Capítulo 25

Llego a Coney Island y no sé ni como lo hice, solo sé que caminé y caminé sin siquiera pensarlo. Lo hice decidida, guiada por las voces en mi cabeza que me repetían una y otra vez que no valgo nada, que ya nada tenía sentido, voces que me repiten lo poco valiosa que soy y lo estúpida que fui al ilusionarme con una vida llena de amor, y de felicidad, cuando en el fondo siempre supe que jamás la tendría, que ni siquiera la merecía, que los demonios de mi pasado jamás romperían mis cadenas, y que el dolor, la vergüenza y el miedo, siempre estarían ahí, acechando en la menor oportunidad para volver a hacerme su presa; y cada palabra en mi cabeza, se había vuelto una certeza en mi vida.

Voy directo hacia el muelle y me detengo hasta donde este termina, justo en el borde. El cielo está nublado y amenaza una gran tormenta, siento el viento acariciando mi rostro y haciendo revolotear mi cabello y mi vestido blanco. Cierro los ojos por unos segundos, intentando llenarme de fuerzas, para seguir, para no rendirme, pero en la oscuridad de mi alma solo encuentro un enorme dolor, y una lacerante agonía.

Mi vida siempre ha sido una lucha constante, una batalla contra mí misma, una guerra que ahora estoy dispuesta a perder.

Esta mañana cuando desperté en el apartamento de Matt, me sentí diferente, ya nada era igual, era una sensación extraña, como si yo ya no fuera yo, y ya no fuera Mila, la pequeña bailarina, la princesa de Sebastian. Es como si hubiera perdido mi identidad, y en realidad ya lo he perdido todo. Incluso la lucha diaria que vivo contra la comida, también perdió sentido, pues todo por lo que me había esforzado, mi motivación, simplemente se había esfumado, más concretamente, había viajado a París junto con su ex novia.

Abro los ojos y enseguida soy seducida por el turbulento movimiento de las olas del mar y la oscuridad de su profundidad, pronto me vuelvo cautiva de su maleficio, como si del canto de una sirena se tratara, y me robara toda voluntad.

—Perdóname Dios mío, pero no puedo más —exclamo mirando al cielo, pensando en cuantas veces deseé este momento de rendición, un momento que se dice que solo los cobardes tienen. Pues tal vez sea porque soy una cobarde, pero simplemente ya me cansé de ser valiente, siento que no tengo más fuerzas para luchar. 

—¡Mila! —Escucho que a lo lejos me llama la voz de Matt, pero no me importa, ya nada importa.

Lentamente subo a la baranda, cierro los ojos y sin pensarlo más, salto al mar. El agua está helada, pero lejos de molestarme, siento una extraña y agradable sensación de entumecimiento, como sí esta frialdad anestesiara todas mis emociones y sentimientos, adormeciendo cada dolor, cada miedo, cada amor, y ya no siento nada, nada...

Ni siquiera pienso en lo que sufrirán mis padres, porque sé que ni siquiera les dolerá, incluso creo que mi madre se alegrará y no se detendrá en descalificar mis acciones. De seguro dirá que fui una tonta y tendrá razón, fui muy tonta al creer que algún día me amaría, fui muy tonta al lastimarme a mí misma buscando su aprobación, fui muy tonta al ilusionarme con el amor, cuando sabía bien que eso no podía pasarme a mí. Mi padre quizás sienta algo de remordimientos, pero al final dejaré de ser un estorbo para él y su nueva familia. Lo único que me mortifica, es el ejemplo que le doy a mi hermana, ella de seguro creerá que fui muy cobarde, y se enojará conmigo, solo espero que algún día me comprenda y entienda que era algo con lo que no podía más y pueda perdonarme. Y Sebastian... en verdad ya no sé cómo reaccionará, sí realmente le dolerá o no, pero una parte de mí desea castigarlo, hacerle sentir culpable, la otra, sufre de solo imaginarlo roto por mi partida; sin embargo, nada de eso me detiene, ya no quiero bailar, si no es con él a mi lado.

Continuo nadando hasta lo más profundo que mi oxigeno y las fuerzas me permiten, hasta que la marea me atrapa, y no lucho por salir a flote, solo me abandono a su poder y me dejo llevar por su aprisionante corriente.

Tan solo quiero claudicar y dormir por siempre...

