Capítulo 2

Despierto un poco confundida con el incesante sonido del timbre, miro a mi alrededor con los ojos entrecerrados, pues al abrir los ojos, una fuerte punzada en mi cabeza me recuerda que debí hacerle caso a Sebastian de no tomarme los tres shots de tequila que mis amigos me sonsacaron.

Debimos quedarnos dormidos después del delicioso y candente desayuno, cuando me acurruqué en los brazos de Sebastian y disfruté de sus caricias, esas que debilitan todas mis defensas, mientras, meditaba en lo feliz que soy, esa felicidad que años atrás creí imposible de alcanzar, pero con la que ahora Dios me recompensa.

—¿Qué horas son? —Le pregunto a Sebastian, que me mira con ojos somnolientos y una sonrisa ladeada—. ¡Por Dios, ¿quién toca el timbre de esa forma?! —me quejo del insistente y estridente ruido, que siento taladra mi cerebro.

Sebastian se gira hacia su buró y mira la hora en su reloj.

—Son casi las 2 de la tarde —me informa antes de responder el interfono, yo me sostengo la frente con ambas manos porque siento que me pesa una tonelada—. ¿Quién? —pregunta, por el portero eléctrico—. Hola, Sasha... Sí claro, ya te abro, solo dame un minuto. —Le dice, a la que creo es mi hermana, mientras se levanta de la cama, y yo lo observo alarmada.

—¿Sasha? ¿Sasha mi hermana está aquí? —inquiero espantada.

—Sí —dice tranquilamente, mientras se calza unos jeans—, iré a abrirle.

—¡¿Qué?! ¡No, no puedes abrirle! —respondo avergonzada, mientras salto de la cama enredada en la sábana.

—¿Por qué no? —pregunta confundido, pero con una sonrisa divertida.

—Porque no estoy vestida —digo, a la vez que corro a buscar algo de ropa—. No pensarás que la recibiré desnuda —menciono desde el vestidor, a la vez que me pongo una camisa por la cabeza y a toda prisa busco unas bragas que ponerme.

—Iré abrirle, mientras te vistes —expresa en tono despreocupado, antes de correr escaleras abajo sin camiseta, yo lo miro horrorizada.

—¡Sebastian! —Le grito, y corro hacia la escalera, él se detiene a medio a camino y me mira esperando que le diga que es lo que quiero—. Espera... —digo, mientras regreso a la habitación y busco desesperada una camiseta, después vuelvo y se la lanzo—. Por favor, póntela.

Sebastian pone los ojos en blanco y se la pone de mala gana, después sigue su camino a la puerta, yo voy al baño.

Peino mi cabello con los dedos, cuando escucho la escandalosa voz de Sasha.

—¿Dónde está la cumpleañera? —pregunta ella con gran entusiasmo, mientras cierro los ojos con dolor por la migraña y me doblo por el malestar en mi estómago, después me observo en el espejo y mi apariencia confirma que soy un completo desastre. Mi cabello está hecho un lío, aún hay rasgos del maquillaje de la noche anterior, pero ahora luce desprolijo y profundas, y grandes ojeras ensombrecen mis ojos.

—Mila, baja —me habla mi hermana, desde abajo—, te tengo una sorpresa.

Suspiro resignada al darme cuenta que no cuento con más tiempo para arreglarme, pues estoy segura que sino bajo, mi hermanita subirá y verá el desastre en la cama, evidencia de nuestra desmedida pasión.

Con premura tomo un par de aspirinas del botiquín y las paso con un poco de agua, lavo mi rostro con agua fría, la seco sin cuidado y corro escaleras abajo, al escuchar los pasos de Sasha, que como imaginé, tiene intenciones de subir.

Menuda sorpresa la que me encuentro, es tan grande mi impresión que dudo de mis pasos e intento regresar sobre ellos.

Papá está parado en la sala y me observa de arriba abajo, completamente anonadado, después su vista va a Sebastian que luce avergonzado. Él está descalzo, lleva la camiseta al revés y su cabello es un maravilloso desastre, o bueno, al menos a mí me parece muy atractivo, aunque estoy segura de que mi padre no piensa lo mismo. Sasha, sonríe divertida por la bochornosa escena.

—Ho... Hola —saludo titubeante.

—¡Feliz cumpleaños! —exclama Sasha con exagerada elocuencia, mientras me espera a los pies de la escalera con un enorme globo de helio que dice: Happy Birthday.

