Capítulo 33... Sebastian

Llevo el día entero frente a la compañía de baile Royal ballet en Covent Garden, parado bajo la lluvia esperando a que aparezca Mila, este es el único lugar en el que sé puedo encontrarla.

Lo único que se me ocurrió está mañana cuando Melissa me mostró la noticia de lo que había hecho, el hijo de puta de su violador, es que necesitaba verla y asegurarme que está bien.

Entré en la compañía y pregunté por ella, pero no quisieron darme informes, después vi salir a un par de chicas y les pregunté si sabían de Mila, pero solo se rieron de mí y se fueron sin darme repuesta.

Tengo la mirada fija en la puerta de entrada y cierro mi chaqueta para cubrirme del frío, cuando de reojo observo a una pareja que se acerca bajo un paraguas. Siento un nudo en el estómago al darme cuenta de que es Mila, acompañada de un hombre.

No es el verla con otro lo que me lastima, es el ver como él la mira y le sonríe de forma seductora y como ella le responde, sonriéndole y bajando la mirada con timidez, incluso me parece verla sonrojarse.

Al parecer, Mila le dice que debe entrar porque apunta hacia la puerta de la compañía, los observo intercambiar algunas palabras y siento un poco de alivio cuando la veo entornar los ojos, pero el alivio desaparece cuando veo que él la besa repentinamente y Mila no lo aleja, en vez de eso, continúa charlando.

Creo que explotaré, tengo mis manos en puños y tengo que contenerme para no golpear a ese idiota. En cierta forma no me siento con el derecho de reclamar nada, cuando yo mismo provoqué nuestra separación.

Poco después él le guiña un ojo y ella, aunque niega, la veo contener una sonrisa.

El idiota se aleja unos pasos, pero Mila lo detiene, de pronto él regresa a su lado y vuelve a besarla, y esta vez Mila le sonríe en respuesta; siento como si me apuñalaran en el corazón.

Ella le dice algo y el fanfarronea, actuando como si estuviera herido, y Mila, aunque aparenta recriminarle con la mirada, vuelve a contener una risa; la conozco tan bien, que sé bien cuando lo hace.

Intercambian teléfonos, charlan un poco más, y casi puedo imaginar lo que el maldito bastardo le dice, porque ella vuelve a sonrojarse y baja su mirada, pero él levanta su rostro con su índice.

¡La está tocando! ¡A mi pequeña Mila!

Mi corazón late tan rápido, que siento que muero, paso mis manos por mi cabello y doy media vuelta; no lo soporto más. Al parecer Mila ya decidió continuar con su vida y evidentemente yo ya no soy parte de ella.

Camino con grandes zancadas, quiero alejarme lo más pronto de ahí, pero apenas doy unos cuantos pasos, escucho que me llama por mi nombre.

—¡Sebastian! —Me detengo en seco—. No te vayas —me ruega y siento que mi corazón vuelve a latir—, necesitamos hablar.

Al girarme me sorprende aferrándose a mi cintura. Dudo un segundo, no lo esperaba, pero después la estrecho con fuerza entre mis brazos; cuánto he anhelado este momento.

—Mila, mi pequeña, no sabes cuánto te he extrañado —declaro con voz ronca, pues estaba al punto del llanto. Beso su cabello.

—Lo sé, Sebastian, lo sé porque yo te he extrañado tanto o más que tú a mí —confiesa mirándome a los ojos y siento que me vuelve el alma al cuerpo.

—¡Fui a París a buscarte!

—¡Tengo todo el día esperándote! —decimos los dos al mismo tiempo. Ella me observa con atención.

—Esta mañana me enteré de lo que ese hijo de puta volvió a hacer —gruño al nombrar al maldito bastardo que lastimó a mi pequeña—, necesitaba saber si estás bien —declaro con voz desesperada, tomo su rostro entre mis manos y la miro con vehemencia; cuánto me ha dolido estar lejos de ella.

—Yo necesitaba verte, que me acompañaras... Lo denuncié, Sebastian, denuncié a mi agresor —confiesa con la voz quebrada y los ojos llenos de lágrimas.

No quiero ni imaginar por todo lo que ha tenido que pasar.

—Sabía que podrías, mi pequeña —expreso con orgullo. Sí, estoy orgulloso de ella por su valentía. Después vuelvo a estrecharla con fuerza contra mi pecho—. Hubiera querido acompañarte, estar contigo en esos momentos que sé, fueron muy duros para ti —exclamo, con remordimientos.

—Yo también quería que estuvieras conmigo, por eso fui a buscarte. 

—Perdóname, mi amor, perdóname por dejarte sola. —Beso su frente, sintiéndome culpable.

