Capítulo 22

La habitación está tenuemente iluminada por la luz que entra por el piso de vidrio donde se aprecia el fondo marino, el único sonido que se escucha es el del oleaje y el de nuestros corazones bombeando fuerte y a toda prisa, haciendo que nuestras respiraciones sean agitadas.

El lugar y el momento son mágicos, tan mágicos que tienen el poder de hacernos olvidar cualquier diferencia, odio o rencor, que exista entre nosotros.

Ambos nos miramos por un segundo, después profundizamos el beso volviéndolo ansioso, posesivo, hambriento, intenso... Llega un momento en que necesito apartarlo, para poder tomar un poco de oxígeno.

Sebastian me mira desconcertado, pero su expresión cambia cuando muerdo mi labio de forma provocativa, y sin dejar de traspasarlo con la mirada, bajo mis manos al dobladillo de mi vestido y lo subo poco a poco, hasta sacármelo completamente por arriba de mi cabeza, quedándome solo con mi ropa interior de encaje blanco, en una clara invitación para que se pierda en mi cuerpo. Intento aparentar que tengo el control, pero no puedo controlar el rubor en mis mejillas.

Él me observa fascinado, pero noto precaución en sus movimientos, sé que teme que no le permita ir más allá, incluso titubea antes de atreverse a tocarme, lo hace con manos trémulas cuando se da cuenta de que no lo detendré.

Acaricia mi mejilla, mientras su boca vuelve a invadir, conquistando con  maestría cada espacio de la mía, luego, con su índice acaricia el contorno de mi rostro, y baja suavemente por mi cuello, siguiendo hasta mi hombro, y podría continuar por mi brazo, pero se aparta un segundo de mis labios, y con sus hermosos ojos azules, esos que me roban toda voluntad, me pide permiso para hacerlo por mí escote, y creo que comprende mi silente respuesta cuando separo mis labios en un suave jadeo, a la vez que cierro los ojos, intentando abandonarme solo al sentido del tacto.

Tiemblo cuando siento sus labios venerando mi cuello y sus dedos acariciando la sensible piel de mi torso, justo en medio de mis senos. Después sus dedos se aventuran hacia mi vientre, e imprevistamente los siento desviarse hacia mi cadera y bajar lentamente por mi muslo, y con cada milímetro de mi piel que recorre con sus manos, despierta múltiples y maravillosas sensaciones que amenazan con incinerarme por completo. 

Abro mis ojos, y de inmediato soy cautivada por su mirada celeste, la que siempre ha sido mi lucero en la más terrible oscuridad.

Ante su anhelante mirada, llevo mis manos a mi espalda, desabrocho mi brasiere y lo dejo caer, exponiendo la desnudez de mis pechos a su deseo voraz. Lo veo repasar su lengua por sus labios en un gesto de deseo. No lo piensa mucho, con una de sus manos cubre uno de mis senos, el que estruja con firmeza, al tiempo que vuelve a reclamar mi boca, mientras su otra mano reclama mi cintura desnuda para pegarme más a él, provocándome la sensación de fuegos artificiales en mi interior.

Sus besos bajan de mi cuello hacia  mi escote, poco después se apropia con sus labios de mi pezón, para después, besarlo y saborearlo con devoción... llevándome en ascenso al éxtasis.

Me lleva hasta un punto en el que siento que no puedo esperar más, lo anhelo, anhelo tocarlo, besarlo, lo necesito dentro de mí, lo necesito con urgencia; ahora mismo, o creo que enloqueceré. Necesito que me haga suya de nuevo, y yo hacerlo mío también, quiero recordarle que soy y siempre seré la única dueña de su corazón.

Con desenfreno y manos desesperadas, desabrocho uno a uno los botones de su camisa, pero Sebastian con una pícara sonrisa, levanta sus brazos para que se la saque por encima de su cabeza, haciéndome más rápida la faena, luego desabrocho sus pantalones, y los bajo con premura, él me ayuda flexionando sus rodillas y levanta sus pies para que yo pueda quitárselos, después es él quien termina de desvestirme a mí, y en pocos segundos nos despojamos de toda la ropa.

—Mila... —jadea mi nombre, al tiempo que me mira con fervor, yo silencio sus palabras con un beso apasionado.

