Capítulo 37

*Hola a todos, espero que estés muy bien. Bueno primero que nada, pido una disculpa por el retraso, yo juraba que publicaría a los días, bueno las circunstancias no me lo permitieron.
También quiero contarles y agradecerles, porque la primera parte de Mila, MILA, MI PEQUEÑA BAILARINA, ganó como la mejor historia y la mejor portada en Premios_Inspirate , nada de esto sería sin ustedes, quienes le dieron la oportunidad a mi historia. GRACIAS INFINITAS 🙏🏻
Y bueno, por último, quiero mostrarles, la que será la portada oficial de "MILA, LA REINA DE HIELO", una creación de genio del diseño, KRAMER, gracias amo mis nuevas portadas 😍😍😍 ya las iré mostrando, espero me digan qué les parece (Se las dejo al final) 😉
Espero que disfruten del capítulo y claro, espero sus comentarios, besos 😘😘😘

SEBASTIAN:

Lo sabía, sabía que apenas saliera del bar, me arrepentiría de irme con Danna a su apartamento, pero de lo que más me arrepiento, es de haberme metido con ella, una Theresa psicopáta en potencia.

—Imagino lo que estás pensando, pero te equivocas —dice Danna, sacándome de mis cavilaciones, mientras besa mi cuello. Vamos en un taxi a su apartamento—. No te mentiré, me gustas mucho y te deseé desde el primer momento en que te vi, pero imagino que lo que menos quieres es una relación seria.

Yo afirmo con un movimiento de cabeza—. Dices bien, espero que entiendas que lo que pasó entre nosotros, solo fue algo casual.

—Lo que pasó y lo que seguirá pasando —señala, mirándome de forma sugestiva, al mismo tiempo que introduce una de sus manos dentro de mi camiseta, yo la sujeto de la muñeca cuando intenta introducirla en mis pantalones, ella sonríe con picardía. Odio que sea tan osada.

—Basta Danna, este no es el lugar ni el momento para esto —asevero con voz firme, y pienso en cómo con Mila, era al revés. Era yo quien no podía contenerme de tocarla y era ella quien siempre me pedía que parara, jamás perdió el pudor ni esa inocencia que la caracteriza desde que la conocí. Adoraba verla sonrojarse cuando la tocaba o cuando intentaba parecer atrevida—. No entiendo por qué no logro sacarte de mi cabeza. —Le hablo en pensamientos, es cierto que tuve sexo con Danna, pero no hubo ni un momento en que no pensara en ella, lo hice intentando castigarla. Al final, solo me castigué a mí mismo, torturándome a cada segundo con su imagen, imaginando que tocaba su tersa y nívea piel y acariciaba sus sedosos cabellos, mientras ella me miraba con su dulces ojos color esmeralda... esta vez lo hacían con decepción. Yo mismo estoy decepcionado de mí.

—Aquí vivo —señala Danna cuando el auto se detiene frente a un edificio, después baja del auto y me ofrece su mano. Dudo un segundo, pero la tomo.

—Joven —dice el chofer, antes de que baje—, debe pagar el servicio.

—Claro, pero aún requeriré de sus servicios. Por favor, espéreme, no tardaré. —Le digo en voz baja, acepta, y yo bajo del auto y voy junto a Danna, quien me espera en la puerta del edificio—. Danna, será mejor que me vaya.

—No, no puedes dejarme así, quiero más de ti, lo necesito —lloriquea, exagerando un puchero y colgándose de mi cuello.

—Mañana tengo que madrugar y no he dormido nada en días.

—Pero seguiremos viéndonos, ¿verdad?

—Claro —aseguro, forzando una sonrisa.

Ella se para de puntas y me besa con ardor, yo no me resisto.

—¿Nos veremos mañana? —pregunta con una sonrisa coqueta.

—Eh... no sé. Estoy atrasado en las clases, pero te yo llamo —me excuso.

—Ok —acepta, y vuelve a sorprenderme, devorando de nuevo mis labios.

Controlando mi exasperación, espero a que termine su faena, después subo al auto y le doy al chofer mi dirección.

