Capítulo 42

*Hola a todos, ya sé de nuevo estoy retrasada, pero ando enferma, una simple gripa se me convirtió en bronquitis, así que discúlpenme porque ahorita ya me siento un poco mejor, pero días atrás, la fiebre, el dolor de garganta y los 100 estornudos por minuto (sin exagerar 🤧🙈😂), me dificultaban mucho concentrarme.
Espero sea de su completo agrado...

—¡Alek, por fin llegaron! —dice una chica castaña que viene a nuestro encuentro. 

Alek, se gira hacia mí, toma mis manos entre las suyas, se acerca a mi oído y me habla en un susurro:

—Él está aquí. —Acaricia mi mejilla con sus nudillos y nuestras manos unidas, luce mortificado, pero yo me muestro impasible ante su descubrimiento—. Sonríe, no permitas que se percate de que te afecta su presencia —sugiere, antes de besar mi hombro.

—No tengo que fingir, no me afecta en lo más mínimo —miento, controlando el temblor que siento que se apodera de todo mi cuerpo, Alek responde con una gran sonrisa y me da un suave toque de labios, luego se gira a saludar a la anfitriona.

—¡Hola, Marie! —Besa su mejilla, toma mi mano y así, caminamos el par de metros que nos separan de la sala. —¡Chicos! —saluda con exagerada elocuencia—, les presento a Mila, mi novia —expresa con gran orgullo y con cierto tono de arrogancia en su voz, posando sus manos sobre mis hombros.

—Buenas tardes —saludo secamente y forzando una pequeña sonrisa, de reojo veo como Sebastian me mira con rostro pétreo, tratando de no mostrar ninguna emoción. Él está sentado junto a una chica rubia, quien lo abraza a él.

Alek rodea mi cintura e intenta conducirme dentro, pero mis talones parecen estar clavados al elegante piso de madera, yo solo quiero dar marcha atrás con este plan y salir de aquí de una maldita vez.

—Es una engreída, no entiendo cómo a Alek puede salir con una chica como ella. —Escucho decir a la pareja de Sebastian. Él no parece prestarle atención, ni siquiera la mira, su vista sigue clavada en mí, incitando el intenso aleteo de esas mariposas en mi estómago, que hace mucho no se hacían presentes y que solo él despierta.

Alexandre saluda a todos, uno a uno, al saludar a Sebastian lo observa con detenimiento por unos largos segundos. Ambos, aunque se saludan amablemente, se desafían en silencio, con la mirada. Siento remordimientos, pero incongruentemente a la vez, muy en el fondo de mí, deseo que Sebastian enloquezca de celos, así como yo siento enloquecer de solo verlo cerca de esa chica.

Algunos de los amigos de Alek, se acercan a presentarse personalmente, a los que apenas saludo cortésmente. Trago duro, cuando de reojo veo, que la chica que está con Sebastian, se acerca, y él viene detrás.

Disimuladamente me miro en el gran espejo que adorna la pared más grande de la sala. Para mi alivio, la larga falda, el enorme suéter y el chal que llevo puestos, ocultan y disimulan perfectamente, la existencia de mi embarazo; en pensamientos agradezco a Dios, por elegir ese atuendo al vestirme esta mañana; e instintivamente, entrelazo mis manos al frente.

—Hola, soy Danna. Tú debes ser la bailarina famosa, ¿no? Esa a la que llaman «La Reina de Hielo» —comenta con evidente mordacidad.

Inevitablemente siento la ira bullendo en mis venas, tengo el impulso de abofetearla, de arrancarle cada uno de sus decolorados cabellos y gritarle a la cara que es una bruja, decirle que no sabe nada de mí, para juzgarme cómo lo hace. Pero no sé qué es lo que realmente me molesta más, si su comentario imprudente o el saber que ha estado tocándolo; muero por aclararle que ese hombre con el que ella viene, es mío, solo mío.

No obstante, como mi nuevo apodo lo dice, hago uso de todo mi autocontrol y protegiéndome bajo una gruesa capa de hielo, oculto muy bien mis sentimientos.

—Eso dicen. —Es lo único que atino a decir y completo mi respuesta con una sonrisa falsa y mirada displicente.

Sin ningún disimulo, la observo con detenimiento de arriba abajo; es rubia, de grandes ojos azules, enormes pechos y cintura pequeña, sí, lo acepto es bonita y mucho.

—Danna, por favor. No tienes porqué ser grosera —Le pide Alek con tono conciliatorio.

Él sabe que, si le respondí así, es porque tengo puesta la máscara que construí para que nadie más me dañe. Solo Alek me conoce realmente y me acepta tal como soy. Solo él sabe que la dulce Mila, trato de sepultarla tras la apariencia de una mujer fría e inquebrantable, que no siente ni muestra sentimiento alguno. Aunque él asegura que la dulce Mila sigue ahí, escondida tras la máscara que dice me he empeñado en usar.

—Bienvenido, Alek —dice, refiriéndose solo a él—. Sebastian, mi pareja —Nos lo presenta y me mira con gesto arrogante.

Y comienzo a preguntarme, si esta chica sabe de mí.

Sebastian me mira fijamente, y cuando veo que está por ofrecerme su mano, Alek, la toma y le da un apretón de manos.

—Hola, Sebastian, yo soy Aleksander White. —Se le adelanta mi pareja, y siento a Sebastian, traspasándome con la mirada.