—Hazme tuya Sebastian —exijo contra sus labios.

Me levanta de los muslos, yo rodeo sus caderas con mis piernas, me lleva hacia el tocador, me sienta sobre él y así, se adentra en mí, suave, despacio, profundo, como sabe que me vuelve loca, después, pasa su brazo por mi cintura y me acerca más a él, y con su otra mano me agarra por la nuca, profundizando aún más sus labios en los míos, devorarando mi boca en un avasallador beso.

Sebastian se mueve lento y profundo dentro de mí, tan lento, que es casi agónico, provocándome con cada intrusión un placentero cosquilleo; poco después me sorprendo gimiendo ruidosamente.

Sin salir de mí, Sebastian me levanta y me lleva a la cama, me recuesta y él lo hace sobre mí, e inmediatamente continua con su sensual danza, moviendo su pelvis de forma suave pero contundente; mi cuerpo responde ansioso, acompasándose a su glorioso baile, mientras tanto, sus besos no abandonan los míos y nuestras manos se aventuran, colmando nuestros cuerpos de ardientes caricias. No tarda mucho en arrastrarme a un ineludible e intenso orgasmo, haciéndome temblar de pasión; decir que Sebastian simplemente me hace el amor, sería poco, él me vuelve presa del delirio, provoca que mis sentidos experimenten lo sublime, y ambos alcanzamos el nirvana al mismo tiempo. Sebastian se encarga de llevarme a tocar el cielo una vez más, ese cielo al que prometió llevarme desde nuestra primera vez.

Une su frente a la mía, y sus ojos se funden con los míos.

—Te amo pequeña, te amo tanto, que sin ti mi vida se ha vuelto un infierno —exclama con la voz entrecortada por la excitación.

No le respondo, no puedo, siento que un nudo de emociones se forma en mi garganta. Solo espero que pueda ver en mis ojos, que yo también lo amo, tanto, que duele en el alma.

Sale de mí y se recuesta a mi lado, abrazándome por detrás. Nuestros cuerpos se acoplan perfecto, es tan natural, que es claro que estamos hechos el uno para el otro. Se siente tan bien estar en sus brazos que es fácil relajarse en el que siempre ha sido y sigue siendo, mi lugar seguro en el mundo. No hay ningún otro que me haga sentir igual, que me haga sentir poderosa, acompañada, amada. Cuando Sebastian me abraza, las pesadillas desaparecen, no existen.

Me quedo dormida sin darme cuenta. Cuando despierto, sigo aprisionada en los brazos de Sebastian, y no logro impedir sentirme extasiada de felicidad.

—No te vayas. Por favor, quédate. —Me pide cuando siente que me remuevo, intentando escapar de sus brazos.

Desisto en mi intento de huir, y me quedo ahí, disfrutando un poco más de su calor y de su amor.

»Mila, pequeña, por favor dime que tú también me amas, lo necesito —suplica, al tiempo que reclama mis labios. No respondo inmediatamente, primero lo pienso. ¿Lo amo? Por supuesto, ¿pero ya lo perdoné ? No, no puedo. No puedo perdonarle que por su culpa, mi madre lastimó a mi bebé. Ahorita mismo siento que estoy traicionando a mi hijo—. ¿Mila...? —insiste.

—Sebastian, yo... sí, te amo —confieso secamente y no miento.

—Gracias, pequeña —dice besando mi coronilla.

De nuevo estoy molesta conmigo por no poder evitar este sentimiento, este amor que no debo sentir, que no quiero sentir y que debo obligarme a enterar.

—Mila, amor, por favor dime que regresarás conmigo. Solo te pido un poco de tiempo para solucionar algunos asuntos, pero...

—No Sebastian. —Lo interrumpo—, yo ya no puedo regresar contigo.

—¿Por qué, pequeña? Tú sabes que yo te amo... —dice con voz amorosa, pero de pronto hace una pausa—. ¿Es por Matt? —inquiere con voz molesta, yo lo miro intrigada por encima de mi hombro, ¡¿qué?, ¿cómo se atreve?!—. Lo vi salir del edificio el día que nos peleamos, iba a medio vestir.

Me zafo de sus brazos, me levanto de la cama, y comienzo a recoger mi ropa del suelo. Él se incorpora en la cama.

