Capítulo 30
Observo con atención la interacción entre Sebastian y la chica que lo abrazó, ella le dice algo, y Sebastian la mira extrañado, después ella teclea algo en su celular y se lo muestra. Él lo toma de sus manos y clava su vista en el teléfono, parece que lee algo.
Mientras, yo escudriño a la chica. Es una joven delgada bastante bajita al lado de Sebastian, así como yo, tiene un largo cabello de color castaño y sus ojos parecen ser azules; bastante bonita para mi gusto, bastante bonita como para que Sebastian se olvide de mí.
Lo pienso por un segundo, y me doy cuenta de que ellos no se besaron, de seguro ni siquiera son pareja, pero pienso que tal vez él está intentando continuar con su vida, una vida sin mí. No tendría nada de malo, cuando yo misma se lo pedí.
Sebastian pasa ambas manos por su cabello, luce contrariado. De pronto veo que se dicen adiós con la mano, después ella entra a la escuela y él sube a su moto; se va.
—¡Sebastian! —grito impulsivamente, al tiempo que él enciende la motocicleta y parece que no me escucha. Bajo la banqueta para cruzar la calle, pero alguien me detiene y evita que un auto me arrolle.
—¿Él es tu ex?
—¡Aleksandre, ¿qué haces aquí?! —pregunto cuando salgo de mi asombro, después, sin esperar a que me responda, regreso mi vista a Sebastian y lo veo alejarse a toda velocidad. Le grito de nuevo y en un intento desesperado, corro tras de él tratando de alcanzarlo, pero Aleksander me alcanza y me detiene.
—No creerás que puedes alcanzarlo, ¿cierto?
Ni siquiera le respondo, miro hacia ambos lados de la calle en busca de un taxi, detengo al primero que pasa y le pido que siga al hombre de la motocicleta, apuntando hacia al final de la calle. Aleksander, sube del otro lado.
—Mila, con este tráfico dudo mucho que lo alcances, ¿por qué mejor no lo llamas?
Sin pensarlo, desbloqueo mi iPhone, después desbloqueo su número y le marco, pero al mismo tiempo miro por la ventanilla, tratando de descifrar hacia dónde fue, pues no se ve por ningún lado. Le marco al menos cinco veces, pero desvía la llamada directamente al buzón. También intento enviándole mensajes de WhatsApp, pero ni siquiera los recibe.
Trato de recordar como llegar al apartamento de Sebastian, y no dejo de marcar, mientras miro a mi alrededor tratando de identificar las calles que me lleven a su casa.
Aleksander se mantiene en silencio, mirándome con curiosidad, yo ignoro su presencia en el auto.
—¡Aquí, aquí es! —Le grito al chofer, cuando reconozco el edificio.
El auto para, bajo sin pagar, y voy directo hacia el portero.
—Busco a Sebastian Nichols —Le digo al hombre en la puerta.
—Él no está, salió —responde sin siquiera llamarlo.
—Necesito verlo, es urgente. Por favor, llámelo a su apartamento.
El hombre une sus cejas en un gesto de intriga, después levanta el auricular y teclea un numero en el aparato, mientras espero ansiosa, veo a Aleksander pagar el viaje, después baja del taxi y viene hacía mí.
—No entiendo qué haces aquí. Quiero que te vayas. —Le exijo sabiendo lo celoso que es Sebastian, no quiero imaginar otro mal entendido si me ve con él.
—Lo siento, el joven Nichols no contesta en su apartamento. Él regularmente llega hasta la noche.
Niego al tiempo que lo miro mortificada, después cierro los ojos y respiro profundo.
—Por favor, dígale que vino a buscarlo Mila, Mila Davis.
El hombre asiente con un movimiento de cabeza y anota en una libreta.
Salgo del edificio, miro ambos lados, después suspiro resignada.
—No pensarás esperarlo aquí todo el día —menciona Aleksander con gesto analítico, yo entorno los ojos, después me siento en la banqueta y descanso los brazos y la cabeza sobre mis rodillas, sintiéndome abatida.
—Aún no me dices qué haces aquí —increpo con voz severa.
—Vine a acompañarte —responde con increíble naturalidad, sentándose a mi lado.
—Has estado siguiéndome todo este tiempo. —Lo acuso con dureza, él solo se alza de hombros, de nuevo pongo los ojos en blanco y giro mi cabeza para el otro lado.