—Ya nos habíamos presentado antes —Le recuerda Sebastian, y me parece notar cierto fastidio en su tono de voz.

Le doy la espalda a Sebastian, e ignorándolo, le hablo a mi «novio» al oído. —Alek, necesito entrar al tocador.

—Claro, te acompaño —responde, sonriéndome de forma seductora—. Discúlpennos, mi chica trae una urgencia. —Se disculpa, dirigiéndose ahora a Danna y a Sebastian, a quien de reojo veo que aún sigue taladrándome con la mirada.

Danna se cuelga del brazo de Sebastian y prácticamente lo arrastra al lugar que ocupaban antes, en uno de los sillones de la sala. Alek le pide permiso a Marie para usar su baño, después toma mi mano y me dirige.

—¡Uy, no la soporto! ¡Es una presumida! —Le comenta Danna a Sebastian, cuando pasamos por su lado, sin importarle que la escuche.

Un amigo de Alek nos detiene para saludarnos, y mientras finjo prestarle atención al chico que se presentó como Remy, los observo disimuladamente.

—No hables así, Danna, realmente no la conoces —réplica él.

—¿Y tú sí? ¿O por qué la defiendes? —Lo cuestiona ella.

Contengo la respiración y espero con ansias que le diga que me conoce, que fui su novia, y que soy y siempre seré el amor de su vida.

—Sí, la conozco —reconoce él, e instantáneamente, una sonrisa de suficiencia se dibuja en mis labios y espero a que continúe—. Ella también es de New York, incluso fue compañera de Maddie en NYCB.

Su respuesta me enoja, pues al parecer yo ya no soy nadie importante para él, además, el que esa chica sepa de Maddie, me hace creer que su relación es mucha más sería de lo que creí.

—Y si la conoces, ¿por qué no la saludaste? —Lo reta Danna, mirándolo con desconfianza.

—Iba a hacerlo, pero ya viste, ella dijo que debía ir al tocador. La saludaré más tarde, aunque parece ser que es ella quien ya no se acuerda de mí —comenta Sebastian mirándome con nostalgia.

"Cómo no acordarme de ti, cuando te llevo grabado en el alma, cuando mis labios todavía extrañan tus impetuosos besos y mis ojos añoran los tuyos mirándome con amor. Como no acordarme de ti, cuando mi piel sigue deseando tus ardientes caricias que me enloquecen de pasión" —Le digo con el pensamiento.

Como Alek, y su amigo parecen no parar de hablar, le pido que me indique el camino al tocador y me disculpo. Necesito tomar aire, necesito sacudir todos estos sentimientos que se arremolinaron en solo minutos, y que intento esconder bajo la máscara de la indiferencia.

Entro al baño y apenas lo hago ahogo un grito en mi puño para que nadie me escuche.

¡¿Qué diablos haces aquí, Sebastian?!

¡¿Por qué?!

¡¿Por qué vienes a debilitar todas las murallas que con mucho trabajo he construido?!

Pero no, no lo voy a permitir, no dejaré que tu presencia derrumbe la fortaleza que he ganado. No lo permitiré —digo solo para mí.

Me recompongo, adopto mi postura de seguridad y salgo del baño mostrándome altiva. Claro, después de hacer pis, pues conforme avanza el embarazo, tengo que hacerlo de forma más continua.

Al regresar a la sala, todos bromean y ríen a carcajadas, pero al percatarse de mi presencia todos se quedan callados en un incómodo silencio. Alek percibe mi incomodidad y viene por mí para mostrarme su apoyo.

—Ven, hermosa —dice tomando mi mano y me conduce al sofá—, siéntate junto a mí.

Miro disimuladamente a Sebastian y veo cómo nos observa con el rostro endurecido. Sé que le molesta verme con Alex, su barbilla tensa, el entrecejo arrugado y su mirada oscura me lo confirman. Pero él también viene con una chica y sí, es cierto, yo también estoy molesta. No, en realidad estoy enfurecida, pero no me permito demostrárselo, así que fuerzo una gran sonrisa y miro a Alek con admiración, porque, aunque también es cierto que no lo amo, lo quiero, lo aprecio y realmente lo admiro.

Todos hablan al mismo tiempo y por más que intento poner atención, mi cerebro se empeña en pensar en Sebastian y en todo lo que vivimos juntos.

¿Dónde quedaron todas esas promesas que me hiciste?

¿Dónde está todo ese amor que decías tenerme?

¿Has pensado en mí? —Esas y muchas preguntas más, le hago en pensamientos y sin planearlo me sorprendo mirándolo de nuevo.

Pasan aproximadamente un par de horas, —lo sé porque miro mi reloj una decena de veces, rogando porque termine este día, pero pareciera que el tiempo se empeña en torturarme, pues transcurre muy lentamente—, dos giras, en la que Alek y sus amigos, ríen rememorando sus días en la preparatoria, solo Sebastian y yo no participamos, pero la charla toma un rumbo inesperado después de que Sebastian se aleja para recibir una llamada, y a su regreso, Danna lo cuestiona sobre quién lo llamó.

—Era Melissa, al parecer ya entró en trabajo de parto —Le aclara él.

—¿Melissa, tu compañera de apartamento? —Le pregunta Marie con curiosidad, Sebastian asiente.

—No entiendo por qué te llama a ti. Tú no eres el padre de su hijo —menciona Danna con reproche.

—No, no lo soy, pero Melissa no tiene a nadie más.

—¿No me digas que tienes que regresar a París? —Lo cuestiona con exagerado puchero.