—Respóndeme, Mila ¿te acostaste con él? —exige con voz dura, yo no lo afirmo ni lo niego.

—No tengo porqué darte explicaciones sobre mi vida privada, y tú no tienes ningún derecho a preguntarme por ella, lo perdiste en el mismo instante en que terminaste conmigo —respondo con resentimiento, y mirándolo desafiante.

—¿Qué pasa, por qué te molesta tanto que te pregunte? Sé que no tengo derecho a reclamarte nada, pero necesito saberlo, solo quiero que seas sincera.

Comienzo a vestirme, haciendo caso omiso a sus ridículos reclamos. 

—¿Adónde vas? ¿Por qué continuas vistiéndote?

—Tengo que irme, debo descansar.

—No, no tienes que irte, puedes quedarte a descansar aquí conmigo.

—No Sebastian, no creas que porqué tuvimos sexo, ya te perdoné.

Él ríe con incredulidad—. ¿Sexo? No Mila, yo te hice el amor, no tuve sexo.

—Lo siento, para mí fue solo sexo. Nos quitamos la calentura y ya, eso es todo.

Él me mira dolido, sé que le duele hasta alma, pero eso es lo que quiero, herirlo, castigarlo por todo lo que él me ha lastimado a mí, aunque al herirlo me hiera a mí misma.

—No Mila, no puedes estar diciéndome esto, me niego a creerlo.

—¿Cómo yo me negaba a creer que me echabas de tu vida? —menciono con sarcasmo.

—No eres tú quien habla, es tu enojo, el rencor, y lo entiendo —Él se sienta a los pies de la cama, mientras me observa vestirme—. Sé que me equivoqué, que soy un idiota que se dejó manipular, pero yo te amo, nunca he dejado de hacerlo.

—Lo siento Sebastian, pero cuando me dejaste me causaste un daño irreparable, ahora no puedes simplemente volver y pedirme que regrese, ya es tarde para oír que te arrepientes.

—Acabas de decir que me amas, ¿me mentiste? —pregunta con voz abatida, mirándome desolado, pero no me dejo conmover.

—No Sebastian, no te mentí. Tú sabes que no miento cuando te digo que te amo, que no miento nunca, y sí, te amo, pero ya no debo hacerlo, porque aunque lo intente ya no te creo y aunque quiera, no puedo perdonarte. —Termino de vestirme y voy hacia la puerta.

—Mila, entonces explícame ¿qué significó todo esto para ti?

—Ya te lo dije, fue solo sexo. No te voy a mentir, así como te amo, también te deseo y mucho. Solo fue algo que no pude controlar, debí hacerte caso y no beber esas dos copas de Champagne. Perdóname si te hice creer otra cosa.

Sebastian, mira a su alrededor completamente turbado, luce realmente desconcertado, y me duele verlo así, pero igual abro la puerta de la habitación.

—Mila, por favor, dime que esto es una pesadilla —ruega a mi espalda con voz quebrada. Todo mi rostro se contrae de dolor.

—Sí, Sebastian, es una pesadilla —digo sin mirarlo, después respiro profundo para armarme de valor, me giro a enfrentarlo y lo miro fijamente a los ojos—, tú te encargaste en convertir nuestras vidas en una pesadilla. Te di mi corazón y lo rompiste en mil pedazos, y yo, Sebastian... yo ya no sirvo para amar, ya no quiero sentir, no quiero que nadie vuelva a hacerme sufrir. Lo siento, pero ya no hay marcha atrás —declaro sintiendo mi corazón romperse de nuevo, al verlo tan destrozado.

Después vuelvo a dar media vuelta y salgo sin mirar atrás, cierro la puerta y sintiéndome ya sin fuerzas, me recargo en la pared, y no puedo controlarlo más, un poderoso sollozo sale de mi boca. La cubro con mi mano para tratar de ahogarlo, pero me es imposible, además, las lágrimas ruedan incesantes por mis mejillas y siento que me cuesta respirar. 

De pronto la puerta se abre y sale Sebastian con los pantalones puestos, que al verme llorar me abraza fuerte y yo sollozo con fuerza contra su pecho. Él me arrulla y besa mi cabeza constantemente, mientras que yo siento que mi pecho duele, que la garganta arde y que se me rompe el alma.

