Capítulo 45


Brenda me abraza y me arrulla contra su pecho de forma maternal.

—Está bien, llora cuanto necesites —sisea, acariciando mi cabello, intentando consolarme.

—¡No! —protesto, apartándome bruscamente de ella—. ¡No quiero llorar! ¡Lo que quiero es gritar, golpear a alguien! —gruño enfurecida, con mis manos en puños, frustrada por no poder contener las lágrimas—. ¡Aaargh! —bramo de forma exagerada, mi amiga retrocede instintivamente, y verla asustada me hace consiente de lo alterada que estoy.

Cierro los ojos y respiro hondo, intentando controlar los potentes latidos de mi corazón.

—¿Mila... —pregunta con precaución—, estás bien?

Suspiro antes de responder afirmativamente—. No te preocupes, no es a ti a quien quiero golpear —aseguro con un dejo de amargura—. ¡Es a ese maldito hombre, quisiera matarlo con mis propias manos, pero es tan cobarde, que ni siquiera me da la cara!

—No entiendo nada. ¿De qué hombre hablas? —Ella me mira confundida.

—Hablo del lunático de los mensajes, él fue quien asesinó a Alek —suelto con voz temblorosa, de nuevo estoy llorando.

—¡Santa Madre de Dios! —Brenda niega y me mira completamente pasmada, ahora es ella quien necesita unos segundos para salir de su asombro—. Ahora entiendo.

—¡No, no lo entiendes! —expongo con impotencia, dejando caer mis hombros—. ¡Odio tener miedo! ¡Quiero ser fuerte! ¡Necesito serlo! —Estoy enfurecida conmigo misma por ser tan debilucha, tan frágil, por no tener la suficiente fortaleza como mi hijo merece.

—Debes calmarte, no ganas nada poniéndote así.

—Brenda, seré madre y temo no ser capaz de proteger a mi bebé. Eso en verdad me frustra, ¡me exaspera! —Termino la oración en un hilo de voz.

—No te sientas mal, es normal que estés asustada. —Brenda se pone de pie, después me ofrece su mano para ayudarme a levantar—. Estás tratando con un asesino, créeme, yo también moriría de miedo.

—No lo creo, no eres de las se deja amedrentar fácilmente —mascullo con fastidio.

—Tal vez, pero creo que, si mi familia estuviera en peligro, estaría aterrada. Anda, vamos a tu recámara, ahí me cuentas con calma.

Afirmo y me dejo conducir hasta mi habitación, mi amiga me ayuda a recostarme y ella lo hace frente a mí.

—Cuéntame cómo sucedió. ¿Por qué dices que fue ese hombre?

Expelo con fuerza, cierro los ojos y respiro profundo mientras ordeno mis ideas, después, le relato con lujo de detalles todo lo acontecido desde el momento en que llegamos a la casa de la playa y todo lo que pasó entre Sebastian y Alek.

Tengo que hacer varias pausas para tomar aire y poder controlar las lágrimas. Brenda no puede ocultar sus gestos de asombro y como este va en aumento conforme avanzo.

—Como verás, todo es mi culpa —gimoteo.

—Claro que no, Mila, tú no tienes la culpa de nada, el único culpable es ese demente —expone Brenda, mirándome con lástima.

—No es justo, el único error de Alek fue quererme, él no debió morir —exclamo con pesar y mirada atormentada.

—Concuerdo contigo, Alek no debió morir, pero fue así y tristemente no puedes hacer nada para cambiarlo. Ojalá tuviéramos el poder para regresar el tiempo e impedir las desgracias, pero no podemos, Mila. Creo que lo único que te queda, es honrar su muerte, él odiaría verte derrumbada, sabes que, si siguiera aquí, estuviera dándote uno de esas peroratas (Discurso o charla muy largos y aburridos) psicológicas para convencerte de que no te rindas —menciona con total desenfado, y yo asiento con la mirada perdida—. Bueno, realmente si él estuviera aquí, nos daría un susto de muerte —bromea exagerando el gesto de terror, al tiempo que se persigna.