—Hola —saluda Melissa, al verme entrar, quien está sentada en el sofá de la sala, frente al televisor, está comiendo con una cuchara de un enorme bote de nieve y tiene los ojos llorosos y enrojecidos—. No creí que regresarías tan pronto.

—Hola —respondo escuetamente mientras me quito la chaqueta—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy viendo Orgullo y Prejuicio, pero mis hormonas están más descontroladas que nunca y lloro por todo —explica, limpiándose las lágrimas y sonándose la nariz después. Yo asiento frunciendo el ceño—. A ti ni te pregunto cómo te fue, por la facha que traes, es obvio que nada bien.

—No te equivocas. —Entro a la cocina y tomo un vaso de la alacena, después voy al refrigerador y lo lleno con agua fría.

—¿Vienes llegando de Londres?

—No, llegué por la mañana —respondo antes de empinarme el vaso con agua.

—Entonces, ¿de dónde vienes? Te busqué en la universidad, pero me dijeron que no te presentaste.

Recargo mis codos sobre la barra, cierro los ojos con dolor y expelo con frustración—. Vengo de cometer la estupidez más grande del mundo.  —Paso los dedos de mis manos por el cabello, ella me mira intrigada, esperando a que le diga más—. Me acosté con Danna —confieso con remordimientos.

—¡Vaya!, debes estar muy despechado para haberlo hecho. Es eso, o eres igual de idiota que Tyler —dice refiriéndose al padre de su hijo.

—Ambas cosas —reconozco—, soy un completo idiota, que creyó que Mila y yo podíamos resolver nuestras diferencias. Ella me echó después de pasar la noche juntos, me dijo que ya no me ama y que no quiere verme más.

—¡Mmmm! —exclama con tono analítico—. ¿Dices que te dijo eso después de haberse acostado contigo? —Yo afirmo con la cabeza—. Entonces... ¿es una bruja manipuladora que usa a los hombres?

—Aún no entiendo qué pasó, pero no, ella no es así —niego con la mirada llena de incertidumbre—, o al menos no lo era cuando estábamos juntos. En realidad ya no sé quién es, Mila ha cambiado. No mostró ningún sentimiento mientras me echaba, fue como si estuviera hablando con un bloque de hielo.

—Entonces, ¿es cierto lo que se dice de ella?, que ahora es la «Reina de Hielo».

—Eso parece —menciono, yendo hacia el bar.

—No es para menos, la han lastimado mucho. —Asiento con pesar, confirmando su teoría—. Tal vez tenga una razón muy poderosa para alejarte.

—Ahora que lo mencionas, le he estado dando vueltas al asunto y hay algo que me parece extraño —Tomo la botella de whisky y lleno un vaso.

—¿Qué?

—Se alegró de verme y estábamos muy bien, incluso hicimos el amor varías veces durante la noche, nos abrazamos, dijo que era mía... De pronto ella cambió de actitud, se levantó de la cama y se encerró en el baño —relato, antes de darle un gran trago a mi bebida.

—¿De pronto? Algo debió haber pasado. ¿De qué hablaban? 

—Ni siquiera recuerdo los detalles, pero mencioné que no usamos protección y le reiteré mi preocupación de tener hijos en este momento.

—Es raro.

—Lo sé.

—Tal vez quiera tener hijos, o incluso puede que ya esté embarazada —sugiere Melissa frunciendo el entrecejo, evidenciando su intriga.

Lo pienso por unos segundos, recuerdo cuando tuvo náuseas esa mañana en mi apartamento, pero sacando fechas de ese entonces, a estás alturas, su embarazo sería evidente. Aunque si lo pienso, después volvimos a tener relaciones en Jamaica, también sin protección.

—¿Qué piensas?

—En que no creo que sea así, me lo hubiera dicho, ¿no crees?

—No lo sé, tú la conoces mejor que yo. Pero piénsalo, ya te mintió antes.

—Sí, pero lo hizo porque eran temas muy dolorosos para ella.

—Tienes razón y de verdad lo entiendo, pero si tú le has dicho que no quieres hijos y ella ya está embarazada... Yo en su lugar no te lo diría.

—Se lo dijiste a tu ex. —Le recuerdo.

