Capítulo 32

*Sorry, que quedé de publicarlo ayer, pero de verdad me fue imposible, todo el día estuve fuera de casa y no tuve acceso al archivo, pero ya aquí se los dejo 🙈
Espero sea de su agrado...

Salgo de la oficina de Elizabeth después de lograr contener mis emociones, no quiero que nadie note que he llorado, incluso le pido permiso para usar su baño para lavar mi rostro con agua fría y aliviar la irritación, como siempre hago cuando no puedo controlar las lágrimas.

—Adiós Corinne, fue un gusto verte —me despido de la amable secretaria.

—Adiós Mila, vuelve pronto. —Se despide con un efusivo abrazo, yo asiento con una sonrisa melancólica.

Aleksander se pone de pie y caminamos juntos hacia la salida.

—¿Estás bien? —De reojo veo que él me observa detenidamente.

—Sí, ¿por qué?

—Porque se nota que has llorado.

—Me emocionó mucho ver a mi profesora —respondo sin mirarlo.

—¿Tu profesora? Si no mal recuerdo, Matt me contó que estudiaste en NYCB.

—Estuve aquí en algunos veranos, y ella siempre ha sido un gran apoyo para mí, la madre que no tuve.

—¿No tienes mamá? —pregunta asombrado.

—Lamentablemente, sí —digo con amargura, él me observa intrigado, mientras yo trato de detener un taxi.

—¿Lamentablemente?

—No ha sido la madre que yo necesitaba.

—Lo siento.

—No lo sientas, tú no tienes la culpa —respondo con tono seco.

—Sabes a lo que me refiero —menciona con voz condescendiente.

—Ni siquiera sé por qué te cuento todo esto.

—Tal vez porque en el fondo confías en mí, aunque no quieras aceptarlo —sugiere, después busca mi mirada, creo que espera que le cuente más, yo solo me alzo de hombros.

—¿Alek...?

—¿Sí?

—Tengo que hacer una parada más.

—Volverás a buscarlo, ¿cierto? —pregunta, mirándome de forma analítica por entre sus pestañas. Yo respondo afirmativamente con un movimiento de cabeza—. Está bien, supongo que es algo que tienes que hacer —dice, corroboro asintiendo, él acepta con un movimiento de ojos.

Un taxi se detiene y le pido que nos lleve a donde vive Sebastian. El trayecto lo hacemos en completo silencio, creo que Alek se da cuenta de que no tengo ganas de hablar, cuando me recuesto en la ventanilla y cierro los ojos, haciéndole creer que descansaré mientras llegamos a nuestro destino; tengo mucho que pensar.

Comienza a oscurecer para cuando llegamos al edificio de apartamentos. El conserje me informa que Sebastian aún no ha llegado, pero que la chica que vive con él, le dijo que él no está en la ciudad y que no sabía cuando volvería.

¿La chica que vive con él? repito en mi cabeza con la mirada perdida. ¿Será Theresa? O tal vez sea la chica con la que lo vi por la mañana Lo que es cierto, es que quien quiera que sea esa chica que vive con él, eso confirma que Sebastian continuó con su vida, sin mí.

—Lo siento, debe ser difícil saber que ya vive con alguien más —comenta Aleksander, mirándome con lástima; no le respondo. Le doy las gracias al conserje, después salgo a la calle sintiéndome aturdida, él me sigue—. Supongo que crees que no fue buena idea venir.

—Te equivocas, al menos me queda la tranquilidad de que lo intenté —manifiesto con voz firme, pero con la mirada llena de incertidumbre.

—Yo creo que era necesario que vinieras, así te das cuenta de una vez por todas que es tiempo de continuar con tu vida. —Asiento pensativa, controlando las inmensas ganas que tengo de ponerme a llorar, solo bajo la mirada. 

—Debes creer que soy una lunática que acosa a su ex —pronuncio, al tiempo que río con un dejo de tristeza.

—No, lo que creo es que lo extrañas. Además pensaría que eres una lunática, si te le hubieras lanzado a golpes a la chica que estaba con él, o que la mandaras matar. —Alexandre logra sacarme una sonrisa.