—Ya sé —digo riendo entre lágrimas.

—Mila, creo que es hora de que arregles tus diferencias con Sebastian.

—No entiendo qué tiene que ver Sebastian con todo esto —refuto, intentando eludir el tema—, además, no hay nada que arreglar —sentencio, evadiendo su mirada.

—¡Por Dios, Mila!, ¿cuánto tiempo más seguirás negando que lo extrañas, que sin él eres infeliz?

—¿No eres tú quien me dice todo el tiempo que mi felicidad no debe depender de nadie? —alego, exagerando mi gesto de intriga.

—Bueno..., sí, pero... —titubea, yo la reto con la mirada—. Sabes a qué me refiero, yo creo que debes contarle sobre su paternidad —sugiere, yo niego de forma contundente—. De verdad no te entiendo.

—Créeme, es lo mejor —termino la frase en un suspiro de agotamiento.

—¿Lo mejor? ¿Lo mejor para quién? —cuestiona Brenda un tanto perpleja—. Dudo mucho que sea lo mejor para tu bebé crecer sin una figura paterna, o que sea bueno para Sebastian que le niegues el derecho a ser padre...

—Te recuerdo que él no quiere tener hijos —señalo abatida, con la cabeza baja y mirándola por entre mis pestañas.

—¿Y tú? ¿De verdad crees que será fácil ser madre soltera, criar a un hijo sola y, además, sosteniendo una mentira y engañando a las personas que más amas? —argumenta con marcado sarcasmo.

—Creo que soy lo suficientemente capaz de criar a mi hijo yo sola —manifiesto, enderezando mi postura y aparentando arrogancia—. Sé que te cuesta comprenderme, que nadie lo hace, pero así lo he decidido y así será —declaro tajante y vuelvo a evadir su mirada.

—Pero, Mila, debes pensar en tu bebé.

—Él es mi prioridad, y mi mayor temor es no saber cómo protegerlo. —Llevo mis manos y mi vista a mi abultado vientre—, aún no sé cómo lo haré, pero te aseguro que no permitiré que nadie lo dañe.

—Estoy segura de que si Sebastian supiera... —insiste, yo entorno los ojos—, los protegería —sugiere, yo vuelvo a negar con firmeza, sin embargo, siento una gran incertidumbre carcomiéndome por dentro.

—No creo que sea lo mejor en este momento, la policía está investigando la muerte de Alek, odiaría que Sebastian se viera involucrado.

—Pero tú sabes que él no tiene nada que ver.

—Lo sé yo, pero la policía ve sospechosos en todos lados... —Me levanto y comienzo a caminar de un lado a otro por la habitación—. Hubieras visto cómo me observaban mientras me interrogaban. No puedo permitir que lo impliquen como un posible sospechoso, incluso creo que podrían pensar que es él quien me acosa.

—Ahora que lo dices... esa podría ser una posibilidad, ¿no lo habías pensado? —insinúa Brenda con gesto analítico, yo detengo mis pasos y la observo sin entender; no entiendo por qué me dice eso.

—¡Claro que no! —objeto—, Sebastian jamás haría algo así. Lo conozco bien, él...

—Piénsalo, tu ex está dolido, despechado.

—¡No, no y no! Me niego a creer algo así, además, fue él quien me dejó.

—Sí, pero él ha intentado volver y tú lo has rechazado, además, por lo que me has contado, es extremadamente celoso. El cree que te acostaste con Matt e imagina que también lo hacías con Alek, de seguro que la sola idea lo desquicia.

—Es cierto que Sebastian es celoso, que se vuelve irracional cuando me ve cerca de otro hombre, pero de eso a acosar, a asesinar... No, estás equivocada —asevero contundente.

—Bueno, yo en realidad no lo conozco, pero creo que debes pensar en todas las posibilidades. No puedes confiarte de nadie.

Vuelvo a negar, después voy hacia la ventana, me cruzo de brazos y mi mirada se centra en el parque, mientras mentalmente me opongo a que la sola idea de instale en mi cabeza.