—Y mira lo que pasó, me dejó apenas lo supo. Además, Tyler jamás me dijo que no quería hijos, todo lo contrario, me aseguró que si ese fuera el caso, nunca me dejaría sola. Como hija de madre soltera, creí que era importante que lo habláramos antes de entregarme a él. Obvio me mintió, solo quería llevarme a la cama.

—Pero mi relación con Mila fue diferente, ella sabe que jamás haría algo así.

—Lo mismo creía de Tyler antes de que me abandonara.

—¿De verdad crees que Mila, puede estar embarazada? —Le pregunto, mirándola con mortificación, después me empino el vaso de whisky.

—En realidad solo es una suposición, pero si yo fuera ella y viera esa cara de espanto que has puesto con la sola mención de un embarazo, sin duda te lo ocultaba. Ahora, si yo fuera tú, la enfrentaría y la obligaría a decirme la verdad.

—Y si ese hijo no fuera mío, también puede ser de Matt. Ahora está con él, además, cuando estuvimos juntos en Jamaica, ella me confesó que estuvo con Matt.

—¡Wow, ¿en serio te confesó algo así?!

—Bueno, yo se lo pregunté y ella no lo negó. —Melissa niega con la cabeza a la vez que pone sus ojos en blanco.

—Ay Sebastian, de verdad que creí que eras más inteligente —exclama exagerando su exacerbación.

—No te entiendo.

—¿No me entiendes? Bien, te lo diré así, ¡eres un idiota! —vocifera, antes de llevar la cuchara al pote de nieve y después a su boca, yo la miro anonadado—. Sí a mi Tyler me insinúa que me acosté con otro, te juro que mínimo lo abofeteo, pero hubiera querido castigarlo. Mila tiene mucha más dignidad que eso, ella de seguro prefirió dejarte creer que así fue.

—No, no creo que Mila esté embarazada, al menos no de mí —niego contundente—, son solo suposiciones tuyas, y realmente, no creo que en tu estado, seas muy objetiva —declaro, sirviéndome otro vaso del líquido ámbar, ella me mira indignada.

—¡Definitivamente eres un idiota! —dice llenando de nuevo la cuchara de helado—.  Creo que deberías dejar de beber, parece que el alcohol te embrutece.

—Tú deberías de dejar de comer tanto helado, o después culparás al bebé de que los pantalones no te cierran —La molesto intencionalmente, pues todo el tiempo se queja de que por culpa del bebé, ha subido más de 30 libras en tan solo dos meses.

—¡Grrr, ¿cómo te atreves?! Es ella, mi bebé, quien pide helado, y será mejor que vayas a dormir o no podré controlar mis hormonas y seré yo misma quien te abofetee en nombre de Mila —advierte, mirándome con severidad y con sus manos a modo de jarras.

Miro a Melissa de forma desafiante, tomo la botella y bebo directamente de ella. Mi compañera lanza la cuchara al lavabo, cierra el bote de nieve, lo guarda en el congelador y sale de la cocina dirigiéndose hacia las habitaciones.

Yo voy a mi habitación, llevando la botella conmigo. Tal vez Melissa tenga razón, el alcohol me embrutece, pero es justo lo que necesito en este instante.

Salgo de mi habitación cerrándome los botones de mi camisa a toda prisa.

—Creí que no te despertarías —menciona Melissa, quien está en la cocina preparando el desayuno—. Vamos, siéntate, ya preparé el desayuno.

—No, no alcanzo a desayunar o llegaré tarde a la primera clase.

—Tal vez no es buena idea que vayas en esas condiciones.

—¿De qué condiciones hablas? —Le pregunto mientras me agacho a amarrar las agujetas de mis botas.

—¿Acaso no te has visto en un espejo? Es obvio que has bebido toda la noche.

—No lo hice toda la noche —Ella alza una ceja con gesto de desconfianza.

—Escuché que viniste por otra botella a las cuatro de la mañana.

—No podía dormir.

—También eso es obvio —menciona con claro sarcasmo.

—Debo irme, que tengas buen día. —Tomo mi mochila y camino hacia la puerta.

—Igualmente, aunque dudo mucho que lo tengas.

—Por cierto... —digo antes de salir y me giro a mirarla avergonzado—, te debo una disculpa. Anoche no debí meterme con tu peso —expreso arrepentido.

