Capítulo 38

*Una disculpa por la demora, tengo dos días batallando con mi IPad, que es donde escribo, y no podía enviar el capítulo a la computadora para corregirlo, pero por fin pude hacerlo y aquí está el capítulo, espero sea de su agrado.
Saludos a todos y gracias por acompañarme en cada capítulo."

MILA...
Algo se enciende dentro de mí, una voz en mi interior me grita que debo luchar, que no puedo seguir permitiendo que el miedo me gobierne.

¡Reacciona Mila, tienes que ser valiente, solo así podrás proteger a tu bebé!

De pronto siento la adrenalina bullendo en mis venas, instantáneamente abro mis ojos, y mis dudas son resueltas cuando lo veo frente a mí, mirándome mortificado.

—¡Suéltame, no me toques! —gruño, a la vez que forcejeo.

—Por favor, Mila, tranquilízate. Te llevaremos a un hospital —dice Nikolai, quien me lleva en brazos a su auto.

—¡Bájame! —Le exijo, mientras golpeo su pecho—. ¡No quiero ir contigo a ningún lado!

Nikolai me baja y suspira exasperado

—¿Ya te sientes mejor? —pregunta, mirándome fijamente a los ojos, realmente luce preocupado. Yo asiento con firmeza—. ¡Por Dios, Mila, te desmayaste! No sabes el susto que me has dado.

—Solo fue un ataque de ansiedad, me asusté, pero ya estoy bien —declaro mientras acomodo mis ropas.

—De todas formas debes venir conmigo, no puedo dejarte sola en este barrio. —Miro a mi alrededor y el callejón luce solitario. Todavía no entiendo cómo pude meterme en está situación—. Mila, creo que debe revisarte un médico, debes asegurarte de que tu bebé está bien. Por cierto, no luces embarazada, si no lo mencionas ni cuenta me doy. ¿Cuántos meses tienes?

—¿Por qué mejor no me explicas, qué haces aquí? —inquiero con mis manos a modo de jarras, mirándolo con severidad e ignorando sus cuestionamientos.

—Nosotros solo pasábamos por aquí, y Sergei, mi escolta —aclara, señalando al hombre rubio que está parado frente a nosotros—, vio cómo te arrastraban al callejón. Él me informó que estaban asaltando a una mujer y bajamos en su ayuda, pero jamás imaginé que fueras tú —expone, pero sigo mirándolo con desconfianza—. ¿Cómo podría saber que estarías aquí?, por lo que sé, radicas en New York. —Me cruzo de brazos y enarco mis cejas con claro fastidio. ¿Acaso piensa que soy estúpida? Sé muy bien que tiene los recursos como para investigarme—. Mila, sé que antes fui un imbécil contigo, pero he cambiado, lo juro.

—No, Nikolai, no confío en ti. No iré contigo a ningún lado, prefiero caminar —declaro tajante y le doy la espalda para irme.

—Mila, espera —Me toma del brazo.

—¡Suéltame! —Me zafo bruscamente y me giro a enfrentarlo—. No vuelvas a tocarme nunca más, ¿escuchaste? —Le advierto con voz embravecida—. ¡Solo aléjate de mí! —increpo, mirándolo con desdén, él cede, alzando sus manos en señal de rendición.

Comienzo a andar sin siquiera despedirme, pero apenas doy unos cuantos pasos, veo a un par de hombres, uno a cada lado de la calle, que me miran de forma lasciva.

Me detengo en seco y regreso sobre mis pasos. Nikolai, me espera paciente, mientras, me observa de brazos cruzados.

—Mila, entiendo que no confíes en mí —expresa, un tanto exasperado—, me iré si quieres, pero no te dejaré sola, Sergei se quedará contigo. Él te llevará a donde tú le digas —propone con voz serena, yo lo miro mortificada.

Obviamente no quiero irme con él, y hacerlo con su escolta, sería prácticamente lo mismo, igual estaría a su merced, pero tampoco puedo quedarme sola en este barrio de mala muerte. 

Miro a mi alrededor analizando mis alternativas, no tengo mis cosas conmigo ni equipaje ni mis documentos, ni mi bolso y, por consiguiente, ni dinero ni teléfono celular.

De pronto siento una incómoda y dolorosa tensión en mi abdomen—. ¡Diablos! —exclamo, llevando mis manos a mi vientre.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —Él toma mi rostro entre sus manos y me mira alarmado.

—No sé, fue como una pequeña contracción. —Retrocedo, para eludir su toque.

—Insisto, debe verte un médico. —Asiento, preocupada, odiaría que por mi necedad, le pase algo a mi bebé—. Vamos, te llevaré a un hospital.

—Primero quiero que me prestes tu teléfono celular —condiciono—, necesito informarles a mis amigos lo que pasó con mi teléfono o estarán preocupados.

Nikolai acepta con un asentimiento de cabeza, y a la vez que desbloquea su celular y me lo entrega, sonríe con ironía. Obviamente, ya se dio cuenta de que desconfío, y que no me iré con él, sin antes avisarle a mis amigos, dónde pueden buscarme en caso de que se le ocurra hacerme daño.