¡Impensable, Sebastian no puede ser Dimitri!

—La verdad no quisiera estar en tus zapatos, pero sabes que te apoyaré en todo lo que decidas.

—En verdad te lo agradezco. —La miro por unos segundos, después bajo el rostro—, en estos momentos solo te tengo a ti... —menciono con voz quebrada y cierro los ojos para no permitirme llorar de nuevo—, y ahora, además, he vuelto a vomitar... y... —Me siento al pie de la cama, dándole la espalda a Brenda; me apena tocar el tema—. No puedo volver a ese infierno..., si... si por mi culpa le pasa algo a mi bebé, nunca me lo perdonaré —suspiro y dejo caer mis hombros en señal de derrota; justo así me siento en estos momentos, derrotada.

—No te sientas mal, de seguro fue por el estrés.

—No lo sé, lo hice en un momento de frustración, cuando sentí que perdía el control —reconozco, antes de dejarme caer de espaldas sobre el sedoso edredón rosado.

—¿Por qué no llamas a tu psicóloga?, ya verás que eso te hará sentir mejor.

—Sí, lo haré —declaro, incorporándome—. Iré por mi teléfono.

—Quédate aquí, yo te lo traeré. —Brenda se levanta de la cama y sale de la habitación.

Poco después está de regreso con mi bolso y un vaso con agua en la otra mano.

—Toma un poco.

—Gracias. —Me empino el vaso con agua, después busco mi teléfono en el bolso.

—Mientras hablas, iré a preparar algo de comer.

—No he hecho las compras, pero hay suficiente comida preparada en el refrigerador.

—La calentaré entonces.

Brenda sale y antes de llamar a Kim, miro el reloj para calcular la hora de Chicago.

Hablo con ella poco más de una hora, le cuento todo con detalle, y ella, al igual que Brenda, menciona no querer estar en mi situación y asegura no saber qué aconsejarme, lo único que me repite, es que debo hacerle caso a mi intuición y no permitir que el miedo se apodere de nuevo de mis emociones.

Parece fácil, pero definitivamente creo que lo difícil es llevarlo a la práctica, mucho más cuando temo por los seres que más amo, solo ruego a Dios que me ayude y no permita que el miedo de nuevo gobierne mi vida.

—Vamos, respóndeme —ruego entre dientes, mirando fijamente el teléfono en mi mano, esperanzada a recibir respuesta, como hago cada mañana después de llamar y enviarle mensajes a Sasha, pero como cada mañana desde ese día en que no volví a ver a mi hermanita, no tengo éxito.

—Buenos días —saluda Brenda con gran entusiasmo, quien sale de su habitación con una gran sonrisa dibujada en sus labios.

—Hola —respondo con voz ronca, y dejo el teléfono sobre la mesada con evidente apatía—, buenos días.

Mi compañera luce realmente feliz, pero su semblante se ensombrece después de escudriñar mi aspecto

—No parecen muy buenos para ti —comenta, haciendo una mueca.

—Estoy bien, solo no pude dormir mucho —aseguro con desgana, mientras meneo la cuchara en mi tazón de cereal, clavando mis ojos en el líquido blanco e intentando sacudir el recuerdo de las terribles pesadillas que me atormentaron por la noche. Siento los latidos de mi corazón acelerándose de nuevo, al rememorar ese macabro sueño en el que sentía que me ahogaba por el desasosiego de ver a Sebastian en un ataúd, el mismo en el que enterraron a Alek.

—Te creo, tu apariencia lo corrobora, pareces un fantasma —dice, exagerando su gesto de espanto de forma cómica, luego, va a la alacena, toma un vaso de vidrio de la estantería y se sirve un poco de zumo de toronja.

—No me has contado, cómo les fue en París. —Le pregunto, evadiendo el tema de la causa de mi insomnio, su sonrisa de nuevo ilumina su rostro.

—Imagínate, nada se compara con pasar unos días en la ciudad del amor, con el amor de tu vida —exclama con mirada ensoñadora, recargándose en la barra junto a mí.

