Capítulo 31

Decido ir a buscar a Sebastian, tenemos que hablar esto no puede quedarse así. Su apartamento no es muy lejos, así decido ir caminado, pero hacerlo en tacones lo hace realmente una tortura. Cuando entro a su edificio, me quito las zapatillas y decido subir las escaleras descalza. Toco a su puerta pero no me abre, sé que esta ahí, se ve luz y la música de Love Song de Adele suena a todo volumen. Insisto de nuevo.

—Sebastian, por favor ábreme —suplico.

Segundos después él abre la puerta y luce derrotado, ya no lleva el saco y el nudo de la corbata esta suelto, y tiene un vaso con líquido ámbar en la mano. Su departamento esta alumbrado por decenas de velas y pétalos de rosas rojas. La mesa esta puesta muy elegantemente, con candelabros y flores. Lo miro todo sorprendida, él me tenía preparada una cena romántica y yo lo dejé plantado.

—¿Puedo pasar? —pregunto.

No responde, pero me indica con la mano que pase evidenciando sarcasmo en su amabilidad.

—Perdóname, nunca debí aceptar ir a la recepción... —Apenas doy dos pasos dentro, él me interrumpe.

—¿Sabes Mila? —dice con tono mordaz—. Desde que te vi en ese vestido morí de celos, sabia que los hombres no te quitarían la vista de encima y no me equivoqué —continúa mirándome con desaprobación —. Te paseaste por todo el salón provocándolos, todos te comían con la mirada y yo tuve que aguantarme viendo como todos intentaban tocarte, como te echaban miradas lascivas, como te abrazaban y tú. ¡Tú se los permitiste! —dice resaltando y subiendo la voz en la última frase.

Irremediablemente me rompe el corazón y siento que me golpean en el estómago dejándome sin aire. Súbitamente, lágrimas brotan de mis ojos. Duele tanto lo que me dice que ni si quiera lo miro, tengo la mirada baja, me avergüenza saber que provoco a los hombres; me siento sucia.

Doy media vuelta y camino hacia la puerta.

—Lo siento, no era mi intención hacerlo, nunca lo ha sido —digo en un susurro.

Sebastian me observa sin entender lo que digo.

—¿Qué? Mila... Mi... —titubea —. ¡Mila espera!

No me detengo, bajo las escaleras corriendo, salgo a la calle y miro a ambos lados sin saber adonde ir. Las lágrimas no dejan de salir y el cúmulo de sentimientos provocan un enorme nudo en mi garganta doliendo al respirar. Camino descalza con las zapatillas en la mano, poco después las suelto y las dejo tiradas en la calle. Apenas llego a la esquina, no puedo contenerme más, me recargo en la pared, cubro mi rostro con ambas manos y lloró amargamente. Me siento en la banqueta, seguramente el vestido se arruinará, pero no me importa, de todas formas pensaba tirarlo a la basura.

—¡¿Dios que hecho?! —digo en voz alta.

Ni siquiera entiendo que fue lo que hice para merecer su desprecio, para merecer todo lo que me ha pasado. Cubro mi rostro y lloro sin control, sacudiéndome por los sollozos. Segundos después, Sebastian está frente a mí y me toma de las manos.

—¿Mila? —me habla con voz suave, mientras retira mi cabello de la cara.

No lo miro, no puedo.

—Perdóname pequeña, me porté como un idiota —suplica—. ¡Dios Mila! ¿Qué te he hecho? —dice tomando mi rostro en sus manos y limpiando mis lágrimas con sus pulgares.

—Perdóname tú a mí, yo no te merezco —chillo cubriendo mi rostro.

—No, no, no Mila, no digas eso. Soy yo quien no te merece. Perdóname por favor, los celos me volvieron loco y me hicieron decir estupideces. —Sebastian me pide perdón pero no puedo parar de llorar, por fin alguien me echa la verdad en la cara, por fin alguien me confirma lo que ya sabia. Yo tuve la culpa de lo que Fabienne me hizo, yo lo provoqué y hoy más que nunca me siento una basura, una cualquiera, me doy asco yo misma.
De pronto fuertes arcadas me hacen hincarme e ir a vomitar en la calle.