—De momento no, dijo que el médico le explicó que cómo es primeriza, podrían pasar hasta tres días para el nacimiento de su bebé.

—Y ya le dijeron que será —indaga Marie.

—Sí, será una niña —responde mirándome de reojo, y me parece ver cierta emoción en sus ojos.

Uy siento que voy a explotar... Esa emoción debería sentirla por nuestro hijo, y no por la hija de otra.

—Es irónico que te emocione tener un bebé en casa, cuando siempre me has dicho que no quieres tener hijos —Le recrimina Danna, y sin ocultar más mi curiosidad, lo miro fijamente, esperando su respuesta.

—Tienes razón, todavía hace un mes pensaba así, pero ahora creo que formar una familia con la mujer correcta, podría ser la bendición más grande que Dios me dé —responde, mirándome de forma desafiante.

¿Qué es lo que quiere decir? Que yo no era «la mujer correcta», porque a mí siempre me dejó en claro en varias ocasiones, que no los quería. ¿Acaso Danna o la tal Melissa sí podrían ser esa mujer?

De reojo siento a Alek estudiando mi reacción, soy consciente de que tengo las manos en puños, cuando Alek acaricia el dorso de una de ellas con su índice.

—¿Qué pasa, Mila? Te noto incómoda, ¿estás bien? —me pregunta al oído.

—Estoy bien, solo muy cansada. Anoche leí hasta tarde, además, las tres horas en coche, me tienen el estómago hecho un lío —expreso con voz cansada.

—¿Quieres ir a descansar? —pregunta y yo asiento—. Ok, te acompañaré a la habitación —dice poniéndose de pie, me ofrece su mano y se dirige hacia nuestra anfitriona—. Marie, Mila no se siente bien la llevaré a instalarse. ¿Podrías decirme cuál será nuestra habitación?

—La de siempre Alek, la que tiene la vista al mar. Ya sabes que esa habitación es exclusiva para ti —Le informa de forma amable la chica de cabello castaño.

Alek me toma de la mano e impulsivamente, mi mirada va a la de Sebastian, quien está inclinado hacia el frente, recargando sus codos en sus rodillas, su barbilla en sus manos unidas y me mira fijamente por entre sus pestañas. Posición que siempre adopta cuando intenta contenerse, solo falta que le salga humo por la nariz.

—Con permiso —me disculpo y sigo a Alek hacia las escaleras.

Apenas salimos de la sala, los murmullos no se hacen esperar.

—Es una pesada, una odiosa —exclama Danna—. Marie, ¿por qué la invitaste? —cuestiona a la dueña de la casa.

—A mí me parece linda chica —Le responde la morena.

—Ni siquiera se dignó a hablar con nadie —réplica Danna, Marie solo se alza de hombros—. Seguro que es cierto lo que dicen de ella.

—¿A qué te refieres? —Le pregunta Marie.

—A que es anoréxica y bulímica. He leído en algunas revistas que ha estado en dos ocasiones en clínicas para chicas con desórdenes alimenticios —Les cuenta a todos en la sala, la muy víbora.

—No hables de lo que no te consta, Danna, tú sabes que no siempre lo que dicen las revistas es verdad. Además, ella no es odiosa, solo es algo tímida —me defiende Sebastian.

—¿Seguirás defendiéndola? A ti no te saludó y no me digas que no te recuerda, porque créeme Sebastian, quien te conoce jamás se olvidaría de ti. Mi chico es el más guapo del mundo —manifiesta la bruja.

Es lo último que alcanzo a escuchar, cuando llegamos a la segunda planta.

¿Su chico?

¿Eso significa que son oficialmente pareja?

Alek quien también escucha todo, me mira avergonzado.

—Por favor, ignora lo que dijo Danna, ella disfruta hablando mal de los demás —me pide, yo solo niego con un apenas perceptible movimiento de cabeza.

Suspiro pesadamente y lo sigo en silencio hasta la habitación, la cual parece ser muy cómoda, pues es elegante y luce fresca al estar decorada con colores azul y arena, la enorme cama está vestida con un fino edredón de lino de color blanco y las puertas francesas engalanan la salida hacia la terraza.

Voy directo hacia ella y me maravillo con la mágica vista, la playa luce majestuosa, su arena resplandece como oro y esta, es bañada por oscilantes aguas color turquesa, grandes árboles enmarcan la preciosa postal y un hermoso cielo rosa coloreado por el sol, complementan el paisaje, haciéndolo más que perfecto.

Admiro el majestuoso cuadro que nos regala la naturaleza, cuando Alek me sorprende rodeando mi cintura por detrás y recargando su barbilla en mi hombro. Ese gesto tan de él, que siempre me ha gustado y que me parece tan familiar, pero que en este instante me incomoda sobremanera. No sé si es porqué Sebastian está ahí, a unos cuantos metros de mí y siento que le estoy siendo infiel, cuando en realidad a lo que le estoy siendo infiel, es a mis propios sentimientos.

—¿Te gusta? —asiento—. Mila..., ¿por que no saludaste? —Me sorprende con su pregunta, pero no puedo mentirle, no a él.

—Alek..., yo...

—No lo entiendes, pero al ignorarlo, solo le diste más importancia. Debiste saludarlo como si nada, como si no fuera nadie importante.

