina, intentando que esto deje de lastimarme o tal vez fingiendo que esto no me afecta más.
—Mila, mírame. —Vuelve a pedírmelo. Lo miro y él me observa expectante—. ¿Segura que eso es todo? —Él me observa expectante. Asiento, pero sé que no me cree porque espera a que diga más, yo solo vuelvo a bajar la mirada—. Bien —admite rendido—. Te daré un libro de oraciones, quiero que todo los días leas una, la que tú quieras. Ahí encontraras para todo tipo de situaciones y peticiones —me indica Ted poniéndose de pie, va al escritorio, toma un pequeño libro y me lo ofrece, yo lo tomo sin mirarlo.
Me levanto, acomodo mi ropa y me dispongo a salir de ahí, pero antes de hacerlo Ted me habla de nuevo.
—Mila. ¿Recuerdas el camino al puente al que te lleve ayer? —Asiento—. Bueno, sigue el sendero y te llevará a una pequeña capilla. Tal vez sea hora de que le hagas una visita a un viejo amigo.
—¡Gracias! —agradezco con una sonrisa.
Salgo de ahí y lo primero que veo es el cabello casi blanco de Lia, que sobresale de detrás de una pared. Lo que significa que estuvo espiando.
Enojada, voy hacia ella, que está agachada y cubre su rostro como chiquilla que piensa que si ella no ve, no la verán.
—¿Qué es lo que te pasa? ¿Por qué me sigues a todos lados? —la confronto—. Solo déjame en paz —le exijo.
Ella de pronto se levanta, me sonríe dulcemente e intenta acariciar mi mejilla, pero yo doy un paso atrás.
—No tengas miedo, yo no estoy siguiéndote, yo solo pasaba por aquí y te vi con Ted, eso es todo. —Por supuesto que no le creo y niego para hacérselo saber.
—Pues procura no pasar por donde yo estoy, no te quiero cerca Lia —le aclaro.
—Me tienes miedo —asegura con una sonrisa burlesca.
—No, no te tengo miedo, pero no dejaré que me sigas molestando. No dejaré que nadie me moleste más. ¿Me escuchaste?
—Está bien, como quieras. Yo solo quiero ser tu amiga y ayudarte a salir pronto de aquí —dice con suficiencia.
—No necesito tu ayuda —le digo antes de dar media vuelta dejándola confundida.
—Eh Mila, espera. —Ella viene detrás de mí, yo me detengo y de pronto me abraza por detrás, yo me congelo de inmediato—. Perdóname, de verdad yo no quería romper tu carta. Fue Ali quien me ordenó que lo hiciera, yo de verdad quiero ser tu amiga. —Yo intento zafarme de su abrazo.
—¿Ali? —pregunto con curiosidad, supongo que es otra chica del centro.
—Sí, Ali es mala, ella no te quiere aquí. Ali es quien me obliga a hacer cosas malas, si no lo hago me lastima —me cuenta y me compadezco de ella, seguramente la tal Ali debe ser una abusadora como la tal Verónica.
—¿Ya se lo contaste a la directora? Ella tal vez pueda ayudarte —le sugiero.
—Sí, pero ella no puede ayudarme. Tengo que irme. Cuídate mucho, Mila. Ali quiere hacerte daño —me advierte. Yo la miro sin entender nada, de verdad este lugar es de locos.
Lia acaricia mi cabello y después corre hacia al jardín riendo como una niña traviesa, y siento que un escalofrío recorre mi cuerpo.
Entro a la casa y sigo con el horario de actividades, clases de arte, después al gimnasio donde dan una una pequeña clase de educación física, bastante simple para mí y luego tiempo libre.
Yo voy a mi habitación a descansar un poco de todo esto, no sé porqué pero estas sesiones me agotan mucho más que las diez horas de ballet que practicó todos los días.
Me recuesto en la cama y de nuevo leo, y releo la carta de Sebastian y admiro su foto, poco después me quedo dormida.