¡Gracias, Dios! exclamo en pensamientos; estoy tan agradecido de tenerla de nuevo entre mis brazos, después de pasar este mes extrañándola cada segundo.

Por encima de su cabeza y por entre mis pestañas, miro al idiota con el que llegó Mila, quien nos observa con curiosidad, luce molesto y parece sentirse impotente.

—Pero dime. —Vuelvo a tomar su rostro entre mis manos y lo levanto para verla a los ojos—, ¿estás bien? —pregunto, escudriñando en sus hermosos ojos color esmeralda.

—Creí que sería mucho más duro verlo, pero estoy bien —afirma con convicción, y forzando una pequeña sonrisa, pero esta no llega hasta sus ojos. No sé por qué, pero la Mila que está frente a mí, me parece que luce diferente, más segura, más fuerte, más... ¿fría? —. Estás empapado —menciona palpando mi ropa—. Vamos a mi apartamento, ahí podrás secarte mientras hablamos.

—Yo no importo, no quiero que tú te resfríes —digo, quitándome la chaqueta, y poniéndola sobre sus hombros, pues el paraguas que antes compartía con el idiota, lo dejo tirado a sus pies.

—Gracias —musita con timidez, igual que en esa ocasión que se la puse esa primera noche en Coney Island.

Le ofrezco mi mano, ella la observa, pero duda por unos segundos antes de tomarla. Después mira hacia atrás y le dice adiós con la mano a su amiguito. Yo tengo que contenerme con todas mis fuerzas para no explotar y perder el control de estos malditos celos que siento que me carcomen el alma; no quiero arruinar nuestro acercamiento. Incluso me muerdo la lengua para no decir nada, pues sé que, si lo hago, no saldrá nada agradable de mi boca.

Mila me conduce hacia la estación más cercana.

—¿Por qué vienes hasta ahora? —pregunta con voz firme y con la mirada al frente; sin embargo, me percato de que me observa de reojo—. Es decir..., ¿por qué no me habías buscado antes? —explica, ahora mirando al suelo.

Me sorprende con su pregunta, siento que debo ser cuidadoso con mi respuesta.

—¿Querías que te buscara? —pregunto, observándola con curiosidad, estudiando su reacción.

—No sé. —Ella se alza de hombros.

—¿Entonces?

—Siento curiosidad. ¿No pensabas buscarme más?

—Quise ir detrás de ti desde ese día en el aeropuerto, incluso intenté bajar del avión, pero no me lo permitieron —Ella me mira a los ojos, sé que intenta averiguar si soy sincero—. Quise darte tiempo, Mila, darnos tiempo. Ambos estábamos muy dolidos—. Ella suspira, después asiente lentamente al tiempo que traga duro—. Mila, yo... Primero quiero explicarte por qué terminé contigo.

Llegamos a la estación, ella hace uso de su pase del tren para ambos.

—Sé porque lo hiciste o al menos lo imagino; mi madre te chantajeó, ¿o me equivoco?

—No, no te equivocas. Ella amenazó con revelar todos tus secretos —Mila abre grande sus ojos y me mira alarmada—, y ya viste, no amenazó en vano, lo hizo.

—¿Tú sabías? —pregunta con real gesto de mortificación en su rostro. Yo asiento.

El tren llega, ambos subimos y al momento de hacerlo, las miradas de los demás pasajeros, se concentran en Mila. Ella parece ignorarlos y permanece imperturbable, pero yo la conozco bien, sé que se finge ajena a su escudriño, que solo es una fachada, pues se obliga a mirar hacia la ventanilla, aunque no haya nada que mirar afuera.

—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunta con voz firme, y aunque intenta parecer impasible, veo su barbilla temblar.

—Porque no quería que tu madre cumpliera su amenaza. Creí que si no me lo habías contado era porque era algo que aún te lastimaba, por eso me alejé.

—No debiste permitir que interfiriera, ¡lo prometiste! —recrimina levantando la voz, mirándome dolida; de pronto sus ojos se llenan de lágrimas, pero no se permite derramarlas, a cambio aprieta sus dientes—. Prometiste que no lo permitirías —añade bajando la voz y vuelve a evadir mi mirada, ahora luce afligida.

—Lo sé, sé que te fallé, pero en verdad no quería que revivieras ese infierno. Yo te vi devastada, rota, vi como el pánico te dominaba y como el miedo te estaba consumiendo, me laceraba ver cómo te lastimabas a ti misma, ver como la anorexia nerviosa te estaba matando y yo no podía hacer nada —explico con voz desesperada—. Preferí perderte, a ver a esos demonios, apoderándose de nuevo de tu voluntad y de tu vida.