Avergonzada, bajo lentamente donde me recibe mi hermana en un efusivo abrazo.

—¿Por qué no me avisaste que vendría contigo? —Le reclamo a mi hermana entre dientes, mientras observo a mi padre que luce devastado, y siento un enorme hueco en el estómago. Creo que está desilusionado de mí, pues si antes sospechaba de que su princesa ya tenía sexo, hoy lo confirmó.

—¿Y perderme tu cara de sorpresa? —se mofa Sasha de mí.

—¡Felicidades, princesa! —me felicita mi padre con voz triste, a la vez que me abraza cariñosamente.

—Gracias —respondo con voz apenas audible.

—Toma, es para ti. —Mi padre me entrega un bello ramo de margaritas rosas y su presente en una pequeña caja, yo recibo tan preciosos detalles con genuina sonrisa, agradecida y emocionada porque este año sí recordara mi cumpleaños—, espero sea de tu agrado.

Abro la caja muy lentamente, dentro encuentro un finísimo llavero de cristal rosa con la forma de una bailarina de ballet, del que cuelga una moderna llave que tiene grabadas las letras de la reconocida marca de autos BMW; confundida miro a mi padre.

—Es un auto —aclara él.

—Yo ya tengo uno. —Le recuerdo con recelo—, el que apenas uso.

—Bueno, pero este es un modelo más nuevo, es un auto de última generación —explica mi padre nervioso—. Sasha me ayudó a elegirlo.

Decepcionada y pensativa observo la llave la que ni siquiera toco. Por un momento creí que mi padre sabría que yo preferiría algo con más sentido para mí, no sé tal vez un dije que exprese su amor por mí, incluso preferiría una tarjeta de cumpleaños en la que me dijera cuanto me quiere.

—Tal vez te gustaría verlo —sugiere mi padre—, por supuesto ya que te vistas —añade, mirando mis piernas, las que no alcanza cubrir la camisa de Sebastian que llevo puesta y la que nerviosamente intento bajar sin mucho éxito.

—Ven, tienes que verlo ahora —señala Sasha, tomándome del brazo y arrastrándome hasta la ventana para que vea mi regalo de cumpleaños.

Cierto, no sé mucho de marcas y modelos, pero en verdad es un auto hermoso.

—¡Wow! —exclama Sebastian, al observar el lujoso coche con un moño gigante color plata y que está estacionado frente al edifico—. Es un Z4 con un cilindro TwinPower turbo, este auto puede alcanzar una velocidad de 40 Km por hora en solo diecinueve segundos —comenta con gran admiración, pues como un gran aficionado de los autos, él sí conoce mucho del tema.

Yo únicamente entiendo que es de un precioso color rojo rubí, descapotable y que es un auto muy, muy costoso.


—¿A poco no es divino? —pregunta mi hermana, con gran elocuencia—. Yo quiero uno igual para mi cumpleaños, pero papá cree que todavía soy muy joven para conducir... —se queja, y continúa hablando, pero ya no lo escucho porque me ensimismo en mis pensamientos.

—Gracias, pero no puedo aceptarlo —declaro firmemente, después de un largo e incómodo silencio, en el que todos esperan por mi reacción.

—Pero... —intenta disuadirme mi padre.

—No necesito un auto nuevo —manifiesto, mientras le quito la llave del auto al lindo llavero—, pero sí aceptaré el llavero que en verdad amo —digo, mientras empuño la bailarina de cristal en mi mano y le devuelvo a mi padre la llave, la que recibe confundido.

Papá me observa desconcertado, creo que no entiende mis razones e intenta descifrar si estoy molesta. Y no lo estoy, en verdad agradezco que se haya tomado la molestia de comprar un regalo para mí, pero no lo necesito.

Sasha voltea los ojos con fastidio, Sebastian respalda mi decisión posicionándose a mí espalda y posando sus manos en mis hombros, pero papá sigue contrariado.

—Señor Davis, ¿le ofrezco café, alguna bebida o tal vez quiera acompañarnos a comer? —ofrece Sebastian, interrumpiendo el incómodo momento.

No entiendo el porqué, pero a pesar de haber aclarado con mi padre todo el asunto de la paternidad hace poco menos de 2 años, desde que se volvió a casar, algo se rompió entre nosotros, nuestra relación padre e hija no volvió a ser la misma de antes, cuando él siempre estaba para mí, le contaba de mis temores y se aseguraba de hacerme sentir bien para que me olvidara de ellos.

