Capítulo 12
Salgo de la escuela y como siempre soy la última. Voy a paso apresurado hacia la calle, pero al intentar cruzarla, una moto se acerca a mí peligrosamente, sorprendiéndome y causándome un fuerte sobresalto. Cuando me recupero del susto, mi mirada busca la del conductor para recriminarle su falta de precaución, pero me encuentro con un sexy y guapísimo chico montado sobre la motocicleta, que aunque no sé mucho de eso, estoy segura es una Harley Davidson.
El chico se quita el casco y para mi sorpresa es ni más ni menos que Sebastian, mi Sebastian y luce más atractivo que nunca en unos jeans negros, una camiseta blanca y una chamarra de cuero negra, dándole más apariencia de chico malo de la que ya tenía. No puedo evitar mi cara de sorpresa y con vergüenza me doy cuenta que mi boca esta abierta completamente y que lo miro como una boba.
—¡Hola! —me saluda con una gran sonrisa.
Yo me recupero de la sorpresa y la molestia regresa.
—¿Te das cuenta que por poco me atropellas? —le reclamo cruzándome de brazos.
—Lo siento, no era mi intención asustarte. Pero no iba a atropellarte, solo intentaba alcanzarte —se disculpa con una linda y sexy sonrisa, pero contengo las enormes ganas de sonreírle de vuelta.
—¿Alcanzarme? ¿Para qué? —le pregunto arrugando el entrecejo, extrañada.
—Quería saber, si quieres que te lleve a tu casa —dice haciéndome una seña con su cabeza para que me suba atrás de él.
—¡No, gracias! —le respondo sin pensarlo e intento seguir mi camino, pero él se baja de la moto y se interpone en mi camino.
—¿Por qué no? —pregunta con súplica en la mirada.
—Porque no quiero —exclamo sin preámbulos.
—Le temes a las motos —afirma con una sonrisa burlesca, retándome.
—No —niego, pero sí muero de miedo, después recuerdo lo que Sara me dijo de mi tatuaje.
—Demuéstramelo y sube conmigo —me desafía, si será manipulador.
Yo repito en mi mente "No más miedo" sonrío con malicia.
—¿Qué gano yo con demostrártelo? —le devuelvo el desafío.
—No sé, tú dime que quieres.
—¡Mmmm! —Lo pienso. ¿Qué podría querer yo de Sebastian? Un beso, por supuesto que quiero un beso, uno apasionado con abrazo incluido, pero obvio no le pediré eso. Suspiro melancólica—. ¡Ya sé! —grito emocionada y sonrío divertida.
—Anda, dime —me solicita expectante.
—Si me subo contigo y te demuestro que no le tengo miedo a las motos, te vestirás de bailarín, así con leotardo, mallas, tutú y todo —expongo con mirada desafiante.
Él me mira impresionado e indignado, nunca imaginó que lo retara con algo así. Cierra la boca y la frunce con fuerza mientras me mira fijamente y piensa que responder.
—Hecho —me ofrece la mano, para cerrar el trato—, pero los bailarines no usan tutú. —alega mirándome indignado.
—Tú si tendrás que usarlo —le advierto y él asiente aceptando mis condiciones.
Yo tomo su mano con desconfianza, pero forzando una gran sonrisa, pues nunca creí que aceptaría y ahora yo tendré que subirme con él y hacerme la valiente.
Sin previo aviso y sorprendiéndome, Sebastian me toma por la cintura y me levanta como si no pesara nada, y me sienta en la motocicleta, pero no me suelta y a pesar del reconfortante calor que emanan sus manos sobre mi cintura, siento que escalofríos recorren todo mi cuerpo.
—Toma, póntelo —dice ofreciéndome el casco, yo me lo pongo y él me lo ajusta, mientras me mira fijamente a los ojos y toca suavemente mi cuello con sus dedos. Yo siento el regreso de las mariposas a mi estómago y sin poder evitarlo me ruborizo toda— ¿Estás nerviosa? —pregunta mirándome divertido y yo hago uso de mi auto control.
—No —niego fingiendo seguridad.
