Capítulo 4

Sarah insiste en que no puedo bailar después del mareo que tuve, primero quiere asegurase de que estoy en condiciones de hacerlo, por lo que no me permite ir al salón de baile y a cambio me lleva directamente hasta el consultorio del Dr. Williams.

—Te digo que estoy bien —alego, mientras me lleva prácticamente a rastras.

—Me alegro que te sientas bien, pero me pondré realmente feliz cuando el médico confirme que lo estás ——ironiza, yo pongo mis ojos en blanco—. Donde me entere que has vuelto a dejar de comer... —me advierte.

—No —la interrumpo—, te juro que no he vuelto a saltarme las comidas. —Ella me observa con recelo—. Bueno, esta mañana sí —Sarah niega con desaprobación y hala de mí con más fuerza—, pero te juro que no tuve tiempo —intento explicarme, pero sin decirle lo de las náuseas—, me quedé dormida y...

—No me des excusas, sabes que no puedes darte ese lujo —dice a regañadientes, y ella que va dos pasos adelante de mí, se gira a enfrentarme—, tú no.

—Lo sé —admito, bajando la mirada avergonzada—. Lo siento, no volverá a pasar.

Mi amiga vuelve a negar, después se compadece de mí y continúa caminando hacia el consultorio del Dr. Williams.

Al llegar, su asistente nos pide que esperemos unos minutos porque el médico está atendiendo a otra paciente.

Nos sentamos en la pequeña sala de espera, Sarah coge una revista de moda y comienza a ojearla, yo reviso mi celular esperando encontrar algún mensaje o alguna llamada de Sebastian, pero él sigue sin comunicarse conmigo.

Le escribo un largo mensaje pidiéndole que me disculpe, pero luego me arrepiento y lo borro. Los remordimientos no me dejan en paz y a veces siento que todo fue mi culpa, pero después recapacito y me regaño a mí misma por sentir así. Me convenzo de que yo no he hecho nada malo y que es él, quien exagera. Y no cederé, Sebastian debe entender que no puede tratarme como le venga en gana cada que sus celos lo enloquecen.

Observo la pantalla de mi iPhone mientras me debato si hablarle a Sebastian o no, cuando de pronto una notificación llama mi atención. La notificación es de un chico «Dimitri», que me envía un mensaje por privado a una de mis cuentas personales de redes sociales. Por supuesto que tengo cuentas oficiales como bailarina de NYCB, en las que tengo miles de seguidores, pero yo no me encargo de ellas.

Mi madre contrató a una chica de relaciones públicas para que se hiciera cargo de todas mis cuentas y ella responda por mí, así yo me dedico por completo al ballet y solo me consulta cuando es alguna petición especial, como visitar a una pequeña con cáncer que desea conocerme o alguna presentación de caridad en las que me gusta apoyar. Claro que mi madre la hizo firmar un contrato donde se compromete a cuidar mi carrera, a no hacer mal uso de las cuentas, y si llegara a hacer algo que dañará mi reputación, tendría que pagar una ridícula cantidad de millones de dólares.

Yo realmente creo que mi madre exagera, pero por primera vez Sebastian concuerda con ella y me asegura que es lo mejor, pues odiaría saber que esta chica usa mi nombre para relacionarse con chicos o para hacer cosas indebidas. Y claro, yo también tengo mis cuentas personales, pero éstas son privadas y solo acepto a familiares, amigos cercanos y a mis compañeros de la compañía, pero nada más. Por eso lo raro de que este chico encontrara mi cuenta personal, porque ni siquiera uso mi nombre real, siempre uso un seudónimo relacionado con el ballet, además tengo el acceso denegado a todo aquel que yo no haya aceptado como amigo.

Estoy por desbloquear mi celular para salir de dudas, cuando la puerta del consultorio se abre, distrayéndome de lo que estaba por hacer. Anonadada observo que quien sale del consultorio es Theresa, quien como yo se sorprende de vernos, luego, finge que somos transparentes y continúa su camino.

A Theresa y a Maddie hace dos años que no les renovaban contrato en NYCB, así que ambas audicionaron para el Miami City Ballet donde fueron aceptadas y donde han bailado durante todo este tiempo. Prácticamente no volví a saber de ellas desde entonces, gracias a eso, Sebastian y yo estábamos muy tranquilos sin necesidad de esconder nuestra relación, bueno solamente de mi madre, pero no en la compañía.