No quiero dejarlo, el dolor es inmenso, pero tampoco puedo estar con él. Y Sebastian a pesar de que lo estoy dejando y lo estoy lastimando tanto, él me consuela a mí. Así de grande es su amor, que sin importar cuánto sufre, él solo se preocupa de mi sufrimiento.

Ahora siento que soy yo quien no lo merece, no cuando yo no puedo perdonarlo y lo hiero de esa forma tan cruel.

Cuando logro calmarme, respiro profundo e intento parecer fuerte, pero no puedo dejar de temblar. Hago uso de toda mi entereza para separarme de su abrazo, pero él no quiere soltarme, le cuesta, sabe que si me suelta no podrá tenerme de vuelta. No me dice nada, pero con su dulce mirada me ruega que no lo deje, yo con la mía le pido perdón y le ruego que me deje ir.

Me alejo de él lentamente, mientras nuestras miradas siguen diciéndose tantas cosas, diciéndose cuánto nos amamos, cuánto nos extrañaremos, cuánto sentimos habernos lastimado, cuánto duele separamos, cómo moriremos el uno sin el otro...

Llego a la locación y no lo veo, inminentemente un mal presentimiento se instala en mi estómago. Voy directo a la carpa de vestuario a que me maquillen y me peinen, desayunar no es una opción en estos momentos, sé que no podría pasar alimento. Incluso maquillarme se vuelve todo un reto para la maquillista. No dormí nada y pase el resto de la madrugada encerrada en el baño llorando, para no despertar a mi compañera, así que ahora mis ojos y nariz están completamente hinchados y enrojecidos, y tengo unas oscuras y profundas ojeras.

—Vaya, miren a quién tenemos aquí —comenta Marlon con clara sátira en su tono de voz—, a la famosa y frígida bailarina.

Solo entorno los ojos por su actitud infantil, pero ni siquiera me tomo la molestia de responderle, pero por el espejo puedo ver como algunas chicas del staf se ríen a mis espaldas; igualmente las ignoro.

Cuando estoy lista un hombre con cámara en mano, empieza a darme indicaciones. Estoy confundida, miro a mi alrededor buscando a Sebastian, pero no lo veo. Henry nota mi inquietud y se acerca a mí.

—Él se ha ido —aclara, y lo observo totalmente anonadada—. Renunció. —me informa, y quiero llorar pero no me lo permito, aunque dudo mucho que pueda ocultar mi angustia, porque Henry me mira con lástima. Sé que esta era una gran oportunidad para Sebastian, para impulsar su carrera y yo acabo de arruinárselo. No es justo, soy yo quien debió renunciar.

—Henry por favor llámalo, dile que yo renunciaré, pero que él no se vaya. Esto es más importante para él, que para mí —Le pido aún aturdida por la noticia de su partida.

—Lo siento Mila, pero el diseñador te quiere a ti, él era solo un plus para aprovechar la química que existe entre ustedes.

—Por favor, márcale, que regrese, pero no dejes que se vaya. —Le ruego mientras intento mostrarme impasible, sin poder evitar doblarme del dolor, porque duele, lastima mucho no tenerlo aquí conmigo.

Henry marca su celular, y yo espero ansiosa, apunto del desmayo, me cuesta respirar.

—No contesta —dice con pesar, y quiero gritar, llorar y sollozar con todas mis fuerzas, para sacar todo el dolor que siento me carcome el alma.

Doy vueltas desesperada, no sé qué hacer, a dónde ir. Miro al cielo.

¡Dios, dime qué hago! Suplico por ayuda divina, pero esta no llega. Henry me abraza y me lleva adentro de la carpa de vestuario, porque aunque no lloro, sé que él se da cuenta de mi ansiedad.

—Trata de calmarte —me pide, obligándome a tomar asiento—. Seguiré insistiendo. —Marca unas diez veces más, y en ninguna recibe respuesta.

Para cuando deja de insistir, yo ya me hice la idea de que Sebastian se ha ido y de que no volverá.

