Capítulo 44

—Cállate —me susurra Raúl y me da una fuerte bofetada para acallar mis gritos.

Yo sigo luchando debajo de su pesado cuerpo, sin poder quitármelo de encima. Raúl toma mis muñecas con sus manos y las sostiene por encima de mi cabeza, mientras con su nariz roza mi rostro, después mi cuello y se dirige hacia mi escote. Logró soltar una de mis manos y con desespero, y a tientas, busco en el buró algo con que golpearlo.

Cojo el vaso de vidrio con agua que siempre me deja la muchacha en mi mesa de noche y lo estrello contra su cabeza.

Él se incorpora, sosteniéndose la cabeza.

—¡Maldita perra! —me grita y me abofetea de nuevo.

Por un segundo me siento aturdida, pero en cuanto me recupero salto de la cama con un vidrio del vaso en mi mano, el que temblando, empuñó con fuerza contra él.

—¿Qué pasa aquí? —Entra mi madre y mira la escena escéptica, después su cara cambia a una de ira—. ¡Bastardo! —Se le va encima a Raúl, dándole manotazos—. ¿Pensabas serme infiel con mi propia hija? —De pronto su mirada se clava en la mía, y enfurecida, se lanza contra mí.

Yo la miro con miedo, retrocedo y dejo caer el vidrio que antes empuñaba en mi mano. Ella me abofetea, después me agarra del cabello y pareciera que quiere arrancármelo porque duele mucho.

—¡Niñita estúpida! ¡Te advertí que te alejaras de Raúl! ¡Te lo advertí maldita zorra! —grita sin dejar de pegarme y halarme por el pelo.

—¿Por qué no le pides a él que se aleje de mí? ¿Por qué no le exiges a él que deje de molestarme? —le reclamo enfurecida e indignada.

—Por qué eres tú quien lo provoca. Vamos lárgate, vete de aquí si no quieres que te mate a golpes —me lanza contra la alfombra y comienza a patearme.

Temblando me pongo de pie y con premura, cojo mis converses y mi bolso. Voy hacia la puerta, pero antes de salir de la habitación, mi madre me jala con fuerza por el brazo y acerca su rostro al mío.

—Solo puedes quedarte aquí cuando Sasha esté en casa, cuando no esté, no me importa dónde te quedes, pero no te quiero aquí. Y pobre de ti que le cuentes de esto a tu padre, porqué me encargaré de hacerle creer, que fuiste tú quien se le metió en la cama a Raúl y sabes que me creerá. ¿Me escuchaste? —me amenaza, con odio en su mirada y apretando mis mejillas con una sola mano.

—No te preocupes, que por mí no volvía nunca más a esta casa. Si lo hago es por Sasha, solo por ella. Solo regreso a esta casa para asegurarme que a ella no la dañes como me has dañado a mí, y que tu amante no se aproveche de ella, como quiere hacerlo conmigo —le grito a la cara, mirándola con rabia. Después miro a Raúl y apuntándole con el índice, lo amenazo—. Y a ti, te juro que si llegas a tocarle al menos un pelo a mi hermanita, no me detendré en denunciarte y asegurarme que te refundas en la cárcel. Sino es que antes te mato yo misma, con mis propias manos —le advierto embravecida.

—Tú no estás en posición de amenazar a nadie niñita estúpida —me grita mi madre, me jala del cabello, me gira hacia la puerta y me saca a empujones, y a patadas.

De nuevo mi madre me lanza contra el piso y me patea con toda la saña de la que es capaz. Me arrastro para alejarme de ella, recojo mis cosas y me levanto.

Bajo corriendo las escaleras y salgo a toda prisa de la casa, pero apenas cierro la puerta, me pongo a llorar histérica.

Me siento tan impotente, tan desesperada, no entiendo por qué mi madre me odia tanto.

De repente soy consciente del frío que hace fuera y regresar por un abrigo, no es una opción. Me pongo mis converses y camino hasta el edificio de Sara, pero ella no está.

Les marcó a su cel a mis tres amigos y los tres me mandan a buzón. Decido esperarla, pero el conserje no me conoce y me mira con desconfianza. Pensando que soy una indigente, me pide que me vaya o llamará a la policía.

Salgo del edificio y miro a ambos lados de la calle, no sé adónde más ir. Olivia, se supone que pasaría la noche con Sara o eso les dijo a sus padres. Jason me dijo que pasaría la noche con Marc y no sé donde vive. Y Sebastian... Ni siquiera sé porque lo pienso, él no es una opción.