—¿Qué hace ella aquí? —Le pregunto a Sarah en voz baja.

—Volvieron.

—¿Cómo que volvieron? —Me giro a mirarla.

—Sí, Maddie y ella volvieron, de nuevo son parte de la compañía —me informa, y yo cierro mis ojos en un gesto de frustración.

—Mila Davis, el médico te recibirá. Pasa por favor —indica la asistente.

Las dos nos ponemos de pie y entramos al consultorio.

—Mila, señorita Johnson —saluda el médico, mientras nos indica las sillas frente a él—, por favor, tomen asiento.

Las dos nos sentamos y enseguida la mirada de Sarah me acuchilla, mientras el médico nos observa a ambas en espera de que le digamos por qué estamos ahí.

—¿Le dices tú o le digo yo? —pregunta Sarah en tono de advertencia. Todavía no niego, ni acepto y ella continúa—. Mila se desmayó hace unos minutos y temo que haya vuelto al ciclo de autodestrucción al que se sometía antes —me acusa, a la vez que me mira desafiante, yo ruedo los ojos con fastidio.

—Qué no me desmayé, únicamente fue un mareo y seguramente fue porque me giré muy rápido, pero no, no he vuelto a dejar de comer —aclaro realmente molesta.

—¿Y vomitado? Dime, ¿no has vomitado? —Sarah insiste, y yo la miro realmente enfadada de que no crea en mi palabra, mientras, el médico observa atento nuestro intercambio de palabras.

—No, no he vuelto con la anorexia, ni con la bulimia —aseguro—. ¿Por qué no lo dices con todas sus letras? ¿Por qué no crees en lo que te digo? —Le reprocho.

—Te recuerdo que antes lo ocultabas... —refuta mi amiga, yo resoplo derrotada.

—Bueno, bueno —dice el médico, interrumpiendo nuestra discusión—, primero aclaremos algo. Los desmayos —menciona, yo vuelvo a poner los ojos en blanco, mostrando mi fastidio—, o mareos —concede—, pueden tener muchas causas. Analicemos la situación, yo veo a Mila muy saludable, creo que nunca antes la vi así —aclara, señalándome a mí, mientras se dirige a Sarah—. Mila, por favor sube a la báscula —ordena, y yo obedezco.

El médico también se levanta de su asiento, viene tras de mí y se para a mi lado. Él observa con atención la báscula, pero yo evito enterarme de mi peso y no la miro, temiendo que se burle de mí y vuelva tentarme a caer en el desafío de perder más peso—. Bien, tu peso está por debajo del normal para tu estatura...

—¡Lo sabía! Ya decía yo, que esto no me gustaba nada —sentencia mi amiga, con tono molesto, yo miro al médico alarmada.

—Pero —recalca el Dr. Williams—, está dentro de lo que se considera saludable. —Le aclara a Sarah, ella sigue sin bajar la guardia y me dedica una mueca, mostrándome su desconfianza—. Mila, sube a la camilla.

Subo y la enfermera me toma los signos, y después de que le informa al médico que todo está bien, él se acerca y me hace una minuciosa auscultación.

—Mila, ¿haz tenido más síntomas? —pregunta el facultativo, mientras revisa mis ojos con una lamparita.

—Me he sentido muy cansada, pero creo que es porque he tenido mucho trabajo.

—¿Algo más?

—El sábado estuve en el hospital por...

—¡¿Cómo?! ¡¿Por qué no me habías contado?! —reclama mi amiga, interrumpiéndome, el médico la mira con un gesto de desaprobación.

—Continúa, Mila, ¿por qué estuviste en el hospital?

—Tuve una fuerte alergia, mi hermana me regaló un gato por mi cumpleaños...

—¡¿Un gato?! —Vuelve Sarah a interrumpir, y el doctor la observa con severidad y ella con un gesto sumiso, acepta que guardará silencio, luego el médico con un movimiento de cabeza, me insta a continuar.

—Bueno, pues comencé a sentir comezón, mi piel se enrojeció, mis ojos y mis labios se hincharon y minutos después me costaba respirar —narro tranquilamente lo sucedido dos días antes, y el médico atento asiente con la cabeza, mientras que de reojo miro a mi amiga que me observa horrorizada, pero se contiene para no comentar más nada—, enseguida Sebastian me llevó al hospital donde me inyectaron algo en el muslo e inmediatamente todos los síntomas se revirtieron.

