Capítulo 8
—¡Te advertí que lo averiguaría! —Mi madre, está frente a mí, mirándome desafiante y mostrándome un puñado de fotografías en las que salgo con Sebastian al regreso de nuestro almuerzo y estamos besándonos—. ¡Me viste la cara de estúpida! Te pregunté si había algo entre ustedes y me lo negaste —reclama, y encolerizada, me lanza las fotos a la cara.
Yo la observo fijamente con los ojos llenos de ira y con la respiración agitada, controlando las inminentes ganas de responder a su ataque, pero siempre he creído que la violencia genera más violencia, y yo no seré partícipe de su juego. Ella, intenta abofetearme de nuevo, pero detengo su mano, evitando que lo haga. Una cosa es no faltarle el respeto como ella me lo falta a mí y otra muy diferente, permitirle que lo siga haciendo.
—No vuelvas a ponerme una mano encima. —Le advierto con voz embravecida, pero sin importarle mi advertencia, ella de nuevo alza su mano en mi contra—. No, no lo harás —digo, protegiéndome de su toque, con un movimiento brusco, rechazo su agresión.
—Tienes mucho tiempo mintiéndome, porque si mis cálculos no me fallan, tienes al menos dos años saliendo con ese vago —exclama, exagerando su tono de indignación.
—Ahora ya lo sabes, no tendré que seguir ocultándolo más. —La desafío con la frente en alto, sin amilanarme ni un poco por su tono de voz—. Y te prohíbo que te refieras a él de esa forma, Sebastian no es ningún vago.
—¿Por qué no me lo dijiste? —reclama, mostrándose dolida.
—Porque simplemente, no es de tu incumbencia —respondo, con la postura erguida y mirada desafiante.
—No quiero que lo vuelvas a ver —sentencia, yo entorno los ojos y mejor decido ignorarla; paso por su lado yendo hacia el vestidor—, ¡¿me oíste?! —grita más que histérica, tomándome con fuerza del brazo.
—¡No! —niego contundente, a la vez que me vuelvo para plantarle cara—. ¡No dejaré a Sebastian solo para darte gusto! —digo con decisión, y soltándome de su agarre con brusquedad. Ella no puede ocultar la ira en su mirada y que su rostro se endurezca por la rabia—. Yo lo amo, él es el amor de mi vida y no permitiré que ni tú ni nadie, se interponga entre nosotros —declaro, con voluntad férrea.
—Ja, ¿amor? —se mofa—. ¿Qué vas a saber tú de amor, cuando poco has recibido? —expone de forma despectiva y con verdadera saña.
—Créeme, sé mucho más de amor que tú. Sé lo que es querer pasar el día entero con él, lo que es extrañarlo cuando está lejos, soñarlo cuando duermo y añorarlo el día entero —manifiesto con gran pasión. Y es raro, pero de pronto siento una inexplicable sensación de libertad, como si con esta declaración rompiera todas esas cadenas que me mantenían cautiva del miedo, en este caso, miedo a sus intrigas, pero por Sebastian, por su amor, soy capaz de todo. Ella, me observa con el rostro desencajado, pero después pone los ojos en blanco, evidenciando su fastidio—. Eres tú la que no sabe nada del amor, cuando ni siquiera eres capaz de amar a tus propias hijas —reprocho con real dolor.
—Ay, pero que cursi eres —expresa con gesto de hastío—. Respóndeme algo. ¿De verdad crees que ese chico te ama? Por Dios, Mila, si eres tan insignificante, tan poca cosa —señala, mirándome de arriba a abajo con evidente desprecio, y sus palabras lastiman, pero no porque las crea, sino porque es precisamente mi madre quien las dice—. Algún interés debe tener, tal vez por ego, para decir que sale con una bailarina famosa, como si fueras un trofeo para presumir. Seguramente es eso, porque no encuentro otra explicación para que un joven como él, tan guapo y apuesto, salga con alguien como tú —expone con tono mordaz.
—Tal vez para ti sea difícil entenderlo, cuando solo te amas a ti misma y a tu colección de bolsos y zapatos de diseñador. Pero te equivocas, si piensas que de nuevo me harás sentir poca cosa. Sebastian me ama y me ha demostrado de mil formas lo valiosa que soy, y no sólo para él, también para mí misma. Sebastian me ha ayudado a fortalecer mi seguridad, esa que tú te has empeñado en destrozar —recalco con entereza.