—No te preocupes, entiendo que estabas molesto.

—Molesto o no, no tenía derecho a hacerlo. Nadie debería meterse con el peso o con la apariencia de los demás, es por eso que cada vez hay más chicas con trastornos alimenticios.

—Tienes razón, debemos ser más respetuosos y amables con los demás. Pero recapacitaste, así que te perdono, igual tienes razón, debo cuidar mi peso, no por apariencia, si no por mi salud y la de mi bebé.

—Bueno, me voy. Nos vemos en la noche. —Retomo mi camino

—Sebastian... —Me detiene—, creo que no deberías tomar así.

—Lo sé, pero ayer en verdad lo necesitaba. —Ella asiente en compresión, me pongo mis lentes oscuros y salgo del apartamento a toda prisa.

Nunca olvidaré la noche que la encontré sentada en la baqueta, frente a la cafetería y con una maleta a su lado. Lloraba y acariciaba su vientre, hablándole a su bebé con tanto dolor, pero a la vez le daba ánimos, le prometía que todo estaría bien, que cuidaría de él y lo protegería siempre.

—¿Estás bien? —Le pregunté cuando la vi doblarse de dolor—. ¿Quieres que llame una ambulancia?

—Estoy bien —aseguró, hipando y limpiándose la nariz con el puño de su chaqueta—, solo fue una pequeña contracción.

—¿No es pronto para tener contracciones? —indagué, mirándola con preocupación, ella me sonrió con ternura.

—Son normales, se llaman contracciones de Braxton Hicks. —La miré extrañado—. Son una especie de ejercicios previo del útero, preparándose para el parto —explicó, intentado levantarse, yo le ayudé—. Adiós.

—Adiós, te veo mañana —dije, refiriéndome a que cada mañana compraba un expreso en la cafetería en la que trabajaba.

—No creo, esta será la última vez que me veas, ya no trabajo ahí, acaban de echarme —dijo, levantando su maleta con mucho trabajo, después la vi irse caminando.

—Espera, déjame pedirte un taxi.

—Iré caminando —declaró, bajándola unos segundos para descansar.

—No cargarás esa enorme maleta hasta donde vas.

—En realidad no sé a dónde voy —musitó, después reanudó su camino con lentitud, su estado y su pesada carga, no le permitían ir más rápido. La observé por unos segundos, en los que pensaba en que no debía meterme donde no me llamaban, pero por otro lado, imaginaba a Mila o Maddie en una situación semejante, y odiaría saber que nadie las ayudó.

Corrí detrás de ella y cuando la alcancé, le quité la maleta de las manos—. Permíteme ayudarte.

—No es necesario.

—Por favor, déjame llevar tu maleta hasta donde vayas. Piensa en tu bebé, podría afectarle.

—Gracias, pero de verdad no sé adónde iré —confesó, bajando la mirada un tanto avergonzada.

—Bien, qué te parece que mientras decides qué hacer, te invito a cenar.

—Sí lo que buscas es que me acueste contigo, olvídalo. Lo que menos quiero, es a un hombre cerca.

—¡Oh no!, esa no es mi intención. —Negué, mirándola fijamente a los ojos, quería que viera que era sincero.

—¿Tan horrorosa te parezco? —preguntó indignada, yo no pude evitar reír a carcajadas. ¿Quién entiende a las mujeres?—. Sí, ya sé que parezco un costal de papas y que estoy lejos de lucir atractiva...

—Mira, eh... ¿Mandy?

—Melissa, me llamo Melissa. Mandy lo usaba en el trabajo para no dar mi nombre verdadero.

—Mucho gusto Melissa, yo soy  Sebastian. —Le ofrecí mi mano.

—Lo sé, escribí tu nombre decenas de veces en tu pedido.

—Cierto. Mira Melissa, yo solo quiero ayudarte. Sí te hace sentir más tranquila, te diré que yo amo a otra chica y que no tengo otra mujer en mis planes —expuse, pero ella siguió mirándome con desconfianza—. Odio ver a una mujer llorando, ¿ok?

—¡No quiero tu lástima! —exclamó un tanto exaltada, después volvió doblarse de dolor—. ¡Aaaay! ¡Dios, este sí dolió!