—Contigo yo era fuerte, sé que hubiera podido soportarlo todo, si te hubieras quedado a mi lado —reclama con voz apagada y noto como su mirada se llena de incertidumbre—; sin embargo, te fuiste, me dejaste sola cuando más te necesitaba. Y ahora... —De pronto enmudece.

—Ahora... ¿qué, Mila? —Tomo su barbilla y la giro hacia a mí—. Por favor, mírame a los ojos. Respóndeme, ¿ahora qué?

—No sé, Sebastian. No sé si ahora ya es demasiado tarde para nosotros.

—Mila...

—Aquí debemos bajar —interrumpe cuando el tren se detiene.

Ambos nos ponemos de pie y vamos hacia la puerta. Apenas salimos, ella avanza, pero yo la tomo del brazo para se detenga y la giro hacia mí.

—Espera, Mila. Dime... ¿por qué crees que es demasiado tarde para nosotros?

—No creo que sea el mejor lugar para que hablemos —responde mirando a su alrededor, yo también lo hago y veo que hay al menos una docena de personas que mientras esperan por su tren, nos observan con curiosidad.

Cuando reacciono, Mila ya va hacia la salida de la estación, voy detrás de ella y cuando la alcanzo vuelvo a tomar su mano, pero ella me la arrebata, después entrelaza sus manos y las posa en sus labios. Luce dubitativa, creo que intenta decirme algo.

—¿Puedo saber quién es la chica con la que vives? —suelta de pronto, yo la miro extrañado.

—¿Viste a Melissa? —pregunto con precaución, estoy intrigado.

—Así que se llama Melissa —menciona con sarcasmo, a la vez que enarca ambas cejas. No puedo evitar que una pequeña sonrisa se instale en mis labios; indudablemente está celosa—. No, no la vi, pero me dijeron que una chica vivía contigo. Sé que no tengo derecho a reclamarte nada y si no quieres contarme, no tienes que hacerlo —añade enderezando su postura, indudablemente ahora intenta parecer controlada, no quiere evidenciar que está celosa. Lamentablemente para ella, es tarde.

—No es lo que piensas —aclaro rápidamente, adelantándome a sus conclusiones.

—¿Ah no? —pregunta con clara ironía, y de nuevo enarca una de sus cejas evidenciando su desconfianza.

—No, Melissa solo comparte el apartamento conmigo, necesitaba un lugar donde vivir y yo le ofrecí estancia mientras arregla su situación.

—Ya veo, tú siempre tan caritativo —comenta con clara ironía, pues niega y entorna los ojos.

—Mila, ella sabe de ti, sabe que tú eres el amor de mi vida. Y yo sé de sus sentimientos hacia su novio, o bueno, más bien ex novio. Él la dejó cuando se enteró que estaba embarazada. La pobre trabaja y estudia a la vez, para sacar a su hijo adelante.

—De verdad no puedo creerlo —murmura, negando con la cabeza a la vez que ríe con incredulidad, obviamente está molesta—. Dos corazones rotos viviendo bajo el mismo techo —recalca en tono mordaz.

—Milaaaa —digo en tono de advertencia—, deja de sacar conclusiones que no van. Fue la misma Melissa, quien me avisó por lo que estabas pasando.

—Oh, entonces supongo que debo agradecerle a ella, el que tú estés aquí —ironiza y sigue hablando con voz dura.

—No tienes por qué estar celosa de Melissa, ella y yo solo somos amigos —digo, parándome frente a ella y caminando de espaldas.

—No estoy celosa —acota con gesto de fastidio.

—Ok, si tú lo dices —comento con una sonrisa burlesca y alzándome de hombros, ella entorna los ojos y resopla exasperada.

Llegamos a un elegante, pero pequeño edificio, Mila saluda al conserje, me presenta como su amigo, después vamos al elevador. Mientras subimos, ella mira fijamente el tablero del ascensor hasta llegar a su piso.

Mila abre la puerta de su apartamento, enciende la luz, la que ilumina el lugar tenuemente, y me invita a pasar. El lugar nos abraza con su calidez, Mila se quita el abrigo y yo la chaqueta, después los cuelga en el armario del recibidor.

—Aquí es donde vivo —pronuncia señalando el lugar, yo solo la miro a ella fijamente, llenándome de su belleza; cuanto extraño tenerla entre mis brazos—. Será mejor que te quites la ropa mojada o te resfriarás —sugiere mirándome con preocupación. Hipnotizado, miro el movimiento de sus dulces labios al hablarme; muero por probarlos de nuevo—. Te traeré, toallas secas —dice adentrándose en las habitaciones.

Desabrocho mi camisa, y segundos después, ella está de vuelta con un par de toallas en las manos.