Todo está oscuro, pero de pronto una pequeña luz brilla a lo lejos, nado hacia ella cuando escucho que alguien me llama, pero no importa cuánto patalee y bracee, ni siquiera me acerco.

—No te rindas, Mila, debes ser fuerte —dice una voz que retumba fuerte en mis oídos.

—¿Robert? —pregunto, cuando me parece reconocer su voz, y giro sobre mi eje, tratando de encontrarlo entre tanto caos y confusión.

—Sé fuerte, por favor. Yo te necesito. —Su rostro se materializa frente a mí, lo miro confundida, y cuando intento tocarlo, este desaparece.

—¡Mila, pequeña...! —Escucho la voz de Sebastian como un eco lejano. De pronto todo está oscuro de nuevo, y no puedo controlar la ansiedad y la angustia que me embarga. Giro a mi rededor buscando un camino, una salida, pero la oscuridad me envuelve en un abismo de terror—. ¡Mila, mi amor, no me dejes...! —ruega Sebastian.

Un poco de luz regresa, e impulsivamente y con verdadero desespero, nado hacía arriba con todas mis fuerzas, pero siento que se me acaba el aire, que las fuerzas me abandonan y la superficie no deja de parecer lejana.

—¡Mila! ¡Mila! —me llaman, pero no reconozco la voz.

—Mila, no te rindas —De nuevo la voz de Robert.

—Mila, pequeña, no te vayas —llora Sebastian.

Giro atormentada, buscándolos, a la vez que nado con ansia, intentando no hundirme más.

De pronto siento que una mano toma mi muñeca y me hala hacia al fondo, acrecentando la incertidumbre y haciendo imposible mi emersión.

Abro mis ojos a la vez que tomo una gran bocana de aire y toso instintivamente.

—¿Estás bien? —¿Estoy bien? En realidad no lo sé, solo sé que me siento muy confundida y que mi corazón late a toda prisa.

Miro mi cuerpo, toco mi ropa, está seca, luego miro a mi alrededor, y para mí alivio veo que estoy en el avión, y Matt está sentado a mi lado, mirándome preocupado.

—Mila, ya llegamos a Londres, el avión va a aterrizar debes ponerte el cinturón —indica mi amigo con voz suave. Solo asiento como autómata y dejo que él lo abroche—. ¿Tenías pesadillas? Te movías mucho y te escuché quejarte.

—Sí —suspiro aliviada—, al parecer solo fue una pesadilla —musito, forzando una sonrisa, después tomo un fuerte respiro—. ¡Gracias, Dios! —digo en pensamientos—, yo no puedo rendirme y no lo haré —declaro solo para mí, aún con el corazón retumbando con fuerza en mi pecho.

Desde la ventanilla del avión, puedo admirar la ciudad londinense, puedo divisar claramente el río Támesis, el puente de la Torre, el Eye London y el Big Ben. Mientras, medito cómo es que mi vida dio un giro tan radical, uno de ciento ochenta grados, no puedo creer que en este momento estoy por arribar en Londres en compañía de Matt.

Ni siquiera lo imaginé un día antes, cuando al subir al taxi afuera del edificio donde vive Sarah, Matt me sorprendió subiendo por la otra puerta del pasajero segundos antes de que el vehículo avanzara.

—¿Matt? ¿Qué haces aquí? —Le pregunté mirándolo intrigada.

—Llegué ayer, vine por el cumpleaños de mi madre. Me enteré de lo que pasó... —señaló, yo bajé la mirada avergonzada—. ¿Tú adónde vas? —cuestionó mirando con curiosidad a Romeo que estaba en su jaula.

—Aún no lo sé —admití con gesto abatido.

—Vendrás conmigo, ahí podrás pensar con calma y decidir qué es lo que harás —afirmó, y sin esperar respuesta, le indicó al chofer a donde ir, mientras, yo solo lo observaba mortificada.

Al llegar al apartamento de Matt, él me ayudó con la jaula de Romeo y se encargó de que subieran mis maletas a su piso. Ya dentro me dirigió a la sala, me invitó a sentar, corrió escaleras arriba, y segundos después bajó con una frazada en las manos, con la que me cubrió.

—Estás helada —indicó mientras me arropaba, pero yo me aparté de su abrazo. No me sentía cómoda, ni en su apartamento, ni con su toque.

—Estoy bien. —Me levanté y caminé hasta la jaula del gato, la que Matt dejó en la entrada—. De seguro Romeo tiene sed —dije evadiendo su mirada de lástima.