—No, yo... será mejor que me vaya —responde mi padre, mirándome fijamente.

—Por favor, acompáñanos. —Le ruego con una sonrisa, para hacerle saber que no estoy molesta—. Sebastian cocina delicioso y hoy prometió prepararme mi comida favorita.

Él suspira aliviado y la vena que segundos antes resaltaba en su frente, se desvanece, después me sonríe en respuesta.

—Está bien —acepta, aún con mirada triste—, solo haré unas llamadas —añade, mostrándome su móvil y yendo hacia la puerta, pero Sebastian le indica que puede pasar a su estudio para que pueda hablar con tranquilidad.

—Ok, yo me apuraré con la comida —dice Sebastian, que va a la cocina.

—Yo voy a vestirme y vengo a ayudarte. —Le digo a Sebastian, él asiente comprensivo con una pequeña sonrisa.

Estoy por subir el primer escalón, cuando un extraño sonido llama mi atención, ruido que proviene de una caja con un gran moño rojo que está junto a la puerta del apartamento.

—Oh, lo olvidaba —Sasha toma la caja y me la entrega—, este es mi regalo—. Yo la miro recelosa. Conociendo a mi hermana y lo excéntrica que se ha vuelto, no me sorprendería encontrar dentro un escorpión, un mono, una serpiente, u otra clase de reptil—. Anda, ábrelo, te aseguro que no es una bomba —bromea.

Coloco la caja en el suelo, previendo salir corriendo si es necesario, pero antes la miro con desconfianza y ella simplemente se ríe de mí.

Deshago el lazo y abro la caja con mucho cuidado, pero antes miro a Sebastian, que me observa atento desde la cocina, mientras corta algunos vegetales. Respiro profundo para darme valor y termino destapando completamente la caja.

—¡No! ¡No puedo creerlo! ¡Es la cosa más adorable del mundo! Mira Sebastian, ¿a poco no es hermoso? —le pregunto, mostrándole el pequeño gatito de color gris claro con preciosos ojos azules y que lleva un lazo rojo en el cuello del que cuelga un cascabel. Sebastian solo asiente con la cabeza y sonríe en aprobación.

—¿Te gustó? —pregunta Sasha.

—Me encanta —exclamo, acurrucando al pequeño minino en mi pecho— Hola, bebé. —Le hablo con voz melosa— ¿Cómo te llamas?

—No tiene nombre, tú tendrás que elegirle uno —señala mi hermana, intentando quitármelo de las manos, pero no la dejo.

Me siento en el suelo y lo coloco en el piso de madera para observarlo, mientras pienso en un nombre para él, ¿o es ella?

—¿Es hembra o macho? —averiguo.

—Macho —me informa Sasha.

—Ok... Mmm... —pienso—. ¿Tú qué opinas Sebastian? —Le pido opinión.

—No sé, el gato es tuyo, así que creo que tú debes elegirlo —responde mi chico.

—Pero será nuestra mascota, de los dos porque, ¿sí dejarás que se quede aquí, cierto? —Lo cuestiono, mirándolo fijamente a los ojos.

—Por supuesto, sabes que esta también es tu casa —manifiesta Sebastian, guiñándome un ojo—. ¿Qué tal Romeo? O no sé, podría ser algún personaje de los tantos puestas en escenas en las que participas en el ballet —sugiere, y solo lo pienso un segundo.

—Me gusta Romeo —acepto, mientras jugueteo con mi nueva mascota—. ¿Y a ti qué te parece pequeñín? ¿Te gusta tu nombre, Romeo? —Le pregunto al minino, levantándolo y acercándomelo al rostro para acariciarlo con mi mejilla. El gatito en respuesta maúlla y lame mi rostro—. Está decidido, te llamarás Romeo Nichols Davis —declaro con orgullo, y Sebastian suelta una carcajada nerviosa.

—Creí que nuestro primer hijo se llamaría Robert —bromea—, y espero que eso no ocurra pronto —añade, negando con la cabeza y exagerando el gesto de terror.

—¿No quieres tener un hijo conmigo? —Le pregunto, con un mohín.

—Claro que sí, pero no ahora, todavía tenemos mucho por vivir antes de ser padres —explica, sin mirarme mientras cocina algo en la estufa.