—¡Ay que romántico! —exclama con exagerado sarcasmo—. Eres tan... —Ella hace una pausa para encontrar la palabra exacta, pero de pronto sus ojos se abren amplios— ¡Tonta! ¡Dime que no les ha dado la famosa prueba de amor! —exige, sorprendiéndome de nuevo, halándome de los cabellos.
—¡Suéltame! —Forcejeo para que suelte mi cabello, pero ella no disminuye su agarre.
—¡Respóndeme!
—Bien, ¿quieres la verdad? —digo, captando su atención, ella me suelta y me mira expectante—. Hace mucho que no solo soy su novia, hace mucho que me entregué a él y soy su mujer —declaro con orgullo—, y ¿sabes? No me arrepiento.
—¡Argh! —Ella de nuevo me ataca a manotazos, yo retrocedo evadiendo sus golpes—. ¡Niñita estúpida! ¿Acaso quieres terminar embarazada y arruinar tu carrera como lo hice yo, por ti? —Ahí está, de nuevo su cantaleta de que por mi culpa, no es la bailarina famosa que debió ser y no le digo que en días anteriores creí estar embarazada, pero pienso que si lo estuviera, si en verdad hubiera un bebé creciendo en mi vientre, no me importaría restregárselo en la cara—. Más te vale que te estés cuidando...
—Y si no, ¡¿qué?! Si me embarazo, ¡¿qué?! —La desafío.
—¡Te mato! Pero primero mato a tu engendro y a ese maldito hombre —grita con verdadero rencor y su amenaza en verdad me atemoriza, pero también me enoja, me hace ponerme como una fiera.
—¡No! Tú, no te atreverás a lastimar a Sebastian, ¿me oíste?! —Ahora soy yo, quien se abalanza contra ella y no tengo idea si logro intimidarla porque mi madre es mucho más alta que yo, pero quiero que le quede claro que defenderé a Sebastian y si fuera el caso, también defendería a mí bebé, con uñas y dientes, pero no permitiría que los dañe—. Si lo haces, si llegas a tocarle uno solo de sus cabellos, te juro que...
—¿Qué, Mila? —se burla—. ¿Me matarás? No eres tan fuerte, no serías capaz de ir contra tu propia sangre.
—Tienes razón, no podría matarte. No soy una hiena, no soy como tú, pero créeme, no me importará que seas mi madre si me veo en la necesidad de denunciarte y atestiguar en tu contra. —Mi madre palidece.
—No puedo creer en lo que te ha convertido ese chico, ¡has enloquecido! —Dramatiza—. No puedo creer que lo ames tanto como para ponerte en contra de tu propia madre. —Claramente, ahora recurre al chantaje.
—Sí, lo amo más que a nada en este mundo, no hay nada que me importe más, que querer hacerlo feliz. Por él, soy capaz de dar mi propia vida, así que ya lo sabes —confieso con voz firme, ella resopla evidenciando su frustración.
—No discutiré más contigo. Está decidido, te irás a Londres, lo quieras o no —sentencia con arbitrariedad, yo niego con la cabeza a la vez que río con incredulidad.
—No puedo creer que sigas creyendo que puedes manipularme a tu antojo. He hecho todo lo que has querido, por Sasha y porque precisamente no quería que intervinieras entre Sebastian y yo, pero ahora que lo sabes, no es necesario que siga jugando a la hija obediente, así que a partir de ahora, no te harás más cargo de mi carrera.
—¡Ay, Mila, Mila! —expresa, repitiendo mi nombre y aparentando tranquilidad, pero su tono de voz denota una clara advertencia—. Definitivamente eres muy tonta, si crees que de verdad te librarás tan fácilmente de mí —dice con voz melosa, pero una sonrisa malvada baila en sus labios y en sus ojos, además alza una de sus cejas con un gesto de suspicacia.
—Creo que no me he explicado bien —expongo con clara ironía en mis palabras, después de todo, aprendí de la mejor—. ¡Nunca más haré lo que tú quieras! —recalco con voz firme y pausada.
Mi madre me sorprende sonriendo de oreja a oreja, en vez de enloquecer, gritar y destrozarlo todo, como creí que haría.
