Capítulo 43
Hola a todos, espero que estén muy bien 🌷
*No sé si lo saben, pero soy de México y en estos momentos, mi país está pasando por una situación más que difícil, por eso quiero dedicarle este capítulo a mi tierra y a todos mis lectores mexicanos 🇲🇽, a los demás, les pido sus oraciones por todas esas vidas que se han perdido a consecuencia del sismo del 19 de Septiembre 🙏🏻
Sé que muchas quieren que actualice con más frecuencia, de verdad yo también quiero, pero creanme que si pudiera, lo haría, por eso antes les pregunté si preferían a que la historia estuviera terminada, pero algo que me gustaría que tomen en cuenta, es que siempre les traigo capítulos largos (lo que en otras historias, serían de 2 o hasta de 4 capítulos), aún no quiero contarles las peripecias que he tenido que pasar con esta parte, pero al final prometo que les contaré, porque espero contar con su valiosa opinión.
Me despido, no sin antes agradecer a cada uno de ustedes, que le dedican su tiempo a leer mi historia y que me acompañan capítulo a capítulo. Un millón de gracias 🙏🏻😘😘😘
En verdad deseo que lo disfruten mucho...
Sebastian entra y viene hacia nosotros, sin darnos oportunidad de reaccionar, toma a Alek del brazo y de un jalón, lo aleja de mí.
Yo instintivamente me encojo y retrocedo.
Con una de sus manos lo agarra por el cuello y lo arroja sobre la cama, y enfurecido, se le va encima a golpes.
Alek al segundo puñetazo cae inconsciente, pero Sebastian no se detiene.
—¡Maldito bastardo, voy a destrozarte! —Le gruñe, mientras titubeante me acerco para detenerlo. Moriría si va a la cárcel por mi culpa—. ¡No te atrevas nunca más a tocarla!
—¡Basta, Sebastian, lo vas a matar! —grito mortificada, pero él sigue golpeándolo con furia—. ¡Detente, por favor! —Le pido, deteniéndole el brazo, pero la fuerza de su golpe es tal, que salgo disparada hacia atrás. Para mi suerte y la de mi bebé, caigo sobre el diván.
Sebastian, en un segundo está ayudándome a incorporar, se hinca frente a mí y acuna mi rostro entre sus manos.
—¡Suéltame, no me toques! ¡Eres un bárbaro! —vocifero molesta, intentando alejarlo, pero el ignora mi petición.
—Perdóname mi amor, no era a ti a quien quería lastimar —dice bañando todo mi rostro con pequeños toques de labios, disipando mi molestia y derritiéndome por completo.
—Por favor, Sebastian, detente —Le pido, sin querer que lo haga, incluso mi voz suena indulgente.
Él se detiene y me mira mortificado.
—¿Estás bien? ¿Te hizo daño? —pregunta revisando mi rostro y mis brazos, y antes de que siga escudriñando mi cuerpo, alejo sus manos y cierro el suéter, que minutos antes Aleksander intentaba quitarme.
—Estoy bien, Alek solo...
—Intentaba tomarte a la fuerza —interrumpe con voz molesta.
—Por supuesto que no, él no es así.
—Por Dios, Mila, no niegues lo que era más que evidente —exclama exasperado.
—No, no fue así, pero si así hubiera sido, no necesitaba que me defendieras, puedo hacerlo sola. Ya no soy la niñita tonta a la que todos maltratan a su antojo —declaro, cruzándome de brazos y levantando mi barbilla con actitud altiva, Sebastian niega y suspira derrotado—. Además, Alek solo... solo... —titubeo—, está borracho, no sabe lo que hace —lo justifico.
—Por Dios, Mila, no lo defiendas —me reclama y se levanta obviamente molesto—. No me hagas pensar que estás en una relación abusiva, que lo permites y además lo justificas.
—Te equivocas, ya te lo dije antes. Él no es así, solo está celoso. Tú presencia lo tiene enloquecido —expongo, mientras voy a revisar a Alek y asegurarme que respira. Ya que lo hago, pongo su camisa bajo su rostro, pues sangra levemente por la nariz, después lo cubro con la manta, y Sebastian me mira con desaprobación.
—¿Tanto te preocupa su miserable vida? —No le respondo, si lo hiciera le gritaría que lo que en verdad me preocupa, es que hubiera lastimado todavía más a Alek y él pudiera ir a la cárcel. Sebastian niega y a la vez ríe con incredulidad—. Aún no puedo creer que estés con este imbécil —me recrimina.
—Yo tampoco puedo creer que sigas saliendo con rubias bobas, pero ya ves, sigues haciéndolo —ironizo, alzándome de hombros, fingiéndome indiferente.
—Yo no tengo una relación formal, no la he tenido desde lo nuestro —confiesa mortificado—. Tú sabes bien, que le sigo siendo fiel a tu corazón, Mila, que si tú me lo pides, renuncio a todo. Sabes bien, que por ti soy capaz de todo, mi amor —manifiesta, acercándose de nuevo, tomando mi rostro en sus manos y mirándome con vehemencia. Yo lo miro con angustia, aterrada de que de nuevo derrumbe mis murallas y de que de nuevo derrita el hielo de mi corazón.