—¿Qué pasa? —pregunta, al ver que la miro embelesado y sin pronunciar palabra.

No puedo contenerme más, impulsivamente la tomo por el cuello y la acerco a mí, para devorar sus labios en un ardoroso beso; siento la piel de su cuello estremecerse por completo.

Por un momento, ella me mira desconcertada, pero después cierra los ojos y ambos nos dejamos llevar por la pasión que aún sigue latiendo en cada célula de nuestros cuerpos.

Rodeo su cintura e intento pegarla a mí, pero ella se resiste poniendo sus palmas contra mi abdomen.

—No, Sebastian, primero debemos hablar —dice entre besos, pues no le doy tregua a sus labios.

—Ya esperamos un mes para hacerlo, qué importa que esperemos un poco más. Te necesito, Mila.

—Es importante lo que tengo que decirte, tal vez después de eso ni siquiera quieras saber más de mí.

—Con mayor razón, prefiero esperar para hablar. Mi pequeña, no tienes idea de cuánto he esperado y he soñado con este momento —confieso besando su cuello y siento como su respiración se agita, al igual que los latidos de mi corazón—, no tienes idea de cuánto te necesito. Te necesito como el aire que respiro, Mila —Vuelvo a rodear su cintura e intento pegarla de nuevo contra mi excitación, pero ella sigue sin bajar la guardia, aún sus manos se interponen entre nosotros—. Te necesito, pequeña ¡ahora! —recalco, en cierta forma temo que lo que me diga, vuelva a separarnos y de nuevo me quede sin sus besos, sin su piel y deseándola aún más.

Ella me mira con angustia, después cierra los ojos en señal de rendición.

—Hazme el amor, Sebastian —ruega en un jadeo—, yo también te necesito ahora.

Mila ahueca mis mejillas, pierde su mirada en la mía y después de llenarse de mi rostro, me besa suave, lento, pero poco a poco, nuestro beso se transforma en voraz.

La sorprendo girándola junto conmigo, la recargo contra la pared y entre besos, desabrochamos nuestros jeans de forma presurosa, ella el mío y yo el de ella, después bajo su pantalón junto con su prenda interior y ella termina por quitárselos con la ayuda de sus pies. Sin ningún esfuerzo, la levanto por los muslos y Mila envuelve mis caderas con sus esbeltas y bien torneadas piernas, y ahí la reclamo de nuevo como mía, solo mía.

—Eres mía, pequeña, nunca lo olvides —gruño contra sus labios, mientras la embisto una y otra vez, al mismo tiempo que mi mano se aventura bajo su enorme suéter, en busca de sus preciosos senos. Quiero sentir su excitación en sus rosados pezones y acariciar su delicada y sedosa piel. 

—Sí, soy solo tuya, mi amor —gime, mientras se aferra con fuerza de mi cuello.

Cuando ambos alcanzamos el cielo, la arrastro conmigo hasta el suelo, los dos sentados frente a frente, y Mila ahorcajadas sobre mi regazo. Ella descansa su cabeza sobre mi pecho, luce más agitada de lo normal, así que espero a que su respiración y los latidos de nuestros corazones, se normalicen, mientras eso pasa, acaricio su cabello y noto como su cuerpo se relaja.

Mila aún permanece en estado de estupor, así que la tomo en brazos, la llevo a la habitación principal y la recuesto sobre la cama. Después, beso el empeine de sus pies e intento acariciar con mis labios la piel de su pierna, pero Mila se incorpora y me detiene.

—Por favor, Sebastian, espera, tienes que escucharme.

—No, Mila, ahora no quiero escucharte. —Continúo besando la nívea y sedosa piel de sus piernas y la siento erizarse por completo—, quiero amarte, lo necesito y sé que tú también me necesitas.

—Claro que te necesito, Sebastian. —Se deja caer de espaldas y cubre su rostro con sus manos, respira profundo—, pero en verdad es importante lo que tengo que decirte —insiste mirando fijamente al techo.

—Mila, solo espera un poco más. No me prives de tus besos, de tu cuerpo o creo que moriré.

De pronto me incorporo y voy a la puerta a buscar el interruptor de la luz. Quiero desnudarla, contemplarla y llenarme de la belleza de su cuerpo.

—No, no la enciendas —pide ella con voz ronca. Solo un pequeño fulgor que se cuela por la ventana, ilumina tenuemente la habitación.

—Quiero verte, admirarte.

—Mejor, siénteme —sugiere incitándome a que suba con ella a la cama.

Hacemos el amor dos veces más, y aunque culminamos en poderosos orgasmos, mi deseo permanece intacto, es como si mi cuerpo también la extrañara y deseara recuperar cada día que pasó alejado del suyo.