¡Dios, pero... ¿qué estoy pensando?! ¿Cómo se me ocurre irme con él, sí pienso que quiere hacerme daño? Sin embargo no veo otra alternativa.

Le marco a Sarah, es el único número que me sé de memoria. Bueno, también me sé el de Sebastian, pero a él no lo llamaré. Insisto un par de veces, pero no tengo suerte, Sarah no me responde.

Veo la hora en el teléfono, calculo mentalmente la hora de New York y me doy cuenta que allá, es de madrugada y que es prácticamente imposible que mi amiga me responda, pues ella no duerme, se desmaya.

—Sarah, por favor, responde —ruego entre dientes, cuando insisto una tercera vez—. ¿Puedo enviar un mensaje de texto? —Le pregunto al dueño del teléfono.

—Adelante.

Le doy la espalda a Nikolai y le escribo un largo mensaje a mi amiga contándole mi situación y haciéndole mención sobre Nikolai, explicándole la necesidad que tengo de aceptar su ayuda. Le pido que, si en un par de horas después de que reciba este mensaje, no tiene más noticias sobre de mí, le informe a Marc para que venga a buscarme.

Envío el mensaje, lo borro y después le devuelvo el teléfono a Nikolai—. Gracias.

—Si te sientes más tranquila, quédatelo.

—¿De qué podría servirme un teléfono? ¿Te lo lanzo a la cabeza si intentas acercarte? —ironizo con tono molesto, y él ríe a carcajadas.

—Tal vez esa sea la única forma que tengas para defenderte —bromea, lo sé por cómo me mira de forma divertida y por su sonrisa socarrona, la que desaparece cuando le dedico una mirada severa—. Mila, quiero que vengas conmigo teniendo la seguridad de que te llevaré a un lugar más seguro y que no te haré daño, lo prometo.

—Supongo que no tengo más opción que creer en tu palabra, ¿cierto?

—Preferirías que Sergei te preste su pistola.

—Oh no —niego aterrada—, no sé usarla, además, no me gustaría tenerla cerca de mi bebé.

—Vamos, iremos al hospital para que te revise un médico —dice Nikolai, abriendo la puerta para mí.

Subo muy lentamente, aún estoy indecisa y muy nerviosa, pero procuro no hacérselo evidente, así que lo miro con gesto arrogante y postura altiva. Nikolai sube detrás de mí, y yo me recorro hacia el lado opuesto, poniendo distancia entre nosotros. Para mí tranquilidad, él la respeta, permaneciendo lo más alejado posible. Sergei, su custodio sube en el asiento del copiloto, junto al chofer.

Finjo mirar por la ventanilla, pero permanezco alerta a cualquier movimiento sospechoso.

—Mila, ¿qué haces en Rusia tú sola? —me interroga con voz suave.

—No creo que sea de tu incumbencia —respondo de forma grosera, ignorando su aparente amabilidad.

—Está bien si no quieres decírmelo —acepta alzándose de hombros, pero de reojo me parece ver tristeza en su mirada.

Expelo exasperada antes de responder—. Vine a buscar a mi hermana.

—¿Tu hermana? ¿Está aquí de vacaciones? —curiosea un tanto extrañado.

—No, está aquí en una escuela de música. Ella toca el violín

—Vaya, otra artista en la familia.

—Eso parece —expreso escuetamente, mirando por la ventanilla del auto.

—Déjame adivinar... Si tu hermana es tan talentosa como tú, debe estar en Conservatorio Tchaikovsky de Moscú —sugiere con una sonrisa seductora.

—En realidad, no lo sé —confieso evadiendo su penetrante mirada.

—¿Cómo? —cuestiona girándose por completo, mirándome confundido.

—Como escuchas, no sé dónde estudia. A eso vine, a averiguarlo.

—Yo tengo algunos contactos, puedo ayudarte.

—No es necesario —niego tajante—, en cuanto mis amigos, reciban mi mensaje, me enviarán ayuda y podré continuar con mi plan de visitar las escuelas.

—¿Visitarás cada escuela de la ciudad? —pregunta, en tono burlón.

—Haré lo necesario para encontrarla —manifiesto con certeza.

—Aún así, me gustaría ayudarte. Le pediré a mi asistente que llame a las escuelas más reconocidas y averigüe sobre sus alumnas americanas.

—Dudo mucho que consigas información. Mi padre y un investigador han tratado de averiguarlo sin éxito.

—Pero yo tengo influencias. Créeme, si tu hermana está aquí, la encontraremos.

—¿De verdad harías eso por mí?

—Por supuesto, Mila, te ayudaré en todo lo que pueda, te lo debo.

—No me debes nada

—Claro que sí, nunca olvidaré lo feliz que hiciste a mi pequeña Natasha, cuando paseaste con nosotros en su cumpleaños, en Australia.

—No lo hice por ti, lo hice por ella —aclaro con tono altanero—. Y en realidad no quiero deberte ningún favor, pero aceptaré tu ayuda porque no tengo mucho tiempo. Debo regresar a Londres mañana mismo.