—Uy no, a ese paso seré madre yo primero —comenta Sasha con sarcasmo, que va a la barra y se sienta frente a Sebastian.

—No es para tanto, simplemente creo que debemos esperar unos años más. Primero quiero terminar mi maestría y luego trabajar duro hasta lograr hacerme de un nombre para poder competir con los grandes de la publicidad —explica Sebastian, mirándome de reojo.

Yo también lo observo de reojo y finjo no tomarle importancia a sus palabras, mientras jugueteo con Romeo que sigue lamiendo mi mejilla, pero en verdad me duele lo que Sebastian dice. Sé que es casi imposible que yo sea madre, pero hace un año cuando mi cuerpo se recuperó de los abusos que cometí en su contra mi periodo volvió, no de forma regular, pero el Dr. Williams me explicó que esa podría ser una buena señal de que mi salud reproductiva ha mejorado. Como en ese momento yo también creía que no estábamos listos para ser padres, Sebastian y yo acordamos que yo tomaría la píldora anticonceptiva, ya que la ginecóloga nos la recomendó como el método más seguro, así que acordando llevar una relación monógama, confiando el uno del otro y después de habernos practicado los estudios correspondientes para comprobar que ninguno de los dos tenemos ninguna enfermedad de transmisión sexual, decidimos no usar más condón. Lo que en realidad me abruma, es que un día hace poco menos de dos meses, olvidé una dosis y este mes mi periodo se ha retrasado mucho más de lo normal, aunque yo espero que sea solo eso, un retraso, y no porque para mí sea un inconveniente tener un hijo, pero acabo de descubrir que obviamente para Sebastian sí lo sería. Además me molesta que Sebastian solo habla de lo que él quiere sin tomar en cuenta lo que yo quiero.

Inexplicablemente comienzo a sentir irritación en los ojos y mucha comezón en la nariz, en el cuello y en el paladar, desesperada me rasco.

—No te rasques o te dejarás marcas —me regaña Sasha, pero no puedo evitarlo el picor es insoportable.

—¡Mila! ¡Suelta a ese gato! —grita mi padre con voz firme, al salir del estudio, yo lo miro extrañada, no entiendo el porqué de su actitud.

—No, ¿por qué? Ya no soy una niña a la que puedes prohibirle que tenga una mascota —alego molesta, protegiendo a Romeo de mi padre que intenta arrebatármelo de las manos.

—Mila, suéltalo —me ruega Sebastian, que deja lo que está cocinando en la estufa y también se acerca a mí con intenciones de quitármelo—, anda, dámelo —insiste, estirando la mano para que se lo entregue.

—Pero, ¿por qué? —pregunto con la voz entrecortada. De pronto comienzo a sentirme rara y me cuesta respirar—. Dios, ¿qué me pasa?

—¡Oh oh! —exclama Sasha, que me observa horrorizada—. Creo que eres alérgica a los gatos.

—Llamaré al 911 —exclama mi padre con voz desesperada.

—No. —Sebastian me arrebata el gato de las manos y lo deposita de nuevo en la caja, después me toma en brazos—, será mejor llevarla al hospital, aquí hay uno a unas cuadras.

—¿Qué... qué me pasa? —Le pregunto a Sebastian, con respiración silbante todavía confundida y aferrándome a su cuello, mientras me lleva escaleras abajo a toda prisa. Mi padre y Sasha corren detrás de nosotros.

—Tienes una reacción alérgica, pero pronto estarás bien —explica, tratando de tranquilizarme, pero su tono de voz no es para nada alentadora.

Poco después estamos en el hospital en el área de urgencias donde me reciben enseguida y Sebastian les explica sobre el gato. Aterrada observo la rápida movilización que se inicia a mí rededor, un trio de médicos y un par de enfermeras revisan mis signos vitales, me hacen toda clase de estudios mientras hablan de que mi presión va en descenso. Uno de ellos le pide un medicamento a una enfermera que enseguida me inyectan en el muslo, después todos observan en silencio el monitor al que me conectaron, mientras, Sebastian toma con fuerza mi mano y me repite una, y otra vez que todo estará bien.

Después de unos cuantos minutos mi respiración mejora y la irritación en mi piel desaparece. El médico a cargo nos explica que lo que me sucedió fue un ataque anafiláctico producido por una fuerte alergia que él cree me provocó el pelo y la saliva del gato, pero que gracias a que Sebastian me trajo y a la rápida intervención de los médicos, estoy fuera de peligro.

