Capítulo 14

Hoy me despierta la señora del servicio porque me quedo dormida, pero creo que hace mucho que no dormía tan bien. Sí, tuve pesadillas como casi todos los días, pero esta vez fueron diferentes porque Sebastian estaba ahí para reconfortarme.

—Señorita Mila, su madre dice que tiene que levantarse para sus clases de ballet —me dice la mujer en voz baja.

—¿Qué horas son? —pregunto un poco confundida.

—Las 9 de la mañana —me informa.

—¡Dios! Es tardísimo. —Salto de la cama y veo que ya ni Sasha está ahí—. Por favor no le digas a mi madre que me encontraste en la habitación de Sasha —le ruego mientras desconecto mi celular del cargador y voy a la puerta.

—No se preocupe señorita —me asegura con una sonrisa cómplice.

—¡Gracias! —le digo antes de salir y corro a mi habitación a darme una rápida ducha. Me pongo mi ropa de ballet, arreglo mi bolso y bajo corriendo las escaleras.

—Mila ya es tarde, tienes que ser más responsable con los horarios —me reprende mi madre.

—Lo sé, lo sé. ¿Tú crees que Raúl puede llevarme? —le pregunto mientras recojo mi cabello en un descuidado recogido. Raúl se supone que es mi chofer, o al menos lo era hasta que mi madre lo hizo su amante.

—¿Por qué no te llevas tu auto? —sugiere ella.

—¿Mi auto? —pregunto confundida.

—¡Oh! No te lo había dicho —dice exagerando el gesto de inocencia—, tu padre lo compró para ti por tu cumpleaños —expone con indiferencia, como si el que mi padre se acordara de mi cumpleaños, no tuviera ninguna importancia.

—No creo que sea buena idea, tardaré más tiempo buscando estacionamiento que en lo que llego en tren, además se te olvida que no sé conducir —le recuerdo y ella pone sus ojos en blanco.

—Está bien, le pediré a Raúl que te lleve —acepta con fastidio—, mientras, desayuna algo.

Mi madre sube porque seguro Raúl está en su habitación durmiendo todavía. Yo voy a la cocina y ahí me encuentro a Sasha desayunando pancakes.

—¿Señorita, le preparo algo de desayunar? —me pregunta la cocinera.

—No, no tengo tiempo. Solo tomaré mi jugo de toronja, gracias —le indico de forma cortés.

La empleada me sirve un vaso y me lo entrega, en realidad me gusta más el de naranja, pero mi madre dice que tiene mucha azúcar y que el de toronja ayuda a quemar grasa, así que siempre tomo el de toronja.

—¿No quieres de mis pancakes? —me pregunta Sasha y yo niego. Por supuesto que quiero, pero tantos carbohidratos no son una opción y menos sin tiempo para vomitar —Yo creo que deberías comer más o pronto pesaré más yo que tú —me dice con evidente sarcasmo y en eso Raúl aparece poniéndose la camiseta.

—Gracias ratón, pero ya debo irme —respondo mirando a otro lado para evitar la tentación, me empino mi jugo de toronja y le doy un beso en la frente a Sasha—. Adiós ratón, pórtate bien —me despido y salgo detrás de Raúl, vamos al garaje y él sube a mi auto nuevo.

Es un Audi1 sport color rojo, me gusta, es bonito y pequeño, creo que mi padre después de todo si conoce mis gustos, pero dudo mucho poder conducirlo, si ni siquiera tengo permiso para hacerlo y parece que Raúl es quien terminará disfrutando de mi regalo, aunque en realidad no me importa. Creo que hubiera preferido que mi padre me invitara a comer o al menos me hubiera llamado para felicitarme.

—¿Qué te parece tu auto nuevo? —me pregunta Raúl, camino a la escuela.

—Es bonito, a ti parece gustarte mucho —comento con evidente ironía.

—Sí, me gusta pero parece que a ti no tanto —manifiesta mirándome de reojo.

—No tengo permiso para conducir, así que de que me sirve tener un auto lindo —le explico con desgana.

—Si tú quieres yo podría enseñarte y acompañarte al examen para tu permiso —sugiere guiñándome un ojo, después me mira de manera extraña haciéndome sentir incómoda. No le respondo solo le doy la espalda.

El trayecto lo hacemos en silencio y estamos a unas cuadras de la compañía de baile parados en un alto.