—Lo sé —ratifico, suspirando con melancolía. Nunca olvidaré ese verano en París y lo maravilloso que fue conocer la ciudad en compañía del amor de mi vida.

—¿Y tú? ¿Por qué estás vestida con la ropa de baile? Aún estamos de vacaciones.

—Iré a la compañía, quiero bailar un poco. Necesito distraerme, ya no quiero pensar.

—Espera que me cambie y vamos juntas, también me gustaría estirar un poco.

—Ok, ¿quieres que te prepare el desayuno mientras lo haces?

—No es necesario, allá comeré algo.

Brenda se empina su jugo, luego regresa a su habitación, mientras tanto me obligo a terminar mi desayuno.

Llegando a la compañía, Bren va a la cafetería y yo voy directo al salón de baile, es tanta mi ansiedad por bailar, que prácticamente voy desvistiéndome por el pasillo y apenas entro al aula, lanzo mi bolso al suelo y me siento en el piso para ponerme las zapatillas.

Antes de levantarme, estiro los músculos de mis piernas y de los brazos, después me pongo de pie y hago unos cuantos ejercicios de calentamiento. Prendo el equipo de sonido e inmediatamente voy a la barra; comienzo practicando pociones y luego puntas, creo que las bases son importantes. Al terminar, continúo con algunos giros y saltos.

Después, elijo un tema al azar y bailo sin una coreografía específica, solo me dejo llevar por la música; es instantáneo, siento magia filtrándose por mis pies, transitando poderosa por mis venas y acariciando con su calidez toda mi piel, haciéndome estremecer de emoción.

¡Dios, que sensación tan maravillosa!

El ballet siempre ha sido una gran contradicción para mí, me hace sentir tan viva y a la vez me insensibiliza el alma y el corazón... cuando bailo, soy solo yo en el salón de baile, en el escenario, mi mundo alterno, solo mío. Sin dolor ni nada que me lastime, sin cadenas ni miedos que aten, solo libertad, una paz inimaginable y una efímera felicidad...

Cuando la música termina, me sobresalto con los aplausos de alguien; recuerdos del pasado hacen que por un segundo sienta que se me hiela la sangre.

—¡Bravo, que movimientos! —exclama Kevin con admiración.

—No te escuché llegar —digo, sintiendo el corazón acelerado.

—Estabas ensimismada en el baile. Me gusta la coreografía, ¿de quién es?

—No es ninguna coreografía..., solo me dejé llevar por la música... —respondo con la voz entrecortada, recargada sobre la barra, tratando de recuperar el aliento. Después bebo un poco de agua y limpio el sudor de mi rostro.

—¿Has pensado alguna vez en componer? Lo haces muy bien.

—Ya lo he hecho antes, pero nada profesional, solo me gusta improvisar.

—Podría ser una alternativa para ti mientras te recuperas del parto —sugiere, cruzándose de brazos y recargándose en el marco de la puerta —. Piénsalo, podrías ayudarme con la temporada de primavera.

—No sé si pueda, pero lo intentaré —acepto realmente entusiasmada con la idea.

—Bueno, y dime... ¿qué haces aquí?

—¿No es obvio? —ironizo con una sonrisa divertida.

—La compañía continúa de vacaciones. —Me recuerda.

—Tú estás aquí —Me acomodo los calentadores, después tecleo en mi celular para seleccionar la música de la coreografía que practicaré.

—Sabes que además de ser el director artístico de la compañía, soy profesor, yo no tengo vacaciones.

—Bien, si lo que quieres saber es por qué estoy aquí, es fácil, necesitaba bailar, ya fueron suficientes vacaciones para mí.

—Ok, pero no te sobre esfuerces. Te veo luego —dice, apuntando hacia el pasillo.

Kevin se va y enciendo la música. La siguiente puesta en escena que presentaremos será el cascanueces por la temporada de navidad. Audicionaré para el papel principal que es la del hada de azúcar, su coreografía es bastante dinámica y enérgica.