—Nunca, es una palabra que nunca deberías usar, Mila, o podrías terminar desdiciéndote —explica, haciendo un puchero y exagerando el gesto decepción. De pronto endereza la postura, alza la barbilla mostrándose altiva y me dedica una pequeña sonrisa, después se gira hacia la puerta y camina a la salida, pero antes de salir de mi habitación, se detiene—. Ya veremos quién ríe de último, Mila —dice, dejando implícita su amenaza, pero no me dejo intimidar y no caigo en su provocación, solo la observo por la espalda, esperando que salga de una buena vez de mi vista—. Ah, por cierto. —Gira su rostro de lado para mirarme de reojo—, trata de descansar, estás hecha un desastre —señala con su característica actitud de desaprobación, antes de salir de mi habitación.
Mi madre cierra la puerta por fuera y con gran alivio expulso todo el aire que retenía en mis pulmones. Siento que se me saldrá el corazón del pecho y una extraña sensación de sentimientos contradictorios, corroen mi estómago, remordimientos y alegría a la vez.
Dios, nunca pensé que podría hacerlo, decirle todo esto a mí madre.
Sasha otra vez no está, así que cojo algo de ropa y salgo de casa decidida a pasar la noche con Sebastian.
Al entrar al apartamento, la música de Hozier invade mis oídos, es tan alto el volumen que no entiendo cómo los vecinos no han hablado para quejarse del ruido.
—Hola, Romeo —saludo al minino que me recibe en la entrada—, ¿te gustaron los juguetes que te compramos? —Le pregunto, a la vez que le hago un par de arrumacos, después lo cargo y lo llevo hasta su gatera—. Anda es hora de dormir, te quedarás aquí abajo pero Quijote te acompañará —Le digo, acercándole al perro de peluche que le compré como compañero. El pequeño gatito ronronea mientras se frota contra Quijote.
Dejo a Romeo jugando con su peludo acompañante y subo corriendo las escaleras. Sebastian está en la habitación recostado en la cama, con su laptop sobre las piernas y con una sonrisa bobalicona bailando en sus labios mientras teclea en su computador; todavía no se percata de mi presencia, pues con la música tan alta, seguro no me escuchó llegar.
—¿Qué haces? —le pregunto, y Sebastian se sobresalta al escucharme—. ¿Con quién pláticas que estás tan sonriente? —Él cierra su laptop de golpe, lo que me parece extraño, después, usando el control remoto le baja el volumen al sonido.
—Hola, ¿qué haces aquí? —pregunta con sonrisa nerviosa y obviando mi pregunta.
—Quería pasar la noche contigo, pero si prefieres que me vaya, me iré —manifiesto con cierto sentimiento de incomodidad.
—No, no quiero que te vayas —dice, levantándose de la cama, y acercándose a mí—. Ven acá. —Se sienta a los pies de la cama, toma mi mano, y me jala hacía él, me rodea por la cintura y me sienta sobre sus piernas, después me mira a los ojos.
—Otra vez Sasha no durmió en casa —digo, explicando mi presencia ahí—. Cada vez lo hace menos y en verdad lo entiendo. Yo tampoco quiero estar allá.
—Bien, suerte para mí —dice, acariciando mi mejilla. Su mirada se clava en ella y la mira desconcertado—. Pero... ¡¿Qué diablos...?! ¡¿Qué te pasó?!
Yo suspiro pesadamente y bajo mi rostro abatida. Sebastian toma mi barbilla y levanta mi rostro para que lo mire a los ojos.
—Mi madre ya se enteró de lo nuestro —declaro, con desgana.
—¡¿Se atrevió a ponerte la mano encima?! —exclama con rabia, a la vez que me toma de la cintura y me hace a un lado para ponerse de pie. Yo me siento en la cama y él se para frente a mí—. ¡¿Pero qué es lo que le pasa a tu madre?! —pregunta con tono de reclamo, ni siquiera me deja responderle—. ¡Argh, cómo quisiera golpearla! —vocifera, caminando de un lado a otro de la habitación, con rostro endurecido, con sus manos en las caderas en forma de jarras y resoplando furioso por la nariz—. ¡Te juro, Mila, que si no fuera mujer lo haría!
Cierro los ojos en un gesto doloroso, exhalo y respiro antes de volver a abrir los ojos. Ni siquiera sé qué responderle, hubiera preferido que no se enterara de la bofetada que me dio mi madre, pero supongo que en mi mejilla quedó la marca, que delata su agresión.