—Sebastian..., Alek está aquí, tu chica en la habitación de al lado. Por favor, solo vete —Le pido con desesperación, sintiendo mi corazón latiendo tan rápido y fuerte, que creo que se me saldrá del pecho.
—¡Por Dios, Mila! Deja de pedirme que me vaya —dice besando mis labios y sin quererlo, mis labios respondes a sus besos—. ¿A quién quieres engañar, Mila? Sé bien que me extrañas, tanto como yo te extraño a ti —expresa contra mis labios—. Sabes que tú y yo seguimos siendo uno mismo. Que sigues siendo mía, Mila, solo mía, amor —declara con pasión y sin dejar de besar mis labios.
Estoy completamente hipnotizada por sus ojos, presa de sus labios y sus caricias, tanto, que sin darme cuenta Sebastian me lleva a la terraza, donde por largo rato nos besamos con pasión, esa misma pasión que tenía guardada solo para él.
—Por favor, Sebastian, debemos parar —establezco, sin dejar de besarlo, pero delimitando su acercamiento, con mis manos contra su abdomen.
—No, princesa, no quiero parar y sé que tú tampoco quieres —expresa entre besos, rodeando mi cintura con uno de sus brazos y acariciando mi cuello con la otra mano.
Sus palabras me hacen cavilarlo.
¿Quiero parar? En realidad, no, pero esto no puede ser, mucho menos así ni aquí.
—Basta, Sebastian, esto no está bien. Yo no soy así y no puedo con esto —digo, haciendo uso de todo mi autocontrol para de zafarme de sus brazos—. No quiero hacerlo, no quiero que me suelte nunca. —Pero, aun así, sé que debo alejarlo.
—Vámonos, Mila, ven conmigo —me pide con desesperación, y por un segundo me hace dudar; no de mis sentimientos, esos están muy claros, pues, aunque he intentado odiarlo, simplemente no puedo. Pero sí dudo en irme con él, que, aunque es lo que más deseo, no puedo arriesgarlo todo, además, no puedo irme solo así, sin darle una explicación a Alek; él no lo merece—. ¿Mila...? —insiste.
—No, Sebastian —digo intentando de nuevo deshacerme de su agarre, pero él lo aprieta más—, debes entender que lo nuestro terminó.
—¡¿Sí?! Si eso es cierto, ¿por qué sigues mirándome así con tanto amor? —inquiere, desafiándome con la mirada—. ¿Por qué respondes a mis besos con la misma pasión de antes? —cuestiona antes de volver a besarme, y sin voluntad propia, mis labios le responden con esa pasión que él reconoce también.
—No, no, no —niego sin dejar de besar sus suaves y tibios labios—. No puedo hacerle esto, no debo —me separo de él bruscamente y pongo distancia entre los dos. Él suspira derrotado.
—¿Qué fue lo que nos pasó, Mila? Éramos perfectos juntos, éramos... éramos uno solo, estábamos tan bien. Juntos éramos invencibles, mi pequeña —me cuestiona, su rostro luce atormentado, yo lo escucho con la cabeza baja, mirándolo avergonzada por entre mis pestañas—. No he podido olvidar nuestro amor y estoy seguro que tú tampoco. Hoy me siento incompleto, cada día te añoro y te extraño más. Te juro que, si he sobrevivido sin ti, es solo porque me he aferrado a tu recuerdo —confiesa con la mirada nublada por la desolación, esa misma desolación que siento yo, al verlo tan herido.
—Permitiste que las intrigas de mi madre interfirieran —Le recuerdo con rencor, después expelo mi frustración—. Ahora sabes por qué nunca quise que supiera de ti —Él asiente con la mirada arrepentida—. Pero no todo fue tu culpa —agrego—, estoy consciente de mis errores, sé que también fallé, que te oculté tantas cosas... —reconozco, abrazándome a mí misma y bajando la mirada—. No era fácil para mí contarte algo que aún me lastimaba —admito avergonzada.
—Yo jamás te hubiera recriminado nada, Mila —señala, acortando la distancia entre nosotros, pero retrocedo y él desiste. Tengo miedo de no poder parar—. En el fondo siempre lo supe, pero me negué a aceptarlo —confiesa—, pero cuando descubrí que me lo ocultaste, que siempre me mentiste, lo entendí. Créeme, lo hice —expresa con desesperación y le creo, haciéndome sentir más culpable que nunca —Entendí tus razones, Mila, porqué si alguien te conoce, soy yo, no él —dice apuntando a Alek, quien ronca como un oso—. Porqué si alguien te entiende, mi pequeña, soy yo —agrega intentando convencerme.
¡Diablos, como si necesitara hacerlo!
Las lágrimas regresan, solo con él no puedo contenerme, solo con Sebastian no puedo dominar mis sentimientos, lo que me enoja en demasía. Odio que él, a quien se supone debería odiar con toda mi alma, se encargue de derretir el hielo que intento interponer entre los dos.
Limpio mis mejillas con rudeza y voy hacia la puerta.
—Basta de atormentarnos, no tiene caso seguir hablando de algo que ya no tiene razón de ser. Lo nuestro se quebró y no tiene arreglo —digo abriendo la puerta—. Será mejor que te vayas —manifiesto, mostrándole la salida.