Camino hacia la estación del tren y tomo el metro con rumbo a Coney Island, miro la hora y veo que son las tres de la mañana.

No hay mucha gente en el tren, pero los pocos que hay me miran con asco y otros con compasión.

Me cierro el saco y miro por la ventanilla para no ver cómo la gente me observa.

Vamos por el puente Brooklyn, cuando una señora algo mayor, se acerca a mí y toma mi mano.

—¿Estás bien, necesitas ayuda? ¿Quien te lastimó? —pregunta observando mi mano, que sangra de la palma. Toma un pañuelo y cubre la herida con el.

—Estoy bien —respondo en susurro.

—No te ves bien. ¿Quieres que te lleve a un hospital? ¿O que llame a tus padres?

—No tengo padres —le miento, aunque pareciera que no es así.

—Entonces tal vez sea necesario llamar a la policía o a servicios sociales para que te ayuden. Una chiquilla como tú, no debería andar sola a estas horas de la madrugada.

—Aunque no lo parezca, soy mayor de edad —le aclaro. Ella me mira con desconfianza, pero después de pensarlo un segundo, asiente con la cabeza y se levanta.

—Entiendo, por favor cuídate —dice ella antes de regresar a su asiento, yo cierro los ojos para que no vea el dolor en mis ojos.

Es increíble darme cuenta que una desconocida tiene más compasión de mí, que mi propia madre.

El tren llega a Coney Island y la gente me abre paso al pasar, como si temieran contagiarse de alguna enfermedad. Camino sin detenerme hasta la playa, el aire gélido hace arder mis mejillas y mi nariz, pero eso no me detiene.

Me abrazo a mí misma y voy hasta la orilla del mar. Todo está oscuro, todavía no amanece, pero la luz de la luna proporciona un poco de iluminación.

Me quedo parada frente al mar, con el aire marino golpeando en mi rostro y haciendo revolotear mi largo cabello, pensando en las ganas que tengo de terminar con toda esta porquería que es mi vida.

No sé cuánto tiempo me quedo ahí mirando al horizonte, pero ya empieza a amanecer. Decidida doy dos pasos hacia el mar, pero la imagen de mi pequeña hermanita hace detenerme en seco.

Me dejo caer de rodillas y sollozo con fuerza contra mis manos. Una ola me alcanza, el agua está helada y me hace temblar, pero el frío que siento por dentro es más gélido que el mismo polo norte.

—¿Por que Dios mío? —exijo respuestas desgarrando mi garganta y mirando al cielo—. ¿Por qué a mí? ¿Por qué? —reclamo entre sollozos— ¿Qué hice para merecer tanto dolor? ¿Qué hice para merecer el odio de mí madre? —Al no recibir respuesta, me siento sobre mis talones, cubro mi rostro y lloro hasta que no quedan más lágrimas.

—Ey. ¿Estás bien? —Giro mi cabeza con precaución y por entre mi cabello, veo que es Sebastian quien me habla—. ¿Mila? —pregunta inseguro y mirándome con curiosidad.

Me pongo de pie de inmediato y retrocedo tres pasos. Él me mira consternado de arriba abajo.

—Pequeña. ¿Qué te pasó? —me pregunta al tiempo que avanza hacia mí, pero yo retrocedo.

—¡No te me acerques! —le grito, él se detiene.

—Pero Mila... ¡Dios! ¿Quien te hizo daño? Debes ver a un médico— Vuelve a intentar acercárseme.

—No te acerques —le suplico, pero él no se detiene y por más que retrocedo, me atrapa en un poderoso abrazo.

—¡Suéltame, no me toques! —le ruego en un lamento, mientras forcejeo, para zafarme de sus brazos. Pero él en vez de soltarme, me aprieta más en su abrazo.

—Shhh, tranquila pequeña. Yo no te haré daño, tranquila —declara, mientras me reguarda entre sus brazos y acaricia mi cabello con ternura—. ¡Diablos Mila, estás congelada! —exclama preocupado. 

Rindiéndome a su amor y sin poder contenerme más, me aferro a su cintura con todas mis fuerzas, recargo mi cabeza en su pecho, refugiándome en su abrigo y sacudiéndome contra él entre sollozos, que poco después, se convierten en desgarradores lamentos. Lo necesito y necesito la seguridad de sus brazos.