—Dime, ¿qué hago? —pregunté un poco asustado.

—Nada, estoy bien. —De pronto volvió a llevarse sus manos al vientre y su rostro se cubrió de dolor, yo la sostuve para que no cayera—. Por favor, ayúdame —rogó, yo entorné los ojos. ¿Acaso no era lo que estaba intentando?

Detuve un taxi, la ayudé a subir, mientras el chofer subió su maleta. Y le pedí que nos llevara al hospital más cercano.

Al final solo fue un susto, producto del estrés, y el médico solo le recetó serenidad y reposo. Cuando el doctor salió del cubículo después de auscultarla, Melissa rompió en llanto.

—¿Cómo podré mantener a salvo a mi bebé, si ni siquiera tengo un trabajo ni un lugar donde vivir?

—¿Cómo? ¿Y tu familia, el padre de tu hijo?

—Mi familia vive en Canadá y no saben de mi embarazo. Estoy aquí por una beca universitaria, la que perderé si bajo de promedio. Y el padre de mi bebé, me abandonó cuando se enteró que sería padre —relató entre sollozos—. Mi madre no tiene dinero, me dejó venir con la condición de que no le costaría ni un dólar. Mi último sueldo lo gasté todo en cuidados prenatales y en la cafetería me corrieron cuando no accedí a acostarme con el supervisor y en venganza, me delató con el gerente, contándole que tengo semanas viviendo en la bodega. —Melissa lucía realmente mortificada y a la vez impotente, no podía dejarla sola.

—Te ofrezco mi apartamento mientras arreglas tu situación. Hay una habitación extra, puedes quedarte ahí.

—No, no puedo aceptar. Pareces buena persona, pero no confiaré en cualquiera.

—Entonces acepta mi dinero —dije sacando mi cartera—. Tal vez sea conveniente que regreses a Canadá con tu familia.

—¡No! —gritó con indignación—, no aceptaré tu limosna. Además, no me iré, no perderé la única oportunidad que tengo para poder darle un futuro a mi hija.

—Eres realmente necia y frustrante, entiende que en tu situación no tienes más alternativa que la ayuda que te ofrezco.

Su mirada se llenó de incertidumbre, y después de pensarlo por un minuto, asintió con firmeza.

—Está bien, acepto vivir en tu apartamento, pero solo mientras me recupero económicamente.

—Ok.

—Y te pagaré en cuanto pueda hacerlo. 

—No hay prisa.

—¿No tendrás problemas con tu novia? Lo que menos necesito, es lidiar con una novia celosa, que me saque a golpes de tu casa —mencionó, exagerando su gesto de preocupación, haciéndome reír.

—No, no te preocupes, no hay novia celosa.

—¿Tu novia no es celosa? Yo mataría a mi novio.

—No, no lo que no hay, es novia —aclaré.

—Pero dijiste...

—Dije que amo a una mujer, no que tenía novia.

—Oh —exclamó apenada—, ¿ella lo sabe?

—Estoy seguro de que sí.

—¿Y ni así está contigo? Desde el primer día que te vi me pareciste atractivo, ahora además, sé que eres buena persona.

—Mila y yo terminamos por malos entendidos. —Le conté con voz abatida.

—¿Se llama Mila? —indagó, yo asentí—. Si son malos entendidos, ¿por qué no los resuelven y ya?

—No es tan fácil, ya la han lastimado mucho, yo mismo la lastimé, y ella ya no perdona tan fácilmente —admití realmente arrepentido.

—Entiendo perfectamente —declaró con rencor en su voz—. Lo siento, pero en esto me pondré de su parte, los hombres son unos idiotas, que se creen con el derecho de lastimarnos y esperan que con un simple «perdón», se solucione todo...

Desde ese día, Melissa vive conmigo, y se ha convertido en mucho más que una compañera o una buena amiga, es como una hermana mayor, que me regaña y me aconseja. Es un año más joven que yo, pero es una chica muy centrada, ella dice que sus circunstancias la obligaron a madurar.

No recuerdo cuántas veces intenté ser amable cuando trabajaba en la cafetería, pero ella solo me atendía de forma fría e indiferente, siempre haciendo caso omiso a mis saludos, pero ahora entiendo la razón de su desconfianza y el porqué se ha vuelto dura y huraña.

