Capitulo 29
Voy camino a la escuela con una gran sonrisa en los labios. Ayer pasé un día maravilloso con Sebastian que me llevó Overpeck County Park; un lugar hermoso muy cerca de la ciudad y del que jamás había oído hablar. Overpeck County es un parque, con un gran lago como protagonista, pero lo mejor es el ambiente que se vive ahí; familias compartiendo barbacoas, carreras de regatas, juegos de fútbol, música en vivo, renta de kayaks, un parque de perros y todo en perfecta armonía con la naturaleza.
Sebastian rentó un kayak para los dos y me enseñó a remar, después lo invitaron a jugar fútbol, mientras disfruté de verlo y de echarle porras desde fuera de la cancha. Más tarde una familia nos compartió de su comida y Sebastian se ofreció a pagarles, pero ellos no aceptaron. Resultaron ser aficionados al ballet y al reconocerme se dijeron halagados de que Mila Davis compartiera comida con ellos. Nunca me ha gustado que la gente me reconozca, pero esta vez fue diferente, no me sentí avergonzada o intimidada, me sentí agradecida por su cariño, por su amabilidad y por supuesto no faltaron las fotos con la pequeña de la familia que me pidió un autógrafo. Después, Sebastian rentó un caballo para los dos porque montar yo sola me fue imposible, pero al menos accedí a montar así que me llevó delante de él rodeándome con sus brazos. Otro miedo superado y otra primera vez realmente especial, y emocionante. Al final del día caminamos por el sendero a la orilla del lago tomados de la mano y besándonos cada que nos antojó.
Apenas tengo un día saliendo con Sebastian y ya me ha hecho los más feliz posible hasta el día de hoy, tanto que siento que me duelen las mejillas de tanto sonreír.
Llego temprano a la escuela, necesito hablar con Linda lo más pronto posible, así que voy decidida a su consultorio.
—¡Hola, buenos días! ¿Está la doctora? —le pregunto a su secretaria, que todavía no me responde, cuando la puerta de su consultorio se abre y me sorprende ver salir a Theresa que evidentemente finge llorar, y la doctora Linda viene detrás de ella.
—Mila, que bueno que llegas, justamente te iba a mandar llamar en este momento —expone Linda con voz ceremoniosa y no entiendo para qué querría la psicóloga mandarme llamar, pero lo que menos entiendo es por qué lo dice frente a Theresa.
Miro a Theresa con desconfianza y ella me dedica una sonrisa maquiavélica.
—Aquí estoy, dígame para que me buscaba —respondo avalentonada.
—Mila, tu compañera asegura que la agrediste en el baño y pide tu expulsión de la compañía —explica la psicóloga mirando a Theresa de forma analítica y yo la miro pasmada—, y Peter me pidió que investigara antes de tomar cartas en el asunto.
Es increíble, ella es la que me agrede y me acusa a mí de haberlo hecho yo. Estoy que echo humo por la boca y con las manos en puños, conteniéndome para no írmele encima.
—Eso no es cierto, ella fue quien me agredió a mí —me defiendo iracunda—, tengo testigos de los golpes y los rasguños que ella me infringió.
—¿Cómo te atreves mojigata? —Theresa intenta golpearme de nuevo, pero Linda la sostiene—. Aprovechas que eres la consentida de los profesores —culpa desdeñosa.
—Pasen a mi consultorio, no querrán dar un espectáculo aquí. ¿No es cierto? —menciona Linda en tono reprobatorio y entramos las tres—. Mila. ¿Quienes son tus testigos? —pregunta la psicóloga.
—Sarah, Jason y Olivia —respondo sin dudar.
—Theresa. ¿Tienes testigos? —le pregunta Linda a Theresa.
—Sí, Maddie Nichols —responde la muy odiosa con insolencia.
Linda escribe los nombres en una hoja y sale a dársela a su secretaria para que los llame.