—Mila, pequeña —me dice Sebastian mientras, me recoge el cabello y acaricia mi espalda. Solo vomito bilis, no tengo nada que vomitar pues no he comido nada en todo el día.

Cuando termino me siento de nuevo en el suelo, mientras me limpio la boca con el dorso de la mano.

—¿Estás mejor?

Niego sin mirarlo. No, no estoy mejor, a veces creo que nunca lo estaré.

Él me levanta en sus brazos y me lleva de vuelta a su departamento. Pero yo no quiero ir con él, no quiero que me siga viendo con desprecio, no quiero ir con Sebastian porque me siento indigna de él.

--No, no, no, no —le suplico.

—¿No que? ¿Qué pasa Mila?

—Bájame por favor, déjame ir, quiero irme de aquí. —Sigo rogando.

—No Mila, por favor no te vayas así, perdóname no debí hablarte de esa manera.

—Yo me lo merezco, por eso no quiero que me veas.

—No Mila, no mereces que nadie te trate así, por favor pequeña perdóname —dice arrepentido.

No digo más, solo me aferro a su cuello, escondo mi rostro sobre su pecho y dejo que me lleve a su departamento. Cuándo entramos me lleva hasta el sofá y me recuesta.

—Estas helada, ahora vuelvo.

Me acurruco en el sofá y un minuto después él regresa con una toalla húmeda, y una frazada. Me cubre y con mucho cuidado limpia mi rostro mientras me mira fijamente, pero yo evado su mirada.

—Mila, pequeña mírame. —Toma mi rostro con sus dos manos —. Te lo ruego, no estés enojada conmigo.

Bajo la mirada, pero niego con la cabeza.

—No estoy enojada contigo, estoy enojada conmigo y créeme, nunca ha sido mi intención provocar a ningún hombre.

—No, no, no pequeña. No me pidas perdón, nada de esto fue tu culpa. Yo me volví loco de celos, tú no hiciste nada malo. —Besa mi frente con dulzura y prosigue —. Escúchame Mila, nunca. ¿Me oíste? Nunca dejes que nadie te trate de la forma en la que yo te traté, ni siquiera yo y mucho menos te culpes por algo que no hiciste. ¿Entendiste? —Asiento con la cabeza pero sigo sin mirarlo—. Mila mírame por favor —me exige.

Yo sigo con la cabeza baja, pero Sebastian levanta mi rostro con sus dos manos.

—Por favor perdóname pequeña. —Vuelvo a asentir, pero sigo sin poder decir palabra—. Mila, dime que me perdonas —me ruega.

—Te perdono —le digo con voz apenas audible, él besa mis labios con pequeños toques que anhelo con ansia y disfruto con los ojos cerrados.

—Espera aquí, te traeré algo de comer.

—No tengo hambre.

—Entonces te traeré un té para que entres en calor. —Besa mi frente y va a la cocina.

Mientras me quedo pensativa con la mirada perdida. ¿Qué pienso? Que no quiero estar aquí, pero le prometí a Sebastian que no volvería huir. Pienso en que es lo que hago para provocar los hombres, que hice para que Sebastian me hablara así. Yo ni siquiera miro a otros chicos, prácticamente no hablo con ellos, si acaso un amable saludo eso es todo.

—¿Qué piensas? —Sebastian regresa con un té en las manos, me lo entrega y me incita a darle un sorbo.

—Nada —niego.

—¿No prefieres descansar en mi habitación?

—No, será mejor que me vaya, es tarde —digo incorporándome.

—Quédate, por favor pequeña no te vayas —me pide y lo miro asustada—. No, no te preocupes solo quiero que durmamos juntos, solo dormir, no haremos nada más. Claro a menos que tú quieras —me aclara, yo niego angustiada.