Y Mila, ella tampoco disminuyó su libido , respondió como una guerrera a cada contienda, su sensual danza y sus gemidos, me acompañaron en cada embate.

Mila está exhausta, descansa sobre mi pecho mientras acaricio su cabello como sé que tanto ama, pero cubre su cuerpo con la sabana y luce pensativa.

—¡Diablos, no usamos protección! —exclamo alarmado.

—¡¿Qué?! —pregunta, incorporándose de golpe y mirándome confundida.

—Sabes bien que, en este momento, un bebé no conviene a nuestras carreras —Mila baja el rostro, cierra los ojos y niega con la cabeza a la vez que expele con frustración—. Yo aún no termino mis estudios y tú acabas de firmar contrato con Royal Ballet —explico, y Mila se sienta al borde de la cama y me da la espalda.

—¿Sabes? Es irónico que te preocupe tanto un tener un hijo en estos momentos, cuando tú mismo has metido a una mujer embarazada a tu casa —menciona con voz agitada, mirándome de reojo por sobre su hombro.

—Pero ni Melissa ni su bebé son mi responsabilidad. No tienes idea de cómo batalla, nadie quiere darle trabajo por su estado, y además de sufrir los achaques del embarazo, tiene que trabajar y estudiar hasta tarde, apenas si duerme. No quiero imaginar cómo será cuando nazca el bebé.

Escucho a Mila suspirar apesadumbrada.

—No te preocupes —dice mirando fijamente hacia la ventana—, jamás truncaría tus planes ni tus sueños obligándote a hacerte responsable de un embarazo que obviamente no deseas —menciona con voz apagada antes de ponerse de pie e ir al baño sin detenerse a mirarme. Sin planearlo, me pierdo en las curvas de su sensual cuerpo. Mila sigue estando muy delgada, pero ahora sus curvas parecen más pronunciadas. Me relamo los labios cuando mi vista se balancea al ritmo de su respingado trasero.

Me levanto y voy tras ella, pero me cierra la puerta en las narices.

—¿Qué pasa, Mila? —pregunto, tocando a la puerta—. ¿Por qué de pronto te pusiste seria?

—Nada, no pasa nada —responde desde dentro del baño—. Me daré una ducha.

—¿No quieres que nos duchemos juntos?

—Preferiría que no, estoy cansada. No tardaré —Su voz es interrumpida por el ruido del agua de la regadera.

Mila dice estar cansada y lo entiendo, pero su voz no suena cansada, suena afligida, incluso molesta. No entiendo por qué de repente su cambio de actitud.

¿Acaso Mila, quiere tener un bebé?

No lo entiendo, pero sí así fuera, no creo que sea el mejor momento. Claro que quiero tener hijos con ella, pero no aún. Primero me gustaría terminar mis estudios y consolidarme como publicista, para así tener algo que ofrecerle y poder darles a nuestros hijos una vida estable.

Minutos después, Mila sale con un enorme albornoz y una toalla en su cabello.

—Será mejor que te duches o te resfriarás, yo pondré tu ropa a lavar y secar —dice con voz seca y sin mirarme, mientras recoge mi ropa que quedó regada por la habitación.

Sale de la habitación, y yo entro al baño, me recargo en el lavabo, me miro al espejo mientras intento descifrar el porqué de su repentino cambio, pero no encuentro respuestas, solo suspiro frustrado y dejo caer mi cabeza en señal de rendición, después entro a la ducha y me doy un largo baño con agua caliente.  

Cuando salgo, encuentro a Mila recostada de lado y parece que ya duerme. Me acuesto junto a ella y la abrazo por detrás.

—Mila, mi amor. ¿Qué era eso tan importante que querías decirme?

—Por favor, Sebastian, déjame dormir. Anoche no dormí nada y estoy levantada desde las cuatro de la mañana de ayer, además debo madrugar —refunfuña—. Hablaremos mañana.

—Está bien, descansa, mi amor —Beso su hombro y sin dejar de abrazarla, me quedo dormido disfrutando de su aroma.

Cuando despierto, la habitación sigue en penumbras, pero Mila ya no está a mi lado en la cama, miro a mi alrededor y no hay rastro de ella. Me levanto, voy al baño, me lavo el rostro y cuando regreso a la habitación, encuentro mi ropa doblada sobre la cómoda.

Me visto y salgo de la habitación en busca de Mila. Pienso que tal vez debe estar en la cocina preparando el desayuno. Mila no está ahí, pero en la mesada de granito, encuentro un vaso con jugo de naranja, un poco de fruta picada y pan tostado.