De igual forma entiendo el porqué del cambio de actitud de Mila, lo que no entiendo, es por qué desconfía de mí. Sé que le fallé, pero ella sabe cuánto la amo y que daría mi vida por ella.

—¡Señor Nichols, le estoy hablando! —Veo al profesor dirigirse a mí, reacciono cuando mi compañero de al lado, golpea mi hombro—. Señor Nichols, ¿podría quitarse los lentes oscuros durante mi clase?

—¿Perdón? —pregunto confundido.

—Estoy esperando que se quite los lentes —exige el catedrático. Me los quito, sin poder ocultar el gesto de dolor cuando la luz me encandila y hace que mi dolor de cabeza se agudice—. Parece que tuvo una noche bastante agitada, ¿no es cierto? ¿Podría decirme cuál es el tema de hoy?

—Eh... yo creo... —balbuceo y busco la repuesta en la pizarra, pero en este no hay nada escrito. La verdad es que, no he puesto atención a la clase, pues mi cabeza tiene lo que va del día, divagando en lo único que ocupa mis pensamientos: Mila.

—Vaya, además de su mal aspecto, no está poniendo atención a mi clase. Le voy a pedir que salga de mi clase, y espero que mañana venga dispuesto a mostrar interés.

Estoy por alegar, y asegurarle que ya pondré atención, pero sé que hoy me será imposible concentrarme. Así ha sido toda la mañana, largas clases en las que he estado completamente ausente.

Acepto con un asentimiento de cabeza, recojo mis cosas y salgo del aula. Voy a los jardines exteriores, me recuesto en una jardinera y cubro mi cabeza con mi chaqueta.

Dos botellas de whisky y no logré sacarte de mi sistema, Mila. ¿Cómo haré para olvidarte, mi pequeña?

—¡Hola, guapo! —dice una ronca y conocida voz.

—Hola —refunfuño sin salir de mi escondite.

—¿Qué haces allá abajo? —pregunta intentando quitar la chaqueta de mi rostro, no se lo permito.

—Intento descansar —gruño.

—Vamos a mi apartamento, prometo que haré lo necesario para que te relajes.

—Ahora no, Danna, no estoy de humor.

—Yo podría ayudarte a mejorar tu humor —sugiere, paseando sus dedos por mi pecho.

Me destapo bruscamente, quito su mano de mi pecho y me levanto de mala gana—. Solo necesito estar solo. Adiós —Le digo antes dar media vuelta e ir al baño.

Me recargo sobre el lavabo y me miro en el espejo por entre mis pestañas.

Sí, definitivamente es evidente que soy un completo desastre.

Mila, me tienes hecho un idiota, te necesito, necesito escuchar su voz.

Miro la hora en mi reloj y veo que aún es temprano, Mila aún no sale a almorzar.

Lavo mi rostro con agua fría, después de secarla, salgo del baño en dirección a mi siguiente asignatura. Esta vez, estoy dispuesto a concentrarme en la clase, no quiero seguir pensando en ella.

A la hora del almuerzo, voy de nuevo a los jardines, pero esta vez me aseguro de hacerlo en un lugar poco visible. Lo que menos quiero, es a Danna encima de mí, parloteando sin cesar. Y tampoco quiero ser grosero con ella, a fin de cuentas me siento culpable por usarla como un objeto, en un momento de rabia y en un intento desesperado por olvidar a Mila.

Paso dos horas torturándome con su recuerdo, río y al mismo tiempo lloro con nostalgia.

Fueron tantas las noches que nos comimos a besos, como si respiráramos de la boca del otro, tantas las noches que dormimos abrazados, como si nuestras vidas dependieran del contacto de nuestros cuerpos, tantos los bellos momentos que vivimos juntos...

Mila, no tienes idea de cuánto duele tu ausencia, que sin ti, cuesta respirar, que sin tu sonrisa, muero, que el saber que no volverás, aniquila mis ganas de vivir. Te juro que daría todo lo que tengo por volver a tocarte, besarte, escuchar tu voz... tu voz.