—¿Cómo te atreves a mentir de esta manera? No puedo creer que seas tan tramposa —enfrento a Theresa apenas sale la Psicóloga.
—Te advertí que no te metieras con Sebastian o me las pagarías —me recuerda con descaro y parece que la doctora está de vuelta antes de lo previsto, porque alcanza a escuchar lo que Theresa dice.
—¿Así que todo este asunto tiene que ver con un chico? —nos cuestiona Linda mirándonos a ambas con incredulidad.
—Ella quiere robarme a mi novio —me acusa Theresa gritándome a la cara.
—Sebastian no es tu novio, tú lo engañaste por eso él te dejó —la desmiento y la muy zorra de nuevo se me va encima e intenta golpearme, pero Linda la detiene y después nos mira a ambas con reprobación. No les aclaro que Sebastian y yo somos novios, no quiero que de nuevo se entrometan entre nosotros, así lo acordamos y así se lo pedimos a nuestros amigos. Minutos después tocan a la puerta y entran, Maddie, Sarah, Olivia y Jason, y los cuatro lucen impresionados de vernos a Theresa y a mí ahí.
—Chicos les agradezco que hayan venido, hay un asunto que quiero aclarar y necesito de su ayuda —les explica Linda y ellos asienten sin entender nada—. Theresa acusa a Mila de que la agredió... —expone la consejera con voz seria y siento tanta impotencia que quiero llorar, pero no lo hago.
—Eso no es cierto, fue Theresa quien golpeó a Mila —la interrumpe Sarah, bastante molesta y Jason, y Olivia secundan lo que ella dice—. Mila salió una noche llorando con varios golpes y rasguños en la cara —atestigua mi amiga y Linda asiente mirando fijamente a Theresa que evade su mirada y se remueve incómoda en la silla.
—¿Maddie? ¿Qué tienes que decir? —la interroga Linda.
—Yo... No sé... Yo no vi nada... —titubea la hermana de Sebastian.
—Claro que viste, si tú estabas con ella. Las dos la amenazaron para que no se acercara a tu hermano, pero es tu hermano quien muere por Mila —argumenta Olivia enojada, creo que nunca la había visto así y Maddie baja la mirada.
—Maddie. ¿Dirás la verdad? —insiste la psicóloga.
—Es cierto, Mila nunca agredió a Theresa, fue al revés —admite Maddie con voz temerosa.
—Cállate, eres una tonta, una traidora —le grita Theresa.
—Solo digo la verdad, yo no quería que la lastimaras. Te lo dije, te advertí que todo esto pasaría —le recuerda Maddie a Theresa—. Yo no la toque, lo juro. Mila por favor diles —me ruega con voz desesperada.
—Es cierto, Maddie no me tocó —confirmo su versión.
—Bien, todo aclarado. Chicos regresen a clases —les dice Linda a Maddie y a mis amigos, que salen del consultorio, no sin antes darme un pequeño apretón en el hombro en muestra de solidaridad— Theresa, irás a la dirección y le dirás la verdad a Peter sino quieres que recomiende tu expulsión y lo mínimo que debes hacer es pedirle una disculpa a tu compañera —le indica Linda a Theresa con voz dura.
—Eso nunca, ella quiere robarme a mi novio —niega enfurecida—. No me arrepiento de haberla lastimado, ella se merece eso y más —afirma con desdén, yo trato de mantenerme serena y fingirme impasible, pero las lágrimas me delatan. Duele lo que Theresa dice, tal vez ella tiene razón y me merezco todo lo que me ha pasado.
—Sal Theresa y ve a la dirección, yo te alcanzo en unos minutos —le ordena Linda con voz firme y Theresa me mira con odio antes de salir del consultorio—. Ahora sí, Mila. ¿Para qué querías verme o era el mismo asunto el que te trae?
—No, a mí no me interesa perjudicar a Theresa —aclaro limpiándome las lágrimas.