Él expele exasperado y me mira enfurecido, después camina hacia la salida, pero al pasar por mi lado se detiene... Yo evado su mirada.
—¿De verdad crees que por rechazarme no le eres infiel? —dice refiriéndose a Alek, yo lo miro sin entender—. ¿Y qué hay del corazón, Mila? —inquiere con voz dura—. Porqué tal vez me rechaces físicamente, pero sabes bien que le eres infiel con el corazón. Porque ese, Mila, tu corazón, es solo mío —asegura antes de salir, azotando la puerta detrás de sí, y dejándome sin argumentos, ni defensa.
Por un momento titubeo sobre mis pasos, una parte de mí quiere abrir la puerta, llamarlo y por fin tener el valor de confesarle mi secreto. La otra parte, está convencida de que es mejor así.
Recojo todo lo que Sebastian lanzó a su paso, cuando entró como un huracán a la habitación —irónicamente, lo único que destrozó, fue mi autocontrol—, y ordeno un poco antes de ir al baño por una toalla, humedecerla y volver al lado de Alek, para curarle sus heridas.
Su nariz no luce rota, aunque ya no sale más sangre, también tiene el labio roto y ni siquiera se mueve cuando le limpio el rostro, me abruma pensar que pueda ser algo serio.
Mi primer impulso es llamar a los servicios de emergencias, después recuerdo que Carlo, uno de los invitados, está por graduarse de la escuela de medicina.
Me pongo el abrigo, pues a pesar del calor de la chimenea, siento mucho frío, y salgo de la habitación en su búsqueda.
Abajo, se escuchan música, risas y voces, así que supongo que los amigos de Alek siguen en la sala.
—Carlo. —Lo llamo en voz baja.
De pronto todos guardan silencio y sus miradas están puestas en mí. Sebastian y su amiga no están ahí.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —pregunta Carlo, la pareja de Marie, quién viene hacia mí y revisa mis manos, que están manchadas de sangre. Los demás presentes, me miran atentos.
—Yo estoy bien. Es Alek, se golpeó la nariz y no sé si esté bien.
Instantáneamente todos se ponen de pie, y suben corriendo las escaleras, yo subo con ellos.
Al ir por el pasillo, una de las puertas se abre y Danna se asoma por ella.
—¿Qué pasa? —indaga, frunciendo el entrecejo con un gesto de intriga.
—Alek está herido —Le informa Marie.
—¿Que le pasó? —pregunta mirándome fijamente a mí y exagerando su asombro.
—Tropezó —miento—, temo que se haya roto la nariz —explico, continuando mi camino hacia dónde está él. Al pasar por su lado, Danna se recarga en el marco de la puerta, dejando al descubierto, que Sebastian está dentro de su habitación.
Enseguida nuestras miradas se conectan, él luce avergonzado y molesto a la vez, trago duro, para contener el cúmulo de sentimientos... específicamente dolor y rabia de verlo ahí, justo después de haberme dicho que estaba dispuesto a dejar todo por mí.
¿Cómo pude creer todas tus mentiras, Sebastian? —Le recrimino en pensamientos, sin poder evitar que mi rostro se endurezca por la ira.
—Mila... —Sebastian, me habla, yo continúo mi camino.
Cuando entro a la habitación, todos me abren paso para que me siente junto a Alek en la cama. Carlo ya lo revisa y Marie lo ayuda.
—¿Cómo es que pudiste levantarlo? —pregunta una de las chicas—. Dudo mucho que hayas podido tú sola con él.
—Yo... no... —balbuceo. Miro hacia la puerta y veo a Danna parada ahí y Sebastian detrás de ella. Sebastian está por abrir la boca, yo me le adelanto—. Él lo hizo solo, después solo se dejó caer en la cama.
—Alek está bien y aparentemente no hay fractura, pero necesito que le hagan una radiografía para asegurarlo —explica el joven médico, yo asiento lentamente.
—¿Por qué no despierta? —pregunto realmente preocupada.
—Solo está inconsciente por el alcohol que tomó. Será mejor que lo llevemos a la clínica del pueblo más cercano. Vamos chicos, ayúdenme.
—Espera, no podemos sacarlo así. Está haciendo frío afuera, le traeré algo de ropa —digo, yendo hacia el vestidor.
—Déjame ayudarte —se ofrece Sebastian, quién me sigue, yo le dirijo una mirada de advertencia para que no se me acerque, pero él ignora mi silente petición.
Abro el cajón del closet para sacar un conjunto deportivo, y nuestras manos chocan al tomar el mismo pantalón.
—¿Por qué mentiste, Mila? ¿Acaso te avergüenzas de lo que hubo entre nosotros? —inquiere, tomando con fuerza mi muñeca.
Mi primera reacción, es un escalofrío que recorre mi columna vertebral, pero poco a poco, siento la ira calentándome las venas.
—A veces eres tan imbécil —exclamo entre dientes y lo miro realmente enfurecida, al tiempo que me suelto de su agarre. No le aclararé que lo hice por él—. Piensa lo que quieras —puntualizo, e intento regresar a la habitación. Sebastian me toma del brazo antes de que lo haga.
—Les diré que fui yo quien lo golpeó.
—No, no lo harás —declaro con firmeza—. Si de verdad quieres ayudarme, solo aléjate de mí.