—Mila, lamento informarte que eso no será posible —dice Nikolai con voz sería, girándose hacia mí, me mira fijamente por entre sus pestañas—. No podrás irte mañana. —asegura, yo lo miro aterrada y siento mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. ¡No debí venir con él!—. Ha no ser, que tengas tu pasaporte y el visado ruso contigo —continúa, y lo escucho con atención—, de lo contrario debes anteponer una denuncia e ir a la embajada a solicitar una reposición. Además, debes tramitar de nuevo el visado ruso para tu regreso.

—No, no los tengo conmigo —admito mortificada—, los llevaba en mi bolso, junto con todas mis identificaciones y tarjetas de bancos. ¡Diablos!, debo hacer las cancelaciones y ni siquiera tengo la información de mis cuentas, asimismo, tengo que reportar el robo de mi número telefónico. ¡Y mi bolso! —exclamo con pesar, exagerando un puchero—, era viejo, pero lo amaba.

—No te preocupes, después nos ocuparemos de los reportes necesarios, y ahora mismo, enviaré a mis hombres a buscar tu bolso. Regularmente los ladrones solo toman las cosas de valor y se deshacen de él. Ya verás que lo encontrarán y con suerte, también tu pasaporte y tu visa aparecerán.

—Lo dudo mucho. —Expelo, sintiéndome impotente y afligida, pues ese bolso no solo me encantaba, también le tengo un especial cariño, pues fue un regalo de Sebastian.

—Llamaré a mi asistente y le pediré que nos concierte citas en las más reconocidas escuelas de arte. —Nikolai hace la llamada y habla en ruso, pero lo hace muy rápido, así que realmente es poco lo que entiendo. Al colgar, regresa su vista a mí—. Listo, Irina se encargará de que nos reciban.

—Nikolai, sabes en cuántos días podré recuperar mis documentos migratorios y regresar a Londres. No puedo ausentarme tanto tiempo, estamos por estrenar temporada.

—Regularmente los trámites tardan unos cinco días hábiles —aclara, yo lo miro alarmada. Creo que Kevin me matará, o de plano me correrá de la compañía—, pero no te preocupes, yo me encargaré de agilizarlos, tengo contactos que nos ayudarán.

—Realmente te lo agradeceré.

—No te preocupes por eso, ahora lo principal es que tú y tu bebé, estén bien.

El auto se detiene frente a un hospital, el custodio, Sergei, baja del auto y corre a abrirnos la puerta. Nikolai baja primero, después me ofrece su mano para ayudarme a bajar, pero yo la ignoro y bajo sola.

Entramos, y Nikolai me acompaña a tomar asiento en la sala de espera, después se dirige a recepción. Él le explica mi situación a la mayor de las enfermeras, quien después de mirarme por encima de sus gafas, hace una llamada. Cuando cuelga, le indica a Nikolai, hacia donde dirigirnos.

Él regresa a mi lado y vuelve a ofrecerme su mano—. El médico te recibirá ahora mismo, vamos.

Me pongo de pie, obviando su cortesía, y él ríe y niega a la vez, después me indica el camino con un ademán de su mano.

Entramos a un consultorio, y el médico sentado frente al escritorio, se pone de pie y viene a nuestro encuentro.

—¡Nikolai! —exclama el hombre con gran entusiasmo y recibe a Nikolai en un fraternal abrazo—. ¡Qué gusto verte! —Lo saluda en ruso, pero entiendo perfectamente.

—¡Levka! —saluda Nikolai, respondiendo también con un abrazo.

—Me alegra ver que por fin te has decidido a rehacer tu vida —comenta el médico mirándolo con pillería, después de dirigir su mirada a mí—. Esta bella jovencita... ¿es tu nueva esposa? —indaga con una sonrisa cómplice.

Niego categórica, Nikolai se percata de que entiendo perfectamente de que hablan.

—Ella es Mila Davis, una amiga de New York que está de visita en el país. —Me presenta con el doctor, quien me ofrece su mano—. Mila, él es el ginecólogo que llevó el control del embarazo de la madre de mi hija. Es un excelente médico y de toda mi confianza —me explica, y yo respondo a su saludo, estrechando su mano—. Levka, Mila fue asaltada por un par de hombres y tuvo un desmayo —expone con rostro preocupado, dirigiéndose de nuevo al médico. Y me es difícil creer que este Nikolai, es el mismo que conocí años atrás—. Me gustaría que la revisaras y corroboraras que todo está bien con su embarazo.

—¿Embarazo? —pregunta el facultativo, mirando con curiosidad mi abultado vientre, que bajo el abrigo, no es perceptible.

—Cinco meses —aclaro, acariciándolo.

—Habla muy bien el ruso —señala.

—Solo un poco —aclaro. El hombre me indica que suba a la camilla, pero antes, le pide a Nikolai que me ayude a quitar el abrigo. «Mi amigo», enseguida acude en mi auxilio, pero con una señal, le hago saber que puedo hacerlo sola—. Doctor, hace rato tuve una contracción, me preocupa la salud de mi bebé.