—¿Aunque ella si quería perjudicarte a ti? —me cuestiona un tanto curiosa.
—No somos iguales. ¡Gracias a Dios! —menciono con alivio y ella mira de forma analítica.
—¿Dios? ¿Crees en Dios, Mila? —me interroga interesada.
—Sí, claro. —afirmo—. Digo, no voy a mentir, no soy una fiel católica que va misa todos los domingos y que reza todas las noches, pero sí, sí creo que existe un Dios. Mi padre rezaba conmigo todas las noches cuando era una niña y me contaba lindas historias sobre Jesús —evoco con un dejo de nostalgia.
—Me alegra oír eso, me gusta saber que crees en algo. ¡Qué tienes fe! —reafirma y yo la miro intrigada— Si tú crees en algo es porque en el fondo tienes un poco de esperanzas. ¿No crees?
—No lo había pensado, pero creo que tiene razón —reconozco un poco insegura.
—Bien, ahora Mila dime a que debo tu visita.
—Quiero contarle todos mis secretos, quiero contarle todo lo que me atormenta para que me ayude, necesito que lo haga. No quiero tener más miedo, no quiero que esto siga gobernando mi vida —le digo rápidamente sin detenerme a respirar, como si por más rápido termine con esto, más rápido conseguiré sacar a Fabienne de mis pesadillas.
—Qué bueno que te decidiste, pero cuéntame. ¿Qué fue lo que te motivó a hacerlo? —pregunta mirándome atenta.
—Tengo novio, lo amo y él me ama, quiero poder entregarme a él por completo —expongo sin explicar más.
—¿Y que te lo impide? —pregunta y yo bajo la mirada, sé que ella me está forzando para que se lo diga.
—Usted sabe, no soporto que me toquen —digo torciendo mis manos nerviosamente.
—¿Por qué Mila? ¿Por qué no soportas que te toquen? —insiste y ahí están de nuevo las lágrimas. Creí que todo esto sería más fácil, pero me equivoqué, esto duele, duele aquí en el pecho y el solo pensar en ese día hace que me cueste respirar—. ¿Mila? —insiste y yo me pongo de pie; de nuevo quiero huir, de nuevo siento que tendré una ataque de ansiedad. Hiperventilo, estoy temblando, quiero caminar hacia la puerta, pero la doctora me detiene—Mila, por favor siéntate y tranquilízate. Si no quieres decírmelo, no lo hagas, pero no quiero que vuelvas a tener un ataque de ansiedad. —Ella viene por mí y pasando su brazo por mi cintura me lleva hasta el sofá, y se sienta a mi lado—. Bien, respira profundo. Trata de calmarte o tendré que inyectarte un tranquilizante. —Niego, no quiero que me seden y tampoco quiero desmayarme de nuevo. Respiro como la doctora me indica, tomo aire por la nariz y lo saco por la boca. —Muy bien, Mila, sigue respirando. —Lo hago por al menos un minuto más—. ¿Te sientes mejor? —Asiento, pero mi mirada todavía muestra el tormento de aquella noche—. Mila. ¿Quieres contarme o prefieres intentarlo en otra ocasión? —Lo pienso un segundo y por supuesto que no quiero decírselo nunca, pero tengo que hacer esto y mientras más pronto lo haga será mejor.
—Quiero contárselo —digo en un hilo de voz.
—Muy bien, pero antes, respóndeme algo. ¿Tu novio te está presionando para que tengas relaciones con él? —me interroga y yo la miro alarmada.
—¡Oh no! Él sabe de mi miedo a la intimidad y me ha dicho que nunca haremos nada que yo no quiera, Soy yo la que ya no quiere seguir teniendo miedo cada que se me acerque, cada que me toque o que me acaricie. Soy yo la que quiere entregarse por completo —le aseguro.
—Ok, bueno entonces ahora dime que es lo que te lo impide —me confronta con naturalidad.