¿Dónde estás Sebastian? ¿Por qué no respondes? —Le hablo con el pensamiento.
Después de analizar la situación, me pongo de pie sin decir nada. No debo olvidar el asunto que me trajo a París, y Aleksander tiene razón, no puedo esperarlo aquí todo el día. Más tarde regresaré, y con suerte podremos hablar.
Camino hacia la esquina para detener otro auto, y siento a Aleksander seguirme los pasos, y me giro a enfrentarlo.
—Deja de seguirme —acoto, girándome a enfrentarlo con mis manos a modos de jarras.
—No te dejaré sola.
—¿Sabes?, es gracioso, eres algo así como mi tercera sombra —menciono con exagerado sarcasmo, al tiempo que retomo mi camino.
—No entiendo.
—No eres el primero que se cree mi sombra —satirizo sin mirarlo, mientras le hago la parada a un auto.
—El primero fue él, ¿cierto?
—En realidad no tengo por que responderte. —Abro la puerta del auto, subo y cierro la puerta, dejándole en claro, que él no vendrá, pero igual sube por la portezuela delantera.
—Ya te lo dije, no te dejaré sola.
—No necesito niñera —puntualizo con voz ruda, y él vuelve a alzarse de hombros, yo niego incrédula y a la vez exasperada.
El chofer nos observa discutir, después me pregunta a dónde vamos. Saco la tarjeta de mi bolso, se la entrego y le pido que me lleve a la dirección escrita en ella, enseguida arranca el auto.
El recorrido es realmente corto, y nos detenemos frente a una casa enorme ubicada en el centro de París. Antes de bajar del auto, observo con atención la lujosa residencia, es tan parecida a la de mi madre, que la historia comienza a parecerme familiar. Al frente hay un jardín, es pequeño pero hermoso.
Bajo del auto, muy lentamente, sin quitar mi vista de ella, después me giro a pagarle al taxista, pero Aleksander ya lo hace.
—¡Wow, acaso venimos a ver a alguien de la realeza! —exclama Aleksander, con rostro impresionado.
—¿Venimos? —pregunto con clara ironía, frunciendo el entrecejo.
—Ya te lo dije, no te dejaré sola —manifiesta con gesto arrogante.
No le respondo, solo niego y resoplo exacerbada, después me acerco a la puerta principal, pero antes de tocar la campanilla, uno mis manos en forma de rezo y las acerco a mis labios, cierro los ojos, respiro profundo y clamo mentalmente— ¡Dios, ayúdame! ¡Dame fuerzas, por favor!
Me levanto de puntas para alcanzar la campana, pero Aleksander se me adelanta y la toca con fuerza.
—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Por qué hiciste eso?! —Le reclamo, mirándolo con incredulidad.
—Vi que te costaba decidirte, te ayudé a hacerlo —responde con increíble naturalidad, y se alza de hombros.
—¡Era mi decisión, no tenías ningún derecho de intervenir! —Le recrimino con molestia—. Eres... eres un...
—Buenos días, en que puedo ayudarlos —interrumpe la voz de una joven mujer, la que miro alarmada.
—Yo... yo... —balbuceo con nerviosismo, mientras la miro fijamente. Su uniforme, me hace creer que es de la servidumbre.
—¿Sí? —insiste, observándome intrigada.
—Buscamos... —interviene Aleksander, yo lo miro completamente desconcertada y enfurecida también—, a....
¿Pero quién se cree? ¿Cómo se atreve?
—A la señora Favre, Lorraine Favre. —Lo interrumpo.
—No sé si pueda recibirla, la familia pasa por un momento difícil...
—Es importante —recalco—. Por favor, dígale que soy Mila Davis.
—¿La bailarina? —La chica boquea—. Usted es la chica... —Antes de que termine la frase, afirmo avergonzada, con un apenas perceptible movimiento de cabeza—. Claro, ahora la anuncio —dice antes de entrar.
Espero ansiosa, comiéndome las uñas, con el rostro bajo y mirando fijamente hacia la casa por entre las pestañas, pero de reojo veo al entrometido amigo de Matt, observándome sin poder ocultar su curiosidad.
De pronto veo a la señora Favre asomarse por la puerta, al verme viene hacía a mí con grandes zancadas.
—¡Mila! —exclama en un jadeo, y me mira anonadada—. Por favor, pasen—. Nos invita, después de ver a mi insoportable acompañante.
Entramos a la elegante casa y lo primero que llama atención, es un enorme marco con la imagen de una hermosa bailarina.