Decir que el día entero fue un infierno, es poco. La culpa de que Sebastian se haya ido así, no me abandonó ni un instante, además pasé la mayor parte de la sesión completamente ausente. El fotógrafo me gritó en varias ocasiones, y Marlon no se cansó de molestarme todo el tiempo, haciéndome sentir incómoda, lo peor de todo, es que ni siquiera tenía ánimos ni fuerzas para defenderme de sus acosos; lo más que pude hacer, fue ignorarlo.

El regreso a NY lo hago en completa apatía, que aunque no lloro, las lágrimas están ahí la mayor parte del tiempo, formando un enorme nudo en mi garganta, que me dificulta el comer y me hace sentir que cuesta respirar.

Henry pasa todo el tiempo que dura el vuelo, cuidando de mí, asegurándose de que esté cómoda, y sin decir nada me muestra su solidaridad en todo momento. Al llegar a New York, él mismo me lleva a casa.

Es lunes y me cuesta mucho salir de la cama, no he dormido nada en días y apenas lo consigo, las pesadillas me despiertan, así que estoy agotada, pero no puedo faltar a la compañía de baile. El estreno es la próxima semana, y tengo que presentarme a pruebas de vestuario, a sesiones de fotos y a ensayos en el teatro.

Me obligo a comer un tazón de cereal con frutas, antes de ir a clases.

—Mila, otra vez no pudiste dormir —me reprende Sarah cuando sale ya lista de su habitación.

—No, ni un poco —admito sin apartar mi vista del tazón.

—Tal vez deberías pensar en pedirle a la psicóloga, que te recete algo para dormir, debes hacer algo, cada día luces más cansada.

—No creo que sea buena idea.

—¿Solo desayunarás eso?

—Sí, ya voy tarde.

—Mila..., ¿lo has vuelto a ver?

—No —suspiro—, no desde esa mañana en Jamaica; exactamente ocho días. —Sí, tengo más de una semana sin verlo ni saber de él y cada día ha sido una tortura. No solo lo extraño más que nunca, también me martiriza la culpa, lo herí, lo lastimé mucho y perdió el trabajo de sus sueños por no verme más.

—¿Y por qué no lo buscas tú? Creo que ya es hora de que hablen de frente, debes decirle todo lo que sucedió cuando te dejó, para que entienda por qué estás tan herida, debes decirle toda la verdad, Mila —sugiere mi amiga.

Lo pienso unos segundos y creo que Sarah tiene razón, estoy sufriendo como nunca por su ausencia, pero además, los remordimientos no me dejan, ahora fui yo quien lo trató mal.

—No sé —digo, alzándome de hombros—, se supone que yo debería odiarlo, pero la verdad es que muero de ganas de verlo. —Me levanto, lavo el tazón y cojo mi bolso.

—¿A dónde vas?, todavía es temprano para ir a la compañía.

—Creo que a practicar un poco. Nos vemos allá —respondo con voz apagada.

Camino rumbo a la escuela, pero en mi cabeza sigue la pregunta de Sarah «¿Y por qué no lo buscas tú?». Por un lado quiero odiarlo, seguir con mi vida y olvidarlo, pero por el otro lado quiero doblegar mi orgullo, ir a buscarlo y decirle que me equivoqué, que dejarlo ir fue un estúpido error. Quiero pedirle que me escuche y decirle que acepto sus disculpas, que no quiero perderlo y que sí quiero que volvamos porque no puedo estar un día más sin él. También quiero pedirle perdón, decirle que fui una tonta orgullosa, que lo amo con toda mi alma, y que estoy dispuesta a solucionar nuestras diferencias, siempre y cuando me explique por qué me dejó. Quiero ser sincera con él y contarle todo lo que he pasado desde que estamos separados, todo lo que mi madre me hizo, para que entienda porque estoy tan enojada con él y porque he tomado tantas malas decisiones. Pero lo que más quiero, es que me abrace una y otra vez, y besarnos hasta mis labios duelan.

Mis pies toman voluntad propia y se desvían en el camino, hacia el apartamento de Sebastian. Subo corriendo las escaleras, pero al llegar el segundo piso me detengo en seco y me agarro con fuerza del pasamanos. Tengo miedo, no sé si Sebastian quiera verme. Mi mente dice que me vaya de ahí, pero mi cuerpo, mi corazón quieren que suba y vaya con él.