—Bien —dice divertido, se pone su casco y sube a la moto—, agárrate de mí o te caerás —me advierte y yo apenas me agarro de sus caderas, pero él toma mis manos y las jala hasta su torso para que lo abrace completamente obligándome a pegarme a su espalda—. Así está mejor, agárrate fuerte —expone complacido.
Yo me ruborizo por estar tan cerca de Sebastian, unas cosquillas que no sentía desde la última vez que estuve con él y que nunca sentí con nadie más, se instalan en mi vientre. Me agarro pero no tan fuerte y evitando pegar mi pecho a su espalda.
Él acelera la moto y el miedo hace que cierre los ojos, y me aferre a su cintura con fuerza y mi pecho se adhiera a su espalda, sintiendo el calor de su cuerpo en el mío. Poco después, me percato que mis manos están fuertemente plantadas en su sólido torso.
—¿Vas bien? —Sebastian gira su cabeza y me pregunta con una sonrisa engreída.
—Sí —Trato de enderezar mi espalda y no parecer muerta de miedo. Él acaricia mi muslo con su mano y yo me tenso de inmediato.
—No dejes de agarrarte fuerte —me aconseja y sin previo aviso acelera de nuevo.
Asustada, ahogo un grito en su espalda y me aferro de nuevo con fuerza a su torso. Sé que el muy listo lo hace intencionalmente para tenerme abrazada a él. Cuándo logro relajarme, abro los ojos y me percato de que conduce por el Puente de Brooklyn. Reaccionó inmediatamente.
—Sebastian. ¿A dónde vamos? —le grito, pero al parecer él no me escucha y aunque tengo curiosidad por saber a donde vamos, realmente no me preocupa.
Conduce por unos treinta minutos, después se detiene frente a un paseo marítimo. Yo observo curiosa el hermoso paisaje, estamos frente al mar y no conozco el lugar.
Sebastian se baja de la moto, se quita el casco, me ayuda a quitar el mío, después me toma en brazos y me baja de la motocicleta.
—¿En dónde estamos? —pregunto realmente intrigada, él me observa con incredulidad.
—No puedo creer que no sepas en donde estamos —se mofa.
—¿Por qué tendría que saberlo? —lo cuestiono sin entender.
—Porque esta playa es emblemática de New York, probablemente la más conocida de todas las playas del condado —me explica todavía mirándome incrédulo, sin entender porque no sé de este lugar.
—Perdona mi ignorancia, pero no, no lo sabía —respondo un poco indignada pero a la vez avergonzada.
—Esto es Coney Island en Brooklyn —me aclara con voz condescendiente.
—¿Y que hacemos aquí? Dijiste que me llevarías a mi casa —le reclamo con mis manos en mis caderas a modo de jarras.
—Pensé que tal vez te gustaría dar una vuelta antes —expone con una gran sonrisa el muy engreído.
—¿Pensaste? ¿Y porque no me preguntaste si quería hacerlo? —lo cuestiono.
—¿De verdad tienes mucha prisa por regresar a tu casa? —pregunta con tristeza.
—No, pero tú no lo sabías. Tú no sabes si tengo hora de llegada o si mis padres se preocupan por mí —alego y por dentro me mofo de mi misma, porque en realidad a mis padres no les importa si llego a casa o si me quedo el día entero en la compañía—, o si tenía algo que hacer.
—Pero si tú viste que íbamos a otro lado. ¿Por qué no me dijiste nada? —me enfrenta fingiéndose inocente, yo volteo los ojos con fastidio.
—Te estuve hablando, pero no me escuchaste o fingiste no escucharme —le reclamo y a Sebastian se le escapa una pequeña sonrisa que confirma lo que imaginaba.
—No puedo creerlo —niego con la cabeza y lo miro severamente.
—Mila, ya estamos aquí disfruta del paseo, pero si tienes que regresar, ahorita mismo te llevo a tu casa.
—No, no tengo que regresar, pero ese no es el punto y no, no necesito que me lleves, yo puedo irme sola —le digo encaminándome hacia la calle para coger un taxi.