Estoy bailando, cuando de reojo veo entrar a Bren al salón, quien comienza a calentar.

Repito el baile una y otra vez, el embarazo no parece ser un problema para mí flexibilidad ni entorpece mis pasos de baile; sin embargo, parece que el peso afecta mi condición física, pues continuamente siento que me falta el aliento.

No sé cuántas veces he repasado la coreografía, pero cuando termina la música, me recargo en la barra para tomar un poco de aire.

—¿Qué pasa, Mila? No me digas que ya perdiste la condición —se mofa Brenda y ella sigue bailando como si no lleváramos más de un par horas haciéndolo.

Intento responderle, pero no puedo, es como si mi boca y mi cuerpo entero, no conectaran con mi cerebro. Es una sensación extraña, estoy exageradamente agitada, siento palpitaciones y comienzo a sudar frío.

De pronto me atacan las náuseas, e involuntariamente convulso por las poderosas arcadas; creo que vomitaré.

Apenas alcanzo a llegar hasta donde está la papelera, me inclino y devuelvo todo el desayuno.

—¿Mila...? —insiste Brenda, que un segundo está a mi lado.

Me incorporo, asiéndome con todas mis fuerzas de la barra, pues creo que las piernas no me sostendrán.

Comienzo a sentirme ansiosa, definitivamente algo no está bien, me cuesta respirar y siento mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho, tanto, que pareciera que me explotará.

—No..., no... —balbuceo, y por el reflejo del espejo veo a mi compañera que me mira preocupada—. Du... duele —declaro llevándome la mano al pecho—. Due... le... mucho.

La vista se me comienza a nublar y siento que desfallezco, pero Brenda me sostiene evitando mi caída y me ayuda a recostarme en el piso de madera.

—Por favor..., ayúdame —ruego con angustia.

—Debes tranquilizarte, Mila, trata de respirar profundo —pide con voz serena, pero puedo ver el temor en sus ojos, después mi amiga sale del aula y comienza a gritar pidiendo ayuda—. ¡Por favor, ayúdennos! ¡Un médico, llamen un médico!

El dolor en mi pecho es terrible, siento que se extiende a mi cuello, a mi espalda y a uno de mis brazos, y cada vez me cuesta más retener el aire.

Kevin entra corriendo y Christopher lo hace detrás de él, ambos se hincan a mi lado.

—¿Qué pasa? —pregunta Kevin, tomando mi rostro entre sus manos.

—No sé, estábamos bailando y de pronto comenzó a sentirse mal —explica Brenda, quién luce aterrada.

—¡Christopher, llama a emergencias! —Le ordena Kevin, e inmediatamente veo a Christopher tecleando en su celular y haciendo la llamada.

Kevin regresa su vista a mí—. Mila, respóndeme, ¿es el bebé? —Niego con la cabeza.

—No... no lo sé.... Mi pecho..., me duele... mucho.... —respondo con dificultad entre jadeos, pero encontrando fuerzas desde el fondo de mi ser—. Kevin..., tengo miedo... por mi bebé... No permitan... que le pase nada malo... —suplico con desesperación, pues en verdad temo por la vida de mi hijo e incluso por la mía.

—Tranquila, no te esfuerces. Ya viene la ambulancia, aguanta, por favor.

Asiento en respuesta y me convenzo mentalmente de que debo tranquilizarme, tengo que ser fuerte por mi bebé, él me necesita.

Llevo mis manos a mi pancita, trago duro y mientras la acaricio, cierro los ojos y le dirijo a Dios mi oración desesperada:

Dios mío, no nos abandones. Te lo ruego, padre mío, salva a mi hijo, no permitas que nada malo le pase —rezo en silencio, con los ojos inundados en lágrimas.

Después de los que parecen unos eternos minutos y una agónica zozobra, en los que el frío recorre todo mi cuerpo y siento el corazón aleteando a toda prisa en mi pecho, veo entrar al salón a los paramédicos.