—No entiendo por qué haces esto.
—No necesitas entenderlo —señalo, zafándome de su agarre, después regreso junto a Alek—. Aquí está su ropa.
Entre los chicos lo visten, después, entre dos de ellos lo llevan hasta el auto, yo los sigo.
Solo vamos Carlo, Marie, Remy y claro, Alek y yo. Los demás se quedan en la casa.
Ya en la clínica del pueblo, lo canalizan para hidratarlo, después le hacen los estudios necesarios para descartar cualquier daño.
Mientras los médicos se hacen cargo de él, yo camino de un lado a otro por toda la sala de espera, comiéndome las uñas.
—Tranquila, él estará bien —dice Marie, quien se acerca para ofrecerme un café y en un gesto de gentileza, posa su mano sobre mi hombro.
—Gracias —musito, forzando una pequeña sonrisa y tomando el vaso de cartón de sus manos. No la contradigo, ni le cuento de mi verdadero desasosiego... Sebastian.
Tratando de tranquilizarme, tomo asiento, cierro los ojos y respiro profundo, mientras una guerra se suscita en mi cabeza.
Tengo que decirle, quiero decirle y sea parte de esta hermosa ilusión.
Pero no debo hacerlo, no puedo.
Diablos qué difícil es esto...
Por un lado, quiero hacerle caso a mi corazón, a mi cuerpo que lo extraña, incluso mi mente lo añora, pero la razón es más fuerte, tengo que hacerlo por él, aunque eso me destroce.
Regresamos a casa al amanecer, Alek ya está despierto y me mira avergonzado, es obvio que siente remordimientos. Yo ignoro su presencia, a pesar de que él insiste en hablarme y en tomar mi mano, y cada que lo hace, se la arrebato; estoy realmente enojada con él.
En casa parece que los demás ya duermen, pues no nos topamos con nadie. Remy, Marie y Carlo, entran a sus respectivas habitaciones y nosotros seguimos de largo por el pasillo. Al pasar por la habitación de Danna y Sebastian, me detengo cuando veo a Alek adelantarse y entrar a la nuestra, pongo en puño mi mano y lo levanto para tocar a su puerta, pero desisto antes de hacerlo.
Odiaría ver y asegurarme de que durmieron juntos, prefiero a esperar a que despierten.
Estoy resuelta, se lo diré. Ya él decidirá si quiere hacer esto conmigo, estoy segura de que juntos podremos solucionar cualquier adversidad, o en el peor de los casos, continuaré sola, justo como lo había planeado, a fin de cuentas, ya me había hecho la idea.
Entro a la habitación y Alek viene hacia a mí.
—Mila, por favor, dime por qué estás tan molesta conmigo.
—¿En verdad me lo preguntas? —inquiero con mis manos en la cadera, a modo de jarras.
—Si es porqué tomé de más, discúlpame, no volveré a hacerlo. —Río con incredulidad, a la vez que niego, entornando los ojos.
—Tienes razón, todo deriva de que tomaste de más, pero yo te refrescaré la memoria —asevero, cruzándome de brazos.
—Por favor, dímelo.
—Bien, pues, para empezar, esos golpes que traes en el rostro, no fueron porque te caíste como les hice creer a todos, Sebastian te golpeó.
—¡¿Qué?! ¿Cómo se atrevió ese imbécil? Te juro que lo denunciaré.
—¿Imbécil? ¡Ja! Aquí el único imbécil, eres tú —expongo, señalándolo con el índice—. Todavía no entiendo cómo pude aceptarte en mi vida. ¡Trataste de sobrepasarte conmigo!, Sebastian lo único que hizo fue defenderme —revelo de una buena vez, y Alek me mira impávido—. Así que más te vale que desistas de cualquier denuncia en su contra o seré yo quien te denuncie a ti de intento de violación.
—No, hermosa, me niego a creerlo. —Intenta acercarse, pero desiste cuando yo retrocedo, me cruzo de brazos y le advierto con la mirada, que no se atreva—. Tú sabes que yo te respeto mucho, que te adoro. Jamás podría lastimarte.
—Tomado o no, lo hiciste, no lo estoy inventando.
—Sé que no mientes. Por favor, hermosa, perdóname. —Alek se hinca frente a mí—. Te juro que jamás fue mi intención, no sabía lo que hacía.
—Basta, Alek, no quiero hablar más contigo.
De pronto se pone de pie.
—¡Dime que no lo contaste tu secreto! —exige con voz fuerte, yo lo miro encolerizada.
¿Cómo se atreve?
—¡Dímelo! —insiste.
—¡No, no se lo he dicho, pero lo haré! —aseguro, más que determinada—. Ahora te voy a pedir que salgas de la habitación, necesito descansar un poco y no lo haré contigo aquí —exijo, apuntándole hacia la puerta, no estoy dispuesta a ceder. Él asiente resignado—. Después, le pediré a alguno de los chicos que me lleven a tomar un auto de regreso a Londres.
—No es necesario, yo te llevaré. Sin ti, no tiene caso quedarme —dice yendo hacia la puerta.
Ni siquiera lo miro, solo espero a que salga, para asegurar la puerta por dentro. Después me dejo caer en la cama, estoy exhausta.