—No quería tocarlo, ¿ok? —suelto sin más, pero me contengo para no decirle, que no quise tocarlo después de que tocó a esa mujer. Que no quiero tocarlo porque temo que despierte tantas emociones, tantos recuerdos, tanto amor...

Alex asiente pensativo y guarda silencio unos segundos.

—¿Todavía lo amas, Mila? —pregunta con voz triste.

Me suelto de su abrazo, salgo a la terraza y me abrazo a mí misma.

—No, Alek, no me preguntes eso. No hagas las cosas más difíciles.

—¿Difíciles para quién? —Me sigue y se para frente a mí, recargándose en la baranda.

—Para ti y... —Le doy la espalda—, y también para mí. Tú sabes cuánto he intentado olvidarlo, odiarlo con todo mi ser, pero simplemente no puedo.

Alek de nuevo me abraza por detrás, después me gira hacia él. Yo lo miro atormentada, él esperando una respuesta.

—Alek, ahora yo estoy contigo y él está con esa chica. Los dos hemos seguido con nuestras vidas, solo deja las cosas tal cuál —Le ruego con la mirada—, por favor.

—Aparentemente estás conmigo, pero los dos sabemos realmente que no estás, que tus pensamientos y tu corazón siempre están con él —dice derrotado, yo evado su mirada y después de semanas de no hacerlo, las lágrimas vuelven hacerse presentes.

—Yo no te he engañado, tú siempre has estado al tanto de mis sentimientos. Tú eres el único que los conoce, los aceptaste y aun así insististe en nuestra relación.

—Es cierto, Mila, pero ahora él está aquí y necesito saber si eso cambia las cosas entre nosotros —dice, tomando mi rostro con sus manos para que lo mire a los ojos—. Sabes que yo te amo, que te amo con el alma, que he cambiado por ti, que he hecho mil cosas para intentar hacerte feliz. Pero él siempre está ahí, como un fantasma del pasado que siempre se ha interpuesto entre nosotros y ahora regresa para intentar arrebatármelo todo —me recrimina con voz y ojos tristes, después suspira resignado—. Por favor, Mila, dime que volverlo a ver, no significa para ti —ruega con voz desesperada y angustia en la mirada.

—El que Sebastian esté aquí, no cambia nada, yo estoy contigo ahora y jamás te fallaría —aseguro, mirándolo a los ojos, después me suelto de su abrazo, voy hacia la baranda y fijo mi vista en el reflejo del mar—. Tú sabes que entre él y yo no puede haber nada, él me lastimó, me abandonó cuando más lo necesitaba y eso jamás podré perdonárselo —aseguro con amargura, recordando el momento en el que por poco perdí a mi hijo, recuerdo al que me aferro para afianzar mi odio por Sebastian. La realidad es que, no hablo de mis verdaderas razones.

—Mila, tú sabes que, aunque él te haya lastimado, no lo odias, tú sigues aferrada a su recuerdo, a su amor, y... y... —titubea, completamente impaciente—, y mientras no te decidas dejarlo atrás, seguirá trastornando tu vida.

—Lo sé, y la decisión está tomada, lo dejaré atrás. —Limpio con rudeza mis lágrimas y camino de regreso a la habitación.

—Por favor, Mila, júrame que no le dirás del bebé —suplica, deteniéndome por el brazo.

—No lo haré, pero no porque tú me lo pidas. No lo haré, porque es lo mejor para él —declaro tajante, al tiempo que me zafo bruscamente de su agarre—. Ni siquiera entiendo por qué estamos hablando de esto. Él viene con esa chica, tal vez hasta sea su prometida, o lo que sea, no lo sé y no me interesa saberlo.

Comienzo a deshacer el bolso, pero Alek no tiene intenciones de parar. Él se sienta en la cama y rodeando mi cintura me sienta sobre sus piernas.

—Mila, amor, tú sabes cuánto te amo, sabes que yo nunca voy obligarte a nada, quiero que estés conmigo porque tú quieres, no porqué yo te lo pido o por lástima.

—Alek, yo te quiero. Y créeme, no estoy contigo por lástima, si alguien me conoce y me entiende, eres tú —expreso acariciando con ternura su mejilla. Porque es eso lo que me inspira, mucha ternura por su enorme corazón.

Él baja la mirada derrotado.

—Sé que me quieres, pero también sé que no es amor lo que sientes por mí y que haga lo que haga, nunca podré hacerte feliz —dice con reproche en su voz.

Yo recargo mi cabeza en su hombro.

—Perdóname, Alek, pero sabes que eso no puedo hacerlo —digo con remordimientos—. Sabes que lo he intentado, sabes que...

—Sí, lo sé —me interrumpe—, sé que a quien amas es a él —afirma con enfado.

Me levanta de su regazo, me sienta sobre la cama, se pone de pie y sale de la habitación azotando la puerta tras de sí.

Cubro mi rostro con mis manos y agotada, me dejo caer en la cama.

—¡Dios, que día! Maldita la hora en la que acepté venir a este lugar. —Llevo mis manos a mi vientre y le hablo a mi pequeño—. Lo reconociste, ¿cierto? Por eso hiciste fiesta en mi vientre cuando sentiste su presencia. Sé que ahora ni tú ni nadie lo entiende, pero mantenernos lejos de tu papito, es lo mejor para todos, sobre todo para él. —Mi bebé responde pateando desde dentro—. Lo sé, yo también lo extraño.

Me recuesto de lado y en posición fetal, abrazo uno de los tantos cojines decorativos e intento dormir un poco.