—Ella es Mia, la artista de la familia —expresa con gran orgullo.
Yo permanezco inmersa en la imagen de la chica, es tan parecida a mí cuando yo era una adolescente. Ojos verdes, cabello largo de color castaño oscuro, tez blanca... tan delgada que luce de unos doce o trece años.
»Sí, lo sé, el parecido es sorprendente.
—¿Son familiares? —pregunta Aleksander, apuntándonos a ambas, las dos negamos—. Una disculpa, permítame presentarme. Soy Aleksander White, amigo de Mila —dice con total desfachatez, ofreciéndole su mano a la madre de Mia, no lo contradigo, sigo con la mirada clavada en la pintura de la chica, pero niego con incredulidad.
—¿Cuántos años tiene? —pregunto con precaución.
—Trece.
Es más joven que yo, cuando me pasó —pienso, cierro los ojos y expelo con pesar, al tiempo que me abrazo y froto mis brazos para calmar los escalofríos.
—Por favor, pasen al salón —dice Lorraine, mostrándonos el camino—, ¿les gustaría tomar algo? —Yo niego.
—Un vaso con agua, por favor —solicita mi descarado «amigo».
—Si me lo permite, me gustaría hablar con Mia —digo dirigiéndome a Lorraine, ella asiente—, pero antes creo que es importante que me aclare algunas dudas.
—Claro —acepta.
—Aleksander, por favor, ¿podrías dejarnos solas? —Le pido, perdiéndome en los ojos llenos de incertidumbre de la madre de Mia, reojo observo que él se pone de pie.
—Por supuesto
—Tracy, por favor acompaña al joven al jardín y sírvele una bebida refrescante —Le ordena a la mucama, y ellos salen del salón.
—¿Cómo supo que fue él? ¿Ella se lo dijo? ¿Cómo es que este maldito se acercó a su hija? ¿Por qué todos saben del asunto? —Las preguntas salen de mi boca como un vendaval, son tantas las dudas que me carcomen—. ¿No entiendo por qué se ha hecho público? Debieron protegerla...
—Responderé cada una de tus preguntas, pero primero quiero disculparme por lo que te dije anoche —dice con actitud humilde—, estaba desesperada, nunca fue mi intención ofenderte.
—No se disculpe, usted tiene razón, soy cobarde, siempre lo he sido, pero ya no quiero serlo —declaro con convicción—. Ya no —agrego, para convencerme, ella me sonríe con ternura.
—Comenzaré contándote desde un principio. Mia ama el ballet, baila desde los cuatro años y siempre ha soñado con ser parte del Opera Ballet de París. Bien, pues la oportunidad se dio meses atrás, cuando la escuela convocó a una audición —explica con detalle—. Yo llevé a Mia a inscribirse, pudimos haberlo hecho en línea, pero ella quería conocer la escuela. La hubieras visto, su sonrisa era radiante, creo que nunca la había visto tan feliz —me cuenta con voz tranquila y una pequeña sonrisa en sus labios, pero de pronto, está se ve ensombrecida y sus ojos se llenan de lágrimas, yo trato de controlar las mías, tomo su mano y la estrujo suavemente—. Al salir, chocamos con un hombre que subía las escaleras. Entonces no me di cuenta, pero ahora que lo pienso, nunca lo vi entrar. Clavó su mirada en Mia y le dedicó una sonrisa seductora, yo misma me sentí atraída por el atractivo hombre. Se presentó como Patrick Dijou, profesor de baile —La miro extrañada, pero escucho atenta, intentando no anticiparme a nada—. Nos preguntó si veníamos por lo de la audición, a lo que obviamente dijimos que sí. Me entregó su tarjeta personal y se ofreció a preparar a Mia para la audición, garantizándonos su entrada en la escuela. —Ella niega y cubre su boca tratando de acallar sus sollozos—. Yo la puse en sus manos... —se culpa en un chillido, después cubre su rostro y se sacude contra ellas.
Me siento a su lado, la abrazo, y es inevitable, lloro con ella.
—Ensayó con él un par de meses —continua, cuando logra calmarse—, llegó el día de la audición y ella bailó como nunca, estaba tan contenta porque estaba segura de ser admitida y quedaron en festejar con un helado cuando eso pasara. Para ese entonces, ya confiaba en él, nunca mostró un comportamiento extraño, o se sobrepasó con ella, por el contrario, Mia se convirtió en su favorita, ella tenía toda su atención a pesar de los celos y las quejas de las demás chicas y de sus madres, nos sentíamos especiales... ¡Dios, ¿cómo pude confiarle a mi niña?! —exclama en un sollozo, esta vez le cuesta más tranquilizarse, yo la consuelo acariciando su espalda. Respira profundo antes de seguir.