Duermo aproximadamente un par de horas, cuando despierto voy directo al baño y me doy una ducha de agua fría para espabilarme del todo. Después de vestirme y de arreglarme, recojo todas mis cosas, alisto mi maleta y ordeno un poco el lugar.
Voy a la terraza y al abrir las puertas francesas, siento el aire helado quemando mis mejillas, pero sin importar que el frío me cale los huesos, camino hacia la baranda y me lleno del hermoso paisaje matutino. Un cielo azul con nubes de algodón, la arena dorada, el mar de un intenso color turquesa y la espuma blanca, consecuencia del enérgico oleaje, y un sol espléndido, el cual no permite que las temperaturas desciendan aún más.
Respiro profundo y lleno mis pulmones de la fresca brisa marina. Necesito serenarme antes de enfrentarlo, aún no sé cómo reaccionará, si me perdonará después de que se entere que una vez más le he estado mintiendo, o si seguirá amándome a pesar de arruinar sus planes.
De pronto un detalle viene a mi mente.
El día que llegamos, Sebastian habló de la posibilidad de formar una familia, siempre y cuando fuera con la mujer correcta, luego él me dijo que aún me ama, que aún no me ha olvidado. Entonces él tal vez ya lo sepa, lo intuya o...
Definitivamente debemos hablar.
Regreso a la habitación, tomo mi bolso y salgo de ahí, decidida a hacerlo, a confesárselo todo.
Voy directo a la habitación que Sebastian comparte con Danna y toco con firmeza.
—Sebastian no está —dice Danna, quien aparece por el pasillo, al parecer viene de abajo. Yo la miro con desconfianza, no le creo—, tuvo que regresar a París.
—Es urgente, necesito hablar con él —declaro categórica, sin moverme de ahí.
Ella se acerca y abre la puerta de su habitación.
—Si no me crees, puedes comprobarlo tú misma —sugiere, invitándome a pasar. Sin dudarlo, entro y reviso el lugar.
—Al parecer Melissa, su amiguita embarazada, tuvo complicaciones —aclara, y yo la miro alarmada.
Dios, no permitas que le pase nada malo a su bebé —ruego en pensamientos. Sé que esa chica no me gusta, que muero de celos siempre que Sebastian habla de ella, pero no le deseo ningún mal.
—Ella es realmente nuestra competencia —comenta Danna, cuando estoy por salir de su recámara, y noto cierta causticidad en su voz.
—No entiendo de qué hablas. —Me giro a mirarla a los ojos, intentando averiguar cuáles son sus intenciones.
—Hablo de que no tienes que preocuparte por mí.
—No, en realidad no me preocupas. Sé muy bien que no eres nadie importante para él —aclaro con arrogancia, quiero dejarle en claro a esa mujer, que no me intimida en lo más mínimo, aunque debo confesar, que cuando la vi encima de él, quise asesinarla.
—No te confíes, créeme, soy capaz de tentar a cualquier hombre. Ya lo hice con Sebastian, y no te mentiré, él fue renuente a caer en mis redes, luchó contra esto, pero al final no pudo evitar la tentación —me restriega a la cara con evidente presunción.
—Claro, tú lo has dicho, cayó en tus redes, como la araña que eres —Le cedo razón, con voz condescendiente y una sonrisa sarcástica—. Pero sigo sin entender qué es lo que quieres decir con todo esto —manifiesto cruzándome de brazos y alzando mi barbilla en actitud desafiante.
—Hablo de que Melissa y su hija, son realmente importantes para él. Deberías de ver cómo brillan sus ojos cuando habla de ellas. Yo de verdad creo que hay sentimientos entre ellos —sugiere con tono incisivo.
Tengo controlarme para no abofetearla, para no gritarle que miente.
No, Sebastian no puede sentir nada por esa tal Melissa y su hija.
—En realidad, Sebastian y lo que él haga, ya no es de mi incumbencia. —Me alzo de hombros, fingiendo tranquilidad.
—¿De verdad piensas que creo en tu aparente serenidad? —Ríe de forma burlesca—. Cualquiera que conozca su historia, puede darse cuenta de que tú tampoco lo has olvidado. Así que no finjas que no te afecta saberlo con ella, que no te afecta saber que ha estado conmigo y que hemos disfrutado del mejor de los sexos.
—¿Sabes?, te equivocas, no me afecta en lo más mínimo —miento, claro que me duele en el alma—, porque incluso mientras Sebastian tenía sexo contigo, pensaba en mí, y si cayó ante «tus encantos». —Hago la señal de comillas con mis manos—, fue solo porque estaba herido y quería castigarme. —No puedo creer lo que acabo de decir, pero irónicamente, me siento genial de haberlo dicho.
¡Maldita sea, me he convertido en una bruja!
Danna intenta responderme, pero no encuentra las palabras y solo balbucea. Sin esperar a que las encuentre, doy media vuelta y salgo de ahí dejándola trabada de coraje.
Encuentro a Alek en la cocina bebiendo café. Luce realmente mal, pues además de lucir abatido, lleva en su cara varios hematomas y tiene un pómulo del tamaño de una pelota de béisbol.
—Ya estoy lista para irme —digo secamente, mirándolo con clara displicencia.