—Claro —respondió poniéndose también de pie—, en la cocina, hay agua. Permíteme, yo la traeré —dijo tomando el plato de mis manos—. ¿Tú quieres algo, un café, un té, algo de comer?

—Gracias, solo un vaso con agua, por favor —respondí mientras me senté en el suelo, junto a la jaula.

Liberé a Romeo que maullaba ansioso, enseguida saltó a mi regazo y se frotó contra mí. Lo percibí nervioso, creo que estaba tan asustado como yo por la rapidez con la que sucedieron las cosas. Él de seguro no entendía que hacíamos en otro apartamento que no era el nuestro, al igual que yo, que no entendía cómo es que terminé ahí, huyendo de todo y de todos, huyendo de un pasado que aún seguía lastimándome.

Matt regresó con el contenedor de Romeo lleno y con un vaso con agua para mí, me lo entregó, y después se sentó a mi lado.

—Mila, te quedarás en mi habitación, yo me quedaré en el sofá —informó, y yo solo asentí, mientras acurrucaba a Romeo en mis brazos para reconfortarlo—. Mañana tengo que volar a Londres, pero puedes quedarte cuanto quieras.

—Te lo agradezco mucho, pero no será necesario, yo también me iré. —Le respondí sin siquiera mirarlo, a la vez que acerqué al gato a su contenedor de agua para que bebiera—, aún no sé a dónde, pero no puedo quedarme aquí.

—Mila, ¿por qué no vienes conmigo a Londres? Sabes que ahí te recibirán con los brazos abiertos —sugirió con gran emoción, incluso pude apreciar desesperación en su voz.

—No lo sé, tengo mucho que pensar, además no sé si después de todo lo que se dice de mí, me querrán en su compañía.

—Estoy seguro de que les dará mucho gusto. ¿Por qué no les llamas?, no pierdes nada con intentarlo.

—Tal vez lo haga —mencioné, con la cabeza baja, no quería ver cómo Matt, me miraba con tanta compasión, como si le pareciera que me iba a romper; lo que él no sabe, es que ya estoy rota, que ya nada puede lastimarme, ni puede hacer nada por mí.

—Mila... —Intentó tomar mi mano, pero yo sé la arrebaté bruscamente, y él suspiró pesadamente—, por favor, di algo, quiero saber cómo te sientes. —Solo me alcé de hombros, pero seguí sin mirarlo, y fingí que observaba atenta a Romeo, que jugaba con las agujetas de mis converses—. Si necesitas llorar, hazlo, debes desahogarte.

—No, no voy a llorar, ya lloré tanto todos estos años y no me ha servido de nada, el dolor no se desvanece, incluso creo que ya me acostumbre a él.

—No digas eso, sé que te han lastimado mucho, pero no puedes dejar que esto te destruya.

—No Matt —dije poniéndome de pie y mirándolo desde arriba—, ¿no te das cuenta?, ya no hay nada que pueda destruirme —expresé con un dejo de soberbia, y en cierta forma me sentí poderosa al pronunciar esas palabras, era tanto el rencor que me embargaba, que sentía que ardía por dentro. Matt me miró mortificado.

—Hermosa... —Volvió a suspirar antes de ponerse de pie y continuar—, me da gusto que quieras ser fuerte, pero sabes que primero debes sacar fuera todo lo que te lastima. Aún no me gradúo de licenciado en psicología, pero sé escuchar, ¿quieres contarme cómo te sientes después de todo lo que has pasado?

—Nada, Matt, no siento nada, y así quiero seguir, sin pensar, ni sentir, solo quiero seguir adelante, sin mirar atrás.

—Está bien, no insistiré —Se rindió y lo agradecí, no quería hablar más del tema—. Vamos, te llevaré a que te instales —dijo, indicándome el camino. Me abracé a mí misma como un gesto de auto protección, y caminé detrás de él.

Matt me dirigió hasta a su habitación, me mostró dónde está el baño, luego salió y poco después regresó con mis maletas.

—Ordenaré algo de comer, ¿te gustaría algo en especial? —preguntó, y yo negué con la cabeza—. Ok, te llamaré cuando la traigan, trata de descansar —dijo yendo hacia la puerta, después se giró a mirarme, y cuando no obtuvo más respuesta, salió cerrando la puerta tras de si.