—Entonces, ¿no podré quedarme con Romeo? —Le pregunto al médico, con tristeza.

—No creo princesa, no arriesgaremos tu salud —responde Sebastian, a lo que reacciono con un mohín.

—¿Romeo? Oh, supongo que es el gato —interviene el médico—. Bueno, primero habrá que determinar si tu mascota es la causa de que tu cuerpo reaccionará así, pero podrías vacunarte. En los casos graves de alergia es lo más aconsejable pues aunque tú no convivas cercanamente con el alérgeno, no puedes siempre estar exenta de poder topártelo por ahí —explica—; te recomiendo que consultes a un alergólogo.

—No sé si sea conveniente quedarnos con Romeo, pero veremos que opina el especialista —añade Sebastian.

Paso un par de horas en observación antes de que el médico decide darme de alta, luego mi padre sugiere ir a comer en algún restaurante, pero Sebastian insiste en que debo descansar y prefiere prepararnos algo en casa, además de que no estoy vestida para salir a comer fuera. Por supuesto de lo que él cocinaba antes, solo quedó carbón, pues con la premura dejó la comida en la lumbre y fue gracias a que le llamó al portero para que apagara la estufa, que no se incendió el edificio y ocurrió una verdadera tragedia. Además también le llamó a la señora del servicio para pedirle que se haga cargo de Romeo hasta que yo consulte al especialista y él considere que ya no corro ningún riesgo.

Sebastian se encarga de la comida y se muestra más cariñoso de lo normal, incluso no permite que le ayude.

Yo aprovecho que él se ocupa de todo, para vestirme y estar presentable para sentarme a la mesa. Cuando bajo me alegra mucho escuchar a Sebastian y a mi padre manteniendo una charla amistosa acerca de soccer y me emociona ver que los dos hombres más importantes de mi vida se llevan tan bien.

Comemos en la mesa del comedor, papá habla poco y me observa con preocupación, pero fuerza una sonrisa cuando yo le hablo, y Sasha no para de hablar de lo gracioso que le pareció lo que me pasó con Romeo.

—Hubieras visto tu cara —menciona Sasha, entre carcajadas—, estabas toda roja, tus labios y tus ojos estaban tan hinchados, que parecías un sapo —me cuenta en tono de burla, actuando de forma exagerada la reacción de todos, gesticulando de forma graciosa y haciendo sonidos extraños, lo dice de tal modo que me hace reír a carcajadas.

—Después de todo, creo que tu presente sí fue una bomba —bromeo—, al menos para mí.

—Que bueno que te cause gracia —comenta Sebastian, tomando mi mano y mirándome con adoración, yo también lo miro embelesada, súbitamente mis latidos se aceleran y me sonrojo al instante. Quisiera comérmelo a besos, pero controlo mis ansias de hacerlo por respeto a mi padre. —, porque yo moría de miedo —añade antes de besar mis nudillos.

—Y hubieras visto a papá, estaba tan pálido que creí que le daría un infarto —continúa Sasha, burlándose de la situación.

—Basta, Sasha —la regaña papá con voz severa—, no hagas de esto un chiste. Tu hermana estuvo en grave peligro, pudo morir, no es gracioso.

Sasha pone sus ojos en blanco.

—Pero no pasó, estoy bien y solamente fue un susto —digo, tomando la mano de mi padre entre las mías—, así que creo que no tiene nada de malo reírnos de ello. La verdad yo también creo que fue divertido.

Mi padre asiente preocupado, después me mira y fuerza una sonrisa.

—Mila tiene razón, tenemos que celebrar que no pasó nada malo, además recordemos que estamos festejando su cumpleaños —interviene Sebastian, al notar que papá y yo, intercambiamos miradas y se nos llenan los ojos de lágrimas—. Traeré el pastel que trajeron Sasha y el señor Nichols para que apagues las velitas. ¿Alguien quiere helado?

—Yo —responde Sasha—, te ayudo. —Le dice a Sebastian, recogiendo algunos platos y yendo tras él a la cocina.

—Papito, gracias por venir. —Las palabras vibran punzantes en mi garganta—, ese es el mejor regalo que pudiste darme. —Termino la oración con lágrimas de emoción escapando de mis ojos.

—Mi Princesa —exclama mi padre, acariciando mis mejillas y limpiando mis lágrimas con sus pulgares—, perdóname por fallarte tanto —Me estruja entre sus brazos—, pero... —intenta excusarse, pero yo me alejo de su abrazo y lo miro severa. Él desiste y suspira derrotado—. Te prometo...