Después de dar mil vueltas en la cama por largo rato sin ningún éxito, decido levantarme y darme una larga ducha, me arreglo un poco y me visto cuidando que mi ropa disimule mi barriguita, y cuando estoy segura de haberlo logrado, decido regresar a la sala con Alek y sus amigos.

Aún escondo mi embarazo, pero no porque me avergüence o porque me preocupe mi carrera, si sigo ocultándolo, es por protegerlo de la maldad de mi madre, y claro, ahora porque no quiero que Sebastian lo sepa.

Al ir bajando las escaleras, escucho a Alek hablar de mí de forma posesiva y con exagerado orgullo; creo que está borracho porque su voz suena extraña.

—¡Mila es la chica más linda que conozco y ella es «mía»! —Les dice a todos en voz alta, pero mirando fijamente a Sebastian.

Él intenta parecer impasible, pero su mirada delata la ira que siente al escucharlo.

—¿Y saben? No solo es hermosa, ella es la mejor bailarina de todos los tiempos y la chica con el corazón más grande del mundo. Y esa maravillosa chica me eligió a mí, ella me quiere solo «a mí», tal vez pronto les demos la sorpresa de nuestra boda —recalca una y otra vez que soy suya, que al que quiero es a él y habla de una absurda boda entre los dos, restregándoselo a Sebastian a la cara. Él evade su mirada y me sorprende observándolos desde las escaleras, yo bajo la mirada.

—Discúlpame, Alek, pero a mí tu noviecita me parece bastante antipática —difiere Danna, la amiguita de Sebastian.

—Tú no la conoces, Danna, te prohíbo que hables así de mi prometida —miente al decir que soy su prometida—. Mila ha sufrido mucho, a ella la han lastimado como no tienes idea, así que no te atrevas a juzgarla —Le exige a Danna a la cara, pero mirando con reproche a Sebastian.

No puedo creer que Alek les hable de mis cosas a todos, nunca lo había visto tan inseguro y no quiero escucharlo más.

Salgo por la puerta trasera de la casa hacia la terraza y camino por un pequeño sendero que conduce hasta la playa, donde encuentro un pequeño muelle.

El lugar resulta apacible y encantador, justo lo que necesito en este momento, un pequeño remanso de paz.

Me siento sobre la madera húmeda, a contemplar el atardecer en este pequeño paraíso, intentando alejarme de todo y de todos.

No tardo mucho, en entrar en trance, ese trance que se ha vuelto mi refugio de todo dolor, en el que no pienso en nada, ni en nadie y en el que bloqueo todo sentimiento. En esta ocasión no logro evadirme por mucho tiempo, antes de que los hermosos ojos azules de Sebastian, se escabullen invadiendo mis pensamientos.

—¿Cuánto tiempo más seguirás fingiendo que no me conoces? —reclama Sebastian a mi espalda.

Inesperadamente mi pulso se dispara, mi corazón late incontrolable y las mariposas de nuevo revolotean incesantes. No volteo, pero lo miro de reojo e inmediatamente enderezo mi postura.

—Yo no finjo nada —respondo levantando mi rostro con orgullo—, simplemente no me apetece hablar contigo —aclaro, tratando de parecer soberbia.

Creo que él no se esperaba mi respuesta, porque se queda mudo por unos largos segundos.

—Mila... Yo... —titubea—. ¿De verdad no merezco ni tú cortesía?

Pienso por unos segundos mi respuesta, en realidad sí la merece, él siempre ha sido amable conmigo, hasta el último día cuidó de mí, pero yo no quiero su cortesía. Yo de él esperaba mucho más y me falló.

—Hace mucho que dejé de ser cortés, yo ya no soy la amable Mila a la que todos lastimaban y pisaban a su antojo. 

—Con él sí eres cortés, con Alek eres mucho más que amable, acaba de presumírnoslo a todos.

—Alek nunca me ha lastimado, él me acepta tal como soy, a él no le importa que yo... —Me detengo antes de decirle que él me ama, a pesar de que yo no lo hago.

—¿Qué Mila? ¿Qué es lo que a él no le importa?

—No tengo por qué darte explicaciones —digo, mientras me pongo de pie—, hace mucho que yo no soy de tu incumbencia. —Le restriego a la cara y desafiándolo con la mirada, al pasar por su lado.

Sebastian me sorprende rodeándome por la cintura y pegándome a él, pero intuitivamente, pongo mis manos en su abdomen, evitando que mi vientre se pegue a su cuerpo y evidencie mi secreto.

Como esa primera vez, nuestras miradas se conectan, mi corazón late con fuerza amenazando con salírseme del pecho y esa atracción mágica que siempre existió entre nosotros vuelve hacerse presente. Pero a diferencia de aquella vez, me sorprende besándome con ímpetu, atrapándome en un poderoso vórtice de deseo y pasión, haciéndome olvidar por completo de mi autocontrol.

Respondo a su beso, ansiosa por respirar de su aliento y saborear de nuevo sus deliciosos labios.

¡Dios!, cómo extrañaba esta sensación de volar y tocar el cielo, que Sebastian siempre provoca cuando me besa.

Espontáneamente, las palabras de Alek vienen a mi mente, junto con la promesa de nunca fallarle.

—No, esto no está bien. —Le digo apartándome bruscamente de Sebastian, él me mira molesto.

—Hace unos segundos no pensabas lo mismo —me reta—, hace unos segundos tus labios demostraban que era lo más correcto y que además lo deseabas —asevera, desafiándome con la mirada.

