Capítulo 6

*Antes que nada, quiero disculparme por no publicar antes, he estado un poco indispuesta, pero prometo que el próximo capítulo llegará a tiempo, por lo pronto les dejo este esperando sea de su completo agrado. ¡Qué lo disfruten!*

Estoy en el laboratorio esperando para que me realicen los análisis, y ya casi es mi turno. Muero de nervios, no solo por saber si estoy embarazada, también porque tengo una gran aversión por las agujas. Solo espero no desmayarme como acostumbro hacer siempre que me extraen sangre.

La noche anterior, programé tres alarmas y con dos horas de anticipación, para asegurarme de que no me quedaría dormida de nuevo esta mañana. Estoy agotada y prácticamente no he dormido nada, por lo que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para poder salir de la cama. Prácticamente me arrastré hasta la ducha; fue necesaria el agua fría para despertar por completo. Después salí de la casa sin hacer ruido y ahora aquí estoy, comiéndome las uñas en la sala de espera de la pequeña clínica privada.

—¡Mila Davis! —La recepcionista, grita mi nombre sin ningún recato, y en lugar de ponerme de pie, me encojo en mi silla—. ¡¿Mila Davis?! —repite, yo salto de mi asiento antes de que vuelva a hacerlo frente a la veintena de personas ahí presentes.

—Soy yo —musito.

—Pasa al cubículo tres —señala, la joven mujer.

Camino lento hacia dónde me indican, y con cada paso, siento mi corazón retumbando en el pecho.

—Veamos —dice la mujer, que me recibe en dicho cubículo, mientras lee la orden del médico—, una prueba de embarazo —menciona con naturalidad, yo asiento abochornada—. Bien, señorita Davis, toma asiento y descubre tu brazo.

Sigo sus indicaciones, después ella toma mi brazo y lo palpa en busca de una vena adecuada para la extracción, cuando la encuentra, hace un torniquete en mi antebrazo, y prepara la jeringa; solo me basta ver la aguja, para que comience a sentir el estómago revuelto, un escalofrío recorre mi columna, y mi frente se cubre de sudor frío. La mujer me observa con una sonrisa y de pronto se detiene, yo suelto el aire que mantenía retenido.

—No estés nerviosa, prometo que no dolerá —declara, con rostro amable.

—Estoy bien —aseguro; sin embargo, tiemblo.

—No pareces estar bien, de pronto perdiste el color.

—Lo sé, siempre pasa. —Cubro mi rostro con vergüenza—. Soy muy cobarde.

—Claro que no lo eres. En realidad, el miedo a las agujas es mucho más común de lo que la gente cree. Las agujas pueden mermar la seguridad de hasta el hombre más grande y valiente. —Ella habla, mientras acerca una bandeja con unos tubos de ensayo—. ¿Ves ese hombre? —pregunta, sentándose frente a mí y tomando mi brazo, a la vez que señala hacia la pared donde cuelga la foto de un hombre vestido de bombero—. Él es Capitán de bomberos, se enfrenta a la muerte todos los días, pero llora como un bebé cuando ve una aguja cerca —relata con tono divertido. Observo la imagen del apuesto hombre, en busca de un vestigio de cobardía en su mirada, pero no la encuentro—. Listo.

Cuando vuelvo mi vista hacia la mujer ella ya tiene la jeringa llena de mi sangre.

—No sentí nada —exclamo con incredulidad.

—Esa era la idea —comenta, guiñándome un ojo.

—Entonces no es cierto que ese hombre llora, ¿cierto?

—En realidad sí, pero no le digas a nadie. Dudo que a mi esposo le guste que ande contando que llora como una nena siempre que le sacan sangre —me cuenta, en tono de burla, pero su mirada expresa orgullo.

—¿Tu esposo?

—Sí, acabamos de cumplir 20 años de casados.

—¡Wow! Ambos lucen bastante jóvenes para llevar tanto tiempo juntos.

—En realidad éramos muy jóvenes cuando nos casamos, él veinte y yo diecisiete. Todos aseguraban que nuestro matrimonio no duraría, pero nos ha ido bien a pesar de todas las adversidades que se nos han presentado.

—Imagino que debió ser difícil cuando lo único que tenían, era un futuro incierto. ¿Cómo hicieron para no permitir que los problemas los separaran?

—No te mentiré, fue difícil, muchas veces estuvimos a punto de renunciar. Para empezar, cuando salí embarazada y se lo dije, él se asustó y terminó conmigo.

—¿Y? —le pregunto, aterrada de que Sebastian reaccione de la misma forma.

—Nunca olvidaré que en ese momento lo único que quería, era morir y me sumí en una profunda depresión, mi bebé era lo único que me ilusionaba. Días después, él me buscó y me pidió perdón. Obviamente lo perdoné y juntos criamos a dos hijos que son mi más grande orgullo, George de diecinueve y Alexia de diecisiete

—No sé si yo podría perdonar algo así. —Pienso en voz alta, con la mirada perdida, imaginándome en una situación similar.