El hombre de grandes ojos verdes y de aproximadamente unos cincuenta años, comienza con la auscultación, mientras Nikolai, observa atento y en silencio. Revisa mi boca con un bate lenguas, después observa mis ojos con una pequeña lamparilla, y veo como frunce su entrecejo, luego usa el estetoscopio en mi pecho y en mi espalda y me toma la presión, y su semblante se ensombrece aún más.

—¿Pasa algo? —pregunta Nikolai, al notar el cambio en su semblante.

—Tiene baja la presión y detecto una leve taquicardia. Esa pudo ser la causa del desmayo, pero aún no puedo dar un diagnóstico preciso. Mila —dice, sentándose junto a la camilla y encendiendo el ultrasonido—, necesito que descubras tu abdomen, alza tu blusa hasta el busto, y baja tu pantalón y tu ropa interior, hasta tu pubis.

Enseguida, siento mi rostro encenderse y apenada, miro a Nikolai; no, no pienso hacerlo frente a él.

—No te preocupes, yo saldré para que te sientas cómoda. —Nikolai, parece leer en mis gestos, mi silente petición, y sale del consultorio.

El médico, comienza poniendo un poco de gel en mi vientre, el que me hace sobresaltar porque está frío, después pasa el ultrasonido sobre él.

Enseguida se escuchan los latidos de su corazoncito, y aunque ya son muchas las veces que lo he escuchado, sigue emocionándome como la primera vez.

—Su corazón se escucha fuerte, sano —señala el facultativo, sin quitar su vista de la pantalla—. Veamos su desarrollo... —Hace unas mediciones, luego algunos cálculos y sonríe ampliamente—. Está perfecto.

—¿Perfecto? ¿Es él? —pregunto, mirándolo expectante.

—Me refería al feto, pero... ¿quieres saber su sexo?

—Sí, me encantaría saberlo. Yo siento que es un varón, pero sea lo que sea, de igual forma ya lo amo inmensamente.

—Tu intuición no se equivoca, es un varón —declara el médico, mostrándome en la pantalla, lo que parece un pene.

Sonrío al instante, al mismo tiempo que mis ojos se inundan de lágrimas y siento mi cuerpo estremecerse por completo. Es una sensación agridulce, estoy feliz, pero extrañamente, también me siento desolada. De pronto me invade una urgente necesidad, de que Sebastian esté aquí, a mi lado, compartiendo conmigo esta excitante noticia.

—Mila, tu bebé está en perfectas condiciones.

—¿Y la contracción que sentí?

—Estoy seguro de que solo se trató de una contracción de Braxton Hicks —expone, y lo observo confundida—. Estas contracciones son comunes a partir de la vigésima semana, aunque indoloras, son incómodas; cuando aparezcan sentirás que tu abdomen se endurece, como una tensión abdominal. El útero, como todo músculo, se entrena para soportar el trabajo de parto —explica con perceptible tranquilidad—. Mila, su salud no debe preocuparte. Su tamaño y su desarrollo, son adecuados para sus semanas de gestación. Eres tú quien realmente me preocupa. Estás muy delgada, casi podría asegurar que tienes anemia. Dime, ¿te agitas fácilmente?

—Últimamente, sí, pero creí que es por el peso.

—¿Estás alimentándote correctamente?

—Me cuesta un poco porque no tengo apetito, pero trato de seguir mi régimen de alimentación al pie de la letra.

—Me gustaría hacerte algunos estudios más y verte en cuanto tengas los resultados. —Limpia mi barriga con un pañuelo, luego lo cubre con mi blusa.

—No creo que sea posible, tengo que volver a Londres. —Acomodo mi ropa y trato de incorporarme, pero él me lo impide.

—Aún no te levantes. Llamaré al laboratorio para que vengan a sacarte sangre. El examen para analizar tus glóbulos rojos, no tomará mucho tiempo, hoy mismo tendremos el resultado —Va hacia su escritorio, levanta el auricular y lo escucho pedir que envíen a alguien a su consultorio. Al colgar, inmediatamente entra otra llamada, mientras él la atiende, yo miro fijamente al techo. Estoy preocupada, odiaría que, por mi obsesión con la comida, mi bebé tuviera problemas de salud.

—Mila, debo irme. Es una urgencia, a un bebé se le ocurrió llegar al mundo, justo en este momento. Por favor, espera aquí a que vengan a tomarte la muestra de sangre. Después, ve a comer algo y por la tarde llamaré a Nikolai para darle el resultado.

—Está bien, aquí esperaré. Gracias doctor.

—Cuídate, y no olvides visitar a tu ginecólogo cuanto antes, solicita que te haga un chequeo más amplio. Tal vez no sea nada importante, pero no está de más que lo hagas. Recuerda que para que tu bebé esté bien, primero tienes que estarlo tú —dice antes de tomar su maletín y salir. 

Enseguida mi vista regresa al techo, y mi sonrisa se amplía.

Un niño, y de seguro serás tan guapo como tu padre —suspiro con emoción, al mismo tiempo que llevo mis manos a mi vientre.

Nikolai entra apenas sale el médico, y se para junto a la camilla.

—Espero que esa sonrisa sea porque todo está bien —menciona, contagiándose de mi alegría.

—Así es, mi bebé, esta en perfectas condiciones —pronuncio con gran orgullo y una sonrisa que siento que llega hasta mis ojos.