Sebastian me alcanza y se interpone en mi camino, y de nuevo pone su cara triste con ojos suplicantes, esa cara con la que consigue todo lo que quiere.
—Mila por favor, solo un rato. Tienes que vivir y la vida no es solo ballet, verás que te divertirás y después yo mismo te llevaré a casa —Yo volteo mis ojos ante su manipulación. Dios que me hace Sebastian que hace que me olvide de todo y no quiera separarme de él, a pesar de que no debo dejar que se acerque—. Te lo ruego, no te enojes conmigo. Yo solo quería pasar tiempo contigo.
—¿Y no se te ha ocurrido que tal vez yo no quiera pasar tiempo contigo? —lo cuestiono con molestia y él baja la mirada derrotado.
—¿De verdad Mila, tan desagradable te parezco?
—No, no me pareces desagradable. Para nada, al contrario... —No pude evitar el último comentario que sale de mi boca sin permiso y Sebastian esboza una gran sonrisa—, solo que me molesta que no me hayas preguntado y decidieras por mí.
—Solo quería sorprenderte, jamás pensé que te molestaría —me explica mortificado.
—No me gustan las sorpresas, pero está bien, solo un rato —acepto y sin previo aviso me abraza con fuerza, aprisionándome entre sus brazos y besando mi cabeza, sorprendiéndome con su efusivo gesto y por la respuesta de mi cuerpo. Que para comenzar, mis brazos también rodean su cintura, mi cabeza se recarga en su pecho y mi corazón palpita emocionado, recordándome lo que siempre Sebastian me hace sentir, lo que también me recuerda que no puedo permitir este acercamiento, así que me aparto bruscamente. Pero él no se amilana, toma mi rostro entre sus manos y me mira fijamente a los ojos.
—No sabes cuantas ganas tenía de abrazarte —confiesa y creo que también está apunto de besarme, así que me zafo de entre sus brazos.
—Entonces. ¿Qué hacemos aquí? —le pregunto evadiendo su celeste mirada y fingiendo curiosidad por el lugar.
—Vamos, tenemos que subir a la montaña rusa "Cyclone Rollercoaster". No puedes venir a Coney Island y no hacerlo —parlotea mientras toma mi mano y siento como el calor de su toque recorre todo mi cuerpo y la palabra miedo regresa a mi mente ; de nuevo Sara regresa a mis pensamientos y me obligo a vencerlo, pero además me siento tan bien con su contacto, que dejo mi mano en la suya.
Caminamos por el paseo marítimo a paso lento y de reojo veo a Sebastian que me mira de vez cuando con una gran sonrisa, yo finjo ver el mar, pensando que decir.
—No sabía que te gustaban las motocicletas —comento lo primero que me viene a la mente.
—Sí, me gustan mucho. Me encanta la adrenalina que la velocidad provoca y la sensación del viento en mi cara —manifiesta con gran emoción.
—También me gustó —confieso y no miento, porque sí, al principio tenía mucho miedo, pero al pasar los nervios, de verdad disfruté de la velocidad y del viento en mi cara, pero sobre todo de la cercanía de Sebastian—. Lo que me recuerda que tendrás que pagar el desafío —le recuerdo y Sebastian, frunce el ceño como si hubiera comido algo muy acido, después suspira resignado.
—Tienes razón, aunque podría jurar que si tenías miedo —asegura mirándome divertido.
—Solo un poco nerviosa —admito—, pero de todas formas yo cumplí con mi parte y subí a la moto, así que...
—Sí, ya sé y claro que cumpliré mi penitencia —acepta su derrota—, aunque te advierto que solo tú podrás verme.
—No pues así que chiste —debato fingiendo molestia, él me observa asombrado y divertido.
—No Mila, no abuses. Tú podrás verme, pero nadie más —inquiere con severidad y con una ceja levantada, ese gesto que nunca olvidé y que tanto disfrutaba recordar.
—Está bien, con eso me conformo —accedo y él asiente aliviado y sonríe complacido.
Seguimos caminando tomados de la mano y en el camino nos encontramos a una señora con un lindo y pequeño perrito todo peludito. Es un animalito tan adorable que no puedo ocultar la ternura que me causa. Sebastian suelta mi mano y va hacia la señora.