—Un ataque anafiláctico —comenta el doctor.

—Eso dijeron —reafirmo.

—No creo que haya sido por el gato, cierto que causan muchas alergias, pero comúnmente no son tan graves. No soy experto, pero lo dudo mucho. ¿Alguna otra cosa que hayas comido o tomado algún medicamento? —me interroga, yo me alzo de hombros.

—Esa mañana desayuné lo común —respondo, después de pensarlo unos segundos—. Bueno, ahora que lo pienso, tomé un par de aspirinas —señalo, y el médico me observa con curiosidad—, yo nunca antes había tomado aspirina —esclarezco.

—No puedo creer que nunca hayas tomado aspirina —vuelve a comentar Sarah—, aquí todos vivimos de analgésicos.

—No, mi madre siempre me dijo que debía acostumbrarme al dolor, eso hice.

—Bueno, yo creo que por ahí está la respuesta —expone el médico, indicándome que vuelva a ocupar mi lugar junto a Sarah, frente a su escritorio.

—Doctor... hay algo más... algo que quiero preguntarle —digo, armándome de valor para hacerlo. Mi amiga y el doctor me miran atentos, él me incita a continuar con un movimiento de cabeza—. ¿Los mareos pudieran deberse a un embarazo? —Sarah me observa confundida e increíblemente se queda sin palabras. El Dr. Williams lo hace con recelo y creo que espera que explique por qué se lo pregunto—. Yo... Creo... —titubeo—, creo que podría estar embarazada —confieso finalmente, y de reojo miro a Sarah que perpleja, me observa como si hubiera cometido un pecado muy grave.

—¡¿Qué?! —exclama mi amiga, con incredulidad.

—Por favor, Sarah. —Le ruego.

—Bueno, esa podría ser la razón para que estés teniendo mareos y para que te sientas agotada —expone el médico, después de salir de su aturdimiento.

—Doctor, ¿usted cree que el medicamento que me inyectaron en el hospital, afecte a mi bebé? —pregunto, realmente preocupada, mi amiga boquea tratando de asimilar mis palabras.

—Bueno, primero que nada debes estar segura de ello. ¿Ya te haz hecho alguna prueba? —pregunta, yo niego—. Bien, te indicaré unos estudios de sangre para que lo confirmemos.

—Doctor, pero si fuera así... ¿lo dañaría? —insisto, porque en verdad me asusta la posibilidad de dañar a mi bebé, por eso no he intentado llevarme a Romeo a casa, porque además he pensado en la posibilidad de que también las vacunas podrían dañarlo.

—No lo creo, además si mueres eso sí que afectaría al bebé ¿no crees? —bromea el médico, forzando una sonrisa y yo respiro aliviada.

—Mila, ¿haz pensado en la posibilidad de tenerlo? —cuestiona Sarah, mirándome fijamente, pero su expresión refleja que sigue turbada.

Yo la miro aturdida, no sé qué responderle porque sé que mi respuesta no le gustará; claro que estoy segura de que quiero tenerlo, pero también sé que habrá muchos que no estarán de acuerdo con mi decisión, Sebastian entre ellos.

—No nos adelantemos —dice el médico, interrumpiendo nuestro duelo de miradas—, antes de tomar decisiones, Mila debe estar segura —Ambas asentimos—. Hazte estos estudios y saldremos de dudas —dice, entregándome una orden de laboratorio—, y no olvides visitar al alergólogo, embarazada o no, no debes arriesgarte.

Concluida la consulta, mi amiga y yo, nos ponemos de pie y salimos, yo con paso rápido camino decidida hacia el salón de baile.

—Mila, espera, ¿a dónde crees que vas? —me llama Sarah, deteniéndome por el brazo.

—Al salón, nos espera Jonathan para los ensayos. —Le recuerdo.

—Ya sé, pero no entiendo cómo puedes estar tan tranquila, yo en tu lugar estaría muerta de miedo, llorando a mares.

—También tengo miedo —acepto, con angustia en la mirada.

—Te entiendo, imagínate poner en riesgo tu carrera y tu futuro —comenta mi amiga, completamente alarmada—, y todo por un pequeño inconveniente.

—Sarah, para mí un bebé no es ningún inconveniente. Créeme, eso es lo que menos me preocupa.