Subo con decisión y esta vez no me detengo hasta llegar frente a su departamento y toco a la puerta. Espero por un largo minuto y nadie abre, yo tengo llaves pero no quiero usarlas, no creo que sea correcto.

Resignada, doy la vuelta y estoy por irme cuando oigo que la puerta se abre, e instantáneamente una sonrisa ilumina mi rostro.

Volteo con ansias, quiero verlo... pero no es él quien abre la puerta, e inevitablemente escucho ese sonido que he escuchado mucho últimamente, el de mi corazón rompiéndose, cuando veo que es Theresa quien lo hace.

Ella asoma la cabeza, pero al ver que soy yo, abre la puerta de par en par, y se asegura de que vea que solo lleva la ropa interior y que apenas se cubre con una sábana, las sábanas de la cama de Sebastian.

Me es imposible impedir que mi rostro se contraiga en un gesto doloroso, y mi mano va a mi pecho como un instinto de autoprotección, quiero proteger a mi corazón de esta terrible decepción. Quiero salir de aquí, pero no puedo moverme, es como si mis pies estuvieran pegados al piso. No digo nada, no puedo, las palabras no salen, pero una incrédula risa, escapa de mi boca en forma de un casi imperceptible jadeo.

¡Dios, mila, eres tan estúpida!

¿Cómo pudiste creer que él de verdad te sigue amando? 

La miro de arriba a abajo, tratando de convencer a mis ojos de que todo es un error, eso no puede estar sucediendo, ella no está ahí. La miro a los ojos, y ella me mira a mí con una sonrisa engreída, está disfrutando con mi cara de desconcierto. Pero me niego a darle el gusto de verme derrumbada, no dejaré que sepa que me siento miserable, así que fuerzo una gran sonrisa.

—Buenos días —saludo con exagerada elocuencia—, ¿está Sebastian?

—Bastian, te buscan —dice ella, y quiero correr, pero me obligo a permanecer inmutable. Él se acerca pasando su camiseta por la cabeza.

—¿Quién me busca? —Él se sorprende de verme ahí, es obvio que no se esperaba que yo fuera a buscarlo—. ¡¿Mila..!?

Mis ojos se abren y se cierran incrédulos, siento las lágrimas punzantes anidándose en mis ojos, pero las obligo a permanecer cautivas, aunque por dentro me siento completamente descorazonada. Sí, ya no tengo corazón, acaba de morir, murió junto con la esperanza de recuperar a Sebastian.

—Lo siento, no pretendía interrumpir nada —me muestro apenada, a la vez que sonrío con ironía, Sebastian luce confundido—. Debí llamar antes de venir, solo quería recuperar algunas de las cosas que dejé aquí —digo forzando una sonrisa.

—Mila...

—No importa —lo interrumpo con un gesto de naturalidad—, vendré en otra ocasión, llamaré antes para no incomodarte. Qué tengas buen día —me despido con exagerada amabilidad, y sin darle chance de decir nada, doy la vuelta y bajo rápidamente las escaleras.

—Mila... ¡Mila, espera...! —Lo escucho hablarme y venir tras de mí, pero no me detengo—. ¡Mila, no es lo qué crees...! ¡Por favor, déjame explicarte! ¡Mila! ¡Maldita sea! —Lo escucho maldecir a mi espalda, antes de salir del edificio.

Camino rápidamente y regreso al departamento de Sarah, no puedo ir a la escuela. No quiero ver a Theresa, no quiero ver como sonríe recordándome que estuvo con Sebastian. Voy directo a mi habitación y me meto bajo las cobijas, como si con eso me protegiera de todo y de todos. No puedo creer que me haya olvidado tan pronto cuando yo no he podido dejar de pensar en él ni un segundo. No puedo creer que haya dejado de amarme, cuando yo lo amo con toda mi alma y nunca podré dejar de amarlo. No quiero olvidarlo y que él tampoco me olvide, y me duele saber que ya lo hizo. No puedo creer que sigo siendo tan ingenua, cómo para creer que él podría seguir esperando por mí.

Mi celular suena insistente en mi mochila, no quiero hablar con nadie así que lo dejo sonar, pero luego recuerdo que Sarah, Jason y Olivia, deben estar preguntándose dónde estoy, así que me levanto de la cama y busco mi celular en el bolso. Seis llamadas de Sarah y tres de Jason, y varios mensajes de Whatsapp, estoy por revisarlos, cuando entra otra llamada de Sarah.