—El día llegó, mi princesa fue aceptada, recuerdo que saltaba por toda la casa y todos gritábamos de felicidad, cuando él llamó para felicitarla e invitarle el prometido helado de celebración. Quedaron en que yo la llevaría a la heladería y más tarde la recogería en su estudio de baile, no le vi nada de malo, el estudio siempre estaba concurrido. Estaba estacionando el auto, cuando la vi salir corriendo, lucia aterrorizada, lloraba y temblaba. Bajé, corrí a su encuentro y le pregunté qué le pasaba, pero ella solo negaba y me repetía una y otra vez que la sacara de ahí. —Lorraine relata con voz desesperada con el rostro empapado por las lágrimas, y el mío no es la excepción, es como si estuviera reviviendo esa noche, entiendo perfectamente cómo se sentía Mía, rota, desolada—. No entendía nada, quería entrar y preguntarle a su profesor. Creí que tal vez algunas chicas la molestaron, ya antes había pasado, pero jamás imaginé la verdad, o tal vez mi intuición de madre me lo gritaba, pero me negué a creerlo. Subí a mi hija al auto y la traje a casa, ella lloró todo el camino y no quiso hablar por más que insistí que me contara. Al llegar ella se encerró en su habitación, le rogué que abriera la puerta, pero no lo hizo, con impotencia la escuchamos lamentarse. Eso fue lo más duro que había tenido que pasar en toda mi vida, oír a mi hija llorar destrozada y no poder consolarla, claro, hasta que me enteré de lo que le habían hecho, entonces quise morir. Cuando llegó su padre, él tumbó la puerta y la encontramos tendida en el suelo, echa un ovillo, llorando sin parar, desde ese día no ha querido salir de su habitación.
—¿Él... él tiene un estudio de baile? —pregunto con voz temblorosa.
—Sí.
—Pero su nombre...
—Ahora sabemos que lo cambió, ya antes alguien más lo había denunciado, pero esta no procedió porque la chica nunca se presentó a reconocerlo ni sus padres ratificaron la denuncia, pero su nombre ya llevaba la marca de un delito sexual.
¡Dios!, otra niña más abusada por mi cobardía.
—¿Mia se los dijo? —indago, y ella asiente.
—Pasaron un par de días antes de que me lo confesara. Le mentí, le prometí que no sé lo diría a nadie, entonces lo hizo, me dijo que su profesor de baile había abusado de ella y la amenazó con volver hacerlo si decía algo. En ese instante me olvidé de mi hija, de su dolor, solo quería que ese maldito hombre pagara por la atrocidad que había cometido en contra de mi pequeña. Corrí al teléfono a denunciarlo, después llamé a mi esposo y los dos fuimos a buscarlo para reclamarle, y asegurarnos que lo arrestaran. Estaba dando una clase, cuando mi esposo irrumpió en el salón y se le fue le encima, lo golpeó sin piedad, mientras yo le gritaba que ere un maldito violador. Estábamos fuera de sí, no pensábamos con claridad, había niños y padres presentes, incluso algunos de ellos grabaron la escena, después el escándalo fue inevitable. Él fue arrestado, y en el proceso se descubrió su verdadera identidad. Era Fabienne Doufor, el mismo que un mes atrás, los chismes del medio, hablaban de que había abusado de ti —concluye, mirándome a los ojos llena de incertidumbre.
Asiento levemente, pero después niego al tiempo que cierro los ojos con fuerza y comienzo a hiperventilar, no puedo pararlo más, siento que las emociones me asfixian.
Ahora la madre de Mia es quien me consuela y me abraza con fuerza, pero yo la aparto y la miro con súplica.
—Lo siento, de verdad lo siento —repito, hincándome frente a ella, sintiéndome avergonzada—, todo esto es mi culpa. Por favor, tienen que perdonarme.