—No llores más mi amor, no llores más —me pide, mientras me acuna y besa mi cabello, una y otra vez.

Me deja llorar por largo rato, pero de pronto me separa de sus brazos y me observa con detenimiento. Comienza por mis piernas y sube su mirada hasta mi rostro, me acaricia la mejilla con sumo cuidado y su mirada de horror es sustituida por una compasiva.

—Mila, mi pequeña. ¿Quién te hizo esto? —suplica con la mirada, yo bajo mi mirada avergonzada.

Él toma mi mano y ve que sangra escandalosamente, pero ni siquiera siento dolor.

—Necesitas unos puntos en esta mano, vamos te llevaré al hospital.

—No, no quiero ir a un hospital —le digo, pero él parece no escucharme.

Se quita el abrigo, lo pone sobre mis hombros, me toma en brazos, yo me aferro a su cuello y me lleva hasta su auto.

Yo me hago un ovillo en el asiento, abrigándome a mí misma para calmar los escalofríos.

Él conduce a toda prisa y para en el primer hospital que encuentra.

—Por favor Sebastian, no quiero ir a un hospital —le ruego angustiada, no quiero dar explicaciones a nadie y sé que en un hospital las querrán.

—Mila tiene que verte un médico —me explica con desesperación.

—Estoy bien, solo son unos cuantos moretones, ni siquiera me duelen —miento.

Él niega con la cabeza, pero arranca de nuevo el auto.

—¿Por qué no quieres ir al hospital? ¿A que le temes? —me pregunta.

—No quiero que me hagan preguntas que no puedo responder —confieso en voz baja.

—¿Por qué Mila? ¿A quién estás protegiendo? —me exige, mientras conduce y me mira de reojo.

—A mí, me estoy protegiendo a mí —respondo en un susurro.

—De todas formas te verá un médico. —Marca un número en su cel y espera a que respondan.

—¿Patrick? Soy Sebastian Nichols, perdona por despertarte... Mi novia fue atacada y no quiere ir a un hospital. ¿Podrías ir a verla a mi apartamento?... Tiene varias contusiones, algunas pequeñas heridas, pero en su mano creo que necesitará sutura... Sí... Por favor lleva lo necesario... No, no sé. No quiere decirme que le pasó... Pero espero que no le haya pasado... eso... Gracias. Allá te veo. —Lo escucho hablar atenta, y no sé qué sentir al escuchar que habla de mí como su novia. No quiero hacerme ilusiones y después llevarme otra desilusión. Por lo que dijo, imagino que su amigo le preguntó si me habían violado y sé que él teme que así haya sido.

—No Sebastian, no abusaron de mí sexualmente. —Decido sacarlo del infierno en el que sé, se debate.

Él me mira aliviado, sonríe y solloza a la vez. Toma mi mano y se la lleva a los labios.

—¡Gracias Dios! —expresa para si mismo.

Llegamos a su edificio, él me me sube en brazos hasta su apartamento y me lleva hasta su habitación.

Me recuesta en la cama y me mete dentro de las sabanas para que entre en calor. Sin decir nada, va al vestidor y regresa con algo de ropa.

—Necesitas quitarte la ropa mojada o te resfriarás, sería mejor que te des un baño de agua caliente, pero creo que es mejor que primero te revise el médico —me habla tranquilo y con ternura, pero se le nota ansioso y nervioso.

Asiento y él me ayuda a quitarme el saco, su saco. Después me levanta el camisón y me pone una camiseta de mangas largas de él, que me cubre hasta las rodillas. También me da un bóxer para que me quite la ropa interior y da vuelta para darme privacidad.

Yo me saco las bragas y me pongo el bóxer, al hacerlo veo los enormes moretones que manchan mis pálidas piernas. Después me saco el brassier por debajo de la camiseta.

—¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? ¿Quieres que te traiga algo de comer o de beber? —Él pobre se desvive en atenciones, se ve preocupado y sé que solo quiere hacerme sentir bien.

Solo niego con la cabeza, me acuesto de lado y abrazo mis piernas.

—¿Tienes frío? ¿Necesitas otra frazada? —Sigo sin poder hablar, niego de nuevo con la cabeza y escondo mi rostro en la almohada, después oigo que tocan a la puerta.

—Debe ser Patrick, iré a abrirle —dice él antes de bajar corriendo las escaleras.