De pronto, Sebastian se detiene y me mira fijamente desde arriba, después se hinca frente a mí y toma mi rostro entre sus manos.
—¿Estás bien? Dime que no te hizo daño —ruega, acariciando con dulzura mi mejilla dolorida con su nariz.
—Estoy bien —Le aseguro, cerrando los ojos para regocijarme de su cariño.
—Te traeré hielo. —Besa mi mejilla con cuidado, antes de ponerse de pie y bajar corriendo las escaleras, apenas desaparece de mi vista, yo también me pongo de pie y voy al baño a mirarme en el espejo.
Mi mejilla tiene impresa en color rojo, la mano de mi madre y un pequeño rasguño color escarlata marca mi pómulo. El golpe fue fuerte, no en vano me sentí atontada inmediatamente. Sin duda mi madre descargó toda su furia en mí.
Sebastian regresa, se para detrás de mí e intercambiamos miradas por el reflejo del espejo. Después, él lleva la bolsa de hielo a mi mejilla, lo hace con mucho cuidado, pero de igual forma me sobresaltó al sentir la frialdad en mi lastimada piel.
—Lo siento —se disculpa, con voz arrepentida y mirada impotente, después besa mi hombro, pasa su brazo por mi cintura y me estruja contra sí—, siento mucho que tu madre te haya lastimado.
—No me lastimó, mi amor, te lo juro, esto no es nada —digo, girándome hacia él para abrazarlo—. Lo que en verdad me lastimaría es que logre separarnos.
—Eso no sucederá mi amor, te lo prometo. —Sebastian acaricia mi cabello y yo asiento en respuesta, satisfecha con la certeza de sus palabras—. Vamos a la cama, tienes que descansar.
Me dejo conducir por Sebastian, que de la mano me lleva a la habitación, me desviste con mucho cuidado, dejándome solo en ropa interior, abre la cama para mí y me incita a recostarme. Después va a su lado de la cama, también entra en ella y me pega a él para que me recueste sobre su pecho.
—Mi madre me prohibió que volviera a verte. Le dejé bien claro, que no haré lo que pide. —Siento a Sebastian suspirar pesadamente—. Amor, me amenazó y te juro que no le temo, ya no, pero debemos estar prevenidos, ella no se quedará en paz, te lo aseguro.
—Mila, pequeña, seguramente tu madre solo amenaza, pero no hará nada que pueda dañarnos.
—No lo sé, Sebastian, mi madre es capaz de todo por salirse con la suya, pero te juro que haga lo que haga, ella jamás podrá lograr que deje de amarte.
—También te lo juro, Mila. Y escúchame bien, ni ella, ni nadie podrán impedir que yo te siga amando como te amo.
La convicción de sus palabras me tranquiliza, ahuyentando el temor a las amenazadas de mi madre, y me hace sentir plena al escucharlo hablar con tanta seguridad de su consolidado amor por mí.
Me despierta un fuerte ronroneo, retumbando en mi oreja, pero sin tomarle importancia solo me giro y escondo mi rostro bajo la almohada. Segundos después, siento a Sebastian revolverse en la cama.
—Basta Romeo, deja de rozarte contra mí —se queja Sebastian, yo contengo la risa—. Quédate ahí abajo. —Me recuesto de lado y lo veo bajando a Romeo al piso, pero más tarda en hacerlo, cuando Romeo salta de nuevo a la cama—. No, no vuelvas a subirte. —Le ordena, pero el gato hace caso omiso y vuelve a trepar—. Será mejor que te lleve abajo.
Sebastian se levanta de la cama, y yo me finjo todavía dormida, pero con los ojos entrecerrados lo veo bajar las escaleras con Romeo en las manos. Un minuto después, mi chico regresa, pero apenas lo hace lo escucho de nuevo quejarse.
—¿Otra vez ya estás aquí? —Lo reprende, con sus manos en jarras—. No te bajaré una decena de veces, te llevaré de nuevo y te quedarás abajo ¿oíste? —Me incorporo y lo veo corretear al gato que se rehúsa a que lo atrape—. Ven acá pillo.
Sebastian se sienta a los pies de la cama y suspira frustrado al no poder atraparlo.
—Déjalo, yo me ocuparé, tal vez tenga hambre —digo, levantándome, y Sebastian recorre mi cuerpo con mirada hambrienta, avergonzada me pongo una camiseta por la cabeza—. Tú vuelve a la cama.