—No —lo interrumpo—, no digas más. Por favor, no prometas lo que tal vez no puedas cumplir —le pido, consciente de que sus múltiples ocupaciones y su nueva familia no siempre le permitirán estar para mí.

Él sólo asiente y baja la mirada avergonzado.

—Princesa, respecto al auto... —tantea mi padre con precaución.

—¿Sí? —pregunto intrigada.

—En verdad me haría muy feliz si lo aceptaras —insiste, con súplica en su mirada.

—Está bien, si eso te hace feliz, lo aceptaré —cedo, y mi padre sonríe de oreja a oreja, después vuelve a estrujarme en un fuerte abrazo y ahora es él quien me hace inmensamente feliz a mí.

­—Que bueno que lo aceptaste, porque tu auto anterior ya no era más tuyo y papá no encontraba la forma de decírtelo. —Lo delata Sasha, desde la cocina.

Yo miro a papá con divertida y acusadora mirada, él sonríe avergonzado.

—Supuse que si tenías un coche nuevo, no necesitarías más el anterior —admite.

—Supusiste bien —exclamo, colgándome de su cuello y plantándole un estruendoso beso en la mejilla, como lo hacia cuando era pequeña y mi padre sonreía orgulloso, hoy no es la excepción.

—¡Feliz cumpleaños a ti, Feliz cumpleaños a ti...! —cantan Sebastian y Sasha a coro, que traen el pastel con las velitas encendidas y las copas con helado, los que miro con remordimiento.

—Pide un deseo —me incita Sasha—, pero uno que de verdad valga la pena.

Cierro los ojos un instante en el que medito cuál sería mi mayor deseo, pero son tantos que me cuesta decidirlo. Como el que de ahora en adelante mi padre esté siempre para mí o el que mi madre me ame, pero pienso que no puedo desperdiciar mi deseo en algo que parece imposible. Entonces pienso en que deseo con el alma que el amor que le tengo a Sebastian y el que él me tiene a mí, no se extinga nunca. Al final pido por la salud, el bienestar y la felicidad de mis seres amados, Sebastian, Sasha, papá, mis amigos y también por el de mamá, que aunque no me ama, no puedo evitar desearle el bien a quien me dio la vida.

Apago las velitas y todos aplauden, mostrándome su entusiasmo junto con sus buenos deseos.

—Yo quiero una rebanada grande —me pide Sasha, cuando parto el pastel.

Mi celular comienza a sonar insistente en mi bolso, Sebastian va por el y me lo entrega con mirada preocupada. Al ver quien es la persona que me llama, cierro los ojos en un gesto doloroso y prefiero ignorar la llamada.

—¿Quién te llama que no quieres responder? —pregunta Sasha con curiosidad, y mi padre me mira intrigado.

—Es mamá. —Les informo, y pienso que pareciera que la invoqué—. ¿Le dijeron algo de lo que pasó? —averiguo, y papá, incómodo, desvía la mirada.

—Le marcamos, pero nunca respondió, así que le enviamos un mensaje, tampoco tuvimos éxito —aclara Sasha, con su habitual sinceridad.

—Tal vez te llame para preguntar cómo estás o para felicitarte —menciona Sebastian con optimismo, tratando siempre de hacerme sentir bien.

Mi iPhone de nuevo suena incesante en la mesa, mientras lo observo sin tocarlo.

—No entiendo que quiere —expongo, sin responderle aún.

—Porque no le respondes y lo averiguas —sugiere Sasha, aproximándome el teléfono.

Suspiro resignada, tomo el celular, me levanto de la mesa y me alejo para responder, mientras todos me observan curiosos.

—Hola —respondo secamente.

—¿Por qué no respondías? —reclama mi madre, del otro lado de la línea.

—Estaba ocupada —digo, sin dar explicaciones—. Dime, ¿para qué me llamas?

—Te hablo porque no fuiste a la grabación del comercial, te dije con tiempo que debías ir y el director me está llamando para reclamarme. ¿Tienes idea de lo que costará esto? —Pongo mis ojos en blanco, no sé en qué momento me pasó por la cabeza que mi madre estaría preocupada por mí o que se acordaría de mi cumpleaños.

—Te dije que no iría, por sino recuerdas, ayer fue mi cumpleaños y te advertí que hoy lo festejaría con mis amigos.