—Pasa, gracias por venir tan pronto. —Lo escucho decir al abrir la puerta.

—¿Donde está ella? —pregunta su amigo.

—En mi habitación.

—¿En tu habitación? Va en serio la cosa. ¿Eh? —Y sin querer, escucho todo lo que hablan.

—Sí, además ella está mal, necesita cuidados —responde Sebastian.

¿Qué significa eso? ¿Qué me trajo a su habitación solo porque me tiene lástima? 

—¿Ya te dijo si la violaron?

—Ella asegura que no.

—Solo espero que no esté mintiendo porque tema que la rechaces por eso —comenta el médico.

—No, no lo creo, además jamás la abandonaría por algo así, al contrario —declara Sebastian con voz firme.

Sofoco mis sollozos en la almohada. Si supiera que si me violaron, no hoy, pero si hace tres años.

—¿Cuál es su nombre?

—Mila, Mila Davis.

—¿La niña de oro del ballet?

—Ya no es una niña, pero sí, es ella. —Ellos hablan de mí, mientras suben las escaleras. Yo, al oír que se acercan me incorporo y limpio mis lágrimas.

Los dos entran a la habitación y Sebastian viene a mi lado y besa mi sien.

—Pequeña, él es Patrick, un amigo. Él es médico y revisará tus heridas —me presenta Sebastian a su amigo, yo lo saludo con un movimiento de cabeza.

—Hola Mila. ¿Puedes decirnos quien te hizo esto? —me saluda el amigo de Sebastian, yo niego con la cabeza.

—Mila, por favor, dinos quién te lastimó de esta manera —me suplica Sebastian con desesperación en la mirada.

Yo solo cubro mi rostro y niego con la cabeza, me avergüenza decirle que fue mi madre, quien me lastimó.

Él médico se sienta en la cama y abre su maletín con todos sus instrumentos de doctor.

—Mila tengo que revisarte, necesitaré que te descubras los brazos y las piernas para asegurarnos que no tengas fracturas. —Yo levanto las mangas de la camiseta, no me cuesta trabajo porque me queda muy grande. Él me revisa por todos lados, revisa mis brazos, mis piernas, mi abdomen y mi espalda, encontrando múltiples y grandes hematomas, hasta la palma donde encuentra la herida.

—¿Duele?

—Un poco.

—Tienes algunos hematomas en la espalda y en la cadera. No creo que haya fractura, pero si sientes mucho dolor será necesario ordenar rayos x —me informa—. Mila. ¿Cuantos años tienes? –pregunta el médico.

—19 —respondo, con voz apenas audible.

—Mila, necesitaré cocer tu herida. Dolerá un poco —me informa el joven doctor, mientras limpia sus manos con desinfectante y se pone guantes de latex—. Sebastian por favor trae una toalla limpia. —le pide y él entra al vestidor—. ¿Con que te cortaste? —me pregunta, mientras me toma la presión y toma mi temperatura con un aparato que apenas toca mi frente. 

—Con un vidrio —musito. 

—Mila, necesito que me digas si te atacaron sexualmente —indaga, yo niego con la cabeza—. Mila, es importarte que me lo digas para prevenir un embarazo no deseado o alguna enfermedad de transmisión sexual —insiste.

—¡No! No me violó... —le grito angustiada, para dejarle claro que no fue así y no insista más—. Solo, solo... —titubeo desesperada— Solo me tocó con sus sucias manos —declaro sintiéndome humillada. El médico cavila mi repuesta y asiente con la cabeza. 

Sebastian regresa con la toalla y yo cubro de nuevo mi rostro avergonzada, él viene a mi lado y me abraza.

—Tranquila pequeña, ya estás a salvo —me susurra, acariciando mi cabello.

—Mila, necesito tu mano para desinfectar la herida. —Se la entregó, Patrick toma la toalla, y la pone bajo mi mano—. Sebastian ve a lavarte las manos para que me ayudes —le indica a Sebastian y él va al baño. Un minuto después regresa y se le ve inquieto, y pensativo.

El médico se cambia los guantes y la da indicaciones a Sebastian. Él le pasa gasa y una solución color ámbar y talla mi herida.

Duele, mucho, así que prefiero cerrar los ojos para no ver lo que me hace y muerdo mis labios para no gritar.

—No traigo anestesia, así que tendrás que aguantarte un poco el dolor. Prometo hacerlo rápido.  —Yo asiento, estoy segura que esto no dolerá nada comparado con todo lo que he pasado.