Me empino el jugo, como un poco de fruta, tomo la tostada y la muerdo, después recorro el lugar, tratando de encontrarla.

—¡Mila! ¡Mila, ¿dónde estás?! —La llamo, pero no obtengo respuesta.

Camino hacia la estancia para admirar desde la ventana, el amanecer con vista al emblemático Hyde Park y encuentro a Mila en la terraza.

Ella está sentada en una de las sillas de jardín, abrazando sus piernas contra el pecho, tiene la mirada perdida en el hermoso parque y luce pensativa.

Abro la puerta de la terraza y enseguida siento el aire gélido en el rostro, noto que Mila se tensa, pero no se gira.

—Buenos días, amor —saludo, besando las pecas de su hombro descubierto, pues la tela de la bata, resbaló por su brazo—. Estás helada, deberías entrar —digo, acariciando su cuello desnudo, pues lleva su cabello recogido en un rodete.

—Estoy bien —asegura bajando su rostro y cubriendo su cuello del roce de mis labios.

—¿Qué pasa, Mila? ¿Por qué no quieres que te toque?

—Debemos hablar —sentencia con voz dura, y no sé por qué, pero presiento que no me gustará nada de lo que me dirá.

—Ok —digo sentándome en la silla de al lado, pero ella sigue sin mirarme—. Mila, ¿por qué me evades la mirada?

—No es fácil lo que tengo que decir —aclara, dedicándome apenas una pequeña mirada, después vuelve a bajarla.

—Lo que tengas que decirme, dilo ya.

Ella respira profundo, después me mira de frente.

—Lo nuestro no puede ser...

—¡¿Qué!? —Me levanto de golpe y la miro confundido. Sí, no entiendo qué quiere decir con que lo nuestro no puede ser, o no quiero entenderlo.

—Lo siento Sebastian, ya es tarde para nosotros...

—¿Es por el hombre de ayer? —La interrumpo y ella vuelve a bajar la mirada y veo que traga duro, mientras su mirada se mueve de un lado a otro con clara incertidumbre.

—¡No! ¡No sé!

—¿Cómo que no sabes?

—Apenas lo conozco, pero despierta en mí, sentimientos que no comprendo aún.

—Entonces es por Matt, ¿cierto? ¿Ahora estás con él? —inquiero con voz demandante, ella no afirma, pero tampoco lo niega.

¡Maldita sea la hora en que la dejé irse con él!

—Él ha estado todo este tiempo conmigo, no me dejó sola... —explica con mirada acusadora.

—Tú no lo amas, si no, no te hubieras acostado conmigo —señalo con convicción.

—Te equivocas, Sebastian, necesitaba hacerlo para confirmar de una vez por todas que ya no siento nada por ti —declara evadiendo de nuevo mi mirada.

Yo río y niego a la vez.

—No, Mila, a mí no puedes engañarme. Yo sentí como te estremecías con cada una de mis caricias, con mis besos...

—Solo fue sexo —comenta, con inconcebible serenidad.

—¡Por Dios, Mila, hicimos el amor! —vocifero con dolor.

—Lo siento Sebastian, pero para mí no fue así —aclara mirándome fijamente a los ojos con rostro impasible.

—¡Anoche me aseguraste que eras solo mía! —rememoro con voz desesperada.

—Lo hice en el calor del momento, solo me dejé llevar —expone con naturalidad, alzándose de hombros.

—¡Me dijiste que me extrañabas! —Le recuerdo en forma de reclamo—, ¿mentiste?!

—No, no mentí —asegura con mirada atormentada, pero sé bien que sí miente y no entiendo por qué lo hace—. Claro que te extraño, extraño lo que vivimos juntos, pero... —Se pone de pie, se cruza de brazos y vuelve a evadirme la mirada—. Ya no te amo, Sebastian —declara sin ningún remordimiento en su rostro.

—No, eso no es cierto, yo sé que aún me amas como yo te amo. —Me paro frente a ella, tomo su rostro entre mis manos, obligándola a que me vea a la cara, yo la miro con vehemencia, pero no encuentro emoción alguna en su mirada—. Entiendo que intentes aparentar ante todos, ser la «Reina de Hielo» como ahora te llaman, sé que lo haces porque no quieres que te lastimen más. Lo que no entiendo es por qué lo haces conmigo, por qué intentas convencerme de que ya no sientes nada por mí, si eso no es cierto.

Ella se aparta, cierra su bata y vuelve a darme la espalda.

—Mila... —Poso mi mano en su hombro, pero se encoge para evitar mi toque—, te conozco mejor que nadie, sé lo dulce que eres, conozco la nobleza de tu corazón, la inocencia de tu alma, y que todo lo que dicen de ti, no es cierto. Por favor, pequeña, no nos hagas esto.