—Lo perdoné porque lo entendía, yo también tenía miedo.

—Me alegro que todo haya ido bien para ustedes —digo, forzando una sonrisa y levantándome de mi asiento para irme.

—También puede ir todo bien para ti, porque... ¿estás en una situación similar, cierto? —Yo asiento mortificada—. Te diré algo, es cierto que nosotros contamos con el apoyo de nuestros padres, pero personalmente creo que la verdadera razón de que sigamos juntos, es que día con día, alimentamos nuestro amor —comenta, yo la miro extrañada y ella continúa—. El respeto, la confianza y los detalles, son algo que nunca debe falta entre una pareja. —Yo asiento pensativa—. Bueno, pero antes de que te hagas todas esas historias en la cabeza, que sé te estás haciendo, debes confirmarlo.

—Tienes razón, por ahora debo irme, ya te quité mucho tiempo.

—Los resultado estarán mañana por la tarde —indica, entregándome un recibo.

—Muchas gracias —digo, ofreciéndole mi mano, ella la toma y me sonríe.

—Suerte.

—Gracias, la necesitaré.

Todavía es temprano y estoy cerca del apartamento de Sebastian, así que decido ir a sorprenderlo con un rico desayuno en la cama.

El semáforo de peatones se pone en siga y camino resuelta a mi destino, cuando de pronto, veo salir a Theresa del edificio donde vive Sebastian y luce una sonrisa radiante, evidentemente está contenta. Ella se para frente al edificio a esperar por un auto, después teclea un número en su celular y lo coloca en su oreja. Yo paso inadvertida a sus espaldas y la escucho hablar, no es necesario esforzarme pues lo hace en voz alta.

—¿Maddie? ¡Lo vi, vi a Sebastian! ¡Dios, está más guapo que nunca! —le cuenta, con gran entusiasmo, a la que creo es la hermana de Sebastian. Yo me detengo para escuchar con atención y finjo que abrocho una de las agujetas de mis "imaginarios" tenis, pues uso unas ballerinas—. Me dijo que está en una relación, pero tú sabes que eso no es impedimento para mí, además ¡lo besé! Y aunque de momento se resistió, sé que lo disfrutó tanto como yo —presume con arrogancia.

Me levanto de un salto, quiero desgreñarla, pero para mi mala suerte, un taxi se detiene y ella corre a abordarlo, librándose de que la asesine.

¡Lo besó!

¡Esa arrastrada, lo besó!

¡Aaargh!

Mi primer impulso es irme, no quiero verlo sabiendo que sus labios estuvieron en contacto con los de esa odiosa. Estoy enojada, quiero abofetearlos a los dos, pero me recuerdo que Sebastian no tiene la culpa de que esa zorra se le lanzara. Solo espero que no piense ocultármelo, que no me mienta, porque eso sí me daría en que pensar.

Al entrar al edificio, saludo al portero. —Buenos días, Francisco. —Fuerzo una sonrisa.

—Señorita Davis —responde, con un amable movimiento de cabeza.

Subo las escaleras muy lentamente, necesito calmarme y controlar mis impulsos de preguntarle, tengo que esperar que sea él quien me lo confíe.

¿Y si no lo hace?

Me detengo y me siento en un escalón. Ahí están de nuevo las dudas, oscureciendo mis pensamientos, y aunque no quiero pensar mal, tampoco puedo ser tan confiada.

No, no voy a permitir que esa odiosa vuelva a meterse entre nosotros. Además, confío en Sebastian y en el amor que me tiene, me lo ha demostrado de mil formas.

Respiro profundo, después continúo el ascenso hasta su apartamento. Entro y subo hasta su habitación. Sebastian está en la ducha, y sin quererlo me encuentro observando la recámara con detenimiento, en busca de evidencia que delaten que Theresa estuvo ahí. Siento alivio al no encontrar nada.

Bajo a la cocina y preparo el desayuno; cocinar siempre me tranquiliza. Para mi suerte, las nauseas, no hacen su aparición esta mañana.

Sirvo el café, cuando de reojo veo a Sebastian bajando las escaleras con el cabello mojado y una toalla amarrada a sus caderas.

—¿Pero qué tenemos aquí? —pregunta con voz seductora, no me giro, solo sonrío tímidamente. Él todavía logra abochornarme fácilmente—. Qué bella sorpresa —dice, abrazándome por la espalda y besando mi oreja con suavidad, haciéndome estremecer.

—El desayuno está listo —anuncio, antes de girarme para colgarme a su cuello y besarlo en los labios. Gracias a Dios, acaba de cepillar sus dientes, el sabor a menta fresca en su boca, lo confirma.

—Yo pensaba sorprenderte y el sorprendido he sido yo —confiesa, mirándome a los ojos mientras rodea mi cintura con sus dos manos. De pronto me levanta, me sienta sobre la barra de la cocina, y se para frente a mí, haciéndose espacio entre mis piernas.