—¡¿Qué?!

—Sarah, creo que no es el lugar para hablar.

—Tienes razón, vamos —dice, tomándome de la muñeca y arrastrándome por el pasillo que lleva al baño, mientras que con su otra mano y ante mi curiosidad, teclea un número en su celular—. Olivia, te vemos en el baño, es urgente... Ya sé que estás en clase, pide permiso para ir al baño, di que te sientes mal o cualquier otra cosa... Lo que se te ocurra, pero ven, de verdad es de vida o muerte —menciona con exageración, yo vuelvo a entornar los ojos, No sé por qué, pero Sarah siempre despierta esa manía en mí.

—No entiendo para qué sacas a Olivia de clase, también nosotras deberíamos ir al salón ahora mismo —me quejo, pero ella hace caso omiso a mis palabras.

Llegamos al baño e increíblemente Olivia ya está esperándonos.

—¿Qué pasa? —pregunta Olivia ansiosa, mientras Sarah, inteligentemente, revisa baño por baño para asegurarse que nadie nos escucha, después de que lo hace, va a la puerta y la asegura.

—Mila, cree que está embarazada. —Suelta así sin más

Yo la miro suplicante,

—¡¿Qué?! ¡¿Vamos a ser tías?! —chilla y sonríe emocionada, sonrisa que se desvanece cuando Sarah la apuñala con la mirada—. ¿Qué piensas hacer? —pregunta, tomando mi mano de forma compasiva.

—¿Cómo que qué va hacer? Tiene que abortarlo —expresa Sarah con seguridad, y Olivia asiente compresiva.

—¡No, no abortaré a mi bebé! —objeto de forma categórica.

—No puedes arriesgar todo lo que has conseguido hasta ahora —expone Sarah a regañadientes—, imagínate como se pondrá tu madre, seguro querrá matarte.

—Todavía no sé cómo haré, pero ni por ella me desharía de mi hijo.

—Por Dios, Mila, definitivamente el embarazo te ha vuelto loca —exclama exasperada.

—No, no podría. Sarah, yo no podría hacerle algo así a mi pequeñito, yo nunca lo asesinaría —Instintivamente, llevo mis manos al vientre, como si con eso lo protegiera de todo mal.

—Mila, seguro todavía estás a tiempo, ahora que sólo es una célula del tamaño de una pulga.

—Yo no pienso así, yo creo que es un ser viviente desde el momento de la concepción. Yo no podría privarlo de venir a la vida —acoto con verdadera convicción.

—¿No? ¿Prefieres traerlo a esta vida de mierda y qué pase todo lo que tú has pasado? —me cuestiona Sarah, de forma desafiante, yo la miro confundida y aterrada a la vez—. Ahorita puedes decir que quieres tenerlo y que serás la mejor madre del mundo para él, pero quién te garantiza que luego no lo odiarás por haber arruinado tus sueños, como tu madre lo ha hecho contigo —expone mi amiga, y yo la miro dolida.

—Porque yo no soy mi madre. —Le recuerdo con voz endurecida por el rencor, y con lágrimas arremolinándose en mis pestañas. Sarah sonríe de forma mordaz a la vez que se cruza de brazos y niega con la cabeza.

—Mila —me habla Olivia, que hasta entonces no había opinado—, ¿estás segura de tu embarazo? —pregunta, yo niego con la cabeza—. Bien, entonces no entiendo el porqué de esta discusión —señala, yo la observo atenta—, creo que primero debes confirmarlo.

—Eso haré —aseguro—, pero si lo estoy, si estoy embarazada, no me desharé de él —declaro con firmeza, mirando desafiante a Sarah, ella resopla exacerbada—, y sí, es cierto, muero de miedo y todavía no sé como haré para sacarlo adelante, ni como enfrentaré a mi madre, ni al mundo entero, pero de lo que sí estoy segura es que lo defenderé con uñas y dientes

—Bueno, si estás decidida nosotras no tenemos nada más que decir, más que apoyarte en lo que decidas —manifiesta mi dulce amiga, con tono maternal y a la vez, con la mirada le pide a Sarah mesura.

—Todavía falta ver que opina Sebastian, también es su hijo, él tiene derecho a opinar —increpa Sarah de forma punzante—. ¿Tú crees que él estará de acuerdo? Por lo que sé, él tiene muchos planes por delante y dudo mucho que un bebé, entre en ellos.