Romeo se deja atrapar por mí, bajo a la planta baja con él y lo llevo a la cocina, donde le sirvo su comida
—Ya veo que tenías hambre, gato consentido. —Acaricio su lomo.
Me levanto y regreso a la habitación, encuentro a Sebastian saliendo del baño.
—¿Cómo hiciste para que el gato revoltoso se quedara allá abajo?
—Le di de comer, tenía hambre.
—Perfecto, ven acá, que yo también tengo hambre —declara, con mirada hambrienta. Y por supuesto que yo también lo deseo, pero seguro mi aliento es horrible y además tengo que hacer pis.
—Debo entrar al baño —digo, evadiéndome de sus manos que intentan atraparme a mi paso.
Minutos después estoy de regreso en la habitación, ahora con aliento fresco. Sebastian ya no está ahí, pero segundos después aparece subiendo a toda prisa las escaleras y sin decir nada, viene directamente hacia a mí, rodea mi cintura con una mano y me pega a él de forma posesiva, con la otra me toma de la nuca y me besa con vehemencia.
—Te extraño, Mila —confiesa, entre jadeos mientras besa mi cuello—. Extraño estar dentro de ti.
El ronroneo de Romeo llama mi atención.
—Espera, Romeo está de vuelta.
—Olvídate del gato.
Entre besos y caricias, me recuesta en la cama, después se gira y me lleva con él, dejándome sobre él.
—Espera —digo, incorporándome a ahorcajadas sobre él, al sentir a Romeo de nuevo en la cama—, ¿estás seguro de que quieres que Romeo nos vea? —De pronto mete su cabeza dentro de mi camiseta, sorprendiéndome con su osadía y haciéndome reír—. ¿Qué haces? —pregunto, asomándome por el cuello de la camiseta.
—Haciendo lo necesario para que Romeo no vea lo que hago —declara, antes de continuar acariciando con sus labios la piel de mi escote—. Tu regla ya debió cesar, siempre te dura poco. —Con uno de sus dedos hace a un lado la tela de mi brasiere para acceder directamente a mi pezón, entretanto, analizo sus palabras. Es cierto mi menstruación siempre es breve y en esta ocasión lo fue aún más, casi inexistente, lo que me hace pensar muy seriamente en ir al laboratorio por los resultados para confirmar que no estoy embarazada.
Cuando me recupero de la impresión, levanto la camiseta para sacarlo de dentro y lo alejo de mí.
—¿Acaso me llevas la cuenta? —pregunto con indignación.
—Claro, es algo que me afecta, me tienes en abstinencia, impaciente, cuento los días —admite, sin ningún decoro—. Por cierto, este mes se retrasó más de lo normal, por un momento creí que tendríamos visita imprevista de la cigüeña —dice en tono de burla, a la vez que exagera su gesto de alivio. Yo siento que toda la sangre se me va a los pies.
Me bajo de él y luego de la cama.
—¿Qué pasa? —Me cuestiona al verme ir con paso firme hacia el vestidor—. ¿Por qué te vas?
—¿Tanto te molestaría que así fuera? —Me giro a enfrentarlo, él frunce el ceño a la vez que pasa los dedos por su cabello en un claro gesto de frustración.
—Obviamente no es así, no hay nada de qué preocuparse.
—No, pero... —balbuceo—, pero los métodos pueden fallar, un embarazo podría ser un riesgo que corremos al tener sexo.
Sebastian se levanta de la cama, acorta la distancia entre los dos, toma mi rostro con sus dos manos y baja el suyo a la altura del mío.
—Lo sé, Mila —reconoce con voz serena—, pero esa es una posibilidad muy remota si sigues tomando la píldora, y tal vez sea bueno que también incluyamos el condón, así reforzamos la prevención —sugiere con naturalidad, y me hace sentir frustrada, pues por un segundo creí que me diría lo que tanto he esperado que me diga en estos días de dudas, que él jamás me dejaría sola con un hijo
—Sebastian, respóndeme algo. ¿Qué harías si saliera embarazada en este momento?
Él me suelta, da un paso atrás, y me observa intrigado.
—No lo sé, Mila, no lo sé. —Sebastian evade mi mirada, pasa sus dos manos por su cabello y después se da la vuelta dándome la espalda—. Sabes que en estos momentos tenemos planes y...