Obviamente todavía no estoy lista para nada más, pero... ¿Podré algún día entregarme a Sebastian por completo? La pregunta queda dando vueltas en mi cabeza.

—¿Qué dices Mila, te quedaras conmigo? —insiste.

Él sabe que no puedo usar de pretexto a mi madre y a Sasha, porque yo misma le conté que mi madre me pidió que me quedara con alguna amiga porque tendría fiesta en casa y Sasha fue a dormir con papá. Apenas asiento con la cabeza, él me abraza impulsivamente y besa emocionado mi sien.

—Será genial despertar a tu lado —dice entusiasmado.

—No creo que cuando me veas con el cabello hecho un desastre y con aliento a dragón pienses lo mismo.

—Tú eres hermosa de todas formas —expresa con una gran sonrisa.

Por supuesto no le creo, pero forzo una pequeña sonrisa. Aunque la Dra. Linda asegura que soy hermosa y que es mi baja autoestima la que evita que vea la realidad, sigo sin poder creerlo.

—Anda ven a cenar conmigo, te preparé mi especialidad. ¿No me harás el desairé, cierto?

—¿Tu especialidad? ¿Lasagne? —pregunto gratamente sorprendida y se me hace agua la boca. Él asiente emocionado.

—Quería sorprenderte con una cena romántica, pero lo eché todo a perder. Anda ven a la mesa —dice ofreciéndome su mano.

—Ok, solo espera a que vaya arreglarme un poco al baño —digo tomando su mano.

Sebastian asiente y me ayuda a ponerme de pie, él va hacia cocina y yo hacia el baño.

Me miro al espejo y confirmó que soy un completo desastre, el maquillaje mancha mi rostro, grandes lágrimas negras dibujan mis mejillas y mi cabello es un caos.

Lavo mi rostro, peino mi cabello, cambio mi ropa por la que traigo en la mochila y que pensaba ponerme originalmente y salgo del baño.

Sebastian ya me espera junto a la mesa, con la cena servida y con la silla abierta para que yo me siente.

Sebastian de nuevo se muestra atento y caballeroso, yo me esfuerzo por sonreír y olvidar el incidente que pasamos momentos antes. Me sirve refresco de manzana en una copa y levanta la suya para chocarla con la mía.

—Por el éxito de esta noche, por tu éxito mi pequeña bailarina. —Brinda y pienso que de exitosa no tuvo nada, al menos no para mí, pero me obligó a sonreír y choco mi copa con la suya.

—Salud —decimos los dos.

—De verdad Mila, estuviste magistral, excelente actuación. Tenias al público llorando emocionados —afirma con emoción.

—¡Gracias! —agradezco sus cumplidos pero no me siento halagada.

Llevo mi vista a mi plato e inicio con mi lucha diaria, batiendo la comida, comiendo pequeños bocados y masticándolos por largo tiempo.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta la cena?

—Sí, sí me gusta, está deliciosa —diciendo esto, regreso a mi cena.

Ninguno de los dos dice más, pero siento que él me observa fijamente. Suspira pesadamente y después él también regresa a su plato.

Cenamos en silencio, él termina antes y me mira por un largo rato antes de atreverse a hablar.

—Mila... ¿Sigues molesta conmigo? —pregunta, yo niego con la cabeza.

Y es verdad no estoy molesta, pero no puedo decirle que tengo un problema con la comida.

—Estas muy callada. ¿Te pasa algo? —insiste.

Empiezo a ponerme ansiosa, necesito sacar todo fuera, necesito hacer tiempo, pensar en como salir de aquí sin volver a ponerme como una loca.

—Solo estoy algo cansada, eso es todo.

—¿Quieres ir a la recamara? —No puedo evitar tensarme con su pregunta, no puedo olvidar la ultima vez que estuve con él en su habitación y lo trastornada que me puse. Así que trato de retrasarlo lo más posible.