No lo dudé ni un segundo, me dejé caer en la cama, me recosté en posición fetal y clave mi vista en el cielo oscuro que se apreciaba a travez de la ventana; me sentía tan cansada y tenía tanto que pensar. Así pasé, al menos una hora, hasta que Matt tocó a la puerta informándome que la cena había llegado.

Hambre no tenía y ganas de levantarme, mucho menos, pero igualmente me obligué a hacerlo, y seguí a Matt hasta el comedor. Cenamos en silencio, o bueno al menos yo, Matt no dejó de hablar ni un segundo, ni siquiera le presté atención, solo pensaba en hacer esa llamada, dejaría que ellos decidieran mi destino, si me aceptaban volaría a Londres con Matt, si no, lo intentaría con alguna otra compañía, aunque fuera de aprendiz, no me importaba comenzar de cero.

Bien, pues aquí estoy, arribando en la ciudad de Londres.

El profesor Christopher Powell estuvo encantado de que lo llamara y se mostró satisfecho de que aceptara el trato que unas semanas antes me hicieran, aún no sé si sepan del escándalo que me rodea, pero supongo que pronto lo averiguaré.

Tampoco imaginé que coincidiría con Sebastian y Theresa en el aeropuerto, mucho menos que estuviéramos en salas contiguas, es como si el destino se encaprichara en en cruzar nuestras vidas, ¿cómo se supone que podré olvidarlo, si lo pone en mi camino cada que se le antoja? Al menos ese encuentro sirvió para afianzar mi decisión de dejarlo ir y venir a Londres. Él dejó claro que yo ya no cuadraba en su vida; entonces era hora de darle otro rumbo a la mía.

Sebastian me dijo que nunca lo amé de verdad, que no lo suficiente, y sentí tanta rabia. Porque sí no era así, si yo no lo amaba, ¿por qué me sentía tan rota por separarme de él?, ¿por qué sentí que me arrancaba la piel cuando me dejó?, ¿por qué siento que me falta el aire ahora que sé que no estaremos juntos?, ¿por qué siento que se me va la vida sin él? Sentí tanta rabia que me dijera eso, porque parece ser que olvidó que fue él quien me abandonó cuando más lo necesitaba, cuando más lo necesitamos mi hijo y yo, y si en algún momento me pasó por la cabeza perdonarlo, eso ya no es posible, ya no puedo ni creo que jamás pueda hacerlo.

Esperamos por las maletas, cuando siento una urgencia, pues como desperté justo en el despegué, ya no pude ir al baño en el avión.

—Matt, debo ir al baño, ¿puedes encargarte de las maletas?

—Claro, ve.

Corro al baño más cercano, necesito hacer pis, pero hay muchas personas y la cola es larga. Mientras espero en la fila, saco mi celular del bolso, y apago el modo avión, sé que mis amigos deben estar preocupados y quiero avisarles que estoy bien.

Estoy revisando las notificaciones, y de pronto recibo un mensaje de Dimitri; es automático, siento mis piernas flaquear.

—Sigues —dice la chica de atrás de la fila—. ¿Estás bien?, de pronto te pusiste pálida —comenta.

—Estoy bien, gracias —musito forzando una sonrisa, después entro al cubiculo.

Los mensajes de Dimitri nunca dejaron de llegar, pero simplemente los borraba sin siquiera leerlos, ni prestarles atención. Pero este mensaje me dejó fría, todo indica que quien quiera que sea, sabe todos mis movimientos, o sí no, por qué me escribiría:  "Bienvenida a Londres".

Después de acomodar mi ropa, lavo mis manos, me miro en el espejo y me acicalo un poco antes de salir, al hacerlo veo a Matt, en el celular, sonriendo divertido.

—No Matt, no puedes ser tú, esto nunca te lo perdonaría —digo entre dientes, mientras lo miro fijamente.

Impulsivamente saco mi celular, lo desbloqueo, abro el mensaje y lo leo completo.

Bienvenida a Londres hermosa, cada vez estás más cerca de mí, no tienes idea de cuánto ansiaba este momento. —Leo el mensaje textualmente y ya ni siquiera me asusta, al contrario, me enfurece.

—¿No sabes con quién te metes? No permitiré que me intimides, hijo de p... —digo para mí.

Enseguida le respondo:

Deja de molestarme, maldito bastardo, o te denunciaré por acoso.

Observo a Matt, y veo que él comienza a teclear mientras sonríe, y enseguida recibo otro mensaje; sin mirarlo camino decidida hacia él.