—No, él no quiere hijos por el momento —revelo con dolor y abatida dejo caer mis hombros—, pero no importa que él no quiera criarlo conmigo, es mi cuerpo y yo tengo derecho a decidirlo, así que lo haré sola de ser necesario.

—De verdad que eres necia —me acusa Sarah—, no te das cuenta que él jamás te dejaría sola, pero tú, por tu egoísmo, arruinarás todos sus planes y lo condenarás a una vida de mediocridad, porque tendrá que dejar sus estudios y buscar un trabajo que le alcance para poder mantener a su hijo y cubrir todas sus necesidades.

Reflexiono unos segundos las palabras de Sarah, sé que tiene razón, sé que un hijo en estos momentos arruinaría todos sus planes y me dolería en el alma ser yo quien se los destroce.

—Entonces no se lo diré —declaro decidida—, lo tendré sola.

—¿Ah sí? ¿Y cómo piensas ocultarle el embarazo? ¿Cómo esconderás la barriga? —insiste Sarah de forma desafiante.

—No lo sé —admito y suspiro pensativa, sintiéndome desolada—, tal vez tenga que irme lejos —digo, pensando en voz alta, con la mirada perdida e imaginándome criando a mi hijo sola, sin Sebastian.

—¡Deberías escucharte, estás siendo irracional! —grita mi amiga completamente alterada, ya no le respondo, ni siquiera tengo palabras para debatirla.

Pienso que tal vez mi amiga tiene razón y estoy siendo irracional, pero equivocada o no, en esto haré lo que creo correcto y lo que en verdad deseo.

—Basta Sarah, ya dijiste lo que tenías que decir, ya le planteaste a Mila el más oscuro de los panoramas y ya ella decidirá, pero por qué no pensar en que todo saldrá bien para los tres —plantea Olivia, mi siempre optimista amiga y habla de los tres, haciéndome soñar en esa bella quimera donde los tres estamos juntos como una familia feliz.

Sin pensarlo, me sorprendo llevando de nuevo mis manos a mi vientre y con ellas acaricio suavemente el lugar en el que creo ya existe mi bebé y una sonrisa se dibuja en mi rostro.

—Serás una buena madre, Mila —decreta mi dulce amiga, a la que le respondo con una sonrisa agradecida.

—Será mejor que volvamos al salón o Jonathan nos sacará de la producción —digo, yendo hacia la puerta.

—Tú, ¿para qué vas? Si igualmente piensas arruinar tu carrera —satiriza la más dura de mis amigas, mientras intento quitar el seguro de la puerta.

—Escúchame bien, Sarah —Me giro a enfrentarla—. Tal vez lo haga, tal vez vaya a arruinar mi carrera, todavía no lo sé porque ni siquiera estoy segura de un embarazo, pero haga lo que haga, será mi decisión, te pido que la respetes y que me apoyes. —Le pido con voz firme, y súplica en la mirada.

—Está bien —acepta—, no estoy de acuerdo, pero sabes que te apoyaré en todo lo que decidas.

—Gracias —exclamo en un suspiro, y ella me abraza, Olivia se une a nuestro abrazo—, no sé que haría sin ustedes —confieso, completamente aterrada y no porque tema tener un hijo o enfrentarme a mi madre, me aterra que Sebastian no quiera ser parte de esto.

Al salir de la compañía, ya me espera un auto que me llevará al estudio, donde me esperan para la grabación del comercial de la marca de ropa deportiva, con la que me comprometió mi madre. El chofer me abre la puerta trasera para que suba, antes de hacerlo miro a mi alrededor en busca de mi chico, pero él no está y es que por un momento tuve la esperanza de que iría a buscarme para aclarar nuestros problemas; claramente me equivoqué.

Paso horas frente a la cámara, bajo la luz de los reflectores y posando ante una docena de personas; me hacen cambiarme de ropa una veintena de veces, me retocan el peinado y el maquillaje otras tantas y ni siquiera puedo concéntrame en lo que me pide el prestigioso director, quien me da indicaciones cada dos segundos, lo que me entorpece todavía más.

Cierto, estoy distraída, pienso en como hubiera querido que Sebastian estuviera aquí, sé que le hubiera gustado observar al experimentado fotógrafo en acción porque esto es precisamente lo que a él le apasiona y estoy segura que hasta hubiera querido opinar o incluso participar, no sé si el director se lo hubiera permitido, pero eso a él no le hubiera importado, porque Sebastian no es de los que se queda callado, nunca se detiene a decir lo que piensa y defender lo que cree, le guste a los demás o no.