Cose la herida con varios puntos y cada sutura, es un suplicio, pero contengo las lágrimas y sofoco los quejidos.

—Listo, terminé —dice cubriendo la herida con una gasa y vendando mi mano. Después limpia una herida de mi pómulo y otro en el labio y revisa mi ojo izquierdo con una pequeña linterna.

—Tienes un gran hematoma en el ojo. ¿Duele? —Niego—. Mila, creo que deberías denunciar a quien te hizo esto —sugiere Patrick.

—¿De verdad cree que sirva de algo que los denuncie? Es su palabra contra la mía y no tengo testigos que avalen mi versión —le explico, él médico asiente dándome la razón, pero de reojo veo a Sebastian negar y mirándome con desaprobación.

—Está bien, no insistiré. Por favor trata de descansar, le dejaré a Sebastian algunos medicamentos para que no se te infecte la herida y para que puedas descansar. Creo que deberías hablar con un psicólogo sobre tu ataque. Después de una experiencia como la que pasaste, las víctimas sufren de pesadillas y ataques de ansiedad, que les hacen revivir una y otra vez la traumática experiencia.

—Lo sé —digo en un susurro. Sé bien, lo que estos abusos te marcan la vida.

Me recuesto de lado, haciéndome un ovillo y me obligo a no llorar más.

Patrick va hacia la escalera, Sebastian va tras él, quien le da indicaciones en voz baja, pero de todas formas escucho lo que dicen.

—¿Ella estará bien? —pregunta Sebastian preocupado.

—Físicamente, en unos cinco días estará bien, yo me preocuparía más por el trauma que vienen con estos abusos. Por lo pronto te dejaré estos medicamentos para desinflamar sus golpes y para tranquilizarla —comenta el doctor—. Quiero que le des este medicamento cuando tenga dolor. Sería buena idea que se dé un baño con agua caliente para subir su temperatura que está muy baja. Es una suerte que no tenga hipotermia, trata que este bien arropada, después le darás estas gotas para que pueda dormir y que trate de descansar lo más que pueda —indica—. Sebastian, Mila es una chica muy valiente, pero ninguna mujer debería pasar por algo como esto, creo que deberías averiguar quién la lastimó para que puedas protegerla. Por el tipo de golpes, casi podría asegurarte que se trata de violencia doméstica. ¿Sabes si su padre bebe o es violento?

—No, su padre no vive con ella. Pero tengo una idea de quien le hizo esto. —Sus voces cada vez son menos claras conforme se alejan.

Cubro mi rostro con la almohada, no quiero escuchar más, me niego a que esto siga lastimándome. Hubiera preferido que Sebastian jamás me viera así, tan rota. Seguro ya se dio cuenta que soy un problema andante, ya se dio cuenta de cuantos demonios me persiguen y preferirá no tener más complicaciones. Por eso terminó conmigo, porque siempre estoy llorando, porque siempre estoy triste y deprimida.

Ya no quiero llorar más, tengo que ser fuerte, quiero serlo y a Sebastian, tengo que demostrarle que no necesito de nadie. Aunque a él lo necesite tanto como al aire que respiro, pero no quiero que me vea más como una niña llorona. Quiero que me vea como a una mujer fuerte y valiente.

Sebastian regresa a la habitación, viene junto a mí, se recuesta detrás de mí y me abraza, apenas lo hace estoy llorando de nuevo, pero limpio mis lágrimas disimuladamente para que él no me vea llorar más. No entiendo porque no puedo parar de llorar, porque no puedo controlar mi histeria. Tal vez porque no soy tan valiente como quisiera.

—Mila, dime quién te hizo esto. Por qué te juro que voy a ir a darle una lección y le dejaré claro que lo mataré si vuelve a ponerte un dedo encima. —Niego de nuevo, no quiero que se meta en problemas por mi culpa—. Ok, esperaré a que tú quieras contarme —respeta mi decisión—. Patrick recomendó un baño de agua caliente, para subir tu temperatura. ¿Quieres que te llene la bañera o prefieres una rápida ducha? —me pregunta y en realidad no prefiero ninguna de las dos opciones, solo quiero dormir y no saber nada más de nada, ni de nadie. Así que me decido por la rápida ducha.

—La ducha estará bien.

—Bien, iré a regular la temperatura del agua. ¿Necesitas ayuda para desvestirte? —Lo miro alarmada, pero él de verdad se ve preocupado. Niego con la mirada baja.