—¿Mila?

—Sí —musito, acurrucándose de nuevo bajo el edredón.

—¿Dónde estás? ¿Por qué no has venido a clases? Jonathan está preguntando por ti.

—No me siento bien, por favor discúlpame con él, si me siento mejor iré más tarde.

—¿Pasó algo con Sebastian? Vino a buscarte.

—Fui a buscarlo..., Theresa estaba con él. —Sarah guarda silencio, sabe que la estoy pasando mal y está pensando la forma de hacerme sentir mejor o de reprenderme por echarme a llorar.

—Mila, Sebastian te pidió perdón, que regresarás con él y tú lo dejaste ir, claro que iba a seguir con su vida. ¿O acaso esperabas que se quedara llorando por tu ausencia? Obvio no lo iba a hacer, mucho menos después de que le hiciste creer que estuviste con Matt. No dudaría que ahora ella vuelto con ella por despecho, tú misma lo lanzaste a sus brazos.

—¡Lo sé, solo que no esperé que lo hiciera tan pronto! Y sí, yo no quise perdonarlo ni volver con él, pero eso no significa que no me duela verlo con otra, y duele más que sea precisamente con ella.

—Entiendo, pero creo que esto que pasó, debe servirte para que ya te decidas a superar a Sebastian. —Ahogo mis sollozos en la almohada. Sarah tiene razón, pero no puedo superar a Sebastian, no quiero. Él es el amor de mi vida, Sebastian es mi todo. Tal vez sea masoquista, pero Sebastian no solo es el primero en haberme amado, también se aseguró de que yo lo hiciera, de que yo me amara a mí misma y me aceptara tal como soy, él es el único con el que me siento segura, solo él me ha hace sentir cosas que ningún otro hombre ha podido.

»Mila, no puedes detener tu vida cada que te decepcionan. Aquí todos cuentan contigo, tú tienes el papel principal, no puedes tirar por la borda tantos años de esfuerzo por una desilusión amorosa.

—Lo sé, sé que tienes razón, pero no quiero ver a Theresa, no creo soportar ver cómo se mofa de mí, echándome a la cara que mi Sebastian, ahora es solo de ella —gimoteo.

—No es necesario que la veas, puedes trabajar con Jason tú sola. Él está ahorita con Peter en el teatro y esperaban que tú estuvieras con ellos. —No lo pienso más, salgo de debajo del edredón, y limpio mis lágrimas con las palmas de mis manos.

—Voy para allá, gracias por avisarme. —Cuelgo y salto de la cama, necesito bailar.

Llego al teatro y me siento a ponerme mis zapatillas, Peter me recibe molesto, y me habla de la responsabilidad, de luchar por los sueños y de no tirarlos a la basura, yo solo asiento, dándole la razón.

Jason también está molesto conmigo, no me dice nada, pero me lo demuestra con su actitud. También está Leo, el pianista, quien nos acompañará en los ensayos.

Así, sin más retrasos, me dispongo a bailar, y bailar y bailar. Solo paramos para comer, después Jason dice no poder más, pero yo no puedo detenerme, no quiero. Me asusta hacerlo y de vuelta pensar en Sebastian y en lo que presencié esta mañana.

Lo sé, soy tan tonta, no sé en qué momento se me ocurrió perdonarlo, en qué momento de locura me pasó por la cabeza siquiera volver con él, cuando me ha lastimado como nadie, y hoy vuelve hacerlo al continuar su vida sin mí, ¡por Dios, y con Theresa!

¡Diablos Mila!, eras tan debilucha que ni siquiera puedes odiarlo con firmeza.

Ya me había hecho la idea de seguir sin él, no entiendo por qué volví a hacerme ilusiones con unas cuantas palabritas de amor, y permití que de nuevo me lastime. No, definitivamente no puedo dejar de bailar, no podría soportar mis días sin hacerlo.

Peter también se va y Leo se queda conmigo, pero poco después no tarda en rendirse también.