—¿Ah sí? —pregunto, con un gesto de suficiencia.

—Sí, iba a pasar por ti a tu casa, para invitarte a desayunar tu comida favorita.

—Mi comida favorita, está aquí —manifiesto, esbozando una seductora sonrisa y arqueando una de mis cejas con pillería, para después morder mi labio provocativamente.

—¡Mmm! Veo que tienes hambre —responde, mirándome con picardía.

—Estoy famélica —declaro, mirándolo con deseo, a la vez que mis dedos se pasean traviesos por su torso.

—Perfecto, porque también estoy hambriento y lo mejor, también tengo aquí mi comida favorita —expone, con mirada lobuna.

Sebastian deja caer la toalla a sus pies, con esa seguridad que lo caracteriza y no puedo evitarlo, escudriño su cuerpo con genuina avidez.

De pronto lleva una de sus manos a mi nuca, saciando mis labios en un arrebatador beso, a la vez que posa su otra mano en mi espalda y me sorprende, estrellándome contra su tibio cuerpo. Yo me arqueo, buscando, anhelando, incitándolo a entrar en mí. Inmediatamente, un jadeo escapa de mis labios al sentir su latente erección presionando a través de mis leggins, en mi entrepierna.

¡Dios, qué sensación tan extraordinaria!

—¡Sebastian! —exclamo su nombre, lo hago más como una súplica. Deseo más de él, siempre quiero más de Sebastian.

Sus manos se mueven impacientes por mi cuerpo, intentando quitarme la ropa. Yo le ayudo sacando mis brazos de las mangas de la chaqueta, él desabotona mi blusa. 

De pronto, se escucha un ruido que proviene de la chapa de la puerta, luego esta se abre. Los dos, miramos hacia la entrada del departamento y vemos que quien abre la puerta, es la señora del servicio, que ajena a todo, se agacha a recoger del suelo unas bolsas de víveres. Al sabernos a punto de ser pillados en tan bochornosa escena, Sebastian y yo nos miramos con los ojos bien abiertos, él sonríe divertido y la verdad, yo también, pero la diferencia, es que siento mi rostro encenderse por completo, lo que significa que seguramente estoy tan roja como un tomate.

Sebastian se agacha tras la barra y recoge la toalla que antes dejó caer. Yo salto de la barra, reacomodo mi ropa y enseguida voy a la puerta a ayudar a la señora Mary con las compras y distraerla, para que Sebastian pueda cubrirse.

—Buenos días, señorita Mila —dice al verme, la regordeta y amable mujer.

—Buenos días, señora Mary. Por favor, permítame ayudarla.

—No es necesario, yo puedo, no soy tan vieja —se queja, la quincuagenaria mujer, que no me permite que le ayude.

—Buenos días, señora Mary —saluda Sebastian, quien ya lleva la toalla enrollada en sus caderas y que inusualmente, luce avergonzado, tanto, que se cruza de brazos, tratando de cubrir su torso desnudo. Yo muerdo mi lengua para no reír a carcajadas.

La astuta mujer nos observa a ambos de forma analítica, después niega con la cabeza, a la vez que sonríe divertida.

—Buenos días, joven Sebastian, será mejor que vaya a vestirse o pescará un resfriado. —Él asiente a la vez que sonríe abochornado, después sube corriendo a la habitación—. ¡Ay, quién fuera joven de nuevo y viviera el amor al límite como estos niños! —exclama con nostalgia, mientras continúa su camino a la cocina. La palabra niños queda dando vueltas en mi cabeza.

¿De verdad somos tan niños como para ser padres?

Ayudo a la señora Mary a guardar los víveres, poco después baja Sebastian ya vestido, y desayunamos juntos.

Tengo una mañana afanada. Primero ensayo con Roberto por dos horas, luego corro al set de grabaciones y le dedico otro par de horas a la grabación del comercial, después, ensayo con la compañía para las puestas en escena que presentaremos la próxima semana.

Ensayo con Jason un Pax de Deux de Don Quijote e inexplicablemente vuelvo a sentirme mareada. No digo nada, continúo hasta que la música se detiene, después, me disculpo con Jason y con Peter, diciendo que necesito ir al baño, aunque lo que realmente necesito es tomar un poco de aire.

Salgo del salón, me recargo en la pared y me deslizo hacia abajo hasta quedar sentada en el piso con las rodillas contra mi pecho. Tomo pequeños sorbos de agua de mi botella, después cierro los ojos y tomo un par de profundas inhalaciones; eso es suficiente para sentirme mejor. Aprovecho el breve descanso, para enviarle un mensaje a Sebastian, pues quedé de decirle la hora a la que saldré a almorzar.

Estoy redactando el mensaje donde le explico a Sebastian que no podré comer con él, cuando de repente se anuncia la notificación de un mensaje de Dimitri.

Mi respiración se detiene por unos segundos en los que anonadada, observo la pantalla de mi celular, el que sostengo con manos temblorosas.