Sin proponérmelo, me encuentro deseando que nuestro hijo se parezca a su guapo papá, no sólo físicamente, también en todas esas cualidades que tanto amo y admiro en mi hombre.

—Mila, ya puedes vestirte, él chofer te llevará a tu casa —dice el director, sacándome de mi ensimismamiento—. No tiene caso que sigamos hoy, luces agotada y ni siquiera estás presente —manifiesta en tono reprobatorio.

—Lo siento, ha sido un día largo —me excuso, mientras me siento en el piso a quitarme las zapatillas de ballet, pues las tomas en su mayoría fueron con ellas y haciendo lo que mejor hago, bailar, por eso creo que después de todo no estuve tan mal.

—Mila, me gustaría que me dijeras, a qué horas te parece mejor para que continuemos, tal vez prefieras que lo hagamos temprano, así lucirás más fresca en las fotos —sugiere el hombre, a quien ya le pintan algunas canas en su largo cabello, el que lleva en una cola de cabello.

—Tendría que madrugar —digo, mirando mi reloj con gesto preocupado pues ya es media noche—, tengo ensayo a las 9 de la mañana le informo y él también mira la hora en su reloj.

—Mmm, creo que si madrugas lucirás todavía peor que hoy. ¿No podrías cancelar algunos ensayos?

—No, lo siento. —El fotógrafo exhala impotente—. De verdad quisiera, pero mi madre también me comprometió con algunas presentaciones que no puedo aplazar —me disculpo, realmente avergonzada, pues aunque no es algo que quiera hacer, en verdad me apena ver al hombre tan frustrado.

—Bien, hagamos una cosa —dice, después de analizarlo por un largo minuto en el que lo miro ansiosa por definir esto de una buena vez para poderme ir—. Yo llevaré lo necesario a la compañía, le pediré al director de la compañía que te acomode los horarios de la mejor forma para compaginar tus tiempos y además para que nos deje usar las instalaciones, incluso creo que será mejor escenario y así aprovecharemos las horas que tengas libres; por el desayuno y el almuerzo no te preocupes, nosotros llevaremos lo necesario.

—Ok —acepto, alzándome de hombros—, como prefiera, por ahora debo irme.

—Bien, te avisaré de los horarios directamente a tu celular —dice, señalando mi iPhone, el que tengo a la mano por si Sebastian me llama—, que descanses.

El chofer me deja justo a la puerta de mi casa, miro a mi alrededor antes de entrar, buscando al dueño de mis pensamientos, pero de nuevo no tengo suerte. Entro a la casa y en la sala me encuentro con mi madre quien en bata, parece esperarme.

—Es para ti —dice, ofreciéndome un sobre amarillo tamaño carta, yo lo tomo y sigo de largo hacia las escaleras—. ¿No lo abrirás?

—¿Para qué? Seguro es otro contrato que me guste o no, indudablemente aceptarás —digo con evidente ironía en mis palabras, pero de pronto recuerdo que tal vez no podré seguir con todos los contratos que mi madre firma por mí a diestra y siniestra, así que me giro a enfrentarla—. Pero, ¿sabes qué? Desde ahorita te digo que no lo aceptaré, tengo planes y tal vez te haga quedar mal.

—¿Planes? —pregunta con ironía, pero a la vez mirándome intrigada.

—Sí —afirmo desafiante, después me giro y sigo mi camino hacia arriba.

—¡Mila, espera! —grita, cuando subo el segundo escalón, y me detengo, pero no me giro—. Es un contrato con el Royal Ballet, ellos te ofrecen un contrato por dos años y una gira que te garantizará reconocimiento a nivel mundial —expone con voz desesperada, creo que nunca la había escuchado tan ansiosa, yo niego a la vez que suspiro exasperada, después continuo subiendo—. Mila, piénsalo, esta es la oportunidad que toda bailarina desea, pero no cualquiera la tiene, tendrías un reconocimiento inimaginable, tendrías oportunidad de codearte con los mejores de todos los tiempos, de viajar por todo el mundo y conocer lugares espectaculares —insiste, yo me giro a enfrentarla y la encuentro a los pies de la escalera.