—¿Qué pasa? ¿Por qué de pronto te quedaste callada? —cuestiona a la vez que pone su mano en mi rodilla. Me congelo al instante y con incredulidad miro como su mano sube lentamente por mi muslo; mi corazón late de prisa y con fuerza. No sé que hacer, siento un inmenso pánico, imágenes de Fabienne tocándome vienen a mi mente y empiezo temblar—. ¿No prefieres que vayamos a otro lugar? —propone cuando su mano casi toca mi entrepierna y yo tiemblo sin control.

—No me toques —le suplico con voz temblorosa, pero él no se detiene—. ¡Qué no me toques! —le grito, mientras tomo su mano, la alejo de mí y lo pateo con todas mis fuerzas.

—Ey tranquila —responde cubriéndose de mis golpes.

Abro la puerta, bajo del auto corriendo y no paro hasta llegar a la escuela. Apenas entro me inclino hacia adelante y recargo mis manos en mis rodillas mientras tomo aire.

Alguien toca mi hombro y me sobresalto, giro asustada y veo con alivio que es la Doctora Linda quien me habla.

—¿Estás bien? —me pregunta con preocupación.

—No, no estoy bien —respondo mirándola con desesperación, cubro mi rostro y de nuevo estoy llorando, odio hacerlo pero ya no sé como controlarlo.

—Vamos, acompáñame a mi consultorio —dice pasando su brazo por mis hombros y conduciéndome hacia su consultorio.

En el camino nos cruzamos con Maddie la hermana de Sebastian, quien me mira con curiosidad; yo evado su mirada, no quiero que me vea llorando.

Cuando llegamos al consultorio, Linda le pide a su secretaria que informe a Jonathan de forma discreta que yo estoy con ella, después me invita a pasar y cierra la puerta.

—Siéntate por favor —indica, yo me siento y ella va su sillón— ¿Qué es lo que pasa Mila? ¿Por qué llegaste tan alterada? —indaga mirándome intrigada, yo sollozo sin control y ella espera a que yo me calme.

—El amante de mi madre... Él... Se me acaba de insinuar y... Y me tocó y yo no quería que me tocara, se lo pedí pero no se detuvo —respondo con voz entrecortada.

—Tranquila Mila, dime. ¿Te hizo daño?

—Solo me toco la pierna y acarició mi muslo, lo detuve antes de que tocara mi entrepierna —le cuento todavía muy alterada.

—Debes decírselo a tu madre —dice con firmeza.

—No me creerá —expongo atormentada—, ella no me ha creído antes

—¿Antes? ¿Ya te había pasado algo así antes? —me cuestiona mirándome intrigada.

—Un profesor cuando tenía doce años, intentó tocar mis partes intimas. Se lo dije a mi madre pero no me creyó, me acusó de mentirosa porque era una floja que no quería ir a clases —le cuento con tristeza.

—Yo te creo Mila, pero también creo que ahora ya eres grande y ya puedes defenderte. Si tu madre no te escucha, puedes denunciarlo por acoso.

—Es su palabra contra la mía y mi madre lo defendería a él —le explico desalentada.

—¿Y tu padre?

—Mi padre nos dejó hace más de tres años —le cuento con profunda decepción. Linda estudia mi rostro por unos segundos.

—Mila, creo que hay algo más que no me has dicho y sé que no es de ahora. Tengo tres años intentando que me lo digas. Necesito saber porque te afectan tanto estas situaciones. Necesito saber cual es el origen de tu desorden alimenticio, porque no permitías que ningún hombre te tocara. Si no me lo dices no puedo ayudarte —Linda señala sus sospechas y de nuevo comienzo a temblar. Esto es están duro para mí, que siento que no puedo.

Niego con la cabeza, pero sin mirar a la doctora, miro a la nada, miro a todos lados, busco las palabras correctas, no sé como contarle lo que me hizo Fabienne. No puedo decir la palabra, el solo pensarla me llena de pánico y frustración.

—¿Mila? —insiste y de nuevo cubro mi rostro con mis manos, me meso adelante y atrás, y lamentos salen de mi boca sin que pueda acallarlos—. Mila. ¿Alguien abusó de ti? ¿Alguien te ha tocado de forma inapropiada y sin tu permiso? Mila. ¿Quién te lastimó? —me presiona y siento que no puedo guardármelo más y quisiera decirle, pero el pecho duele y no puedo respirar.

—No puedo... —musito con voz ahogada. Me levanto y voy hacia la puerta, respirando con dificultad, quiero huir de ahí, no quiero enfrentar lo que me pasó, no puedo.