—No lo había pensado, pero es buena idea. —Él me sonríe con ternura.

—También podrías cortarle los frenos a su moto o rayarle el auto a la muchachita esa, que por cierto, no te llega ni a los talones. —Vuelvo a sonreír, pero niego con la cabeza.

—Tal vez este loca, pero no le deseo mal a nadie —comento con voz abatida y forzando una sonrisa, después dejo escapar un gran suspiro—. Será mejor que regresemos a Londres, no tiene caso quedarnos.

Volvemos a detener un taxi, ahora le pedimos que nos lleve a la estación Gare du Nord. Ya ahí, compramos tickets para regresar a Londres por el eurotunel.

—Vamos, ordena algo de cenar, solo has hecho una comida en el día. Vi que dejaste tu desayuno —dice cuando el tren comienza a avanzar y los meseros comienzan a tomar las ordenes. No puedo creerlo, ¿él también estará al pendiente de que me alimente?

Accedo y ordeno lo más saludable que encuentro en el menú.

—¿Quieres hablar de tu ex? No sé, tal vez quieras desahogarte.

—No, no te contaré de mi vida privada. —Niego también con la cabeza.

—Bien, entonces cuéntame ¿cómo está eso del ballet? Podría decirte que me encanta, pero la verdad mentiría porque no sé nada del tema, claro excepto lo que Matt nos cuenta, pero ni siquiera he ido al teatro... —Aleksander habla sin parar, y no puedo evitar que me haga sonreír. Me giro a mirarlo, es tan parecido a Sebastian, tal vez no físicamente, pero sí en lo alegre e irreverente, es atrevido y todo un seductor.

—No sé qué puedo contarte, al parecer tú sabes más sobre mí, que yo.

—Solo sé lo que Matt nos ha contado, pero también sé que ha omitido muchas cosas, porque siempre que hablaba de ti, notaba que se contenía para no decirnos algunas cosas. —Asiento pensativa, sé a qué se refiere—. Entonces, ¿me contarás? Vamos, quiero saber todo de ti.

—En realidad no soy tan interesante, más bien soy aburrida.

—A mí sí me interesas y mucho. —Me sonrojo, y evado su mirada—. ¿No me dirás nada?

—Decirte nada... ¿de qué? —pregunto intrigada.

—A cabo de decirte que me interesas.

—No, no tengo nada que decir al respecto.

—Bien, entonces cuéntame del ballet. —Vuelve a insistir y creo que será mejor llevar ese tema y evitar el de su interés por mí.

Respiro profundo antes de comenzar—. Bueno, pues practico ballet desde los dos, estuve en American Ballet hasta que fui invitada por NYCB para pertenecer a la compañía a los catorce, y hace un mes vine a Londres donde ahora estoy como artista invitada en Royal Ballet, eso es todo. Esta es mi vida resumida en unas cuantas palabras. Como ves, no es tan interesante —digo levantando los hombros con indiferencia para quitarle importancia al asunto.

—¡Wow! Desde los dos años, debes ser estupenda como dice Matt. Me encantaría verte bailar algún día.

—Estamos por presentar la temporada de otoño, en unos días estrenaremos Jewels en el Opera de París.

—Ahí estaré —promete—. Supongo que la escuela de baile debe ser bastante presión —comenta, mirándome fijamente a los ojos, con una seductora sonrisa, que hace que me sonroje por completo.

—No es así, en realidad amo bailar, es mi puerta de escape.

—Ya veo —menciona con tono analítico, mirándome con los ojos entrecerrados—. Dime algo, ¿por qué bailas?

Lo pienso solo unos segundos antes de responder.

—Bailo porque amo esa sensación de volar lejos de todo lo que me lastima y siento que me ata, esa sensación de alcanzar las estrellas, de ser libre, porque cuando lo hago no soy yo, soy alguien más, soy un personaje que siempre consigue su final feliz —expreso con pasión, pero con un dejo de nostalgia en mi voz—. Cuando bailo siento todo lo que no soy en la vida real —confieso, abriéndole mi corazón, como a pocos se los he mostrado. No sé por qué, pero a pesar de no querer volver a confiar en nadie, con Aleksander siento que sí puedo hacerlo.