Él levanta su rostro y después de observarme con sus ojos llenos de remordimientos, asiente lentamente.
—Iré a ducharme y a recoger mis cosas. —Se levanta de su asiento y se empina la taza para beber el resto de su café—. Por favor, come algo mientras lo hago. No tardaré —asegura antes de subir corriendo las escaleras.
—Señorita, ¿quiere que le sirva el desayuno? —pregunta la chica del servicio, apuntando hacia afuera.
Veo al resto del grupo desayunando en la terraza y estoy clara en que debo comer algo, ayer apenas hice un par comidas y mi hijo exige alimento, pero no tengo ánimos de hablar con nadie en estos momentos.
—Por favor, pero prefiero hacerlo aquí —digo, sentándome en la barra de la cocina.
Cuando estoy por terminar, veo bajar a Alek con nuestro equipaje, sale de la casa para subirlo al auto, yo aprovecho para entrar al baño.
Al salir, encuentro a Marie platicando con Alek en el vestíbulo.
—Mila, me dice Alek que se van. Espero que tengan buen regreso.
—Marie, muchas gracias por tu hospitalidad. Por favor despídeme de los demás.
—Por supuesto. —Marie me sorprende con un cálido un abrazo.
Salimos de la casa y Alek intenta tomar mi mano, pero alcanzo esquivar su agarre, y él suspira derrotado.
Me abre la portezuela del auto, después lo rodea por enfrente para subir de su lado. Él intenta hacerme plática, pero simplemente lo ignoro, y desiste de seguir intentándolo; hacemos el trayecto de regreso, en completo silencio.
Detiene su auto frente a mi edificio, y enseguida viene el portero a abrirme la puerta, y yo bajo.
Alek también baja del auto, saca mi equipaje de su cajuela, y el conserje le ayuda.
Yo, sin despedirme, camino directo al elevador.
—Mila, por favor, espera. Debemos hablar —ruega Alek, tomándome del brazo antes de que suba.
—Alek, ya no hay más de qué hablar, pero si quieres te lo deje en claro, lo haré. ¡Tú y yo hemos terminado! —recalco con firmeza. Por encima de su hombro, veo que el portero nos observa con curiosidad.
—No, hermosa, por favor, tienes que perdonarme —suplica, intentando tomar mi rostro entre sus manos.
—¡Basta, Aleksander!, no permitiré que sigas manipulándome a tu antojo —estipulo con voz dura, y él me mira atónito—. Sí, Alek, no soy idiota, o bueno sí lo soy, pero no lo soy tanto como para no darme cuenta de que siempre me inducías a hacer lo que tú querías. Y sí, sé que yo lo permití, pero ya estoy harta de seguir fingiendo que somos pareja, estoy cansada de esta relación, que desde un principio sabíamos perfectamente que nos llevaría a ningún lado.
—No, no me rendiré, Mila. Aún no estoy listo para dejarte ir.
—Lo siento, pero ese es tu problema —declaro, subiendo al elevador. Alek se para en la puerta y no permite que se cierren las puertas.
—Mila, yo te amo, quiero que seas mi esposa.
—Aleksander, no puedo ser tu esposa, cuando ni siquiera quiero seguir siendo tu novia.
—Por favor, Mila —dice, tomando mi mano para sacarme del elevador, cuando una anciana intenta subir al ascensor. Cedo para que pueda hacerlo—. Sé que ahora estás molesta, pero te daré tiempo, y ya que el enojo disminuya, hablaremos. ¿Te parece bien?
—No, Alek, no puedo más con esta farsa. Te juro que lo intenté, pero el aprecio que te tenía se evaporó en segundos, y no solo eso, también perdí todo el respeto que sentía por ti. No puedo seguir fingiendo. No más —puntualizo de forma irrefutable.
—¡Es por él, ¿verdad?! —me acusa con reproche en su voz, dejándome perpleja—. ¡Quieres volver con él!
—Claro que quiero volver con él, sabes muy bien que lo amo, pero eso no tiene nada que ver entre tú y yo.
Noto como su rostro se va endureciendo y su mirada se llena de ira, después niega con la cabeza.
—No, me niego a que los nuestro termine así, simplemente no lo acepto —asevera.
Yo entorno los ojos y expelo con impotencia—. ¡Dios, ¿a qué hora se me ocurrió aceptar a este hombre en mi vida?
—He esperado tanto por ti, he invertido tiempo, dinero, incluso mujeres... —Rio con incredulidad.
—¡Yo no te lo pedí! —Le recuerdo—. Creí que había quedado claro que tendríamos una relación abierta.
—¿Sabes, Mila?, estoy muy molesto contigo. —Su expresión corporal, su ceño fruncido y su respiración agitada, lo confirman. ¡Ja!, ¿él es el molesto? Esto es ridículo, no sé si reír o llorar de impotencia—. Será mejor que me vaya y hablemos ya que ambos estemos más calmados. Pero piénsalo, Mila, piensa bien qué vas a hacer, porque no permitiré que me eches de tu vida, así como así —advierte antes de dar media vuelta y salir del edificio con paso firme.