Enseguida me suben a la camilla y comienzan a hacerme preguntas, yo solo asiento o niego con la cabeza, pues siento la angustia presionando en mi garganta y haciendo arder mis pulmones. Brenda, Kevin y Christopher, son quienes les informan sobre mi embarazo y mis antecedentes médicos, a los dos hombres que después de ponerme una máscara de oxígeno y canalizarme, me llevan hasta la ambulancia.

Kevin viene conmigo, y es él quien cuestiona a los paramédicos cada que están por suministrarme un medicamento y los observo alarmada, y les recuerda mi estado y de mis deseos de que le den prioridad a la vida mi bebé.

Durante todo el trayecto, trato de mantenerme alerta, hablándole a mi hijo y repitiéndole una y otra vez, que todo estará bien y que no permitiré que nada malo le pase...

Despierto en la cama de una habitación de hospital, tengo una cánula de oxígeno en la nariz, una intravenosa en el dorso de mi mano y una pinza en mi dedo índice, también tengo varios parches pegados en mi pecho que están conectados a un monitor que indica mi ritmo cardiaco.

Confundida y realmente asustada, observo a mi rededor y encuentro a Matt de brazos cruzados, parado junto a la ventana y con la vista perdida hacia lo que hay afuera.

No entiendo qué hace él aquí, ¿estaré soñando?

Luce preocupado y triste, mucho, cómo si alguien hubiera muerto...

Todas mis alarmas se encienden, tanto, que siento mi corazón palpitando con fuerza, incluso el beep del monitor también se acelera.

¡Noooo! ¡No puede ser, mi bebé no!

Instintivamente llevo mis manos a mi vientre, necesito constatar que él sigue ahí, con vida.

Con alivio agradezco a Dios porque así es; mi bebé sigue vivo, una banda que rodea mi cintura y que monitorea los latidos de su corazoncito, lo confirman.

Matt al percatarse de que desperté, asoma su cabeza por la puerta de la habitación y con una seña, le indica a alguien que estoy despierta.

—Preciosa, no sabes que susto nos has dado. —Regresa a mi lado, toma mi mano entre las suyas y besa mis nudillos, una y otra vez.

—¿Mi bebé? —pregunto mortificada, mirándolo a los ojos.

—Él está bien, eres tú quien nos preocupa.

—¿Qué pasó? ¿Qué fue lo que me pasó?

—Te hicieron algunos estudios... —Matt hace una pausa y noto que me evade la mirada—. Él médico te explicará.

—Recuerdo algunas cosas, pero solo vagamente —menciono, sintiéndome aún confundida.

—Él médico nos dijo que tuvieron que sedarte mientras te sacaban de la crisis.

—Pero, ¿y eso no le afecta a mi bebé?

—No, el médico nos explicó que solo fue algo ligero para minimizar el estrés.

—No entiendo nada, te juro que estoy comiendo bien, que no he hecho nada para poner en riesgo la vida y la salud de mi hijo —expongo con voz desesperada.

—Lo sé, Mila, no tienes que jurarme nada.

—Por favor, dime que mi bebé estará bien —suplico, jalándolo de la camisa.

—Mila, yo... —titubea—, no sé... —El toc toc de la puerta, lo interrumpe.

Es un hombre blanco, de cabello oscuro al que ya le pintan algunas canas y que trae puesta una bata de médico.

—Señorita Davis, soy el doctor Mitchell, cardiólogo —se presenta, yo lo miro desconcertada.

—Hola... no quiero ser grosera, pero referiría ver a mi médico, a mi ginecóloga —señalo, incorporándome, Matt me ayuda a hacerlo.

—Ella estuvo aquí, se le presentó una urgencia y tuvo que irse, volverá más tarde —explica, el médico.

—¿Mi bebé, está bien? ¿Estará bien? —re formulo la pregunta.

—Mila... —El hombre de mediana edad hace una pausa para tomar aire, después continua—, estuviste a punto de tener un infarto —informa, y mis ojos se amplían con asombro—, el que tu bebé esté bien, dependerá de ti.

—No... yo... —balbuceo—, yo... ¡Dios, no puede ser! —exclamo, mirando al médico con real angustia.