—Te ves realmente hermosa, Mila —declara, mirándome con ternura e intenta acariciar mi cabello, pero noto que se abstiene de hacerlo.

—No sabía que a los hombres les parecieran atractivas las mujeres con tobillos hinchados, barriga cervecera y pechos de bailarina exótica —satirizo.

—Bueno, el último punto, es una buena razón para creerlo. ¿No dicen que las embarazadas, tienen un brillo especial? —se mofa, mirándome de forma seductora. Yo me cruzo de brazos, cubriendo mi cuerpo de su penetrante mirada—. Lo siento, no pretendía incomodarte, sabes que solo bromeaba.

—En realidad, no sé cómo interpretar tus palabras ni tu comportamiento. Creo que prefería cuando te mostrabas tal cual eres, al menos así sabía a qué atenerme.

—Sé que no confías en mí, y te entiendo, me porté contigo como un psicópata, pero créeme, he cambiado. Cuando me conociste, solo era un chico caprichoso, que obtenía o compraba, todo cuanto deseaba, y no aceptaba una negativa. Pero he pasado por pruebas difíciles que me obligaron a madurar y a ver las cosas de manera distinta. Antes coleccionaba objetos, personas, solo por el simple gusto de poseerlos, hoy prefiero crear momentos, experiencias, las cosas materiales ya no son importantes para mí y vivo consiente de que no me llevaré nada...

—En realidad es difícil creerte, cuando luces tan elegante, tan pulcro. Es obvio que tienes fortuna y que vives con lujos.

—Cierto, aún tengo fortuna, los negocios han ido bien, pero ahora hago un mejor uso de mis recursos, ayudando a los más necesitado. Además, lo mismo podría decir de ti, luces estupenda, sin embargo supe que has pasado por duras pruebas, y aquí estás, más perfecta que nunca. El embarazo te ha sentado de maravilla, luces más bella que antes. 

—¿Qué es lo que te pudo haber pasado como para que cambiaras tan radicalmente? —inquiero con desconfianza, obviando su último comentario.

—Estar cerca de la muerte, Mila, y sé que tú mejor que nadie puede comprenderme, cuanto también lo has paso mal, y al igual que yo, te habías estado auto destruyendo—. Nikolai habla, mientras yo lo escucho anonada, aún no sé si es real su cambio, y mucho menos el por qué del mismo—. Fue ese mismo complejo de Dios el que me sumió en las drogas, no había nada que satisficiera mi ego, ni sustancia que me hiciera sentir vivo, probé de todo tratando de entumecer el dolor que me causó la pérdida de mi esposa, estaba enojado con ella, con el mundo, conmigo mismo. Tanto que, me castigaba cada día con una nueva sustancia, llevando mi vida al limite. He tocado fondo, Mila, pero tuve que perderlo todo para darme cuenta del daño que me causaba y que le causaba a mi familia —confiesa con apreciable arrepentimiento en su celeste mirada.

Sus palabras me trastocan. Él tiene razón, entiendo lo que es auto destruirte, estar enojada conmigo misma y castigarme por ello, sé lo que es sentirse muerto, viviendo siempre al límite del abismo, consciente de lo lacerante que debe ser el dolor que te lleva tocar fondo.

De pronto la puerta se abre, y entra el laboratorista, y mientras me saca sangre, Nikolai y yo permanecemos en silencio, mirándonos el uno al otro. No sé qué piensa él, pero yo, aunque aún escucho esa vocecita en mi interior, que me grita que no confíe en Nikolai, comienzo a sentir empatía con él y su dolor.

El laboratorista, vacía la sangre en varios tubos de ensayo, me pone un apósito y me indica que doble el brazo, después sale, dejándonos solos de nuevo.

Nikolai me ayuda a bajar de la camilla y me pone el abrigo sobre los hombros.

—Vamos, te llevaré a comer algo. Levka dijo que debes alimentarte bien y que más tarde nos llamará con el resultado de los análisis.

Vamos a la recepción, y veo a Nikolai pagar por la consulta y por los análisis, y me siento realmente apenada. Al salir, el chofer nos espera en la entrada con la puerta del auto, abierta para nosotros.

—Nikolai... —Le digo apenas subimos—, prometo que te pagaré cada centavo.

—No te preocupes, no es nada —manifiesta con una dulce y cálida mirada, esa que antes me parecía fría y malévola.

—Nikolai, he estado pensando, y creo que la mejor forma en la que puedes ayudarme, es prestándome algo de dinero. —Él me mira intrigado—. Por supuesto te lo pagaría en cuanto llegue a Londres, pero así yo podría hacer mis cosas, pagar un hotel moverme en taxis y...

—¿Taxis? ¿No aprendiste la lección? —interrumpe con gesto suspicaz.

—Ni me lo recuerdes. ¡Maldito bastardo!, no sé cómo pude confiar en ese hombre.

—En primer lugar, debiste contratar un auto con las compañías que funcionan dentro del aeropuerto y en segundo, creo que no debiste viajar sola. ¿Tienes idea de lo que les hacen a las chicas lindas que caen en manos de delincuentes en este país? Son vendidas para trata de blancas. En realidad, tuviste suerte de solo haber perdido cosas materiales.