Sube a su auto y rechina llanta, antes de acelerar a toda prisa. Yo pongo los ojos en blanco y me giro para llamar el ascensor. Observo el tablero cuando de pronto se escucha un fuerte estruendo. Me parece extraño, pero no soy curiosa, llega el elevador, entro y estoy por oprimir el botón de mi piso, cuando veo al portero que viene corriendo de la calle.
—¡Señorita Mila, su amigo! ¡Su amigo tuvo un accidente!
Ni siquiera lo pienso, salgo corriendo.
No paro hasta el final de la calle, donde está el coche de Alek, el que se encuentra volcado y completamente destrozado.
Aterrada y con impotencia, lo veo inconsciente y con sangre en su cabeza. Quisiera poder ayudarlo, pero la parte frontal del auto está en llamas y me impiden acercarme.
—¡Por favor, llamen una ambulancia! —grito, girando con desespero—. ¡Tienen que ayudarlo! ¡Alguien haga algo! —imploro, mientras dos jóvenes me sostienen.
Enseguida la gente se moviliza, vecinos del lugar traen un extintor y logran calmar el fuego, poco después se escucha venir la ambulancia.
Los siguientes minutos pasan muy lentamente, como en cámara lenta, pero extrañamente es como si yo no estuviera ahí, como si observara la escena desde lejos y como si con cada parpadeo, el escenario cambiara: La ambulancia, paramédicos sacándolo del auto, el trayecto al hospital mientras los paramédicos intentan estabilizarlo, su arribo por la entrada de urgencias. Alek y los paramédicos desapareciendo detrás de una puerta y yo parada en medio de la sala, con la mirada puesta en ella, sin poder articular palabra...
—Mila —dice Matt es voz baja, sacándome de mi ensimismamiento.
Levanto la vista y lo encuentro sentado en cuclillas frente a mí, mirándome compasivo, justo como esa vez en la estación de París, años atrás, después de ese fin de semana en Londres, cuando nos conocimos.
Todo esto es como un viaje al pasado, no puedo decir que es un «Déjà vu», porque esto simplemente ya lo viví antes; yo aterrorizada y él frente a mí, tratando de reconfortarme.
—¿Estás bien?
Asiento e intento levantarme del piso de uno de los pasillos del hospital, en el que llevo sentada no sé cuánto tiempo. Lugar en el que me refugié cuando vi que la familia de Alek, llegó y no soporté ver la angustia de su madre.
Matt me ofrece su mano y me ayuda a ponerme de pie, después me sorprende refugiándome en sus brazos. Yo me siento apenada, pues, aunque siento un enorme nudo en mi garganta y las lágrimas pican continuamente en mis ojos, no puedo llorar, creo que aún sigo en shock, o definitivamente me estoy volviendo un hielo.
—Lo siento mucho, Mila. —Me separo de él y lo miro alarmada.
—¿Ya tienen noticias? —pregunto con temor.
—Está muy mal. Quiere verte —informa, y yo niego contundente. No, no puedo verlo a la cara, no quiero—. Mila, el médico cree que no le queda mucho tiempo de vida. Alek solo repite que quiere hablar contigo.
Instantáneamente, siento un enorme hueco en el estómago y que todo el aire se me va de los pulmones. Recargo mis manos sobre mis rodillas, cierro los ojos e intento respirar profundo o creo que me desmayaré. Matt me observa en silencio.
Cuando logro tranquilizarme, asiento, aceptando hablar con él.
Matt pasa un brazo por sobre mis hombros y me dirige hasta su habitación. Antes de entrar me gira hacia él.
—Recuerda que no estás sola, yo estaré esperándote aquí —declara, acariciando mi cabello y mirándome con dulzura.
—Entra conmigo, por favor. —Le ruego en susurro y lo miro atormentada.
—Está bien, entraré contigo —accede, besa mi frente y me abrazo con fuerza a él, necesito que me contagie su serenidad.
Entramos a la habitación, Alek parece plácidamente dormido, pero los múltiples cables y mangueras conectados a su cuerpo, son el manifiesto de su delicado estado. Su madre, está sentada a su lado, toma su mano y llora sin parar
—Ella es Mila —Le informa Matt. La angustiada mujer asiente, me deja su lugar y va a una esquina de la habitación.
Matt me alienta a que me acerque a Alek, lo hago vacilante y con pasos lentos.
—Alek, soy Mila —digo en voz baja, tomando su mano entre las mías, él abre sus ojos muy lentamente y cuando se percata de mi presencia, sonríe con ternura.
—Mila, mi amor —exclama en un jadeo.
—No hables, debes descansar. Ya lo haremos luego, ¿ok? —Yo le sonrío y acaricio su cabello.
—No, Mila..., no... no me queda mucho tiempo —reconoce con voz pausada—. Necesito pedirte perdón, y... me perdones.
—No tengo nada que perdonarte, Alek. Yo...
—Escúchame..., por favor —me interrumpe, y yo afirmo—. Necesitas saber que... Sebastian... esta mañana... te dejó una nota.... La destruí —confiesa con la voz entrecortada, yo lo miro impactada. No sé qué me sorprende más, si su sinceridad o el saber que Sebastian no se fue sin despedirse—. En ella decía... que buscaría un auto y... volvería por ti..., por eso me apresuré en salir..., para que no pudieran hablar.
—¡Dios! —exclamo con impotencia. No entiendo por qué hay tanto intriga a mi alrededor.