—¡Señora, buenas noches! —la saluda— ¿Podríamos tocar a su perrito? Ella nunca ha tocado un animalito y sé que le haría muy feliz poder hacerlo —le dice a la anciana mujer que conforme Sebastian le explica, su expresión de desconfianza es sustituida por una genuina sonrisa.
—Perrita —aclara la orgullosa señora, mientras miro a Sebastian con escepticismo. No puedo creer lo que está haciendo.
—¿Entonces nos permite? —La señora le entrega a la cachorra a Sebastian, él la toma y se acerca a mí con el animalito en brazos, pero yo escondo mis manos detrás de mi espalda. —Mila tócalo, verás que suave es —me incita mientras él acaricia su cabecita y la perrita mueve la cola, y le lame la mano.
Yo con mucha precaución acerco mi mano a la cabecita de la perrita pero ella intenta lamerme y yo retiro mi mano asustada.
—Vamos Mila, no puedes perderle el miedo a una moto y tenerle miedo a esta perrita tan simpática —me desafía con una tierna sonrisa.
—Es que no puedo —admito nerviosa.
—Sí puedes —asegura Sebastian, mientras toma mi mano y lentamente la acerca a la perrita, pero yo sigo renuente a hacerlo. No puedo creer que sea tan tonta, como puedo temerle a algo tan adorable. Sebastian pasa su brazo por mi cintura para que no retroceda y acercar de nuevo mi mano. Me armo de valor y toco su cabecita; es suave y me agrada la sensación de su pelo en mis manos. Así que acaricio al animalito con mis dos manos, ella en respuesta lame mi mano y mueve la colita.
—Hola pequeñita, sabes que eres la cosa más adorable que conozco —le digo con voz melosa.
—¿Ya ves que sí puedes? —expresa con orgullo. Yo lo miro y asiento con una gran sonrisa—. Tómala —me la entrega y yo la cargo en mis brazos, la perrita besa mis rostro y yo río a carcajadas—. Creo que estoy celoso —manifiesta Sebastian fingiéndose indignado y yo le sonrió en respuesta.
Le entregamos la cachorrita a su dueña después de hacerle arrumacos por unos minutos y seguimos caminando por el paseo marítimo. Sebastian vuelve a tomar mi mano y al instante siento una corriente eléctrica recorrer todo mi cuerpo, así que repentinamente me suelto de su agarre y corro hacia la playa.
—Ven, quiero sentir la arena en mis pies —lo incito a seguirme y Sebastian corre detrás de mí.
Yo me siento en la arena, me quito mis converses y subo mis mallas hasta mis pantorrillas. Él se hinca frente a mí y acaricia mis pies, sorprendiéndome de nuevo.
—Mila. ¿Qué le pasó a tus pies? —pregunta con evidente preocupación.
Yo los acerco a mí y los cubro con mis manos, pero él quita mis manos y los agarra de nuevo. Están llenos de ampollas, algunas sangran, tienen juanetes y son muy delgados, uñas magulladas y con los dedos llenos de callosidades.
—¿Te duelen? —pregunta mientras los acaricia suavemente, haciéndome temblar con su toque.
—A veces —confieso—, supongo que Maddie debe tenerlos igual.
—No, Maddie no los tiene tan lastimados. Debe ser que ella no baila tanto como tú —expone con confusión.
—Tal vez —le digo quitándole mis pies y cubriéndolos de nuevo—, pero ya no los veas que son muy feos, me avergüenza.
—A mí me parecen hermosos —expresa mirándolos con compasión, y me molesta que me mienta. Claro que no son hermosos, son horribles, así que intento ponerme de nuevo mis converses—. ¿Qué haces? No Mila, no los cubras, nunca te avergüences de tus pies, recuerda que con ellos bailas maravillosamente —me recuerda.
Yo me sonrojo y desisto de ponerme los tenis; lo miro a los ojos, él me mira con ternura. Sebastian se sienta a mi lado y se quita los suyos también, pero a diferencia de los míos, los de él son hermosos, grandes, fuertes, tan varoniles. Nunca imaginé que el pie de un hombre me pareciera hermoso y pienso que bien podría ser modelo de pies.