—Tienes planes —corrijo, mirándolo dolida—. ¿Sabes qué? Te propongo un método más seguro para no arruinar tus planes. —Sebastian se vuelve hacia mí y me mira expectante—. No volveremos a tener sexo —sentencio, con mirada desafiante y mis manos en mis caderas a modo de jarras, Sebastian abre grande sus ojos.
—Mila... —Intenta acercarse a mí, pero yo retrocedo—. No entiendo por qué tienes que ser tan drástica. ¿Qué pasa, Mila? ¿Acaso quieres un hijo en este momento? —inquiere, mirándome intrigado.
—No, Sebastian, no se trata de eso. Se trata de que debes saber el riesgo que corremos y que necesito la seguridad de que si algo así pasara, no me dejarás sola.
—Mila, mi amor —Vuelve a tomar mi rostro entre sus manos—. Por qué preocuparte por algo que no ha pasado, y que no sabemos si pasara—. Sebastian tiene razón, estoy haciendo una tormenta en un vaso de agua, tampoco entiendo por qué me pongo así. Asiento y Sebastian me da pequeños toques de labios—. Pequeña, yo te amo, eso nunca lo dudes.
—Yo también te amo —declaro con un mohín, colgándome de su cuello.
De nuevo los besos y las caricias se intensifican, y en medio del delirio, Sebastian vuelve a llevarme a la cama, me quita la camiseta que llevo puesta y se recuesta sobre mí, sin dejar de besarme.
—Dime que me deseas tanto como yo te deseo a ti, Mila —me pide, entre jadeos, pero suena más como una exigencia.
—Te deseo tanto o más que tú a mí, Sebastian —respondo con la voz entrecortada por la excitación.
Al parecer Romeo se fue, porque no molesta más, pero ahora es el timbre de la puerta el que nos interrumpe. Resignada, entorno los ojos, detengo los besos y dejo caer mis manos a mí costado.
—No hagas caso —dice Sebastian, bajando el tirante de mi sostén y besando mi hombro—, simplemente ignóralo—. En respuesta, llevo mis manos de nuevo a su espalda y ladeo mi cabeza para darle acceso a mi cuello, pero quien toca, pareciera que no se irá hasta que le abran, porque sigue haciéndolo insistentemente.
—Diablos —maldice Sebastian, levantándose de la cama, y derrotada, vuelvo a dejar caer mis manos a los lados de mi cuerpo—. No tardo, por favor, espérame, no te muevas.
Yo afirmo en respuesta, mientras me cubro con la sábana. Sebastian se pone un albornoz para ocultar su excitación y baja corriendo las escaleras.
—Theresa —exclama Sebastian, al abrir la puerta, yo me recargo sobre mis antebrazos y presto atención a lo que ocurre abajo.
—Hola, Bastian —saluda, la muy mustia con voz chillona.
Enseguida me levanto de la cama, me pongo la camiseta y me acerco a la escalera para escuchar mejor, y claro, espiar.
—Buenos días —saluda Sebastian, con voz nerviosa.
—¿No me invitarás a pasar?
—Theresa, no es buen momento —se excusa Sebastian, mientras ella recorre su cuerpo con lasciva mirada.
De pronto veo a Romeo, que fiel a su gatuna curiosidad, camina hacia la puerta donde está la inoportuna visitante.
—¿Por qué no? —Insiste la lagartona, no se puede ser más arrastrada.
—Porque no estoy solo.
—¡Por favor, aléjalo, sabes cuanto los detesto! —grita como una loca y se abraza a Sebastian, al ver a Romeo acercarse.
El pequeño minino, asustado por los histéricos gritos, sale corriendo del apartamento.
—Sebastian, Romeo se salió —grito, bajando las escaleras a toda prisa.
Sebastian intenta quitarse a Theresa de encima, quien está aferrada a su cuello. Yo salgo del apartamento detrás de Romeo, y es en el piso de abajo donde un buen vecino, me ayuda a atraparlo.
—Muchas gracias —agradezco avergonzada por mi apariencia, pues estoy descalza y solo llevo una camiseta que apenas cubre mi trasero.
Cuando voy subiendo las escaleras, escucho a Theresa intentando convencer a Sebastian de que vuelva con ella.
—Bastian, sabes bien que tú y yo estamos predestinados, sabes que tú fuiste mi primer y único amor. No puedes echar por la borda todo el amor que te tengo, por una aventura de una noche. Y está bien, entiendo que ella siempre ha sido un capricho para ti, pero ya te quitaste las ganas, ahora ya puedes seguir adelante.