—No todavía. Yo lavaré los platos, tú ya hiciste la cena —digo poniéndome de pie y recojo los platos.

—¡Oh no! Tú eres mi invitada. —Él también se pone de pie y me quita los platos de las manos.

—Gracias por todo lo que preparaste para mī, y siento mucho que no haya salido como esperabas, de verdad lo aprecio —digo muy seria.

Él hace un gesto doloroso, pero después me sonríe dulcemente.

—Anda ve descansar, yo recogeré todo.

—¿Puedo usar tu baño?

—Por supuesto.

Él va a la cocina y yo voy al baño a toda prisa, cierro con seguro y me inclino frente al inodoro a vaciar el estómago  a sacar fuera todos mis miedos e inseguridades.

Al terminar de devolverlo todo, lavo mi rostro y mis dientes. Me miro en el espejo y con repulsión, veo lo gorda y horrorosa que estoy.

Al salir, voy hacia la cocina y me siento en la encimera de mármol, junto donde Sebastian lava los platos.

—¿De verdad no quieres que te ayude? —ofrezco.

—Me ayudas, acompañándome —dice con una sensual sonrisa.

Él va y viene por toda la cocina y yo lo observo en silencio.

—Mila, dentro de quince días tengo que viajar a Chicago y me gustaría que me acompañes. ¿Qué dices, te gustaría? —menciona con mirada arrepentida.

Vuelvo a tensarme, la idea de quedarme a solas con él, sigue atemorizándome, pero esta vez tengo un excelente pretexto.

—No puedo, viajaré con la compañía a Australia —le anunció.

Él frunce el ceño.

—¿Así? No me habías dicho nada —Se para frente a mi y se cruza de brazos.

—Peter se acaba de comprometer con los australianos en el coctel —le informo.

Asiente pensativo, pero su rostro muestra molestia.

—El hombre que te abrazó y al que le permitiste que te tocara. ¿Es uno de ellos? —me cuestiona con una ceja levantada y observándome de forma inquisitiva.

De pronto, algo se enciende dentro de mí, siento la sangre correr como lava ardiendo y me siento a punto de erupción; me bajo de la encimera de un salto.

—¿Sabes que? Tienes razón, no debo permitirle a nadie que me trate como me tratas tú —le aclaró —. Eres... Eres... ¡Eres increíble, grrrr! —gruño exasperada.

Voy al sofá por mi bolso, él me mira desde la cocina.

—Me echas en cara que dejé que me toquen y tú dejaste que Theresa te tocara y no solo eso, también que te besara, aun sabiendo todo lo que ha hecho para lastimarme —le grito molesta y voy hacia la puerta.

—Mila, espera. —Me giro a enfrentarlo antes de salir de su departamento.

—No Sebastian, puedo entender que te moleste que otros hombre me toquen, pero yo no he hecho nada malo, ahora lo entiendo. ¿Pero si esta bien que Theresa te toque a ti y tú sí se lo permitas? —lo cuestiono.

No me responde, solo baja la mirada. Niego molesta, doy media vuelta y salgo de su departamento azotando la puerta detrás de mí.

Bajo corriendo las escaleras, oigo sus pasos detrás de mí, detengo un taxi apenas salgo del edificio y le pido que me lleve a casa. Cuando llego me doy cuenta que en casa la fiesta que mi madre organizó, sigue y no quiero entrar.

Voy a la estación del metro, está completamente solo y comienzo a ponerme nerviosa, pero aún así subo al tren con rumbo a Coney Island. Por suerte el trayecto lo hago completamente a solas, solo se sube, un par de parejas que parecen venir de fiesta porque están muy alegres, pero afortunadamente no se meten conmigo y se bajan mucho antes de llegar a mi destino.

Cuando llego a Coney Island, todavía hay bastante gente en el lugar. Camino a toda prisa hacia el muelle, tratando de pasar desapercibida entre la gente. Voy hasta el fondo del muelle y me siento junto a un poste tratando de ser lo menos visible posible y mis pensamientos se enredan más en mi cabeza, mientras mi mirada se pierde en el reflejo de la luna sobre el mar.