—Lo sé. —Suspiro pesadamente—. Pero bueno, volviendo al tema... Tú debes tener ocupaciones...

—Cierto, pero nada que no pueda posponer. Ya mi secretaria se encargó de reprogramar mi agenda. Por cierto, ya van dos veces que hablas de Londres...

—Ahora estoy bailando para el Royal ballet.

—Vaya, que casualidad, también vivo en Londres. Bueno, en realidad voy y vengo, tengo negocios en ambos países, así que viajo continuamente.

—¿Y Natasha? ¿Cómo está ella?  —curioseo, y noto que su mirada y su sonrisa se tornan melancólicos.

—Ella está más linda que nunca y seguramente cuando vuelva a verla, estará mucho más alta.

—¿Cuándo vuelvas a verla? —pregunto intrigada.

—Sí, Mila. Por mi errores, perdí a mi hija —confiesa con los ojos enrojecidos, yo lo miro completamente consternada—. Cuando los padres de mi difunda esposa, se enteraron de mi problema con las drogas, me quitaron la custodia de mi pequeña Natasha.

—No quiero juzgarte, soy la menos indicada para hacerlo porque también he cometido grandes errores, pero supongo que sus abuelos solo intentaban protegerla.

—¡Me la arrebataron, Mila! —vocifera entre lágrimas, después cubre su rostro y llora como un niño desconsolado—. Me arrebataron a mi princesa cuando más necesitaba aferrarme a alguien para no rendirme —se lamenta, estremeciéndose contra sus manos, conmoviéndome por completo.

Dios, cuando yo creí que perdería a mi bebe sentí morir, no quiero ni imaginar el dolor que sintió Nikolai, al perder a su hija.

—Lo siento —Palmeo su espalda para tratar de reconfortarlo.

—Perdóname tú a mí —dice limpiando sus lágrimas se forma ruda—, pero no puedo controlar mi dolor, siempre que recuerdo ese día que se la llevaron... —solloza—. Ella lloraba desconsolada, me rogó que no dejará que la llevarán, que no permitiera que nos separarán. Y la defraudé, no pude hacer nada para que no la alejaran de mí. Y todo fue mi culpa, ahora mi bebé, está pagando por mis errores.

—Por favor, no llores. —Le ruego, tomando su mano y estrujándola suavemente, pero no le digo que me parte el alma verlo tan derrumbado. De pronto me sorprende, abrazándome con fuerza y recostándose en mi hombro.

—Mila, no sabes cuánto me duele no tenerla conmigo, éramos tan unidos. Extraño las tardes de sábados, en las que pasábamos viendo películas y comiendo golosinas en el sofá. Extraño los días de playa, cuando sorteábamos olas y ella reía a carcajadas, o cuando me llamaba papito y no podía negarle nada. Extraño cada segundo que pasamos juntos.

Lo escucho y los ojos se me llenan de lágrimas, también sé lo que es extrañar a alguien que amas más que a tu propia vida.

—¿Y no hay forma de que puedas recuperarla?

—Solo hay una manera, debo cumplir con pruebas periódicas que comprueben que estoy limpio, además debo demostrar que he sentado cabeza. Mi abogado me aconseja que me case y forme una familia, así el juez puede asegurarse de que puedo ofrecerle un hogar estable.

—Nikolai, si yo fuera tú, haría lo necesario para tener a mi hija de vuelta.

—Por supuesto que estoy dispuesto a hacer lo que sea para recuperarla, pero tampoco puedo meter a cualquier mujer en la vida de mi hija, debe ser alguien con un  gran corazón, que la ame como una verdadera madre.

—Claro. —Me aparto para mirarlo a los ojos—. Dime, ¿has seguido consumiendo?

—No, tengo un año limpio, lo juro —declara mirándome a los ojos, y le creo.

—Entonces estoy segura de que el juez tomará en cuenta tu esfuerzo.

—¿De verdad lo crees? —pregunta con ojos llenos de desesperación.

—Sí, creo que si demuestras que eres capaz de todo por ella, el juez te la devolverá.

—Gracias, de verdad necesitaba escucharlo —Nikolai vuelve a abrazarme y besa mi coronilla. Yo me contengo para no apartarlo, me incomoda su cercanía, pero me apena su situación y quiero mostrarle mi solidaridad.

Comemos en un restaurante bastante elegante, yo me esfuerzo por acabar con toda mi comida. Cuando salimos del lugar, Sergei, su escolta, se acerca a nosotros y le habla al oído, después le entrega una bolsa comercial.

—Toma, esto es para ti —dice sacando una caja pequeña y entregándomela—. Es un celular nuevo.

—No entiendo —digo mirándolo extrañada.

—Es para que te mantengas comunicada con tu familia y amigos, de seguro están preocupados porque no te has comunicado.

—Gracias, lo aceptaré, pero solo como un préstamo —aclaro, y sonríe en respuesta.