¡Lo bloqueé! ¡Lo bloqueé! —pienso, realmente aterrorizada, mientras empuño con fuerza el maldito teléfono—. ¡¿Quién eres?! ¡¿Por qué no me dejas en paz?! —le gruño a mi iPhone, como si se tratara de mi acosador, luego, impulsivamente lo lanzo contra la pared.

Me sobresalto cuando siento que alguien posa su mano en mi hombro.

—Mila, ¿qué te pasa? —Con alivio veo que son Olivia y Sarah, quienes están paradas a mi lado—. ¿Por qué lanzaste tu teléfono?

—No, no lo toques —le grito a Sarah, quien está por recogerlo.

Ella hace caso omiso de mi petición e igualmente lo levanta, lo revisa y después me lo entrega.

—Toma, no le pasó nada.

Yo no lo tomo, por el contrario, anclo mis manos a mi espalda y al mismo tiempo, niego contundente con un movimiento de cabeza.

—Por favor, necesito que me ayuden —suplico, con mirada desesperada.

—Mila, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás tan alterada? —pregunta Sarah, impaciente.

—Alguien ha estado molestándome y no sé qué hacer.

—¿Molestándote? ¿Cómo? —cuestionan Olivia y Sarah, al unísono.

—He estado recibiendo unos mensajes muy extraños, no sé, pero no me gustan.

—¿Mensajes? —pregunta Olivia, extrañada.

—Sí..., mensajes privados..., a mi cuenta personal —explico con voz trémula.

—Muéstranoslos —dice Sarah, de nuevo me ofrece el teléfono.

—No, no quiero que vea que leo sus mensajes. —Vuelvo a negarme a tomarlo—, únicamente quiero que no me moleste más.

—Bloquéalo y ya —indica Sarah, que insiste en entregarme mi iPhone.

—Ya lo había hecho, pero no sé cómo hizo hacerme llegar de nuevo sus mensajes.

—Tal vez sea algún tipo de hacker o algo así —expone Sarah, con indiferencia, pero yo siento la angustia acrecentarse como una pesada roca en mi estómago—. Mila, pero ¿por qué te afecta tanto? Seguramente solo es una broma, o algún chico sin personalidad que se esconde tras un monitor para no decirte de frente que está enamorado de ti, pero ¿qué puede hacerte?

—No, no creo que sea una broma, ni cualquier chico. Me conoce, sabe mi nombre y dice cosas que solo alguien puede saber.

—¿Quién? —preguntan las dos, al unísono, yo miro a Sarah con angustia.

—¿Crees que es él? —me cuestiona Sarah, yo asiento con mirada atormentada.

—¿De quién hablan? —pregunta Olivia, mirando con curiosidad como Sarah y yo nos debatimos en un duelo de miradas, después la miro a ella y bajo la vista—. ¿Tú crees que es el mismo que abusó de ti en París? —advierte, después de pensarlo unos segundos.

—Eso creo —admito, mortificada.

—Pero ¿por qué crees eso? —pregunta Olivia, con un gesto de confusión.

—Porque en uno de los mensajes dice que quiere volver a tocar mi piel y a besar mis labios.

Las dos, pensativas, se miran entre sí, después sus miradas regresan a mí.

—¿Qué hay de Raúl? También pudo haber sido él —sugiere Sarah, yo la miro alarmada, pues él además de saber como encontrarme, está muy cerca de mí.

—No, no, no, ¿por qué? ¿Por qué a mí? —Llevo mis rodillas a mi pecho, mis manos a mi cabeza y me meso adelante y atrás—. Sin importar cuál de los dos es, ¿por qué no me deja en paz?

—Tranquila, Mila —dice Olivia con voz dulce, al tiempo que se pone en cuclillas frente a mí y toma mi mano—. Seguramente solo quiere intimidarte, no permitas que de nuevo te llene de miedo.

—No, no quiero tener miedo de nuevo, solo quiero que me deje en paz. Ya había dejado mi pasado atrás, no entiendo, por qué regresa para perseguirme.

—¿Por qué no le cuentas a Sebastian? Seguro él sabrá qué hacer —sugiere Olivia.

—No, Sebastian no. Él no sabe de Fabienne y espero que nunca lo sepa. Además, está por irse a París, si le cuento no querrá irse, y no quiero ser yo la causa por la que abandone sus sueños —expongo, y mis propias palabras me hacen reflexionar—. Tienen razón, no puedo permitir que vuelva a llenarme de miedo —declaro, poniéndome de pie.

Lo más probable es que Sebastian se vaya a París y yo me quedaré sola, tengo que ser fuerte y ser capaz de defenderme de todo y de todos los que quieran dañarme.

Tomo mi iPhone de las manos de Sarah y desactivo temporalmente todas mis cuentas, al menos así no seguiré recibiendo los mensajes del tal Dimitri.

—Cuéntanos, ¿ya sabes si estás embarazada o no? —pregunta Sarah.