—¡Sola! —recalco—. ¿Por qué crees que yo desearía algo así?

—Por Dios, Mila, ¿te pondrás con sentimentalismos? Estás sola, ¿no te has dado cuenta? —señala con tono mordaz, dando justo en mi corazón.

—Tal vez estoy sola, pero al menos puedo ver a Sasha de vez en cuando.

—No sé si Sasha pueda ir, ni si tu padre lo permitiría, pero yo podría mudarme contigo, siempre he querido vivir en Londres —sugiere ridículamente, como si con eso me va convencer y en verdad me causan risa sus intentos desesperados.

—No me interesa —declaro con firmeza, y sigo mi camino corriendo escaleras arriba.

—¡Mila! ¡Mila, espera, no he terminado! ¡Mila, piénsalo, es lo mejor para tu carrera! ¡Tienes un mes para decidirlo! —grita mi madre, desde la planta baja para que la escuche, sin importarle que la ignore—. ¡Miilaaaa! —Su último grito lo hace encolerizada y con un claro tono de advertencia.

Entro a la habitación de Sasha, quiero verla aunque sea dormida y darle un beso de buenas noches, antes de irme a dormir, pero me la encuentro sentada en su cama.

—¿Por qué grita mamá? —pregunta, en medio de un bostezo

—Por nada, no hagas caso —digo, dándole un beso en la frente.

—No me digas qué te atreviste a contradecirla —menciona, con una sonrisa traviesa bailando en sus ojos.

—Algo hay de eso —admito, recostándome a su lado.

—Felicidades, ya era hora —dice, recostándose sobre mi pecho—. ¿Es por lo del Royal Ballet? Mamá dice que es lo mejor que te puede pasar, ¿de verdad no aceptarás?

—No creo, tengo otras prioridades —digo, sin explicarle que ella es una de ellas, mientras acaricio su cabello para que duerma.

—¿Sebastian? —insiste mi hermanita.

—En parte.

—Él piensa ir a París, ¿tú también quieres ir a Paris?

—No, a París no —Impulsivamente las palabras salen de mi boca, Sasha levanta la cabeza para verme a los ojos, e imagino lo que está pensando, porque yo hago lo mismo. Lo que menos quiero es que mi pasado regrese para aplastarme, ahora menos que nunca me expondré, no ahora que lo dejé atrás—. Descansa, que mañana debes madrugar para ir al colegio.

Sasha no insiste y vuelve acurrucarse en mi pecho, yo acaricio su cabello hasta que la vence el sueño, mientras, busco en el estrellado techo de su habitación, respuestas a todas mis dudas.

—¡Sebastian! —suspiro, desalentada porque no he tenido noticias de él— ¿Por qué no me has llamado?

Me levanto con cuidado para no despertar a Sasha, recojo el sobre que antes me dio mi Madre con la invitación al Royal Ballet y lo guardo en mi bolso, salgo y cierro la puerta muy despacio para no hacer ruido, voy a mi habitación a tomar una chaqueta, después salgo decidida a ir a buscar a Sebastian.

Bajo las escaleras sigilosamente, abajo ya todo está apagado y no hay rastros de mi madre. Voy hacia la puerta, la abro con sumo cuidado para no alertar a mi madre y se dé cuenta de que saldré. Continuo hasta la reja con pasos pausados pues la ventana de la habitación de mi madre da a la calle y lo que menos quiero que me descubra y me cuestione sobre a donde voy.

Asomo la cabeza a la vía antes salir, tampoco me quiero arriesgar a que me asalten, la ciudad está pasando por una fuerte ola de inseguridad y desde que estoy con Sebastian, él siempre se asegura de que no salga sola de noche, incluso sé que le molestará que vaya a buscarlo a estas horas porque odia que me exponga.

Cuando creo que no corro peligro, me decido a salir. Estoy cerrando la reja con mucho cuidado, cuando siento el fuerte agarre de una mano en mi brazo.

—¡No! —chillo e intento protestar, pero mi boca es acallada por otra mano.

Estoy tan aterrada que siento mi corazón latir a toda prisa, todo mi cuerpo se estremece por completo y una fuerte opresión en el pecho amenaza con ahogarme.

—"Me están asaltando —pienso con angustia, e instintivamente llevo las manos a mi vientre —"Piensa, Mila, piensa. No puedes permitir que lastimen a tu bebé". 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top