Lo primero que hago, es enviarle un mensaje a Sarah, asegurándole que estoy bien y que de momento traeré este número. Enseguida recibo su respuesta, diciéndome que estaba por llamar a Marc. Luego, entro a mi correo con la intención de acceder a la  información necesaria, para hacer cancelaciones y reportar mis tarjetas robadas.

Poco después llegamos a la comisaría, y con Nikolai acompañándome, nos atienden enseguida, el trámite es rápido y la denuncia la hago en menos de una hora.

Luego, Nikolai le ordena a su chofer que nos lleve al consulado americano, lo que me da mucha tranquilidad y lo que me hace confiar un poco más en él, pues está cumpliendo con su palabra de ayudarme.

Al llegar, Nikolai pide directamente hablar con el embajador, pero para nuestra mala suerte, nos informan que se encuentra de viaje. Eso no lo detiene, saca su celular y le llama directamente, y después de una animada charla, consigue que me atiendan inmediatamente, y la promesa de que al día siguiente me repondrán mi pasaporte.

Una hora después estamos en el ministerio de Asuntos exteriores de la Asociación Rusa. Ahí, somos atendidos por el mismo ministro, quien parece ser amigo de Nikolai, por la relación de confianza con la que bromean. Él hombre se muestra amable e inmediatamente autoriza mi visado, y ordena que se agilice el protocolo para su expedición.

Con los tramites migratorios prácticamente solucionados. Por fin puedo dedicar la tarde a lo que me trajo a Rusia, buscar a mi hermana.

La primera escuela en visitar, el Conservatorio Tchaikovsky, ahí, el director nos recibe con verdadera cortesía.

Nikolai le explica la razón de nuestra visita, mientras lo hace, estoy tan ansiosa, que me sudan las manos y siento mi corazón latiendo a toda prisa.

Estoy casi segura de que aquí está mi hermanita, y por fin la veré.

Cuando el director nos aclara que ninguna chica americana con ese nombre y esas características, estudia en su escuela, siento como mis esperanzas se evaporan en un segundo.

Inmediatamente siento las lágrimas agolpándose en mi garganta y por más que me esfuerzo, no logro controlar que la barbilla me tiemble de impotencia.

Nikolai, nota mi desconsuelo y toma mi mano, estrujándola con firmeza, mostrándome su apoyo. Y apenas salimos de la oficina del director, ahueca mis mejillas entre sus manos, levanta mi rostro y me mira compasivo.

—No te preocupes, Mila, la encontraremos, ya verás —asegura, después me envuelve en un fuerte abrazo, y sin poder contenerme más, me abandono en sus brazos.

—También a mí me arrebataron a mi hermanita, Nikolai —sollozo contra su pecho—. Y la extraño, la extraño mucho —gimoteo.

No desistimos de nuestra búsqueda, visitamos seis escuelas de artes más, donde nos atienden con demasiada amabilidad. Nikolai no mintió cuando dijo que tenía influencias; las tiene, pues a donde vamos es bien recibido y por consiguiente, yo también. Además de recalcar que soy la famosa bailarina Neoyorquina, me presenta como una vieja amiga; yo no lo creo así, pero no lo contradigo, por el momento, dejo mis inconformidades de lado, ahora lo único que importa, es encontrar a Sasha.

Nuestra búsqueda resulta infructuosa, y con cada escuela que visitamos sin éxito, las esperanzas de encontrarla, disminuyen cada vez más.

—Luces cansada, te llevaré a casa, para que comas algo y descanses. Mañana continuaremos con nuestra búsqueda. 

Nikolai tiene razón, ha sido un día muy largo, me siento exhausta, sin ánimos de nada y sin fuerzas, incluso para discutir con él, sobre su hospitalidad. Obviamente preferiría quedarme en un hotel, pero dudo mucho que ninguno me dé hospedaje, sin dinero, ni tarjetas de crédito.

—Gracias —musito abatida, sin quitar mi vista del camino.

El auto se detiene frente a un enorme portón negro, este se abre automáticamente, después avanzamos por un sendero de enormes pinos, hasta que nos detenemos ante una enorme residencia.

—Este es mi hogar —dice Nikolai cuando bajamos del auto, yo admiro el lugar antes de entrar. Es cierto, la casa es realmente hermosa, pero siento una vibra extraña, ¿o será un presentimiento?

Al entrar, nos recibe una mujer robusta de facciones duras, pues no muestra emoción alguna. Nikolai me ayuda con mi abrigo y se lo entrega, después se quita el suyo y se lo da también. Después, mientras nos adentramos, la mujer viene detrás de nosotros, informándole que lo espera alguien en la sala.

—Vamos, Mila, quiero presentarte a un buen amigo. —Nikolai me toma por el codo e intenta dirigirme, digo intenta, pues apenas me toca, me zafo de su agarre de forma brusca. Una cosa es que acepte su ayuda y otra que, acepte que me toque.

Él no dice nada con respecto a mi desplante y se limita a caminar a mi lado.

—¡Padre Bernardino! —saluda al anciano hombre con un efusivo abrazo.

—Nikolai —responde el hombre de cabellos blancos—, por poco creí que me dejarías plantado, pero ya veo la causa de tu retraso —insinúa con una sonrisa cómplice.