La enfermera Anna me despierta para que vaya a cenar, así que me levanto y voy al comedor. Hoy una pequeña se sienta a mi lado y me sonríe amablemente y poco después me hace platica.
—Hola, yo soy Camile —me dice mostrándome sus dientes blancos.
—Hola Camile, yo soy Mila —la saludo amablemente.
—Lo sé, eres bailarina. ¿Verdad? —Asiento un poco preocupada de que todos sepan aquí quién soy.
—A mí también me gusta el ballet, pero mi madre prefiere que practique Gimnasia Olímpica, soy buena. Ella cree que si sigo esforzándome, podré participar en las siguientes olimpiadas —me cuenta y yo la miro compasiva.
Seguro su madre es otra lunática como la mía, que la fuerza a practicar más de lo que una niña debería hacer.
—¿Cuantos años tienes Camile? —le pregunto mientras empiezo a comer mi cena.
—Doce —responde, yo asiento.
—¿Y te gusta la gimnasia?
—Sí, pero me gusta más el ballet.
—¿Y se lo has dicho a tu madre?
—Sí, pero ella dice que tengo la habilidad para la gimnasia y que tengo que aprovechar eso —dice y eso me suena conocido.
—¿Tu madre te ha visto bailar ballet?
—No.
—¿Entonces? ¿Cómo sabe que no podrías tener también habilidad para el ballet? —Ella se alza de hombros. Sonrío, en respuesta al verla que responde igual como yo lo hago.
Camile es una niña muy dulce, rubia, cabello rizado, ojos color miel. Pero bastante delgada y pequeña para a su edad.
—Yo podría enseñarte a bailar ballet —me ofrezco.
—¿De verdad? —me pregunta con una gran sonrisa.
—Sí, podríamos hacerlo en nuestro tiempo libre, así practico también yo —afirmo.
—Yo también quiero —dice otra pequeña que está sentada en la misma mesa.
—Y yo —dice otra chica más.
—Claro, si la directora no tiene inconveniente, yo podría enseñarles ballet mientras esté aquí.
—¡Sí! —gritan las tres.
—Pero no tenemos zapatillas —dice Camile.
—Ese no es problema, si ustedes me dicen su talla y la directora me da permiso yo puedo conseguir que me envíen todo desde New York —propongo y las tres asienten emocionadas.
—Mila, Camile, Roxy, Wendy, dejen de platicar y coman su cena —ordena la Dra. Kim que se acerca en ese momento.
—Kim, por favor siéntese un minuto con nosotros, queremos pedirle un favor —le pide Camile. La doctora nos mira intrigada, pero se sienta en nuestras mesa.
—A ver, díganme.
—Mila se ofreció a darnos clases de ballet en su tiempo libre, pero ella dice que usted debe autorizarlo. Por favor, por favor diga que sí. —Kim me mira con desconfianza.
—Camile me platicaba que le gustaría aprender y yo me ofrecí a enseñarle —le explico.
—No estoy segura. Sería muy buena idea incluirlo en los talleres de arte, pero lo pensaré. —Ella intenta levantarse, pero ya la detengo.
—Doctora, independientemente de que les dé clases a las pequeñas, usted cree que yo pueda practicar. Prometo hacerlo en mi tiempo libre. —Ella me observa de forma analítica y suspira pesadamente antes de responderme.
—Creo que esto debemos hablarlo a solas tú y yo. Mañana ve a buscarme a mi consultorio —sugiere, yo asiento.
—¡Gracias! —musito desilusionada.
—Bueno sigan con la cena, por favor no se distraigan. —Las cuatro asentimos y volvemos a nuestras cenas.
Poco más de una hora después, sigo sin poder terminar mi cena. Ya todas están cantando con Ted y yo sigo sentada con mi plato enfrente como una niña castigada.
De pronto Ted deja de tocar y viene hacia mí y se sienta a mi lado, todas nos miran con curiosidad.