—Sé que usted lo sabe, que lo intuye. No me haga decírselo por favor —le ruego bajando de nuevo la mirada y las lágrimas regresan.
—Yo no puedo saber que es lo que quieres decirme, tal vez pueda intuirlo, pero puedo equivocarme e intuir algo completamente diferente a lo que de verdad te pasó. Mila necesito que tú me lo digas, entiende que para enfrentar un problema primero tienes que asumirlo —explica con voz serena. Yo cubro mi rostro con impotencia y asiento haciéndole saber que sé que tiene razón, pero los sollozos no se hacen esperar y me inclino hacia delante, pues el estómago duele, después comienzo a mecerme adelante y atrás con ansiedad, y los lamentos no tardan en salir de mi boca.
—Tengo que poder, tengo que hacerlo, quiero hacerlo. Ya se lo dije a Jason, ya lo saben mis amigas, Elizabeth. No entiendo porque me cuesta tanto trabajo contárselo a Linda, tal vez porque sé que me hará enfrentarme a mis más terribles miedos. "Dilo Mila, tienes que hacerlo, dilo con todas sus letras" —me digo a mí misma.
—Mila, sé que puedes hacerlo. ¡Dilo! —me presiona Linda.
—¡Me violaron! ¿Ok? —Me levanto y le grito a la cara, y ella asiente con mirada compasiva. Le doy la espalda, estoy temblando, me abrazo a mí misma mientras repito entre sollozos—. ¡Me violaron! ¡Me violaron! —exclamo desolada, después cierro mis ojos con fuerzas y suspiro pesadamente antes de continuar— Él... ¡Él abusó de mí! Yo no quería que me tocara, se lo dije, le rogué que parara, pero no me escuchó. No importó cuanto le imploré que parara, él no se detuvo... ¡Él me forzó! —relato con voz entrecortada.
De nuevo no puedo respirar. ¡No por favor, otra vez no! Todo se vuelve borroso e intentó sostenerme de algo, no quiero desmayarme, no quiero evadirme de nuevo.
—Mila, por favor respira profundo. Ven, siéntate. —Me dejo conducir por linda hasta el sofá—. Abre los ojos, Mila —ordena, pero no puedo los siento pesados y todavía siento que me falta el aire. Me recuesta en el sillón y la escucho salir—. ¡Rose, háblale al Dr. Williams que venga, es urgente y trae un vaso con agua! ¡Mila, abre los ojos! —vuelve a ordenarme y lo hago con mucho trabajos, pero vuelvo a cerrarlos—. ¡Dios Mila! ¡Cómo te han dañado niña! —exclama con pesar— Toma, Mila, bebe un poco de agua, me ayuda a incorporarme y acerca el vaso a mi boca, doy un pequeño sorbo y abro mis ojos—. Mila mírame —indica y miro sus dulces ojos grises que me ven con lástima—. ¿Estás bien? —Asiento lentamente—. Dios Mila, que susto me has dado —comenta con alivio—. Anda, toma más agua. —Tomo un sorbo más y en eso entra el doctor con su maletín.
—¿Qué pasó? —pregunta el médico alterado.
—Otro ataque de ansiedad, por poco se desmaya de nuevo —le informa Linda y él doctor niega con la cabeza. Se sienta a mi lado, escucha mi corazón con el estetoscopio y después me toma la presión.
—Ya me siento mejor —digo en un susurro.
—Tienes la presión un poco baja. ¿Te has estado tomando las vitaminas que te receté? —Asiento—. Bien. ¿Y tu alimentación? ¿Cómo llevas la dieta? —me cuestiona el doctor, pero yo solo bajo la mirada avergonzada—. Mila ya te hablé de las consecuencias de tu desorden, por favor no eches en saco roto todo lo que te dije —redunda y yo niego con la cabeza.
—Muchas gracias por venir Dr. Williams, en realidad fue mi culpa, yo la presioné por eso vino el ataque de ansiedad —admite Linda y él asiente, entretanto guarda su instrumental.