Saco mi teléfono del bolsillo trasero de mis jeans y sin pensarlo más, le marco, pero me manda directamente a buzón y recuerdo que desde que terminamos, me tiene bloqueado.

¡Diablos, Mila!

—Ey, Sebastian, ¿no entrarás a clases? —pregunta Melissa a mi espalda.

—Por favor, préstame tu celular —digo al girarme.

—¿Qué? ¿Para qué?

—Por favor préstamelo, prometo pagarte la llamada.

—La llamarás, ¿cierto? —señala, a la vez que me lo entrega.

—Solo... solo necesito escuchar su voz —confieso mirándola mortificado, ella asiente compresiva.

—Quédatelo, más tarde me lo entregas.

—No, solo dame un minuto.

—Debo entrar a clases —indica, apuntando hacia las aulas.

—Si me lo dejas, tendré la tentación de llamarla cada segundo del día —manifiesto con mirada suplicante.

—Ok, te espero.

Me alejo un par de metros de Melissa y con manos temblorosas marco su número, inmediatamente siento que el pulso se me acelera.

Hola, ¿quién llama? pregunta Mila al contestar, con su suave y dulce voz, que siento que me llega al alma. ¡Dios, cómo la extraño! No respondo, ni siquiera puedo articular palabra, apenas puedo respirar. ¿Quién habla? insiste, y cubro mi boca con mi puño, necesito hacer uso de todo mi autocontrol para no gritar. Sebastian, ¿eres tú? dice mi nombre y siento que el corazón me explotará, enseguida corto la llamada y me quedo con la mirada perdida.

—Creo que debiste hablarle —opina Melissa, posando su mano sobre mi hombro, mostrándome su compasión.

—No, ella dijo que no quería saber más de mí —menciono con rostro endurecido y entregándole su teléfono, sin siquiera mirarla—. Gracias por prestármelo.

—Si devuelve la llamada..., ¿le digo que fuiste tú quien la llamó?

—No te preocupes, no lo hará —aseguro con un nudo en la garganta —. Anda, vete o llegarás tarde a clases.

—Te veo más tarde. —Solo asiento en respuesta, no quiero que vea mis ojos irritados.

Trago duro un par de veces, tratando de controlar la impotencia que siento.

¡Cobarde, eso es lo que soy, un cobarde! me reprendo en pensamientos, con mis manos en puños y cerrando los ojos en un gesto de exacerbación.

Cuando logro controlarme, yo también voy a mi siguiente clase.

Despierto cuando escucho a Melissa, tocando a la puerta y hablándome por fuera de mi habitación.

—Sebastian, ya es tarde. ¿No irás a clases?

—¿Qué horas son?

—Las ocho de la mañana, si te apuras, alcanzarás a llegar a la segunda clase.

—¡Diablos! —exclamo incorporándome, después me siento a un lado de la cama y reviso mi reloj, no entiendo por qué no sonó mi despertador. Me doy cuenta que que la alarma sí está programada, pero seguramente no lo escuché, porque estoy agotado, pues solo dormí menos de cuatro horas—. ¡Gracias por despertarme!

—De nada —responde del otro lado de la puerta. 

Me doy una rápida ducha con agua fría para espabilarme, después, me visto a toda prisa y como el día anterior, salgo del apartamento sin haber desayunado, pero está vez, Melissa me preparó un emparedado que empacó para llevar, y pudiera comerlo de camino a la universidad.

Paso la mañana entre una clase y otra, en todas me esfuerzo en poner atención, pues odiaría reprobar materias, cuando lo que quiero es adelantarlas para terminar cuanto antes con mi educación superior y así poder dedicarme de una vez por todas a lo que tanto me gusta, la publicidad, la fotografía y viajar. Pero lo más importante, poder hacer un patrimonio, para luego intentar reconquistar a Mila, y si es un hijo y formar una familia lo que tanto desea, ofrecerle un futuro estable a ella y a nuestros hijos.

Paso la hora del almuerzo, esperando a Melissa y mirando el reloj.

Cuando la veo llegar, corro a su encuentro—. Que bueno que llegaste. Por favor, préstame tu teléfono.

—¿La llamarás otra vez?

—Ya sé, parezco un acosador desquiciado, pero solo quiero escuchar su voz.