—Ven —dice levantándose, se quita la chamarra y me ofrece su mano para ayudarme a poner de pie.
Yo la cojo, me levanto de un salto y agarrados de las manos corremos a la orilla del mar. Cuando viene una ola corremos hacia afuera para que no nos alcance. Después cuando la ola regresa al mar, nos acercamos de nuevo y así, hasta que una de ellas me alcanza. El agua está helada y no puedo evitar gritar, él regresa por mí y yo le echo agua con las manos, y él a mí. Corro por la orilla y cuando Sebastian me alcanza, me carga en sus brazos, me da vueltas y amenaza con aventarme al mar.
—No Sebastian, bájame —le ruego entre carcajadas.
—No, tienes que pagar por mojarme —me advierte—, ve como me dejaste, estoy empapado. —Los dos reímos a carcajadas, yo me aferro a su cuello para que no me suelte. No puedo parar de reír, de pronto me doy cuenta de que hace mucho tiempo no lo hacía, ni me sentía tan feliz como esta noche.
Los recuerdos regresan a atormentarme y mi cara de felicidad cambia por una de tristeza, mis ojos pican y amenazan con llorar. Sebastian parece notarlo y me lleva hasta la arena, me recuesta junto a nuestras cosas y se acuesta a mi lado. Apoya su cabeza sobre su codo y me mira fijamente, y yo lo miro a él, después mira mis labios y yo miro los suyos. ¡Va a besarme! Una intensa batalla comienza en mi cuerpo, mi cuerpo que anhela ese beso y mi cerebro que me dice que no puede ser, mi cerebro gana. Me giro hacia el otro lado y me incorporo para ponerme los zapatos.
—Será mejor que nos apuremos, porque mañana debo practicar temprano —expongo evadiendo su mirada, pero de reojo veo como Sebastian me observa con tristeza por unos segundos, después asiente y también se sienta para calzarse.
De vuelta caminamos por el paseo marítimo y nos acercamos al parque de diversiones Luna Park o es lo que dice el letrero y me siento como estúpida. ¿Cómo es posible que ni siquiera hubiera oído de este lugar? Hay mucha gente y todos se ven tan felices y divertidos, Sebastian de nuevo me toma de la mano y me lleva directo a la taquilla de la montaña rusa.
—Dos boletos por favor —Paga los boletos, de nuevo toma mi mano y vamos a la cola para subirnos.
Estoy nerviosa, pero no por la montaña rusa porque ya me subí a una, también con Sebastian en Disney París. Estoy nerviosa porque estoy con él, porque no suelta mi mano, pero sobre todo porque no quiero que la suelte y por la montaña rusa de emociones que Sebastian me provoca.
—Pequeña, no olvides levantar tus brazos en las bajadas —me recuerda con dulzura.
—No entiendo porque te gustan estos juegos tan extremos —le pregunto divertida.
—Solo tenemos una vida Mila, no podemos permitir que los miedos no nos dejen vivirla, hay que disfrutarla al máximo —expresa Sebastian con gran seguridad y mirándome con suficiencia, pero yo no puedo sostenerle la mirada. Sé que él tiene razón pero para mí no es fácil dejar los miedos a un lado—. ¿No lo crees? —insiste al no recibir respuesta.
—Claro que lo creo, pero creo que llevarlo a la práctica es más difícil que decirlo —manifiesto evasiva.
—Yo creo que tú misma lo haces difícil, ya viste hoy ya venciste dos miedos, subirte a la moto y tocaste al cachorro, y creo que te diste cuenta que no había por que temerles —expone con elocuencia.
Lo pienso un segundo y me doy cuenta de que tiene razón.
—Es cierto, no solo no había razón para temer si no incluso disfruté hacer ambas cosas —admito agradecida—. Gracias por obligarme hacerlo.