—¿Eres tú el que me ha estado molestando? —inquiero con voz molesta, pero él me mira confundido.

—Mila, no entiendo, ¿de qué hablas?

—Quiero ver tu celular —exijo estirando mi mano, él titubea, pero lo desbloquea y me lo entrega.

Reviso su iPhone minuciosamente, estoy invadiendo su intimidad, pero no me importa, no dejaré que él ni nadie, sigan molestándome. Encuentro que la conversación que sostuvo unos segundos antes, es con una chica llamada Barbara, ella le coquetea, y él le responde de forma tímida.

—Lo siento... yo creí... —titubeo, a la vez que le devuelvo su teléfono—. Matt, por favor, perdóname.

—¿Me dirás qué es lo que pasa? —pregunta con voz molesta, alzando una ceja de forma analítica y poniendo sus manos en la cadera a modo de jarras.

—Alguien me ha estado molestando, enviándome mensajes...

—Y creíste que era yo... —afirma, y veo como su rostro se endurece y resopla furioso, yo bajo mi rostro y lo miro por entre mis pestañas—. No puedo creer, que me creas capaz de algo así —reprocha con dolor.

—Lo siento —admito—, te vi escribir en tu teléfono y al mismo tiempo, recibí un mensaje, creí que me estabas jugando una broma —explico.

—Mila, si alguien te está acosando debes denunciarlo. —Matt menciona justo lo que le dije al tal Dimitri, y lo miro con desconfianza, siento que ya no puedo confiar en nadie.

—Gracias por cuidar mis maletas, debo irme. Adiós, Matt —Le planto un beso en la mejilla, y él me mira desconcertado, después le arrebato la jaula de Romeo, que sostiene en sus manos, y empujo el carrito de las maletas.

—¡¿Qué!? —Viene detrás de mí—, ¿adónde vas?

—A tomar un taxi —declaro con firmeza, sin detenerme.

—Mila, espera. —Me detiene tomándome del brazo, yo me zafo, me giro a enfrentarlo y me cruzo de brazos—. ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué te vas así? Déjame llevarte, tengo mi auto en el estacionamiento.

—Gracias Matt, pero no es necesario, tomaré un taxi.

—¿Por qué no quieres que te lleve?

—Porque es mejor que nos despidamos aquí.

—¡¿Qué!? —Niega exasperado—. Mila, yo quiero verte, estar cerca de ti, cuidarte.

—Lo siento Matt, pero en estos momentos prefiero estar sola. Y ten algo claro, no necesito que nadie me cuide —puntualizo con firmeza.

—Entiendo que no quieras hablar con nadie, que necesites algo de espacio, y está bien, te lo daré. Dime cuánto tiempo necesitas, un par de días, una semana...

—Al menos un par de meses —Lo interrumpo.

Él niega a la vez que pasa sus manos por su cabello evidenciando su frustración, después cierra los ojos con dolor, y asiente lentamente.

—Está bien, será como tú quieras.

—Yo te llamo —Vuelvo a plantarle un beso, y estoy por apartarme pero él me atrapa en un abrazo.

—Por favor, cuídate mucho. Cualquier cosa, llámame —me dice al oído.

—No te preocupes, estaré bien. —También lo abrazo, después me aparto—. Gracias Matt, gracias por tu compañía, por ser mi amigo y estar cuando más lo he necesitado.

Matt sonríe con nostalgia, y acaricia mi rostro.

—¿Por qué siento que te estás despidiendo? —pregunta con voz quebrada, y veo sus ojos llenarse de lágrimas.

Respiro profundo antes de responder.

—Matt... te prometo que nos volveremos a ver... —Pienso en darle una fecha, pero prefiero no comprometerme—. Ahora debo irme.

Él acepta con un movimiento de cabeza, después fuerza una sonrisa y me dice adiós con la mano. Yo me despido igual, después continúo con mi camino hacia la salida del aeropuerto. Cuando me alejo lo suficiente, miro por sobre mi hombro, y veo a Matt, aún mirándome y luce realmente abatido.

¡Diablos! —maldigo en pensamientos, me siento tan mal por él, pero ahora solo quiero pensar en mí, ya no haré nada que no quiera, solo por darle gusto a los demás.