—¿Qué pasa Mila? ¿Por qué no terminas tu cena?
—No sé, solo siento que no puedo más —Mis ojos están clavados en la comida que sigue esperando que la coma, pero de pronto, lágrimas de frustración escapan de mis ojos.
—Eh, no tienes por qué llorar. —Él limpia mis lágrimas y mi mirada busca la de Lia y Verónica; sé que esto no les gustará.
Ellas me observan con odio, Verónica, se levanta y se va, pero Lia me atraviesa con la mirada, como si sus ojos fueran puñales y quisiera matarme.
Yo limpio mis lágrimas para que Ted, no me preste más atención.
—Estoy bien, me tomará un poco de tiempo, pero terminaré —aseguro.
—No es necesario. Anda, deja esa comida y ven a cantar con nosotros —dice con una sonrisa amable.
Yo niego, pero él se pone de pie, aleja la charola de mí y toma mi mano para que lo acompañe. Me lleva hacia dónde está el grupo, me invita a sentarme, se sienta a mi lado y comienza de nuevo a cantar.
Todas cantan en coro, acompañando a Ted, yo no sé las letras así que solo los escucho, pero Ted me sonríe todo el tiempo y me incita a que lo intente y los siga.
Yo trato de evadir su mirada, porque siento que la mirada de Lia me atraviesa y me hace sentir un miedo inexplicable.
Poco después me disculpo y voy a mi habitación, me pongo la pijama y me meto a la cama, poco después caigo en un sueño profundo.
De pronto siento que alguien acaricia mi cabello, abro los ojos y Lia está ahí, en mi habitación junto a mi cama y lleva un enorme cuchillo en las manos que empuña en mi contra.
Me incorporo de golpe, estoy agitada y mi corazón late con fuerza y me doy cuenta de que solo es una pesadilla. Me dejo caer en la cama y respiro profundamente para tratar de calmar el pánico que esa extraña pesadilla me provocó.
No puedo dormir más, así que me siento en la cama y releo la carta de Sebastian unas diez veces, eso me calma y hace que el tiempo corra más rápido.
Apenas amanece me levanto y voy a los baños a ducharme aprovechando que no hay nadie y evitar que vuelvan a molestarme. Todavía es temprano, así que me pongo una chaqueta y salgo al jardín a esperar la hora del desayuno. Camino hasta el puente, que esta sobre el riachuelo y ahí me recargo sobre la baranda para disfrutar de la tranquilidad del lugar.
Mis pensamientos van a mi rubio de ojos azules y no puedo evitar que una sonrisa melancólica se dibuje en mis labios al pensar en Sebastian.
Este apenas es mi tercer día aquí y no sé cómo sobreviviré todo el tiempo que resta sin él. Solo espero poder convencer a la Dra. Kim de que me deje bailar, al menos así, calmaré mis nervios y el tiempo pasará más rápido.
—¿Disfrutando del amanecer? —La voz de Ted me saca de mi cavilación.
—¡Hola! —saludo con voz apenas audible.
—¿Qué pasa Mila? ¿Por qué etas triste?? —Él se acerca a mí, yo bajo mi rostro y evado su mirada, pero él lo levanta con sus dos manos—. ¿Qué tienes? —insiste.
—Nada, solo que extraño mucho a Sebastian, pensaba en todo el tiempo que falta en este lugar, y en el tiempo que estaré sin poder verlo —respondo sin animo.
Ted me acerca a él y me abraza contra su pecho. Sé que intenta reconfortarme pero yo no me siento cómoda, al contrario.
—Lo sé, pero ya veras que rápido pasa el tiempo, cuando menos pienses ya iras de regreso a casa —dice con amabilidad.
Asiento y me alejo de él, no me gusta que ningún hombre me abrace, bueno solo Sebastian o Jason.
—Será mejor que regrese a la casa, no tardarán en hablarnos a desayunar. —Doy media vuelta, e intentó dar un paso, pero Ted me detiene.