—No tienes porqué agradecer, al contrario también para mí ha sido un placer ver como disfrutabas venciendo esos pequeños temores y si tú me lo permites, yo te ayudaré a vencer todos los miedos que tengas —se ofrece con orgullo y le sonrío agradecida, pero en el fondo dudo mucho que pueda ayudarme a vencer mi más grande temor, la intimidad.
Subimos a nuestros asientos y me dejo llevar por la adrenalina de la velocidad, por la intensidad que su cercanía me provoca, de sus profundas miradas y su constante contacto. Mi corazón va a mil por hora, pero no por el miedo a las extremas subidas y bajadas, es el miedo a los extremos sentimientos que Sebastian me despierta. Nunca he dejado de amarlo, pero no creo que tampoco haya podido superar lo que Fabienne me hizo.
Trato de disfrutar de estos momentos de alegría y de dicha, esos momentos que hace más de tres años no tenía y que es el mismo Sebastian quien vuelve a traerlos a mi vida. Estoy extasiada de felicidad, sonrío como nunca y grito en cada bajada con los brazos en alto y él me sonríe divertido.
—Me encantas —me grita, pero yo finjo no entender lo que dijo.
—¿Qué dijiste? —pregunto y en respuesta, Sebastian toma mi rostro con su mano y me gira hacia él.
—Dije que me encantas —repite y me sorprende besándome.
Yo no me alejo, solo cierro los ojos y pareciera que mis labios están conectados a mi estómago, que al instante siente las cosquillas que las mariposas en su interior provocan con su intenso aleteo.
Cuando él me suelta, estoy completamente sonrojada y lo miro perpleja. No sé que hacer, ni que decir, pero él siempre lo hace fácil y siempre logra hacerme sentir cómoda.
—No sabes cuanto tiempo he esperado para volver a besar tus labios —confiesa y pienso que "el mismo tiempo que he esperado yo", mientras lo miro perpleja.
—Sebastian yo.. No... —titubeo y al no saber que decir, bajo mi mirada, pero él levanta mi barbilla con su mano y pone un dedo en mis labios.
—No tienes que decir nada —me dice al darse cuenta de mi nerviosismo, al tiempo que el paseo llega a su fin— Ven —dice tomando mi mano y me ayuda a bajar del juego.
Vamos a los carros chocones y cada uno sube a un auto diferente; Sebastian me sigue todo el tiempo y yo trato de huir de él sin éxito y cada que me alcanza me impacta con fuerza, lo que pareciera una paradoja de mi vida. Por más que trato de alejarlo, él me alcanza e impacta con fuerza en mi corazón.
Yo río todo el tiempo y grito cada que choca mi carro; él también parece divertido por verme feliz, pero cuando otro chico impacta mi coche intentando atraer mi atención, Sebastian, se interpone entre los dos y le grita que me deje en paz. Yo de verdad me asusto, creo que nunca lo había visto tan molesto, pero al otro chico no parece importarle y sigue tras de mí, hasta que Sebastian se baja de su coche y se va contra él, yo también bajó de mi carro.
—¿Qué te pasa imbécil? —le reclama iracundo.
—Sebastian vámonos —le pido halándolo del brazo. Sebastian lo mira amenazante, pero el chico se burla de él, guiñándome un ojo. Sebastian intenta de nuevo lanzarse contra él, pero yo me interpongo entre los dos—. Por favor Sebastian, solo ignóralo y vámonos —le ruego mirándolo con angustia y mi corazón late con fuerza, pues temo por el chico.
Sebastian me mira avergonzado, después mira de nuevo al chico con furia, toma mi mano y salimos de la pista de coches.
—Lo siento, no quería asustarte —se disculpa y yo solo asiento.
Me lleva a la rueda de la fortuna y mis latidos lejos de disminuir su ritmo, se aceleran más, el saber que estaré a solas con Sebastian tan alto y sin movernos, mientras suben a las demás personas me pone más nerviosa de lo que ya estaba.
Estamos arriba y yo solo miro a mi alrededor, evadiendo su mirada sin decir una sola palabra.
—¿Qué pasa Mila? ¿Por qué estás tan callada? —me pregunta buscando mi mirada.