—No, no —Ella se hinca frente a mí, levanta mi rostro y lo acaricia con dulzura—, el único culpable es él, tú también eras una niña. Pero ahora ya eres una adulta, y sé que eres más fuerte. Es hora de ponerle un alto a ese demonio, debe pagar por lo que le hizo a mi hija, por lo que te hizo a ti, y sabrá Dios a cuantas niñas más—. Niego mortificada con la idea—. Por el momento él está arrestado, pero mi hija se rehusa a denunciarlo, y mucho menos permite ser examinada por un médico, ya han pasado varios días, y el fiscal cree que sin pruebas que lo incriminen, no podrá retenerlo en prisión por mucho tiempo. Además nos preocupa mucho su salud.
—Va a pagar —sentencio, asintiendo con firmeza—. No, permitiré que le haga daño a ninguna niña más.
Me levanto, ayudo a Lorraine a hacerlo también, después me siento en el sofá, recargo mis codos en mis rodillas y me inclino hacia enfrente, cubro mi rostro y respiro profundo, repito este ejercicio hasta que logro dominar mis emociones.
—¿Podría pasar a su toilette? —Ella afirma y me indica el camino.
Salgo después de lavar insistentemente mi rostro con agua fría, me doy cuenta de que me convertí en una experta aliviando la irritación de mis ojos después de haber llorado, no importaba cuantas veces había prometido no volver a hacerlo, nunca he podido cumplirlo.
Lorraine me conduce hasta la habitación de su hija, mientras, me cuenta que tiene dos hijos más que son cuates, niño y niña, quienes están muy tristes y preocupados por su hermana y son a los únicos a los que Mia les permite estar cerca.
Nos detenemos frente a una puerta blanca con una placa rosa en forma de zapatillas de ballet con el nombre de Mia escrito en ella. La señora Favre toca y sin esperar respuesta, entra.
—Mia, tienes una visita.
—No quiero ver a nadie —responde con voz abatida. Mia está recostada en su cama abrazando sus rodillas, con la mirada perdida en la ventana, dos niños pelirrojos, como de ocho años, están sentados a su lado; el varoncito está acostado a su lado abrazándola y la mujercita le trenza el cabello.
Ni siquiera recuerdo cuantas noches pasé de la misma forma, buscando la manera de evadirme de la realidad, una realidad que lastimaba profundo.
Con una pequeña seña, Lorraine le pide a sus hijos pequeños que salgan, los tres lo hacen cerrando la puerta tras de sí.
Lleno mis pulmones de aire, después entro, con pasos lentos.
—Hola, Mia —digo con voz pausada, y la veo tensarse.
—Salga, no quiero hablar con nadie —exige con voz molesta.
—Mia, yo...
—¡Quiero que se vaya! —grita, mirando por sobre su hombro, de pronto se incorpora y me mira anonadada.
—Soy...
—Sé quién eres —aclara, recostándose de nuevo de lado, pero ahora mirándome con pesar. Su apariencia me apena, luce mal, sus ojos están rojos e hinchados de tanto llorar, y su rostro muestra huellas del camino que toman las lágrimas al deslizarse por él.
—Mia, yo... —titubeo—, me gustaría que platicáramos.
—Esta no era la forma en la que soñaba conocerte, quería que fuera una ocasión especial, en el teatro, después de verte bailar, tú dándome tu autógrafo y tomándote fotos conmigo.
—Creo que este día es especial, al menos para mí —menciono con tono condescendiente.
—¿Por qué? ¿Por qué ahora conoces a alguien como tú? —inquiere con amargura.
—Porque hoy haré algo que debí hacer hace seis años, por fin me liberaré de está culpa, y si tú quieres, lo haremos juntas, denunciaremos a nuestro agresor —sugiero mostrándome serena, pero ella niega rotundamente con la cabeza, después se acuesta boca abajo y mete su cabeza bajo la almohada, yo me acerco y quiero tocarla, consolarla, pero no sé si le guste que la toque, así que me abstengo.
»Mia..., entiendo cómo te sientes... —Ella gimotea con fuerza—, sé que te sientes sucia, triste, desolada, que estás enojada, y que tienes miedo, mucho, también sé que te sientes culpable...
—¡Yo tengo la culpa! —declara con voz desesperada, saliendo de su escondite e incorporándose en la cama, lágrimas ruedan incesantes por sus mejillas, yo niego mirándola con dulzura, controlando las imperiosas ganas de ponerme a llorar con ella, tengo que ser fuerte.