Él me mira fijamente, con admiración, como Sebastian me miraba, intimidándome con sus hermosos ojos azules, tan parecidos y casi tan hermosos como los de él.

¡Sebastian, Sebastian, Sebastian, ¿cuándo dejaré de pensar en él?!

¡Por Dios, estoy volviéndome loca, Sebastian y su mirada me persiguen a donde voy!

Siento mi corazón latir a mil por hora.

Para mi suerte, en ese instante traen nuestra cena y el mesero interrumpe su escudriño cuando coloca los platos sobre la mesa.

—Entonces, lo que haces es evadirte —asegura, insistiendo en el tema, yo desvío mi mirada a mi nuevo reto, mi cena.

—Tal vez —digo encogiéndome de hombros, tomo el tenedor y corto un minúsculo trozo de mi pescado—, pero el ballet es lo único bueno que tengo en la vida. He tenido otras mejores, pero no están más —revelo antes de llevarme el tenedor a la boca.

—¿Cómo...? —Alex me mira atento, entonces intento coger un pequeño chícharo con mi tenedor.

—Como Sebastian, como mi hermanita pequeña, como mis amigos, como mi padre... —respondo, mientras remuevo los chícharos con el tenedor. Es cierto que me estoy esforzando por comer, pero tengo que hacerlo muy lento y con bocados muy pequeños.

—¿Tu hermanita y tu padre murieron?

—¡Oh no! ¡Gracias a Dios, no! —exclamo con alivio—. Mi papá se casó con otra mujer, formó otra familia con ella y no volvió a ocuparse de mí, y no me refiero a lo económico, me refiero a tiempo, a cariño. Antes era un padre realmente asombroso y amoroso, después solo enviaba los cheques para compensar el cariño que me negaba. —Suspiro—. Y mi hermanita... ella es la adolescente más pesada y adorable que puedas imaginarte, lista como nadie, no tienes idea de cuanto quiero a mi ratón. Se fue a un internado de música a Rusia, ni siquiera pudimos despedirnos y no he vuelto a saber de ella desde que se fue. Le envío mensajes, cartas, pero no he obtenido respuesta.

—¿Ratón?

—Así le digo porque fue prematura, y cuando nació era tan pequeña como un ratón.

—Mila, ¿puedo preguntarte por qué terminaste con Sebastian?

—No, preferiría no hablar del tema.

—De nuevo te estás evadiendo, pero está bien no te presionaré. Anda, termina tu cena —ordena como si fuera mi padre y yo una niña pequeña.

¿Pero qué se ha creído? Entorno mis ojos con fastidio y me concentro en mi cena.

Media hora después, Aleksander ya terminó con su enorme hamburguesa y con su orden de papas fritas, pero mi plato permanece casi intacto. No dice nada, solo observa como me alimento, mientras yo me fuerzo a terminar mi comida.

—Mila, por favor respóndeme algo. —Accedo con un leve asentimiento—. Te he estado observando todo el día y me parece que tienes un problema... ¿acaso padeces un trastorno alimenticio? —inquiere, mirándome alarmado, escudriñando mi cuerpo a conciencia. Yo cierro mi abrigo instintivamente.

—¡Wow, qué gran descubrimiento! —menciono con sarcasmo, cierro los ojos y expelo con exasperación, después bajo la mirada.

—No entiendo de qué hablas —responde con gesto preocupado.

—Soy el tema de moda en las redes sociales, y tú finges que no lo sabes —respondo enfadada, al tiempo que niego.

—No soy aficionado a las redes, además no estoy pendiente de los chismes —explica, yo lo miro con desconfianza—. ¿Cuánto? —exige.

—¿Cuánto qué? —pregunto con un gesto impaciente.

—¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo.

—No lo sé —respondo irritada.

—Mila... —pide en tono de advertencia—, por favor.

—Desde los diez, ¿ok?. —vocifero a la defensiva, cruzándome de brazos, después miro hacia la ventanilla, no se ve nada, pero no quiero verlo a los ojos.