Me ayuda a ponerme de pie, me lleva hacia el baño, me sienta sobre la tapa del inodoro y va abrir la regadera. Sale del baño y unos segundos después regresa con ropa limpia para mí. Revisa de nuevo la temperatura del agua y después se hinca frente a mí y acaricia mi mejilla.

—Estaré afuera, si necesitas ayuda o te sientes mal, por favor llámame. —Asiento mirando sus hermosos ojos que están llenos de remordimientos, sé que en el fondo se siente culpable. Yo también acaricio su mejilla con dulzura como muestra de mi infinito agradecimiento, por todo lo hace por mí. No se lo digo con palabras, pero se lo hago saber con la mirada y de la misma forma me responde, con una mirada colmada de ternura. Cuando se da cuenta que no diré más, se levanta, besa mi cabello y sale del baño.

Así sentada comienzo a desvestirme muy lentamente y cada movimiento que hago, despierta un nuevo dolor. Voy frente al espejo y observo con horror mi lastimado cuerpo, que se sacude cuando tapo mi boca tratando de callar mis sollozos y grandes lágrimas ruedan por mis mejillas al ver cómo me maltrató mi madre.

Mi cabello es un gran desastre, mi cara tiene un gran moretón en un ojo, y otros más en mis mejillas, uno más grande que otro. Mi pómulo tiene una pequeña herida, al igual que mi labio superior. Mis brazos tienen marcados los dedos de mi madre, y mis muñecas los agarres de Raúl. Mi cadera, mis piernas y mis glúteos no son la excepción y están marcados con grandes moretones, a causa de los puntapiés que me propinó mi madre. Entro a la regadera y me baño sin ser consiente de lo que hago, en mi cabeza solo repasan escenas de lo que me hizo Fabienne, aquella noche en París y que se mezclan con lo que Raúl intentó hacerme, junto con los maltratos de mi madre. Las lágrimas no paran de salir de mis ojos pero se confunden con el agua de la regadera.

La voz de Sebastian me regresa de vuelta a su baño, en el que ahora estoy a salvo.

—Mila. ¿Estás bien? Ya tardaste mucho. —Tomo un fuerte respiro antes de responderle.

—Estoy bien, salgo en unos minutos —le contesto después de cerrar los grifos.

Me cubro con una toalla y con otra seco mi cabello. Me visto y regreso frente al espejo, para ver si se nota mucho que he llorado y por supuesto que es evidente que lo he hecho. Mi nariz está enrojecida al igual que mis ojos.

Los lavo con suficiente agua fría, tratando de aliviar la irritación, después desenredo mi cabello con el peine de Sebastian.

Salgo y él me espera sentado en la cama con su mirada angustiada.

—Ven —dice tomando mi mano y me dirige de vuelta a la cama.

Me ofrece unos medicamentos y un vaso de agua, yo las tomo y él me quita el vaso de las manos, y lo pone sobre la mesa de noche.

—Sigues helada, espera. —Va al vestidor y segundos después regresa con unos calcetines, me los pone y me cubre con los edredones—. ¿Mejor? —pregunta.

¿Estoy mejor? No, no lo estoy, pero no se lo digo, solo me limito a asentir.

Viene del otro lado de la cama y se recuesta frente a mí, lo hace vestido y sin meterse bajo las cobijas. Me observa melancólico, retira mi cabello de mi rostro pasándolo por detrás de mis orejas.

—Como quisiera haberte podido evitar todo esto dolor, mi pequeña Mila —dice acariciando con mucho cuidado mi rostro, después besa cada uno de los golpes de mi rostro con tanta ternura, que mis ojos de nuevo amenazan con llorar.

Quiero gritar, quiero sollozar todo el dolor que siento dentro, quiero derramar todas las lágrimas hasta que no haya más que llorar, pero me contengo tanto como puedo y solo una lágrima logra escapar de mis ojos.

El cielo de su mirada también se llena de lágrimas, pero el limpia mi lágrima y después me abraza con fuerza contra su pecho. Una vez más contengo los sollozos, no me permito llorar más frente a Sebastian, pero siento un enorme nudo en mi garganta que amenaza con ahogarme.

Cierro mis ojos para obligarme a dormir, él acaricia mi cabello y como siempre ha sido, me siento tan segura en sus brazos y siento tanta paz, que poco después me quedo dormida.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top