El taxi se detiene en Covent Garden, donde el Royal Ballet tiene sus instalaciones, también pensé en ir a París con Elizabeth, pero conoce de mis demonios y no quiero ser una carga también para ella, además de que necesito estar lejos de Sebastian, o sé que teniéndolo cerca, jamás podré olvidarlo y sería un suplicio.

  Bajo del auto, y veo que un grupo de chicos, me miran con curiosidad desde la puerta de entrada, solo espero que me reconozcan por mi trabajo como bailarina y no como la zorra bulímica, como Maddie y Theresa me hicieron famosa. El taxista baja mis maletas en la puerta, yo llevo la jaula con Romeo a adentro y después regreso por las maletas, pero dos jóvenes ya las traen consigo.

—¡Oh no! No deben molestarse.

—No es molestia, al contrario un placer ayudar a Mila Davis con sus maletas —dice un joven rubio de ojos verdes.

—Saben quien soy —afirmo con angustia y fuerzo una sonrisa, tratando de parecer segura de mí.

—¿Quién no? —responde el otro joven, castaño de ojos azules.

—¡Gracias! —digo cuando todas mis cosas están dentro.

—Luca Jones y él es Matteo Blake —se presenta el joven rubio, ofreciéndome su mano, yo la tomo con desconfianza, pues aunque parecen ser de mi edad, y me parecen unos chiquillos, no quiero a más chicos cerca de mí.

—Mucho gusto, Luca, Matteo —saludo secamente, después también le ofrezco mi mano al castaño, quien me sonríe con timidez.

—¡Mila Davis! —interrumpe el director, llamándome efusivamente.

—Profesor —saludo formalmente, pero él me abraza con cariño.

—Vas llegando y ya te están acosando los buitres. Vamos chicos, vayan a clases que ya van tarde —dice dirigiéndose a los amables jóvenes. Ellos me dicen adiós con la mano y salen de ahí rápidamente—. ¡Dios Mila!, te ves agotada. Vamos te acompañaré a la residencia para que descanses, después hablaremos de tu estancia aquí.

—Preferiría hacerlo antes, si no hay inconveniente —digo con firmeza, necesito saber dónde estoy parada y si en verdad me quieren aquí, a pesar de mi reputación, no quiero instalarme y que luego me echen.

El profesor hace caso omiso a mi petición y con una seña, le indica al conserje que lleve mis maletas y nos encaminamos hacia la residencia.

—Bueno, lo primero que debes saber es que Kevin es quien decidirá si estás dentro del Royal Ballet, pero no habrá problema, él siempre te ha querido aquí, y está ansioso por verte, de seguro te recibe con los brazos abiertos como principal artista invitado —informa con gran emoción.

Yo amplio los ojos sorprendida, jamás imaginé tan grande honor, el artista invitado es el más prestigioso en el Royal Ballet y en realidad no creo merecerlo.

—Muchas gracias Profesor, pero no es necesario, con un puesto en el cuerpo de ballet será suficiente.

—Bueno, en realidad no lo decido yo, pero de seguro Kevin querrá presumirte como su gran invitada y te ofrecerá un excelente contrato.

—En realidad solo puedo aceptar esta temporada, después, ya decidiré qué hacer. Por lo pronto me gustaría pagar por mi estadía, no sé, tal vez dando clases.

—Acepto, no puedo rechazar esa gran oferta, no sabes la de alumnos que querrán cursos contigo.

—En realidad nunca lo he hecho, al menos no profesionalmente —corrijo cuando recuerdo las clases que les di a las chicas del centro de tratamientos para desórdenes alimenticios—, pero de ballet si sé mucho.

—De eso se trata, que enseñes todo lo que tú sabes.

—Gracias Profesor.

—Y dime, a qué o a quién debemos agradecerle que Mila Davis nos haya hecho el honor de integrarse a nuestra compañía de baile. —Yo bajo la mirada avergonzada, no quiero mentirle y la verdad es bastante deshonrosa.

—Profesor... —Tomo aire antes de seguir—, no quiero mentirle, la verdad es que ha habido algunos rumores en NYCB que me avergüenza contarle y con los que no quiero lidiar. —Él me mira intrigado.

—¿Rumores? ¿Y qué tan ciertos son esos rumores? —pregunta con voz increíblemente tranquila, mirándome de reojo y levantando una ceja.

—Ya lo sabe, ¿cierto? —Bajo la mirada de nuevo.

—Los rumores corren rápido. —Me dedica media sonrisa, yo trago duro.

—Entenderé si no me quiere aquí —digo sin levantar el rostro.