—No Mia, tú no tienes la culpa —aclaro sentándome a su lado en la cama, tomo sus manos entre las mías y la miro fijamente a los ojos, ella niega mortificada—, el único culpable es él. ¿No te das cuenta?, ese depravado te engañó, te tendió una trampa... . A mí me costó mucho tiempo entender que nunca fue mi culpa. Y yo... yo preferí esconderme tras el miedo y solo le di más poder —declaro con voz abatida, pues con cada palabra que pronuncio, me doy cuenta de cuánto me equivoqué.
—Es que tú no lo entiendes, yo sabía que había algo mal cuando llegamos al estudio y el lugar estaba solo. Él dijo que reservó ese día para ensayar solo conmigo, porque yo era una estrella, su estrella. Me hizo sentir especial y me olvidé de hacerle caso a mi intuición que me decía que no entrara, fue más poderosa mi vanidad, que mi miedo. —Solloza contra sus manos.
Es escalofriante, pensar en cómo este maldito hombre la cazó y la manipuló.
—En todo caso, creo que si yo lo hubiera denunciado antes... —se me quiebra la voz—, él no te hubiera hecho esto también a ti —termino en un chillido, respiro profundo y continúo—. Lo sé, es mi culpa... Por favor, perdóname. —Le ruego, y ella se acerca, me abraza, y acaricia mi cabello.
—No, no tengo nada que perdonarte, tampoco es tu culpa. —Ella niega contundente y me mira compasiva.
—Mia..., no quiero que tú cometas lo mismos errores que yo cometí o también te arrepentirás, como lo hago yo ahora. No quiero que un día te enteres, de qué otra chica fue abusada porque tú no lo denunciaste, porque sé que no te lo perdonarías nunca, como yo no me perdono ahora. —Hago una pausa para tomar aire—. Mia, tú... tú puedes hacer las cosas distintas, puedes darle un rumbo diferente a tu vida, no repitas los mismos errores que yo —digo sin poder evitar que se escuche como un ruego, odiaría que repita mi historia de autodestrucción.
Ella me mira atormentada, imagino la batalla que se lleva acabo en su cabeza, esa misma batalla que yo viví cientos de veces; solo espero que Mia deje de culparse y se decida a apostar por su sanación y su felicidad, en vez de darle más poder al miedo, a la desolación y la desesperanza, como hice yo.
—No sé, tengo mucho miedo... él... —dice entre sollozos, y sus ojos muestran terror—, él me amenazó, dijo que si decía algo, me volvería a lastimar.
Sus palabras me trasladan hasta ese momento en que Fabienne me dijo lo mismo. Siento mi cuerpo estremecerse por completo cuando recuerdo su mirada amenazante traspasándome, su mano en mi cuello estrujando con fuerza, y la infinidad de veces que después deseé que hubiera acabado conmigo en ese instante, que hubiera acabado con el infierno en el que había convertido mi vida. Es tan palpable el recuerdo de su amenaza, que siento sus dedos acariciando mi mejilla. No puedo controlarlas más, las lágrimas punzan por salir. Impulsivamente la abrazo.
—Igual que a ti, mis amigos me decían que lo denunciara, que debía hacer algo al respecto, pero nunca los escuché, pues sentía que no me entendían, que ellos no comprendían el miedo y la culpa que sentía, porque ellos no habían pasado por algo así. Pero yo sí te entiendo, Mia, y ahora sé que debí escucharlos. Ocultar el pasado, el negarlo, no sirve de nada, de igual forma te alcanza y termina por arrastrarte a una red de mentiras y destrucción.
—No sé si pueda...
—Sí puedes, Mia. Lo haremos juntas, nos daremos fuerza la una a la otra, te prometo que no te dejaré sola con esto. —Mia se aferra a mi cuello y se sacude sollozando contra mi pecho, yo ahogo los míos para contagiarle fuerza, mientras acaricio su cabello para tratar de reconfortarla. Ni siquiera estoy segura de que todo lo que digo sirva o le ayude en algo, pero al menos quiero que sepa que no está sola—. Además, tus padres te aman, ellos no te dejarán sola en esta lucha, te guiarán de la mejor forma para que logres salir adelante sin que sigas culpándote ni lastimándote, creyendo que lo mereces. —Termino la frase con voz quebrada—. No lo mereces Mia..., ni tampoco yo lo merecía... —sollozo, sin poder contenerme más.