El sol hace su aparición en el horizonte, pintando de hermosos colores el paisaje y mi vista esta absorta en el maravilloso espectáculo que nos ofrece el universo. La brisa marina acariciando mis sentidos, el suave aire agitando mi cabello y el escandaloso canto de las gaviotas completan el cuadro de este hermoso amanecer. Recuerdo el dicho que dice: "Cuanto más oscura parece la noche, más cerca está el amanecer", y me pregunto si alguna vez dejará de haber tanta oscuridad en mi vida y por fin amanecerá.

El frío cala mis huesos, pero es el cansancio el que me hace estremecer, tengo que sostenerme de la baranda para no rendirme al sueño.

Hoy es sábado, Peter nos dio el día libre por la mañana, aunque por la tarde tenemos dos presentaciones. Pero yo necesito bailar, así que voy a casa a cambiarme de ropa para ir la escuela de baile. Cuando entro, todavía hay evidencias de la fiesta que hubo anoche, copas, platos sucios adornan toda la planta baja. Subo corriendo y voy directo a mi habitación, cuando entro, me encuentro a Raúl ahí, esculcando mis cosas, doy un paso atrás, pero después decido enfrentarlo.

—¿Se te perdió algo? —digo con ironía.

Él se sobresalta al saberse sorprendido, pero después me sonríe malicioso.

—Solo quiero un recuerdo tuyo —dice sacando una de mis bragas deportivas de su bolsillo y llevándoselos a la nariz—. Ayer te veías tan deliciosa en ese vestido blanco que no he podido de dejar de pensar en ti desde entonces y en las ganas que tengo de hacerte mía

No puedo evitar ponerme a temblar, pero trato de no mostrarle temor.

—Eres un enfermo, fuera de mi cuarto si no quieres que empiece a gritar —lo amenazo.

Le arrebato mis bragas y señalo hacia la salida, pero él no teme a mis amenazas y se acerca a mí, él avanza y yo retrocedo.

—Puedes gritar cuanto quieras, tu madre esta desmayada de borracha —dice acariciando mi mejilla y pasando su nariz por mi cuello.

—¡No me toques! —le grito.

Lo empujo, pero él me toma de los brazos e intenta besarme a la fuerza. Yo lucho con todas mis fuerzas, Raúl me arroja a la cama, pero logro escabullirme antes de que se me eche encima. Tomo la lámpara de mi buró y amenazó con quebrársela en la cabeza.

—Fuera de aquí si no quieres que te parta la cabeza en dos —le grito histérica.

—Mila, Mila... —dice con sarcasmo—. Tarde o temprano te haré mía. ¿Por qué tienes que hacer las cosas tan difíciles? —dice en tono amenazante.

—Nunca. ¿Me escuchas? Nunca seré tuya —le grito con todas mis fuerzas, al tiempo que le arrojó la lampara, pero él logra esquivarla.

Tomo el atizador de mi chimenea y vuelvo a amenazarlo con golpearlo con el.

—Tranquila, ya me voy —dice retrocediendo hacia la puerta—. Ya habrá otra oportunidad de encontramos solos de nuevo —agrega antes de salir.

Levanto el atizador, amenazándolo con golpearlo.

—¡Fuera! —grito con todas mis fuerzas.

Él sale y yo corro a cerrar la puerta, la aseguró y me recargo aliviada en ella. ¡Dios! No sé a que horas se me ocurrió ponerme ese vestido.

Cuando logro calmar mi acelerado corazón, voy a la ducha y me doy un rápido baño, me visto con mi ropa de ballet, preparo mi bolso y salgo con el atizador en la mano por si vuelvo a toparme a Raúl; para mi suerte eso no ocurre.

En el tren me percato que no cargué mi celular y regresar por el cargador no es una opción, no con Raúl rondando por ahí y con mi madre en coma etílico.