—No, apenas hoy me hice los estudios.

—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! —me cuestiona, en tono de reproche.

—Porque no pude hacerlo antes. Pensaba hacérmelos ayer, ya iba en camino al laboratorio, pero me encontré a Sebastian en el camino y ya no pude hacerlo.

—¿No le has dicho? —Ahora es Olivia quien pregunta.

—No, lo haré si confirmo mi embarazo. No quiero inquietarlo sin motivo.

—¿Inquietarlo a él o a ti? —pregunta Sarah, con gesto de suficiencia, yo la miro sin entender—. Sabes que te inquieta que no acepte tu embarazo y te pida que abortes —expone mi amiga, con su habitual y dura franqueza, yo solo suspiro pesadamente y cierro los ojos en un gesto de dolor. Sarah tiene razón, pero no solo me inquieta la reacción de Sebastian, en realidad, me aterra. Pues aunque no lo haría, me decepcionaría mucho que me pidiera algo así.

Mi cabeza comienza a plantearse al menos una decena de escenarios, pasando de los más tristes y terroríficos, hasta los más lindos y felices, e incluso hasta los más irreales.

¿Qué voy hacer?

Aún no sé si en verdad existes, pero si es así, perdóname por traerte en medio de tanto caos —le digo con el pensamiento a mi bebé, a la vez que llevo mis manos a mi vientre.

Al final decido cancelar mi ensayo con la compañía para almorzar con Sebastian, así que le envío un mensaje diciéndole que estaré libre a la hora del almuerzo. Él enseguida responde, diciendo que pasará por mí a la compañía de baile.

Cuando salgo, él ya está esperándome, pero está distraído con su teléfono y aún no se percata de mi presencia. Impulsivamente, corro a su encuentro y lo sorprendo, cuando sin previo aviso, lo abrazo por la cintura y me recargo en su pecho. Sebastian titubea por un instante, pero cuando se da cuenta que soy yo quien lo asaltó; me envuelve entre sus brazos y me da ese amoroso abrazo que tanto necesito.

—Hola, princesa —saluda, antes de besar mi cabello, yo alzo mi rostro, me paro de puntas, y le ofrezco mis labios, los que recibe con un pequeño, pero posesivo beso. Después bajo mi rostro y me recargo de nuevo en su pecho—. ¿Estás bien? —pregunta, besando de nuevo mi cabello al tiempo que me estruja fuerte y me acuna entre sus brazos, mi lugar favorito en el mundo, donde me siento segura y feliz.

—Estoy bien, solo algo cansada —gimoteo, aferrándome a él con ambas manos.

Sebastian acaricia mi cabello con ambas manos, después, con firmeza pero siendo cuidadoso, alza mi rostro hacia el suyo para obligarme a mirarlo a los ojos.

—¿Estás segura? —inquiere, escudriñando con su mirada en la mía.

—Estoy segura —digo, con una gran sonrisa.

—Bien, ¿a dónde quieres ir a comer?

—Vamos al apartamento, ahí prepararemos algo ligero. Quiero estar a solas contigo —lo convenzo, con una sonrisa traviesa, él responde con un divertido movimiento de cejas, mostrándose complacido.

—Bien, donde tú quieras —dice, caminando de espaldas al ver que sigo sin soltarlo—. En el apartamento podremos abrazarnos cuanto quieras, pero en la motocicleta creo que puede ser peligroso que lo hagamos, además de que nos multarían —bromea, yo hago un pequeño mohín y dejo caer mis hombros en un gesto de derrota, cuando sus brazos me privan de su calor. Sebastian juguetea en mis labios con su dedo índice, luego besa mi nariz, a la vez que me mira divertido. Después, se gira y me hace un gesto con su cabeza—. Anda sube, te llevaré de caballito.

Yo sonrío complacida y de un salto, trepo a su espalda, él me sostiene por los muslos. De pronto, Sebastian comienza a trotar conmigo a cuestas, por toda la explanada del Josie Robertson, la plaza central del Lincoln Center. Yo me aferro a él con brazos y piernas, sonrío extasiada al sentir el viento acariciar mi rostro y mi cabello agitándose en mi espalda.

Los dos reímos a carcajadas, cuando Sebastian extiende sus brazos, simulando volar, y corre al rededor de la Fuente Revson, jugando, brincando y girando bruscamente, haciéndome chillar con cada sorpresivo movimiento.

Los transeúntes que caminan por el lugar, nos observan divertidos, incluso algunos turistas nos fotografían. Tal vez en otra ocasión me hubiera sentido avergonzada, pero en este instante nada importa, solo somos Sebastian y yo. En este instante, no existe duda, ni miedo, ni cansancio que ensombrezcan esta asombrosa sensación de libertad y de dicha que experimento a su lado, simplemente es maravillosa. 

Después del divertido paseo sobre la espalda Sebastian, vamos en su moto hasta su apartamento y entre los dos, preparamos una rica y saludable comida.