—Theresa, Mila no es una aventura de una noche, ella y yo tenemos dos años juntos.
—¡¿Qué?! Eso no puede ser cierto, Maddie me lo hubiera dicho.
—Maddie no lo sabía, no tenía por qué saberlo.
—Todo este tiempo nos lo han estado ocultando —recrimina la muy boba.
¿Qué se ha creído?
—No teníamos que informarles de nuestra vida.
De regreso al apartamento, y al pasar por su lado, Theresa me dedica una mirada de desprecio. Yo le devuelvo una de fastidio.
Llevo a Romeo al baño y lo encierro ahí, para que no vuelva a huir mientras la incómoda visita se va. Después voy a la cocina, ignorando las miradas asesinas de Theresa, sin dejar de prestar atención a su plática.
—¿Lo sabe tu madre? Sabes que ella no aprobará esa relación —menciona la odiosa, con desdeñosa voz, y no puedo evitar inquietarme con su comentario.
—No la necesito Theresa, es mi vida y mi madre debe respetar mis decisiones.
—Bastian —lloriquea—, no puedes hacerme esto, yo he esperado mucho por ti. —Entorno los ojos al verla abrazarse de la cintura de Sebastian y recostarse en su pecho. Él alza sus brazos como señal de que no lo devolverá el abrazo, y me mira desesperado. Sé que quiere quitársela de encima, pero al mismo tiempo no quiere ser grosero.
—Pues deja de esperar, perdiste tu turno, oxigenada —increpo, mientras corto un poco de fruta en la barra.
—¡Tú, no te metas! Esto es entre Bastian y yo. —Se gira a gritarme. Yo no puedo evitar una pequeña risa de sorpresa.
Esto es verdaderamente ridículo y ya me cansé.
—Mira arrastrada. —Suelto el cuchillo con brusquedad—, me he estado controlando para no arrancarte cada uno de tus oxigenados cabellos —digo, dirigiéndome hacia ella de forma amenazante—, pero todo tiene un límite.
Me paro frente a Theresa, ella pone sus manos en sus caderas y me mira altiva con actitud desafiante.
—Atrévete a tocarme niñita insignificante —me reta—. Además, entérate, soy rubia natural —declara con presunción, y Sebastian suelta una pequeña carcajada. Las dos lo fulminamos con la mirada.
—En realidad no me interesa si eres rubia natural u oxigenada, o como sea, pero entiende que a la única que debe quedarle claro es que "Esto" —recalco la palabra «esto», haciendo con mis manos la señal de comillas—, es solo entre Sebastian y yo, y que la única entrometida aquí, eres tú. ¿No te da vergüenza ser tan buscona? ¿Acaso no tienes dignidad? —Ella palidece, pero después se pone roja y su expresión se endurece, tanto, que parece que las venas de la frente le estallarán—. Solo te lo diré una vez, quiero que dejes de buscar a «Bastian» —subrayo, con voz chillona, arremedándola—, sino quieres quedarte calva. ¡¿Entendiste?! —le grito, señalándola con mi dedo índice de forma amenazante.
—Amor, no vale la pena. —Sebastian me sostiene por la cintura, y la arrastrada, nos observa a ambos, sin saber qué decir, solo balbucea.
—Theresa, será mejor que te vayas. —Le pide "Bastian", señalándole la puerta, ella lo mira dolida y creo que hasta me parece que quiere llorar. No puedo evitar sentir lastima por ella.
—Te aseguro que esto no se va quedar así —declara, mirándome fijamente, obvio su amenaza es para mí. La lástima que segundos antes sentí por ella, se evaporó—, me cobraré cada una de tus palabras —reta, mirándome con odio, luego, da media vuelta y sale del departamento, dejándome boqueando incrédula.
—No puedo creer su desfachatez —gruño, a la vez que azoto la puerta con rabia—. Ella es la que intenta entrometerse entre nosotros ¿y soy yo la que debe pagarlo? No puedo creerlo —declaro, caminando con paso firme hasta las escaleras. Sebastian viene detrás de mí.
—No hagas caso, sabes que solo habla por hablar. Espera, no te vayas —me detiene tomando mi mano, antes de que suba las escaleras—. Te prepararé el desayuno, ¿qué te apetece?