—Padre, ella es Mila, una vieja amiga. —Nikolai se gira hacia a mí, y después a su huésped—. Mila, te presento al Padre Bernardino, el director de la casa de la esperanza, él es el fundador de este gran centro donde realizan una gran labor, acogiendo a niños que son abandonados por sus padres.

—Mucho gusto, Mila —saluda el sacerdote, estrujando mi mano con firmeza.

—Mucho gusto, padre —respondo con timidez.

—No me digas que ustedes dos... —comenta apuntándonos con pillería, a Nikolai y a mí.

—Oh no, solo somos conocidos —aclaro—. Tuve un problema al llegar al país y Nikolai muy amablemente me está ayudando.

—Por supuesto, él es un ángel —exclama el hombre con orgullo—, nuestro ángel. Nikolai es uno de nuestros más grandes benefactores. Sin su ayuda, nuestros niños no podrían recibir una educación de calidad.

Lo que el clérigo, me cuenta en verdad me sorprende, jamás imaginé que el Nikolai que conocí en Australia, tuviera tanta calidad humana.

—Pasemos al comedor, la cena ya debe estar servida —sugiere Nikolai.

—Nikolai, yo... Disculpen si no los acompaño, pero preferiría ir a descansar.

—Entiendo. Le pediré a Ludmina, que te acompañe a la que será tu habitación. —Nikolai, toca la campanilla que está sobre la mesa del café—. También le pediré que te suba la cena, recuerda lo que dijo el médico de tu alimentación. —Solo respondo con asentimiento de cabeza.

Segundos después aparece la ama de llaves, y Nikola le da indicaciones.

—Padre, ha sido un gusto conocerlo. —Me despido, con una pequeña reverencia, después me dirijo hacia Nikolai—. Nikolai, muchas gracias. Hoy ha sido un día muy difícil, pero no sé qué hubiera sido de mí, sin tu ayuda.

—No tienes nada que agradecer, Mila, sabes que lo hice con el corazón —Nikolai toma mis manos entre las suyas, después besa mi frente, en un gesto fraternal.

Sigo a la ama de llaves, pero apenas salimos, escucho al párroco, haciendo referencia a mí.

—Esa chica te gusta —afirma con tono divertido.

—Mila no solo me gusta mucho, me encanta —expresa con voz ronca, y su confesión hace que sienta un nudo en el estómago, pero son las carcajadas del padre, las que me hacen estremecer. Después, no alcanzo a escuchar más, de qué hablan.

Subimos por una ancha escalinata, y llegamos a la habitación de invitados después de recorrer un largo pasillo. La mujer de rostro impasible, me muestra la recámara, después el baño, y me pregunta si quiero que me prepare la tina para que me dé un baño relajante, a lo que respondo que no. Con una ducha será suficiente, me duelen los pies, tengo los tobillos hinchados y lo único que quiero es ir a la cama.

La mujer prepara la cama para que pueda acostarme, después sale de la habitación, y yo corro a asegurar la puerta.

Entro al baño, aseguro también la puerta por dentro, y después de regular la temperatura del agua y desvestirme, entro a la ducha y me doy un largo baño.

Salgo a la habitación, vestida con un albornoz y una toalla enredada en la cabeza, es increíble lo que un baño logra, me siento fresca y descansada. Me congelo cuando encuentro una pijama de hombre, doblada sobre la cama y una charola con mi cena.

¡Qué diablos, pero si yo cerré con seguro! —Voy a la puerta y me doy cuenta de que el seguro ya no está puesto, imagino que la servidumbre tiene llave, pero considero una falta de respeto, que entren sin mi permiso.

Miro a mi alrededor, busco algo con que atrancar la puerta. Me arriesgué mucho al venir a esta casa, pero no permitiré que vuelvan a lastimarme.

Uso la silla del tocador, bloqueo la puerta, después me visto con la pijama que al parecer es de Nikolai, pues tiene su perfume, después me dispongo a cenar.

Poco después el sueño me vence...

Entre abro mis ojos y en medio de la penumbra, me parece ver la figura de un hombre, parado junto a mi cama.

Me incorporo de golpe, enciendo la lámpara de noche y no hay nadie ahí.

¡Maldita pesadilla que me persigue a todos lados! 

Exaltada y con el corazón latiendo desbocado en mi pecho, me levanto de la cama para revisar que la puerta aún sigue asegurada.

Me sobresalto, cuando de pronto escucho unos fuertes golpes; alguien intenta abrir la puerta. Instintivamente retrocedo.

—¡¿Quién!? —grito, pero nadie responde.

Agarro el celular, que puse a cargar sobre el buró y corro al baño a encerrarme.

Le marco a Sarah, pero no me responde—. Por favor Sarah, responde —ruego en un susurro, pero mis ruegos no son escuchados.

¡Soy una estúpida, yo misma vine a meterme a la boca del lobo!

¿Por qué? ¡Maldita sea! ¿Por qué soy tan confiada?

Guardo el otro número telefónico que me sé de memoria, entro al WhatsApp, aplicación que antes ya había bajado para comunicarme con Sarah, y le envío mi ubicación, junto con un mensaje: Ayúdame, por favor.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top