—Aun así me gustaría que te dieras una vuelta por mi consultorio, no está demás que te dé una buena revisada. Ahora será mejor que vayas a casa a descansar y a comer algo, yo le informaré a Peter de tu permiso médico —me indica el facultativo con voz inflexible.
—¡Oh no! No puedo irme, debo ensayar. Ya estoy bien, de verdad —le aseguro y él doctor niega con la cabeza.
—Ok, pero no quiero que entres a clases sin haber comido algo antes —me condiciona.
—Yo me encargaré de eso —asevera la psicóloga y él médico asiente antes de salir del consultorio—. Rose, por favor ve a la cafetería y trae algo para que Mila coma —le pide Linda a su secretaria—. ¿Mila prefieres algo en especial? —me pregunta y yo niego—. Tráele un emparedado de atún y un jugo de frutas —le indica a Rose, quien asiente antes de salir—. Mila, ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien —declaro.
—¿Prefieres que continuemos en otra ocasión? —Niego.
—No, ya comencé y quiero terminar con esto de una vez por todas, si me voy no si vuelva a tener el valor para regresar —manifiesto con la mirada perdida.
—Ok, empieza por decirme quien fue —dice exhortándome a continuar, pero antes de hacerlo, fijo mi vista en una rosa roja que está sobre el escritorio, en un pequeño florero.
—Fabienne, mi compañero de baile un verano en París —confieso con voz ronca; las lágrimas no se hacen esperar y comienzan a rodar continuas por mis mejillas.
—¿Cuándo? ¿Cuántos años tenías? —pregunta con voz tranquila.
—Hace poco más de tres años, yo tenía quince, casi dieciséis —respondo de forma autómata.
—¿Tus padres, se los dijiste? —continua interrogándome.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque sé que mi madre no me creería, ni le importaría —señalo convencida.
—¿Por qué dices eso? —pregunta suspicaz.
—Ya antes le había dicho que un profesor intentó tocarme y no me creyó, dijo que era una mentirosa, una floja que no quería practicar más —relato con frustración.
—¿Y tu padre?
—Él nunca está con nosotros, casi no lo veo, además acabo de enterarme que mi hermana pequeña se los dijo y no le creyeron —le cuento realmente dolida y de nuevo sollozo descontrolada, me duele pensar en la indiferencia de mis padres y la impotencia de saber que mi hermanita está enterada de todo.
—Tranquila —dice palmeando mi espalda suavemente, pero no puedo tranquilizarme y me doy cuenta que eso es lo más me duele, el saber que estoy sola, el que no les importo a mis padres—. Mila, dijiste que tu hermana pequeña se los dijo. ¿Tú se lo contaste a ella?
—No, o al menos no conscientemente. Ella dice que me escuchó hablar entre sueños; desde que esto ocurrió tengo pesadillas, no hay día que no las tenga. Sasha me consuela por las noches. —Vuelvo a sollozar—. ¡Mi hermana pequeña es la que me consuela por las noches! —repito con impotencia—. ¡Dios, esto está mal! Soy yo la debería cuidar de ella y es ella quien cuida de mí, y me avergüenza mucho que así sea —exclamo realmente apenada.
—Entiendo —afirma la psicóloga con voz tranquila.
—¡¿De verdad lo entiende?! Por favor explíquemelo, por que yo no puedo entenderlo —le ruego desesperada—. No puedo entender por qué me pasó esto a mí, no puedo entender por qué no les importo a mis padres, no puedo entender por qué no me protegieron, por qué tiene que ser mi hermana pequeña la que me consuele. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! —cuestiono abatida—. ¡No puedo entender, no puedo! Por favor explíquemelo —exclamo entre violentos sollozos—. Ni siquiera entiendo que hice para merecer todo esto. —De nuevo el nudo en la garganta, no me deja respirar bien, siento que me ahogo, que no puedo más con todo esto.