—Nada, estoy tan enojada que creo que vomitaré.
—Ven acá y tranquilízate. —Sebastian me arrastra hasta la sala, se sienta en el sofá y me sienta sobre sus piernas—. Amor, por favor, no dejes que nos arruine el día, estábamos tan contentos, estábamos a punto de hacer el amor... —Acaricia mi pierna, y con curiosidad, observo como sus traviesos dedos siguen el camino que lleva a mi centro, para intentar adentrarse. Está por llegar, cuando se la detengo bruscamente con la mía. Sebastian me mira confundido.
—¿Qué? ¿Intentas averiguar si yo también soy rubia natural? —inquiero con tono mordaz—. Siento informarte que no lo soy. —Me levanto de su regazo y subo las escaleras con grandes zancadas. Sebastian suelta una sonora carcajada.
—Lo siento, no pude evitarlo —grita, desde abajo.
Unos 30 minutos después, bajo ya bañada, vestida y lista para irme a la compañía, Sebastian me espera abajo con la mesa puesta, con el café y el jugo, ya servidos.
—Ni creas que te irás sin desayunar —acota, abriendo la silla para mí. Yo me siento pero sin dejar de mostrarme altiva.
Sebastian va a la cocina y regresa con los platos servidos.
—Anda, comienza o se enfriará, espero te guste.
Sin responderle, ni mirarlo, bebo un poco de jugo y después jugueteo con el tenedor en mi plato, para llevarme un bocado del omelette con espinacas, que huele delicioso.
—Pequeña, no estés enojada conmigo, sé que no debí reírme.
—El problema no fue que te rieras, créeme, disfruté mucho de ver su rostro descompuesto, pero no tenías que insinuar que tú sabías la verdad —señalo, antes de llevarme el tenedor a la boca.
De pronto, las náuseas me hacen soltar el tenedor y cubrirme la boca.
—¿Qué tienes? ¿Qué te pasa? —pregunta desconcertado. No le respondo, solo repentinamente me levanto de la silla y voy al baño a toda prisa.
Apenas alcanzo a llegar al inodoro, antes que las poderosas arcadas sacudan mi cuerpo, Sebastian que vino detrás de mí, me ayuda recogiendo mi cabello y acariciando mi espalda.
Cuando las imperiosas ganas de devolverlo todo, cesan, me levanto y voy hacia el lavabo a echarme agua fría en el rostro y lavarme los dientes.
—¿Estás mejor? —pregunta Sebastian, que me observa por el reflejo del espejo. En respuesta, solo afirmo con un movimiento de cabeza, pero la verdad es que aún me siento descompuesta—. Bien, vamos a que comas algo.
—No, no puedo pasar bocado, siento el estómago revuelto.
—¿Qué pasa? —pregunta la señora Mary, que ya está en la cocina, cuando nos ve salir del baño juntos.
—Mila se siente mal, tiene náuseas. —Le informa Sebastian.
—¡Mmm! —gime la robusta señora, con tono analítico—. ¿Náuseas? —pregunta, ampliando sus ojos con un gesto de astucia.
—Será mejor que te reportes enferma en la compañía. Le hablaré al médico para pedirle una cita —sugiere Sebastian, ahora dirigiéndose a mí.
—No es necesario. Seguro solo fue el disgusto y pronto me pasará el malestar —digo, yendo a la sala para sentarme en el sofá, no quiero acercarme a la comida.
—Le prepararé un té de jengibre, con eso se sentirá mejor —ofrece la señora Mary.
—¿Té de Jengibre? ¿No es eso lo que toman las embarazadas? Recuerdo que la abuela Rose le preparaba ese té a la tía Marissa, cuando estaba embarazada de la pequeña Rose —pregunta Sebastian con gesto de confusión. De pronto desvía su mirada hacia mí y sus ojos se amplían—. ¿Mila, estás...? —No puede ocultar el pánico en su mirada, creo que hace mucho que no lo veía tan asustado—. No, no, no puede ser. ¿Cierto? —Inquiere, con súplica en la mirada. No afirmo, ni niego, solo lo miro desconcertada—. No, acabas de tener el periodo, es imposible. Seguro solo es el disgusto. —Se responde él solo, convenciéndose de lo que dice, y quisiera también poder estar convencida, pero de nuevo comienzo a creer, que la cigüeña viene en camino con un lindo bebé.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top