—Mila, espera. No puedes irte así —me habla linda, pero no me detengo. No alcanzo a llegar a la puerta cuando siento que todo da vueltas a mi alrededor, mi vista se torna borrosa, no veo nada más y caigo al suelo—. Mila, Mila reacciona. —Oigo a la doctora que me habla como en un sueño, pero todo es oscuro—. Rose, por favor pide ayuda, Mila se desmayó. —Escucho a la doctora gritarle a su secretaria, después no sé nada de mí.

Cuando despierto, estoy en la enfermería, Doreen la enfermera me toma la presión, mientras Linda y el Dr. James Williams me observan y platican entre ellos en voz baja.

—¿Qué me pasó? ¿Por qué estoy aquí? —pregunto confundida.

—Sufriste un desmayo —me informa la enfermera, Linda la psicóloga y el Doctor se acercan al verme reaccionar.

—Tengo que irme, Jonathan debe estar muy molesto conmigo porque no he entrado a clase. —digo tratando de incorporarme, pero los tres me lo impiden.

—Jonathan, sabe que no estás en condiciones de bailar —me informa Linda y yo la miro mortificada.

—Ya me siento bien —les aseguro.

—Mila, el doctor y yo coincidimos en que tuviste un ataque de ansiedad, necesitas descansar —expone la psicóloga.

—Además estás anémica, tendré que mandar a hacerte análisis para confirmarlo, pero tu palidez no me deja duda —explica el médico mirándome con desaprobación.

—Ok, haré lo que pidan, pero tengo que irme —acepto levantándome de la camilla.

—No Mila, irás a mi consultorio. Tú y yo tenemos una plática pendiente y esta vez no dejaré que te evadas —ordena Linda con advertencia en la mirada.

—No quiero, no puede obligarme —niego tajante.

—Tienes razón, no puedo obligarte, pero date cuenta hasta que punto te está afectando esto. Por Dios Mila, te desmayaste —expresa exasperada al ver mi renuencia—, me diste un susto de muerte. En mis diez años de práctica jamás ningún paciente se había desmayado en mi consulta.

—Lo siento, no era mi intención preocuparla —me disculpo apenada, pero sin intención de ceder.

—Lo sé Mila, pero entiende que lo que realmente me preocupa es lo que estás cargando tú sola —me explica impaciente. 

—Señorita, le recetaré unas vitaminas y unos tranquilizantes para controlar los ataques de ansiedad —dice el médico interrumpiendo nuestra discusión.

—No puedo bailar si tomo tranquilizantes —rechazo su indicación—. Discúlpeme doctor, pero ustedes no entienden que lo único que me tranquiliza es bailar y no me dejan hacerlo—. Doctora por favor, se lo ruego. No me obligue a decirle algo que no quiero, que no puedo, deme tiempo. Sé que tengo que afrontarlo, pero todavía no estoy lista —le explico mortificada.

—Está bien Mila, esperaré a que estés lista para decírmelo —desiste Linda, respetando mi decisión. 

—Doreen. ¿Cómo está la presión y el pulso de Mila? —le pregunta el médico a la enfermera.

—Todo está bien doctor —le asegura su asistente.

—¿Ya puedo irme? —pregunto esperando su permiso.

—Está bien —acepta el doctor—  Te enviaré la orden de los estudios, no olvides hacértelos el lunes a primera hora.

—Ok. ¡Gracias! —accedo, me levanto y salgo, recojo mi bolso en el consultorio de la doctora y después voy al baño a recomponer un poco el desastre que soy. Me miro en el espejo y veo que mi rostro muestra evidencias de que lloré. Lo lavo con agua helada, luego voy al salón de clase.

—Mila, me dijeron que estabas en la enfermería. ¿Ya te sientes bien? —pregunta Jonathan preocupado

—Sí, solo fue un mareo —aseguro quitándole importancia al asunto y él frunce el ceño.

—No fue lo que me dijeron —refuta.

—El doctor me dio permiso de entrar a clase —le aseguro.

—Está bien, calienta e incorpórate al grupo —cede con recelo y yo me siento en el piso a ponerme las zapatillas.

Ya estoy bailando, pero de pronto un temor embarga mi mente y quisiera salir de la clase corriendo, pero no puedo hacerlo. Ya llegué tarde y salirme antes, no es un opción.

¡Dios! Me empiezo a impacientar, quiero que la clase termine ya, no logro concentrarme y me equivoco cada tres pasos.