—Mila, tú no hiciste nada. Esto no es tu culpa —asevera Linda.
—Fue mi culpa, yo... yo le permití que me hiciera esto —declaro entre gimoteos.
—Mila, me estás diciendo que le suplicaste que parara —recapitula.
—Sí, pero él ya me había molestado antes y no hice nada. ¡Debí denunciarlo antes de que llegara más lejos, pero no lo hice! —le cuento con impotencia.
—Te equivocas Mila, esto no es tu culpa, tú no lo pediste, tú no te lo mereces, nadie merece que le pase algo así —ratifica la psicóloga.
—Entonces. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué a mí?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! —exijo entre más sollozos.
—No lo sé, Mila y tal vez nunca lo sepas. Lo que sí sé, es que depende de ti si permites que esto te siga arruinando la vida. —Mi mirada vuelve a clavarse en la rosa roja
—No, no quiero que esto siga arruinándome la vida, ya no. Quiero ser feliz, Sebastian me hace feliz, él es el único que logra que me olvide de todo, él hace que mi tristeza desaparezca. Es el único que me hace sentir plena, ni siquiera el ballet logra eso —declaro con vehemencia. Tocan a la puerta y limpio mis lágrimas rápidamente; es Rose con mi comida.
—Gracias Rose —le agradece la doctora, yo lo hago con la mirada. Luego linda me incita para que coma y doy un pequeño mordisco—. Mila. ¿Hace cuanto que conoces a Sebastian?
—Lo conocí ese mismo verano, poco antes de todo. Después yo lo aleje, no podía seguir con él después de lo que Fabienne me hizo.
—¿Por qué no?
—Porque ya no podía confiar en ningún hombre, ya no soportaba que me tocaran y ya no era digna de él, yo ya estaba rota, ya era mercancía dañada, después empezaron mis ataques de pánico.
—¿Por qué dices que no eres digna de él? ¿Por qué dices que eres mercancía dañada? ¿De verdad, Mila, piensas que el valor de una mujer depende de un himen? —cuestiona irritada.
—No, no lo digo por un himen, lo digo por el daño emocional. Ya usted ha sido testigo del desastre andante que soy. No habido día en que las pesadillas no me atormenten y me despierten por la madrugada, para después pasar horas mirando el techo de mi habitación buscando razones para no rendirme. Tengo que dormir con una luz de noche como si fuera una bebe, duermo con mi hermana pequeña porque me da miedo hacerlo sola. Me vuelvo loca cuando me quedo a oscuras. Y cuando un hombre se me acerca demasiado, me pongo a gritar histérica, me cuesta respirar, salgo corriendo y lloro sin parar. Todos me ven con lástima, como si estuviera loca y en cierta forma lo estoy, todo esto me está enloqueciendo. Como ve, estoy rota, soy mercancía dañada. —Como poco a poco, entre pregunta y pregunta, a veces respondo con la boca llena, cubriendo mi boca con la mano, pero nunca miro a Linda, mi mirada sigue perdida en todo momento.
—Te equivocas Mila y por mucho. Es cierto sufriste un fuerte trauma, pero estoy segura de que podrás superarlo y lo más importante es que quieres a hacerlo, yo te voy ayudar. Respóndeme algo Mila. ¿Por qué si piensas que estás dañada, aceptaste a Sebastian? —Por fin sonrío, una pequeña pero muy significante sonrisa.
—Porque a pesar de que Sebastian ya me vio volverme loca, a pesar de que sabe de mis miedos, a pesar de que hui de él. Él nunca se dio por vencido conmigo, me buscó y me buscó hasta asegurarse de que lo escuchara, que no iré a ningún lado y que no volveré a huir de él nunca más. Sebastian me aseguró que me ayudará a superar todos mis miedos, que lo haremos juntos. Él ya me ha ayudado a superar algunos, unos muy tontos pero él cree que soy mas valiente de lo que yo misma creo. Sebastian me da seguridad, me hace sentir poderosa. Cuándo estoy con él, los miedos se van, desaparecen, no le temo a nada. Ahorita mismo a lo único que le temo, es a no poder hacerlo tan feliz como él me hace a mí. Por eso estoy aquí ahora, por él, porque Sebastian me convenció que soy valiente, que solo es cosa de enfrentar los miedos para poder supéralos —exclamo impulsivamente.