—El embarazo suele favorecer la presencia de arritmias cardíacas que no se habían presentado previamente, en individuos aparentemente sanos. La gestación afecta a la cardiopatía, sobrecargando la reserva funcional del corazón —explica el médico con increíble tranquilidad. Yo parpadeo totalmente perpleja, y él parece darse cuenta de mi confusión, porque continúa con su explicación...—. Baile, embarazo, estrés... —enumera—, tu corazón dañado no pudo con tanta carga.

¡No puedo creer que esto esté pasándome! —pienso con horror—. Si algo le pasa a mi bebé por mis errores del pasado, nunca me lo perdonaré —me lacero mentalmente.

—No te mentiré, el problema es grave, sin embargo, gracias a los avances de la ciencia y la mejora de los tratamientos, y claro, con los cuidados adecuados, la mayoría de las mujeres con cardiopatías, pueden llevar a término su embarazo y tener bebés sanos.

—Haré lo necesario para que así sea —declaro con determinación.

—Por lo pronto te quedarás unos días en el hospital, y tendrás que dejar de bailar —señala el médico con increíble naturalidad. Mis ojos y mi boca se amplían de nuevo, haciendo mi sorpresa más que evidente, el médico se cruza de brazos y me mira con desaprobación—. En estos momentos en lo único que debes pensar, es en tu salud y la de tu bebé —me reprende con voz severa.

—Por supuesto que esa es mi prioridad, pero usted no lo entiende, si no bailo, no podré mantener a mi hijo.

—La que no entiende eres tú. Si no dejas el ballet, no vivirás ni habrá hijo que mantener —expone con inconcebible ironía, yo lo miro horrorizada—. Con cardioterapia y el tratamiento adecuado, podrás volver a bailar, pero no puedes seguir haciéndolo durante el embarazo.

—Ok, entiendo, igual pensaba dedicar el último mes, a clases de Lamaze.

—No, Mila, creo que aún sigues sin entender. Durante el trabajo de parto, el consumo de oxígeno aumenta tres veces, la presión arterial aumenta durante las contracciones y ocurre un incremento adicional del gasto cardiaco del 20%... — Así es, sigo sin entender.

—Doctor, podría explicarme, ¿qué es lo que quiere decir?

—Lo que quiero decir, es que, en tus condiciones, no puedes entrar en trabajo de parto, no lo soportarías, podrías morir —suelta sin rodeos, y siento como si me hubiera golpeado en el estómago. Creo que el saber que seré madre, ha cambiado mis perspectivas y ahora la palabra «miedo», acaba de tomar un nuevo sentido en mi vida, estoy aterrada. Mi vista baila titubeante entre Matt y el médico—. Se te practicará una cesárea...

—Disculpen... —interrumpe una enfermera—. Doctor, tiene una llamada de su hija, dice que lo ha estado llamando a su celular y no le responde. No lo interrumpiría, pero me dijo que es urgente.

—¿Mi hija? —El médico revisa su teléfono celular—. Oh, cierto, tengo varias llamadas perdidas de ella. Señorita Davis, regresaré en unos minutos —dice yendo hacia la puerta—, debo llamar a mi hija. Solo espero que no se trate de algún capricho de adolescente —manifiesta, entornado los ojos.

—Por supuesto, no creo poder ir a ningún lado —ironizo, y él se alza de hombros, después sale de la habitación.

—¡Dios, no puedo creerlo! —exclamo, negando y riendo con amargura—. Esto debe ser una broma, una muy mala.

—¿Qué? —pregunta Matt, mirándome con curiosidad.

—Mi madre tiene razón, soy una desgracia andante —suspiro abatida, dejando caer mis hombros.

—No digas eso.

—Matt, es en serio. Nada más falta que me parta un rayo —me quejo con exagerado pesimismo, Matt ríe a carcajadas.

—Ni lo digas de broma, que afuera está cayendo una tormenta eléctrica —se mofa, y lo fulmino con la mirada—. Lo siento.