—¿Qué es lo te pasó? ¿Por qué estuviste en la enfermería? —me interroga Sarah en voz baja.

—Luego les cuento, no puedo concentrarme —expreso un poco abrumada.

—Ok, pero no te iras sin decirnos que es lo que pasa —me advierte mi rubia amiga, yo asiento y trato de seguir los pasos.

—¿Mila, estás segura que te sientes bien? No llevas el ritmo —me regaña Jonathan.

—Estoy bien. —Trato de borrar mis temores de mis pensamientos y me concentro en el baile.

Cuando por fin termina la clase, me tiro al piso a quitarme las zapatillas y ponerme mis converses.

—Mila, no te vayas. Quiero hablar contigo —me solicita Jonathan y mi mortificación crece, necesito irme ya, pero aún así espero a que mis compañeros salgan, cuando todos salen Jonathan se acerca y se sienta a mi lado.

—¿Mila, qué es lo que te pasa? No te veo bien. Estás distraída, llegas tarde, vas a la enfermería, te noto nerviosa y ya ni hablar de tu peso que no más no logras subir —expone mi profesor con real preocupación.

—Por favor Jonathan perdóname —me disculpo suplicante—, te prometo que no volveré a llegar tarde y pondré más atención a la clase —le prometo mirándolo avergonzada.

—Y sé que lo harás, pero me preocupas tú —exterioriza un tanto afligido. Yo bajo la mirada y él toma mi barbilla con su mano y me gira hacia él—. Mila, sabes que te quiero, que eres como una sobrina para mí. Digo sobrina porque soy muy joven para ser papá —bromea—. Mila, no me gusta verte así, cada día estás más triste, ya casi no sonríes. Me he llegado a preguntar si de verdad te apasiona el ballet.

—Gracias por preocuparte por mí, ustedes son mi familia y el ballet es mi tabla de salvación, no sé que sería de mí si no bailara —le agradezco conmovida por su cariño.

—Seguramente harías algo más que te guste —menciona estudiando mi reacción.

—Yo no tengo esa opción —le aclaro.

—¿Por qué no? —cuestiona intrigado.

—Mi madre no lo permitiría —confieso con nostalgia.

—¿Entonces solo bailas porqué tu madre lo quiere? —inquiere con disgusto.

—Antes pensaba que así era, pero ahora estoy segura de que el ballet es mi vida —asevero con sinceridad.

—¿Entonces qué es lo que te pasa? —insiste con su interrogatorio.

—Créeme el problema soy yo, no el ballet —le aseguro.

—Tal vez no, pero si te está afectando en el ballet. No me gustaría quitarte el papel de Odette, sé que nadie lo haría mejor que tú, pero sino estás dispuesta a esforzarte tengo que dárselo a alguien más que sí lo quiera —plantea con voz firme pero mirándome con ternura.

—Yo lo quiero, pero si crees que yo no puedo con él, dáselo a alguien más. Odiaría defraudarte —reconozco avergonzada.

—Eso es lo que quería escuchar, que realmente lo quieres —manifiesta complacido—, pero entiende una cosa, tú jamás me defraudarías.

—No estoy tan segura de eso —expreso apesadumbrada.

—Lo único que me molestaría es que no cuides de ti y te estés haciendo daño a ti misma —manifiesta levantando de nuevo mi barbilla, pero yo bajo la mirada—. Por favor, no dejes tu terapia y recuerda que cuentas con todo mi apoyo. ¿Ok?

—Gracias Jonathan, no sé que sería de mí sin su paciencia —agradezco con las emociones a flor de piel...

—Anda ya vete, te veo el lunes —dice dándome un fraternal abrazo.

Yo me despido dándole un beso en la mejilla, me pongo de pie, cojo mi bolso y salgo como estampida; Sarah y Olivia me esperan fuera del salón.

—¿A donde vas? —me pregunta Olivia al ver que no me detengo.

—Tengo que ir con la psicóloga —le digo girándome solo para responderle.

—¿Mila qué es lo que está pasando? —me interroga Sarah.

—Les cuento luego, ahora tengo que irme o no alcanzaré a la doctora —respondo y sin esperar respuesta, corro hasta el consultorio de Linda.

—Doctora. —Irrumpo en su consultorio, ella ya iba hacia la puerta con su bolso al hombro.

—Dime Mila.

—¿Ya se va? —pregunto desalentada.

—Sí, pero no tengo prisa, por favor pasa y siéntate —me indica mientras cierra la puerta. Yo me siento y ansiosa espero a que ella lo haga.