—Solo no tengo nada que decir —respondo alzándome de hombros.
—Estás nerviosa. —No me pregunta, lo afirma.
—Un poco —admito.
—¿Es por la altura o por mí? —No respondo—. Es por mí, tú no le temes a las alturas —asegura con voz triste, levanto la vista y me enfrento a su mirada.
—Es... Es solo que no sé que pretendes conmigo, o tal vez sí lo sé y es lo que me asusta.
—¿A que le temes Mila? Yo nunca haré nada que tú no quieras.
—Me besaste —musito bajando de nuevo mi mirada.
—¿Y no querías que lo hiciera? ¿Si no querías que lo hiciera por qué no te alejaste? —pregunta contrariado y siento como me sonrojo completamente.
—No lo sé, no me lo esperaba y me congelé —me excuso y de nuevo me alzo de hombros.
—Está bien, si no quieres que vuelva a besarte, no lo haré —me asegura y mi desilusión es enorme al escucharlo decir eso, solo espero que no se me note en el rostro.
—No es que no quiera —¡Dios! ¿Qué es lo que acabo de decir? —, solo creo que no es correcto —agrego sonrojada.
—¿Por qué no? ¿Por qué no crees que sea correcto? —pregunta confundido—. Tú no tienes novio, yo no tengo novia —argumenta mirándome fijamente.
—Porque todo ha cambiado entre nosotros, yo ya no soy la de antes.
—Lo sé, lo supe desde la última vez que te vi en París, desde ese día me di cuenta que algo cambio en ti. No sé que, pero esa noche tú ya no eras la misma —menciona buscando mi mirada—. Lo que sí sé, es que aunque tú hayas cambiado, nuestros sentimientos siguen intactos y seguimos sintiendo lo mismo el uno por el otro. —Apenas me dijo que ya sabia que yo ya no era la misma, vuelvo a evadir su mirada y le doy la espalda, no quiero que vea como mis ojos se llenan de lágrimas y disimuladamente trato de limpiarlas—. Mila, por favor mírame, no me des la espalda —me ruega, tocando mi hombro.
—Perdón Sebastian, prefiero que cambiemos de tema —le ruego limpiando con desesperación mis lágrimas
—¿Qué te pasó Mila? ¿Qué fue lo que te hizo cambiar tanto? ¿Qué es lo que pasó para que tengas tanto miedo? —indaga confundido e intrigado.
—Por favor Sebastian, no me preguntes. No puedo, no quiero hablar más de mí —le suplico y sin poder controlarme más, sollozo sin control.
Sebastian me abraza y yo me giro hacia él para recargarme en su pecho, reconfortarme en sus brazos y en la seguridad que me brindan.
—Lo siento, no pretendía lastimarte —se disculpa mientras acaricia mi espalda—. Está bien, si no quieres decírmelo, no insistiré —manifiesta con voz serena y me siento como una tonta, no quiero decirle nada, pero no puedo controlar mi comportamiento solo espero que como Matt, no adivine lo que me pasó.
—Gracias —susurro.
—Bien. ¿Qué te parece el lugar? ¿Te gusta? —pregunta Sebastian tratando de cambiar de tema y lo hace con entusiasmo como si segundos antes no me hubiera visto llorar.
—Sí, me gusta. Ojalá lo hubiera conocido antes —le respondo fingiendo que admiro el lugar, mientras limpio mis lágrimas disimuladamente.
—Nada de eso, me gusta la idea de ser yo él que te haya traído —presume y a mí también me encanta que sea Sebastian quien tenga mis primeras veces en muchas cosas.
—Me gustaría algún día poder traer a mi hermanita —le cuento.
—Tú dime y cuando quieras la traemos —se ofrece amablemente.
—¿De verdad me acompañarías?
—Claro, cuando quieras —acepta y una gran sonrisa se instala en mi rostro.
—¡Gracias! —digo mirándolo con adoración.
Bajamos del juego mecánico y después de unos cuantos juegos mecánicos más, toma mi mano y me guía fuera del parque. Yo estoy tan feliz en su compañía, que dejo que me lleve a donde él quiera.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top