—¿Por qué no subes a descansar? Yo lavaré los platos y limpiaré la cocina —sugiere, cuando terminamos de comer.

—Ven conmigo, a los dos nos hará bien una siesta —digo, ofreciéndole mi mano.

Sebastian acepta mi propuesta entrelazando su mano con la mía, y me dirige escaleras arriba, hacia la habitación. Ya en ella, se lanza a la cama y se recuesta de lado, recargando su cabeza sobre su brazo, después me hace una seña con su cabeza, incitándome a que me recueste junto a él. Sin dudarlo, también me lanzo a la cama y me acuesto a su lado. Solo nos basta mirarnos a los ojos para que el deseo despierte, los besos no se hacen esperar y nuestras manos se unen al juego en un intento desesperado por deshacerse de la ropa.

—Espera —le pido, Sebastian se detiene y me mira expectante.

—¿Qué pasa?

—Debo ir al baño —digo, con una sonrisa, avergonzada por interrumpir nuestro romántico momento con una necesitad fisiológica. Él asiente resignado y me deja ir.

—No tardes —exige, a la vez que me sorprende con una pequeña palmada en el trasero. Yo lo reprendo con la mirada antes de ir corriendo al baño a orinar.

Cierro la puerta y apresurada, me bajo las pantaletas junto con mis leggins, me siento en el excusado y al hacerlo me percato de que una pequeña marca roja, mancha mi ropa interior.

Consternada, anclo mi mirada en esa mancha de sangre, indicio de que estoy menstruando, lo que significa que no estoy embarazada, y por consiguiente tampoco habrá un bebé rubio de ojos azules con el que ya me había hecho ilusiones, a pesar de no haberlo planeado y de que sabía que no era el momento indicado para su arribo.

Un sentimiento contradictorio embarga mi pecho, una sensación agridulce de alivio y tristeza, alivio porque me preocupaba la reacción de Sebastian, pues temía que no aceptara su paternidad y no quisiera ser parte de ello, y tristeza, pues aunque parece ser que nunca estuve embarazada, ya me había hecho la idea, y siento como si me hubieran arrebatado un pedacito de mí.

Suspiro resignada, me aseo y me quito la parte inferior de mi ropa para cambiarla por una limpia. Me levanto y jalo la cadena, después me aseguro una toalla a la cintura y lavo mis manos antes de salir por ropa.

—Lo siento, me llegó el periodo —anuncio con voz triste, al salir del baño. Sebastian me mira decepcionado y un adorable mohín se hace presente en sus labios, yo sigo hacia el vestidor, después regreso al baño a vestirme.

—¿Necesitas que vaya a la farmacia? —pregunta Sebastian, desde fuera del baño.

—No es necesario, en mi bolso traigo una toalla sanitaria.

—Ok, te lo traeré.

Minutos después Sebastian, me trae el bolso hasta el baño y yo termino de vestirme. Al salir, Sebastian está sentado a los pies de la cama y me ofrece sus brazos, yo me acerco a él y dejo que me abrace.

—Con razón estás sensible y seguro también por eso te sientes exhausta.

—Es lo más probable —respondo, analizando sus palabras.

Seguramente las hormonas son las responsables de que esté tan irritable y sensible, y tal vez por eso también no he podido controlar los nervios en el asunto de Dimitri.

—Ven, recuéstate a mi lado y trata de descansar unos minutos.

—En veinte minutos debo regresar a la compañía —le recuerdo, después de ver la hora en mi reloj de pulsera.

—Pues aunque sea veinte minutos, pero ven acá —expresa con tono autoritario, yo obedezco a sus órdenes y me recuesto sobre su pecho.

Sebastian acaricia mi cabello y enseguida me siento relajada, después, con su dedo índice, acaricia mi perfil muy lentamente.

—¿Te gustaría saber que es lo que más amo de ti? —inquiere, cuando su dedo se detiene sobre mis labios, los que delinea con suavidad.

—Dímelo, por favor —le ruego, con una tímida sonrisa y mirada anhelante, pues es justo este momento cuando más necesito que me lo diga, él parece saberlo.

—Podría decir que son tus preciosos ojos color esmeralda —expresa, depositando un suave beso en cada uno de mis ojos—, los que adoro ver brillar cuando algo te emociona. Aunque también podría decir que amo tu pequeña nariz, cubierta de pecas y que mueves de forma graciosa cuando algo te incomoda. —También la besa, haciéndome reír—. O tus pequeñas y delicadas manos que encajan perfectas con las mías. —Sebastian entrelaza su mano con la mía, después besa mis nudillos—. Y que decir de tus deliciosos labios, los que cuando me besan, me roban toda voluntad, pero sobre todo cuando pronuncian mi nombre, y los que ahora son mi droga. 

Él se gira hacia a mí, roza mis labios con su índice y después se apropia de ellos en un impetuoso y ávido beso, el que recibo ansiosa. De pronto se aleja, dejándome los labios enrojecidos y añorando los suyos, luego continúa.