—Me sorprendiste, yo... —intento justificarme—. ¿Qué pretendes con todo esto? —Lo enfrento molesta, frustrada por no poder controlar mis emociones.

—Que aceptes que no me has olvidado, que todavía me amas. Dilo, Mila —demanda, agarrándome con fuerza de los brazos y penetrándome con la mirada.

—¡Suéltame! —exijo, zafándome de su agarre—, no tienes ningún derecho a exigirme nada. ¿Ya olvidaste que fuiste tú mismo quien me echó de su vida?

—¡No, Mila! ¡Créeme, nunca lo olvidaré! ¡Ese es el error más grande que he cometido en mi vida, el dejarte ir!  —vocifera, pasando sus manos por su cabello con evidente frustración—. Pero tampoco he olvidado que acepté mi error y te pedí perdón. Y no te mentiré, he intentado borrarte, olvidar lo que teníamos, nuestras noches juntos...  Pero no he podido, ni creo que tú lo hayas hecho —exclama, bajando la voz, de nuevo acorta la distancia entre los dos y me cautiva en su mirada—. Dudo mucho que hayas olvidado todas esas primeras veces que experimentamos juntos, dudo mucho que hayas olvidado como nuestras manos encajan perfectas —menciona, entrelazando su mano con la mía—, dudo mucho que hayas olvidado el dulce sabor y el fuego avasallador de nuestros besos —agrega, acariciando mis labios con su dedo índice y mirándolos con vehemencia, provocando que mi cuerpo estremezca por completo—, dudo mucho que hayas olvidado como nuestros cuerpos se acoplan armoniosamente y nuestras pasiones se complementan —vuelve aprisionarme entre sus brazos, haciéndome temblar, pero aun así, vuelvo a interponer distancia entre nosotros con las palmas de mis manos—. No, Mila, yo no he olvidado ni un segundo lo que viví a tu lado y sé que tú tampoco —asegura.

Y él tiene razón, yo tampoco he olvidado ni un solo momento que viví a su lado, que, aunque me he esforzado por hacerlo, mi cabeza me hace malas pasadas y se empeña en recordármelos cada que se le antoja. Pero mi corazón, mi orgullo, mi sentido de protección, también tienen memoria y en este instante me recuerdan que debo alejarme de él, que debería odiarlo y que no puedo fallarle a Alek.

Me revuelvo para zafarme de sus brazos y alejarme de él, antes de que derrita el hielo con el que me he empeñado por mantener mi corazón tan gélido como me es posible y con el que me he ganado el título de «La Reina de Hielo».

—Te equivocas Sebastian, ahora mis primeras veces son con Alek, los únicos besos que me parecen dulces, son los de él y ahora mi cuerpo solo se acopla al suyo —declaro con todo el desdén que me es posible.

Él me mira dolido, pero su gesto se endurece con cada segundo.

—Claro, pero si tu «noviecito» ya nos lo contó a todos. ¿Estás segura de que «Alek», vale la pena? A mí me parece que es un idiota, que intenta convencernos a todos de que tú lo amas, pero un hombre de verdad no habla de la vida íntima de la mujer que ama.

—Alek no es así, solo está celoso. —Lo defiendo.

—¿Celoso? —Me mira intrigado y a la vez con una gran sonrisa—. ¿De quién, de mí? —pregunta con presunción. No lo acepto, pero tampoco lo niego—. Si es a él a quien amas, ¿por qué tendría que estar celoso de mí? —indaga con su acostumbrado gesto inquisitivo, alzando una de sus cejas.

—Por... Porque... —titubeo, nerviosa por su mirada expectante—, él sabe de ti, Alek sabe de nuestra historia y que tú fuiste mi primer amor. ¿Contento? —Le suelto de una buena vez y él niega con la cabeza.

—No, no estoy contento. —Pone sus manos a modo de jarras, mira hacia un lado con el rostro endurecido y suspira exasperado—. ¿Sabes cuánto tardaste en confiarme a mí todos tus secretos? —objeta. Ahora soy yo quien evade su mirada—. ¡Nunca, Mila, nunca confiaste en mí! —me recrimina dolido y con lágrimas en los ojos—. Tuve que enterarme de la peor forma, Mila, tuve que verte cerca de la muerte para imaginarme solo una pequeña parte de lo que estabas pasando. Pero fue hasta que tú madre amenazó con lastimarte para que me contara de la forma más cruel, todos tus secretos. —Él viene hacia a mí, pero se detiene y frustrado lleva sus manos por detrás de su cabeza.

Las lágrimas terminan por rodar por sus mejillas y me duele en el alma verlo así, pero contengo las imperiosas ganas de abrazarlo, de consolarlo y secar sus lágrimas. Contengo las ganas de pedirle perdón y de llorar junto con él.

Soy consciente de que también me equivoqué, que he cometido grandes errores, y de que soy la principal responsable de que nuestra relación terminara.

Temerosa de no poderme contenerme más, intento huir de ahí.

—Es mejor que me vaya, Alek debe estar buscándome —digo y giro para irme.

—Vete, Mila, huye como siempre haces. Eso es lo que mejor, haces, huir —me acusa.

Me detengo por un segundo, pero al intentar dar otro paso, de nuevo sus palabras me detienen.

—¿Sabes, Mila? Tú me reprochas que te eché de mi vida, pero la realidad es que tú nunca me dejaste entrar en la tuya. —Vuelve a recriminarme y tiene razón, yo no supe hacer las cosas bien, sin duda yo también le fallé.