—¡Diablos Mila, ¿por cuantas cosas has pasado?! —dice realmente molesto.

—Créeme, no tienes idea —digo enojada, enojada con la vida, enojada conmigo por permitir tanta porquería, pero ya no, ¡ya no!

—Tu madre, cuéntame de ella. Casi siempre es culpa de las madres, ellas son las que nos hacen fuertes o nos hunden.

—Mi madre, si así se le puede llamar, nunca lo ha sido. Nunca ha estado para mí, solo para controlar mi vida y usarme a su conveniencia. Me ha dañado como no tienes una idea. No sé si lo que dices es cierto acerca de las madres, pero con respecto a mi madre no te equivocas, ella me ha hundido en lo más oscuro que alguien puede vivir.

—Todo esto, ¿se lo has contado a tu psicólogo?

—Sí, la mayor parte.

—¿Por qué no todo? —pregunta exasperado.

—¡¿Por qué?! ¡Porque me avergüenza, por que no es fácil aceptar que tu propia madre no te quiere, que es capaz de asesinar y de atentar contra su propia hija con tal de salirse con la suya y seguir controlándome! —exclamo en voz alta, esta vez es de rabia, de impotencia.

—¿Asesinar? ¿Atentar contra su hija? ¿Mila, qué te hizo tu madre? —inquiere con voz exigente, yo tengo mis manos en puños.

—¡Basta, no tengo porqué contarte mi vida! ¡Tú no eres mi psicólogo, no tienes ningún derecho a inmiscuirte en mi vida! —acoto con voz dura, resoplando por la nariz; estoy muy molesta—. Ahora déjame cenar en paz —puntualizo, regresando a mi lucha diaria.

—Lo siento, no debí presionarte —manifiesta con voz arrepentida.

Tengo mi vista en mi pescado y en mis vegetales, los que parecen interminables, de reojo veo a Aleksander asentir y mirarme fijamente, pero no dice más. Así pasamos el resto del recorrido, sin volver a hablar. Yo logro terminar con mi cena antes de llegar a Londres.

—Mila, por favor perdóname... ¿sí? —ruega antes de abandonar el tren.

—No tienes porqué pedir perdón, no eres tú quien me ha lastimado —digo sin mirarlo.

—Te acompañaré a casa —sentencia, cuando salgo de la estación y como buena «sombra», me sigue.

—No iré a casa, iré a la compañía —miento, no quiero que sepa dónde vivo.

—Bien, pues te acompañaré a la compañía.

—No es necesario —digo, caminando a la estación del metro más cercana, él me sigue los pasos. Resoplo exasperada—. ¿Es en serio? ¿Cuánto tiempo más me seguirás? —pregunto sin mirarlo ni detenerme.

—Hasta que estés segura en casa.

—¡Por Dios! —Río, niego y me giro a enfrentarlo, todo a la vez—. Tal vez no lo sabes, pero vivo sola, no necesito que nadie cuide de mí. —Él, en respuesta, se alza de hombros—. ¡Arhg! ¡Eres insufrible! —exclamo exacerbada—. Solo... —Le apunto a la cara—, solo aléjate de mí si no quieres que te denuncie por acoso. —Le advierto, después continuo mi camino.

Aleksander mantiene su distancia, pero viene detrás de mí. No me queda de otra, más que dirigirme hacia la compañía como dije.

Cuando llegamos a la estación del metro Covent Garden y salimos, comienza a llover. Yo saco el pequeño paraguas que siempre llevo en mi bolso desde que vivo en Londres, pues llueve seguido y prefiero evitar un resfrío. Aleksander se cierra la chaqueta, y viene detrás de mí, sin importarle que la lluvia lo empape.

Lo ignoro un par de cuadras esperando a que desista de escoltarme, pero cuando veo que no lo hace, me compadezco de él. Suspiro rendida y con una seña lo invito a refugiarse junto conmigo, bajo mi paraguas. Él se ofrece a llevarlo y así caminamos, codo con codo hasta la escuela de baile.