—Pero también adoro tu cuerpo de diosa, la gracia con la que caminas y la cadencia con la que mueves tus caderas al amar, cadencia que me incita el pecado pero que paradójicamente me lleva al cielo. —Sebastian acaricia mi brazo, después su mano continúa su suave recorrido por mi costado, luego por mi vientre y se detiene en mi cadera, donde con sus dedos dibuja un garabato. Su exquisito roce provoca un intenso cosquilleo en mi vientre y mi cuerpo responde estremeciéndose por completo. 

Me descubro deseando que su mano se aventure más al sur y sé que él también lo desea, porque su respiración se hace más pesada y de pronto cierra su mano en un puño, como conteniéndose de hacerlo. ¡Dios, esto es una tortura! 


Al mismo tiempo, los dos nos recostamos boca arriba y resoplamos en un claro gesto de frustración.

Después, Sebastian carraspea y se cuesta de lado.

—¿En que estábamos?

—Me decías que es lo que más amas de mí —respondo, recostándome también de lado, sonriéndole embelesada.

—Cierto. Bueno, pues también adoro tu sonrisa, muestra de que venció sobre la tristeza, y no hay cosa que me haga más feliz, que el verte feliz, pero el saber que yo soy el causante de algunas de ellas, eso en verdad me fascina. —Sebastian me sonríe con melancolía y yo respondo con una sonrisa genuina, haciéndolo feliz, pues es él es la causa de la mía.

—Te amo, Sebastian —declaro, abrazándome a él—, te amo más que a nada en este mundo.

—Yo te amo más, pequeña, y lo que más amo de ti, eres tú, así, completita. —No puede hacerme más feliz con su declaración, Sebastian me estruja en sus brazos y vuelve a besar mi cabeza—. Amo cada centímetro de tu cuerpo, desde la punta del cabello, hasta la punta de los pies. Amo cada uno de tus gestos, esos que delatan tus pensamientos y denotan tu estado ánimo. —¡Lo sabía! Sebastian percibió mi estado de ánimo cuando fue por mí a la compañía, por eso hizo lo necesario para animarme. Y seguro también percibió mi tristeza minutos antes, cuando salí del baño sintiéndome abatida por la noticia de que no seré madre, y por eso, ahora se asegura de hacerme sentir su amor—. Amo tu esencia, tu personalidad, amo cada una de tus virtudes y también tus defectos, ese equilibrio que te hace perfecta.

—No soy perfecta, Sebastian —debato, consciente de todos mis fallos.

—Lo eres, Mila, eres la mujer perfecta para mí. —Su confesión lejos de agradarme, siento que se instala en mi espalda como una gran carga. Creo que Sebastian, se ha creado muchas expectativas con respecto a mí, y no sé si sea capaz de cumplir con cada una de ellas.

—Te voy a extrañar mucho ahora que te vayas a París —lloriqueo, acurrucándome más en su pecho y abrazándolo por la cintura.

—Mila... —dice mi nombre, después hace una pausa y respira profundo antes de continuar—. Sabes que quiero que vengas conmigo. —Sebastian trata de incorporarse para mirarme a la cara, pero yo lo evito aferrándome a él para impedírselo, no quiero verlo a los ojos o sé que me pondré a llorar.

—No puedo, tengo un contrato que cumplir con el NYCB —pretexto.

—Esperaré a que lo concluyas, pero por favor, considéralo. No creo poder estar sin ti mucho tiempo.

—Tú sabes que no solo es eso, no puedo dejar a Sasha sola. Por el momento mi madre respeta nuestro trato, pero no puedo confiar que seguirá haciéndolo cuando no esté.

—Te recuerdo que Sasha no es tu responsabilidad —recalca con voz molesta.

—Lo sé, Sebastian, sé que no es mi responsabilidad, pero tampoco puedo dejarla a la deriva sabiendo a ciencia cierta el riesgo que corre si a mi madre se le ocurre meter de nuevo a su amante en la casa. Cuando enfermó, prometí que siempre la protegería y que haría todo lo posible para hacerla feliz, y mientras pueda hacerlo, lo haré, Sebastian.

Él no responde, pero yo que estoy recostada sobre su pecho, siento como su respiración se agita.

—¡Ya sé...! —exclamo, cuando una idea se me viene a la cabeza, me incorporo para ver a Sebastian a los ojos—. Tal vez pueda convencer a Sasha de que venga conmigo a Londres —propongo, considerando la oferta que tengo del Royal Ballet.

—¿A Londres? ¿Por qué a Londres y no a París, conmigo?

—Porque... —Pienso en un argumento creíble, porque simplemente no pienso ir a París—. Porque Sasha siempre ha querido estudiar violín en Londres en el Royal College of Music y así, al menos no estaremos tan lejos. Podríamos vernos los fines de semana y pasar juntos los días festivos —miento a medias, pues Sasha alguna vez la nombró, pero realmente lo hizo como una posibilidad entre una larga lista de escuelas.