—No es gracioso, en verdad esto ya es colmo de todos mis males. ¿Cómo pueden pasarme tantas cosas? Es como si me persiguiera una maldición o se tratara de un castigo divino, pero, si es así, ¿qué he hecho para merecerlo? —inquiero, dejándome caer de espaldas, y sintiéndome completamente desmoralizada.

—No creo, Mila, pero dicen que todas las desgracias vienen juntas.

—Está bien, tal vez no siempre he hecho lo correcto, es cierto que me he equivocado y debo pagar por mis errores —analizo—. Acepto cualquier castigo que me merezca, pero... ¿por qué mi bebé también tiene que pagar? Esto no es justo —refunfuño.

—Mila..., primero que nada, entiende que ni tú ni nadie, escúchame bien, nadie, merece un castigo así. Es cierto que la vida no siempre es fácil, pero creo que la vida nos pone pruebas para hacernos más fuertes y si no aprendes la lección, te la repite.

—¿Quiere decir que he reprobado cada prueba? —inquiero molesta con la situación—. No encuentro otra explicación para «tantas pruebas» —recalco con puya, y mi amigo fuerza una pequeña sonrisa, pero obviamente no sabe que responder—. ¿No es irónico? —señalo, y Matt me mira desconcertado—, pasé gran parte de mi vida deseando morir, y ahora, justo cuando más quiero vivir, me asecha la muerte.

—No seas pesimista. Ya oíste al médico solo es cuestión de cuidados y tú y tu bebé estarán bien —expone Matt, tratando de tranquilizarme, yo expelo exasperada.

—Eso espero, porque de verdad esto ya es demasiado. Ya estoy cansada de que la vida se ensañe conmigo.

—Confía, Mila, y sé fuerte, eso es realmente lo que tu bebé necesita, que no te rindas.

—No, no me rendiré —aseguro con la mirada fija en mi vientre—, ninguno de los dos lo haremos, ¿verdad pequeño? —Le hablo a mi hijo, y él responde moviéndose dentro.

—Así se habla.

—¡Hola! —saluda Brenda, quien se asoma por la puerta antes de entrar.

—Hola —respondo con desánimo.

—¿Cómo te sientes? —pregunta acercándose y sentándose a mi lado.

—Bien, pero ya me explicó el doctor qué es lo que tengo... —suspiro con pesar—, y estoy preocupada.

—Te diré lo que siempre me dice mi padre. «No te preocupes, ocúpate». Y eso es lo que debes hacer, ocuparte de cuidar tu salud y la del bebé —manifiesta con firmeza.

—Lo sé —admito.

—Seguirás el tratamiento al pie de la letra, te alimentarás como es debido y guardarás reposo, y ya verás que no hay de qué preocuparse.

—Tienes razón —Me recuesto de lado y sonrío, Bren siempre hace que vea las cosas de forma simple.

Me incorporo de nuevo cuando veo que el doctor Mitchell está de vuelta. Él me explica que tratarán de llevar mi embarazo a término o que al menos intentarán que el bebé alcance la mayor madurez posible, también me habla sobre los medicamentos y me asegura que estos no dañarán ni interferirán en el desarrollo de mi hijo, sin embargo, me aclara que soy yo la única responsable y quien debe estar dispuesta a seguir las indicaciones y a cuidarme hasta que nazca el bebé. Me adelanta un poco sobre el tratamiento que tendré que llevar después y me explica sobre el protocolo a seguir llegado el nacimiento o en todo caso, las medidas que tendrán que tomar en caso de que el parto se presente antes de tiempo.

Escucho al doctor y mil panoramas se me vienen a la cabeza, desde los más esperanzadores, hasta los más aterradores, pero sin duda lo que más me angustia, es el pensar en que puedo morir y dejaré a mi hijo solo.

Definitivamente lo primero que tengo que hacer, es un testamento, si muero no puedo dejar a mi hijo desamparado, su padre tendrá que hacerse cargo de él, lo quiera o no...


Discurso o charla muy largos y aburridos.

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