Yo trato de mostrarme impasible, pero de reojo veo que me observa con una sonrisa coqueta, y cada que nos tocamos sin querer, siento una sensación rara en el estómago.

—Adiós Alex, debo entrar —digo señalando a la entrada a la compañía—. Puedes llevarte el paraguas.

—Mila..., dime que mañana almorzarás conmigo. 

—No, Alek, no almorzaré contigo. Ya quedé con Matt.

—Cancélale —sugiere con increíble naturalidad.

—Claro que no, no le cancelaré a Matt.

—Igual vendré por ti —advierte con sonrisa divertida.

—¿Acaso no sabes aceptar una negativa? No, es no —asevero.

—No, no acepto una negativa —advierte, yo pongo mis ojos en blanco y expelo con frustración.

—Ok, lo pensaré. —Decido dejar a la «Reina de Hielo de lado», y accedo. Creo que después de comprobar que Sebastian continuó con su vida, debo dar vuelta a la página como sugirió Elizabeth.

Aleksander me besa de forma efusiva, apenas un toque de labios, pero me sorprende y siento mi rostro teñirse de rojo.

—Gracias preciosa, vengo por ti a las dos, ¿está bien?

—Aún no he dicho que sí —alego.

—Igual vendré. —Me guiña un ojo.

—Eres como una piedra en el zapato —me quejo, y niego a la vez que contengo las ganas de reír, él me mira divertido.

Aleksander se aleja unos pasos, caminando de espaldas, me mira y sonríe de forma seductora.

  —Alek... —Le hablo cuando está apunto de girarse para irse—, gracias por acompañarme en este día tan difícil. —Por fin bajo la guardia, pues creo que si no hubiera sido por su compañía, este día hubiera sido mucho más duro de lo que fue.

—Gracias a ti, por dejarte acompañar —expresa, acortando la distancia que segundos antes había interpuesto entre los dos.

—Yo no dejé que me acompañaras, pero de igual forma te pegaste a mí, como un chicle en la suela del zapato —Vuelve a reír y de pronto me sorprende con otro rápido y efusivo beso, y sin proponérmelo, una pequeña sonrisa aparece en respuesta. Me encanta que sea impulsivo, como me encantaba que Sebastian lo fuera. ¡Dios!, ¿qué estoy haciendo? me reprendo en pensamientos—. Deja de hacer eso —exijo intentando parecer firme, pero creo suena más como un ruego.

—¿A qué te refieres?

—A besarme, deja de hacerlo, por favor.

—¿Me privarás de tus labios? —pregunta exagerando su mortificación, yo afirmo—. ¡Oh, acabas de romper mi corazón! —expresa con gran teatralidad, llevándose la mano al pecho. Yo me muerdo la lengua para no reír, a cambio lo miro con severidad—. Ok, no volveré a besarte... lo haré hasta que tú lo quieras —advierte, mirándome por entre sus pestañas, con una sonrisa pícara en sus apetitosos labios.

Pero qué estoy pensando —Niego y pongo los ojos en blanco.

—¿Mila, me prestas tu celular? —Lo miro con desconfianza, sé lo que quiere hacer. Sebastian regresa a mi mente.

—¿Necesitas hacer una llamada?

—No, en realidad quiero que me des tu número de teléfono —Lo sabía, pero esta vez no caigo; sonrío con suficiencia—. ¿Qué es tan gracioso?

—Tú.

—¿Yo?

—Sí, lo que intentabas hacer con mi celular, seguro todas las chicas caen, pero ese truco ya me lo sé.

—Tienes razón, pero no me has dicho si me darás tu número o no. —Lo pienso unos segundos, no le veo sentido, pero tampoco no encuentro ningún motivo para negarme.

—Está bien, préstame tu cel. —Enseguida me lo da, yo tecleo mi numero, lo guardo en sus contactos como «Mila, amiga de Matt Harrison» y se lo devuelvo, Él hace algunos cambios, y pone «Mila, la chica más linda del mundo», vuelvo a sonreír con timidez, después me marca, mi cel vibra, lo miro divertida, pero no respondo.