—Claro que lo recuerdo, pero también recuerdo que te dije claramente que no podías faltar —recalca con evidente sarcasmo—, así que anda, apúrate y ve al set que te están esperando o prefieres que vaya yo misma por ti —me amenaza.

—¿Sí? ¿Adónde vendrás por mí? —me atrevo a desafiarla—. No estoy en la ciudad —miento.

—¡No puedo creer que seas tan irresponsable! —grita mi madre.

—Yo no puedo creer que no escuches, te dije claramente que no iré y no lo haré. Sabes bien que no estaba de acuerdo con ese contrato y mucho menos con los horarios —discuto con ella, mientras los demás observan molestos— . Tengo que colgar. —Le aviso.

—Mila, no te atrevas a colgarme —me advierte.

—Ya te lo dije, no estoy en la ciudad, no entiendo que más quieres —manifiesto tajante, y la escucho resoplar furiosa por el auricular.

—Ok, a ver como lo soluciono, pero espero que mañana sí te presentes al set sin excusas...

—No —declaro tajante—, regreso hasta mañana en la noche.

—¡Milaaa —exclama en tono de advertencia—, estás colmando mi paciencia!

—Tú hace mucho que colmaste la mía. —Le restriego con evidente ironía.

—Ay mira, no seguiré discutiendo contigo, odio cuando te pones dramática —me recrimina, exagerando su aburrimiento y no puedo evitarlo, de nuevo pongo los ojos en blanco—. Hablaré con el director para que arregle todo para el lunes y espero que sin falta te presentes o yo misma te llevaré, a rastras si es necesario.

—El lunes tengo ensayo la mayor parte del día, te recuerdo que también me comprometiste para una presentación.

—Bien, entonces en la noche será.

—Olvídalo... —Estoy por decirle que debo descansar y que no podré, cuando escucho con incredulidad como corta la llamada, dejándome sin derecho a replica—. ¡Argh! No puedo creerlo —exclamo exasperada.

—¿Qué pasó? ¿Qué quería la madrastra de Blanca Nieves? —pregunta Sasha, refiriéndose a mí madre como ella la llama.

—Sasha, no hables así de tu madre. —La corrige mi padre.

—Nada importante —respondo, alzándome de hombros, pero Sebastian me mira con desconfianza—. ¿En qué estábamos? —digo, minimizando lo ocurrido con mi madre.

—En que yo quiero una rebanada enorme de pastel —continúa mi hermana, mientras ella misma se sirve.

—Yo solo un poco —pide papá.

—Claro —Le sirvo una pequeña rebanada—. ¿Quién quiere café? —ofrezco, yendo hacia la cocina, creo que acabo de perder las ganas de comer pastel.

Sebastian observa en silencio y preocupado, como finjo que todo está bien mientras preparo la cafetera, después me alcanza para ayudarme con las tazas y la charola.

—¿A mí sí me dirás qué es lo que pasa? —me cuestiona en voz baja, recargándose a mi lado en la barra y mirándome por entre sus rubias pestañas.

—No pasa nada —digo, sin mirarlo mientras me concentro en servir el café, pero él no se rinde y sigue mirándome esperando por una respuesta más creíble. Suspiro resignada antes de continuar—. Mi madre me reclamó que no fui a la grabación del spot —confieso con un mohín—. Únicamente me llamó para eso, yo no le importo, ni nunca le importaré —manifiesto con dolor.

—Lo siento. —Me abraza, y yo me acurruco en su pecho.

—No sé cuando dejaré de esperar por un poco de su cariño, ya debería dejar de hacerme expectativas al respecto —pienso en voz alta, mientras Sebastian me consuela acariciando mi espalda, después toma mi rostro entre sus manos.

—Te amo —declara, mirándome fijamente con esos hermosos ojos que tanto adoro y que me prometen el cielo—, ¿lo sabes, cierto?

Yo asiento convencida con una genuina sonrisa, era justo lo que necesitaba escuchar en este instante.

—Bien, ahora probemos ese pastel que se ve delicioso —propone, a la vez que besa mi nariz y me hace sentir esas mariposas que frecuentemente se alocan con tan sólo uno de sus pequeños detalles, después toma la charola con el café y lo lleva a la mesa.

Yo lo sigo con el corazón hinchado de orgullo yfelicidad por tenerlo en mi vida.    

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top