Ambas nos aferramos la una a la otra, y lloramos por largo rato, le permito y me permito desahogarnos, sé que eso le ayudará. Por arriba de su hombro, puedo ver un librero que está al lado de su escritorio, en él se exhiben trofeos y medallas de sus logros como bailarina, pero el mejor y más valioso de sus trofeos, son la media docena de portarretratos con fotos de ella con los miembros de su familia. Una fotografía con sus padres, otra con sus dos hermanos pequeños, quienes la miran con admiración, hay una más en la que sale con toda su familia y todos lucen felices, también hay una con su mascota, un pequeño perro de raza Yorkshire terrier, y otras hermosas fotografías más, pero es una en especial la que me conmueve, su madre y ella abrazadas, sonriendo radiantes, pero lo más emotivo, es la dicha que Mia trasmite y la forma en la que su madre la mira, con indiscutible amor. Siento un puñal en el corazón al pensar en que yo no tengo ni una sola foto así con mi madre, y de seguro nunca la tendré.
—Mia, me gustaría ir hoy mismo a la comisaría, ¿qué decides, me acompañas? —Ella asiente con convicción, y aunque sonríe, aún su mirada luce triste y aterrada—. Bien, ¿te gustaría que te ayude a cambiarte o prefieres que le hable a tu madre?
—Por favor, háblale a mamá, ella de seguro estará feliz de saber que iremos.
Acepto con un gran sonrisa, ella va al baño y yo salgo en busca de su madre. Al abrir la puerta, encuentro a los gemelos sentados en el piso frente a la puerta de la habitación de Mia, ambos lucen mortificados.
—Mia estará bien, pero necesita que ustedes le demuestren cuanto la aman —digo acuclillándome frente a ellos, y ambos sonríen aliviados.
Al ir bajando las escaleras, escucho a la señora Favre, discutiendo con un hombre, y conforme me voy acercando, me doy cuenta de que con quien discute, es su esposo, pues ambos gritan y se culpan uno al otro por lo que le pasó a Mila.
—¡Tú pusiste a Mia en esa situación y todo por tu maldita obsesión con el ballet! —vocifera el señor Favre.
—¡¿Me culpas a mí?! ¡Te pedí que revisaras sus antecedentes y preferiste delegarle ese trabajo a tu secretaria!
—Discúlpenme si me entrometo —interrumpo, los dos giran hacía mí y me miran avergonzados—, pero creo que no ganan nada culpándose el uno al otro. El único culpable aquí, es Fabienne. Hoy más que nunca, Mia los necesita unidos, no permitan que sus temores y el dolor, rompan la armonía que existe en su familia.
Ambos asienten al mismo tiempo que intercambian miradas, después se abrazan y se piden disculpas entre sí.
Una hora después, estoy sentada en la sala de la comisaría, con la mirada perdida, imaginando el calvario que Mia está viviendo en este instante mientras la examinan, lo único que alivia un poco el tormento, es saber que su madre está con ella, tomándole la mano y aligerando su carga en este proceso tan terrible.
Soy consiente de la presencia de Aleksander, quien me sorprende tomando mi mano y la estruja con suavidad; el aleteo de las mariposa en mi estómago, es automático, no es como con Sebastian, pero definitivamente, Aleksander despierta sentimientos que aún no entiendo. Él no pregunta ni dice nada, solo me muestra su solidaridad con su compañía y su silencio, esa es la que más aprecio.
—¡Mila Davis! —Me llaman por mi nombre, es ineludible, siento que mi rostro pierde color—. Por favor, pase, le tomarán su declaración.
Me pongo de pie, pero al hacerlo me tambaleo, las piernas me tiemblan, y mi mirada se nubla.
—¿Estás bien? —pregunta Aleksander, yo asiento con un movimiento de cabeza—. No te ves bien, de pronto te pusiste pálida. ¿Quieres que te acompañe?
—No, gracias. Esto es algo que debo hacer sola.
Él asiente, acaricia mi mejilla y pasa un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, un gesto tan intimo, que me hace estremecer.
—Recuerda que no estás sola, que yo estoy aquí contigo —pronuncia, con sonriéndome con dulzura. Yo le respondo sonriendo con melancolía.
Como quisiera que fuera Sebastian quien estuviera a mi lado en estos momentos.
Enderezo mi postura, respiro profundo y aún sintiéndome trémula, sigo a la chica que me indica el camino.
Paso un poco más de dos horas, narrando cada segundo de esa trágica noche, respondiendo preguntas que parecen acusarme a mí de haber incitado el delito. Que si que ropa llevaba..., que si yo le coqueteé..., que si yo lo invité a estar conmigo..., que si estaba segura que había sido violación...