—Perdone señorita Davis, pero no puedo quedarme más tiempo. Me gustaría quedarme a ensayar con usted, pero debo pasar tiempo con mi familia. —Yo asiento, pero lo miro con desesperación—. Usted también debería descansar.

—Gracias Leo, que te vaya bien, saludos a la familia.

Leo se va dejándome sola, e intento seguir bailando sola, pero de pronto las luces del teatro se apagan completamente; supongo que hubo un apagón. A tientas encuentro mi bolso, y uso la luz de mi celular para alumbrar un poco, me quito las zapatillas, me visto y recojo mi bolso, camino tras bambalinas, pero me sobresalto y dejo caer mi iPhone cuando escucho un fuerte golpe, como si una gran viga de madera hubiera caído desde lo alto.

Mi corazón empieza a latir con fuerza, a tientas busco mi celular que al caer se apagó, después, guiada por mi reconocimiento del lugar, camino a ciegas hacia la salida, pero sigo escuchando ruidos extraños, siento pasos a mi espalda  y me parece ver sombras, no sé si son mis nervios o si estoy volviéndome loca, pero no pienso quedarme a averiguarlo.

Cuando salgo, me detengo a tomar aire, me siento aterrada y tengo el pulso acelerado.

Decido ir a la compañía a seguir ensayando, pero al acercarme a la puerta, veo a Sebastian recargado en una de las columnas de enfrente. Me detengo en el acto, siento tanta rabia de pensar que de seguro está esperando a que salga Theresa.

No me ha visto y no quiero que lo haga, no quiero hablar con él, así que regreso sobre mis pasos y doy la vuelta para rodear el teatro por la otra calle.

Llego al departamento y me extraña encontrar a Sarah ahí.

—¡Hola! —saludo, dejando mi chaqueta en el perchero de la entrada— Pensé que estarías todavía en la compañía.

—No, Jonathan nos dejó salir temprano, tenía cosas que hacer —responde mi amiga, y me pregunto... entonces ¿a quién esperaba Sebastian?

—Y a ti ¿cómo te fue? —pregunta Sarah.

—Bien —respondo alzándome de hombros con desgana.

—Mila, Sebastian regresó a buscarte a la salida, no le dije que estabas en el teatro.

—Gracias, no quiero verlo —Me siento en una silla del comedor, me quito los zapatos y masajeo uno de mis pies, mientras también giro mi cuello, tratando de relajarlo.

—Lo que no entiendo es que si está con Theresa, cómo piensas, ¿por qué te busca? Y lo hizo frente a ella —precisa mi amiga con voz analítica, yo apenas la miro por entre mis pestañas.

—No lo sé, tal vez quiera pedirme que no vuelva a buscarlo. No debí haberlo hecho —señalo, bajando de nuevo mi mirada.

—No sé, tal vez ella no es nadie importante para él.

—Pero si estuvo con ella, es porque yo tampoco soy tan importante para él —argumento con pesar, Sarah asiente, mirándome con lástima—. Iré a la cama, vengo muerta —Me pongo de pie—. Buenas noches.

—Mila, ¿no cenarás? Estoy segura de que tampoco comiste mucho. No deberías de mal pasarte tanto, sabes que no puedes hacerlo o no podrás con los ensayos y el estreno. —Lo pienso un segundo.

—Tienes razón. —Dejo mi bolso en el sofá, y ella me sonríe complacida.

—Siéntate, te sirvo, preparé una pasta que te chuparás los dedos.

Me siento, y enseguida Sarah me sirve un enorme plato de pasta con espinacas, preparada con mantequilla y queso parmesano. Ni siquiera lo pienso, la cuenta de las calorías es automática, demasiadas para mi gusto, pero sé que debo comerla toda, así que aspiro profundo antes de llevarme a la boca el primer bocado.

No sé por qué pero hoy la lucha parece más pesada, tal vez sea porque me estoy tragando cada sentimiento y siento que el dolor me invade por dentro, haciéndome sentir llena, sí, contradictoriamente me siento llena de un vacío que me colma el alma de pena; sin embargo me esfuerzo por comerlo todo, y después para no sacarlo fuera.

Ahora menos que nunca debo permitir que la anorexia y la bulimia vuelvan a seducirme con su falsa promesa de bienestar, ahora tengo un poderoso motivo para no rendirme a sus garras.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top