—Al parecer no me conoces tanto como crees, ya no soy tan dulce ni inocente —expone con voz dura—. Ya no me importa todo lo que digan de mí, ya no le temo a nada, y ni tú ni nadie, volverá a lastimarme, ya no voy permitirlo.

—Mila, mi pequeña, yo lo que menos quiero, es lastimarte —digo en tono de súplica.

—El día en que tú me abandonaste, me di cuenta que no importaba cuanta gente me lastimara, o qué tanto lo hicieran, nada me dolía más que fueras tú quien lo hiciera, nada ha dolido más, que tú me decepcionaras. Me di cuenta de que de nadie esperaba tanta lealtad como de ti, por eso creo que nadie me ha fallado como tú lo hiciste. Ese día Sebastian, me rompiste el corazón. Lo siento, pero en verdad no puedo dejarte entrar en mi vida de nuevo, por eso me decidí a olvidarte y un mes fue más que suficiente para hacerlo.

—No, no te creo, tú nunca podrás olvidarme, como yo no te olvido. Estoy seguro de que sigues amándome como el primer día. Tal vez puedas fingir que ya no es así, pero tu cuerpo te traiciona, Mila, tu cuerpo no miente cuando se estremece por completo cuando te toco. Tu cuerpo no puede ocultar lo que mis besos te provocan —Sujeto sus hombros y la giro hacia a mí, pero me encuentro solo con una mirada vacía. Esa mirada tan hermosa que antes brillaba de amor y adoración, pero que ahora no expresa ningún sentimiento.

Me niego a creerlo, esto no está sucediendo. —Con frustración, paso mis manos por entre mi cabello.

—Tú fuiste el primero, por supuesto que siempre serás importante en mi vida.

—¿El primero? ¿Tú... tú y él... ya...? —indago lleno de miedo, ella no responde con palabras, pero lo hace con su actitud, pues baja la mirada apenada. Claro, yo lo vi salir de su apartamento a medio vestir, esa noche que nos fuimos a golpes en el bar; siempre sospeché que había pasado algo entre ellos y esto lo confirma, y en verdad me lastima en el alma, siento que voy a explotar—. ¿Y el chico de ayer? ¿Quién es él? —reclamo tomándola del brazo con fuerza, necesito que me vea a los ojos.

—¡Suéltame, no me toques! —dice soltándose con rudeza de mi agarre.

—¡Dime! —exijo de nuevo

—Él es solo un amigo de Matt.

—¡Ja! —río con sarcasmo, a la vez que niego con la cabeza—. ¿Y Matt sabe que te besas con sus amigos? ¿Qué te acostaste conmigo? —increpo y con cada palabra, subo más mi tono de voz—. ¡¿Quién eres ahora, Mila?! ¡¿En que te has convertido?! ¡Eres... eres una cualquiera! —Le recrimino lleno de rencor, sin poder contenerme más, a la vez que la miro con desprecio.

Ella endereza la postura y levanta su rostro con altivez; sin embargo, veo que sus ojos se cristalizan, pero ya no sé si es de irá o de dolor. No reconozco a esta Mila.

—No te atrevas a volverme a faltar el respeto —demanda con voz enfurecida, después se abraza a sí misma, y me da la espalda—. Te pido que te vayas, no quiero verte más.

—De verdad no entiendo por qué permites que tu orgullo te siga dominando, Mila. ¿No te das cuenta de que esto nos lastima a los dos?

Ella no me responde, permanece impasible, y es ahora cuando comienzo a creer lo que se dice de ella. La han lastimado tanto que se ha convertido en «Mila, la Reina de Hielo».

—¿Sabes qué? —señalo con resentimiento cuando veo que no obtendré más de ella, que solo indiferencia. Tengo el rostro endurecido y las manos en puños, quisiera golpear algo, o más bien a un par de idiotas—. Yo también tengo orgullo, y no volveré a buscarte más. ¿Me escuchaste, Mila? —Ella cierra los ojos un par de segundos y respira profundo, pero no me responde—. Y así como tú me has olvidado, yo también te olvidaré —decreto lleno de coraje y de ira, de nuevo Mila no muestra emoción alguna.

Entro a la casa, voy a la habitación a ponerme los zapatos, camino a la puerta, tomo mi chaqueta del ropero y abro la puerta para irme de ahí, pero antes, vuelvo mi vista hacia la terraza, donde aún está Mila, con la frente en alto, con la mirada fija en el parque y rostro imperturbable.

La observo y espero por varios segundos, aún tengo esperanzas de que me detenga, pero no lo hace. Salgo de su apartamento azotando la puerta tras de mí, con la firme convicción, de también salir para siempre de su vida.