—Doctora. ¿Y si este hombre le está haciendo lo mismo a mi hermanita? —digo a toda prisa y completamente alterada.

—A ver Mila, tranquilízate por favor. —Yo asiento pero no puedo evitar comerme las uñas—. Casi siempre las víctimas dan señales de que son abusados. A ver dime. ¿Tu hermana tiene baja autoestima?

—No, es la niña más segura que conozco.

—¿Moja la cama?

—No.

—¿Es una niña introvertida?

—No, al contrario es bastante extrovertida, siempre dice lo que piensa.

—¿Tiene problemas con la comida? ¿O tiene sobrepeso?

—No.

—¿Su rendimiento escolar ha bajado?

—No. —A todo respondo que no, pero pienso en que si estuviera hablando de mí, diría a todo que sí, a excepción de mojar la cama.

—¿Tiene pesadillas?

—No, al contrario es ella quien me consuela cuando yo las tengo —respondo impulsivamente y la doctora me observa pensativa por algunos segundos.

—¿Mila, tú tienes pesadillas? —cuestiona mirándome compasiva.

—Doctora, estamos hablando de mi hermanita —digo evadiendo el tema.

—Está bien —acepta—, hablando de tu hermanita casi puedo asegurarte que ella no es víctima de abuso, sin embargo sería importante que le preguntes como es su relación con ese hombre. —Por fin suelto el aire que estaba conteniendo en mis pulmones y logro calmarme un poco, aunque no estaré completamente tranquila hasta que no se lo pregunte a Sasha—. Y bien Mila. ¿Qué tan frecuente son tus pesadillas? —pregunta Linda insistiendo en el tema.

—No doctora, usted tiene que irse y yo solo quería preguntar por mi hermana.

—Ya te dije que no llevo prisa.

—Perdóneme doctora, pero debo irme. —Me analiza con la mirada, mientras yo me pongo de pie— Gracias por escucharme —digo antes de salir a toda prisa de su consultorio y un poco más tranquila respecto al tema de Sasha, pero huyendo de sus cuestionamientos pues creo, todavía no estoy lista para afrontar mis demonios.

Voy a la salida de la escuela, Olivia y Sarah me esperan en la entrada.

—¿Ya nos dirás que pasó? ¿Por qué estuviste en la enfermería? —me cuestiona Sarah, yo suspiro pesadamente.

—Hoy me trajo a la escuela Raúl, el amante de mi madre —comienzo a contarles.

—¿El que era tu chofer? —pregunta Olivia.

—Sí. Antes de llegar se me insinuó y me tocó, me asusté y bajé del carro corriendo, cuando llegué aquí estaba muy alterada, la doctora me vio y me llevó a su consultorio. 

—¿Cómo que te tocó? —me interroga Olivia alarmada.

—Puso su mano en mi rodilla y acarició mi muslo —relato sin mucho detalles.

—¿Pero por qué lo dejaste? —alega Sarah con repulsión.

—Me paralicé, el pánico no me dejó reaccionar —me justifico avergonzada.

—¿Te lastimó? —pregunta Olivia preocupada.

—No, me bajé del auto cuando me propuso ir con él a otro sitio —digo a la vez que niego con la cabeza.

—Maldito degenerado, tienes que decirle a tu madre —manifiesta Sarah más que enfadada.

—Ustedes saben que eso no serviría de nada. Solo me preocupa que también acose a Sasha, por eso regresé con la doctora, aunque ella cree que Sasha no es víctima de abuso.

—Bueno, pero no nos has dicho por qué fuiste a la enfermería.

—Porque la doctora me vio tan alterada y me pregunto directamente si alguien había abusado de mí...

—¿Y que le dijiste? —cuestiona Sarah impaciente.

—Nada, no pude. Me desmayé —confieso apenada.

—¿¡Qué¡? ¿¡Cómo que te desmayaste!? —demandan Sarah y Olivia en voz alta.

—Sí, no podía respirar, todo me daba vueltas y de pronto vi todo oscuro. Cuando reaccioné, ya estaba en la enfermería —le cuento completamente avergonzada

—¿Mila, estás bien? —La voz de Sebastian interrumpe nuestra conversación. Yo palidezco y miro a mis amigas con angustia, me pregunto que tanto escuchó Sebastian de nuestra conversación—. ¿Cómo está eso que te desmayaste? —pregunta ahuecando mis mejillas en sus manos y mirándome con preocupación.