Llego a la escuela y voy directo hacia el salón, no hay nadie, así que pongo la música y bailo por horas, hasta que me siento mareada. Me sostengo de la barra para no caerme y tomo aire.

—¿Mila, que haces aquí? —La voz de Jonathan me sorprende.

—Ensayando —respondo tratando de no titubear.

—En dos horas tienes que estar en el teatro. Debiste quedarte en casa a descansar —me riñe.

—En casa me volvería loca.

—No te ves bien, estas pálida. ¿Estás segura que estás bien? —Viene hacia a mí, yo me siento en el piso antes de caerme y empiezo a quitarme las zapatillas. Jonathan toca mi mejilla.

—Estás helada. ¿Ya comiste? —me cuestiona.

—No, pero ahora lo haré —respondo con firmeza.

Él asiente preocupado.

—Esta bien, te veo en el teatro —dice antes de salir del salón.

Ahora la que asiente soy yo, recojo mis cosas y regreso a casa.

Al llegar tomo el atizador que deje escondido en la entrada de la casa y voy hasta mi habitación, al parecer no hay nadie porque no se escucha nada.

Voy directo a la regadera y me doy un largo baño, cuando salgo voy directo a mi bolso a buscar mi celular para ponerlo a cargar. Lo conecto y voy al vestidor a escoger mi ropa, me visto, cepillo mi cabello, de pronto mi celular vibra incesantemente. Lo reviso, tengo varios mensajes de Sebastian, de Sara, de Jason y de Olivia. Los cuatro me preguntan donde estoy y si estoy bien, pero aparte Sebastian me pide que hablemos, que quiere verme. A mis amigos les contesto que me quede sin pila y que nos vemos en el teatro, enseguida recibo un mensaje de Sara:

—¿Donde te has metido? Sebastian esta vuelto loco buscándote —me pregunta.

—Estuve ensayando —respondo sin dar más explicaciones.

—¡Por Dios Mila! —me regaña.

No quiero escuchar más sus sermones, no quiero que me diga algo que ya sé y que no puedo afrontar todavía.

—Sara, luego hablamos, estoy atrasada y no me he bañado —miento.

—Ok —acepta.

A Sebastian intento responderle, escribo varios mensajes para después borrarlos, pero no sé que decirle así que me abstengo de hacerlo.

Poco después estoy en el teatro, esperando que la estilista llegue a maquillarme y peinarme. Camino de un lado otro por todo el camerino, pensando en Sebastian y en cómo enfrentar todos mis miedos y una vez más me siento mareada, empiezo a sudar frío, y la vista se me torna borrosa. Me sostengo de la silla, pero eso no impide que caiga al suelo desmayada.

—Señorita Mila, reaccione. —La voz de Giselle, la maquillista me despierta—. Iré por ayuda. —Abro los ojos y niego.

—No Giselle, ya estoy bien. Solo dame un poco de agua —le pido.

Ella se levanta y va por mi botella de agua y me la acerca a la boca, tomo unos sorbos.

—Debe revisarla un médico.

—De verdad, ya me siento bien —digo tratando de incorporarme, pero sigo sintiéndome mareada.

—Será mejor que le avise a Peter y le diga que no puede bailar.

—Por favor Giselle, no lo hagas. No quiero preocupar a nadie —le pido.

La joven mujer esta hincada a mi lado echándome aire con una hoja de papel.

—Yo la sigo viendo muy pálida. ¿Está segura que no quiere que llame al médico? —me pregunta preocupada.

—Estoy segura Giselle, lo que si podrías hacer es conseguirme algún jugo de frutas o una barra energética, es que no tuve tiempo de comer. ¿Podrías hacerme ese favor? —le pido forzando una sonrisa.

—Por supuesto que sí, pero primero la dejaré descansando en el sofá —dice ayudándome a ponerme de pie, pasa mi brazo por encima de sus hombros y me lleva hasta el sofá, me recuesta y después sale del camerino a toda prisa.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top