Bajo las escaleras corriendo y enojado, limpio con rudeza las lágrimas que escapan de mis ojos sin permiso. No quiero llorar, Mila no lo merece, ya no lo merece.

Esta no es la Mila, de la que yo me enamoré. Yo me enamoré de la pequeña Mila que era dulce, amable, transparente, no guardaba rencor, era sensible. Esta Mila, parece carente de sentimientos.

Voy directo a la estación, necesito regresar a París, alejarme de ella lo antes posible, antes de que mi dignidad me traicione y regrese a suplicarle que no me deje.

El recorrido en tren, lo hago intentando dormir para no pensar, para no ponerme a llorar como un marica, pero su mirada vacía, no abandona mis pensamientos ni un solo instante y me atormenta todo el camino hasta París.

Al llegar, mi primer impulso es llamar a Theresa, pedirle que nos veamos en mi apartamento. Quiero castigar a Mila, y sé que nada la lastimaría más, que enterarse que me acosté con ella.

Me detengo antes de pulsar la tecla de marcar, me arrepiento cuando me percato de que el castigado sería yo, al soportar su voz chillona y sus constantes quejas. Además, si Mila ya no me ama, qué caso tendría involucrarme de nuevo con la lunática de Theresa, si a ella dudo mucho que le importe.  

Voy al bar donde conocí a Gustave y a sus amigos, necesito un trago, o más bien varios, quiero tomar hasta embrutecerme, hasta que ya no piense más en ella.

Estoy sentado frente a la barra y voy por mi décimo... en realidad ya no sé cuántos tragos llevo, pero de pronto escucho que alguien me llama.

—¡Ey Yanqui! —Veo a la exuberante rubia venir hacia a mí, mirándome y moviendo sus caderas de forma seductora—. Hola guapo, ¿qué haces aquí a estas horas?

—¡Danna! —La saludo con demasiada efusividad, creo que nunca antes me hubiera dado tanto gusto verla, como ahora—. ¡Qué casualidad, justo pensaba en ti! —expreso arrastrando la lengua, mientras recorro su cuerpo con mirada lasciva. Lleva un pequeño vestido de color rojo, entallado al cuerpo, con un escote que deja al descubierto parte de su busto y es tan corto, que apenas cubre su trasero.

—Vaya, veo que ya estás bastante tomado. No me digas que te rompieron el corazón —menciona de forma sarcástica, exagerando un mohín.

—¿De qué hablas?, yo no tengo corazón, lo dejé en Londres está mañana —me mofo, exagerando mi aparente tranquilidad.

—Creo que necesitas que alguien te consuele —señala Danna, sentándose en mis piernas y guiñándome un ojo. En respuesta, le sonrío de forma seductora, después tomo su cabello en un puño y la beso sin compasión—. Vamos a mi apartamento —propone, mordiendo su labio inferior de forma provocativa.

—No —niego con una sonrisa ladina—, mejor acompáñame al baño. Si vamos a tu apartamento, seguramente me arrepentiré en el camino.

Ella se levanta de mi regazo y me ofrece su mano, mirándome con pillería. Dudo un segundo, pero al final la tomo y la sigo al baño de mujeres, ahí aseguramos la puerta por dentro.

Apenas entramos Danna, se quita el vestido por encima de su cabeza, quedando solo en una diminuta tanga de encaje roja, después desabrocha mis pantalones y hace uso de su mano para despertar mi apetito sexual, no tarda nada en querer montarse sobre mí, pero la detengo tomándola con fuerza del brazo. Estoy borracho, pero no soy idiota, no me expondré a nada con Danna; antes de introducirme en ella, me pongo el preservativo.

Ahí la tomo con fuerza contra la pared, mientras ella gime de forma escandalosa.

Me siento ridículo, como si tomara parte en una de esas películas porno barata, que incluso dan risa, pero estoy tan enojado, que con todo y vergüenza, la embisto bruscamente, mientras repaso en mi cabeza, la escena de Matt saliendo de su apartamento a medio vestir, y a ese hombre besándola sin que ella lo aleje, y cada que lo hago, repito en mi mente una y otra vez, como si fuera un mantra:

¡Te voy a olvidar, Mila, te voy a olvidar! ¡Te voy a olvidar, Mila, te voy a olvidar! ¡Te voy a olvidar, Mila, te voy a olvidar! ¡Te lo juro...!

*Espero sus comentarios, qué querrán golpear a Mila y a Sebastian, incluso a mí, pero espero que cuando lean el próximo capítulo, comprendan el por qué de su separación 🙈
Que tengan dulces sueños 😉😘😘

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