—Ya estoy bien —le aseguro—, no desayuné y me sentí mal, eso fue todo.

—¿Ya te vio un doctor?

—Sí, eso les estaba contando. Él doctor Williams me revisó, me mando hacerme unos análisis y me recetó vitaminas.

—Vamos, te llevaré a que comas algo y no aceptó una negativa —me advierte.

—¡Hola Sebastian! —lo saludan mis amigas.

—¡Hola Sarah! ¡Hola Olivia! Perdónenme, pero me preocupó mucho escuchar que Mila se había desmayado —les dice, saludándolas a ambas con un beso en la mejilla, después me abraza y besa mi frente, yo me sonrojo y mis amigas me sonríen con complicidad—. Llevaré a Mila a comer algo. ¿Quieren acompañarnos? —Yo todavía no acepto y él ya está invitando a mis amigas.

—Sí —acepta Olivia

—No —niega Sarah al mismo tiempo que ella.

—¿Por qué no? —le pregunta Olivia a Sarah.

—Porque recuerda que quedamos de comer con Jason —le comenta Sarah a Olivia haciéndole una señal para que le siga la corriente, pero yo lo cacho antes que Olivia.

—¿Sí? No me acuerdo —responde Olivia desconcertada.

—Yo también quedé de ir a comer con él —miento siguiéndole el juego a Sarah y no dejar que se salga con la suya.

—No, tú iras con Sebastian, yo le diré a Jason que tú no pudiste ir —me ordena Sarah advirtiéndome con la mirada.

—¿Quién es Jason? —cuestiona Sebastian con recelo y arrugando el entrecejo.

—Es un amigo —respondo sin dar más explicaciones.

—Es la pareja de baile de Mila —agrega Olivia y Sebastian asiente muy lentamente, levantando una de sus cejas en señal de desconfianza. Parece que no le gusta mucho lo que escucha.

—No te preocupes, que Jason es más gay que Jack en la serie Will and Grace —lo tranquiliza Sarah y él sonríe de oreja a oreja.

—Nos vemos —se despide Sebastian de mis amigas, toma mi mano y me jala hacia afuera, sin darme tiempo de debatir.

—Adiós, que se diviertan —responden Sarah y Olivia al unísono.

—¿Qué te gustaría comer? —me pregunta Sebastian mirándome de reojo, con una ceja levantada y sexy sonrisa ladeada.

—No sé, lo que sea.

—¿Cómo que lo que sea? Quiero llevarte a donde de verdad se te antoje la comida. Comida china, Japonesa, Italiana o mexicana, tú eliges —propone mientras camina a toda prisa y yo tengo que esforzarme para poder seguirle el paso.

—De verdad me da igual, elige tú —digo con indiferencia.

—¿Qué tal comida hindú?

—¿Muy condimentada?

—Tienes razón. ¿Italiana?

—Ok —acepto pensado que seguro ahí podré pedir alguna ensalada.

Llegamos a donde está aparcada su motocicleta, me ayuda a subir, abre la caja donde guarda los cascos, saca una rosa roja y me la entrega. Yo antes de aceptarla la admiro y creo que es la rosa más hermosa que he visto, después la tomo y la acerco a mi nariz para apreciar su aroma.

—¡Gracias! —musito con timidez.

—De nada. —Hace una pequeña reverencia.

—Es roja —menciono recordándole lo que dijo antes sobre las rosas rojas.

—Sí, es roja, pero yo siempre he sido sincero respecto a mis sentimientos hacia ti —expone con seriedad.

—Matt también —confieso con precaución y estudiando su reacción.

—Me dijiste que solo era un amigo —me recrimina mirándome fijamente y con rostro endurecido.

—Sí, porque yo así lo quiero, pero si fuera por él... —insinúo provocándolo.

—No tienes que decírmelo, sé exactamente cuales son sus intenciones contigo. Lo supe desde París —expone con evidente ironía.

—¿París? —pregunto intrigada.

—Sí, él era quien te gritaba desde las butacas con gran entusiasmo. ¿No es así? —alude.

—Sí, es él —admito, él sube a la moto y me mira de reojo.

—¿A él sí le permitiste estar cerca de ti? —me recrimina, con rostro tenso y mirada molesta.

—Ya te lo dije, solo es un amigo. —Él asiente no muy convencido.

—Agárrate fuerte —me indica y apenas lo rodeo por la cintura, acelera haciendo que la llanta delantera se eleve haciendo que me asuste y me agarre de él con más fuerza.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top