—Mila espera. —Me agarra del brazo con suavidad y hace que me giré—. No te vayas así. Trata de animarte un poco. ¿Si? —Asiento, él intenta abrazarme de nuevo, pero yo me resisto.
—Por favor Ted, esto no está bien —le digo retrocediendo un paso.
—¿Qué? ¿Qué te abrace? No pensarás...
—No, yo no pienso nada. Pero no creo que sea correcto que nos vean abrazados. Se puede prestar a malas interpretaciones —le explico.
Él me mira pensativo, después asiente.
—Tienes razón. Perdóname, no lo había pensado. Yo solo intentaba consolarte.
—Lo sé, pero prefiero que no me toquen. No me gusta que me toquen —digo con la mirada baja. Él asiente de nuevo.
—Bien, no te preocupes, no te tocaré más. En realidad soy un apapachador nato. En casa nos gusta abrazarnos mucho, creo que damos y recibimos energía positiva cuando lo hacemos. Pero si a ti no te gusta, lo respeto —manifiesta levantando las manos y poniéndolas a su espalda.
—Por favor, no es fácil para mí que los hombres me toquen —confieso.
Él me observa de forma analítica.
—Ok, anotado. No más abrazos a Mila —agrega con una sonrisa cómplice, fuerzo una pequeña sonrisa.
—Ahora si debo irme.
—Vamos. Te acompaño —dice y no me gusta nada, así que trato de adelantarme, pero él me sigue el paso y camina a mi lado, lo hace hasta el comedor.
Me siento junto a Camile y las demás pequeñas, que me reciben con una pequeña sonrisa.
—¡Hola Mila! —saludan.
—¡Hola, buenos días! —saludo a todas en la mesa.
—Ayer les conté a las demás chicas lo de las clases de ballet y ya juntamos un grupo de doce chicas que quieren tomar la clase contigo —me cuenta Camile, yo la miro sorprendida.
—Pero... La directora todavía no ha dado el permiso.
—Ya lo dio, venimos de hablar con ella y aceptó que nos des una hora de ballet al día de lunes a viernes —me informa y yo sonrío feliz. Pienso que al menos eso me mantendrá un poco ocupada.
—Perfecto, ahora solo necesitaré su talla de zapatos y de leotardo —manifiesto entusiasmada.
—Ya hicimos la lista —dice Wendy y me entrega una hoja con los nombre con las chicas que quieren tomar la clase, sus edades y las tallas de zapatos y leotardos.
—Solo que no tenemos dinero, pero seguro el fin de semana que vengan nuestro padres podemos pedirles.
—No es necesario. Yo me encargaré de que lo traigan y el gasto va por mi cuenta —me ofrezco complacida.
—¿De verdad?
—Sí —afirmo con una sonrisa.
Todas brincan emocionadas y me alegra mucho regalarles un poco de felicidad a estas pequeñas.
—¿A ver, cuéntenme por qué están tan contentas? —Ted se acerca a nuestra mesa, las chicas le hacen lugar en la banca y se sienta a mi lado.
Yo incomoda y con temor a no equivocarme busco las miradas asesinas de Verónica y Lia; y ahí están. Y como imaginé, ellas nos observan a Ted y a mí, juntos. Yo trato de alejarme de Ted lo más que la chica del otro lado me lo permite y clavo mi vista en mi desayuno, mientras Camile y las demás chicas le cuentan a Ted sobre las clases de ballet. Pero a pesar de no querer participar de su platica, él siempre trata de integrarme a ella.
—Te felicito Mila, no sabes lo que eso te ayudará y además ayudarás a las además chicas a que el tiempo aquí sea más placentero. —Solo asiento y fuerzo una sonrisa.
Trato de comer mi desayuno lo más pronto que puedo, para poder levantarme de la mesa y no estar más junto a Ted que se queda a desayunar en nuestra mesa, bajo las miradas asesinas de Lia y Verónica.
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