—Perdóname, por... favor.
—Claro que te perdono, Alek, igualmente sabes que lo nuestro no puede ser.
—Mila..., ¡tienes que cuidarte! —grita en medio del desespero, después comienza toser, yo lo miro alarmada y su madre se acerca.
—Hijo, debes calmarte o le pediré a esta chica que salga —advierte la mujer con voz dulce, pero firme.
—Matt, debes protegerla, no la dejes sola —ruega Alek, mirándolo directamente.
—Te lo prometo —responde Matt con voz quebrada y sus ojos llenos de lágrimas.
No entiendo nada.
—Mila, mi amor... —Sus ojos se inundan, y los míos también—. Gracias... gracias por toda la felicidad... que me regalaste —manifiesta y al instante sus lágrimas ruedan libres por sus mejillas.
Yo niego con la cabeza. ¿Cuál felicidad? Yo en verdad solo le di migajas.
¡Dios!, me siento tan culpable.
—No, Alek, no digas eso. Soy yo quien debe agradecer por todo tu amor. —Acaricio su rostro con dulzura y enjugo sus lágrimas con manos trémulas.
—Tú me inspiraste a... ser mejor persona —Ríe entre lágrimas—. En mi afán de poseerte... no lo logré...—De nuevo lo ataca la tos—, pero lo intenté... por ti..., solo por ti, mi hermosa Mila.
Trago duro, no sé qué más decirle, el nudo en mi garganta, me impide articular palabra.
—Por favor, Mila..., regálame... un último beso —suplica sin que las lágrimas dejen de empapar su rostro. Su madre al escucharlo decir esto, solloza con fuerza y Matt corre a consolarla y sostenerla entre sus brazos.
Alek me mira anhelante, yo fuerzo una sonrisa mientras acaricio su cabello, después me acerco, cierro los ojos y beso sus labios, de forma suave y pausada, mientras lo hago, siento a Alek, acariciando mi mejilla.
Cuando me aparto, Alek me sonríe con dulzura.
—Gracias, amor —expresa, acariciando mi mejilla.
De pronto su mano cae y una maquina comienza a pitar de forma continua.
—¡Noooo! —grita su madre en un clamor, quien se acerca del otro lado de la cama y toma el rostro de Alek y lo besa con desespero—. ¡Mi hijo, nooo!
Yo trago duro, no entiendo qué me pasa, siento el nudo en mi estómago, el cúmulo de sentimientos en mi pecho que apenas me permiten respirar y las lágrimas inundando mis ojos, pero no puedo derramarlas.
Instintivamente retrocedo y anonada observo el espeluznante infierno en el que se convierte la habitación en solo segundos. Médicos y enfermeras entran a toda prisa e intentan desesperadamente salvar su vida.
La escena es realmente dantesca, todos gritan, se mueven de un lado a otro, le clavan una enorme aguja en el pecho y completamente angustiada, veo como el cuerpo de Alek, convulsiona cuando usan el desfibrilador.
La familia también entra y el padre sostiene a la desolada mujer, quien llora y desgarra su garganta en lamentos, por el dolor que le causa el ver a su hijo, perdiendo la guerra contra la muerte.
No quiero ni imaginar el dolor que está viviendo esa madre; impulsivamente llevo mis manos a mi vientre.
Después de unos eternos minutos, el médico declara su muerte y toda la familia, madre, padre y hermanos, rompen en llanto.
Permanezco con la mirada fija en él, en su cuerpo inerte, y noto que sus ojos ya no tienen ese brillo que lo hacían lucir tan atractivo; sin embargo, su encantadora sonrisa permanece en sus labios.
Alek, mi Alek, ya solo es un cuerpo sin vida.
Ahora es cuando caigo en cuenta, que no lo veré más, que, aunque ya habíamos terminado, al menos lo sabía bien, vivo.
Su familia rodea la cama, se despiden de él y juntos, lloran su partida, y no me siento con ningún derecho de estar aquí.
Aún turbada, parpadeo una y otra vez, noto mi abdomen completamente contraído, mi pecho duele y convulsiona por los sollozos contenidos y siento una urgente necesidad de salir de aquí, necesito aire.
Camino a toda prisa hacia la salida, dejando dentro solo a los suyos.
—Mila —exclama Matt, quien me atrapa en un abrazo apenas salgo.
—¡Suéltame Matt, debo irme! —Le exijo alzando la voz.
—Mila, estás muy alterada, tienes que desahogarte. Si necesitas llorar, hazlo.
—Lo que necesito, es irme. ¡Por favor, suéltame! —Vuelvo a exigirle, pero esta vez suena más como una súplica.
—No, no puedes irte así, no dejaré que te vayas tú sola —declara con voz firme—. Solo dame un minuto, le pediré a Barbara las llaves de su auto.
Yo accedo con un movimiento de cabeza, pero apenas se aleja, corro sin parar hasta la salida.
Necesito estar sola, necesito pensar, pensar y pensar...
No, lo que realmente necesito, es evadirme. No puedo con los remordimientos, no soporto tanta culpa.
Sí, todo esto es mi culpa, su muerte es mi culpa.
Perdóname Alek, perdóname por no poder amarte como merecías.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top