—Mila, por supuesto que te quiero aquí. Desde que te conozco lo quiero, tú lo sabes. Pero si los rumores son ciertos, creo que necesitas ayuda y aquí te la ofrecemos, solo espero que tu decidas a recibirla, es lo único que te pido.

—Los rumores no dicen que ya no lo hago, que ya recibí tratamiento y que ya no me auto destruyo —aclaro, pero de reojo veo como el profesor, alza ambas cejas y asiente lentamente, con gesto de desconfianza; es obvio que no me cree, y lo entiendo—. Sé que no me cree y no le mentiré, esto es algo con lo que lucho todos los días, pero en dos años, solo una vez he flaqueado. Con esto no quiero decir que estoy curada, está enfermedad de seguro me acompañará siempre, pero estoy haciendo lo posible para no recaer.

—No es que no te crea, pero entiéndeme, es mi obligación velar por el bienestar de la compañía y la de sus miembros, y ahora tú eres uno de ellos, lo único que te pido es que aceptes ir a terapia y permitas que se lleve un control de tu peso y tu alimentación.

Exhalo con impotencia, me duele que desconfíe de mí, pero lo entiendo, además necesito este contrato.

—Está bien, aceptaré la terapia si eso lo tranquiliza.

—Quiero que la recibas porque quieres estar bien, no para darme gusto.

—Tiene razón, ahora más que nunca quiero estar bien, debo estarlo.

—Así es Mila, y me alegra saber que eres consiente de ello.

Apenas me instalo, les envío un mensaje a Olivia, Jason y Sarah para decirles en donde estoy y que los extrañaré mucho, podría marcarles, pero en realidad no estoy lista para hablar con ellos todavía. En realidad no estoy lista para hablar con nadie, así que solo hablo lo mínimo indispensable. Ellos solo me desean buena suerte, me agradecen que les avisara y prometieron estar en contacto todos los días.

A Peter y Jonathan les escribo una carta disculpándome por irme sin decir más, dejándoles botado el papel de Julieta, que supe, le dieron a Sarah a pesar de que Megan era mi suplente, lo que realmente me dio mucho gusto. También les pido que entiendan mis razones para haberme ido así como lo hice. Les informo que devolveré el dinero que mi madre recibió por el ultimo contrato, y me ofrezco a pagar lo que invirtieron en mi en vestuario y publicidad esta temporada, pues yo incumplí el trato, y admito que entendería si quisieran presentar acciones legales en mi contra. No tengo dinero, pero cuento con que Marc me ayude a ganar la demanda en contra de mi madre, para que me devuelva el dinero que había estado robándome durante años. Termino agradeciéndoles por su ayuda incondicional y por el honor que me otorgaron al recibirme en la NYCB, también les agradezco por ser los mejores profesores que pude haber tenido, no solo por todo lo que me enseñaron, si no también por todo el apoyo y cariño que siempre me brindaron. Les reitero mi cariño y me disculpo por escribirlo, en vez de hacerlo de frente.

Ellos me responden tan compresivos como siempre, dicen entenderme y me recuerdan que siempre seré bien recibida en su compañía, también me reiteran su cariño, lo que me conmueve inmensamente, y me duele saber que los decepcioné, aunque ellos no me lo digan.

También me entero que Maddie y Theresa fueron suspendidas definitivamente de la escuela por robar mi expediente del consultorio de la Psicóloga, lo que me provoca una sensación agridulce, por supuesto que creo que se lo merecen por lastimarme como lo hicieron, pero también creo que yo no soportaría que me quitaran el puesto por el que tanto he trabajado. Aunque pensándolo bien, eso mismo me hicieron ellas a mí, me obligaron a dejar mi lugar en el NYCB, por el que he trabajado arduamente toda mi vida. Literalmente, ellas me arrebataron lo único que me quedaba sin compasión alguna.

Estoy tan cansada, que me acuesto sin haber deshecho maletas, me siento agotada, molida del viaje, sin embargo permanezco con los ojos abiertos, familiarizándome con el que ahora será mi nuevo compañero en mis noches de desvelos, el techo color gris, con vigas de madera, de mi nueva habitación.

Sigo dándole vueltas a ese sueño tan aterrador que tuve en el avión, instintivamente llevo las manos a mí vientre y lo acaricio con suavidad.

—No, yo no me rendiré. Te lo prometo, mi chiquito.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top