Y lo que me temía pasó, sus palabras derriten el hielo que cubría mi corazón y el cúmulo de sentimientos se instalan como un gran nudo en mi garganta, y mis lágrimas por fin encuentran la libertad.

—Tienes razón, también fallé —admito en un susurro, con la barbilla temblándome y sin mirarlo—, pero no podemos devolver el tiempo, el daño está hecho y nuestras vidas han cambiado. Yo ya no soy la misma Sebastian, ahora ni yo misma me reconozco.

—Te equivocas, Mila, para mí, tú siempre serás mi pequeña —expresa abrazándome de nuevo por detrás. 

—No, Sebastian, yo ahora estoy con Alek y tú con esa chica. Los dos hemos hecho nuestras vidas aparte y no es justo para ellos.

—Danna no significa nada para mí, no tenemos una relación seria y ella lo sabe —confiesa con increíble cinismo, yo río con amargura al mismo tiempo que niego y enjugo mis lágrimas con el puño de mi chaqueta, después me giro a enfrentarlo.

—Bien por ti, Sebastian, me parece maravilloso que disfrutes de relaciones frívolas y vacías —digo con sarcasmo.

—No lo entiendes, Mila, vine con Danna solo para verte. Cuando supe que estarías aquí, no me importó doblegar mi estúpido orgullo, a pesar de que la última vez que nos vimos, me echaste sin remordimientos. ¿Te das cuenta?, la usé solo para estar cerca de ti.

—¿Me negarás que es la misma Danna de la grabación, con la que te acostaste? —inquiero sin poder controlar el tono mordaz; enseguida me arrepiento por haberle reprochado algo que se supone, ya no me importa.

Él baja la mirada avergonzado.

—No, no negaré que me acosté con ella —confiesa con voz abatida y su mirada llena de arrepentimiento. Trago duro al escucharlo y pongo mis manos en puños, tengo que contenerme para no golpearlo, pues en el fondo aún tenía esperanzas de que todo hubiera sido solo una artimaña para darme celos—. Sé que no es justificación, pero estaba borracho, además me sentía dolido, despechado. Pero ya te lo dije antes, Danna no es nadie importante para mí.

—Lo siento por ella, pero Alek sí es alguien importante para mí, yo nunca podría engañarlo, ni lastimarlo. Él no sólo es mi pareja, Alek es mi mejor amigo y mi único apoyo.

Sebastian me gira hacia él y ahueca mis mejillas entre sus manos.

—Dime algo, Mila, dime que cuando lo besas no piensas en mí, dime que él te hace sentir lo que yo te hago sentir cuando te beso, dímelo —exige antes de acorralarme contra un árbol y besarme.

Un beso intenso y arrebatado, un beso del que quisiera poder resistirme, pero no puedo, ni quiero que deje de besarme.

Sus besos siempre han sido mi adicción, mi más grande debilidad. En esta ocasión, no son la excepción y me dejo llevar por este beso que me envuelve con fuerza en un poderoso tornado de delirio y deseo, del que no quiero escapar.

¡Dios mío! ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué no puedo detenerlo? ¿Por qué no quiero detenerlo? ¡No puedo hacerle esto a Alek, no puedo! —repito en mi cabeza; sin embargo, sigo besándolo con frenesí.

Sus besos bajan por mi cuello mientras sus manos acarician mi piel con vehemencia. Sebastian desliza mi abrigo junto con mi blusa, descubriendo uno de mis hombros, el que besa con pequeños, pero intensos toques de labios y sin pretenderlo, mis manos toman vida propia, escudriñando bajo su camiseta. Quiero tocarlo, necesito hacerlo, necesito sentir su piel, necesito rememorar el calor de su cuerpo despertando todos mis sentidos.

—Vaya, vaya, al parecer la engreída ya te reconoció —nos interrumpe Danna.

Al sabernos sorprendidos, alejo rápidamente mis manos de él, pero Sebastian no retrocede ni un centímetro.

—Cuando me dijiste que la conocías, no me dijiste que la hicieras tan íntimamente —objeta la rubia con ironía.

Sebastian y yo nos debatimos en miradas, él se muestra impasible y yo avergonzada, no por Danna, pero sí por Alek.

—Mila y yo fuimos novios, no lo dije antes por respeto a ella y a tu amiguito —Le hace saber a la oxigenada, pero no se refiere a Alek como mi pareja.

—Pues creo que ambos olvidaron lo que es el respeto, porque a ninguno de los dos les importó que Alek y yo, estemos a solo unos metros, mientras ustedes se revuelcan —satiriza la rubia.

Yo cierro mis ojos en un gesto doloroso.

—Primero que nada, Danna, tú y yo no somos nada, así que no me vengas con escenas de celos, y segundas, fui yo quien besó a Mila —Le aclara Sebastian, pero sin dejar de mirarme a los ojos.

—Pues yo no vi que ella se resistiera mucho que digamos. —Danna sigue mofándose de mí.

—Es mejor que me vaya, para que puedan arreglar sus diferencias. —Me escabullo de Sebastian para regresar a la casa.

—Mila, espera. No hemos terminado de hablar —me pide antes de que me vaya.

—No hay nada de qué hablar.

—¡Mila, por Dios! ¡No podemos dejar esto así! —grita exasperado, pero no me detengo.