—¿Sebastian? ¿El hermano de Maddie? —pregunta con complicidad.
—Sí —afirmo bajando la mirada con timidez.
—¿Es el chico que irrumpió en el consultorio del Dr. Williams el día que te desmayaste en clases? —Asiento con una melancólica sonrisa—. Es listo ese chico, además de guapo. Me gusta para ti Mila, me gusta que sea tan buena influencia, sin embargo, quiero que tengas algo muy claro. Esto tienes que hacerlo por ti, por nadie más, ni por Sebastian —expone con voz firme.
—Él dice lo mismo, Sebastian cree como usted que debo hacer esto por mí, solo por mí y si digo que lo hago por él, es porque Sebastian me ha convencido de hacer esto y me da todo su apoyo —le explico.
—Ese chico cada vez me gusta más —comenta con convicción—. Dime algo Mila. ¿Sebastian sabe de tu violación? —Niego con firmeza.
—No, y no quiero que nunca lo sepa. No quiero que me mire con lástima, mucho menos con asco —respondo sin pensar.
—¿Por qué te vería con asco?
—No lo sé, tal vez por que yo me veo así —exclamo alzándome de hombros.
—Acabas decir algo muy interesante, quiero que te lo lleves de tarea. ¿Por qué cuando te ves, te das asco? Quiero que te mires es un espejo y escribas todo lo que percibes de ti cuando te ves. ¿De acuerdo? —indica y la miro aterrada, pues sé que no me gustará nada de lo que muestre mi reflejo—. Una pregunta más. Mila, dijiste que buscabas razones para no rendirte, dime. ¿Has pensado en el suicidio? —pregunta directamente y bajo la mirada avergonzada.
—Muchas veces —revelo con culpabilidad.
—Gracias por confiármelo, más adelante hablaremos sobre eso. Por ahora solo te pido que seas fuerte y que no desesperes, ya verás como todo mejorará para ti —declara convencida y yo asiento pensativa—. Ahora ve a clases que seguro Jonathan piensa que te tengo secuestrada. Te veo el viernes, si necesitas venir antes, no lo pienses, solo ven. —Vuelvo a asentir, pero no estoy segura de quererme ir todavía. Yo quería salir de aquí con la seguridad de que no tendría miedo nunca más—. ¿Qué pasa Mila? —pregunta Linda al verme indecisa.
—Es que... ¿Cómo me explico...? ¿Usted cree que ya puedo vencer mi miedo a la intimidad?
—¿Tú que crees? —me devuelve la pregunta.
—Que no —niego firmemente.
—Mila, éste es un proceso, la sanación no se da de la noche a la mañana, algunas personas tardan más que otras. Lo que sí es seguro es que como dijo Sebastian, para superar un miedo hay que enfrentarlo con valentía. ¿El momento? Ese solo tú lo sabrás —me explica y desesperanzada me pongo de pie, y voy hacia la puerta.
—Gracias doctora y perdóneme porque antes fui grosera con usted —me disculpo.
—No te preocupes, entiendo. Perdóname tú a mí, por no preguntarte primero antes de decírselo al médico —se disculpa ella también.
—Ahora sé que lo hizo por mi bien y se lo agradezco —reconozco y la doctora me sonríe desde su escritorio.
—Definitivamente ese chico, está haciendo milagros en ti —comenta entusiasmada y yo asiento sonrojada, salgo de su consultorio y voy al baño a recomponerme un poco antes de entrar al ensayo.
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