—París también cuenta con excelentes escuelas de música. Un ejemplo, el Conservatoire de París.

—¿Por qué mejor, no vienes con nosotras a Londres? —propongo, simulando no haber escuchado su sugerencia.

—¿Qué pasa, Mila? ¿Por qué no quieres venir conmigo a París? ¿Es verdad lo que dijo Matt? ¿El Royal Ballet te quiere?

—El Royal Ballet siempre me ha querido. —Vuelvo a recostarme en su pecho, evadiendo de nuevo su mirada—, esa no es novedad y realmente nunca los he considerado como una posibilidad, pero si con eso podemos estar cerca, lo haré.

—Bien, y ¿por qué no consideras París? —insiste.

—Y tú, ¿por qué no puedes considerar Londres? —debato, evadiendo su pregunta.

—Mila... —Sebastian vuelve a tratar de incorporarse, y yo vuelvo a aferrarme a su cintura, pero esta vez no puedo impedírselo, lo hace y además me hala hacia él, me sienta sobre su regazo, y después levanta mi rostro con su índice—. Ir al Paris Sorbonne University, siempre ha sido mi sueño. No fue fácil que me aceptarán y mucho menos conseguir una beca. No puedo desaprovechar una oportunidad así. Por favor, pequeña, necesito que me entiendas y me apoyes —expone con voz firme, y mirándome fijamente.

—Por supuesto que cuentas con mi apoyo, Sebastian. No hay nada que quiera más, que verte feliz, jamás te pediría que abandonaras tus sueños por mí. Perdóname por pedirte que consideres Londres, es solo que creí que tal vez ahí también podrías estudiar, no sabía que ir al Sorbonne University de París fuera tan importante para ti.

—Es importante, Mila, mucho. Por favor, dime que lo pensarás —pide, con ojos suplicantes, yo solo respondo asintiendo con la cabeza—. Promételo, Mila.

—Lo prometo —musito, a la vez que me pregunto, ¿por qué no puedo negarme? ¿Por qué simplemente no le digo que no quiero ir y punto? ¿Por qué no puedo decirle las verdaderas razones por las que no quiero ir a París?

—Gracias, princesa. Prometo ayudarte a conseguir un contrato en la compañía de baile del Opéra National de París.

—Por favor, Sebastian, no te adelantes. Primero debo concluir mi contrato con el NYCB —expongo, tratando de ganar un poco de tiempo y sin decirle que si quisiera, Elizabeth podría encargarse de conseguirme el mejor contrato, imaginable.

—Tienes razón —admite, antes de buscar mis labios con los suyos para darles un pequeño, pero significativo beso.

—Debo irme —recuerdo, contra sus labios.

—Aún nos quedan cuatro minutos —señala, después de ver la hora en el reloj de pared—, y no los voy a desperdiciar —declara, profundizando los besos que segundos antes solo eran pequeños toques de labios.

Paso la tarde, en el set de grabaciones. Hoy por fin se presentó el famoso jugador del equipo inglés Manchester United, quien en realidad es español y muy, muy simpático.

El joven jugador de 26 años, repite sus mejores jugadas frente a una portería, mientras yo bailo a su alrededor; los dos vestimos ropa deportiva de la marca a promocionar.

Sebastian, quien me alcanza más tarde, concuerda conmigo, opinando que Juan es realmente agradable, contrariamente a lo que pensé, pues temía que me hiciera una exagerada escena de celos cuando me encontró bromeando con él.

Cuando el director dio por concluida la grabación, Sebastian y yo, salimos de ahí, con destino a la consulta con el especialista en alergias, pues la señora Mary nos pidió que resolviéramos el asunto de Romeo, mi minino, pues su nieto de dos años se está encariñando con él.

El alergólogo, nos aseguró que la reacción alérgica que tuve ese día en el que Sasha me regaló a Romeo, fue por la aspirina que había tomado instantes antes, así que la única indicación, fue evitarla y autorizó el regreso de Romeo a la casa.

Al salir de la consulta, Sebastian me invitó a cenar y poco después, me trajo a casa. Cuando entro, la única luz encendida, es la de la escalera, seguramente mi madre y Sasha ya duermen, pues ya es tarde. Subo y camino directo hacia mi habitación, pero al pasar por la de mi madre, me llama la atención escucharla hablar de mí. Me detengo al lado de su puerta y presto atención a lo que dice.

—Parecer ser, que Mila tiene una relación... No, aún no lo confirmo, pero sabes lo que eso significaría... —Solo se escucha la voz de mi madre y hace pequeñas pausas entre sus comentarios, lo que significa que habla con alguien por teléfono—. ¡Nuestra ruina, Raúl, entiéndelo! —La sola mención de su nombre me causa escalofríos. Un jadeo escapa de mi boca, e intuitivamente cubro mi boca para no ser sorprendida—. ¡No, aún no lo sé, pero algo tenemos que hacer! Espera, creo que hay alguien detrás de la puerta...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top