—Deja que vaya a atender a su noviecito, que se cae de borracho —añade la rubiecita odiosa.

—¡Mila...! —exclama desesperado Sebastian, pero aun así, continúo mi camino.

Al entrar a la casa, veo con desagrado que Alek está completamente ebrio y entre dos chicos lo llevan hacia la habitación. Yo me adelanto para ayudarles con la puerta y retiro el edredón de la cama para que lo recuesten, mientras él dice incoherencias.

—Mila, diles..., diles a todos que es a mí a quien amas —dice arrastrando la lengua—. Vamos, Mila, diles a todos cuánto me amas, por favor, dilo —me ruega con la mirada.

—Por supuesto, Alek, sabes que te quiero mucho. —Le sigo la corriente, pero sin poder pronunciar esas palabras, que para mí tienen tanto significado.

Sus amigos se miran entre ellos y ríen divertidos.

—Hombre, deja a la pobre chica, no la obligues a decir eso solo porque estás borracho —se mofa uno de ellos.

—Por favor, hermosa, diles que no miento, que no te estoy obligando, diles cuánto me amas, dímelo a mí —me pide—. Necesito que me digas que me amas —insiste.

—Trata de descansar, ya que estés en tus cinco sentidos, hablaremos —evado el tema, mientras sus amigos lo acuestan y me ayudan a desvestirlo.

Él me ofrece los brazos y ante la mirada curiosa de sus amigos, no puedo negarme. Me siento a su lado, él me aprisiona entre sus brazos y me recuesta sobre su pecho. Los chicos salen cerrando la puerta por fuera, dejándonos solos.

Enseguida intento zafarme de sus brazos, pero Alek no afloja su abrazo. Para mi suerte en unos minutos se queda dormido y logro escabullirme.

Me siento en un diván que está ubicado junto a la ventana, desde ahí observo a Alek dormir, mientras pienso en toda esta absurda situación.

Sebastian tiene razón, yo no confié en él, y al mentirle, al ocultarle cosas, provoqué que un abismo se abriera entre nosotros.

Todo es mi culpa, todo, incluso el que ahora no podamos estar juntos.

Sin quererlo, poco después caigo profundamente dormida.

De pronto siento el aliento de alguien en mi cuello y que acaricia mi escote. Despierto sobresaltada, aterrada por recuerdos que me provocan esas mismas sensaciones. Es Alek, quien reparte pequeños besos por mi cuello e intenta deshacerse de mi blusa.

—¡Basta, Aleksander! —Le exijo, empujándolo—. ¿Qué es lo que te pasa? —inquiero disgustada.

—Hermosa, déjame hacerte el amor —pide arrastrando todavía la lengua e insistiendo con sus manos sobre mis pechos.

—Estás borracho, no permitiré que me toques en ese estado —Le advierto, levantándome del diván, cierro mi blusa y me alejo de él.

—Te necesito, Mila, necesito que me demuestres que me amas. Por favor, déjame tocar tu piel, déjame descubrir y conquistar tu cuerpo —vuelve a pedir, mientras se acerca a mí, y yo retrocedo.

—¡Olvídalo, Alek! No lo haremos, no aquí —me niego rotundamente.

Muchas veces hemos estado a punto de tener relaciones, él ha insistido en infinidad de ocasiones, y yo, en mi afán por olvidar a Sebastian, he accedido a sus caricias, pero no hemos pasado de eso, solo unas cuantas caricias. El embarazo ha sido mi mejor pretexto, hoy lo es su borrachera, pero, además, no creo poder tener sexo con él, estando Sebastian tan cerca de mí.

¡No!, simplemente no podría acostarme con él, sabiendo que Sebastian podría escucharnos, o simplemente sabría que lo hacemos.

Igualmente, no me apetece, no con Alek, cuando quien deseo que me toque, es Sebastian.

—¿Por qué? ¿Por qué él está aquí? ¿Es por él, no es cierto? —me cuestiona en voz alta, retándome con la mirada.

No sé qué responderle, no puedo mentirle, nunca he podido sin que él me descubra, así que solo bajo la mirada.

Me sorprende tomándome con fuerza de los hombros y sacudiéndome.

—¡Maldita sea, Mila! ¿No entiendes que necesito que me demuestres que es a mí a quien eliges? —grita, mirándome iracundo.

Lo miro alarmada, nunca lo había visto así, él jamás me había gritado, ni se había mostrado brusco conmigo.

—Aleksander, solo no es el momento ni el lugar. Tú... tú... —titubeo zafándose de sus brazos y dándole la espalda.

—¿Yo qué? ¿No es a mí a quien amas? ¿Eso es lo que me dirás? —exige, sorprendiéndome de nuevo aprisionándome entre sus brazos.

—Tú estás borracho y yo no estoy de ánimos. ¿Ok? —argumento, pero él no se detiene y comienza a besar mi cuello y acariciar mi cuerpo con rudeza—. Detente, Alek, te lo exijo —advierto en voz alta, intentado no caer presa del pánico.

—Mila, no me pidas que me detenga, te necesito, mi amor —exclama con voz ronca, besando mi cuello con desespero.

—¡No, no quiero que me toques! —puntualizo con voz firme, pero él parece no escuchar—. ¡Basta! —grito con todas mis fuerzas.

De pronto la puerta se abre de golpe y Sebastian entra como un tornado, derribando todo a su paso.

Ambos lo miramos completamente anonadados.

¡Dios!, pero en qué líos me meto.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top