—Ok —acepta, entregándome su teléfono de mala gana—, pero por favor, habla con ella, necesitan solucionar sus diferencias. ¿No te das cuenta de que te estás volviendo loco sin ella?

—Lo sé —admito, mientras me alejo y comienzo a marcar. Escucho el tono de llamada y al instante siento como mi corazón, comienza a latir a toda prisa.

—¿Hola? saluda con voz titubeante y de nuevo siento esa dolorosa opresión en el pecho que me impide respirar. ¿Quién llama? No respondo, no puedo, trago duro y respiro profundo, intentando controlar mi ansiedad—. Sebastian, ¿eres tú?  Por favor, respóndeme. Al fin encuentro el valor para hablarle, estoy a punto de articular palabra, pero apenas abro la boca, escucho la voz de un hombre.

Te voy a pedir que dejes de molestar a mi novia, Mila no está sola, ahora es mi pareja, así que deja de llamarla o te romperé la cara, idiota. Después cuelga la llamada

Con los ojos inundados y completamente turbado, me quedo mirando la pantalla del celular de Melissa, revisando el número que marqué, con la esperanza de haberme equivocado al marcarlo, al mismo tiempo, repaso en mi cabeza las palabras de ese hombre. Dijo Mila, de eso no hay duda, además era su voz, fue ella quien me respondió.

—¿Qué pasa, Sebastian?

—Un hombre... dijo... dijo que Mila era su novia... me pidió que no la molestara más —Le cuento, con voz entrecortada, simplemente, siento que muero. 

—Lo siento —dice Melissa, palmeando mi espalda.

—Gracias. —Le devuelvo su celular—. Anda a clases, yo... yo también iré a mi salón.

—Te veo más tarde. —Veo a Melissa alejarse, después doy un paso, pero me detengo en seco, saco mi celular de mi chaqueta y le marco a Olivia.

—¿Sebastian?

—Hola, Olivia, ¿cómo estás?

—Muy bien, ¿y tú?

—Más o menos, he tenido días mejores —reconozco con un gesto de dolor—. Olivia, por favor, cuéntame, ¿cómo está Mila?

—Sebastian, si Mila se entera que te he estado contando de ella, no vuelve a hablarme nunca.

—Solo dime si está bien, estoy preocupado por ella.

—Ella está bien, ya sabes, con ensayos y apunto de estrenar la temporada de invierno. Este sábado viajará a Rusia a buscar a Sasha.

—¿A Rusia? ¿Aún no sabe nada de ella?

—No, su madre sigue sin decirle dónde está.

—Contrataré a alguien para que la ayude a encontrarla. Dime, ¿irá sola?

—No, alguien la acompañará —confiesa avergonzada, con voz apenas audible.

—¿Alguien? —De inmediato imagino quien podría ser ese alguien. De seguro es Matt o el idiota con el que la encontré el otro día—. Dime si Mila sale con alguien más.

—Sebastian, no puedes preguntarme eso...

—Por favor, Olivia. Dime, ¿es Matt? —imploro.

—Solo sé que conoció a alguien —Confirmado, el idiota de la otra noche...

—Entiendo. Gracias, Olivia, prometo no molestarte más.

—Sebastian... espera. Debes entenderla, ella está muy enojada.

—Créeme la entiendo, pero no por eso duele menos.

—Lo siento, debo colgar —cuchichea—. Sarah acaba de llegar y si sabe que hablo contigo, me matará.

—Adiós, Olivia.

Ella cuelga y de nuevo me sumerjo en mis cavilaciones o más bien en este infierno en el que me consumen las dudas y la incertidumbre. Parece que ya es tarde para los dos y no sé qué más puedo hacer.

Como quisiera poder olvidarla, así tan fácilmente como ella se olvidó de mí.

Decidido, voy a las oficinas de la universidad con la intención de adelantar asignaturas. Además de mantenme ocupado la mayor parte del tiempo para no pensar en ella el día entero, intentaré terminar mis estudios en la mitad del tiempo estimado. Después, nadie podrá alejarme de ella, lo juro.

Porque no me rendiré, Mila, aún no estoy listo para dejarte ir y el orgullo no será más fuerte que nuestro amor.




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