—Ese es mi número. —Ahora él toma mi cel y teclea en él, después me lo devuelve. Veo lo que escribe y sonrío tímidamente cuando veo lo que escribió. «Aleksandre, tu más grande admirador»—. Espera mi llamada porque te hablaré continuamente.

—Ok, solo te advierto que casi nunca lo respondo. Paso la mayor parte del día en ensayos y lo tengo en mi bolso, sin sonido.

—No te preocupes, soy paciente y muy persistente, ya veré la forma de qué me respondas.

—Como quieras —digo alzándome de hombros—. Cuéntame un poco de ti, ¿estudias con Matt?

—En la misma universidad y la misma carrera, sí, solo que yo voy un año adelantado, también compartimos departamento junto con Cooper y Ethan.

—¿Y Barbara y Emma? —averiguo con curiosidad.

—Ellas sí están en su clase.

—A Barbara le gusta Matt, ¿cierto?

—Sí, ella muere por él, pero Matt solo tiene ojos para ti, siempre nos lo ha dejado en claro. ¿No me dirás que estás celosa?

—Al contrario, me daría mucho gusto que Matt encuentre a una buena chica y se olvide mí. Yo no puedo corresponderle como mujer y odio lastimarlo. Yo de verdad lo quiero, él es uno de mis mejores amigos, me apoyado cuando más lo he necesitado.

—¿Y a mí, Mila? ¿A mí sí podrías corresponderme?

—Alek... ni siquiera te conozco.

—Me gustas Mila, y mucho. —Vuelvo a sonrojarme y bajo la mirada con timidez.

¡Dios! Cómo podré olvidarme de Sebastian, si todo me lo recuerda, y su espontaneidad vuelve a hacerlo.

Aleksander eleva mi barbilla con su indice, y cuando levanto la vista, por encima de su hombro veo a Sebastian, quien nos mira fijamente desde la acera de enfrente y luce devastado.

—¿Sebastian? —musito en un jadeo, mientras lo veo pasando sus manos por su cabello en un gesto de frustración, después da media vuelta, deja caer sus hombros en señal de rendición y camina, alejándose del lugar.

—¿Qué? —pregunta Aleksander, mirándome confundido, después mira atrás, hacia donde va mi vista, y sin darle oportunidad de decirme más, impulsivamente camino a paso rápido, detrás de mi amor.

—¡Sebastian! —grito con todas mis fuerzas, no puedo dejarlo ir de nuevo. Él se detiene, pero no se gira—. Por favor, no te vayas. —Le ruego—, necesitamos hablar.

Sebastian se gira, y lo sorprendo aferrándome a su cintura. Él duda, pero después también me estrecha con fuerza entre sus brazos.

—Mila, mi pequeña, no sabes cuánto te he extrañado —declara con voz ronca, y besando mi cabello.

—Lo sé, Sebastian, lo sé porque yo te he extrañado tanto o más que tú a mí —confieso mirándolo a los ojos.

—¡Tengo todo el día esperándote!

—¡Fui a París a buscarte! —decimos los dos al mismo tiempo. Lo observo con atención, está empapado.

—Esta mañana me enteré de lo que ese hijo de puta volvió a hacer —gruñe las siete ultimas palabras—, necesitaba saber si estás bien —declara con voz desesperada, tomando mi rostro entre sus manos y mirándome con vehemencia.

—Yo necesitaba verte, que me acompañaras... Lo denuncié, Sebastian, denuncié a mi agresor —confieso con la voz quebrada y los ojos llenos de lágrimas de emoción.

—Sabía que podrías, mi pequeña —expresa, mirándome con orgullo, después vuelve a estrecharme con fuerza contra su pecho—. Hubiera querido acompañarte, estar contigo en esos momentos que sé, fueron muy duros para ti.

—Yo también quería que estuvieras conmigo, por eso fui a buscarte. 

—Perdóname, mi amor, perdóname por dejarte sola —Sebastian besa mi frente y la calidez de sus labios en mi piel me confirman que él está aquí, esta vez no es un sueño.

Es real, Sebastian está aquí conmigo, refugiándome en su brazos, mi lugar favorito en el mundo, y no quiero que me suelte jamás...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top