¡Por Dios!, no puedo creer tanta tontería, cómo pueden hacer sentir a las víctimas de abuso como si fuéramos las culpables. Acaso no era suficiente con la culpa que ya sentíamos, para que ahora además nos acusaran de haberlo provocado. Me preocupa que Mia también sea acosada de esa forma, pero al menos me tranquiliza saber que a ella la acompaña su madre y no dejará que la intimiden.
Después, Mia y yo somos llevadas a una sala de reconocimiento, yo me ofrezco a entrar primero.
Cinco hombres con características físicas muy similares, son expuestos frente a mí detrás de un grueso vidrio que me aseguraron, evita que ellos puedan vernos.
Un policía les ordena que se pongan de frente al vidrio, y ni siquiera necesito ver a los demás. Lo reconozco de inmediato, Fabienne está ahí y observa fijamente hacia mí, como si supiera que estoy ahí.
—Es el número tres —afirmo con voz ronca y total seguridad.
—Señorita, por favor, obsérvelos bien —insiste el oficial.
—Es él, no hay duda —corroboro sin quitar mi vista de mi violador.
Fabienne no ha cambiado nada, la única diferencia, es que ahora lleva el cabello largo en una cola de caballo y tiene un recortado y prolijo bigote, pero nunca podría olvidar esa mirada que me traspasaba mientras me embestía una y otra vez, robando mi inocencia sin piedad alguna.
Por fin, maldito hijo de p..., por fin pagarás por todo el daño que nos hiciste a Mia y a mí. Ojalá te pudras en la cárcel —Lo maldigo en pensamientos.
Tuve ganas de traspasar el vidrio, pararme frente a él y abofetearlo, golpearlo con todas mis fuerzas y tantas veces, hasta que sintiera al menos el mínimo dolor que nos provocó a Mia y a mí.
Cuando salgo de la sala de reconocimiento, Aleksander me ofrece sus brazos, e impulsivamente acepto el refugio y el consuelo que me ofrece «mi tercera sombra», en él encuentro el alivio que necesito después de este largo día de completa tortura.
Después es el turno de Mia, no me dejan hablar con ella, pues no quieren que influya en su decisión, pero veo que luce aterrada, está tan pálida que creo que se desmayará. Busca mi mirada antes de entrar a la sala, yo asiento y le sonrío, haciéndole saber que estoy segura de que ella podrá hacerlo. Mia toma un fuerte respiro, después entra con la cabeza en alto, y sus padres entran a su lado, Lorraine toma con fuerza su mano y su padre pasa su brazo por sobre sus hombros. No es mi hija, pero me siento realmente orgullosa de ella. Ojalá yo hubiera podido ser tan valiente como Mia lo es a su corta edad.
No tardan mucho dentro, solo unos cuantos minutos. Mia sale y viene corriendo a mi encuentro.
—¡Pude hacerlo, Mila! —declara con gran emoción, y los ojos llenos de lágrimas.
Yo asiento, también emocionada hasta las lágrimas.
—Sabía que podrías —digo con orgullo.
—Tú también lo hiciste, pudiste, Mila.
Vuelvo a afirmar, al mismo tiempo que río y lloro.
—Sí, pude hacerlo —declaro en un sollozo.
Ni siquiera sé por qué lloro cuando por fin siento que me libero de está pesada carga que creí que nunca podría soltar. Tal vez sea porque dicen que la gente termina por acostumbrarse a todo, y yo estaba tan acostumbrada a estas cadenas que me ataban al dolor, y ahora que me veo liberada, me da miedo vivir.
Mia, Lorraine y yo, salimos de la comisaría tomadas de la mano; y cierto, lloramos, pero también sonreímos y nos miramos entre sí; estamos seguras que después de haber dado este gran paso, las cosas mejorarán para nosotras. Aleksander y el señor Favre, vienen detrás, haciéndonos sentir seguras y respaldadas.
Sé que a Mia aún le espera una larga lucha por delante, pero me emociona ver su valía, y su actitud ante la adversidad, sin duda su madre y su familia, serán su pilar.
Yo aún no sé cuántos obstáculos más me presentará la vida ni que me depara el futuro, pero nunca debo olvidar que mi lucha es diaria; sin embargo, sé que no importa qué tan grandes sean los retos, sin duda lograré superarlos uno a uno.
Hoy me siento una vencedora y por fin me siento libre.
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